Monte de las banderas

El 20 de octubre se celebra el Día de la Cultura Cubana. Y cuando hablamos de cultura, hablamos de la esencia misma de la nacionalidad.

Sin cultura no se puede hablar de nación. La afirmación puede parecer demasiado absoluta, pero en realidad es la cultura la que define una nacionalidad. Y el concepto de patria no es primordialmente geográfico, tiene que ver, sobre todo, con las esencias mismas de una identidad.

Cultura, por supuesto, es mucho más que las expresiones artísticas y literarias de un pueblo. Es todo el entramado de conocimientos y prácticas del hombre, su huella sobre la tierra.

Es precisamente la cultura la que establece los lazos entre los hombres, es el testimonio de sus saberes y sus “haceres”, el ámbito de su realización espiritual. Y son el espíritu y el pensamiento los que nos han distinguido del resto de los animales.

Cuba celebra su cultura el día en que Perucho Figueredo compartió con el pueblo de Bayamo la letra de la marcha de combate que devendría nuestro Himno Nacional.

Apenas diez días antes, Carlos Manuel de Céspedes había iniciado la primera de nuestras guerras por la independencia.
Esa revolución era, primero que todo, una revolución cultural: fue el resultado de la eclosión de lo cubano.

Hacía tiempo que no éramos españoles o africanos de ultramar; había una sensibilidad, una manera peculiar de asumir la existencia, un patrimonio artístico, una comunión de costumbres que nos singularizaba como pueblo nuevo.

Los pueblos no admiten opresiones. El grito de Yara es la consolidación absoluta de nuestra nacionalidad. En Bayamo, el 20 de octubre, la Revolución fue dotada de uno sus símbolos.

Muchos de los líderes de ese levantamiento eran hombres de gran cultura. Comenzando por Céspedes.

Otorgarles la libertad a sus esclavos fue también un acto de grandes implicaciones culturales: reconocía la dignidad plena de todos los hombres, los derechos refrendados por las grandes revoluciones.

La Guerra de los Diez años marcó el comienzo de la gesta de un pueblo: la misma gesta a lo largo de todos estos años. Antonio Maceo, hombre de luz, protagonizó el hecho que devino eslabón entre dos guerras: la Protesta de Baraguá.

José Martí comprendió la continuidad histórica de nuestras luchas, que no cesaron en 1898, porque la libertad no fue completa.

En definitiva, como reconociera también Fidel Castro: ha habido una sola revolución en Cuba: la que inició Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua. Es, tendrá que ser, revolución eterna, expresión de los más puros anhelos de un pueblo.

Cuba tiene un gran privilegio: su político más preclaro fue (es) también uno de sus más grandes poetas, el más universal de sus intelectuales: José Martí.

Algunos han intentado desligar esos dos caminos. Hay quien dice que Martí debió dedicar más tiempo a la creación literaria, en lugar de consagrarse a la organización de una guerra.

Afirmar eso es desconocer los basamentos éticos y humanistas del pensamiento martiano.

El Martí poeta y el Martí revolucionario son, en definitiva, un solo Martí. La lucha de su pueblo era para él un acto de creación. Al igual que la República que soñó y que no pudo ver realizada.

Además de la lírica de la escritura, José Martí sostuvo una lírica de la acción: su muerte en Dos Ríos fue una pérdida irreparable para la causa, pero devino metáfora del heroísmo.

Martí fue semilla.

El Día de la Cultura Cubana es el día de todos, porque no existimos fuera de una cultura. Los hitos de nuestra historia y su expresión artística y popular han conformado el mosaico maravilloso de nuestra nación.

Cuba es su cultura.