Dicen que en La Habana Vieja el día y la noche son una misma cosa. El ajetreo de la vida contemporánea no encuentra límites en esta ciudad que, sin dudas, es de las más bellas de Cuba.
Encanto y maravilla tienen sus calles adoquinadas, a la usanza de la época colonial; sus plazas abiertas al disfrute pleno; sus bares esquinados; sus casonas antiquísimas convertidas hoy en museos. En fin, todo aquí es cautivador y, a la vez, admirable.
Pero quizás lo más sorprendente, lo inimaginable, es que no es una ciudad vitrina. La cultura, la historia, el arte, se combinan allí con una realidad social que ha ido cambiando y adquiriendo matices diferentes por la obra restauradora y conservadora de la Oficina del Historiador, espacio que heredara ya hace muchísimos años el doctor Eusebio Leal Spengler de Emilio Roig de Leuchsenring.
Mucho ha tenido que ver Leal con esa gran obra que rescató del paso del tiempo: edificaciones valiosas, calles memorables, sitios emblemáticos, iglesias y parroquias.
La Habana Vieja recrea lo antiguo con lo moderno, lo nacional con lo foráneo. Nos lleva de la mano, no sé exactamente a dónde, pero les aseguro que se trata de un viaje seductor.