Arte y la felicidad

El arte y la felicidad a veces pueden llegar al alcance del portal de la casa, sobre todo cuando hay hombres para quienes la fama nada tiene que ver con grandes escenarios y sí con grandes corazones.

La música de los altavoces empezó a meterse por las ventanas de los edificios de microbrigada y poco a poco la gente fue llegando.

En verdad, eran pocos los que se vestían para la ocasión y bajaban de los 12 y 21 plantas de la barriada capitalina de Loma y Tulipán. Coincidía con que a la carnicería, también en las inmediaciones de los edificios, había llegado el pollo, y los vecinos iban jaba en mano a marcar en la cola.
 Saborit
Pero marcaban y no se ponían a conversar sentados en los banquitos, como casi siempre. Despaciosos, iban acercándose, rodeando al hombre que, desde la soledad de un micrófono en mano y con música grabada de fondo, estaba llenándoles la tarde de canciones.

Sin presentaciones ni cortinajes, sin reflectores ni alfombra, el artista, de más de 50 años, se había posicionado a un costado del parquecito comunitario, colindante con la bodega y la carnicería, y allí estaba entregando su torrente de voz y sus ganas de vivir a quienes quisieran tomarlos.

No fueron pocos. Sobre todo, personas de la tercera edad, porque en realidad son muchos en la comunidad y en toda la envejecida población cubana. Hubo viejitas que sí, evidentemente, se ataviaron para el caso. Y allá estaban, con sus blusas de seda, sus abanicos y sus sayas a media pierna, entre los shores, minifaldas y chancletas «mete de’o», que igual se congregaban en torno al artista.

El canto fue creciendo entre todos, lo mismo boleros, que baladas, que rancheras... Sin pena de que se escaparan gallos, o de equivocarse con las letras, los vecinos entonaban junto al cantante; se arrimaban a él para compartir el micrófono y escalaban por los pentagramas sintiéndose, en aquellos instantes, en el más relumbrante teatro.

Pocas veces hubo una cola para el pollo más entretenida.


Los almanaques se olvidan cuando la música suena bien
Hubo hasta quien se adueñó del micrófono, inspirada, e hizo gala de un talento que quizás siempre guardó, frustrada, justo hasta aquel instante de momentánea revelación, anónima, pero evidentemente suficiente para ella.

Bastaba fijarse en las expresiones de su rostro, en los gestos y el donaire que imprimía a cada movimiento, para saber que aquella señora se sentía en aquel momento en lo más alto de la gloria. Probablemente, meses o tal vez años después, continúe recordando y comentando sus minutos de diva.


Saborit no solo entrega, igual recibe mucho de su agradecido público

Luego vino el baile. Naciendo y creciendo despacito, indetenible y genuino. Lo mismo abanico que jaba en mano, las cinturas cimbraban, las caderas se agitaban; y las parejas, armadas al vuelo, formaron coreografías y ruedas, puentes de sana gozadera donde los ojos ríen fijos en los otros ojos y la mano en el hombro o en la cintura aprieta firme guiando, sujetando el ritmo a la piel del acompañante para que no se pierda, para que siga marcando.

Dar y recibir

No era nada y era todo aquella tardecita cualquiera en que Saborit empezó a cantar.

Porque Saborit es su nombre artístico y así quiere que lo llamen, aunque su inscripción de nacimiento dice que es Artelio Saborit.

Desde hace unos dos años, como integrante de la empresa Adolfo Guzmán, el cuarto sábado de cada mes viene a esta comunidad, según planificación de la Dirección Municipal de Cultura.

Asegura que lleva en el mundo artístico «toda la vida», «unos cincuenta y tantos años, desde niño», y que tiene un repertorio de más de 120 canciones. Lo mismo interpreta boleros, que salsa, tango... «Yo canto de todo. Y tengo un espacio que se llama “En la memoria la vitrola”, en Calzada y 8, los terceros sábados de cada mes, donde doy la posibilidad al público de que escoja lo que quiere que yo cante».

No solo los abuelos tiraron su pasillo
Cuando le pregunto si le gusta actuar así, en un «escenario» como este, tan diferente al que, por lo regular, anhela una buena parte de los artistas, el hombre se me asombra, como si la interrogante no tuviera espacio:

—Claro que me gusta, mi’ja. Esta es mi gente, mi comunidad, aunque yo no viva ni por aquí. Mira como disfrutan. Yo no veo esto como un deber, como una carga. La vida es dar y recibir, no te olvides, y yo aquí estoy dando mucho, y también recibiendo.

—¿Y qué es para usted la fama?

—Yo... no conozco la fama. No sé lo que es la fama. Al menos, lo que la mayoría de los cantantes entiende por eso. Mi nombre no sale en los periódicos ni en la Televisión ni en Internet. Yo soy alguien humilde, y para mí, que personas como estas sepan quién yo soy y se aprendan mi nombre ya es suficiente. Mi fama es hacerlas felices por un rato. No es poco, ¿verdad?