Liuba María Hevia

Liuba María Hevia es una mujer de arte y poesía. Protagonista de la infancia de millones de niños, presencia vital para miles de amores adultos, su figura es una constante dentro del panorama musical cubano. Considerada como una de las trovadoras cubanas más importante de los últimos 50 años, esta mujer pequeña y tímida subió un día a los escenarios y desde entonces no ha bajado jamás.

Con una voz inconfundible, transita por géneros tan variados como las habaneras, el tango, el son o la música guajira, pero en ninguno de ellos pierde la belleza que distingue su obra. Armada de versos y canciones, resguardada por una guitarra cómplice, es ejemplo de fidelidad a la música, a su público y sobre todo a ella misma.

Casi perfeccionista, puede ensayar una canción decenas de veces hasta encontrar el acorde exacto y la interpretación perfecta, como si todavía le faltaran aplausos por recibir o tuviera los mismos 19 años de su debut como trovadora. Tanto frente a las multitudes o en la conversación más sencilla, Liuba María Hevia sabe combinar una impresionante fuerza de carácter con una dulzura que por momentos sorprende.

Y quizás esa sea su mejor arma para sostener, frente a las exigencias del mercado y las modas, una carrera exitosa por más de 35 años. Sus conciertos, sus discos y su figura, son la prueba mayor de cuánto el trabajo moldea su vida, porque para ella la música siempre ha sido la mejor forma de existir.

— ¿Por qué una niña generalmente tímida empieza a cantar? ¿Por qué canta ahora?

Nací llena de música. Desde que tengo conciencia de vida, en mis juegos de niña, en la adolescencia, la adultez, y hasta en esta segunda infancia, siempre canto.  Es un acto casi inconsciente, permanente. Este viaje no fuera posible sin la música. Mi madre fue una mujer que amanecía desvelando la radio y convirtió la música en parte de la casa.  Por ello es imprescindible y está en todas partes. Es mi verdadero oxígeno.

— Tiene canciones donde habla de su madre y de su abuelo. ¿Cuánto influyó la familia en su formación? ¿Cuánto hay en esas obras de poesía y cuánto de realidad?

Mis canciones son mis apuntes de viaje, mis pequeñas crónicas. La familia aparece una y otra vez por todo lo que representa. Mi abuelo asturiano claro que existió. Incluso existe, porque todo lo que vive dentro de nosotros existe.

La canción que él inspiró fue mi modesto homenaje a ese gran hombre que se aventuró en un barco y llegó a esta isla, pero no es solo una canción para él. En ella también canto a mis otros tres abuelos, que tanto amé y que tanto influyeron en mi formación. Los abuelos son los mejores cómplices de los niños, son los verdaderos sabios, son permisivos y entregados a tiempo completo.

El tema de mi madre nace en un momento convulso, triste. Lo escribo uno o dos meses luego de perderla. Es una especie de improperio a la implacable radicalidad de la muerte.

— Su música parece una obra íntima, algo para compartir casi entre amigos. Sin embargo, muchas personas asumen las canciones como propias. ¿Existe alguna clave para el éxito?

La verdad es que vivo en canciones. La clasificación prefiero dejarla al receptor. En realidad, muchas veces ni yo soy consciente de lo que va saliendo de mí. El acto de crear es un misterio, forma parte de una necesidad espiritual. El instinto y el corazón dicen la última palabra.

Liuba María Hevia

— ¿Cuán difícil es mantener una carrera exitosa tanto en la música para adultos como en la dedicada a los niños? ¿Todavía falta camino para reconocer el trabajo de la mujer trovadora?

Mantener una carrera, cualquier carrera, siempre es un reto. Mucho más si vives entregada a ella. Cuando están implicadas un grupo de personas capaces, como productores, arreglistas, diseñadores o ingenieros de sonido, eres aun más exigente. Hay que vivir varias etapas: la conciencia, la experiencia, el trabajo en equipo, y otros factores juegan un papel decisivo.

Cuando ya tienes un trabajo que te ha dado la oportunidad de dar con un público fiel y exigente, como es el público amante de la trova, tu trabajo tiene que alcanzar las expectativas de ese público que ya te conoce y espera lo mejor de ti.

Me declaro defensora de la obra femenina, porque han existido grandes creadoras que aun no se les ha colocado en el sitio que merecen. Pocas personas conocen verdaderamente la contundente obra de mujeres como Teresita Fernández, Sara González, María Teresa Vera, Rita del Prado, y otras muchas mujeres de inmenso talento.

El respeto a ellas ha sido el detonante para realizar mi proyecto “Alma creadora”, enfocado a divulgar la obra de mujeres de nuestro continente y preservar la historia de las grandes maestras que nos antecedieron.

Con relación a los diferentes públicos a los que está enfocada mi música, no separo las formas de trabajo. Trabajamos con el mismo rigor para todos los públicos, aunque es innegable nuestra incondicionalidad con el infantil, porque siempre merece todo el sacrificio y el respeto del mundo.

— Una parte inseparable de su carrera es ir a los hospitales, llegar hasta los lugares donde por lógica las personas no están felices. Usted va y reparte alegría, canta sus canciones. ¿Qué se lleva de esos sitios?

Me llevo los ojos de los niños, de sus padres, del personal que los protege. Me voy llena de amor y esperanza. Llena de gratitud y con el privilegio de sentirme viva y útil.

— ¿Por qué ha dicho que somos hijos del dolor, el amor y la traición?

Porque somos seres humanos, y esas situaciones existen en todas las vidas. Seguramente cuando me referí a ellas hablaba de los temas que solemos tratar los trovadores: los conflictos, los amores, el dolor, la esperanza, la búsqueda de respuesta en disímiles situaciones, las cosas esenciales que nos mueven.

— ¿Qué sentimientos le dejan estos nombres: Ada Elba Pérez, Teresita Fernández y María Elena Walsh?

Tres grandes voces. Mujeres que cada una en su tiempo dejaron una estela de luz, esa que se instala en el alma familiar y se renueva siempre. Son de mis mayores influencias. Maestras eternas, mujeres gigantes, defensoras de la belleza, seres inteligentes y sensibles que saben sorprenderme a menudo con la obra que dejaron y que siempre me parece nueva.

Liuba encontró en la guitarra su mejor arma

— Desde niña sentía una especie de obsesión por la guitarra. ¿Qué siente ahora cuando toca?

La guitarra fue mi locura en la infancia, y desde que la encontré se convirtió en una parte de mi cuerpo. Vivo cerca de ella, viajo con ella y todas mis canciones son consecuencia de mi intimidad con ella. La guitarra es un familiar, un país siempre nuevo y a la vez propio.

— Si mira sus 35 años de vida artística. ¿Qué instantes merecen la pena conservar y cuáles borrar para siempre?

Nada borraría. Solo agradecería una y mil veces la oportunidad de decir quién soy por medio de mi trabajo. No estoy absolutamente conforme con todo lo creado, pero si volviera a nacer, sin dudas la música volvería a ser mi casa. Para ser más precisa puedo citar algo que hace un tiempo escribí:

En la música he gastado cuanto traje,

por eso voy sin armadura ni equipaje…

Valga que sé, valga que soy,

valga que sé, de donde soy.

— Vidas Paralelas se ha convertido en una antología de la música cubana, pero también en una especie de recopilación sobre usted misma. ¿Cuánto emociona un disco como este?

Vidas Paralelas es un homenaje a la trova, a la honestidad de esa canción que siempre conmueve y va dejando la huella de los poetas populares. Sin querer se fue creando una antología, donde mi canción dialoga con la de mi invitado. Cantamos dos temas, uno de cada uno. Fue mágico viajar en el mundo de colegas tan disímiles, queridos y siempre visitados.

— ¿Compone canciones de las cosas que ha vivido o las canciones hacen su vida?

Como las canciones son crónicas que llegan libremente, cuando pasa el tiempo se produce una retroalimentación, un diálogo permanente, entre la que llegó en un contexto muy particular de tu vida, y esa nueva mirada con la que puedes ver determinada situación. Las canciones pueden ser entonces juzgadoras o cómplices. Ellas están en constante movimiento, te observan, te abrazan, y hasta te señalan. Implacables, son quienes más te conocen.