Diago incita a reflexionar sobre la memoria y el paso del tiempo

Detrás del muro, en su tercera edición esta vez como parte de la XIII Bienal de La Habana, sigue siendo una de las zonas que con mayor acento propicia la interacción del público con las expresiones del arte contemporáneo.

A lo largo del Malecón y en el pórtico de la avenida del Puerto y el Prado, unos 70 creadores, de ellos 30 cubanos, concibieron obras especialmente destinadas a ese espacio.

Convocados por Juan Delgado Calzadilla, uno de los más tenaces y laboriosos curadores del panorama artístico cubano de las últimas décadas, cada cual proyectó formas reveladoras de sus poéticas, conscientes de que los paseantes por la avenida costera que define en buen grado la fisionomía habanera plantearían problemas e interrogantes ante el desafío de descifrar significados, o simplemente se entregarían al disfrute de lo que encontrarían al paso.

Ciertamente muchas personas acuden sobreaviso y no solo hablo de artistas, promotores o visitantes profesionales que llegaron a la ciudad con motivo de la xiii Bienal, sino sobre todo de las personas que tienen en el Malecón un balcón dispuesto a la contemplación y el esparcimiento. En especial, de los vecinos de  Centro Habana, La Habana Vieja o el Vedado, que en días de asueto refrescan sus existencias junto al muro, no pocos de ellos enterados ya de la novedad de contar con una galería a cielo abierto.

En esta oportunidad, que la megaexposición lleva por título Escenarios líquidos, desmentida por la plasmación de las obras que convierten al Malecón en un escenario material muy concreto y fecundo, los creadores siguieron básicamente tres líneas de trabajo: una, la que privilegia el lenguaje conceptual; otra, la que da preponderancia a los aspectos lúdicos; y una tercera, muy apreciada por el público, la performática, es decir, la que propone acciones cíclicas o efímeras, de duración determinada.

Se destaca la obra de Arles del Río, cubano, que con su juego de mangueras de colores con agua presurizada implicó a niños y jóvenes en un toma y daca directo con el arte. Su título, Transfusión, resulta en verdad una plataforma para la comunicación. O la performance Plañideras que ríen, del cubano Roberto Fabelo Hung, que comprometió un numeroso grupo de actores y reunió a un numeroso público. Ambas acciones son una muestra de la acción obra de arte-público.

A medio camino entre el performance participativo y la reflexión conceptual, Basket people, de los españoles Martín y Sicilia, atrajo la atención de tantísimos cubanos aficionados al deporte. De la representación, tableros de baloncestos, a la interrogación, la operación estética está planteada, pues el público se pregunta cómo y qué hacen en el blanco esas personas, a qué se exponen y si es posible intercambiar roles.

Los conceptos fluyen y encuentran respuestas posibles en varias de las obras. He sido testigo en la noche de cómo, después de tomarse una fotografía ante las realizaciones de los cubanos Roberto Diago y Eduardo Ponjuán, una acumulación simétrica y cuadrada que simula un contenedor erosionado por la intemperie y un muro inconcluso, geométricamente estructurado con relieves crípticos en cada uno de sus componentes, los paseantes tratan de hallar sentido a la memoria y comparan sus experiencias con lo que sugieren ambos artistas.

El Malecón es, como dice Juanito Delgado, el sofá más inclusivo y democrático de la ciudad, pero también cuentan sus edificaciones. Que algunos artistas convocados hayan preferido dialogar en la historia del patrimonio construido no solo es legítimo, sino también retador. Ha sido el caso de la peruano-estadounidense Grimanesa Amorós, una de las más valoradas artistas concurrentes a la XIII Bienal, con su instalación luminiscente.

Las palmas se las llevan, según mi apreciación, esta vez la escultura vidriada del español David Magán por sus dimensiones espectaculares y su estallido cromático en uno de los extremos del paseo, es como un imán que convida a la sorpresa que depara este escenario diverso. Al igual que el conjunto de esculturas de José Dávila, de México; Los Guardianes, del español  Xavier Mascaró  y la escultura Heraldo, un unicornio formidable del joven escultor cubano Gabriel Cisneros, situado al final del Prado en el Parque de los Enamorados.

Los españoles Martín y Sicilia subvierten el sentido de los tableros de baloncesto