© GRANMA INTERNACIONAL 1997. EDICION DIGITAL La Habana. Cuba
PROYECTO
EL PARTIDO DE LA UNIDAD, LA DEMOCRACIA Y LOS DERECHOS HUMANOS QUE DEFENDEMOS |
V Congreso del Partido Comunista
de Cuba
Octubre de 1997
Compatriotas:
Vamos hacia un nuevo Congreso del Partido, encuentro de todo el pueblo
cubano.
En momentos tan decisivos como los de hoy, José Martí definió
que "...el Partido existe, seguro de su razón, como el alma
visible de Cuba".
Martí fundó en 1892 el Partido único de los patriotas
de su tiempo, el Partido Revolucionario Cubano, para alcanzar la independencia
de Cuba y contribuir a la de Puerto Rico, hacer la guerra necesaria contra
el yugo colonial español, poner freno a los apetitos de Estados
Unidos y crear una república "con todos y para el bien de
todos" en la que se conquistaría "toda la justicia".
Siete décadas después, en los días gloriosos de Playa
Girón, surgió su legítimo heredero, el Partido Comunista
de Cuba, también seguro de su razón.
Para los cubanos, patria independiente, democracia genuina y socialismo,
están indisolublemente unidos. Nuestro Partido continúa al
de Martí y mantiene en alto, con firmeza, las banderas que nos legaron
los próceres y por las cuales han derramado su sangre tantos héroes
y mártires.
"El Partido es hoy el alma de la Revolución", ha
dicho Fidel Castro, su fundador y guía.
I. LA REVOLUCIÓN CUBANA ES UNA SOLA
La Revolución Cubana que comenzó en La Demajagua el 10
de octubre de 1868, es una sola hasta nuestros días. En ella son
inseparables los ideales de independencia nacional, justicia social y hermandad
entre los hombres.
Los iniciadores de nuestra Revolución dieron la libertad a sus esclavos,
lucharon contra un régimen colonial basado en la esclavitud y en
una cruel estratificación social. Desde el mismo año 1868
participaron en la gesta hombres surgidos de las capas más humildes
de la sociedad. Constituyeron la gran masa de combatientes y muchos alcanzaron
altos grados militares y relevantes posiciones en la conducción
de la guerra.
El pueblo compartió riesgos y sacrificios, y asumió el papel
protagónico en la forja de su destino. En la manigua y la emigración,
en el aula y el taller, buscó la unión indispensable y proyectó
la imagen de la nación deseada. Guáimaro y Baraguá,
Jimaguayú y La Yaya jalonaron ese proceso singular en medio de la
más feroz batalla contra España.
Factores diversos explican la radicalización social de nuestras
luchas por la independencia, iniciadas más de medio siglo después
que en el resto de América Latina. En nuestro caso, había
no solo que liquidar el yugo colonial sino enfrentar también los
afanes expansionistas de Estados Unidos. Era imprescindible derrotar además
a una oligarquía criolla que se unió a los colonialistas
o se hizo anexionista.
Cuba constituyó, y lo es aún, una de las piezas más
apetecidas por la clase dominante norteamericana. Uno de los primeros presidentes
del entonces naciente imperio, Thomas Jefferson, expresó con toda
claridad a inicios del pasado siglo el interés de poseer la Isla.
En 1820, bajo la presidencia de James Monroe, Estados Unidos proclamó
la teoría de la fruta madura, es decir, una vez separada Cuba de
España debía caer en poder de su vecino del Norte.
Los mandatarios que le sucedieron hasta el momento de la intervención
militar de 1898, reafirmaron esa política. Se recurrió a
presiones, ofertas de comprar la Isla y empleo de elementos anexionistas
criollos.
El gobierno estadounidense se opuso y logró anular la propuesta
para expulsar a España de Cuba que El Libertador Simón Bolívar
llevó al Congreso de Panamá de 1826; asimismo conminó
a México y Colombia, en términos muy enérgicos, a
que se abstuvieran de realizar cualquier tipo de expedición contra
el dominio colonial en la Isla.
Con el ánimo de lograr sus propósitos anexionistas, los intereses
esclavistas norteamericanos financiaron a mediados del siglo XIX dos expediciones
armadas, que encabezó Narciso López. Sin embargo, desde entonces
Estados Unidos se opuso invariablemente a las que organizaban los patriotas
emigrados para liberar a Cuba.
El enemigo inmediato a vencer era la metrópoli española.
Pero el más peligroso para nuestra nación lo constituía
ya el imperialismo norteamericano.
Carlos Manuel de Céspedes pudo descubrir en la etapa inicial de
la Guerra Grande que "apoderarse de Cuba" era "el
secreto" de la política estadounidense.
Martí supo apreciar la dimensión de esa amenaza, denunciarla,
organizar a los patriotas para enfrentarla y ofrendar en esa lucha su vida
ejemplar. En su testamento político, poco antes de caer, lo advirtió:
"...ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por
mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos
con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que
se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza
más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta
hoy, y haré, es para eso."
La guerra del 95 conducía inexorablemente al fin del colonialismo
español. La invasión desde oriente dirigida por Máximo
Gómez y Antonio Maceo, extraordinaria proeza militar, extendió
la contienda a todo el país y con las campañas que realizaron
en el occidente y centro de la Isla dieron un golpe determinante al ejército
de la corona española, desmoralizado y en franca bancarrota.
En 1898 se produjo la sospechosa y nunca aclarada, explosión del
acorazado Maine en la bahía de La Habana, pretexto que abrió
las puertas a la intervención militar de Washington en la colonia
que ya España tenía virtualmente perdida.
Después que Estados Unidos declaró la guerra a España,
hecho calificado por Lenin como la primera guerra imperialista de la historia
contemporánea, los norteamericanos se dedicaron durante tres meses
a bloquear y hostigar las costas y puertos cubanos, agravando las penurias
que la población sufría desde la Reconcentración de
Valeriano Weyler.
Luego centraron los esfuerzos en lo que resultaron sus acciones fundamentales:
la destrucción de la escuadra del almirante Cervera, anclada en
la bahía de Santiago de Cuba, y la toma de la ciudad, que ya estaba
sitiada por los mambises y cuya liberación era solo cuestión
de tiempo.
El ocupante yanqui, tras la rendición de las huestes españolas
allí acantonadas no permitió que entraran a la ciudad las
tropas bajo el mando de Calixto García, cuyo aporte había
sido decisivo para el desembarco de los norteamericanos y los combates
de Santiago.
Estados Unidos arrebató a Cuba la independencia por la que habían
luchado durante tres décadas, machete en mano, cientos de miles
de sus hijos, sin escatimar ríos de sangre y enormes sacrificios
de familias enteras.
Nuestra nación fue objeto de la más infame transacción
y excluida de los arreglos que pusieron fin a la guerra que ella había
ganado. A sus espaldas, Estados Unidos y España negociaron y conciliaron
intereses hasta culminar en la firma del Tratado de Paz de París.
Caídos ya Martí y Maceo, la disolución del Partido
Revolucionario Cubano por Estrada Palma facilitó la labor divisionista
de los yanquis. Ellos lograron durante su primera ocupación militar
(1899-1902) el licenciamiento del Ejército Mambí, es decir,
completaron el desarme político y militar del independentismo lo
que posibilitaba implantar en la Isla un modelo de sociedad neocolonial.
El comportamiento de los ocupantes correspondió desde su llegada
a la más pérfida estrategia anticubana.
Habían transcurrido más de dos meses después del cese
de los combates y la situación era registrada así en su diario
por Máximo Gómez: "Aquí se me ha reunido todo
un pueblo hambriento y desnudo. La situación es, por demás
aflictiva. Según lo pactado entre España y los Estados Unidos
la evacuación por parte de los españoles, de la isla, se
hará despacio y cómodamente, para después ocuparla
los americanos. Mientras tanto, a los cubanos nos ha tocado el despoblado
y por premio de nuestros servicios, de nuestro cruento sacrificio, el hambre
y la desnudez, que hubieran sido más soportables en plena guerra
que en esta paz, donde no nos es permitido ostentar nuestros laureles tan
bien conquistados."
La gesta gloriosa protagonizada por las tropas mambisas, fue dolorosamente
sellada en 1899 con la entrega de las armas al ocupante extranjero, a cambio
de 75 pesos para cada uno de sus combatientes.
En un periódico cubano de la época, La Discusión,
apareció la siguiente opinión:
"Exigir del soldado cubano, entre bayonetas extranjeras, que entregue
su arma y su equipo a cambio de un puñado de monedas es una humillación
que nadie tiene derecho a imponerle... menos que nadie el poderoso que
se titula aliado suyo y pretende todavía que le tengamos por amigo
de los cubanos."
El Cuerpo de Voluntarios que había servido al ejército colonial
español, no fue desarmado y las propiedades de los colonialistas
y sus cómplices fueron protegidas por el invasor.
El imperio, que ya tenía importantes intereses en la isla, aprovechó
su ocupación militar para acaparar totalmente el negocio de la exportación
del azúcar y el 90 por ciento de la del tabaco. Obtuvo ilegales
y gratuitas concesiones de todos los recursos mineros del país conocidos
hasta entonces. Adquirió grandes extensiones de tierra mediante
la compra a precios irrisorios o el desalojo de decenas de miles de campesinos,
muchos de ellos soldados y oficiales del Ejército Mambí.
Sentó las bases para la creciente penetración en los servicios
públicos, la producción y las finanzas hasta lograr el control
total de la economía de la neocolonia.
Impuso, además, mediante el chantaje, la Enmienda Platt que consagraba
como un brutal derecho de Estados Unidos el de intervenir a su antojo en
Cuba y establecer la Base Naval yanqui en Guantánamo.
A la vez, propició en medio de su ocupación militar unas
fraudulentas elecciones en las que apenas participó el 7 por ciento
de la población e instaló al frente de aquella ficción
de república independiente un gobierno pronorteamericano, integrado
por personeros de la oligarquía azucarera, por políticos
que habían colaborado con el colonialismo español y la intervención
yanqui, y unos pocos renegados que traicionaron la causa mambisa.
Sobrevino una larga etapa en la cual el pueblo siguió marginado
del poder político, privado de los más elementales derechos
humanos. La discriminación del negro y la mujer formaban parte de
la naturaleza del sistema, lo mismo que la opresión, la explotación,
la miseria, el hambre, el desempleo, el analfabetismo, el negocio de la
prostitución y del juego.
Ninguno de los gobiernos oligárquicos hizo algo verdaderamente sustancial
en favor del pueblo. Todo se limitaba a las consabidas promesas demagógicas
durante las campañas electorales. El ejercicio de la política
servía para remachar el yugo extranjero y propiciar la corrupción
de los gobernantes.
Solo existía una posibilidad y una remota esperanza: continuar la
revolución de Céspedes y Martí y llevarla a su culminación.
Los ideales de independencia y justicia del siglo XIX se enriquecieron,
a lo largo de la república neocolonial, con las ideas de otros grandes
revolucionarios del mundo. En los hombres y mujeres de pensamiento avanzado,
la conciencia patriótica se hizo sinónimo del más
radical antimperialismo y de la necesidad de cambiar el sistema social
desde sus bases.
A lo largo del presente siglo sucesivas generaciones fueron capaces de
reproducir el heroísmo y el sacrificio de los mambises. Su convicción
en la victoria se fundamenta, como expresó Ignacio Agramonte, en
la vergüenza de los cubanos.
Finalmente logramos conquistar "la patria de hermandad y justicia"
que diseñó el Apóstol.
El primero de enero de 1959 no sucedió lo mismo que a fines del
siglo pasado: esta vez los mambises sí entraron en Santiago. Los
cubanos fuimos al fin dueños del destino de la nación. A
partir de ahí se inició el duro enfrentamiento bilateral
con Washington que se mantiene.
La confrontación empezó el mismo día que cayó
la tiranía de Batista. Sus más connotados asesinos, torturadores
y malversadores encontraron refugio seguro en el territorio de Estados
Unidos y el apoyo de su gobierno.
Al mismo tiempo tergiversaron calumniosamente los juicios ante los tribunales
cubanos de los esbirros de Batista que no pudieron escapar, culpables de
las más brutales violaciones de los derechos humanos. Continuaba
así el apoyo de la Casa Blanca a la dictadura batistiana.
Desde entonces comenzaron sus campañas de calumnias encaminadas
a crear una imagen falsa de nuestra realidad. No han dejado de realizarlas
y multiplicarlas, como demuestra la guerra radial expresada en unas 1 500
horas de transmisión que como promedio emiten semanalmente contra
nuestro país.
La política invariable de Washington ha sido reconquistar a Cuba
con el empleo de cualquier vía o método, sin observar principio
ético alguno, con absoluto desprecio a nuestra soberanía
nacional.
Las más altas instancias del gobierno norteamericano promovieron
la guerra sucia contra nuestro país a poco de alcanzada la libertad
definitiva. El propio Presidente de Estados Unidos tuvo que admitir, públicamente,
su responsabilidad por la agresión de Girón. La CIA ha estado
involucrada en la preparación de numerosos atentados contra los
dirigentes de la Revolución, incursiones aéreas y navales
piratas, fechorías de bandas y grupos terroristas. Se ha empleado
además contra Cuba la agresión biológica, cuyo ejemplo
más reciente es la aparición de una nueva plaga que daña
gravemente numerosos cultivos.
En mayo de 1959, la Reforma Agraria desató la furia imperialista
contra Cuba. Al año siguiente, los elementos esenciales de la política
norteamericana de bloqueo ya habían sido desplegados con toda claridad,
mientras estaban en marcha los preparativos de agresión militar.
En febrero de 1962, la Casa Blanca suspendió totalmente el comercio
y presionó a otros países para que la secundaran, e intensificó
su campaña de aislamiento diplomático de Cuba en el hemisferio
occidental.
La Revolución, lejos de retroceder ante la escalada yanqui prosiguió
las transformaciones dirigidas a rescatar la riqueza nacional y avanzar
hacia una mayor justicia social. Fueron dictadas las leyes de nacionalización
en ejercicio de nuestra soberanía, de acuerdo con el derecho internacional
y con el apoyo unánime de nuestro pueblo.
La firmeza y la unidad del pueblo sobresalieron durante la Crisis de Octubre,
bajo la amenaza nuclear de Estados Unidos.
Gracias al intercambio económico justo con la Unión Soviética
y otros países socialistas, y a su solidaridad, logramos disminuir
de manera considerable los crecientes efectos del bloqueo, y evitar que
se concretara el plan estadounidense de paralizar la economía nacional
y sumir en el hambre a nuestro pueblo.
A partir del año 1989, se iniciaron los acontecimientos que finalizarían
con el derrumbe del socialismo en Europa y la disolución de la Unión
Soviética. Cuba perdió de golpe el 85 por ciento de su capacidad
de compra y su Producto Interno Bruto se redujo drásticamente. En
Washington creyeron llegado el momento de reforzar el bloqueo para poner
fin a la Revolución Cubana, lo que empezaron a vaticinar como inminente.
En octubre de 1992 fue promulgada la ley Torricelli, caracterizada por
el uso de "dos carriles".
Por una parte, prohíbe nuestras transacciones con filiales de empresas
norteamericanas en terceros países, e impide que barcos que arriben
a Cuba lo hagan por seis meses a puertos de Estados Unidos y, por otra,
utiliza modalidades más sutiles, principalmente en esferas relacionadas
con la ideología, con la intención de corroernos por dentro
y atraer a elementos que ellos clasifican como "más vulnerables",
ingenuos o poco alerta.
En dos palabras, al recrudecimiento del bloqueo suman una clara intención
subversiva interna que, juntas, pretenden el invariable objetivo estratégico
de destruir la Revolución.
El bloqueo es también expresión de un hegemonismo que el
mundo rechaza. Cada año, con votación siempre creciente,
la Asamblea General de la ONU demanda que se le ponga fin.
Hay que tener presente que el peligro de una agresión militar no
ha desaparecido, aunque parece que esta variante ha cedido por ahora su
espacio a otras. Estados Unidos conoce muy bien que una invasión
a Cuba significaría para ellos un alto costo en vidas humanas. La
experiencia histórica indica que ante la forma solapada en que actúa
nuestro enemigo, no debemos descuidarnos ni un instante y mantener sólida
nuestra defensa. Lo inaceptable para ellos es la existencia misma de la
Revolución Cubana.
En medio de incontables dificultades, el país ha logrado en estos
últimos años detener la caída de su economía
y adoptó las medidas necesarias para iniciar su recuperación
y encontrar nuevos mercados y socios económicos y comerciales.
Ante el evidente fracaso de su política, Estados Unidos promulgó
la llamada ley Helms-Burton que refuerza aún más el bloqueo,
establece nuevos castigos a los que inviertan en Cuba o comercien con ella
y establece sin el menor pudor los pasos a dar para transformarla en una
colonia de Washington, incluidos sus planes subversivos internos y que
comprenden el financiamiento y apoyo material a los grupúsculos
contrarrevolucionarios.
Con esa ley quedan claramente desenmascarados los verdaderos propósitos
del imperialismo al pretender dictar cómo tendría que ser
el futuro de Cuba, incluso después que hubiese alcanzado lo que
jamás lograrán: la derrota de la Revolución.
Es así como establece que el feroz bloqueo económico, comercial
y financiero seguiría en vigor hasta que se completase la "devolución"
a los batistianos, explotadores, ladrones, antiguos dueños yanquis
y a sus herederos, de las propiedades que hoy son del pueblo, incluidas
las tierras, viviendas, hospitales, centros de trabajo y de estudio.
El documento emitido el pasado enero por el presidente norteamericano William
Clinton, en cumplimiento de dicha ley, confirma desvergonzadamente esas
intenciones y las describe en detalle.
Cuba enfrenta hoy el mayor desafío de su historia: el país
más poderoso del mundo, su enemigo secular, ha convertido en política
oficial, y la expone abiertamente, su intención de liquidar a la
nación cubana y esclavizar a su pueblo.
Se trata no solo de un enorme reto para los cubanos de hoy. Es sobre todo
una terrible amenaza para las generaciones futuras. Frente a él
tenemos la obligación insoslayable de fortalecer nuestra unión
y la voluntad de resistir y multiplicar nuestros esfuerzos en todos los
terrenos.
Hoy está más claro que nunca, que Revolución, Patria
y Socialismo son una y la misma cosa.
En Cuba no habrá restauración del capitalismo porque la Revolución
no será derrotada jamás. La Patria seguirá viviendo
y seguirá siendo socialista.
La obra creadora de la Revolución
El primero de enero puso fin a las violaciones flagrantes, masivas y sistemáticas
de los derechos humanos que caracterizaron al régimen proyanqui
de Batista y que tan frecuentes han sido bajo los gobiernos satélites
de Estados Unidos en América Latina.
Después del triunfo de la insurrección, no ha habido entre
nosotros un solo crimen político, un torturado, un desaparecido.
No hubo más obreros y estudiantes reprimidos, ni campesinos extorsionados
o desalojados.
La Revolución se siente orgullosa del historial que puede mostrar
en el terreno de los derechos humanos. Le dio al cubano una patria libre,
independiente y democrática, donde impera la dignidad plena del
hombre.
Conquistamos el derecho a la vida. La mortalidad infantil pasó de
más del 60 por mil nacidos vivos a menos de 8 en el presente, y
la esperanza de vida aumentó en unos veinte años al llegar
a más de 75, cifras que nos sitúa en el primer lugar del
Tercer Mundo y que son comparables a las existentes en países altamente
industrializados.
Conquistamos el derecho a la educación: de un país con más
del 40 por ciento de analfabetos pasamos a un nivel de noveno grado de
escolaridad como promedio y a tener la más alta proporción
de maestros por habitantes, lo que también ocurre con los médicos.
Son estremecedores los datos sobre los niños que en el mundo no
tienen hogar, escuela ni asistencia médica; que están sometidos
a agotadoras jornadas laborales, e incluso a formas de esclavitud, vendidos,
utilizados en el negocio de la prostitución y la pornografía,
víctimas del contrabando de órganos humanos. Ninguno de esos
niños es cubano.
Cuba ha hecho el máximo en defensa del empleo y la seguridad social
para los trabajadores. Ni un solo cubano ha sufrido desamparo en los últimos
38 años.
La Revolución destruyó las bases institucionales del racismo
y de toda discriminación, y trabaja sin descanso por la incorporación
activa y plena de los cubanos a la vida del país independientemente
del color de la piel, del sexo, de las creencias religiosas.
La Revolución abrió las puertas de la igualdad, el trabajo
y el estudio para las mujeres. Antes de 1959 apenas llegaban al 12 por
ciento de la fuerza laboral, y muchas de ellas en el servicio doméstico.
Hoy, un 42 por ciento de la fuerza laboral del país es femenina,
y constituye el 60 por ciento del total de los técnicos de nivel
medio y universitario.
En nuestro país, como establece la Constitución socialista,
existe libertad para todas las religiones. El IV Congreso aprobó
el ingreso al Partido de revolucionarios con creencias religiosas.
La Revolución ha defendido particularmente los derechos de ancianos
y minusválidos.
Nuestros logros en salud, educación, nuestras hazañas deportivas,
el avance alcanzado en el terreno del arte y la cultura en general, el
desarrollo en el campo de las ciencias, son reconocidos internacionalmente.
Sin embargo, lo conquistado va más allá.
La Revolución humanizó el trabajo en los puertos y en los
almacenes de azúcar, en la construcción y otros sectores.
Creó la Marina Mercante y una flota pesquera, y desarrolló
la aviación civil.
Como propiedad de la nación, se construyeron numerosas industrias
en muy diversas ramas de la economía.
En cuanto a la vivienda, una de las primeras medidas de la Revolución
fue la ley que redujo los alquileres a la mitad. Con la Ley de Reforma
Urbana, el pago del alquiler se convirtió en amortización
de la adquisición del inmueble, por lo que la inmensa mayoría
de la población es propietaria de su vivienda o está en camino
de serlo. Ya un 85 por ciento la amortizó.
Cambió radicalmente la vida rural. Doscientos cincuenta mil campesinos
recibieron el título de propiedad de la tierra que laboran en forma
individual o colectiva, según su voluntad.
Los obreros agrícolas obtuvieron trabajo estable y debidamente remunerado
en las empresas estatales que se crearon en los grandes latifundios nacionalizados.
La escuela, el médico, la luz eléctrica, entre otros beneficios
sociales, llegaron a todos los rincones de Cuba. La Revolución mecanizó
la mayor parte del corte de caña, la cosecha de arroz, el laboreo
de la tierra.
Nuestro país se llenó de carreteras y caminos, así
como de obras hidráulicas para uso productivo; se implantaron el
ordeño mecánico, la aviación agrícola, técnicas
desconocidas en el medio rural. Los bosques fueron protegidos y se ha hecho
crecer considerablemente la masa boscosa existente en la etapa prerrevolucionaria.
En las montañas surgieron filiales universitarias.
Todos esos logros los alcanzamos sin que cesara un solo minuto la hostilidad
norteamericana.
El conjunto de transformaciones y lo alcanzado hasta el Período
Especial hubieran permitido desarrollar con éxito el programa alimentario
trazado por el proceso de rectificación de errores y tendencias
negativas. Sin negar que padecíamos de ineficiencia, paternalismo
y otros males.
Al llegar el Período Especial cambiamos la forma de producir. Se
otorgó a los obreros agrícolas la tierra en usufructo para
organizar la producción cooperativa y se les traspasaron plantaciones
y medios de producción, con facilidades de pago.
Más de tres millones de hectáreas pasaron a las Unidades
Básicas de Producción Cooperativa. Predomina en la rama agropecuaria
la producción cooperativa campesina y obrera, coexistiendo la empresa
estatal, la cooperativa y el agricultor privado.
Después de tres décadas de un nivel de vida que aunque relativamente
modesto iba en gradual avance, con indicadores de bienestar, igualdad y
orden social sin parangón en el Tercer Mundo, la vida cotidiana
del pueblo se tornó de súbito muy diferente. Llegaron los
días difíciles actuales en que predominan las carencias materiales,
se produce una indeseada diferenciación social y aumentan las ilegalidades,
todo lo cual daña nuestros valores.
En su informe al V Pleno del Comité Central el Buró Político
vinculó el trabajo político-ideológico con la situación
radicalmente nueva del Período Especial.
"Tenemos, y tendremos socialismo" —dice el informe aprobado por
el CC—. "Pero el único socialismo en Cuba ahora posible, requiere
asimilar de forma creciente factores tan difíciles de conducir como
las relaciones monetario-mercantiles e incluso determinados elementos capitalistas..."
Sin renunciar a su rumbo socialista, Cuba debe insertarse en la economía
mundial, dominada por las transnacionales, caracterizada por el intercambio
desigual, y en mercados internacionales inundados de productos donde la
competencia es cada vez más difícil.
Los retos que ello plantea para cualquier país del Tercer Mundo,
se multiplican en el caso de Cuba, excluida de las instituciones del sistema
financiero internacional y sometida a una feroz guerra económica
por parte de Estados Unidos. Carecemos de créditos a largo y mediano
plazos y debemos pagar elevados intereses por créditos comerciales
a corto plazo.
Nuestra apertura económica conlleva la creación de empresas
mixtas y otras formas de asociación con el capital extranjero, cuyo
fomento Estados Unidos trata de entorpecer. Sin embargo, el esfuerzo principal
es nuestro. Tendremos solo aquello que seamos capaces de crear. Si trabajamos
mejor cada día avanzaremos más por mucho que se prolongue
la hostilidad del imperio.
La lista de los problemas es enorme. Las limitaciones en alimentación,
vestido, calzado, medios de higiene y medicamentos; los apagones y la carencia
de combustible doméstico; las graves dificultades en transporte,
vivienda y servicios comunales, han puesto a prueba la voluntad heroica
de nuestro pueblo, que resiste con abnegación y estoicismo esas
penurias.
Toda desidia, todo despilfarro, toda actitud burocrática, toda tolerancia
con el robo de materias primas y artículos, favorecen el bloqueo
enemigo y debemos combatirlos resueltamente.
Objetivos estratégicos permanentes ahora decisivos son: ahorrar
en todo, rebajar costos, lograr mayor eficiencia en la producción
y los servicios.
Las tareas concretas están claras. Continuar la batalla alimentaria.
Alcanzar el mejor resultado posible en cada zafra, y una labor óptima
en la siembra y cultivo de la caña. Lograr un salto en la construcción
y una mayor explotación de instalaciones turísticas. Obtener
la utilización más eficiente de portadores energéticos,
sustituir importaciones e incrementar exportaciones. Avanzar en la aplicación
de la política tributaria y el saneamiento de las finanzas internas.
Ante nuestra dura realidad solo cabe la conducta patriótica y revolucionaria
de trabajar más y mejor.
II. EL PARTIDO DE LA UNIDAD
La primera epopeya por la liberación del yugo colonial, la Guerra
de los Diez Años, fracasó fundamentalmente por la falta de
unidad de los mambises.
En desunión entre sí andaban la Cámara de Representantes,
el Gobierno de la República en Armas y el Ejército Libertador.
Tampoco se logró el mando único sobre todos los territorios
en campaña.
La división fue la causa principal que condujo al claudicante Pacto
del Zanjón, la indigna paz sin independencia ni abolición
de la esclavitud. Maceo en la Protesta de Baraguá salvó la
honra y dignidad de los cubanos y su gesto fue desde entonces paradigma
de intransigencia revolucionaria de la nación.
Igual suerte trágica, también por el divisionismo, en el
cual primaron el factor racial y la falta de una preparación adecuada,
corrió la Guerra Chiquita que estalló a continuación
de la Guerra Grande.
Martí, interpretando la necesidad histórica de unidad, derivada
de esas dramáticas experiencias, creó y encabezó el
Partido Revolucionario Cubano. Llevó a cabo una obra mo-numental
encaminada a cohesionar a los gloriosos veteranos y a los pinos nuevos,
y superar las contradicciones de diverso carácter existentes en
las filas de los patriotas para reanudar con éxito la guerra necesaria.
Maceo, por su parte, había llegado también a la conclusión
de la urgencia de un partido único de la independencia y siempre
fue defensor de la unidad.
En carta a Martí de 1888, el Titán de Bronce afirma que la
unión de los cubanos ha sido "el ideal de mi espíritu
y el objetivo de mis esfuerzos" (...), "sin ella serán
estériles todos nuestros sacrificios, y se ahogarán siempre
en sangre nuestras más arriesgadas empresas".
Gómez aceptó el ofrecimiento del Partido, que lo nombraba
General en Jefe de la guerra en preparación y suscribió con
Martí el Manifiesto de Montecristi, programa de la Revolución
que había estallado el 24 de febrero de 1895.
La misma actitud resueltamente patriótica asumieron los más
prestigiosos jefes militares de las anteriores contiendas.
En el medio proletario de la emigración cubana, en el que Martí
forjó las sólidas bases del Partido, se destaca la adhesión
del marxista Carlos Baliño, líder de los torcedores de Tampa
y Cayo Hueso.
Solo la unidad de los revolucionarios puede conducir a la unidad del pueblo.
Ella requiere un solo partido, antes como ahora asentado en los trabajadores.
La división entre los patriotas cubanos facilitó la implantación
por los yanquis del modelo neocolonial en Cuba.
La neocolonia se distinguió inicialmente por la mascarada del bipartidismo
entre los llamados liberales y conservadores. Con el tiempo proliferaron
numerosos partidos políticos con características similares,
solo el nombre era diferente.
El pluripartidismo perseguía dividir a los explotados y oprimidos
y sembrar la ilusión de que había democracia. También
actuaban las inevitables rivalidades de politiqueros envueltos en conflictos
por el saqueo del erario público, las que propiciaron una segunda
ocupación militar norteamericana en el año 1906.
El síndrome de la Enmienda Platt y la amenaza de la intervención
de las tropas del Norte gravitaron negativamente sobre la conciencia patriótica.
Hacia los años 20, estallaron encendidas protestas de estudiantes,
intelectuales y trabajadores. Surgieron las primeras organizaciones sindicales
nacionales, con figuras como Alfredo López.
En 1925 un grupo de revolucionarios comprendió que la clase obrera
debía romper el monopolio político de la oligarquía
y crear su propio partido. Baliño y Julio Antonio Mella, el gran
líder estudiantil, fueron sus fundadores.
El primer partido marxista-leninista se consagró a divulgar las
ideas del socialismo científico, alentar la creación de sindicatos
clasistas y dirigirlos en incesante lucha, así como organizar al
pueblo en el combate por la liberación nacional y social. En aquella
lucha se forjaron líderes incorruptibles como Jesús Menéndez
y Lázaro Peña.
Todos los demás partidos de la república neocolonial, incluso
los que tuvieron figuras honestas que tenazmente impulsaban proyectos reformistas,
para no hablar de los reaccionarios, eran incapaces de representar los
intereses de más largo alcance del pueblo trabajador.
Esos intereses exigen la conquista revolucionaria del poder para poner
fin a la dependencia de Estados Unidos y a la explotación capitalista
y lograr, mediante una nueva conciencia social, la elevación espiritual
del hombre a su condición natural de hermano del hombre.
En la memoria del pueblo cubano, el pluripartidismo correctamente se asocia
a la politiquería, injusticias, abuso, promesas demagógicas
siempre incumplidas, fraude, corrupción, envilecimiento de la política.
Cada cierto tiempo aquella democracia formal y hueca, buena solo para los
ricos y sus cómplices, era quebrada por regímenes tiránicos
surgidos de las mismas fuerzas que dominaban la vida nacional y así
Cuba padeció los más prolongados y sangrientos con Gerardo
Machado y Fulgencio Batista.
De nuestra propia experiencia histórica ha brotado, pues, la gran
lección: sin la unidad, nada pueden alcanzar en su lucha los revolucionarios
y el pueblo.
Durante la república dependiente no fue posible lograr un partido
único de los revolucionarios y menos que influyera decisivamente
en el conjunto de la nación, dividida por clases sociales antagónicas
y niveles muy diferentes de conciencia.
La falta de una vanguardia unida y de unas fuerzas armadas propias del
pueblo, frustró los grandes objetivos de la Revolución de
1933 contra Machado.
Por una parte luchaban los comunistas, lidereados por Rubén Martínez
Villena, impulsores de la huelga general obrera que condujo al derrocamiento
del "Asno con Garras". Por la otra, la fuerza representada por
Antonio Guiteras, también firmemente antimperialista, de mucha autoridad
entre los estudiantes y sectores medios. No lograron unirse y la Revolución
pudo ser aplastada por Batista y la embajada norteamericana.
Los sectores populares, en una situación mundial de resistencia
a las agresiones fascistas, lograron impulsar ciertas reformas democráticas
y la convocatoria de una Asamblea Constituyente.
Sin embargo, los principios progresistas en la Constitución de 1940,
como la abolición del latifundio y la discriminación racial,
nunca se cumplieron porque faltaron las leyes complementarias al oponerse
las clases dominantes. Esto solo era posible a través de una verdadera
y profunda revolución social.
El pueblo cubano padeció a lo largo de varias décadas esos
fenómenos y acabó asqueándose de tan repugnante politiquería.
En ese sentimiento generalizado ganó una enorme audiencia la prédica
moralizadora del máximo líder del Partido Ortodoxo, Eduardo
Chibás, quien con el sacrificio de su vida reveló la imposibilidad
de barrer con la corrupción dentro del régimen social existente,
lo que pronto comprendería la vanguardia juvenil de esa organización.
Al evidenciarse en los años 50 la permanente crisis estructural
del neocolonialismo en Cuba y temer al movimiento popular en alza, el imperialismo
acudió a la solución reaccionaria con la vuelta al mando
de su viejo servidor, el general Batista, y puso fin como opción
legal al pluripartidismo.
Esto no fue un hecho aislado sino una política de Washington, aplicada
cada vez que, por distintas razones, resultó conveniente a sus intereses
en América Latina. Para ello ha recurrido a diversos métodos,
entre otros el empleo directo de sus fuerzas armadas, como en República
Dominicana, en 1965, o a través de la acción de la CIA, como
en Guatemala, en 1954, y Chile, en 1973.
En su alocución del 10 de marzo de 1952, Batista, con su habitual
cinismo y prepotencia, tras dar el golpe de Estado declaró: "...en
Cuba los partidos políticos se habían olvidado de que existían
tres partidos, el partido amarillo, el partido azul y el partido blanco..."
en clara referencia al ejército, la policía y la marina de
guerra.
Ninguna agrupación política burguesa se enfrentó consecuentemente
al régimen de Batista. La actitud de esas agrupaciones osciló
entre el apoyo al régimen, la solicitud de migajas de poder y condenas
verbales sin acciones efectivas o el llamado quietismo. Algunas figuras,
individualmente, mantuvieron una postura vertical y fueron víctimas
de la tiranía.
El Partido Socialista Popular (PSP) condenó el carácter proimperialista
del golpe, pero estaba aislado en medio del anticomunismo de la Guerra
Fría y la represión de que era víctima. Se enfrentó
con decisión al régimen castrense pero no halló la
vía que podría conducir a derrocarlo.
El régimen batistiano contó todo el tiempo con el apoyo del
gobierno de Estados Unidos.
Cuando parecía que no habría salida a la gravísima
situación en Cuba, cuando mayoritariamente el pueblo no creía
en nada ni en nadie, todo empezó a cambiar el 26 de Julio de 1953.
El asalto a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Céspedes,
de Bayamo, marcó el surgimiento de cuatro elementos que serían
los decisivos para hacer la Revolución. Nuevos dirigentes jóvenes
encabezados por Fidel Castro, quien ya poseía conciencia martiana
y marxista-leninista; una nueva organización de vanguardia; la táctica
de la lucha armada popular, y un programa capaz de unir en la acción
a todo el pueblo, presentado ante sus jueces por el Jefe de aquella necesaria
"carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones".
En su alegato, conocido como La historia me absolverá, el
Jefe de la Revolución proclamó que el autor intelectual de
la heroica acción fue José Martí.
La lucha armada se reinició con la llegada del Granma a las
costas de Oriente. Con Fidel y otros supervivientes del Moncada, como Raúl
y Almeida, y valiosos nuevos combatientes, como Camilo y el Che, luego
de reveses iniciales, y de afrontar obstáculos sobrehumanos, el
Ejército Rebelde se reorganizó en la Sierra Maestra.
Mientras, en el llano, crecía la acción clandestina: Frank
País es su ejemplo más alto. Por las huellas de Mariana Grajales,
las cubanas se entregaron a la lucha. Celia Sánchez simboliza la
presencia abnegada de la mujer en la Revolución.
José Antonio Echeverría, presidente de la Federación
Estudiantil Universitaria, creó el Directorio Revolucionario, que
llevó a cabo en 1957 el audaz asalto al Palacio Presidencial, como
hecho sobresaliente de su activa lucha contra la tiranía.
Desde la clandestinidad el PSP, dirigido por Blas Roca, y la Juventud Socialista
continuaron denunciando al régimen y promoviendo la unidad.
Las fuerzas revolucionarias se identificaron en la acción para la
conquista del poder, al tener principios patrióticos comunes, servir
al pueblo, cuyo repudio a la tiranía se expresaba de mil modos,
y finalmente coincidir en aceptar el papel decisivo del Ejército
Rebelde, nacido de las filas del Movimiento 26 de Julio y forjado en 25
meses de cruenta guerra liberadora.
Luego del triunfo de la insurrección, en medio de la más
intensa lucha de clases, pero ahora con el poder en manos del pueblo laborioso
y su Ejército Rebelde, los periódicos de la oligarquía
se quedaron sin lectores y los partidos burgueses desaparecieron del escenario
nacional sin que mediara ley revolucionaria alguna para prohibirlos. Estaban
sumidos en el más absoluto desprestigio por su historial corrupto
y sus vínculos con el sistema neocolonial.
Los politiqueros marcharon al Norte, donde mantuvieron las gastadas imágenes
de sus agrupaciones, con la esperanza de regresar detrás de las
bayonetas yanquis. Bien pronto la CIA reclutó a muchos de ellos
y los puso al servicio de sus criminales planes, y desde entonces, estos
y sus seguidores, sirven a la causa ignominiosa del anexionismo.
Fueron disueltos el Ejército y la Policía antinacionales,
y los demás órganos de represión, que durante la existencia
de la república neocolonial, robaron, oprimieron, atropellaron y
asesinaron al pueblo. Los cuarteles fueron convertidos en escuelas y recuperados
cuantiosos bienes malversados. Comenzaba a desmantelarse el podrido aparato
estatal burgués.
Los líderes de la Revolución victoriosa comprendieron que
estaban por llegar los momentos más complejos y peligrosos, pues
inexorablemente deberían hacer frente al enemigo histórico
de Cuba y a la contrarrevolución a su servicio.
En aquellas circunstancias cobró fuerza el proceso de unión
de los revolucionarios, quienes acordaron avanzar hacia la formación
del Partido único, como la vía ideal y más segura
de alcanzar la unidad permanente del pueblo.
Surgieron las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) con la fusión
del Movimiento 26 de Julio, el Partido Socialista Popular y el Directorio
Revolucionario 13 de Marzo.
Quienes desde estas tres organizaciones habían enfrentado heroicamente
al terror de la tiranía y mantenido los principios, constituyeron
lógicamente el núcleo medular del nuevo Partido. Ostentan
la distinción de Fundadores.
Revolución triunfante desató un movimiento de masas sin precedentes,
y fueron expulsados de los sindicatos los dirigentes mujalistas impuestos,
instrumentos de la patronal y la tiranía.
Las masas, intoxicadas durante largos años por la propaganda proimperialista,
anticomunista y antisoviética, aprendieron rápidamente, por
su propia experiencia, el engaño de que habían sido víctimas.
Sus enemigos, el gobierno de los Estados Unidos y las clases explotadoras
del país, quedaron desenmascarados desde el primer año de
Revolución.
En tales peculiares condiciones, la construcción del nuevo Partido
unido debía rehuir las concepciones dogmáticas, sin olvidar
la necesidad de una vanguardia.
Martí nos dio la clave: En una situación de auge de la conciencia
independentista, el clima revolucionario imperante y la inminencia de la
guerra necesaria, había que reunir "a los revolucionarios,
juntos en un plan inexpugnable, para la obra alta y sostenida, juntos,
en una organización sencilla y sana".
Con esa enseñanza martiana y la advertencia de Lenin acerca de que
el partido del proletariado en el poder "se constituye y desarrolla
seleccionando a los mejores elementos de la clase", se formó
nuestra vanguardia.
Al señalar a principios de la década del 60 los errores del
sectarismo cometidos en la formación de las ORI y aplicar creadoramente
las ideas de Martí y las de Lenin a las condiciones específicas
de Cuba en ese momento, Fidel hizo un aporte extraordinario a la teoría
y la práctica de la organización de un Partido revolucionario
en el poder, que en esa etapa pasó a llamarse Partido Unido de la
Revolución Socialista (PURS).
El Partido debía integrarse por hombres y mujeres ajenos a cualquier
sospecha de connivencia con la tiranía o la patronal, que aceptaran
voluntariamente pertenecer a él y suscribieran sus objetivos socialistas.
Ejemplares en el cumplimiento de todas las tareas que la Revolución
planteaba en el terreno de la defensa, la producción, el activismo
social. De probada honestidad e intachables en su conducta cotidiana en
el seno del colectivo, la comunidad y en la educación de sus hijos.
Tales cualidades que se requerían para integrar una genuina fuerza
de vanguardia, debían ser expuestas por las comisiones organizadoras
del Partido a los colectivos de trabajadores y propiciar que ellos señalaran
quiénes de sus compañeros poseían tales virtudes,
se entablara un amplio debate de opiniones y se decidiera por votación
los que reunían los méritos para formar la cantera de obreros
ejemplares.
Aun las comisiones analizarían con mayor profundidad e individualmente
a cada integrante de esta cantera, para formar las organizaciones partidistas
de base.
De esa manera, el núcleo del Partido constituía el espejo
de las mejores virtudes del colectivo de los trabajadores, devenía
su vanguardia, formada con la opinión de todos, constituía
el grupo de dirección revolucionaria del centro de trabajo.
En todos los casos, la opinión de las masas y no las decisiones
unipersonales ha sido, y es, la condición determinante para la selección
de los militantes.
También se construyeron los núcleos del Partido en el seno
de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior.
Hemos logrado forjar así un Partido de rigurosa selección
y al mismo tiempo, con gran autoridad y pleno apoyo de los trabajadores
e íntimamente vinculado a las masas. Para sus militantes no debe
haber ningún privilegio, solo mayor disciplina, sacrificio, más
tareas, responsabilidades, motivados por el amor a la patria y su ilimitada
lealtad al pueblo.
El inédito camino elegido necesariamente condujo, en los primeros
tiempos, a una organización numéricamente pequeña:
40 mil entre 1962-64, y a mantener un incremento gradual. El crecimiento
de sus filas sería un resultado del aumento del número de
los trabajadores y de la elevación de su conciencia revolucionaria.
En 1965, el PURS, que con tales métodos de masas había sido
capaz de erradicar la estrechez sectaria, tomó el nombre que definía
su objetivo final, Partido Comunista de Cuba. Se creó el primer
Comité Central y se unió la prensa revolucionaria en los
periódicos Granma y Juventud Rebelde.
Actualmente contamos con más de 770 mil miembros que representan
dignamente a las masas de trabajadores manuales e intelectuales, civiles
y militares, de la ciudad y del campo.
En algo más de tres décadas la militancia del Partido se
multiplicó casi 20 veces.
Esa formidable fuerza se suma a los alrededor de 500 mil jóvenes
comunistas, quienes también se rigen por principios selectivos de
ingreso y marchan unidos a los integrantes de nuestras organizaciones de
masas y sociales.
Nuestro Partido puede mostrar un método de selección que
se caracteriza por ser tan democrático como riguroso.
La calidad para el ingreso no lo es todo. Los militantes, agrupados en
sus organizaciones, tienen que trabajar activamente para aplicar la política
del Partido, en su medio laboral y social y ante las más disímiles
situaciones.
La vigilancia colectiva de la organización de base y de los organismos
de dirección, el permanente análisis crítico y autocrítico
en el seno de estos y la evaluación sistemática de los resultados
tangibles de cada militante o cuadro, constituyen las bases para corregir
las insuficiencias y errores individuales o generales, la separación
de las filas de quienes dejan de ser dignos de integrarlas, así
como para la promoción, democión y renovación de los
cuadros.
En el presente debemos continuar la consolidación de la justa política
de promover especialmente como cuadros, sin mecanicismos, a negros y mujeres,
de la misma forma que se ha estado haciendo respecto a los jóvenes,
lo que afianza la autoridad moral del Partido ante nuestro pueblo. El Partido
debe insistir en la aplicación de esa política en todas las
esferas de la sociedad.
El fortalecimiento en calidad y cantidad del Partido ha proseguido en los
duros años del Período Especial, pese al impacto ideológico
negativo del derrumbe del socialismo en la Unión Soviética
y en Europa del este y al agravamiento del criminal bloqueo yanqui con
sus terribles consecuencias para la situación material de la población.
¡En los últimos cinco años, han ingresado 232 mil
trabajadores ejemplares, es decir, el 30 por ciento de la actual militancia!
La experiencia demuestra cómo la acción del Partido ha
sido decisiva en la búsqueda de soluciones para enfrentar los efectos
de la crisis económica durante los últimos años. El
Partido está en condiciones, hoy más que nunca, de perfeccionar
su papel como guía de la sociedad cubana.
En el centro de la atención del Partido ha de estar la vida misma
del colectivo de trabajo o estudio, de la unidad militar, la comunidad,
el territorio. Allí donde la ejemplaridad de todos y cada uno de
los militantes se revela cotidianamente, la inercia no tiene cabida y el
estado político moral se fortalece.
Este es el Partido de todas las batallas.
El que tiene por ideología las enseñanzas de los geniales
maestros de los trabajadores Marx, Engels y Lenin, la doctrina martiana
y las ideas creadoras y el ejemplo de Fidel.
El que demanda de cada uno de sus integrantes pensar con su propia cabeza
y expresarse libremente en el seno de las organizaciones partidistas y
actuar unidos, como uno solo, una vez adoptado un propósito.
El que educa y aprende en su permanente contacto con el pueblo trabajador,
"pulsando sus opiniones, pulsando sus emociones...", como
señalara el Che.
El que tiene como estilo de trabajo conocer en todo momento las dificultades,
los criterios y las propuestas de las masas.
El que dirige a la nación cubana en la salvaguarda de la independencia
del país.
El que ha impulsado la obra de creación y justicia en este último
tercio de siglo.
El que ha educado a varias generaciones de revolucionarios en la fidelidad
sin límite a la Patria y en la causa del internacionalismo.
El que ha conducido con firmeza e inteligencia la resistencia del pueblo,
héroe colectivo de la epopeya que Cuba escribe en la última
década del siglo XX.
El que jamás retrocede ante los peligros y confía plenamente
en la victoria final.
El enemigo combate a nuestro Partido, no porque sea el único, sino
porque su existencia y labor garantiza la unidad de nuestro pueblo.
El pueblo cubano decidió tener un partido único precisamente
para alcanzar la unidad nacional revolucionaria, sin la cual le sería
imposible defender su patria libre, democrática, socialista.
Haber creado el Partido de la unidad de los cubanos es uno de los méritos
más relevantes de Fidel y la dirección histórica en
el terreno de una estrategia de lucha victoriosa contra el enemigo más
poderoso y cínico de todos los tiempos.
Respecto al Partido único de los revolucionarios de su época,
al defenderlo de las intrigas de los colonialistas españoles, Martí
afirmó:
"Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría,
de afuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que
un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere. El Partido Revolucionario
Cubano es el pueblo cubano."
Podemos decir, en rechazo a la histeria, las calumnias, las mentiras y
los propósitos del enemigo:
El Partido Comunista de Cuba perdura y crece, aun en la adversidad de estos
años, porque el pueblo cubano quiere. Es la conciencia vigilante
y la columna vertebral de la resistencia de la nación cubana.
III. LA DEMOCRACIA QUE DEFENDEMOS
La Revolución Cubana llevó a cabo una honda y excepcional
democratización en todos los órdenes de la vida política,
económica y social del país y demostró que es posible
hacer efectiva la idea de un gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo.
Nuestro sistema político, genuinamente democrático, de amplia
participación popular, socialista, se fundamenta en la dignidad,
la igualdad y el ejercicio real de los derechos humanos. La supervivencia
de la Revolución, en estos años tan duros, se explica solo
por su profunda base democrática. Una transformación revolucionaria
es irreversible cuando el pueblo la protagoniza, la defiende y profundiza
en ella cotidianamente.
El sistema cubano no es importado ni ajeno a nuestra historia, sino cosecha
consecuente de más de siglo y medio de empeños redentores
iniciados por el presbítero Félix Varela, devenidos guerra
popular en 1868 y 1895 y culminados el primero de enero de 1959.
Una nación enteramente libre y soberana, basada en la justicia y
la solidaridad, es la Patria que tenemos hoy, la que quisieron nuestros
próceres y la que sigue combatiendo al imperialismo que intenta
destruirla.
Desde el Moncada Fidel ha movilizado e incorporado realmente al pueblo
cubano en la lucha por el triunfo de sus aspiraciones históricas
y los sueños siempre postergados de fundar la república martiana.
En la Sierra Maestra, en medio de la guerra, se advierte la simiente de
lo que la Revolución Cubana, luego de su victoria, significaría
en términos democráticos. El pueblo nutrió y sostuvo
su propio ejército, y en los territorios liberados se dictaron las
primeras leyes agrarias y surgieron los gérmenes de una vida más
digna y humana.
En enero de 1959, ante la bancarrota del régimen tiránico,
el imperialismo y sus agentes internos no pudieron reacomodar sus fuerzas
para conseguir una salida conveniente a sus intereses, porque el pueblo
convirtió el clima insurreccional en la unánime huelga general
convocada por el Jefe de la Revolución.
Desde ese momento, por primera vez en la historia de la nación,
las masas ejercieron de manera efectiva el poder. Comenzó la transformación
de la sociedad y la Revolución triunfante estuvo en condiciones
de enfrentar los furiosos embates de los enemigos internos y externos.
En las últimas cuatro décadas, la participación popular
ha sido decisiva ante todos los desafíos y tareas.
El pueblo se integró a la defensa armada del país y llevó
a cabo voluntaria y masivamente heroicas misiones internacionalistas. La
concepción de la Guerra de Todo el Pueblo revela la naturaleza democrática
de la Revolución y constituye nuestra arma principal frente a las
reiteradas amenazas imperiales.
En Cuba se hizo realidad la definición martiana:
"¡República es el pueblo que tiene a la derecha la
chaveta del trabajador, y a la izquierda el rifle de la libertad!"
La histórica victoria de las masas sobre el analfabetismo, los cursos
de seguimiento, la educación obrera y campesina y la extensión
de la enseñanza universitaria hasta el Foro de Ciencia y Técnica,
han sumado los esfuerzos de toda la sociedad para cumplir el postulado
de Martí: "Ser cultos es el único modo de ser libres."
Los trabajadores asumieron conscientemente su papel en la creación
de la riqueza nacional. Las transformaciones económicas contaron
con su indiscutible protagonismo. Millones de cubanos, como pidió
el Che, se entregaron al trabajo voluntario e hicieron aportes valiosos
a la construcción de la nueva sociedad. A partir del proceso de
rectificación, el Partido ha convocado a revitalizarlo como elemento
forjador de los valores inherentes al hombre nuevo.
La Revolución estimula la creatividad de las masas en todos los
campos. Son incontables las soluciones que se han ido aportando a la producción
y los servicios. Esto, desde luego, ha sido posible gracias al predominio
de la propiedad socialista y a la democratización de la enseñanza,
que ofreció oportunidades de instrucción a todo el pueblo
y facilitó la superación técnica de los trabajadores.
Hemos hecho realidad el principio martiano de vincular el estudio con el
trabajo.
Las políticas para el desarrollo de la salud, la educación,
la cultura y el deporte, reconocidas universalmente por sus éxitos,
también se fundamentan en una vasta proyección social con
la permanente acción popular.
La igualdad de oportunidades para todos ha sido, y es, propósito
permanente de la Revolución cuya obra está signada por un
verdadero y consecuente humanismo, a pesar del daño que los efectos
del obstinado bloqueo yanqui causan a esta justa política.
El desempeño de las organizaciones de masas ilustra el carácter
de la democracia cubana: la CTC y los sindicatos, la ANAP, los CDR, la
FMC, las organizaciones estudiantiles, la Asociación de Combatientes
de la Revolución Cubana y otras muchas de índole social,
integran un sistema de comunicación, debate y dirección colectiva
y han sido un factor movilizativo de primer orden para acometer importantes
tareas políticas y sociales.
El socialismo en Cuba es parte orgánica de su proceso histórico.
La autenticidad y la originalidad de nuestro sistema político y
sus instituciones sobresalen por encima de circunstanciales desaciertos
e insuficiencias presentes en toda obra humana. Un rasgo esencial de nuestra
democracia consiste en su capacidad para, con la intervención de
las masas, rectificar deformaciones, eliminar errores, derribar obstáculos
y concebir nuevos caminos.
Pese al acoso tenaz y sistemático del imperialismo, la Revolución,
lejos de abroquelarse, generó formas de participación que
con el tiempo se han ido perfeccionando y que exigirán siempre una
continua renovación. Esa voluntad de resistencia y transformación
recorre la trayectoria de la fundación y el desarrollo de las instituciones
cubanas.
El crecimiento constante de la conciencia del pueblo, marchó parejo
a la elevación de su nivel cultural y educación ciudadana
y a su avance social y material, y ello se expresó, a mediados de
los años 70, en nuestra Constitución socialista. Fue discutida
por todos los cubanos y en comicios donde participó el 98 por ciento
de los electores, a partir de los 16 años de edad, el 97,7 por ciento
de los votantes lo hizo a favor y en contra solo el uno por ciento. Así
surgieron las instituciones representativas estatales de un pueblo que
desde el primero de enero de 1959 venía ejerciendo el poder.
Nuestro pueblo decidió ratificar en la Constitución:
"El Partido Comunista de Cuba, vanguardia organizada marxista-leninista
de la clase obrera, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del
Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines
de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad
comunista."
La base del sistema político cubano es la elección de los
delegados de circunscripción. Los candidatos son propuestos y seleccionados
en reuniones de vecinos; la votación es libre, secreta, directa
y el escrutinio, público; para ser elegidos es necesario alcanzar
más del 50 por ciento de los votos. Los delegados, que forman las
Asambleas Municipales del Poder Popular, rinden cuenta periódicamente
a sus electores y pueden ser revocados por estos en cualquier momento.
Los representantes electos a todos los niveles, no reciben remuneración
alguna por esa labor. Nuestro sistema electoral es ajeno a la politiquería,
el fraude, la compraventa de votos. El Partido no postula, ni elige, ni
revoca.
Esta democracia plena, ha sustentado y sustenta nuestro Estado de Derecho.
Ni en los más duros momentos, ni en las condiciones críticas
de estos años, hemos renunciado al más amplio y decidido
ejercicio democrático.
Los lineamientos aprobados por el IV Congreso del Partido, después
de un amplísimo proceso de consulta popular, sirvieron de base para
modificar aspectos sustanciales de la Constitución de 1976 y la
legislación electoral. Se estableció la elección por
voto directo y secreto de los diputados a la Asamblea Nacional y los delegados
a las Asambleas Provinciales; quedaron mucho mejor definidos los campos
de competencia de los órganos del Poder Popular y la administración
estatal, y se generalizó la experiencia de los Consejos Populares,
piedra angular de la participación de la comunidad en la solución
de sus problemas.
La esencia del sistema político cubano pone énfasis en la
incorporación auténtica del conjunto de la sociedad a la
toma de decisiones. El debate de los asuntos de interés público,
desde los de trascendencia nacional hasta los locales, contribuye a la
unidad y es un punto de partida para la adopción y la aplicación
de medidas prácticas.
Al respecto se multiplican enriquecedoras experiencias tales como la gestión
comunitaria de los Consejos Populares; los congresos sindicales, estudiantiles
y de otras organizaciones de masas y sociales, cuyos análisis, con
la presencia de dirigentes del gobierno, han definido políticas.
Se promueve permanentemente la búsqueda colectiva de soluciones,
la distribución de responsabilidades, la convocatoria social y el
control popular.
Las organizaciones de masas, las agrupaciones sociales y profesionales
y otras formas de asociación han dado espacio y cauce a los intereses
y las preocupaciones de todos los sectores de nuestra sociedad civil socialista.
Las medidas adoptadas en 1994 por la Asamblea Nacional del Poder Popular
para el saneamiento de las finanzas internas, surgieron de un proceso de
amplia discusión popular: los parlamentos obreros en más
de 80 mil centros de trabajo y estudio.
Las asambleas por la eficiencia que se celebran al menos dos veces al año,
hacen posible la participación efectiva de los trabajadores en la
discusión de los problemas y planes de la economía; son vías
para el ejercicio de su papel como dueños colectivos de los medios
de producción.
Las audiencias públicas convocadas por las comisiones de la Asamblea
Nacional y el proceso masivo de difusión y análisis de la
Ley de Reafirmación de la Dignidad y la Soberanía Cubanas
y la Declaración de los Mambises del Siglo XX, son nuevas expresiones
del hondo patriotismo de nuestro pueblo.
La democracia socialista se autoperfecciona constantemente para fortalecer
espiritualmente al hombre, contribuye a darle un mayor sentido creador
a su existencia y a su trabajo y una calidad superior a su vida.
Hemos trabajado contra el apoliticismo sin formar fanáticos. La
Revolución necesita ciudadanos que ejerzan libre y conscientemente
sus responsabilidades y sean capaces de practicar cabalmente sus deberes
y derechos.
No hay brecha posible entre nuestros dirigentes y el pueblo. En la sistemática
comunicación e identificación con las masas radica uno de
los factores que garantizan la unidad de acción y la fortaleza del
poder revolucionario. La democracia socialista exige de los cuadros austeridad,
modestia, vocación de entrega en el servicio al pueblo, transparencia
en el ejercicio de la función pública y una ejemplar vida
ciudadana.
Nuestros dirigentes surgen del pueblo y responden ante él de sus
actos. Entre nosotros no pueden ocupar un puesto en la vanguardia quienes
no estén a la altura de sus responsabilidades. No hubo ni habrá
impunidad para los que violen la legalidad y perviertan la función
pública. La adopción en 1996 del Código de Ética
de los Cuadros del Estado Cubano refrendó las bases del compromiso
político y moral que adquieren ante la sociedad.
Esos principios contrastan con la demagogia, el mercantilismo, los incesantes
escándalos financieros, la corrupción generalizada, características
de la política en Estados Unidos, el país que pretende erigirse
en modelo para el mundo.
En realidad el sistema estadounidense carece de credibilidad ante su propio
pueblo. No pueden representarlo maquinarias controladas por los mismos
monopolios que destinan miles de millones a farsas electorales, cada vez
más costosas y donde la mayoría del electorado no vota.
El imperialismo procura erosionar los fundamentos éticos de la Revolución
para minarla por dentro y socavar nuestra soberanía. Pretende por
todos los medios estimular entre nosotros el egoísmo, la anarquía
y el consumismo, y trata de promover la subversión del orden, la
fractura de la unidad, facilitar la acción de zapa de los grupúsculos
anexionistas que aspiran, financiados desde el extranjero, al regreso del
yugo norteamericano y a la restauración capitalista.
Enfrentamos nuevas formas de lucha ideológica, cada vez más
sutiles y complejas, que entrañan un reto cotidiano para la capacidad
de convocatoria de nuestras instituciones. Quieren dañar la autoridad,
la influencia y la legitimidad del sistema institucional revolucionario.
La respuesta debe ser coherente y firme, y apelar al poderoso caudal de
argumentos de la Revolución, a la unidad, a nuestras reservas morales,
a las fibras patrióticas de cada cubano.
El lumpen, la delincuencia y cuantos alientan la violación de las
leyes y la transgresión del orden, sirven objetivamente a nuestros
enemigos. Cada fenómeno de corrupción que no extirpemos a
tiempo, socava la imagen de nuestra democracia en beneficio de los que
quieren eliminarla. Hoy son inadmisibles la indiferencia y la inacción
de los revolucionarios.
También atentan contra nuestros valores patrióticos y socialistas,
el abandono de principios y normas morales, la falta de solidaridad, la
insensibilidad, la fascinación y el culto frívolo por modelos
y símbolos yanquis.
La Revolución debe continuar alerta y movilizar cada vez más
a nuestro pueblo en la lucha por la legalidad y la ética del socialismo.
Las organizaciones políticas y de masas deben debatir estos problemas,
crear conciencia acerca de la necesidad de situarlos entre las tareas ideológicas
del presente, y emprender acciones efectivas que fortalezcan el poder revolucionario.
A la prensa, que con la Revolución pasó de manos de la oligarquía
a las del pueblo para hacerse realmente libre, le corresponde un papel
vital en la lucha ideológica. Los medios de difusión masiva,
así como las instituciones educativas y culturales, tienen ante
sí el mayor reto: garantizar la continuidad de las ideas y valores
socialistas, patrióticos, antimperialistas, de la Revolución
misma, en las futuras generaciones de cubanos.
Defendemos nuestra identidad nacional frente a toda forma de corrosión
y promovemos el ideal de la gran patria latinoamericana y la universalidad
descolonizada de Martí.
Es importante salvaguardar nuestros paradigmas y la tradición patriótica
cubana como fundamento esencial de la práctica política.
En el pueblo existen enormes reservas morales y la mayor evidencia está
en la resistencia desplegada frente a sus enemigos y el avance de un proceso
revolucionario que muchos fuera de Cuba pensaron fracasado o irrealizable
a partir de los cambios que experimentó el mundo a inicios de los
años 90.
Cuba reafirma su decisión de resistir y continuar por su propio
camino, fruto de su proceso histórico. Respeta el derecho de cada
país a decidir sobre su sistema político, económico
y social, y reclama ese mismo respeto para sí.
Los cubanos somos leales al Maestro, quien indicó: "El gobierno
ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser
el del país."
La idea de una sociedad democrática, donde el pueblo ejerza la autoridad
y se gobierne a sí mismo, ha acompañado a la humanidad a
lo largo de la historia como un ideal y elevado anhelo que siempre los
poderosos han tratado de limitar mientras otros la han considerado una
quimera inalcanzable.
Su presencia permanente durante tantos siglos, antecediendo a nuestra era,
precediendo incluso a muchas religiones, le ha dado a esa aspiración
un valor universal colocada en el centro de las reflexiones más
nobles y las luchas más heroicas del hombre.
La esencia de esas luchas ha sido siempre la emancipación humana,
sin la cual se hace imposible la realización del ideal democrático.
Aunque los imperialistas pretenden adueñarse del concepto de democracia,
su sistema, en esencia antidemocrático, explota, oprime y excluye
a las grandes mayorías. Para engañarlas hablan de la democracia
representativa, pero ella expresa solo los intereses de las oligarquías.
La gran prensa, las agencias de noticias, la radio, el cine y especialmente
la televisión y otros medios cada vez más sofisticados de
comunicación, forman gigantescos sistemas monopólicos con
los cuales manipulan la mente del hombre y fabrican la opinión pública.
La democratización continúa siendo una meta consustancial
a la lucha de los trabajadores, los humildes, los oprimidos del mundo.
Ella adquiere una importancia aún mayor en la actualidad cuando
la globalización neoliberal pretende imponer un capitalismo totalitario:
en él solo existe el mercado y el pueblo no cuenta para nada.
Con el modelo neoliberal, aumenta la polarización social hasta extremos
intolerables: crecen el desempleo, el hambre, la miseria; las funciones
del Estado se reducen a la aplicación de las terapias de choque,
a ser guardián de la ley y el orden del gran capital mediante la
represión antipopular. Se exacerban al propio tiempo la xenofobia
y el racismo, expresiones de tendencias fascistas.
En ese modelo no hay espacio, en consecuencia, para los desposeídos
que en número siempre creciente quedan condenados a la marginalidad,
a la exclusión. En América Latina, el abismo entre las minorías
privilegiadas y los desposeídos es mayor que en el resto de las
regiones: la mitad de la población vive por debajo de los límites
de la pobreza y más de cien millones de seres humanos, en la pobreza
extrema.
La desigualdad social crece al influjo de la extensión del neoliberalismo,
no solo en el Tercer Mundo sino también en el Primer Mundo industrializado.
Estados Unidos es el país donde la diferenciación social
es más acentuada. Entre los desheredados de esa sociedad opulenta
están millones de nuestros hermanos latinoamericanos, empujados
a emigrar por la miseria, los negros y otros muchos sumidos en la pobreza.
El imperialismo norteamericano no le perdona a Cuba que en las circunstancias
más adversas sostenga y desarrolle una sociedad que cree en el hombre
y en la solidaridad humana, y no abandone el ideal democrático que
durante milenios ha sido el irrenunciable sueño de la Humanidad.
El régimen que el gobierno de Estados Unidos pretende imponernos,
es radicalmente incompatible con todos los logros sociales conquistados
desde 1959. Nuestra obra sería totalmente destruida. Sería
liquidada del modo más violento porque en el mundo predomina hoy
un capitalismo que algunos de sus defensores no han vacilado en calificar
de "salvaje".
En el caso de Cuba, además, su imposición sería el
triunfo del sector más agresivo y cavernícola de un imperialismo
que nos odia visceralmente y que tiene como instrumento a la mafia de anexionistas
y batistianos que reclaman en lenguaje hitleriano, a la caída de
la Revolución, tres días de licencia para matar.
Estados Unidos pretende reimponer en Cuba el gobierno del imperio, por
el imperio y para el imperio.
Ante este propósito demencial hacemos nuestro el mandato del Titán:
"Quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su
suelo anegado en sangre si no perece en la lucha."
Si la Revolución ha sido una sola desde 1868 y desde Martí
uno solo el Partido de la unidad, también es uno solo el brazo armado
de la Patria: Ejército Mambí, Ejército Rebelde, Fuerzas
Armadas Revolucionarias.
Compatriotas:
Nuestra democracia socialista, esencia y fruto de una Revolución,
puso fin a la explotación y la discriminación; eliminó
el analfabetismo y elevó los niveles de educación y cultura;
entregó a los obreros, campesinos, estudiantes, a todo el pueblo,
la capacidad de organizarse, prepararse y armarse para defender y ejercer
sus derechos; brindó a los científicos, escritores, artistas
e intelectuales en general, la libertad real de creación e investigación
y los medios para realizar su labor, y darles la mayor significación
social.
Hemos alcanzado el pluralismo creador de un pueblo emancipado.
Nuestro sistema político, que consagra el poder del pueblo, es
la principal conquista que debemos salvar, porque de él dependen
todas las demás. La historia ha demostrado dramáticamente
que cuando el pueblo pierde el poder político, lo pierde todo.
Nuestra democracia socialista es esencial en la continuidad de la obra
que iniciamos en 1959, en favor de las más humanas relaciones sociales.
Ella abre la posibilidad de proseguir la marcha de la Revolución
hacia adelante, para entregar a los cubanos del siglo XXI un país,
como quería Martí, con toda la justicia conquistada.