DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE
FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO DE SU
TOMA DE POSESION COMO PRIMER MINISTRO, EFECTUADO EN EL PALACIO PRESIDENCIAL, EL
16 DE FEBRERO DE 1959.
(VERSION TAQUIGRAFICA DE LAS OFICINAS DEL PRIMER
MINISTRO)
Honorable señor Presidente;
Compañeros ministros;
Señores periodistas:
Paradójicamente,
en los instantes en que recibo este honor de ponerme al frente del Consejo de
Ministros, no experimento sino una honda preocupación por la responsabilidad
que se ha puesto sobre mis hombros, por la seriedad y la devoción que siempre
he puesto en el cumplimiento de mi deber.
Tal
vez cuando lo que necesitaba era un buen descanso, lo que he recibido es más
trabajo; un trabajo mayor del que venía realizando; un trabajo, además, más
responsable del que venía realizando; una prueba, además, muy dura.
De
cuantas tareas he tenido que realizar en mi vida, ninguna considero tan difícil
como esta, ninguna considero tan preñada de obstáculos, ninguna considero tan
dura de llevar adelante, porque estoy consciente de todas las dificultades,
estoy muy consciente de todos los obstáculos.
De
cuantas tareas me ha tocado realizar, en todas he actuado motu
proprio. Esta,
porque me ha sido asignada, esta, porque no la escogí yo sino que me la
escogieron, y solo con un profundo concepto de la necesidad de sacrificarse por
el país, sacrificio verdadero y sacrificio sincero; porque para nosotros el
gobierno, el cargo público no es una posición para enriquecernos, una posición
para recibir honores, sino una posición para sacrificarnos. Y todo el que haya presenciado este proceso
revolucionario, todo el que haya observado mi conducta tiene que haber
comprendido el desinterés con que he actuado.
Los
cargos, como cargos, no me importan; los honores, como honores, no me
importan. Aquí, desde esta posición,
sigo siendo el mismo ciudadano que he sido siempre. Como ciudadano, no me diferencio en nada de
cualquier otro ciudadano. Soy igual que
cualquier otro modesto y humilde cubano, solo que un cubano con las mismas
facultades que otro cubano cualquiera a quien se le ha asignado una grande y
difícil tarea. Por tanto, cuando digo
que para mi es un sacrificio, hablo muy sinceramente y hablo muy en serio.
No
tengo, sin embargo, temor al esfuerzo que debo realizar; no tengo temor por las
dificultades que haya de encontrar en el camino. Soy un hombre de fe y siempre he afrontado
las obligaciones resueltamente. Estaré
aquí mientras cuente con la confianza del Presidente de la República y mientras
cuente con las facultades necesarias
para asumir la responsabilidad de la tarea que se me ha impuesto. Estaré aquí mientras la máxima autoridad de
la república —que es el Presidente— lo estime pertinente o mi conciencia me
diga que no soy útil.
Está
de más reafirmar mi respeto por la jerarquía, mi ausencia de ambiciones
personales, mi lealtad a los principios, mi firme y profunda convicción
democrática.
Aprovecho
la oportunidad para decir que aun cuando la Constitución de la República fue
modificada por el Consejo de Ministros para que el requisito de la edad no
fuese un obstáculo a los hombres jóvenes para aspirar a la Presidencia de la
República, debo decir que conmigo no se contó para esa modificación, que a mi
ni siquiera se me consultó; que fue un derecho del Consejo de Ministros, en el
que yo no tenia ningún interés.
Si
se ha de instaurar realmente el régimen semiparlamentario
en Cuba, si desde esta posición que se me ha asignado puedo servir al país,
desde aquí lo sirvo o desde cualquier otra.
Yo no soy un aspirante a la Presidencia de la República, y ojalá que no
tenga necesidad de aspirar a la Presidencia de la República, ojalá pueda ser
otro entre los muchos cubanos que tienen méritos y capacidad suficientes para
ello.
Si
desde aquí la puedo servir, lo que me interesa es hacer la Revolución, lo que
me interesa es que la Revolución vaya adelante, lo que me interesa es que el
pueblo no resulte defraudado y reciba de nosotros todo lo que espera de
nosotros. Buena fe hay aquí de sobra;
honradez hay de sobra; decisión para afrontar los problemas hay de sobra
también; serenidad, calma y ecuanimidad, que son muy necesarias en el gobierno,
hay también aquí de sobra. Lo único que
me preocupa es que al final de esta jornada pueda Cuba haber recibido de
nosotros todo lo que desea. Y todo lo
tendrá si de nosotros depende, todo lo tendrá si el pueblo nos ayuda, todo lo
tendrá si el pueblo nos comprende.
Hay
impaciencias y, sin embargo, nadie está más impaciente que nosotros. Le pedimos al pueblo que no se impaciente
porque nosotros vivimos llenos de impaciencia.
Somos hombres de trabajo, somos hombres de acción y nos gustan los
hechos más que las palabras.
Yo
me impaciento cuando, por ejemplo, estoy pensando en las viviendas que queremos
hacerles a los campesinos; me impaciento cuando estoy pensando en las ciudades
escolares que queremos hacerles a los niños, y me impaciento cuando pienso que
el plan más elemental para llevar a cabo una obra requiere semanas de estudios;
que para construir una ciudad escolar hay que hacer los planos, buscar los
técnicos y buscar también a los pedagogos y que digan cómo deben estar
situadas, cómo deben construirse. No
solamente a los arquitectos y a los ingenieros, sino también a los pedagogos.
Hay
ya dinero para empezar a hacer las ciudades y todavía no se han podido empezar
a hacer las ciudades, y tardará algunas semanas en empezarse; hay fondos para
hacer las viviendas campesinas y todavía no hemos podido empezar a hacerlas,
porque requiere tiempo. Y me impaciento
constantemente pensando cuándo se pondrá la primera piedra, cuándo se podrá
empezar la obra.
No
descansamos un minuto dando instrucciones, revisando los planos, organizando
los departamentos correspondientes, no solo para atender esas necesidades sino
para atender infinidad de necesidades.
Porque en todos los órdenes y en todos los campos estamos proyectando,
estamos encaminándonos para realizar grandes obras y llevar adelante grandes
planes en beneficio del país. Sin
embargo, sufrimos al pensar que nos tengan que esperar algunas semanas y hasta
algunos meses.
Sufro
cuando pienso en el sacrificio que les hemos pedido a los trabajadores, a
quienes les hemos dicho:
"Sacrifiquen todas las demandas por salvar la zafra,
sacrifiquen todas las demandas por salvar la Revolución. Esperen, tengan confianza en
nosotros." Y sufro pensando,
impaciente, en que llegue la oportunidad de demostrarles nuestra lealtad, de
demostrarles la gratitud de la nación por los sacrificios que están haciendo
hoy.
Sufro
impaciente pensando en el momento que necesariamente debe transcurrir hasta la
oportunidad en que ellos, los trabajadores principalmente, que han sido tan
generosos, que han tenido una conducta tan patriótica, que voluntaria y
espontáneamente nos han ayudado y nos están ayudando a pacificar el país, a
normalizar el país, a consolidar la Revolución, a salvar la zafra, puedan
recibir los frutos de los sacrificios que están haciendo.
Quiero
aprovechar este instante de la toma de posesión como Primer Ministro para decirles
a los trabajadores y a los campesinos que los tenemos presentes, que no los
olvidamos; que la reforma agraria —la ley más amplia, más amplia que la de la
Sierra Maestra, que resuelve el problema de los campesinos que no tienen
tierra— está confeccionándose y que será una realidad dentro de breves
semanas. Pero que, además de la ley que
proscribe el latifundio, como establece la Constitución de la República, se
están llevando adelante ya los proyectos para desecar la Ciénaga de Zapata,
donde obtendremos 15 000 caballerías de tierra, y para recuperar los bajos
del río Cauto, desecándolos también y preparándolos para la agricultura, donde
calculamos obtener 10 000 caballerías más de tierra. Y les digo también que sin descanso estamos
trabajando para ellos, significa trabajar también para el pueblo.
Son
muchos los proyectos y es mucho el trabajo que debemos realizar. Todas las cuestiones que interesan al país,
todas, absolutamente todas las cuestiones que interesan al país, serán
consideradas y serán resueltas.
Hoy
en un periódico se publicaron 20 puntos.
Yo no he adelantado puntos.
Pienso que cada cosa debe tratarse en el momento oportuno; que, por
ejemplo, la rebaja de alquileres hay que tratarla en el momento oportuno. Tratarla fuera de tiempo, tratarla cuando
todavía el Instituto de Construcción de Viviendas no está totalmente
organizado, no es lo inteligente, porque el resultado podría ser paralizar las
construcciones y privar de trabajo a miles de obreros.
Las
medidas lo que hay que hacer es tomarlas en el momento oportuno y cuando se
pueden afrontar las consecuencias.
Además, sobre el programa no he dicho una palabra. He conversado con distintos compañeros
distintas ideas; pero las ideas se van perfilando, se van estudiando y se irán
resolviendo en el momento oportuno, ¡ni un minuto antes, ni un minuto
después! Todas las tareas del gobierno
tienen un orden de prelación:
unas primero y otras después, cada cual en el momento
oportuno. Pero sí le puedo decir al
pueblo que todas las cuestiones que interesan al pueblo, ¡todas! —y al decir todas lo
digo todo—, serán tratadas y serán resueltas por el gobierno.
Y
en cuanto a la administración pública, es nuestro propósito más firme escuchar
las quejas que se han expuesto, investigar la conducta y el trabajo de cada
funcionario. No me apuro en esto, porque
para sustituir a un funcionario por otro hay que buscar al funcionario que
reúna todas las cualidades para sustituir al otro con éxito, para que haga un
trabajo mejor. ¡Pero es tan difícil
encontrar funcionarios en estos tiempos!...
Porque los hay capaces que, sin embargo, no hicieron nada, y si se
sitúan en una posición pueden pensar que se está favoreciendo a los
"bombines". Si se busca al
funcionario que tiene una historia revolucionaria pero no es capacitado para
ese cargo, entonces corremos el riesgo de que no lo haga bien. Y es necesario lo ideal: encontrar al funcionario con méritos
revolucionarios y con capacidad. Y,
desde luego, antes que nada la capacidad, porque los asuntos del Estado hay que
resolverlos con capacidad.
¿Que
hay batistianos en algunos cargos de confianza?
Pues que nadie se preocupe mucho, que a la vuelta de algún tiempo no
quedará un solo batistiano en ningún cargo de confianza. Debe tenerse presente que es cuestión de que
el Estado quedó totalmente anarquizado porque se desplomó, totalmente
desorganizado, y que había que atender aquí una serie de tareas fundamentales
inmediatas, y que siempre hay el habilidoso, el que disimula su historia, el
que trata de hacerse insustituible y puede sorprender a un funcionario; lo
puede sorprender por algún tiempo, pero no por mucho tiempo.
Por
eso yo he dicho que no se hable de "bombines", sino que se diga
quiénes son: que
no se hable de batistianos sino que nos hagan el favor de decirnos quiénes son,
dónde están y qué pruebas hay de su conducta.
Porque para nosotros es un principio incuestionable que un batistiano, o sea,
un servidor y un colaborador de la tiranía, no puede estar en un cargo de
confianza; que un señor que no tenga méritos revolucionarios, no tenga
capacidad —que a ese es al que yo llamaría el "bombín", porque
naturalmente que el Estado tiene que ser administrado por infinidad de personas;
puede haber hombres que no hayan participado en la Revolución pero que tengan
capacidad. "Bombín" es el que
no tiene ni méritos ni capacidad—, y, en consecuencia, no es en ningún sentido
útil a la Revolución y, por tanto, la administración pública tiene que ser
depurada de esos elementos.
Pero,
además, no importa que se tengan muchos méritos revolucionarios, si no se es
capaz y no se actúa correctamente, pues a esos también es necesario
sustituirlos, porque los intereses de la república están por encima de todo
interés personal, de toda amistad personal y de todo sentimiento familiar. El amiguismo, y el favoritismo, y el
nepotismo, son principios con los cuales jamás comulgará la Revolución.
La
Revolución tiene obstáculos delante, no puede hacer las cosas a la perfección,
tiene sus errores; pero la Revolución tiene un perenne propósito de superarse,
de rectificar en aquellas cosas en que no haya estado acertada. Lo que no hará jamás la Revolución es
contemporizar con una negación de los principios por los cuales hemos estado
luchando. Y el pueblo es quien debe
ayudarnos, señalándonos, aportándonos pruebas de aquellos casos que, a juicio
del pueblo, constituyan una violación del principio revolucionario, como es la
presencia de elementos no revolucionarios, "bombines" o batistianos
en la administración pública.
Pero
hay también otras cosas que resaltar. No
todo funcionario puede contar siempre con la simpatía de todo el mundo, y es
imposible que los criterios sean unánimes respecto a un funcionario. Eso es imposible. y
a veces nos encontramos críticas justas, y otras veces nos encontramos críticas
injustas. También es cierto que a veces
el funcionario se excede; también es cierto que actúa un poco precipitadamente,
y que en el afán de resolver el problema de su departamento se olvida del
problema general del país y se olvida del problema social.
Puede
ocurrir que un funcionario llegue a un departamento del Estado y se encuentre 2 000
"botelleros". Pues muy bien: ¡Cesantes los
"botelleros"! Eso es
elemental. Pero se encuentra también
2 000 empleados que trabajan: unos que llevan más de siete años,
otros que llevan menos de siete años, y puede hasta encontrarse con que hay un
exceso de burocracia, y, naturalmente, la burocracia es enemiga de la
administración pública. Solución fácil
sería para ese funcionario decir: "Cesante todo el exceso de
personal.” Muy bien: el departamento se beneficia, pero
lanza a la calle 500 ó 600 personas, crea un problema social. Y las medidas de gobierno deben tender a resolver
los problemas sin crear otros; resolver el problema de la burocracia, del
exceso de personal, sin crear otro problema de tipo social. Sobre todo que el funcionario no piense en
resolver el problema exclusivo de su departamento con olvido de los demás
problemas del país. Por lo tanto, es una
política errónea resolver el problema sencillamente cesanteando de inmediato
aquel exceso de personal.
Hay
también otra serie de cuestiones. Una
mayor parte de los funcionarios del Estado fueron ya establecidos allí después
del 10 de Marzo. En un país con un
exceso de desempleo, eran muy pocos, ¡pero muy pocos!, los ciudadanos a los que
les ofrecieran un cargo en el Estado para trabajar que no lo aceptase, por
encima, desgraciadamente, de las circunstancias.
Entonces,
puede haber 10 000, 20 000, 30 000, 50 000, pero habría que
preguntarse cuántos hubieran sido los miles que si les hubieran ofrecido el
cargo no lo hubieran aceptado. Obsérvese
si no quiénes renunciaron a raíz del 10 de Marzo, y se pueden contar con los
dedos de las manos. A la inmensa mayoría
los tuvieron que botar, porque no renunciaron; fueron pocos los que
renunciaron. Y realmente es así.
Es
una realidad y, por lo tanto, no se puede actuar con un criterio rígido
respecto al caso de la infinidad de personas que encontraron empleo en el
Estado después del 10 de Marzo, que han trabajado, que no sean confidentes, o
que no sean "botelleros", o que no hayan sido, por ejemplo,
candidatos a las elecciones, porque ya ser candidato a las elecciones es una
falta que la Revolución no puede tolerar.
Quienes
fueron candidatos después de la ley que se hizo contra la farsa electoral, han
perdido su derecho por 30 años a ejercer cargos en el Estado, a votar o a ser
electos. Pero hay infinidad de casos que
no son esos. Y esos hombres ya están
asentados, tienen una serie de compromisos y obligaciones, deudas, un estándar
de vida apretado, por cierto, que si se les desplaza en este momento del cargo
que desempeñan, del sueldo modesto que reciben, sin ninguna otra compensación,
constituyen un problema social. Y, por
lo tanto, hay que conciliar los dos intereses: el interés de la administración y el
interés también del Estado con los problemas de orden social.
Yo
me he encontrado infinidad de casos de personas con 12 y 13 años de servicio
que las han cesanteado. Y lo encuentran
a uno en la calle y lo agobian a uno. Y
siente uno, incluso, la injusticia de que los errores de otros vayan a caer
sobre los demás y vayan a agobiar a otros, porque uno está en la calle hablando
con la gente. Por lo tanto, creo que son
errores que hay que impedir que se repitan.
Es
verdad que la economía del país quedó muy depauperada; es verdad que tenemos
escasez en este momento de recursos económicos.
No es como antes que si hacían falta 100, 200 ó 300 millones de pesos,
inmediatamente los buscaban. Nosotros tenemos
que resolver los problemas con lo que recaudamos. Y si las recaudaciones son más altas es por
la honradez con que se está recaudando y por la colaboración de aquellos
sectores que, pensando que el dinero no se lo va a robar nadie ahora, lo pagan en
impuestos gustosamente o, por lo menos, puntualmente.
Y
gracias a eso se han aumentado las recaudaciones, e incluso han alcanzado
cifras récords, pero son las recaudaciones normales
del Estado; no son las recaudaciones de los fondos que se obtienen pidiendo al
Banco Nacional, haciendo emisiones. Y aunque
ese dinero es el único recurso con que contamos en estos instantes, considero
que debe aplicarse la siguiente política en la administración pública: antes que nada,
tener muy presente que esta es una oportunidad de sanearla, de hacer una
administración más eficiente, de organizar un aparato administrativo del Estado
que no tenga nada que envidiarle a ningún otro aparato administrativo. ¡Hay que rescatar el crédito y el prestigio
del Estado!
Todo
el mundo, cuando se trata de algo que va a administrar el Estado,
sospecha. Los enemigos de la Revolución,
los elementos que quisieran actuar libremente en todos los órdenes de la vida
nacional, siempre hablan de la incapacidad del Estado, de la ineficacia del Estado
y no se explican por qué una compañía privada tiene una buena administración y
el Estado no la tiene. La explicación es
clara: el
Estado ha sido la víctima de todos los errores y de todas las inmoralidades de
los gobernantes. Cuando se ha tratado de
buscarle un puesto a un pariente, a un amigo, pues no les ha importado situarlo
aquí; cuando se ha tratado de organizar una camarilla política no les ha
importado lo que le va a costar al pueblo eso; no se han preocupado por el pueblo,
que es quien paga los ingresos del Estado.
¿Y
cómo han invertido los fondos del Estado? Pues se los han robado o los han invertido
ligeramente, y han sobrecargado los ministerios de personal. Y tenemos casos de ministerios que, llamados
a hacer una tarea de construcción determinada, tienen más gasto de personal que
de obras. Y no solo le han hecho un gran
daño a la república sino que han desegmentado las
instituciones.
El
Estado hay que sanearlo, el Estado hay que hacerla más eficiente, el Estado
tiene que funcionar mejor que cualquier otra institución que no sea
pública. ¿Por qué la palabra "pública"
tiene que estar desacreditada? ¿Por qué
siempre se ha de referir a las cosas públicas, a la administración pública,
como lo más deficiente? ¡Pues tiene que
ser más eficiente en cuanto tenga, como tiene hoy, hombres que están dispuestos
a servirla desinteresadamente; cuando tenga, como tiene hoy, hombres que están
dispuestos a hacer todos los sacrificios, y que no están aquí como está un
funcionario de una empresa privada que está por un sueldo, está por el lucro!
El
Estado no puede lucrar. Los hombres que
sirvan al Estado tienen que ser hombres de vocación para que la administración
del Estado, que es la del pueblo; para que el Estado, que representa los
intereses del pueblo, funcione mejor que cualquier otro tipo de
institución. Y por lo tanto es muy
necesario reestructurar y reorganizar el Estado. Pero, claro, que eso no tiene que contemplar una
serie de realidades sociales; no se logra con la simple buena voluntad. Porque si nos proponemos sanear el Estado en
24 horas, puede ser que lo que hagamos es ponerlo peor; si lo que nos
proponemos es sanearlo en 15 días, puede ser que lo pongamos peor y que
pongamos allí, por uno de más o menos alguna eficacia, a uno menos eficaz,
aparte de que crearíamos un problema social, y por tanto, requiere tiempo. Pero tiene que ser un propósito firme
organizar el aparato del Estado en forma verdaderamente eficiente.
Luego,
si es imprescindible esa realidad hay que ajustarse a un principio respecto a
la administración del Estado.
En
esta etapa revolucionaria es necesario, en primer lugar, que todo el personal
de los cargos de confianza sea sustituido, porque aquellos eran también los
hombres de confianza de la dictadura. En
segundo lugar, quien haya sido un colaborador de la tiranía o haya estado
vinculado a la tiranía, tiene que ser sustituido aunque el cargo no sea de
confianza. Si ha sido un recomendado de
Ventura, de Tabernilla, de toda esa serie de esbirros, es lógico que deba ser sustituido,
porque no vamos a tener a un confidente o a un amigo de cualquiera de aquellos
criminales en la administración pública.
También
se puede dar otro caso: el caso ya de
quien no es ningún vinculado a la dictadura, ni está en ningún cargo de confianza,
pero que realmente es un funcionario que está de más porque apenas realiza
tarea alguna, porque se creó el cargo para proteger a algunos amigos, o por la
razón que haya sido, y se han ido acumulando los cargos, y que requiere el
departamento ser reestructurado —¡reestructurado!—, no botar a unos para poner
a otros —¡reestructurado!—, considerando única y exclusivamente la conveniencia
de la administración pública. En ese
caso, cesantear al ciudadano sin más consideración no es correcto, ponerle una
fecha atrasada no es correcto y es una práctica injusta e inmoral. No creo que nadie lo haya hecho —esto ha
ocurrido, tengo entendido, con los casos de personas que devengaban sueldos y
no trabajaban—; pero si ha ocurrido algún caso digo que es incorrecto.
La
Revolución no puede renunciar a la oportunidad de mejorar en todos los órdenes
el aparato administrativo del Estado.
Cuando sea necesario suprimir una plaza, cuando a un individuo se le entregue
la cesantía, que se le pague hasta el momento en que ha trabajado y que,
además, se le pague el mismo sueldo durante tres meses, por lo menos, para que
se adapte, para que busque otro trabajo; o para que mientras tanto los planes
del Gobierno Revolucionario hayan producido una demanda de trabajo, aquella
persona no se vea repentinamente desplazada o privada de los medios de sustento
con que cuenta.
En
ese sentido vamos a proponer un acuerdo en el Consejo de Ministros para llevar
la tranquilidad a todos. Y que se sepa
que cuando uno es sustituido se está pensando en el interés de la nación, y que
se va a hacer lo que nunca se ha hecho en la administración pública, y solo por
estrictas razones de necesidad.
Es
necesario resaltar que hemos observado en los últimos tiempos como un despertar
de las apetencias burocráticas. Y que si
bien es cierto que en los primeros días era difícil encontrar a alguien que
quisiera ser ministro, hoy hay mucha gente que quiere ser cualquier cosa en el
Estado: lógica consecuencia,
como es natural, de una serie de sentimientos humanos y, sobre todo, más que de
sentimientos humanos, yo digo que de una necesidad social muy grande.
Creo
que la pureza de los revolucionarios hay que mantenerla lo más posible.
Por
ejemplo, nosotros, los combatientes rebeldes, realmente nos hemos sacrificado en
estos dos primeros meses. Los miembros del
Ejército Rebelde no cobraron el mes anterior, y este mes van a cobrar pero
menos de lo que deben cobrar. ¿Ha sido
por falta de interés? No. El Presidente de la república habló con
nosotros en más de una ocasión, hablándonos de la necesidad de pagarles a los
combatientes del Ejército Rebelde. Estos
combatientes, al revés que cualquier otro ejército del mundo, incluso después
que han triunfado, no cobran, mientras los soldados que quedaban cobraban.
Y
les debo confesar que tengo en gran parte la culpa de eso, y es porque vi formarse a ese ejército, vi formarse a esos hombres en
el sacrificio y en el desinterés más absoluto y me dolía pensar, sentía cierta
nostalgia al pensar que ese desinterés, esa pureza comenzase a perderse desde
el instante en que, apenas logrado el triunfo, ellos comenzasen a percibir un
sueldo que no habían visto nunca.
Considero necesario, y además justísimo, que cobren.
Pero
tan arraigado es el sentimiento de admiración y de seguridad, y tan grande
nuestra conciencia y nuestro concepto de la pureza de esos hombres, que nos
hizo incurrir en cierta dejadez respecto al sueldo que debían cobrar. Si fuera prácticamente posible, lo ideal es
que no hubiesen cobrado nunca. Y en este
caso, sencillamente, hay que plegarse ante la realidad de que necesitan cobrar
y, por lo tanto, deben cobrar.
Con
esto les quiero decir que me preocupa grandemente que la juventud mantenga su
espíritu de sacrificio, que los revolucionarios mantengan su espíritu de sacrificio;
y que la apetencia burocrática no se despierte entre los elementos de la
Revolución porque sería debilitar la Revolución.
Bien
recuerdo el día en que tuve la noticia de la fuga del tirano, la convicción
completa de que la guerra había concluido. En medio de la natural alegría de todos los
cubanos, me preocupaba pensar que aquella escuela que había producido tantos
hombres formidables, aquella lucha llena de sacrificios que había producido
hombres tan ejemplares, había clausurado su curso. En lo adelante sería muy difícil distinguir
el bueno del malo, porque solo allá en aquella escuela, en el fragor de la
lucha es posible distinguir quien sirve de quien no sirve; quien es un hombre
valioso y quien un farsante; quien un interesado y quien un idealista; quien un
sincero o quien un hipócrita consumado.
Porque
luchar en las altas montañas, con el frío, con el hambre y con el enemigo en
acecho, no es lo mismo que sentarse cómodamente en un despacho y empezar a
desempeñar una función de carácter administrativo, sin haber conocido jamás el
sacrificio. Y me preocupaba lo que
podían perder nuestros hombres en ese proceso.
Y me preocupa grandemente que el espíritu revolucionario y el espíritu
de sacrificio no decaiga.
¡Tareas
tenemos tantas por delante, trabajo y lucha tenemos tanto por delante, que son
suficientes para agotar no una, sino dos generaciones de revolucionarios!
El
revolucionario no necesita impacientarse por ocupar un cargo. La Revolución necesita tener muchas reservas
de paz, muchas reservas de valores para cuando llegue la hora, puesto que de
los que van delante caerán muchos, como caen en la guerra. Porque la lucha desgasta, la lucha también en
la etapa posbélica, en la etapa creadora, es una lucha intensa y los hombres se
desgastan, y es necesaria una gran reserva porque hay que nutrir las filas de
nuevo, hay que compensar las bajas que suframos.
Cuando
a un hombre de méritos, a un hombre de capacidad se le sitúa en un cargo
importante, siempre me preocupa si será el momento oportuno, si tendrá ya toda
la preparación necesaria para cumplir cabalmente, o si aquella oportunidad será
para perderlo porque todavía no está en condiciones de llevarlo adelante y con
éxito.
Y
por eso es necesario que los que estamos gobernando nos sacrifiquemos, que vean
que llevamos una vida verdaderamente de sacrificio y de trabajo, para que los
demás no crean que esto es un paseo, para que los demás no crean que aquí se vive
bien, que estamos encantados de la vida ocupando tal o más cual cargo; que
sepan que es muy amargo, que sepan que es muy duro, que sepan que es muy
sufrido, y que no hay que envidiarle nada absolutamente a quien esté ocupando
un cargo, un cargo cuando no se viene a lucrar, cuando no se viene a
enriquecerse.
Y
la primera medida que se va a proponer hoy en el Consejo de Ministros es que
nosotros, los ministros, nos vamos a proponer una rebaja de sueldo, empezando
por la supresión de los gastos secretos, y que ganemos lo que necesitemos para
las cosas más elementales, porque al fin y al cabo, cuando estábamos
clandestinos vivíamos con cualquier cosa.
¡Máquinas
grandes no; máquinas chiquitas! Vamos a
hacer las cosas al revés de como las hacían los funcionarios pasados, para que
el pueblo no crea que estar de ministro es una gran cosa y es una maravilla. ¿Sueldos?
Sueldos modestos. Sí, es necesario,
naturalmente, para que no vaya a ir a pie, porque tiene que andar más rápido,
para que no vaya a pasar hambre ni vaya a hacer papel de pordiosero. Sí lo necesario, no lo que ganaba un
ministro, porque los ministros aquellos ganaban más de la cuenta y, además,
robaban. Nosotros vamos a ganar menos y
no vamos a robar. Vamos a demostrar que
la honradez no es cuestión de necesidad más o menos, si no que es cuestión de
convicción.
¿Que
se pague más para que no roben? Bueno,
está bien. Pero eso no es lo que
garantiza la honradez del funcionario, lo que la garantiza es su convicción y
su moral. Si es honrado no roba aunque
le paguen 10 pesos al mes, y si es ladrón roba aunque le paguen lo que le
paguen.
Por
lo tanto, como les hemos pedido un sacrificio a los trabajadores, nosotros
vamos a hacerlo también, y cuando todo el mundo prospere y el estándar de vida
suba, pues que suba también el estándar de vida de los ministros. Creo que es lo justo, para que no piensen que
estamos pidiéndoles sacrificios a los demás y que nosotros no los estamos
haciendo. Que vean que nosotros nos
sacrificamos y que nosotros no pedimos rebaja de tiempo de trabajo; nosotros
vamos a pedir de aumento, si es necesario, 24 ó 22 horas de trabajo, por dos de
descanso, sin domingos, sin lunes y sin nada.
Porque ahora le corresponde al país trabajar, trabajar mucho para que
algún día —¡eso sí!— los que trabajan reciban los
beneficios de lo que hacen. No trabajar
para otros porque eso no es justo, porque tan ladrón es el funcionario que se
roba un millón como el empresario egoísta que quiere ganar también un
millón. Yo diría que debe conformarse
con menos, con 100 000, por ejemplo, que, al fin y al cabo, no le va a
alcanzar para gastarlo al año, y que le va a sobrar.
Robo
es robarle al tesoro público y robarle también al trabajador. Eso es una malversación también. Hay empresarios egoístas que quieren acumular
fortunas para pasear por Europa, para dar grandes fiestas de 25 000 y
30 000 pesos, y quieren pagarles salarios de miseria a los trabajadores o
a los empleados que tienen más cerca, de cuyas necesidades y de cuyos dolores
no se conduele.
Vamos
a hacer sacrificios todos, que, al fin y al cabo, tanto derecho tengo yo a ser
rico, o cualquier ministro, como lo tiene cualquier otro. Renunciamos a ser ricos para sacrificarnos
por el país, para sacrificarnos por la patria, para salvar la Revolución que
tiene muchos enemigos —no muchos dentro, pero los que tiene son poderosos;
muchos fuera y poderosos—, que tiene muchos obstáculos, porque muchas veces
nosotros mismos con nuestra impaciencia, con nuestra ligereza, con nuestros
prejuicios somos un obstáculo a la Revolución.
Hay
mucha gente que todavía vive casi con 10 años de retraso. No se dan cuenta de que una revolución está
teniendo lugar y que en esta Revolución todos tenemos grandes deberes que
cumplir. Y me doy cuenta de que vivimos
con 10 años de retraso cuando me detienen por la calle para plantearme los
problemas que antes le planteaban al concejal del ayuntamiento —no se dan
cuenta de que uno tiene que resolver los problemas de millones de ciudadanos—,
cuando llega usted a una asamblea y se encuentra los mismos cartelones de
demandas y las mismas cosas de hace 10 años.
Porque,
por ejemplo, nosotros no somos los ministros de Batista, nosotros no somos los
líderes de la época de Batista: nosotros somos una misma cosa con el
pueblo. El pueblo no debe decirnos
"pedimos"; el pueblo lo que debe decirnos es: "Vamos a hacer", "proponemos",
hagamos", porque nosotros somos una misma cosa con el pueblo. Es que muchas personas no se han dado cuenta
del cambio, están viviendo con retraso y tienen en la mente las ideas de las
épocas que han pasado.
Otra
cuestión muy importante:
todas las actividades del Estado tienen que estar bien
coordinadas. No es cuestión de que un
ministro haga una cosa por su cuenta, otro haga otra y otro haga otra, aunque
le parezca que sea buena, o sea buena, sino que todo tiene que obedecer a un
plan general. Y no se trata de que cada
cual triunfe él como ministro, sino que triunfe el gobierno como gobierno y que
triunfe la Revolución como Revolución; porque hay veces que una medida resuelve
por un lado y complica por el otro, porque no es tan fácil...
Además,
el gobernante tiene que analizar bien cada medida cuánto va a perjudicar,
estudiarla, persuadir, como nosotros ayer íbamos persuadiendo ciertos intereses
relacionados con las playas, de que es necesario liberar las playas, que al
pueblo le han cerrado la entrada al mar y que, por lo tanto, es una cosa
injusta, y convencerlos, persuadirlos, pedirles la colaboración, preguntarles
qué es lo que más les preocupa, si el aislamiento del barrio, que eso se puede
mantener, pero no de las playas. Y, en
definitiva, buscar la buena voluntad de todos, incluso de los intereses que
resulten afectados, porque a esos intereses hay que demostrarles que no se les
quiere afectar por afectarlos o por odio, o porque se le quiera hacer daño a
nadie, sino porque es un derecho del pueblo y que tenemos la obligación de
gobernar, y que los que vinieron primero que nosotros nos han dejado un millón
de dificultades, han organizado esto a su manera.
Nos
encontramos que cuando uno tiene que analizar y tomar medidas revolucionarias,
los gobernantes anteriores permitieron que las playas fueran ocupadas; en esas
playas se construyeron miles de casas. Y
cuando hay que hacer una medida revolucionaria y justa para abrirle las playas
al pueblo, se encuentra que hay ya establecidos allí un sinnúmero de intereses,
que invirtieron de acuerdo con lo que había.
Y para tomar una medida revolucionaria tiene la Revolución que cargar
con un montón de enemigos. Esa es la
consecuencia de haber permitido cosas que no debieron permitirse y de que haya
marchado el país desorganizada y anárquicamente como ha marchado. Todos son intereses en todos los órdenes.
Aquí
antes, cuando se hacía una avenida, no beneficiaba al pueblo, beneficiaba a los
propietarios de aquella zona, a los que tenían un club; al pueblo nada. No vacilo en decir que el pueblo ha sido víctima
de todas las injusticias.
Han
ocurrido cosas que se soportan únicamente cuando uno se acostumbra a
ellas. Y nos hemos acostumbrado a todo
género de injusticias en todos los órdenes, como ocurre, por ejemplo, en el
caso de los muebles a plazos. Un ejemplo: el que tiene dinero
lo paga al contado y paga la mitad de lo que tiene que pagar el pobre; el
pobre, que no tiene dinero, paga a plazo y paga el doble, y le cobran un
interés usurario, porque le cobran el interés del capital y cuando ya casi lo
ha terminado de pagar lo están cobrando como si todavía estuviera todo el
capital. Y al que compra una máquina
financiada le pasa lo mismo, y al que va a una casa de empeños le pasa lo
mismo, y al que va a un garrotero le pasa peor.
Creo
que ese espécimen como el bolitero tiene que
desaparecer, como el comerciante de drogas tiene que desaparecer. Y el Estado tiene que brindar la solución a
aquellos que se ven en necesidad de acudir a un garrotero, porque esos se
chupan los sueldos de los pobres. Entre
casas de empeño, vendedores de muebles a plazos y garroteros, el pueblo, si
gana 60 pesos, cobra 30, porque se lo roban.
Hay
que ir a todos esos barrios de La Habana o del interior de la república para
ver cómo nos encontramos esas casas, solares, cientos de personas que viven
hacinadas. Las empresas de construcción
han sido incapaces de resolver el problema de la vivienda, por eso lo tiene que
resolver el Estado a través del Instituto de Ahorro y Viviendas. Y lo va a resolver.
¿Qué
ha ocurrido con los apartamentos, por ejemplo? Bien sencillo.
¿A quién le prestan los bancos? Al
que tiene otro edificio, al que tiene un central o al que tiene una gran
finca. Al que no tiene no le
prestan. Entonces el que puede obtener
dinero prestado busca una compañía para que le construya. El dinero que le presta a él cobra un
interés, la compañía cobra una ganancia, que es del 15% o el 20%. Entonces alquila el apartamento y el
inquilino paga el interés, paga las ganancias de la compañía que construyó el
edificio y amortiza el capital. Pero
amortiza el capital para aquel señor al que le prestaron el dinero, no lo
amortiza para él. El inquilino pagó los
intereses, pagó la construcción y pagó el capital y no le quedó nada. Esa es una gran verdad, y encima de eso no le
construyen casas al pueblo; si las hubieran construido no habría la cantidad de
solares que hay.
Por
eso el Estado se ve en la necesidad de resolver el problema de la vivienda, y
por eso hemos elaborado un plan para invertir 1 000 millones de pesos en
cinco años en construcción de viviendas.
Lo que no quiere decir que el capital se ha de invertir en viviendas,
porque estamos pensando que se invierta, por lo menos, 2 000 millones de
pesos en industrias.
Debemos
declarar que esta época, la época revolucionaria, marca una era buena para las
inversiones industriales; una era mala para las inversiones en tierra, y una
era mala para las inversiones en hipotecas, y una era mala para las inversiones
en edificios de apartamentos y de alquiler, porque ese es capital pasivo,
capital muerto.
El
que compra a 30 centavos o a peso la vara para esperar que le hagan cuatro
carreteras por allí y vender a 30 pesos, sencillamente está usufructuando un
capital que es del pueblo, un valor que, gracias al esfuerzo del Estado, ha
surgido y se ha creado, y se lo apropia indebidamente. Así se estaba construyendo ya La Habana del
Este. Ya estaban comprando terrenos y ya
estaban poniéndolos caros para que después comprara alguien, construyera un
edificio allí con capital prestado y que todo lo amortizara el infeliz futuro
inquilino que iba a vivir allí. Y ya
ahora no va a vivir ningún infeliz futuro inquilino: va a vivir el inquilino que va a amortizar el
capital, sí, pero para él; que va a pagar el alquiler, y el apartamento, la
casa, va a ser para él, que la va a construir el instituto de viviendas sin
lucro. ¿Invirtiendo qué? El dinero que antes se invertía en el
juego. Ustedes oían decir que se
invertían 90, 100, 120 millones de pesos en el juego; eso se va a invertir en
construcciones. Y el que invierta el
dinero en el juego no va a perder su dinero sino que se lo van a devolver con
un interés.
Y
ya hoy también está lista la ley que crea el Instituto de Ahorro y Viviendas;
como está lista la ley que crea la Marina Mercante. Y estimo que antes de dos meses ya habrá
decenas de miles de hombres empleados solamente en ese sector de las construcciones,
que va a significar una demanda de artículos de construcción mucho mayor de la
que hay hoy, que va a significar más empleo.
Y mientras más dinero circule, más demanda habrá de artículos de
consumo. Todo esto tiene que ir unido a
la campaña de que se consuman artículos del país, para dar trabajo al país,
para que no mermen nuestras reservas en divisas.
Decía
que es una era mala para las inversiones parasitarias, para las inversiones
muertas, una era mala para las inversiones en tierra; una era buena para las
inversiones en industrias.
Estamos
dispuestos a brindar todas las garantías al capital nacional; estamos
dispuestos a brindar toda la protección que pidan, con una sola condición: salarios
altos. Es la única condición que la
Revolución pone a las inversiones en industrias nuevas que deben
desarrollarse. Ahora, tendrán una venta
muy superior a la que tienen hoy. Porque
cuando a través de la reforma agraria y de los planes revolucionarios que
hay en proyecto, se eleve cinco o seis veces el estándar de vida de los
campesinos, se venderá cinco o seis veces más.
Eso, unido a leyes que protejan la industria nacional, significará un
aumento extraordinario de empleo.
Si
llevamos adelante el programa en toda la extensión como nos proponemos, si
todos los proyectos que están en este momento preparándose se llevan adelante,
si no nos ponen zancadillas, tengo la seguridad de que en el curso de breves
años elevaremos el estándar de vida del cubano por encima del de Estados Unidos
y del de Rusia, porque esos países invierten un porcentaje enorme del esfuerzo
humano en hacer aviones, bombas, cohetes, barcos de guerra y armamento en
general. Si nosotros, que no tenemos
esos problemas, nos dedicamos a invertir nuestro esfuerzo en crear riquezas
para la nación cubana, con la ventaja de ser una revolución respaldada por la
mayoría del país, con la ventaja de contar con un país rico, donde se puede
sembrar todo el tiempo en el año, un pueblo inteligente y un pueblo entusiasta,
un pueblo ansioso de alcanzar un destino mejor, lograremos un estándar de vida
mayor que ningún otro país en el mundo.
Creo
que lo lograremos. Mas
si es un sueño, Martí dijo que los sueños de hoy del idealista, son la ley del
mañana. También nos decían soñadores
cuando iniciamos la lucha contra Batista y hoy somos los que hacemos las leyes
revolucionarias de la república. Mas,
aunque no se lograran esos objetivos, soñar con ellos y aspirar a ellos, es de
por sí el primer paso para tratar de lograrlos.
Si
no alcanzamos esa meta tan alta pero alcanzamos la mitad, llegamos a la mitad
del camino, habremos alcanzado mucho.
Hay que aspirar al máximo para lograr lo más posible. Lo que importa —como decía Ingenieros— no es
la meta, sino el rumbo que nosotros nos hemos trazado, sin predicar el odio
contra nadie, sin sacrificar los derechos de nadie, sin violentar a nadie, sin
aplicar el terror. ¡No!, dentro del más
estricto respeto a las libertades humanas.
Prueba
de ello la tenemos hoy. Un grupo de
mujeres, familiares de los criminales de guerra, que vienen a pedir que cesen
los fusilamientos, hasta han ofendido a algunos rebeldes. Naturalmente que no vinieron a pedir que
cesaran los asesinatos de siete años de tiranía, no les aconsejaron a sus hijos
o a sus esposos que no asesinaran en medio de la noche, no les aconsejaron que
tuvieran piedad para los perseguidos.
Aquí no podían venir las madres en aquellos tiempos, porque les tiraban
con ametralladoras. Hoy pueden venir y
pueden reunirse, y no llamaremos nosotros a las madres de las víctimas para
evitar conflictos, para evitar lamentables incidentes.
Es
indiscutible que manos enemigas de la Revolución han estado fomentando esos shows, los han estado fomentando y organizando. ¿Qué se consigue con eso? ¡Nada!
Nosotros tenemos el propósito de finalizar cuanto antes los
fusilamientos, porque tenemos que dedicar nuestras energías a la obra
creadora. Constantemente estoy instando
a los consejos de guerra para que apresuren los trabajos, para que celebren los
juicios, para ver si al comenzar el mes de marzo ya podemos decir que un número
considerable de criminales de guerra han sido sancionados ejemplarmente, y que
los demás serán condenados a tantos años de trabajo forzado. Porque nuestro deseo —y es el deseo del
pueblo— es que se aceleren los procesos para liquidar esa cuestión de los
fusilamientos. Y seguiré instando para
que en este mes finalicemos los fusilamientos: que se continúen los juicios de
delitos menos graves, y pongamos la atención y el esfuerzo de todos nosotros en
otras cuestiones fundamentales, más importantes en este momento, como es la
tarea de hacer la Revolución.
Fusilar
es justo. Pero fusilar no es hacer la
Revolución; fusilar es un presupuesto a la Revolución, fusilar es hacer justicia,
destruir el crimen y sentar un precedente para que quede bien claro aquí que el
criminal tiene que pagar su crimen; que el que asesina a un ciudadano tiene que
pagar su crimen. Que sea una ley, sobre
todo, para nosotros y para las generaciones futuras; porque fusilamos al
criminal de guerra no para enseñarles nada a los criminales de guerra ni a los
que estaban antes, sino para enseñarnos nosotros y enseñarles a las
generaciones futuras, para que quede sentado terminantemente.
Pero,
¿cuál fue la consecuencia de la campaña que se hizo contra Cuba a raíz de los
primeros fusilamientos? ¡Ah!, enardecer
al pueblo, exacerbar las pasiones.
Porque el Gobierno Revolucionario podía, en un momento dado, decir: tantos criminales
fusilados, castigo ejemplar; podía aplicar otras sanciones, como es la condena
a cárcel al resto de los criminales de guerra.
No faltará incluso el criminal de guerra que sea capturado dentro de
siete meses, cuando los fusilamientos ya de hecho hayan cesado. Y no es cuestión de estar siempre con la
atención pendiente a los casos de los criminales de guerra. Hay otras muchas sanciones que son aplicables.
Lo
que sí nosotros debemos advertir es que los delitos contra la Revolución, los
delitos que atenten contra la vida de los ciudadanos por tratar de implantar
aquí de nuevo la tiranía, para esos sí estará permanente la pena de muerte,
mientras dure el Gobierno Provisional Revolucionario.
Porque
no hay derecho, después de haber asesinado por mantener la dictadura en el
poder, asesinar luego o conspirar luego, para derrotar la libertad e implantar
la tiranía. Y contra eso seremos
severos.
Pero
la consecuencia de la campaña que se hizo contra Cuba fue la necesidad de
movilizar al pueblo, de decirle al pueblo todos los crímenes que cometieron, de
publicar todos los cadáveres de tantos cientos y de tantos miles de infelices
torturados y asesinados, y el exacerbamiento de las pasiones. Y cuando las pasiones se exacerban, el pueblo
exige más castigo. Esa ha sido la
consecuencia de la campaña.
Las
consecuencias de estas campañas podrían ser peores, porque si nos vemos en la
necesidad de movilizar de nuevo al pueblo, de decir todo lo que hicieron, las
pasiones se van a exacerbar de nuevo, y no se lograría con ello más que el daño
hasta de los mismos que dicen que desean ayudar.
Así
que manos enemigas de la Revolución movilizan esos actos. Nosotros no llamamos a los familiares de los
que asesinó la tiranía para evitar espectáculos. Pero es indiscutible que la libertad y el
respeto que se disfruta hoy en Cuba no han existido nunca. Y dentro de esa libertad y dentro de ese
respeto, marcharemos adelante a pesar de las provocaciones.
A
los que organizan esa campaña bueno es advertirles del daño que se pueden hacer
a sí mismos, porque ya deben tener presente las consecuencias de la otra
campaña que se organizó; que, naturalmente, nosotros no hemos tomado medidas,
hemos dejado que se acerquen a los edificios públicos. Eso sí, pero que no se abuse de eso, porque
la autoridad, naturalmente, tiene que mantenerse, porque en el instante en que
se comience a abusar de las libertades que se permiten y hacer un show
permanente frente a los establecimientos públicos, entonces nos veremos en la
necesidad de prohibir que haya manifestaciones frente a los establecimientos
públicos. Y no queremos hacerlo.
Pero
todo el pueblo estará concorde en que es mucho mejor
evitar una manifestación a permitir una reyerta callejera, a que se reúnan
mañana las madres de los que asesinó la tiranía y se establezca una batalla
campal entre cubanos en el medio de la calle, que eso es lo que quieren
precisamente los provocadores, que eso es lo que quieren precisamente los
enemigos de la Revolución.
Si
se abusa de las manifestaciones nos veremos en la necesidad de poner rebeldes
allí, hombres que saben respetar al pueblo, y decir: ¡No se puede pasar por aquí! Porque en los establecimientos públicos hay
que trabajar, porque en los establecimientos públicos no se puede establecer un
show permanente, porque el establecimiento público hay que respetarlo como el
establecimiento público respeta los derechos del ciudadano, y a los
revolucionarios hay que respetarlos como los revolucionarios respetan a la
ciudadanía; y nuestro derecho a trabajar hay que respetarlo como se respetan
los derechos de los demás.
Y,
por lo tanto, aquí queremos mantener el máximo de libertades posible, y haremos
todo lo necesario para que los enemigos de la Revolución no se salgan con el
propósito de hacer que nos veamos obligados a restringir lo más mínimo de
libertad.
Porque
les hablamos, sí, yo les hablo, pero posiblemente a ese sea el único núcleo al
que yo no le hable, aunque me atrevo a hablarle, ¿no?, pero por un sentimiento
humano y hasta por un poco de repugnancia no me animo a pararme delante de
semejante multitud... Multitud no,
grupo. Señores, es doloroso pensar que
no hubiese piedad para los demás y se venga a pedir piedad ahora para los criminales
de guerra.
Algo
a lo que no me acostumbro es a ver a un torturado. Días recientes visité un periódico. Uno de los obreros de ese periódico mostró
sus espaldas: aquellas
llagas producidas por sopletes, donde echaron vinagre y sal. No es lo peor que hicieron, por
supuesto. Pero las fotografías no son
capaces de dar la impresión que produce la visión de aquellos actos de
barbarie.
Hoy
mismo se ha estado celebrando el juicio de Sosa Blanco. Algunos creían que íbamos a tener tolerancia
con Sosa Blanco. Y lo que queríamos era
demostrar de manera irrefutable la cantidad de pruebas que había contra
él. Y hasta apareció nada menos que un
informe del señor Cowley Gallegos —cuya historia,
famosa por sus crímenes, conoce todo el mundo—, un informe secreto de Cowley Gallegos al Estado Mayor, informando de los crímenes
de Sosa Blanco. Informe que debe ser
publicado enteramente, para que los que se compadecieron de Sosa Blanco se den
cuenta que hasta el criminal de Cowley se horrorizó
de los crímenes de Sosa Blanco. Para que
los que hablaron de Sosa Blanco en el extranjero y lo quisieron presentar como
víctima, para los que publicaron fotografías besando a las hijas, olvidándose
de las hijas de los cientos de campesinos que asesinó, olvidándose de que aquellas
no le dieron el último beso a su padre; olvidándose de esas madres que aquí han
tenido que recoger los restos de sus hijos en cajitas... Y no hay espectáculo que impresione más que
el recuerdo de un hombre grande y fuerte y que al cabo de los años no vea usted
más que una cajita donde lo tienen enterrado, producto del crimen, como los
compañeros del “Granma” que fuimos a enterrar hace unos días: hombres fuertes, saludables y
entusiastas que fueron asesinados después que los hicieron prisioneros, y que
tuvimos que enterrarlos en cajitas de este tamaño.
Bueno
es que se tengan presentes esas cosas.
No queremos exaltar las pasiones.
Pero bueno es que no dejemos de levantar la intriga y las maniobras de
los contrarrevolucionarios. Porque si lo
que están es perturbando, peor será para ellos, porque mientras más exalten las
pasiones del pueblo peor será para ellos.
Y el pueblo está severo, vigilante, exigente. Lo han provocado tanto que está intransigente. Y nosotros somos los que podemos pedirle
al pueblo, y lo que le podemos pedir es que ya la hora de los fusilamientos no
es el problema fundamental de Cuba: ¡que ha llegado la hora de la
Revolución! Que hay más de 300
criminales de guerra fusilados y que unos cuantos más caerán, y que los demás
tendrán que ir a hacer trabajo forzado, tendrán que ir a la Ciénaga de Zapata a
desecar la Ciénaga de Zapata o a otros lugares, porque es el castigo si
quieren... Yo estoy seguro de que ese
castigo es peor que el fusilamiento.
Nosotros
somos los que tenemos que orientar al pueblo y ayudar al pueblo; pero que no
exciten al pueblo, que no exacerben al pueblo, que no nos obliguen aquí a
resucitar todos los horrores que han cometido los servidores de la tiranía,
porque entonces será peor, porque mientras más lo exciten y más lo provoquen,
más severo será el pueblo. Y hay que
tener en cuenta que nosotros actuamos de acuerdo con el pueblo, lo orientamos;
pero que mientras lo orientemos no lo provoquen, porque provocarlo es lo peor
que pueden hacer. Y que no lo provoquen
abusando de las libertades, que no lo provoquen con maniobras cobardes.
Desde
luego, aquí la Revolución no la van a derrocar.
Se podría derrocar a la Revolución si la Revolución no se hace, si la
Revolución no cumple su destino, pero mientras estemos nosotros dispuestos a
hacerla, ¡la Revolución no será derrocada, porque tendrá tras de sí a todo el
pueblo, porque actuaremos siempre rectamente hoy y mañana, porque siempre nos
verán pobres, porque nunca nos verán una caja en el banco, porque nunca nos verán
un negocio particular, porque nunca nos verán una especulación o una malversación,
porque nunca nos verán favoreciendo a un amigo, favoreciendo un privilegio,
favoreciendo a un familiar! Porque
nuestra conducta será recta hasta la saciedad en todos los órdenes,
sencillamente porque estamos muy conscientes de los deberes que tenemos que
cumplir, y que nos tocó sacrificarnos.
Como
tenemos vocación de revolucionarios, sabremos ser revolucionarios, cualquiera
que sea el esfuerzo que se exija de nosotros, cualesquiera que sean los riesgos
que tengamos que correr, cualesquiera que sean los sacrificios, porque tenemos
vocación de revolucionarios. No somos
bodegueros metidos a revolucionarios.
¡Somos revolucionarios haciendo revolución, y revolucionarios en el
poder, conscientes de todo el poder que tenemos y, precisamente por eso,
ejerciéndolo tan benevolentemente como sea posible, ejerciéndolo tan
humanamente como sea posible, ejerciéndolo tan ecuánimemente como sea posible!
Por
eso, porque somos fuertes, porque tenemos al pueblo, podemos ser generosos,
podemos ser ecuánimes, podemos hacer una revolución sin terror, podemos hacer
una revolución sin violencia, podemos hacer un cambio: un cambio extraordinario al cual se
adaptarán todos los intereses. Porque
sencillamente es una ley biológica aquella de que el que no se adapta
desaparece. Y he visto con sincera
satisfacción que han venido banqueros, hacendados, todos dispuestos a hacer los
sacrificios que sean necesarios. Hay
incluso un industrial que ha hablado de ceder el 50% de sus utilidades.
Y
así veo en Cuba un proceso extraordinario de todo el mundo queriendo colaborar
al triunfo, porque es una realidad y porque aquí todo el mundo comprende que
tenemos que seguir adelante, porque aquí todo el mundo comprende que la
Revolución hay que hacerla, ¡porque si no
se hace, fracasa! ¡El fracaso de la Revolución
es el abismo, la guerra civil, el mar de sangre y, al fin y al cabo, el regreso
de Batista, de Ventura, de Chaviano, de Masferrer, de Carratalá y de toda
aquella caterva de criminales!, porque aquí no hay términos medios.
Y
la gente prefiere un millón de veces —por el desinterés con que los han visto—
a esos hombres que traen barbas que les crecieron combatiendo, a esos hombres
caballerosos, a esos hombres honrados; a los hombres que ven hoy, que no serán
magos, que no serán expertos, pero que cada día irán aprendiendo y cada día
irán aprendiendo cada vez mejor, y cada día irán aplicando mejor lo que sepan
con el respaldo del pueblo que nos tiene que ayudar en todo.
Ahora
tienen que ayudarnos a hacer una campaña contra las apetencias burocráticas,
que hay que saber esperar, saber sacrificarse, porque tenemos que construir el
porvenir para todos. No es cuestión de
resolver el problema... La burocracia mata
el espíritu revolucionario. La
Revolución necesita sus grandes reservas de valores.
Y
una campaña para que nos dejen trabajar, para que piensen que nosotros no somos
el concejal del ayuntamiento. Que cada
hora y cada minuto lo necesitamos para hacer leyes que han de beneficiar a
millones de cubanos. Que cada hora y
cada minuto lo necesitamos para pensar en los grandes problemas de Cuba. Que si distraemos la atención en un problema
minúsculo y pequeño, si gastamos nuestras energías en eso, entonces no podremos
hacer nada.
Queremos
complacer a todo el mundo, y por quererlos complacer nos vemos que nos
agobian. Y no queremos tener que decir: no recibimos a
nadie. Lo que queremos es que el que no
tenga que tratar un asunto importante, un asunto urgente, un asunto necesario,
no trate de pedirnos audiencia, no nos visite.
Queremos por lo menos seis meses para trabajar enteramente, para
dedicarnos por entero a este trabajo, que es muy difícil y que si no lo ayudan
a uno no hay quien lo haga, no hay quien lo haga como lo queremos hacer
nosotros. Porque para hacerlo igual que
como lo hicieron antaño, para eso no lo hacemos, para eso no hace falta. Que nos dejen trabajar, que nos ayuden en
eso. Que los autógrafos no se los pidan
a uno, que eso es cosa para artistas de cine, no para revolucionarios. Que no lo estén parando a uno en todas partes
para tratar problemas que no tienen importancia. Que tengan paciencia.
Yo
comprendo la angustia, pero es más grande mi angustia por Cuba, es más grande
nuestra angustia por millones de cubanos, es más grande nuestra angustia por la
patria.
Y
eso es lo que tenemos que tener presente: que necesitamos nuestro tiempo para
trabajar por el pueblo y para el pueblo, para todos. Con un poco de paciencia hoy y mañana, esos problemas
que hoy angustian a la gente, no se presentarán.
Es
necesario, además, que todos actuemos sin demagogia, que todos actuemos
honradamente. Que no se presenten esos
casos, como los de hoy, que por adelantar noticias se le puede provocar un daño
a la Revolución. Que no se presente el
caso de líderes que se ponen a agitar consignas demagógicas, cuando saben que
no es el momento oportuno, porque eso no es de revolucionarios, eso no es ser
amigo de los trabajadores.
Hay
líderes que se ponen a agitar consignas de ese tipo. ¿Para qué?
Para obtener fuerza y lideraturas
personales. Y la Revolución no puede
consentir eso, porque antes que nada hay que ser honrado, hay que ser valiente.
A
mí me ha tocado en más de una ocasión hablar incluso contra lo que está
sintiendo una masa determinada. Y, por
ejemplo, me vi en la amarguísima
necesidad de tener que decirles a los representantes de los trabajadores
azucareros que la medida que más querían, la medida que más apreciaban, la
medida que aplaudían durante un minuto no era, a mi entender, una medida
económica; que eso sería la consecuencia de una etapa, que algún día
trabajarían no seis horas sino cuatro horas, el día que organizáramos la
sociedad sobre bases justas, cuando se desarrollara la técnica de nuestro país,
cuando tuviéramos hecha la reforma agraria, cuando tuviéramos industrializado
el país, entonces sí. Pero ahora lo que
tenemos es que trabajar todos, trabajar mucho para salvar la Revolución, para
producir riquezas, y luego convertir esas riquezas, evolucionar y revolucionar
la economía de nuestro país para que el pueblo reciba el fruto de su trabajo.
Y
he tenido en más de una ocasión que pararme honradamente... Lo demagógico hubiera sido: sí, esta demanda, no cuatro turnos
sino seis turnos. Eso era lo demagógico. Y tuve con dolor de mi alma que pedirles a
los obreros sacrificios, sacrificios en bien de ellos, sacrificios hoy para
obtener mayores ventajas mañana. Creo que
eso es lo honrado: hablarles
así, no agitar consignas demagógicas para crear problemas a la Revolución. Y la Revolución tiene que marchar como un
todo, que tiene que haber una estrategia, que debe haber un mando o, de lo
contrario, se pierde la Revolución como se hubiera perdido la guerra.
Y
que por lo tanto es muy necesario que esas cuestiones las tengamos presentes y
que el pueblo nos ayude condenando al demagogo, condenando al farsante,
condenando al intrigante y, además, condenando también al funcionario que no
cumpla y diciendo quién es, pero diciéndolo sobre bases. No por cualquier cosa una protesta, porque es
muy fácil protestar. Yo al que protesta
lo llamaría y le diría:
¡Hágalo usted!, para que viera que no es nada fácil ir
resolviendo estos problemas cuando hay tantos intereses de por medio, cuando
tiene la Revolución que ir enfrentándose a cada una de esas marañas, de esa
urdimbre que han creado aquí los malos gobiernos.
Nosotros
tenemos la seguridad de que, por lo menos, si del esfuerzo depende, que si de
la buena voluntad depende, que si de la energía, que si de la honestidad
depende el éxito de la Revolución, si de que nosotros tomemos con el entusiasmo
con que hemos tomado todas las cosas, con la dignidad con que hemos tomado
todas las cosas, con la perseverancia y la tenacidad y la voluntad con que
hemos hecho otras cosas; si de eso depende el triunfo, el triunfo está asegurado
de antemano.
En
la mente del pueblo solo quiero que haya siempre pendiente una idea: que no es fácil,
que es difícil; que no gobernamos para el triunfo de nosotros, que peleamos
para el triunfo de ellos; que nos ayude.
Y sé que la mayoría del pueblo, como sabe que somos leales a él, como
sabe que no nos interesa nada más que servirlo a él, como sabe que somos
hombres iguales a él, no un hombre encaramado en una posición, no un hombre
encumbrado en una posición sino un hombre que está a la altura del pueblo, que
es un hombre del pueblo, que viene aquí a servir los intereses del pueblo, sé
que la inmensa mayoría del pueblo estaría con nosotros.
Y
lo que hay es que orientarlo bien. No
que mientras nosotros lo orientemos, otros lo desorienten. Que no nos obliguen a trabajar por gusto, a
crear una conciencia revolucionaria y que otros la desvíen.
El
pueblo tiene que estar muy consciente de que el camino es difícil, que el
camino es largo, que el camino es fatigoso, que tenemos que sudar mucho la
camisa luchando. Y que no solamente hay
que tener esa idea presente, sino que hay que estar siempre alerta y no dejar
que el entusiasmo muera. Porque esta
obra grande que se ha impuesto el pueblo de Cuba no es obra de pueblos
mezquinos, sino de pueblos grandes como el nuestro.
(OVACION.)