DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO
RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO DE CELEBRACION DEL
DÍA DEL JURISTA, EN EL HOTEL HABANA-HILTON, EL 8 DE JUNIO DE 1959.
(VERSION
TAQUIGRAFICA DE LAS OFICINAS DEL PRIMER MINISTRO)
Compañeros abogados:
Es
para mí, sinceramente, una oportunidad emocionante esta de hablarles a mis
compañeros de profesión.
Entre
tantas comparecencias y entre tantos discursos, quizás ninguna prueba más
difícil que esta precisamente, porque les hablo a los míos (Aplausos), a los
que hemos tenido una formación igual y a los que, además, como abogados que
somos —espíritus polémicos y espíritus críticos—, naturalmente entienden de
emociones pero sobre todo entienden de razones.
Hoy
somos, por encima de todo aquí, abogados.
Ese concepto es el que nos une, aunque puedan separarnos conceptos más o
menos radicales, ideas más o menos radicales, temperamentos más o menos
radicales.
Aquí
presentes hay, entre abogados, ministros, magistrados, jueces, fiscales, abogados
en general. Unos acusan, otros
defienden, otros deciden; unos hacen leyes, otros las interpretan. Es decir que cada uno de nosotros en nuestra
vida cotidiana hace algo diferente.
Nuestras funciones son bastante diferentes, sin embargo, aquí nos une un
concepto: somos
hombres de derecho, hemos estudiado el derecho y nos hemos dedicados al
derecho.
Nosotros,
los que somos aquí ministros —porque debe decirse que posiblemente nunca haya
habido tantos abogados en un gobierno, puede decirse que este es un gobierno de
abogados revolucionarios—, tenemos quizás una de las funciones más difíciles,
que es la función de hacer las leyes revolucionarias, aunque afortunadamente
hemos contado con un valiosísimo ministro, miembro prominente del colegio, el doctor
Dorticós, entre otros (APLAUSOS), a quien
afectuosamente los demás ministros le solemos llamar “El Congreso” (RISAS),
porque es el que redacta las leyes y por cuyas manos pasan las iniciativas y
las medidas legales del gobierno.
Es
una tarea difícil, porque una revolución, si es una revolución como esta, que
es una revolución... vale la pena
recalcarlo, porque muchas veces hemos oído llamar a cualquier cosa una
revolución. Los autores del golpe del 10
de Marzo decían que habían hecho una revolución, y en nombre de las palabras
revolucionario o revolución, se han cometido incluso muchos actos
contrarrevolucionarios y muchas fechorías.
En
realidad, revoluciones en el mundo ha habido muy pocas. La palabra incluso ha llegado en ciertas
circunstancias a ser antipática por los hechos que bajo su manto se han tratado
de cubrir. Pero en verdad, como todos
nosotros sabemos por lo que hemos estudiado de historia, revoluciones en el
mundo —es decir, cambios verdaderamente profundos y justos— ha habido muy pocas. Y no por falta de intenciones, porque muchos
han sido los esfuerzos del hombre en todas las latitudes por alcanzar estados
superiores y más justos de convivencia, donde se hagan posibles las
aspiraciones del hombre.
Una
revolución implica cambios, cambios que necesariamente chocan con el estado
social existente, con los intereses existentes, y naturalmente que concita
contra sí toda una serie de fuerzas poderosas: las fuerzas de los que han
estado detentando el poder y los privilegios, las cuales lógicamente tratan de
defender por todos los medios posibles esas ventajas que han estado
disfrutando, no se resignan tranquilamente a perderlas.
Los
que conocen la historia de las revoluciones saben de las tremendas dificultades
que han tenido que vencer para llegar a ser realidades, para obtener en muchas
ocasiones una parte siquiera de lo que pretenden, porque son muchos y muy
poderosos los intereses que se oponen a ellas, y particularmente en nuestro
caso cubano, porque contra nuestra Revolución no solo se concitan intereses
internos —que los hay, no debemos cegarnos, y aunque nos duela tenemos que
reconocer que contra ella se concitan poderosos intereses internos, no por el
número, sino por sus recursos, por su influencia, por su maña e incluso porque
cuentan a su favor con todas las ventajas que implica el estado de ruina, de
incultura y los malos hábitos y vicios que durante años, decenas de años, y en
ocasiones siglos, han sembrado en los pueblos—, contra nuestra Revolución se
concitan intereses extraños a la nación.
Puede
decirse que se concitan todos los intereses que en los demás pueblos de nuestro
continente temen a una revolución como esta, temen el triunfo de una revolución
como esta, no porque cuando nosotros hagamos una ley revolucionaria los estemos
perjudicando en sus propios intereses, sino porque la nación cubana está dando
un ejemplo, porque todos los pueblos de América tienen puestos sus ojos en la
nación cubana, y los intereses creados en otros países, los órganos de
publicidad de esos intereses, los voceros de esos intereses, adivinan que el
ejemplo de nuestra Revolución puede despertar la conciencia de otros pueblos
que están padeciendo los mismos males que nosotros hemos padecido y de los
cuales estamos tratando de librarnos, y esa conciencia pueda despertar y luchar
en aquellos países por los mismos propósitos que estamos luchando nosotros
aquí.
Es
decir que no solo como hecho social que lesiona intereses nacionales, que
lesiona intereses extranjeros radicados en nuestro país, sino que incluso como
ejemplo nuestra Revolución concita enemigos fuera de nuestra patria, y los
concita aquí no por lo que tenga de injusta, sino por lo que tiene de justa; no
por inmoral, sino por moral; no porque contemporice cómodamente con aquellas
situaciones imperantes, sino porque lucha para cambiarlas. Es por lo que nuestra Revolución tiene
enemigos.
No
los tenía el primer día. En aquel
momento todos se acordaban de los beneficios que habla traído para la nación,
todos se acordaban de que gracias al esfuerzo revolucionario brillaba de nuevo
el sol de la libertad en nuestra patria; todos agradecían que gracias al
esfuerzo revolucionario el tirano había huido, los esbirros y los criminales
habían huido, las noches de zozobra habían terminado, el terror de la opresión
había desaparecido, los jóvenes podían regresar a sus casas, las madres estaban
tranquilas, la familia se sentía segura, se acabó el crimen, se acabó el
pillaje, se acabó el vicio y, en fin, pudieron los cubanos sentirse orgullosos
de nuevo, sentirse pueblo de nuevo, sentirse hombres de nuevo, sentirse de
nuevo como capaces de mirar con la frente alta a otros pueblos. Y aquello lo agradecía todo el mundo: nos faltaba a todos
la libertad, y todos agradecían la libertad conquistada; nos faltaba a todos la
seguridad y agradecían todos la seguridad conquistada.
Cada
cual agradecía lo que no tenía, agradecía el fin de aquella humillación
perenne, agradecía el fin de aquella bofetada perenne en el rostro de cada
ciudadano. Cada cual, repito, agradecía
contar de nuevo con aquellas cosas que le faltaban. Pero muchos se olvidaban de que a una inmensa
mayoría del pueblo no solo le faltaba la libertad, no solo le faltaba la
seguridad, sino que le faltaba también el pan, le faltaba el trabajo, le
faltaba el más elemental recurso para llevar unos zapatos a sus hijos, un
pedazo de pan a sus hijos, una medicina a sus hijos, un poco de alegría y de
felicidad al hogar; que a una inmensa mayoría del pueblo, desde hacía mucho
tiempo, venía faltándole aquellas cosas que son tan elementales y tan
indispensables a la vida como la libertad, porque sin ellas la libertad no
puede concebirse, sin ellas la seguridad no puede concebirse, la felicidad no
puede concebirse.
Al
hombre que le falta el trabajo, al hombre que le falta el pan, no se le puede
llamar un hombre que se sienta seguro con el fantasma terrible del hambre, la
tiranía del hambre, la incertidumbre pesando siempre sobre él. Un hombre con hambre no puede sentirse un
hombre seguro ni un hombre libre; un hombre con hambre es víctima de la tiranía
de las necesidades y lo puede hacer víctima de todas las abyecciones
morales.
Una
parte se olvidaba de lo que le faltaba a la inmensa mayoría del país, y que esa
inmensa mayoría del país seguía esperando mucho de nosotros, que esa inmensa
mayoría del país había concebido una gran esperanza en la Revolución, y que esa
inmensa mayoría del país esperaba ser liberada también de otras muchas tiranías
que pesaban sobre ella: la tiranía de
todos los privilegios; la tiranía de una serie incalificable de explotaciones
que iban desde el garroterismo hasta el latifundismo,
desde la explotación del vicio a todas las formas de especulación, a todos los
sistemas de producción, que no se ajustaban, por ningún concepto, a las
necesidades de la nación.
De
modo tal que, por una serie de causas de orden económico, nuestro pueblo, que
tenía por un lado la fortuna de habitar en una de las tierras más ricas del
mundo, en una isla capaz de dar un modo de vida decoroso no a la exigua
población de 6 millones de habitantes, sino a una población cinco o seis veces
mayor, con trabajo para todos, con riquezas para todos, con beneficios para
todos y que cuya realización es posible lo prueba el hecho de que otros muchos
pueblos más numerosos que nosotros, viven mucho mejor que nosotros, en tierras
menos extensas que las nuestras y en tierras menos ricas que las
nuestras... (APLAUSOS.)
Luego
era evidente que nuestras riquezas no estaban siendo explotadas debidamente;
era evidente que la nación resultaba víctima de una serie de vicios económicos,
resultaba víctima de una serie de privilegios, de los que se preocupaban solo
por ellos, se preocupaban solo por sí mismos, de la satisfacción de sus
aspiraciones materiales aun a costa de que el resto del pueblo —lo que vale
decir la gran mayoría del pueblo— continuase sufriendo la peor suerte.
Era
indudable que esas clases —a las que se suele llamar clases dirigentes, a las
que se suele llamar clases influyentes, clases orientadoras de la vida
económica y, por ende, de la vida política del país— no habían interpretado las
aspiraciones de la nación, no habían sabido guiar ni orientar al país, y que,
lejos de ello, por su conformismo frente a otros intereses poderosos, por su
conformismo frente a las costumbres políticas imperantes, por su conformismo
frente a todos los males en que estábamos sumidos lejos de llevar al país hacia
adelante lo estaban retrogradando cada vez más, lo estaban sumiendo cada vez
más en el atraso económico, en el subdesarrollo económico y en el atraso
político y moral.
Cada
día era mayor la incertidumbre; cada día era mayor el desempleo; cada día era
mayor el desnivel en las balanzas de pago y de cambio; cada día era mayor el
número de profesionales sin ocupación, llámense maestros, o abogados, o médicos;
cada día era mayor el número de campesinos sin tierra; cada día era mayor el
número de obreros sin trabajo. Y se daba
el caso absurdo de que la población se duplicaba, los niños crecían y se hacían
hombres en cortos años, sin que el país se desarrollase, porque muchas causas
de orden interno y de orden externo conspiraban contra el desarrollo de la
nación.
Todo
el mundo aquí está de acuerdo —porque todo el mundo lo dijo muchas veces,
porque todo el mundo lo sabía desde que empezaba a tener un poco de conciencia
política, desde que empezaba a leer en algún libro— en que este era un país de
monocultivo, que este era un país atrasado económicamente, que este era un país
de alquileres altísimos, que este era un país de concentración de la tierra en
pocas manos, que este era un país de latifundios, algunos de los cuales bien
podían considerarse casi una provincia por los miles y miles de caballerías de
tierra de extensión que tenían. Y todo
el mundo estaba de acuerdo en eso, y todo el mundo estaba de acuerdo en que era
la causa de la miseria, y todo el mundo estaba de acuerdo en que si el país no
salía de esos vicios y de ese pantano se debía a que los usufructuarios de esa
situación, a que los únicos que se beneficiaban de esa situación, lo impedían,
porque eran los que influían en los partidos políticos, eran los que influían
en las instituciones del Estado.
Aquí
está presente un presidente que en alguna ocasión ha dicho que para aprobar
algunas de las leyes de carácter económico en beneficio de la nación tuvo que
pagar representantes y senadores (APLAUSOS), porque aquellos representantes —no
eran representantes del pueblo en una mayoría, o en un número considerable,
sino representantes de la compañía tal o más cual, que les pagaba la campaña;
representantes de los intereses tales o más cuales, que mantenían su vigencia
política— jamás se decidirían a aprobar medidas que estuviesen contra esos
intereses.
Esos
intereses no solo tenían amigos y defensores y representantes en el Parlamento,
sino que tenían voceros en los órganos de prensa, tenían voceros sobrados en la
prensa nacional y en la prensa internacional, tenían defensores en todas las
tribunas, y eran los que hablaban, los que trataban de orientar. Y si bien ni orientaban ni salvaban la
república, al menos la confundían, al menos la mantenían en un letargo moral
del cual solo una revolución podía liberarla.
Esos
intereses tenían no solo sus amigos en el Parlamento y en los voceros de la
opinión pública, sino que los tenían también en los cuarteles, porque cada
capitán, y cada coronel, y cada general, y cada sargento, y cada soldado, era
un defensor de aquellos intereses; los hombres que iban a prender la llama en
los bohíos de los campesinos, los hombres que usaban sus fusiles para agredir a
culatazos o con el “plan de machete” a todo aquel que inconforme con aquellas
injusticias osara protestar, no ya rebelarse, porque rebeliones no hubo antes;
rebelión es esta, rebelión de verdad, y que por ninguna razón dejará de ser
rebelión (APLAUSOS).
Son
cosas estas que ningún hombre justo, ningún hombre sereno, ningún hombre
honrado, sería capaz de negar.
Nos
tocó a nosotros venir a enfrentarnos con esos problemas, problemas que no los
creamos nosotros, problemas que venían de atrás, de muy atrás, para juntarse
todos en un tinglado de intereses contra los cuales nos hemos tenido que
enfrentar nosotros, y estamos en el deber de enfrentarnos, so pena de
convertirnos en traidores a la idea de lo justo y a las esperanzas que el
pueblo ha concebido con el anhelo de verlas convertidas en realidad.
Nos
ha tocado enfrentarnos con cada uno de los vicios, con cada uno de los
privilegios, porque si allá en los inicios de la república, por razones de
orden económico y político, se gestaron los latifundios; si desde los inicios de
la república comenzaron a tener vida una serie de hábitos especulativos y una
serie de costumbres en las cuales radican las causas de todos nuestros males
políticos, económicos y sociales, nos vino a corresponder a nosotros la tarea
dura y amarga de tener que enfrentarnos a cada uno de ellos. ¿Porque le queramos hacer mal a alguien? ¡No!
¿Porque queramos hacer sufrir determinadas privaciones a sectores
determinados? ¡No! Sencillamente porque era una necesidad,
porque no había otro modo de romper de una vez este nudo gordiano que estaba
atando la marcha de nuestro pueblo.
Por
eso hoy no es como al principio. Por eso
hoy los que ayer agradecían los beneficios que la Revolución les había
prestado, pronto han olvidado aquellos beneficios para no comprender los
sacrificios que debían hacer, porque si muchos jóvenes sacrificaron su vida,
que vale más que la hacienda; si muchas familias sacrificaron a sus hijos, que
valen más que la hacienda; si muchas generaciones han sufrido; si en la lucha
de nuestra patria desde hace más de un siglo por ser plenamente libre, miles,
decenas de miles de cubanos se han sacrificado; si sacrificaron otras
generaciones a sus mejores hijos; si Céspedes, si Martí, si Agramonte —cuyo recuerdo se evoca hoy—, si Maceo y
si tantos miles de hombres superiores, de hombres formidables, se sacrificaron;
si unos lucharon 30 años por darnos una patria libre; si otros han hecho
ingentes sacrificios; si sobre todo se ha sacrificado nuestro pueblo, que ha
sufrido hambre, dolor, luto y miseria en cada una de las contiendas, hay hoy,
quienes haciendo cierto aquel pensamiento de Maquiavelo
de que hay hombres que prefieren la muerte de toda su familia antes que el
sacrificio de sus bienes materiales, unos cuantos, una minoría —pero minoría
poderosa, minoría que tiene recursos, minoría que tiene voceros dentro y fuera
de Cuba, minoría que tiene cómplices dentro y fuera de Cuba, minoría que cuenta
con la solidaridad de otras minorías como ella en otros pueblos de nuestro
continente—, se han olvidado bien pronto de los beneficios que la Revolución
les trajo para empezar ya a odiar y a combatir de palabra, para empezar a
combatir de hecho a la Revolución, que trata de seguir ayudando a aquellos que
necesitan de ella, a seguir liberando a aquellos que no han sido liberados
todavía de otros males tan duros y tan crueles como los males que llevaron a
todo el pueblo a levantarse contra la dictadura.
Es
egoísta agradecer o luchar por lo que a nosotros en particular nos preocupa o
nos hace sufrir, y olvidarnos del deber de luchar por aquellos que todavía
necesitan de la Revolución, ya que, al fin y al cabo, si la Revolución ha
quitado, no ha quitado lo esencial, ha quitado lo que sobra; si la Revolución
ha obligado a sacrificios, no es a sacrificios de lo que se necesita para vivir
decorosamente, sino al sacrificio de lo que sobra. ¡Y ha dejado todavía de sobra! (APLAUSOS.)
Cualquiera
diría que aquí no queda ningún millón en ningún banco. Cualquiera diría que aquí no quedan casas
principescas. Cualquiera diría que aquí
no quedan quienes puedan gastar 10 000 pesos al mes, 20 000 pesos al
mes, 30 000 pesos al mes, y todavía les sobra más de un millón de pesos
todos los años, o les sobra medio millón de pesos, o les sobran 100 000
pesos —que para el caso es lo mismo, porque al fin y al cabo nadie puede dormir
cada noche en más de una cama (APLAUSOS), ni puede transitar a cada momento en
más de un automóvil, ni se puede poner más de un traje al mismo tiempo, ni más
de un par de zapatos al mismo tiempo, y posiblemente son muy pocos los que
puedan comerse más de tres bistés de filete al día (APLAUSOS).
No
acabamos, por eso, de comprender dónde puede estar la razón de los que
airadamente pagan campañas contra la Revolución, movilizan recursos contra la
Revolución, inventan argumentos contra la Revolución y empiezan a asociarse ya
a los criminales de guerra. Y en esto no
invento, porque baste saber ya para no acudir a informaciones que pudiéramos
tener en nuestro poder, baste considerar las coincidencias cada vez más
señaladas, las actitudes cada vez más audaces, las provocaciones cada vez más
agresivas dentro y fuera de la patria de los que se empeñan en calificar al
Gobierno Revolucionario de comunista mientras en Santo Domingo los criminales
de guerra nos llaman comunistas, mientras en Miami los criminales de guerra
lanzan panfletos llamándonos comunistas.
Baste
observar cómo se llega ya al soborno, como ha ocurrido con el caso de utilizar
incluso no a un miembro del Ejército Rebelde, pero sí a un castigado por el Ejército
Rebelde, a un oficial que en plena campaña fue destituido por cobardía, por
embriaguez y por indisciplina, de esos que aprovechando el maratón de los
primeros días para pasar desapercibidos volvieron a ponerse las insignias hasta
que supieron que se estaba haciendo una depuración; cómo utilizan a esos
elementos, los sobornan y los llevan al extranjero a decir nada menos que
oficiales rusos están entrenando al Ejército Rebelde (RISAS), que barcos rusos
estaban descargando armas en el puerto de La Habana; e insistir cada vez más en
las cosas más inverosímiles, en las mentiras más canallescas dentro y fuera, en
la misma medida en que dicen que la reforma agraria es comunista, como decía un
oportunista y uno de esos descarados que aquí abundan, que dijo que él era un
miembro del Ejército Rebelde y que él, líder de un grupo de colonos, estaba
contra esa ley porque era comunista. Y
resultaba ser que el señor era heredero nada menos que de 90 caballerías de
tierra, y era un afectado por la ley revolucionaria.
Así
vemos cómo tratan incluso de presentar a esos elementos como revolucionarios, y
vemos informaciones donde dicen: “El revolucionario tal, el distinguido
revolucionario más cual, combatiendo la ley revolucionaria.” Como si pudiera
llamarse revolucionario el combatir una medida justa, como si pudiera llamarse
revolucionario a un defensor de los privilegios, como si pudiera llamarse
revolucionarios a los que se venden a los criminales de guerra que se fueron
del país después de saquear la república, que todo el mundo sabe cómo la
dejaron.
Todo
el mundo sabe cómo quedaron las divisas, todo el mundo sabe los millones que se
llevaron, de tal manera que solo la anulación de los billetes de 1 000 y
de 500 que se llevaron a última hora significó la suma de 20 millones de
pesos. Todo el mundo sabe las cantidades
de recursos con que cuentan, más los recursos de Trujillo, dueño de Santo
Domingo, dueño de toda la extensión territorial prácticamente de aquella isla,
dueño de todos los centrales azucareros.
¡Ah!, pero a eso no lo llaman estatalización,
eso no lo califican de comunismo. ¡No! El que un señor llegue a un país y se coja
toda la tierra, y se coja todas las industrias, y se coja todos los negocios de
ese país, ¡ah!, eso no lo califican de estatalización,
¡no! ¡Esa es una medida liberal, es una
medida democrática, esa es una medida de respeto a la propiedad privada, porque
es la propiedad privada del señor dictador! Contra eso no se harán campañas, contra eso no
se harán campañas por los trusts internacionales, por
los grandes recursos, porque Trujillo lo único que hizo fue adquirir la
propiedad privada —¡sacratísima!— de toda la tierra de
aquel país, quitándosela a los demás.
Mas
cuando se hace una ley revolucionaria y justa, donde el Estado empieza por dar
sus tierras a los propios campesinos, donde el Estado prácticamente se queda
sin tierras, si se exceptúan las destinadas a la reserva forestal o algunos
otros fines de beneficio nacional; si se hace una ley agraria para recobrar
incluso mucha de la tierra que le robaron al Estado; si se hace una ley agraria
para recuperar las mejores tierras de la nación de manos extranjeras; si se
deja un límite de 30 caballerías, y en ocasiones de 100; si gracias a esa
reforma cientos de miles de campesinos van a disfrutar de los beneficios de la
tierra, a esa ley —que todavía deja considerable cantidad de tierra en manos
privadas— se le califica de una ley totalitaria, de una ley antidemocrática, de
una violación a los principios de la Constitución de la República, y se hacen
campañas contra nosotros y barcos rusos “aparecen” descargando armas.
A
Trujillo, a Somoza, a los grandes criminales, a los grandes dictadores, a los
que han estatalizado la tierra para ellos: a esos no se les
dedican campañas. ¡Esos son prohombres
de la democracia, esos son prohombres de la libertad, esos son prohombres de
los sagrados derechos de la propiedad! Nosotros
somos totalitarios, enemigos de la democracia, enemigos del derecho de
propiedad.
Pero
vale decir dos cosas:
en primer término, ¿cómo no calificaron dé totalitaria la
Constitución de 1940? Porque la
Constitución de 1940 decía que la ley proscribe el latifundio y la ley señalará
el máximo de extensión de tierra para cada tipo de cultivo agrícola-industrial. ¡La ley señalará el máximo de extensión de
tierra! Mas como nunca la ley señaló el
máximo, la Constitución era democrática; mas cuando se señaló el máximo, como
el máximo que se señaló no era de 30 000 caballerías, sino de 30, ¡ah!,
entonces la Constitución, la ley, no es democrática (APLAUSOS).
La
cuestión no estaba en la ley, la cuestión estaba en el límite. Si la Revolución hubiese establecido el
límite que les venía bien a los grandes trusts
extranjeros y a los grandes intereses de unos pocos, entonces esa hubiera sido la
ley más democrática del mundo. Si en vez
del tres y un cero, hubiésemos añadido dos más, tengan la seguridad de que
ahora, en vez de ser calificado el gobierno de totalitario, en vez de ser
calificado de antidemocrático, de abusador, de violador de la Constitución y de
los sacratísimos derechos de esos intereses, yo estaría condecorado a estas
horas por los latifundistas (APLAUSOS).
Habrían
venido aquí los grandes ganaderos, esos que tienen la osadía de hablar en
nombre de todos los ganaderos, olvidándose de que la mayor parte son pequeños
ganaderos beneficiados por las leyes revolucionarias. Vendrían aquí también los grandes colonos,
esos que hablan a nombre de los pequeños colonos, como si la ley revolucionaria
no estuviese beneficiando a más de 40 000 pequeños colonos. Pero como siempre aquí los grandes hablaron
por los chiquitos, como aquí los chiquitos no sabían ni hablar, como aquí los
chiquitos no habían ido ni a la escuela, porque el saber hablar y escribir, y
el ir a las universidades, y el ir al extranjero, y el tener bibliotecas, y el
tener modales corteses
—hipocresía refinada— (APLAUSOS), fue privilegio de unos cuantos, los
grandes siempre hablaron por los chiquitos.
Vendrían
aquí los grandes latifundistas encantados, considerándome el más patriota, el
más cívico y el más digno de todos los cubanos, simplemente no por razones de
esencia, no por cuestiones institucionales, sino por razones de ceros más o
ceros menos; solo que los ceros escaseaban y quedó solo un cero después del
tres (RISAS). Esa es toda la razón de
las campañas, no porque hayamos abolido ningún derecho, no porque queramos
burlar la indemnización.
¿Qué
quieren? ¿Que paguemos? ¿Y dónde está la plata para pagar? ¿Quién se robó la plata? ¿Fuimos nosotros o fueron los malos
gobernantes que recibieron, por cierto muchos homenajes de esos? Fue la tiranía, por cuya salud brindaron los
días subsiguientes al 13 de marzo.
Cuando no se derramaba una sola lágrima por los que morían, se derramaba
champán por la salud del tirano sanguinario.
¿Y
esos qué quieren?, si el dinero se lo llevaron, si las reservas las agotaron,
si ahí mismo lo que dejaron fue una deuda superior a 1 000 millones de
pesos a través de los manejos y del apoyo de ciertas inteligencias que se
pusieron al servicio del mal y del crimen, por las cuales hoy más de una toalla
se quiere tirar con ese criterio solapado de ir rebajando y enfriando el
espíritu revolucionario. Si el dinero se
lo llevaron, ¿por qué no piden que fusilen a unos cuantos responsables de esos
robos en vez de estar pidiendo toallas para ellos? (APLAUSOS.) Porque fue precisamente a través del Banco
Nacional donde todos esos manejos se hicieron posible.
¿Qué
quieren? ¿Que les paguemos? ¿Pues por qué no piden el fusilamiento de los
culpables de esa falta de recursos que pagarles hoy los latifundios?
(APLAUSOS.)
¿Qué
quieren? ¿O que paguemos —lo cual no
podemos, no podemos pagar en efectivo—, o que dejemos la reforma agraria? No podemos pagar, pero entre no pagar en
efectivo y dejar de hacer la reforma agraria, optamos por no pagar en efectivo
y hacer la reforma agraria (APLAUSOS).
¿Qué
quieren? ¿Que les paguemos ahora por el
latifundio con el dinero que necesitamos para hacer hospitales y salvar vidas,
con el dinero que necesitamos para hacer acueductos y salvar la salud del
pueblo, protegerla de todas las epidemias y de todos los males que está
sufriendo?
¿Qué
quieren? ¿Que les paguemos los
latifundios y dejemos de hacer todas las obras, todas las escuelas y todo lo
que el pueblo espera de nosotros y que con nuestros escasos recursos, con la
honradez con que estamos manejando los fondos públicos, estamos tratando de
satisfacer?
¿Qué
quieren? ¿Que encima de que el pueblo ha
sido la principal víctima del retraso económico y de los males del
latifundismo, dejemos de darle al pueblo para pagarles a ellos?
Si
de pagar y de dar se trata, démosle al pueblo, que bien pueden ellos esperar 10
ó 15 años para cobrar (APLAUSOS). Al fin
y al cabo, van a cobrar; pero van a cobrar con lo que produzcamos de ahora en
adelante, van a cobrar con el aumento de las riquezas del país, van a cobrar
gracias a la reforma agraria. Sin
reforma agraria ni cobran ni les queda latifundio aquí, porque esto no puede
seguir como va, y la única manera de pagarles es desarrollando nuestra
agricultura, sembrando hasta la última pulgada de tierra, desarrollando nuestra
industria.
Resulta
absurdo venirnos a plantear —en el estado económico que tenemos hoy, porque no
queremos ponernos de rodillas ante nadie para ir a mendigar dinero— (APLAUSOS),
resulta absurdo que nos exijan el pago inmediato, cuando incluso ese pago en
valores se puede convertir en dinero, se puede negociar, porque nunca como hoy
pueden contar con la seguridad de que la república contará con recursos suficientes
para satisfacer esos valores. Y la
prueba está en la gran cantidad de personas que vienen del extranjero a ofrecer
préstamos, porque todo el mundo tiene confianza en que aquí no se perderá el
dinero, tienen confianza en que la reforma agraria es conveniente, y saben que
están bien orientados los pasos del gobierno cuando se propone una reforma
agraria y un desarrollo industrial.
Tienen el dinero seguro.
Vamos
a pagar los latifundios, vamos a indemnizarlos en valores, y vamos a
indemnizarlos cuando en realidad viene a resultar ahora que casi ninguno tenía
las tierras amillaradas como ordenaba la ley, viene a resultar ahora que si
somos nosotros los que exigimos que nos paguen lo que le deben al Estado, es
posible que en vez de quedarles 30 caballerías a muchos, muchos nos deban 30
caballerías de tierra a nosotros (APLAUSOS).
¿Qué
ocurriría si la nación cobrara el daño que han hecho los geófagos, los que
extendieron sus cercas y le robaron las tierras al Estado? ¿Qué sucedería si la nación les cobrara la
despoblación forestal de hoy? ¿Qué
sucedería si la nación les cobrara esos campos desérticos, roídos por la
erosión? ¿Qué sucedería si la nación
cobrara el valor de lo que ha perdido nuestra capa vegetal, sin protección
frente al desgaste producido no por las siembras, sino por las lluvias y las
candelas, como alguien acaba de decir?
¿Qué sucedería si la nación les cobrara la diferencia de lo que aquellas
tierras valían hace algunos años, hace 10, 15, o 20 años, y lo que valen
hoy? Porque las tierras lesionadas por
la erosión necesitan a veces cientos de años para recuperarse.
Y
estas tierras no son solo de nosotros, no son solo de los que hoy vivimos en
Cuba, y sería egoísta pensar que la tierra es de los 6 millones que vivimos
hoy, porque todos nosotros, aunque no queramos, más tarde o más temprano
habremos desaparecido y detrás de nosotros vendrán otras generaciones. Estas tierras no son solo de nosotros y mucho
menos de unos cuantos de nosotros; estas tierras pertenecen también a las
generaciones venideras, que tendrán que vivir de ellas los 12 millones del
futuro, los 18 millones del futuro, los futuros 30 millones de cubanos
(APLAUSOS), a los que estábamos legando una tierra desgastada, una naturaleza
pobre, porque muy pocos se preocuparon de sembrar un árbol en los latifundios,
y el efecto de esos campos despoblados es un efecto triste y desolador.
No
sembraba el latifundista porque no le importaba la tierra, no le importaban más
que sus ganancias. Y no sembraba el
arrendatario, ni el colono, ni el aparcero, ni el precarista porque la tierra
no era suya, y nadie se sentía seguro.
Aquí nunca un arrendatario, un precarista se sintió seguro en su tierra,
seguro frente a la pareja de la guardia rural, seguro frente a los recursos del
poderoso para quitarle la tierra, y nadie sentía el estímulo de cuidar la
tierra, y nadie sentía el estímulo de sembrar la tierra. Por eso la Revolución estableció el principio
de que la tierra debe ser propiedad del que directamente la está administrando,
la está trabajando; estableció ese principio, que es un principio justo, para
despertar en el hombre el amor a la tierra, para que cuide la tierra y, además,
como es justo, reciba el premio de su trabajo.
Que
hay casos aislados, ¿quién lo niega?
¿Qué ley —aunque no lo pretenda— deja de lesionar algunos casos y tener
algunos efectos dolorosos? ¿Quién no lo
sabe? ¿Que algunos infelices puedan
resultar perjudicados por la ley?
Bien. Pero qué extraño es que
ahora los grandes se acuerden de los infelices; qué extraño que ahora se
acuerden de las viudas y de la pobre familia que se queda sin renta. ¡Qué extraño!
Si
algunos aquí tenemos derecho a hablar de los infelices, si algunos nos hemos
preocupado por los infelices, somos nosotros; si algunos pueden dar la seguridad
de que ningún caso de esos va a quedar en el desamparo, de que ningún caso de
esos va a ser abandonado a su suerte, y de que en esos casos los recursos del
Estado y las facultades del Instituto de Reforma Agraria son suficientes para
buscar soluciones, y que ningún infeliz, ningún caso aislado, de esos
excepcionales, quedará sin justa remuneración, sin justa compensación
(APLAUSOS)... Y ello sin violar el
principio de que la tierra debe ser del que la trabaja, para que la quiera y
para que la mejore. Porque podemos desde
darles tierras iguales o mejores, y en la misma extensión, en otros sitios,
hasta indemnizarles o negociarles los valores por los que se les pague, o
aplicar cualquier otro procedimiento de los muchos que están al alcance del
Gobierno Revolucionario, sin sacrificar el principio de que la tierra es y debe
ser para el que la trabaja, para que la quiera y la mejore.
Nosotros
eso lo tenemos pendiente, esas cosas humanas entran en nuestras
consideraciones, porque todo lo humano entra en nuestras consideraciones; lo
insólito es que los latifundistas inhumanos, los que no han tenido un átomo de
piedad para el pueblo, sean ahora los humanos que —incapaces del valor de
hablar en defensa de sus indefendibles intereses— toman como bandera, y agitan,
y azuzan a aquellos que por excepción puedan ser perjudicados por la ley, para
tomar banderas que puedan despertar la sensibilidad ciudadana, para ponerlos
como víctimas, cuando los victimarios aquí de nuestra patria han sido ellos. Pero lejos de proponer lo justo, proponían
que la reforma no se hiciese, que la reforma era mala, que la reforma era
cruel, que la reforma era inhumana.
Pretendían
que esa familia que vive de la renta, o que percibe una renta, siguiese
viviendo del campesino infeliz; pretendían que sobre las espaldas de una
familia pobre, que cultivaba una o dos caballerías de tierra, viviera otra
familia más. Pretendían eso. Pretendían cosas tan insólitas como la aparcería,
algo absurdo, peor que ninguna institución feudal: al campesino le cobraban el 12% de interés
por los adelantos para la cosecha, le cobraban el doble por el abono, le
cobraban el doble por la semilla, le pesaban mal los productos y, además
—¡además!—, le quitaban el 25% de la producción en bruto, como si hubiese
negocio que fuese capaz de producir el 25% de sus utilidades brutas, cual si
fuesen utilidades netas, y percibirlas otro.
Percibían el 25% ó el 30%, después de cobrarles, además, el 12% de
interés, y todos los productos —como el abono y la semilla— al doble del precio.
A
quien le quiten el 25% ó el 30% de su producto en bruto, no le dejan nada. Y esa era una explotación inicua que no tiene
razón de ser aunque viviese una familia pobre de ella, aunque viviese una
familia pobre del trabajo de otra familia pobre. Lo justo en ese caso no es decir que esa
familia deba seguir viviendo de una familia pobre; lo justo en este caso, en
vez de decir que los pobres siguieran viviendo de los pobres, era decir que los
ricos, los grandes latifundistas, hiciesen un “pool” y sobre las espaldas de
los grandes latifundistas viviesen esa familias propietarias de pequeñas
parcelas —que pasasen a manos de los arrendatarios o de los colonos— y que
ahora las perdían; no proponer que vivieran de las espaldas de aquel campesino. Lo generoso sería hacer un “pool” para ayudar
a satisfacer las necesidades de esa familia, y, en último término, si no un
sector, debe ser el Estado el que ayude a la viuda, debe ser el Estado el que
ayude al que no pueda trabajar, porque al que pueda trabajar y pierda un pedazo
de tierra, le damos otro para que lo trabaje.
Y si no puede trabajar, puede ayudarlo el Estado y, además, por su
tierra recibir la indemnización ajustada a sus necesidades, ajustada a lo que
se perjudica, lo que se perjudica ese caso aislado con la ley.
Pero
aquí tenemos que han esgrimido las banderas de los casos de excepción para
combatir la ley revolucionaria —dicen que hemos agredido el derecho de
propiedad, que hemos abolido el derecho de propiedad, cuando en realidad los
que habían suprimido el derecho de propiedad eran ellos, porque unos cuantos se
apoderaron de todas las tierras y les impidieron a los campesinos tener
propiedades de tierra. Los que
agredieron el derecho de propiedad fueron ellos, porque no les querían dar la
menor oportunidad a los demás de tener tierra—, y una ley que les ha dejado
para vivir, si la cultivan debidamente, les ha dejado para vivir en toda la
abundancia, que aun en los casos en que, por no ser cultivadas intensivamente,
les quedan 30 caballerías. Treinta
caballerías bien cultivadas, en un país como este que produce dos cosechas al
año, en una tierra rica como esta, son más que suficientes para sostener a
cualquier familia; y los que crean que no alcanzan 30 caballerías, pues que nos
expliquen cómo es posible que le alcance al guajiro que no tiene ni una pulgada
de tierra para vivir (APLAUSOS).
Y
entonces, que se hable en nombre de la razón, que se hable en nombre de la
justicia, que no se hable en nombre del egoísmo, que no se hable en nombre del
privilegio, porque no hay autoridad moral para hablar cuando se está hablando
en contra de los intereses de la nación.
Lo
que queremos es cumplir un objetivo. El
objetivo de los gobiernos —y eso lo estudiamos todos nosotros en la Teoría del
Estado— es la felicidad de los pueblos.
Ese es el objetivo que nos proponemos perseguir, equilibrando,
regulando, redistribuyendo, haciéndolo con formas humanas, sin empleo de
violencia, sin empleo de métodos drásticos, porque es esta precisamente la
única Revolución en el mundo que ha usado procedimientos tan suaves y tan
humanos.
Tal
parece que hay quienes se empeñan en concitar todos los obstáculos posibles,
hay quienes se empeñan en llegar hasta las peores consecuencias y tratan de
producir contracción, tratan de producir hambre, tratan de producir desempleo,
para echarle la culpa no al egoísmo sino a la justicia, para echarle la culpa
no al privilegio sino a la ley reivindicadora de la
reforma agraria; provocar aquellos males por los cuales hayan de culpar a la
Revolución; incitar pasiones; alentar a los criminales de guerra que conspiran
desde fuera; alentar las agresiones contra Cuba, que no ha tenido más que
soportar vejámenes, soportar agresiones y soportar humillaciones. Porque si los criminales de guerra se llevan
cuatro aviones, Trujillo se los roba; si se escapan allá, allá les dan
entrenamiento, les dan armas y les dan recursos; si ven la actitud nuestra,
serena y ecuánime, civilizada, que garantiza aquí la seguridad de los
diplomáticos extranjeros, aun cuando se trate de nuestros peores enemigos, en
cambio, ellos allá, los criminales de guerra, en complicidad con las dictaduras
de esos países, agreden a nuestros diplomáticos, asaltan nuestras embajadas,
tirotean a nuestros representantes un día en Santo Domingo, otro día en Haití;
otro día quieren “pelar” a un oficial que, en funciones de su cargo de
representante de un organismo agrícola, viaja y hace escala en Nicaragua; otro
día utilizan las declaraciones de un destituido, de un traidor, de un
miserable, para inventar las más tremebundas acusaciones contra Cuba.
Y
no son más que agresiones, no son más que intentos de provocaciones, que cada
día se hacen más agresivas, en la misma medida en que se hacen más agresivas
las campañas de los intereses creados, las campañas antinacionales, que no han
tenido una palabra de elogio para el Gobierno Revolucionario que ha tenido el
valor de decretar una ley que recupera para la nación, que recupera para los
cubanos más de 50 000 caballerías que estaban en manos extranjeras; y concitan
todo el descrédito y todo el odio posible contra esa Revolución, en la misma
medida en que los enemigos de ella se muestran cada vez más atrevidos y más
insolentes.
Estos
quieren defender sus latifundios, y aquellos quieren regresar al país. Estos quieren mantener la explotación
económica, los métodos antieconómicos, y aquellos quieren volver aquí a
establecer sus sistemas bárbaros de gobierno, sus asesinatos en la madrugada,
sus torturas brutales, sus métodos de represión. Y conciben la esperanza, porque consideran
que los intereses afectados son lo suficientemente poderosos para brindarles
ayuda; consideran que las campañas desatadas son lo suficientemente poderosas
como para confundir al pueblo.
Es
increíble que a los cuatro o cinco meses apenas del triunfo, cuando todavía
está fresca la sangre de los cadáveres de tantos jóvenes que cayeron por un
ideal, ya se muestren tan audaces como se están mostrando, y ya hayan avanzado
tanto en sus planes de provocación como han avanzado, con un solo propósito: el de volver aquí. Volver, ¿a qué precio? Porque solo puede haber un precio al regreso
de aquellos tiempos odiosos del pasado: ¡El precio del exterminio de nuestro
pueblo! (APLAUSOS.) Porque nuestro pueblo sabe una cosa: que nos combaten no
por injustos sino por justos, no porque hagamos el mal sino porque queremos
hacer el bien, no porque seamos inmorales sino porque somos morales, porque
hemos querido establecer la justicia sin medidas drásticas, sin sacrificar las
libertades.
Parece
como si trataran de llevarnos a la situación de tener que defendernos; parece
como si quisieran llevarnos a la situación de tener que combatir por todos los
medios posibles los propósitos contrarrevolucionarios; parece como si quisiesen
destruir este hermoso método de luchar, este hermoso y humano método
revolucionario, y usan todos los medios imaginables, desde la intriga hasta la
calumnia, usan el monopolio de los órganos de publicidad, y llegan a extremos
tales que la palabra del gobierno, las palabras del Primer Ministro, en la que
se supone que debe existir un interés, cuyos actos y cuyas palabras se supone
que interesen a la nación, las marginan en la esquina de un periódico, para
destacar —con cintillos de cuatro o de no sé cuantas pulgadas— las
declaraciones de un grupito de insolentes que amenazan con alzarse en la Sierra
Maestra (APLAUSOS). ¿Para qué? Para incitar.
¿Para qué? Para alentar, para
darles valor, para ver si pasan de las palabras a los hechos, para ver si pasan
de las poses a las actitudes violentas.
¿Para qué? Para hacerle el juego
a todo lo que pueda perjudicar a una revolución que les resulta odiosa porque
es justa.
Y
abusan, abusan de nuestro empeño en hacer una revolución humana, abusan de
nuestro empeño en usar métodos enteramente moderados, enteramente suaves,
enteramente comprensivos. Porque hemos
sido nosotros los que nos hemos puesto frente a todo exceso, hemos sido
nosotros los que hemos tenido el valor de levantar la palabra cuantas veces hemos
visto algo que nos parezca un exceso, venga del sector que venga; hemos sido el
freno de los excesos, hemos sido el freno de cualquier desorbitación. Antes acusaban a los obreros y a los
campesinos de estar desorbitados; lo que hay que hacer ahora es acusarlos a
ellos de estar m que desorbitados (APLAUSOS).
¿Qué
quieren? Provocar guerras de
clases. ¿Qué quieren? Instigar odios de clase frente a nuestro
propósito de que la Revolución se vea como un todo de la nación, frente a
nuestro propósito de que la Revolución sea un esfuerzo de todos, porque en
definitiva, como se demuestra aquí donde hay 1 000 abogados, como se
demuestra en sus aplausos, como se demuestra en sus manifestaciones, este es un
sector del país que está enteramente con la Revolución, que no es el sector más
humilde ni es el sector más pobre del pueblo (APLAUSOS). Luego esta no es una revolución que tienda a
incitar odios de sectores o de clases, esta es una revolución que presenta un
objetivo de beneficio para todos, y que solo los ciegos y los egoístas son
capaces de tratar de impedir, aun al costo de ensangrentar de nuevo al país.
No
nos hacernos ilusiones, no nos engañamos, porque sabemos que a cada revolución
han seguido siempre todos los esfuerzos contrarrevolucionarios; lo sabemos por
lo que nos enseña la historia. No nos
hacemos ilusiones, pero no podemos menos que tildar de criminales, de ciegos, y
de egoístas a los que, incapaces de comprender que esta es una realidad
inmutable, que esta es una realidad invencible, lejos de resignarse a lo justo,
lejos de resignarse a lo inevitable, tratan de cobrarle a la nación el precio
de querer liberarse, tratan de cobrarle a la nación el precio de querer ser
feliz. ¿Alentados por qué? ¿Acaso porque saben que somos humanos? ¿Acaso porque saben que deseamos a toda costa
llevar adelante esta Revolución por métodos humanos, con ausencia total de
fuerza? ¿Acaso porque creen que van a
maniatamos en las redes de nuestros sentimientos? ¿Acaso porque creen de que en ello van a
encontrar el Talón de Aquiles de la Revolución?
¿Acaso porque creen que con esos medios van a lograr algún fin? ¿Acaso porque se confunden? ¿Acaso porque se
equivocan?
Bien
valdría la pena que meditaran. Bien
valdría la pena que comprendiesen que este es un proceso revolucionario, y que
todo proceso revolucionario es un proceso difícil, es un proceso complejo, es
un proceso delicado, con el que no puede jugarse; es un proceso que hay que
tratar con inteligencia, que hay que tratar con extraordinaria
responsabilidad. Y que a pesar de la
alegría en el pueblo, a pesar de las libertades que disfrutamos, a pesar de
esta paz que el pueblo disfruta y que ha de disfrutar siempre y cada vez más, a
pesar de que parece todo en calma, este es un proceso revolucionario, un
tremendo proceso revolucionario que tiene conmovidos y admirados a los pueblos
hermanos de América Latina, y que eso no debe llevarlos al error de que estamos
en medio de una contienda política, de que aquí hubo unas elecciones, de que
aquí estamos viviendo como antes, sin responsabilidad de ninguna clase, sin
rendir cuenta a nadie de nada, donde no existía ni se veía por ninguna parte
sino la manifestación del interés egoísta de la política corrupta.
Estos
tiempos no se parecen a los tiempos de atrás, porque si una revolución es
justa, no se la puede pintar de injusta; porque si es evidente que actúa bien,
no se puede inventar una realidad.
Las
realidades son las que mandan por encima de las calumnias y de las campañas,
las realidades son las que se palpan, y aunque traten de aprovechar el
descontento que puedan suscitar en algunos las medidas que, por excepción,
tienen siempre que perjudicar a alguien; a pesar de que puedan tratar de
aprovechar el descontento de aquellos que creían que la Revolución podía ser un
reparto de botín y se encuentran que aquí no hay botín que repartir; a pesar de
las consecuencias, de los esfuerzos que tenemos que hacer porque nos dejaron
sin recursos y porque nos dejaron 700 000 desempleados; a pesar de lo
difícil que es esta obra en nuestro pueblo individualista, en nuestro pueblo
acostumbrado a malos ejemplos, en nuestro pueblo que tiene mucho que
despertarse y mucho que aprender todavía; a pesar de esas ventajas con que
cuenten, hay un instinto poderoso en el pueblo, hay un instinto poderoso en la
nación que sabe distinguir este esfuerzo, que sabe que aquí no se intenta sino
hacerle bien a la patria, que sabe que aquí no se actúa sino desinteresadamente
y honradamente; hay un instinto poderoso en la nación que ha dicho lo que
quiere, que ha dicho del lado de quién está:
es el instinto del pueblo que cuando estas campañas se desatan nos pide
que hable.
Sabe
el pueblo por instinto quiénes tratan de engañarlo, quiénes tratan de burlarlo,
quiénes tratan de oprimirlo, y sabe quiénes lo defienden. Teme incluso, instintivamente, que si la
verdad no se dice, engañen a algunos compatriotas, confundan a algunos
compatriotas, y nos pide que hablemos.
Cuando
el trabajo nos obliga a una ausencia prolongada de la tribuna pública, nos
piden y nos exigen que hablemos. ¿Por
qué? Porque confían en nosotros, porque
saben de la pureza inmaculada de los ideales de esta Revolución (APLAUSOS),
porque saben que no queremos sino el bien de la patria y quienes quieren ayudar
a la nación —a todos, no a unos—, porque lo que logremos será para el bien de
todos.
Si
no fuese para el bien de nosotros, los presentes despojémonos de egoísmo y
miremos con altura y generosidad en el futuro, que el hombre pasa, mas los
pueblos quedan; los hombres pasan, mas las naciones perduran. Las generaciones futuras serán la
prolongación de nosotros, la patria futura será la prolongación de nuestra
patria de hoy.
Nada
hay más infecundo que el egoísmo y la avaricia; el egoísmo y la avaricia no
engendran nada útil ni bueno a los pueblos.
Engendra la felicidad de los pueblos, engendra algo útil y bueno para
los pueblos la generosidad.
¡Despojémonos
del egoísmo y seamos generosos, si no por nosotros, al menos por las
generaciones que vendrán después de nosotros!
Muchas
gracias (APLAUSOS PROLONGADOS).