DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL
GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA, EL 11
DE MAYO DE 1959.
(VERSION TAQUIGRAFICA DE LAS
OFICINAS DEL PRIMER MINISTRO)
Compañeros universitarios:
Voy
a ser breve, puesto que yo estoy a la sombra y ustedes están al sol.
Debo
confesar que esta mañana de hoy ha estado repleta de emociones para nosotros. Es cierto que visitando otras universidades
tuve, como cubano, la satisfacción de ver el entusiasmo con que nos recibían,
en todas las universidades por igual, los estudiantes de todo el continente, y
eso, al visitante, le impresiona extraordinariamente.
Tal
vez piense uno que esas emociones son superiores a las que experimenta en su
propia patria; mas quien así pensase estaría equivocado, porque a mí, que me
parecía natural venir a la universidad, detenerme allí en las cadenas de la
entrada del “Calixto García”, ascender por esa calle que conduce precisamente
aquí a la Escuela de Derecho —donde
nosotros no fuimos muchas veces a la clase (RISAS), pero fuimos asiduos
concurrentes durante cinco años—, al llegar aquí, al reunirme con los
estudiantes, al refrescar en mi memoria todos aquellos días de estudiante, al
recordar que incluso soy todavía estudiante (RISAS), y que tengo que
examinarme, y que tengo que estudiar, que a lo mejor me voy a tener que
levantar a las 4:00 de la mañana un día, o dos, o tres, para repasar las
asignaturas; pero sobre todo al volver a vivir aquellos días felices del
estudiante —porque, aunque nosotros no lo sepamos, no hay realmente días tan
felices como los del estudiante—, al llegar aquí hoy, no pude menos que
recordar, incluso, la primera vez que hablé en una asamblea universitaria
donde, por cierto, no pude ni terminar. Era
novato —estaba pelado al rape— y, por supuesto, tuve que pagar la novatada. Bueno, allí no me dejaron hablar ni cinco
minutos: era
una asamblea, y yo creía que iba a resolver los problemas, y realmente no me
dejaron ni terminar.
Me
acordaba de toda aquella vida en la universidad, de todos aquellos
acontecimientos universitarios, y no podía, realmente, tal vez por esos
reflejos que quedan en la mente de los hombres, sentirme exactamente igual y
encontrar que, incluso, hablarles a los estudiantes, pesando sobre la mente
todos aquellos recuerdos, me resultase tarea más difícil que hablarles a los
estudiantes de otras universidades, donde llegaba con la idea de lo que es Cuba
en su conjunto, de lo que nuestra Revolución significa. Y eran para mí más sencillos los sentimientos,
que el sentimiento complejo que se experimenta al llegar aquí en estas
condiciones, a una asamblea de estudiantes como la que se ha reunido.
Me
sitúo en la mente de cada uno de ustedes, y no puedo menos que recordar aquella
vida que era para mí —como lo es hoy para ustedes—, una vida llena de ilusiones, de
nobles propósitos y de nobles aspiraciones; no puedo menos que recordar lo que
hacía el estudiante desde por la mañana hasta por la noche, con sus cosas
buenas y sus cosas regulares (RISAS), con el tiempo que le dedicaba a los
libros y el tiempo que le dedicaba a charlar con los compañeros, y con las
compañeras también, lo mismo en estos bancos de la Plaza Cadenas que a la
sombra de esos mismos árboles, que no han cambiado absolutamente nada. Y recordar también que quizás las ideas que
hoy estamos tratando de realizar en la patria fueron ideas muchas veces
expuestas en estos bancos, no en actos grandes, porque en aquella época
nosotros pasábamos un gran trabajo para que nos publicaran cualquier cosa, y un
gran trabajo para poder reunir una multitud, y un gran trabajo para poder
disponer de los medios con que hacer llegar nuestro pensamiento a zonas más
amplias del pueblo; pero sí recuerdo que muchos de estos discursos que hemos
tenido que pronunciar después, ya los habíamos pronunciado muchas veces debajo
de estos árboles de la universidad.
Eran
más o menos las mismas cosas, solo que nosotros, como estudiantes, no teníamos
la suerte que tienen ustedes hoy. Nosotros
vivíamos en aquella atmósfera mediocre que caracterizaba los años anteriores a
la tiranía en nuestra república, nosotros vivíamos aquellos años de frustración
en que el que hablaba de ideales, el que proponía fórmulas mejores para el
progreso y la felicidad de nuestra patria, podía pasar perfectamente como un
iluso o un soñador, en medio de un ambiente donde aquellos ideales jamás
habrían de convertirse en realidades. Vivíamos
en la amargura de nuestra impotencia, vivíamos en la amargura de aquella
atmósfera sofocante, donde los privilegios y los intereses creados predominaban
por doquier en nuestra vida pública, y que el ideal no era sino una chispa en
círculos reducidos de nuestro país, entre ellos la universidad, donde incluso,
muchas veces era ahogado por la tendencia acomodaticia, era ahogado por el
ambiente, a pesar de esa pureza innata, a pesar de ese desinterés innato, pero
que solo se caracterizaba, solo se escenificaba en breves momentos, en
determinadas etapas, para volver a languidecer en nuestra universidad, porque
no podía sustraerse del medio en el cual se desarrollaba y poco podía influir
sobre el ambiente nacional en aquellas circunstancias como pudo hacerlo después. Porque fue precisamente en la universidad
donde surgieron los hombres que han dirigido esta Revolución, y fue esta
universidad donde, si bien académicamente no aprendimos todo lo que podíamos
haber aprendido, sin embargo, fue para nosotros una gran escuela en el orden de
la psicología humana, de la experiencia social, de la preparación para la lucha
que más tarde habríamos de llevar adelante.
Tan
así es, que muchas veces me he dicho a mí mismo: ¿Qué habría sido de esta obra, en la
cual nos corresponde una parte importante de responsabilidad, sin la
experiencia que hubimos de adquirir en la universidad? Muchas veces me he preguntado cuántos errores
habríamos de cometer hoy sin la experiencia, sin el conocimiento de los
problemas humanos que adquirimos en esta universidad. Y tengo la seguridad de que sin este ensayo
habría sido muy posible nuestro fracaso, porque, al fin y al cabo, somos todos
hombres jóvenes, que nunca habíamos estado en el gobierno, que nunca habíamos
tenido estas tremendas responsabilidades.
Y si bien es verdad que los hombres se crecen en determinadas
circunstancias difíciles, aún así, nadie sabe si habríamos podido llegar, con
todos los obstáculos que tenemos delante, si habríamos podido proseguir con
éxito esta obra, sin aquel formidable aprendizaje que fue para nosotros la
universidad (APLAUSOS). Nos enseñó de la
vida, que vale tanto como saber de letras o saber de ciencias, porque hay
hombres muy cultos, pero que viven en una torre de marfil; hay hombres muy
cultos, que todo lo ignoran de la realidad humana.
Y
es más: entiendo
que la universidad nos humanizó, entiendo que aquí invertimos gran parte de esa
energía primitiva, de esas pasiones un tanto primitivas también con que venimos
al mundo. Y muy frecuentemente
acostumbro a pasar revista de todos aquellos años universitarios en que, obsecado con las ideas propias, me parecía que todo el que
no pensaba igual que yo era un enemigo de la patria, era el hombre más perverso
de la tierra, el más canalla y el más inmoral, para
después encontrármelo en años venideros y descubrir que era un joven igual que
yo, solo que tenía una idea distinta que yo; que era un joven con las mismas
preocupaciones que yo, solo que aspiraba en la misma asignatura que yo aspiraba
en la clase, y que aspiraba más o menos al mismo cargo dentro de la asociación
a que aspiraba yo, y que tenía un grupo que lo apoyaba a él. Y como uno se creía el mejor de todos, le
parecía que los que no estaban con uno eran los peores de todos.
Eso
hace que a veces en nuestras relaciones estudiantiles se produzcan verdaderas
tempestades en vasos de agua, y que al correr de los años sintamos,
experimentemos esa sensación de que la pasión nos cegaba y de que pocas veces
le dábamos paso al raciocinio. Porque
debo decir que nosotros los estudiantes —y todavía en la partecita que me toca
de estudiante—, somos de una manera o de una estructura mental tan especial que
nuestra pureza, la convicción de nuestra pureza, nos hace a veces ser un poco
estrechos de mente, nos hace sacrificar esa amplitud que necesitamos los
hombres, si de veras deseamos comprendernos, porque no hay siquiera dos
absolutamente iguales, no hay siquiera dos que pensemos o creamos absolutamente
igual.
Es
preciso buscar aquel común denominador que une a los hombres en vez de
dividirlos, buscar aquella comprensión que hace a los hombres amarse en vez de odiarse,
muchas veces por prejuicios, muchas veces por errores; porque pienso en aquella
etapa universitaria que nosotros vivimos, porque pienso en el ideal de la nueva
vida universitaria, porque deseo que entre los estudiantes pueda existir
siempre la mayor unión, que solo se produce cuando marchan en pos de grandes
aspiraciones; porque fue así lo que ocurrió a través de estos siete años de
lucha: que los estudiantes se unieron en
pos del gran ideal de liberar a la patria, como nunca antes se habían unido,
unión que debe mantenerse para que nunca las cosas pequeñas, las aspiraciones
pequeñas, dividan y segmenten y siembren las pasiones entre los estudiantes,
¡porque tiene esta generación estudiantil una tarea muy grande por delante!
La
Revolución que estamos haciendo no llegará al máximo de sus realizaciones, si
parejamente no se produce en nuestras universidades el equipo de hombres que
salve la tremenda laguna que se creó por ausencia de hombres técnicamente
capacitados; porque hasta hoy muchos de los que produjo se perdieron en la
mediocridad del ambiente, muchos de los que produjo nuestra universidad se
perdieron en la corrupción y en la politiquería que caracterizó nuestra vida
pública, y notamos hoy esa carencia de hombres que tanta falta nos hacen para
llevar la obra de la patria nueva hacia adelante.
Es
por eso que tan especial interés tenemos puesto en nuestras universidades. Es por eso que ya se ha dispuesto de los
primeros créditos para construir dos ciudades universitarias:
la de Oriente y la de Las Villas (APLAUSOS),
y es por eso que estamos esperando solo que se terminen los proyectos para
hacer una gran ciudad universitaria en La Habana (APLAUSOS).
¡Tres
ciudades universitarias serán el mejor símbolo de nuestra Revolución! Cuba podrá mostrar al mundo tres ciudades universitarias,
las que aspiramos sean algo más que flamantes edificios o modernos
laboratorios, centros donde verdaderamente el espíritu académico, el espíritu
de investigación y los métodos pedagógicos estén realmente a la altura de la
patria que estamos forjando (APLAUSOS).
Esta
Revolución comenzó a desarrollarse primero que nada en el espíritu de los
propios estudiantes, que no solo fueron factor decisivo y abanderados en esta
heroica lucha, sino que han demostrado y están demostrando una preocupación
académica que no tiene precedentes en nuestra historia, una preocupación
académica que no fue precisamente la preocupación de aquel estudiantado que
regresó a la universidad después de la caída del tirano Machado. Aquella generación se frustró, porque se
frustró la Revolución. No volvió a la
universidad llena de esperanzas como vuelve esta, no volvió a la universidad
unida como una sola pieza con lo que hoy es la Revolución en el poder.
En
aquella ocasión, ¿cómo volvieron los estudiantes a la universidad? Pues volvieron vencidos, volvieron derrotados,
les faltó el aliciente que hoy le sobra a esta juventud, porque, al cabo de
cuatro meses, lejos de haber sido desalojada del poder nuestra Revolución es
más fuerte, nuestra Revolución es más sólida, nuestra Revolución avanza más
rápido y gana nuevas batallas dentro y fuera de la patria (APLAUSOS).
(Desperfectos
en el altoparlante.)
Quizás
no tenga aquella misma voz que tenía cuando éramos estudiantes, en que no
disponíamos a veces ni para alquilar el micrófono y el altoparlante, pero voy a
hacer el esfuerzo para terminar estas ideas que deseaba exponerles.
Les
explicaba el porqué, a nuestro entender, de ese espíritu que está
caracterizando a los estudiantes, esa preocupación por el estudio que no mostró
precisamente aquella generación revolucionaria, la diferencia entre esta
generación triunfante y aquel estudiantado que vio truncos sus mejores anhelos. Y eso se manifiesta en el espíritu de esta
generación, porque sabemos que, en vez de estar pensando en sacar títulos
comoquiera, la preocupación del estudiantado hoy es estudiar precisamente,
prepararse.
A
nuestro entender ese espíritu de superación, ese deseo de estudiar y
preocuparse debe conservarlo el estudiante como su mejor tesoro. Que jamás se alce una voz ni una asamblea
estudiantil para pedir rebaja de materias, para pedir ventajas de orden
académico que indiquen el deseo de obtener un título con el menor esfuerzo
personal posible; que jamás se produzca una huelga de nuestra universidad por
cuestiones de nota (APLAUSOS); que jamás se presente un aspirante haciendo
campaña a título de facilitar la aprobación de la asignatura (APLAUSOS); que a
nuestro entender hasta las preguntas importantes debieran desaparecer del
estilo estudiantil (APLAUSOS); que el delegado ayude a sus compañeros para
fines de superación, que lo ayude en todas aquellas cuestiones que impliquen
una colaboración social determinada, a aquellos que tienen dificultades para
asistir a clase, informes que lo beneficien, orientaciones correctas, pero
nunca aquellas que tiendan a ganarse la simpatía de nadie a base de sacrificar
la cultura y la superación de sus compañeros (APLAUSOS). Que cuando los estudiantes se movilicen lo
hagan siempre por causas justas, que cuando los estudiantes se movilicen lo
hagan siempre animados por algo: por un propósito científico, por un
propósito deportivo, por un propósito cultural o por un propósito
revolucionario, mas nunca por aquellas cuestiones que antaño sirvieron para
desacreditar a nuestros centros estudiantiles.
Huelgas,
no, por cualquier motivo (APLAUSOS), porque esta es una etapa creadora de un
país retrasado que no puede perder un minuto; de una juventud retrasada en sus
estudios por sus obligaciones patrias, que no puede perder un minuto; de una
juventud que la patria espera por ella, porque hoy —al revés que ayer— el
estudiante tiene formidables perspectivas de porvenir en una nación que al
desarrollarse tendrá ocupación decorosa para todos sus profesionales (APLAUSOS).
Y
tan así es que aun desde ahora hemos tenido que acudir a nuestras facultades
para buscar jóvenes y prepararlos para determinadas funciones de administración
pública. Y tan así es que hemos tenido
que acudir a todos los profesores de la escuela de agronomía, y a los alumnos,
incluso, de la escuela de agronomía, y también de la facultad de veterinaria,
profesores y alumnos, porque no nos alcanzan los técnicos para la reforma
agraria que estamos llevando adelante (APLAUSOS); ni nos alcanzarán los
pedagogos para nuestros planes educacionales, ni nos alcanzarán los doctores en
filosofía, y con toda seguridad no nos alcanzarán tampoco los farmacéuticos, y
mucho menos los químicos, los físico-matemáticos, los médicos: cuidadores de la salud del pueblo, los
ingenieros no alcanzarán, ni alcanzarán los arquitectos. Todos saben que estamos diciendo la verdad.
Me
preguntan por los abogados... Nos faltan
diplomáticos, nos faltan compañeros competentes para cubrir los cargos del
servicio exterior de la república. Y con
seguridad que si regulamos bien la profesión, si tratamos de producir los que
necesita el país —y somos menos abogados, y menos abogados—, alcanzamos trabajo todos.
Desde
luego, es nuestro deber decir aquí, sin demagogia de ninguna índole, que es
necesario que la corriente de profesionales se dirija hacia aquellas
profesiones que más necesita el país, que no incurramos en los excesos de
graduados en determinadas facultades de letras, cuando podemos necesitarlos en
facultades más técnicas. ¿Se trata de
que nosotros, los que hemos estudiado para abogados, hayamos tenido vocación
para abogados nada más? A lo mejor la
teníamos para otras profesiones y, sin embargo, estábamos estudiando derecho.
Desde
luego que nos hemos vuelto un poco enemigos del derecho tradicional (APLAUSOS). Realmente, de mucho nos ha servido el estudio
del derecho, sin duda de ninguna clase, y de mucho le sirve a un hombre público
el estudio del derecho, y de mucho le sirve a un hombre público la mentalidad
jurídica, puesto que la Revolución hay que irla encauzando a través de leyes
que los revolucionarios debemos ser los primeros en cumplir.
La
misma guerra demostró cómo muchos estudiantes tenían cualidades de militares,
por ejemplo, cualidades técnicas; quizás muchos de nosotros tengamos cualidades
para haber estudiado ingeniería o ciencias naturales, o ciencias
físico-químicas, que, desde luego, lo que ocurre es que tienen fama de
facultades duras, que tal vez eso influya en el hecho de que sea mayor el
número de los que queremos estudiar derecho en la universidad.
Entendemos
que nuestra juventud debe procurar adquirir aquellos conocimientos que sean más
útiles en cada momento a la nación. Sobre
todo, si se tiene en cuenta que estamos entrando en una etapa enteramente
nueva, no podemos seguir dejándonos llevar por costumbres enteramente viejas. Así, la reforma universitaria, como la
depuración universitaria, son cuestiones esenciales. No ha sido esa nuestra tarea, porque nosotros
como gobierno no hemos intervenido ni pensamos intervenir, ni es necesario que
intervengamos en estas cuestiones internas de la universidad. Hemos estado siempre en disposición de
aprobar las leyes que faciliten o que conviertan en realidad jurídica el nuevo
ordenamiento universitario, pero ha sido tarea propia de la universidad. Y nosotros simplemente exponemos nuestro
criterio y nuestra aspiración de que se produzca una verdadera depuración y una
verdadera reforma universitaria (APLAUSOS).
Y entendemos que hay fuerzas morales y espíritu revolucionario suficientes
para que esas medidas se lleven adelante con toda justicia y con todo acierto.
Nosotros,
por nuestra parte, solo podemos expresar aquí nuestra disposición de
facilitarle a la universidad todo lo que necesite.
Nosotros
conocemos y tenemos muy frescas todavía las ideas de nuestros días de
estudiantes, de nuestros trabajos de estudiantes, de nuestros sacrificios de
estudiantes. Todavía recordamos la casa
de huéspedes; todavía recordamos los sacrificios del estudiante pobre para
pagar su matrícula; todavía recordamos los esfuerzos del estudiante para
encontrar libros donde preparar sus exámenes; todavía recordamos aquellas
conferencias borrosas (APLAUSOS), con las que los estudiantes se vuelven miopes
tratando de leer una letra borrosa, adivinando —como dice aquí una compañera—
más que leyendo, y todo el esfuerzo que se necesita cuando no se tienen
facilidades para estudiar; recordamos todas las penalidades del estudiante: los que vienen del interior y tienen que
hospedarse por un precio costoso en algún hospedaje incómodo, los que tienen
que viajar desde lugares distantes. Es
por eso que, entre otras razones, aparte del simbolismo histórico que entraña
esta universidad, somos partidarios de que no se traslade hacia la periferia (APLAUSOS),
sino que se construya enclavada en esta zona y sus alrededores (APLAUSOS), para
no desplazar nuestro centro docente de la histórica Colina (APLAUSOS), ni de su
posición céntrica, ni de esas calles regadas tantas veces con la sangre
generosa de nuestros mártires universitarios (APLAUSOS), y que fueron escenario
de heroicas batallas de nuestros jóvenes, que marcharon con la frente en alto y
sin armas a enfrentarse a los esbirros criminales, sin vacilaciones ni temor.
La
universidad no puede ser trasladada de aquí, como no puede ser trasladado su
recuerdo, como no puede ser trasladada su influencia en la vida nacional. ¿Por qué trasladar la universidad, si hoy el
terreno no puede valer más de cuatro pesos el metro? (APLAUSOS.) ¿Por qué trasladarla de donde vamos a hacer el
gran Hospital Nacional, de donde están los hospitales que el Gobierno
Revolucionario ha puesto en manos de la universidad? Trasladar, si acaso, algunas facultades, como
la de agronomía, hacia lugares donde cuenten con terrenos abundantes para
desarrollar un estudio práctico y que al mismo tiempo sirva a los fines de la
nación, brindando el aporte de las escuelas de agronomía y veterinaria al
desarrollo agrícola de la nación. Pero
la universidad en sí sus facultades esenciales y fundamentales que permanezcan
aquí, que busquemos todo el terreno necesario para los nuevos edificios, para
las casas de los estudiantes, donde todos los que vienen del interior puedan
albergarse (APLAUSOS), a precios de costo, con alimentos buenos, luces
adecuadas, habitaciones cómodas, comedores holgados y salones de estudio; donde
los estudiantes tengan sus bibliotecas, sus centros sociales en las
inmediaciones de la universidad, para que puedan llevar una verdadera vida de
estudiantes, sin ese calvario que hemos padecido los que unas veces veníamos
sin el reloj y otras sin la hebilla, o sin el traje, que habíamos tenido que
empeñar para ir al cine (APLAUSOS); impresión de libros adecuados que faciliten
los estudios; ampliación de la matrícula gratis hasta los límites necesarios y
justos, de manera que toda familia pobre pueda estudiar gratuitamente en
nuestra universidad (APLAUSOS); organización de los sistemas de enseñanza, de
manera que faciliten la asistencia y el estudio a nuestra juventud, es decir,
todo lo que se relacione con los horarios, con las clases diurnas y las clases
nocturnas (APLAUSOS). En fin, mejores
sueldos para los empleados universitarios y mejores sueldos para los profesores
universitarios (APLAUSOS), de manera que puedan dedicar mejor su inteligencia,
y sin preocupaciones de ninguna índole, a la preparación de nuestros
estudiantes.
Y
en la misma medida mejorar nuestra disciplina, nuestra disciplina en los
estudiantes y nuestra disciplina en los profesores también (APLAUSOS); que los
estudiantes asistan y estudien y que los profesores asistan y estudien (APLAUSOS),
porque todo tenemos que hacerlo nuevo en nuestra universidad.
¿Y
quiénes proponemos esto? Pues lo
proponemos nosotros, que somos miembros del Gobierno. ¿Qué quiere decir? Pues que nosotros somos los que tendremos que
buscar los fondos para todas estas medidas, para la ciudad universitaria, para
las viviendas estudiantiles, para los laboratorios, para el material de
educación, para la ampliación de la matrícula, para los mejores sueldos.
Y
si nosotros, que estamos manejando los fondos públicos, somos los que
planteamos estas cosas, ello quiere decir que la Universidad de La Habana,
lo mismo que las demás universidades, tendrán todos los fondos necesarios (APLAUSOS),
porque ahora nadie se llevará el dinero del Tesoro Público, nadie se robará un
solo centavo. Y con lo que recaudemos,
con los millones que antes se llevaban al extranjero los que saquearon a
nuestra nación, con ese dinero haremos todas estas obras nuevas, que no serán
por cierto las únicas, que formarán no más que una parte pequeña de la inmensa
obra que el Gobierno Revolucionario se propone realizar en toda la nación, pero
donde deben marchar parejamente hacia adelante todas sus instituciones
fundamentales, principalmente nuestras universidades. Nuestras universidades deben marchar
parejamente con la Revolución nacional, con nuestras leyes revolucionarias, con
nuestras medidas de justicia social, con nuestra reforma agraria, con nuestro
desarrollo industrial (APLAUSOS).
Es
verdadera fortuna poder plantear estas cosas a los cuatro meses del triunfo
revolucionario, ver cómo se abre ya nuestra universidad; saber que de nuevo hay
vida, que de nuevo se cultiva el vivero de las inteligencias de nuestro pueblo,
que de nuevo en el mundo sabrán que nuestra universidad se abrió y ya no
tendrán que preguntarnos cuándo se abrirá de nuevo la universidad (APLAUSOS). Saber que nuestras familias, las decenas de
miles de familias de nuestros estudiantes, experimentarán desde hoy el regocijo
de que sus hijos han vuelto a las aulas, de que ningún peligro se cierne sobre
ellos, de que podrán salir de las aulas sin chocar con nadie (APLAUSOS), sin
derramar su sangre generosa; que nuestra juventud estudiantil marchará alegre
por nuestras calles, sin peligro de muerte, de tortura, de humillación, de
cárcel o de exilio; y que la universidad nueva se abre en la patria nueva para
una nueva era de felicidad, para una nueva era de esperanza, y que eso lo
podemos decir al cabo de cuatro meses, cuando ya las otras dos universidades se
han abierto.
La
apertura de nuestra primera universidad, la apertura de esta universidad, cuyo
prestigio se conoce en el mundo entero por las extraordinarias virtudes de sus
estudiantes, por el extraordinario civismo de sus estudiantes, porque José
Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez (APLAUSOS), y toda esa pléyade de
heroicos compañeros que cayeron, no son solo mártires de los estudiantes de
Cuba, ¡son mártires y ejemplo de los estudiantes de América! (APLAUSOS); no
solo se les venera en nuestros centros de estudio, ¡se les venera en todos los
centros estudiantiles del continente!, y saber que la universidad se abre es un
acontecimiento y es un triunfo más de la Revolución.
Notamos
hoy, como nunca, la ausencia de esos compañeros, porque ellos debieran estar
aquí, debieran haber hablado hoy. Mas no
están, porque tuvieron que pagar con su vida esta hora, tuvieron que pagar con
su vida esta alegría, este triunfo. Justo
es que se les recuerde con infinito cariño, porque ellos más que nadie hicieron
posible estos triunfos; justo es que se les recuerde, no solo hoy sino
eternamente. No solo con el fervor de
hoy sino con fervor que no se entibie jamás.
Justo es que los recordemos a ellos y a todos los mártires que cayeron
antes que ellos.
Ustedes
son los estudiantes más afortunados que ha tenido nuestra patria. Los comparo con nosotros en la época de
estudiantes, los comparo con aquellas generaciones que los precedieron. Ejemplos tenían muchos, muchos mártires que
simbolizaban el heroísmo de los estudiantes cubanos, que llenaron el Salón de
los Mártires Universitarios, pero en medio de la amarga sensación de que los
sacrificios habían sido inútiles, de que hasta hoy solo —como dijo Mella—,
habían servido de bandera. ¡Fueron ellos
la inspiración de nuestros estudiantes!
¿Quién
no recuerda los 30 de noviembre, los 30 de octubre y los 27 de noviembre? ¿Quién no recuerda la conmemoración de cada
mártir? ¿Quién no recuerda las ansias
que bullía en el corazón de cada uno de nosotros, el deseo de emularlos? ¿Quién podría ignorar el influjo tremendo que
ellos ejercieron sobre nuestra generación heroica y revolucionaria? ¿Quién podría ignorar que fueron nuestras
banderas? ¿Quién puede negar la fortuna
de haber contado con aquellos ejemplos? Y si así fue, ¡cuánto más grande no es la
fortuna de una generación que no solo cuenta con aquellos mártires, sino con el
recuerdo fresco de otros muchos mártires, que fueron nuestros amigos, nuestros
compañeros de aula o nuestros compañeros de la Plaza Cadenas! (APLAUSOS.)
Ellos,
a los que todavía vemos, ellos, a los que todavía sentimos de cerca, son el
caudal inmenso que aumenta la influencia moral de los hombres que se han
sacrificado por grandes ideales en las generaciones presentes.
Dichosa
esta juventud estudiantil, porque tiene más ejemplos que ninguna. ¡Y los tiene no en medio de la decepción o del
fracaso, sino en medio de la hermosa esperanza que se abre para la patria!
(OVACIÓN)