DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO
RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ESTADIO UNIVERSITARIO,
EL 13 DE MARZO DE 1959.
(VERSION TAQUIGRAFICA DE LAS
OFICINAS DEL PRIMER MINISTRO)
Ciudadano Presidente de la República;
Familiares de los mártires de la Revolución;
Compañeros revolucionarios;
Señoras y señores:
Quedan
pocos aquí, ¡pero buenos! (APLAUSOS.) Así nos pasara cuando “la cosa se ponga dura”. Los que tengan frío, los que les entre el
frío, ¡se marcharán! (EXCLAMACIONES Y
APLAUSOS), ¡y quedarán nada más que los buenos!
(APLAUSOS.) Los que estén por
“embullo”, ¡se marcharán, y quedarán nada más que los buenos! (APLAUSOS.) Los tibios, los que les gusta que otros lo
hagan por ellos, los que les gusta ir a la retaguardia, ¡esos se marcharan
también! ¡Quedarán solo los buenos!
Yo
sé que los buenos estarán siempre junto a nosotros (APLAUSOS). Y basta basta, porque les puedo asegurar que
vale mucho más tener pocos, pero buenos, que tener muchos, pero malos (APLAUSOS).
Hasta
ahora la Revolución marcha como sobre rieles, todo va muy bien, no hay
problemas. Pero ya quisiera yo ver
algunas caras, si esto se pone “duro”; ¡ya quisiera ver yo algunas caras, sobre
todo las de esos bombines impenitentes, las de los empujadores, las de los que
andan siempre tratando de sacar provecho del beneficio de los demás, las de los
que se creen que la Revolución fue un premio de lotería y que no ha costado el
trabajo que ha costado conquistar este triunfo!
A
veces desea uno que esto se pusiera bueno, y hubiera que pelear bien duro para
acabar de saber los que sirven y los que no sirven (APLAUSOS). Yo sé que ustedes nos siguen a nosotros, y a
los demás no les quedara más remedio que seguirlos a ustedes, porque hay que
tener muy presente que por este camino que hemos emprendido, o llegamos muy
lejos o hay que acabar con nosotros en el camino (APLAUSOS); que el tren de la
Revolución no tiene marcha atrás, y que la República esta vez se salva de
verdad, o se hunde de verdad (APLAUSOS).
Y
de más está decirles que tengo la más completa seguridad de que se salva de
verdad (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Viva Cuba Libre!”) ¡Y libre de verdad, y soberana de verdad, y
democrática de verdad, y revolucionaria de verdad! (APLAUSOS.)
Yo
recuerdo que, en medio de aquella alegría general del primero de enero, un
sentimiento contradictorio, de tristeza, me embargó aquella mañana. Y no era precisamente porque el señor
Cantillo se hubiese instalado en Columbia y hubiese designado a un señor, que
ya nadie se acuerda cómo se llama, en la Presidencia de la República, porque
nosotros sabíamos que iba a durar lo que un merengue en la puerta de un colegio
(APLAUSOS).
La
tristeza era por otra cosa. Yo pensaba
que la lucha había sido dura, y costosa.
Constantemente nos invadía la preocupación de pensar cuántos hombres
probados, cuántos oficiales distinguidos del Ejército Rebelde tendrían que caer
todavía. Y esa idea era lo que más nos
hacía desear el fin de la guerra. Pero
también pensábamos que la lucha había sido una escuela extraordinaria, que
había sido una fragua de caracteres y de hombres; que aquella lucha dura había
servido para ir dejando en el camino a los débiles, a los mediocres, a los
incapaces. ¡Los buenos habían sabido
resistir!
Y
no importaba que algunos de nuestros compañeros físicamente no fuesen hombres
fuertes; no importó que alguno, como Ernesto Guevara (APLAUSOS), padeciese de
asma, y se ahogase en el camino y hubiese de andar constantemente con un
aparato para ayudarle a respirar. Eso no
importaba, eran hombres fuertes, eran hombres de carácter; no había montaña lo
suficientemente alta para ellos, no había sacrificio lo suficientemente grande que
no fuesen capaces de resistirlo, por su voluntad de acero; y recuerdo también
hombres fuertes que al tercer día se acordaban de su casa, se acordaban de sus
hijos, se acordaban de su familia, y se acordaban de las comodidades del llano,
y viraban para atrás (APLAUSOS). Qué
tiempos aquellos: ¡de
cada 10 se quedaba uno, y a veces ninguno!
(RISAS.) Iban a las montañas
porque oían fábulas en el llano, y hasta oían decir que teníamos unas cuevas
llenas de comida (RISAS), y que teníamos no se sabe cuantos hombres y cuantos
fusiles, y pensaban que aquello era un paseo, y salían los hombres de la ciudad
y hasta del campo, y cuando llegaban allí y veían “cuatro gatos” que no tenían
ni treinta balas por cabeza, que comían un día sí y tres no, que los sorprendía
la lluvia y no tenían ni una capa, y tenían que dormir sobre el suelo mojado,
que se recostaban en la falda de una loma y se despertaban tres o cuatro metros
más para abajo; cuando todavía no habíamos descubierto ni las hamacas, bien que
me acuerdo que aquellos que llegaban con la cabeza llena de ideas falsas,
regresaban rápidamente para el llano (DEL PUBLICO LE DICEN: “¡Pero quedaron los buenos!”). Fueron apareciendo los buenos, fue apareciendo
ese uno de cada diez. Y claro, al
final ya había carne, había hamaca, había nylon, había comida, había malanga
(APLAUSOS Y EXCLAMACIONES), y entonces no desertaba nadie.
Desde
luego que eso no se puede atribuir exclusivamente a las dificultades físicas,
sería un error. También faltaba
conciencia revolucionaria, también faltaba fe, también faltaba la confianza en
el triunfo, que da mucha fuerza, da mucho ánimo y da mucha entereza. Y cuando hay confianza, cuando hay fe,
cuando hay entusiasmo, se resisten mejor las dificultades físicas. Pero también es cierto que tengo la seguridad
de que no todos los que después se pusieron uniforme, y hasta unos galones, y
todos esos que invadieron a los cuarteles revolucionarios, todos esos que
agarraron un fusil el último día, cuando ya no había contra quién pelear
(RISAS), yo les aseguro que si hay que ir a las montañas, de cada 10 nos quedan
tres. Eso es una verdad (DEL PUBLICO LE
DICEN: “Las mujeres vamos.”). Las
mujeres sí sé que van (APLAUSOS), porque pelearon y pelearon de verdad, y
pelearon con más fervor y con más valor, si cabe, que el promedio de los
hombres. Es posible que haya influido en
ellas ese amor propio, porque fue una decisión discutida, porque había muchos
con prejuicios que decían que no peleaban y había escopeteros que decían que
cómo le iban a dar un M-1 a una mujer, mientras ellos andaban con una escopeta. Y yo les decía: “pues van a pelear más que ustedes con
ese M-1”. Y fueron y pelearon y ganaron
batallas, y se dio el caso en que habiéndose herido el capitán, continuaron
solas el combate, y ganaron el combate (APLAUSOS).
Aunque,
desde luego, las mujeres que pelearon fueron muy pocas. Les quiero decir que era un pelotón que no ha
aparecido mucho en los periódicos, que no se han sacado muchas fotografías, y
que están todavía sobre las armas, y que forman el núcleo de la Compañía de
Combatientes Femeninas del Ejército Rebelde (APLAUSOS).
Hago
la aclaración, porque después de la Revolución he visto muchas fotografías y he
visto muchas mujeres también vestidas de uniforme, y he visto muchas historias,
y he visto muchas autohistorias de hazañas y de proezas, que me han producido
muy mala impresión, porque los verdaderos héroes, las verdaderas heroínas han
hablado muy poco después de la Revolución (APLAUSOS), y no han estado,
precisamente, por las redacciones de los periódicos. Bueno es señalar estas cosas aquí, porque
estas veladas, estos actos conmemorativos debieran ser como un látigo contra
los males morales, contra la hipocresía, contra la simulación y contra todo
aquello que tienda a mixtificar, falsear o enervar el espíritu revolucionario y
la verdad revolucionaria.
Precisamente
en días como hoy, en que se habla de los mártires, en que se habla de los
muertos gloriosos, en que se recuerda a los que todo lo dieron, en que se
homenajea a los que quedaron en la mitad del camino, debe ser la ocasión para
fustigar con látigo de acero a los simuladores, a los farsantes, a los
oportunistas, a los arribistas, a los descarados (APLAUSOS); a los que,
incapaces de sacrificarse en la hora del sacrificio, quieren venir de
descarados a llevarse las glorias en las horas de triunfo (APLAUSOS).
Y
de esos los tenemos por dondequiera, porque no hay quien pueda defenderse de
ellos, porque tendría uno que volverse un detective o un inspector de policía
para averiguar dónde se han metido, donde se han colado, cómo han llegado allí,
porque se han dado casos de que de buenas a primeras —y desde luego,
afortunadamente, son casos por excepción— el peor del pueblo ha sido designado
para un cargo importante. Y uno dice: bueno, ¿cómo es
posible eso? Y cuando se pone a
investigar, por medio de una serie de combinaciones, de relaciones, la
oportunidad, el momento, la premura en designar a un funcionario, se las
ingeniaron, se las arreglaron para confundir a uno, a dos o tres, y de repente
el peor del pueblo designado para un cargo importante.
Así,
por ejemplo, pasó en un pueblo, en una ciudad de Cuba, para un cargo
importantísimo, me dicen:
“hay un señor ahí, que se llama fulano de tal...” (EL PUBLICO
PIDE QUE DIGA EL NOMBRE).
¿Para
qué?, si es tan pequeña cosa, que no vale la pena cazar tomeguines a
cañonazos... (EXCLAMACIONES Y RISAS.) Y cuando me dicen que no lo iban a dejar tomar
posesión, les digo: “no,
no le pueden impedir que tome posesión, porque no puede interferirse la acción
de las autoridades administrativas. Se
le permite que tome posesión, y después informan. De ninguna manera violar ese principio de
autoridad, y violar ese principio de disciplina. Esperen: porque, claro, si se acepta de que se
le impida tomar posesión a un sujeto de estos, cuando por habilidad resulta
designado para un cargo, el resultado es que se rompe la disciplina, y luego,
en cualquier momento, un agitador cualquiera, un resentido, un aspirante
cualquiera se puede valer de la agitación o del pretexto para interrumpir la
Administración Pública. Lo que dije: “No. A ese señor, ahora, no por orden de
ustedes, que son jefes militares, sino por orden mía, que soy Primer Ministro,
no se le da posesión, mientras hablo con el Ministro para que lo destituya del
cargo para el cual ha sido designado.” ¿Y
saben a quién habían designado? A un señor... No voy a decir cómo se llama porque nadie lo
conoce aquí (EXCLAMACIONES). Estábamos
nosotros en la Sierra Maestra, éramos un puñado, estábamos desesperados por
armas, y ese señor tenía diez armas. Se
las mandamos a pedir una vez, y dos veces, y tres veces. Las tenía guardadas para cuando se alzara; y
no las mandaba. Hasta que le hice una
carta; lo menos que lo califiqué fue de cobarde, de traidor, y que no se le
ocurriera alzarse, porque si caía en manos de nosotros iba a parar ante un
Consejo de Guerra; cuando a la vuelta de dos meses paso por cerca de ese
pueblo, me informan que había sido nombrado para un cargo importante en el
pueblo. ¿Y eso qué producía? Cuando el peor del pueblo es nombrado para un
cargo, cosa que parece insignificante, y en sí, objetivamente, lo es, porque de
eso no va a depender el curso de la Revolución, sin embargo, le mata la fe a
todo ese pueblo, porque se pregunta el pueblo: ¿Y cómo es posible? ¿O están tan ciegos que no saben nada, o está
tan corrompida la Revolución que este señor ha sido designado en tal cargo? Pues nada.
Sin embargo, ni la Revolución está corrompida por eso, ni la gente que
la está dirigiendo está ciega. Es que
hay gente muy habilidosa, y se cuelan por el ojo de una aguja (APLAUSOS).
Y
claro, tiene el Estado tantos organismos, tantos municipios, tantas cajas
autónomas, y tantos departamentos, que a menos que tenga usted todo un cuerpo
de policía o de investigación para vigilar esas cosas, no hay gobernante que
pueda protegerse de esos individuos. La
única arma que me ha quedado es la de venir a la tribuna, y por radio y por
televisión decir estas cosas, condenar esos errores, para ver si tienen un poco
de vergüenza y se van algunos (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES), y para ver si algunos
funcionarios tienen un poco más de cuidado para designar en los cargos, porque
los hay que han colocado a sus parientes incurriendo en el peor nepotismo, una
cosa que hemos combatido tanto y una cosa que hemos criticado tanto.
¿Cuál
es la consecuencia? Se da el caso de
funcionarios que tienen un familiar que ha sido revolucionario junto con ellos,
y lo designan, pero se da el caso de quienes sacaron a los parientes de su
casa, que no habían oído ni Radio Rebelde, para situarlos en cargos. No me refiero a los importantes, pero sí en
muchos departamentos menores, porque creen que uno no se va a informar de eso,
¡como si todo el pueblo no estuviera aquí con cuatro ojos mirando todo lo que
pasa en cualquier parte! (APLAUSOS.) Más valía que los que se han dejado llevar por
la debilidad de colocar a parientes que no hayan sido revolucionarios —aclaro: a parientes
que no hayan sido revolucionarios—, ¡más valía que los fuesen separando del
cargo, antes que tengamos que quitar a toda la parentela junta! (APLAUSOS.) Que la Revolución no se hizo para que aquí
nadie incurriese en la vergonzosa debilidad de caer en vicios contra los cuales
ha estado luchando esta Revolución (APLAUSOS).
(DEL PUBLICO LE PREGUNTAN ALGO AL DOCTOR FIDEL CASTRO).
Se
queda ahí, porque aquí esta aprendiendo también. Estudia el domingo por la tarde y por la
noche en vez de ir al cine (RISAS Y APLAUSOS).
Además... (DEL PUBLICO LE DICEN
ALGO.)
Un
examen, ¿de qué? ¿De psicología? De biología.
Bueno, ¿y qué hiciste todos estos días anteriores? (EXCLAMACIONES.) La biología que importa ahora es la biología
de la Revolución (APLAUSOS). (DEL
PUBLICO LE DICEN ALGO).
Sí,
pero él esta llorando de emoción (DEL PUBLICO LE DICEN: “¿Y los que tengan que trabajar
mañana?”).
¿Y
nosotros no tenemos que trabajar mañana también? (EXCLAMACIONES). (DEL PUBLICO LE DICEN ALGO).
Precisamente,
de eso quería hablar, de las cesantías, que ha sido una de las tragedias, y uno
de los escollos y uno de los dolores de cabeza más grandes de la Administración
Revolucionaria. ¿Por qué? Porque había que estar claro en lo que debía
hacerse; por lo pronto era necesario que ningún batistiano descarado y
sinvergüenza (EXCLAMACIONES) de esos que tenían cargos de confianza en
determinados puestos, que ningún chivato, que ningún recomendado de Ventura, de
Pilar García, o de esa gente, era necesario que
ninguno de esos personajes quedara en la Administración Pública. Eso, por lo pronto, era una cuestión esencial,
pero también debió ser otro principio cardinal que ningún empleado de esos que
trabajaban todos los días, que no eran ni chivatos, ni recomendados de Ventura,
ni politiqueros, ni sujetos inmorales, ningún empleado de esos que llevaban 10
y 15 y 20 años pasando trabajo, ninguno de esos debió ser dejado cesante
(APLAUSOS). Y mucho menos para poner a
otro en su lugar, porque si todavía se trata de disminuir la burocracia, porque
no hay duda de que la burocracia es una carga y a veces un estorbo, lo que
quiero decir: el
exceso de personal. El exceso de
personal, además de costar caro, estorba; yo estimo que antes que estar sentado
detrás de un buró, sin trabajar, es preferible que un hombre esté sembrando
boniatos, porque por lo menos le da de comer a unos cuantos sembrando boniatos,
y detrás del buró no le da de comer a nadie, sino que come de lo que está
trabajando otro. Y que debe haber en la
Administración Pública el mínimo indispensable y que cuando se cesanteara a
alguien, porque no desempeñaba —porque ustedes saben que muchos cargos se
creaban para ayudar a amigos, y camarillas políticas—, que por lo menos no se
pusiese a nadie más en su lugar, y, además, que como una compensación se le
pagasen tres meses de sueldo, para no dejar a nadie así, de buenas a primeras,
en la calle y en la desesperación, señores, porque quien ha conocido eso tiene
que compadecerse de cualquier ser humano que se vea en esa situación
(APLAUSOS).
En
todo caso, amortizar las plazas en beneficio de la Administración, para que ese
dinero se invierta en Obras Públicas, en escuelas y en mil cosas más que se
necesitan. Pero quitar a uno que ganaba
un sueldo miserable de 60, de 65, o de 70 pesos, que estaba empeñado con el
bodeguero, con el garrotero, con el dueño de la casa, con el tintorero, y con
todo el mundo, a ese infeliz que no tiene la culpa de la dictadura, ni de los
crímenes de los Ventura y de los Batista y de toda esa gente, yo estimo que no
era justo quitarlo para poner otro. Resultado: que se los
encuentra uno en la calle, porque como yo ando por la calle, porque no puedo
vivir en ninguna parte... Dios me libre
que viva en ninguna parte. No, no, el
peligro no es que me hagan un atentado ni nada de eso; el peligro es la
cantidad de cesanteados, de gente que tiene problemas, de comisiones que se me
acercan allí, y cuando yo creo que tengo un programa, resulta que no tengo tal
programa; cuando creo que tengo tres o cuatro audiencias, tengo 65 audiencias,
y no me dejan hacer nada; cuando no me encuentro una manifestación en la mitad
del camino, me la encuentro más adelante, me la encuentro en la entrada de Palacio,
me la encuentro cuando está el Consejo de Ministros andando, me la encuentro
cuando salgo, me la encuentro por la mañana cuando me levanto, y me la
encuentro a las 4:00 de la mañana cuando voy a acostarme (APLAUSOS).
Y
como no puedo pasarle por el lado a nadie como pasaban antes los funcionarios,
sin hacerle caso y sin detenerse, soy un esclavo de las cincuenta mil
comisiones que vienen a verme. Y, por
supuesto, no me explico todavía cómo hay quien cree que yo puedo contestar las
cartas que me escriben. Claro está, yo
se las puedo dar a un secretario o a dos secretarios, pero eso no quiere decir
que yo las conteste; eso no sería más que una fórmula de cortesía.
Además,
requerimos todo el tiempo para estudiar bien las leyes que se proponen en el
Consejo de Ministros del Gobierno Revolucionario, para que después no lo
critiquen a uno, de si faltó una coma, o sobró una coma; de si se escapó uno, o
no se escapó; de si hay que meter otro precepto o no hay que meterlo. Porque nadie puede pensar que un señor que
tenga que estar para arriba y para abajo todo el día, sin descansar y sin
dormir, pueda, además, evitar que se le escape una coma en una ley.
Y
las leyes, lo de menos es que cuiden a uno, por lo menos que uno sirva para algo, que eso es lo que interesa a uno (APLAUSOS). Que las leyes nuestras y el esfuerzo nuestro
tiene que dirigirse no a resolver el problema a alguien, como el que el otro
día me insistía, me insistía, y me insistía porque quería que yo lo colocara en
Omnibus Aliados, que ni siquiera es un departamento del Estado; y me volvía a
insistir. Y por el estilo me encuentro
cincuenta mil casos, y digo... (DEL
PUBLICO UNO LE DICE: “Colócame
a mí.”) Ahora cuando haga la Reforma
Agraria, ahora, cuando repartamos la tierra, avísame; me dejas el nombre y la
dirección, que te vamos a poner a trabajar en la tierra, para que produzcas
(RISAS Y APLAUSOS).
A
trabajar sí, ¡pero que no me vengan a ver para meterse a policías! (RISAS Y APLAUSOS.)
Así
que, decía yo que como ando por la calle, me encuentro constantemente a los
cesanteados. Claro, como no puedo estar
en secreto y se publica que voy a poner una primera piedra aquí, que voy a
inaugurar una exposición allá, que voy a estar tal día en tal lugar, se
enteran, y cuando llego ¡los montones de cartas! No me estoy quejando, ¡si a mí nadie me metió
en esto, que fui yo solo el que me metí en esto! (RISAS.) Y, además, no estoy planteando un problema
personal, estoy planteando la tragedia de un funcionario, al que no hay “chance”
de que lo cesanteen (RISAS), porque no puede contar con esa posibilidad; no
tengo ni la esperanza de que me cesanteen.
Digo, el Presidente de la República es el que puede hacerlo y existen
magníficas relaciones entre nosotros (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES), y además del
Presidente, el pueblo, me puede cesantear también (EXCLAMACIONES).
Les
estaba planteando la tragedia de un funcionario, no un problema personal. Y ese funcionario, que ya no puede vivir en
ninguna parte, que no puede tener oficina, y que tiene que hacerlo todo con una
libretica y que luego le quitan hasta la pluma... (DEL PUBLICO LE PREGUNTAN ALGO). Bueno, la
verdad es que nunca me la roban, esa es la verdad; no hay pueblo más honrado en
el mundo que este, y se lo digo porque siempre ando con la multitud y nunca me
quitan ni la pistola, ni me llevan nada, esa es la verdad (APLAUSOS). Pero me la piden, y cuando no se me pierde,
porque se cae... Y lo digo, porque en
otros lugares se lo llevan todo a uno, señores, por experiencia (DEL PUBLICO LE
DICEN ALGO). ¡No, no, no, honradamente
que no! Se los digo por experiencia;
ustedes no se imaginan lo honrado que es el pueblo de Cuba; se los aseguro. No, los ladrones aquí son una minoría. El pueblo, a fuerza de odiar a los ladrones
se ha vuelto el pueblo más honrado del mundo (APLAUSOS).
Y
decía que, como funcionario, me encuentro en la calle a todos los cesanteados;
y llegan personas llorando, personas desesperadas, personas quejándose. Yo no sé si serán muchas o serán pocas, a lo
mejor son cincuenta nada más y yo me las encuentro todos los días (RISAS); ¡pero
a lo mejor son 20 000 y yo no me encuentro más que a 50!
Y
entonces, me piden, pues, que los repongan; entonces, me piden que haga una
carta. Les digo: “miren, en primer lugar, nunca he hecho una
carta aquí”; en segundo lugar, me quedo pensando cómo voy a saber yo si a lo
mejor es un “botellero”, si a lo mejor es un confidente, si a lo mejor es un
bien botado, o es un mal botado. Pero lo
triste es que sé que hay muchos mal botados.
Y entonces, ¿cómo lo va a saber uno?
¿Por qué? Porque a pesar de que
digo aquí reiteradamente, por radio y por televisión, que no se hagan cesantías
injustas, siempre hay aquí alguno que otro sujeto... (DEL PUBLICO LE DICEN: “Hay muchos batisteros todavía
trabajando.”) Pero si eso es lo triste,
que si hubieran botado a los batisteros, pero no acaba uno nunca de saber, ni
acaba el pueblo de saber a qué atenerse (ALGUIEN DEL PUBLICO LE DICE: “Busquen en el
expediente que por ahí lo saben.”).
Pero
para eso, ¿qué se necesita, señores? Se
necesita algo que no tenemos, desgraciadamente: un equipo de hombres preparados. No los tiene el pueblo, desgraciadamente;
porque se encuentra usted mucha gente buena, pero que no sabe; mucha gente que
cree que con saber leer y escribir ya puede ser un magnífico funcionario público. Yo he visto, por ejemplo, funcionando el
Instituto de Ahorro y Viviendas, y les digo que si allí, en el trámite aquel,
no había un porcentaje de empleados de antes, de esos que trabajaban, no
“botelleros”, les digo que no funciona. Y
hay gente que es inteligente, pero no se puede ni hablar con ellos, porque
sería un escándalo: andaban
en las fiestas y en los mítines políticos de la dictadura.
Y
entonces, encontrar un inteligente, que además sea un hombre de carácter, que
además tenga mérito revolucionario, es como buscar una aguja en un pajar. Porque “revolucionarios” sí, sobran ahora,
pero cuando usted empieza a preguntar, son revolucionarios del día primero para
acá.
Y
entonces cuando en medio de esas cuestiones aquí hay que atender problemas
nacionales de mayor importancia, cuando hay que atender problemas
internacionales, cuando hay que hacer además leyes revolucionarias, en medio de
este trabajo nos encontramos con que la tarea más difícil es precisamente la
tarea burocrática, y acabar de encontrar hombres que tengan los cinco sentidos,
y sobre todo el sentido humano, que es el que a mucha gente, desgraciadamente,
les falta (APLAUSOS).
Y
a pesar de que digo y repito que no se deben cometer cesantías injustas, hay
funcionarios que “les entra por este oído y les sale por el otro” (DEL PUEBLICO
LE DICEN: “¡Depurarlo!”). Sí, pero para ponerme a depurar a esa gente
tendría que abandonar otras muchas obligaciones. Y es la eterna tragedia de no poder saber
si aquellas personas que se quejan, se quejan con razón o sin razón; es que no
se puede improvisar un cuerpo de investigadores en unas semanas. Y que, además, cuando en todo esto
intervienen las pasiones y hasta tendencias, y hasta ambiciones, lo complican
todo más; esto no tendría más remedio que patriotismo, ¡una dosis mayor de
patriotismo, una dosis mayor de desinterés, un deseo mayor de colaborar, un
deseo mayor de sacrificarse! (APLAUSOS.)
Eso no lo remedia más que el tiempo,
desgraciadamente; y muchas injusticias de esas no podrán repararse, porque
estos hechos son efectos que tienen sus causas en viejos males de la República.
¿A
quién enseñaron aquí a ser honesto?, ¿a quién enseñaron aquí a ser decente? (EXCLAMACIONES DE: “A nadie”), ¿a quién le dieron buenos
ejemplos? (EXCLAMACIONES DE: “A nadie.”) Pero, si todos ustedes saben que se había
puesto de tal modo de moda la desvergüenza en Cuba que cuando un señor no
robaba decían que era un idiota; que hasta los propios parientes, cuando tenían
un pariente que era honrado, decían que ese era un bobo; que hasta en la propia
familia se inculcaba la deshonestidad y el oportunismo. Si el pueblo no vio más que malos ejemplos;
si nuestras escuelas, si nuestros sistemas de enseñanza, si toda la educación
de la cual ha tenido que nutrirse el pueblo de Cuba es deficientísima, es
arcaica, es incompleta; si hemos vivido en una perenne contradicción de niños
que abren sus libros de historia y les hablan de libertad, y les hablan de
independencia, y les hablan de honradez, y les hablan de heroísmo, y los
enseñan a cantar un himno, y los enseñan a saludar una bandera, y los enseñan a
venerar a nuestros mártires, y al lado de la bandera se encuentran un trapo
sucio, y al lado de su himno le cantan una conga politiquera, y al lado de los
hombres ejemplares que hicieron la historia de la patria se encuentran los
nombres de los criminales que la han gobernado, de los malversadores que la han
saqueado.
¿Cómo
hacer compaginar en la mente del niño lo que se le enseña y lo que se hace, lo
que le dicen y lo que ve? ¿Qué virtud,
qué moral, qué principios se pueden formar en las mentes que vienen al mundo a
recibir lo que les den, a hacer lo que vean hacer, a aprender lo malo, si es lo
malo lo que les enseñan, y lo bueno, si es lo bueno?
Y
con esas mentes, con el producto de ese pueblo, que ha vivido en la
contradicción, que no ha visto más que malos ejemplos, que no ha visto más que
deshonor, con esos tenemos nosotros que echar a andar hoy la República. ¿Cómo encontrar hombres que no sean
imperfectos? ¿Cómo no adolecer de esa
falta de elemento humano que se necesita para una tarea como la que tenemos
delante? Y nuestros centros de
enseñanza, nuestra escuelita pública olvidada y maltratada, nuestros institutos
que son kindergartens para mayores (APLAUSOS), donde no se enseñan más que
cosas de memoria, donde se le obliga al alumno a estudiar en un libro que lo
hizo, tal vez, un ignorante, pero que como es el profesor hay que comprarlo
aunque no sirva (APLAUSOS). Y cuando nos
encontramos profesores que son de Lógica, de Cívica, de Psicología, de
Historia, de Economía Política, y además hacen un libro de cada una de esas
cosas, y de ninguna saben nada; si cuando se gradúa un joven de Bachiller no
tiene un título que le abra las puertas en ningún trabajo; si en la universidad
nos pasa otro tanto; si hemos tenido que pasarnos las noches enteras leyendo en
unas conferencias borrosas, porque ni siquiera se ocuparon de darnos un libro
de texto (APLAUSOS). Si veíamos un
sinnúmero de profesores “botelleros”, de profesores politiqueros; si había, por
ejemplo, un Concheso, pongamos el caso —que ni en paz descanse, porque no
merecen descansar en paz quienes tanto daño hicieron—, que era un botellero,
que le regalaba las notas a los batistianos en la universidad, que no lo
botaban después de pasar largas jornadas al servicio de la tiranía, que no se
le impugnaba moralmente; cuando no se establecía ninguna diferenciación entre
el profesor honesto y cívico y el profesor malversador, ladrón y politiquero;
cuando la mitad de los profesores de algunas facultades no iba siquiera a clase
(APLAUSOS). ¿Qué les podían enseñar en
esta universidad, que está muy necesitada de una depuración y de una buena
reforma? (APLAUSOS.) Porque si hubiesen imperado los criterios
morales rectos y firmes en nuestra bicentenaria universidad —bicentenaria por
su tradición y por su historia, y bicentenaria porque tenía también dos siglos
de retraso— (APLAUSOS), si hubiesen imperado criterios morales, un Carrera Jústiz
jamás hubiese sido allí profesor, un Concheso jamás hubiese sido allí profesor. Y esos señores, que no tenían moral, ni
tenían talento, ni tenían virtudes de ninguna índole, no debieron pertenecer
jamás al cuerpo de profesores universitarios.
No
he intervenido en el conflicto creado. Considero
que en el fondo los estudiantes tenían razón, pero que cometieron un error
táctico en la forma, porque unieron a profesores buenos y a profesores malos. Afortunadamente, esa crisis se ha superado;
afortunadamente, los rectores buenos de la universidad, con el estudiantado
—que es todo bueno—, le han brindado a José Antonio Echeverría el homenaje de
superar la crisis que mantuvo la universidad largas semanas (APLAUSOS).
Era
triste ver como, mientras aquí todo se reformaba, mientras todas las
instituciones se transformaban, cuando el espíritu revolucionario penetraba en
todos los sectores del país, cuando todo iba a renacer enteramente nuevo, la
universidad se estancaba durante semanas, en una crisis que no acababa de
superarse; que la universidad, centro y eje de las luchas revolucionarias; que
la universidad, cantera de tantos mártires; que la universidad, nervio y
corazón de la patria; que la universidad, cerebro de la patria; que la
universidad, forja de los hombres que necesitará la Cuba de mañana, la Cuba que
no ha de adolecer de estas lagunas que adolece hoy, de estas deficiencias que
adolece hoy, de esta falta de hombres competentes y capaces que adolece hoy
(APLAUSOS); que la universidad no alcanzase también los extraordinarios
beneficios que la Revolución pueda aportarle.
La universidad, porque nos interesa como ninguna otra institución, una
universidad que no sea una fábrica de profesionales, que no salgan los abogados
en serie, como los bonos del Instituto de Ahorro y Viviendas; de la universidad
que se orienta en las necesidades del país, y no en los caprichos individuales;
de la universidad que investigue cuántos médicos necesitamos, cuántos
ingenieros, cuántos arquitectos, cuántos técnicos, cuántos necesitamos de más y
cuántos abogados necesitamos de menos, para que ajuste esa forja de
profesionales a las necesidades del país, que hasta ahora ha sido una
producción anárquica y por la libre de profesionales, en una buena parte
profesionales reaccionarios.
Y
les voy a explicar por qué. Porque en
esa universidad se cobraba la misma matrícula al hijo del millonario que al
hijo del zapatero, y entonces los que más podían estudiar en la universidad no
eran los hijos de los zapateros, sino los hijos de los millonarios (APLAUSOS). Resultado: que viene una Revolución, y se
encuentra usted una buena cantidad de abogados reaccionarios, y se encuentra
usted una buena cantidad de arquitectos reaccionarios. Es verdad que hay muchos abogados
revolucionarios, pero que precisamente no tienen la menor oportunidad, porque
los abogados monopolistas de los grandes bufetes, defensores de los grandes
trusts, de los grandes monopolios, de los grandes intereses, les tienen
cerradas las puertas al trabajo donde puedan librar su sustento, no voy a decir
que muy honradamente, porque cuando hay que defender a un malversador o a un
magnate de esos, no se libra el sustento honradamente (APLAUSOS).
Pero
claro, el abogado en nuestra patria es víctima del medio social: tiene que
defender exclusivamente a los ricos, porque los pobres no tienen con qué
pagarle. Es una víctima, y en cierto
sentido es una consecuencia del medio social.
¿Y
el arquitecto? Pues hay muchos que en
vez de arquitectos son inversionistas, y no se preocupan ya por el arte de la
arquitectura, sino por el arte de ganar más dinero en el menor tiempo posible,
aunque sea quitándoselo a los inquilinos, que son las víctimas de esos negocios
(APLAUSOS).
Y
nos encontramos las pugnas en el Colegio de Arquitectos, y un grupo de arquitectos
combatiendo la Ley, y un grupo de arquitectos revolucionarios defendiéndola,
porque quiero que se sepa que también hay arquitectos revolucionarios que
están, sinceramente, junto a la Revolución (APLAUSOS).
Pero
es lógico que de una universidad donde no hay facilidades para el hombre pobre,
porque ya puede cualquier joven tener un talento extraordinario, que si no
tiene para la matrícula no puede ser jamás un profesional; una universidad
donde no se brinden esas facilidades, las profesiones tiende a adquirirlas un
sector social, que suele ser el sector social dominante en lo económico, en lo
político y en todos los órdenes. Y que
nuestra universidad haya estado preparando magníficos talentos, ¡magníficos
talentos de la reacción! ¡Que nuestra
universidad, que la pagan los obreros, que la paga el pueblo, haya estado
armando de inteligencia a los enemigos de los intereses del pueblo! (APLAUSOS.)
Por
tanto, esta universidad y todas las universidades tienen que ser en el futuro
forjadoras de talentos para el pueblo, forjadoras de talentos para la nación, y
que en ningún sentido se cobre la misma matrícula a los pobres y a los ricos (APLAUSOS).
Una
universidad donde las cátedras no sean vitalicias, porque las cátedras
vitalicias, como todo lo vitalicio, está contra la cultura y está contra la
superación de las instituciones (APLAUSOS).
Una universidad donde para mantener sus cargos de catedráticos, tienen
que estar constantemente superándose, constantemente aprendiendo (APLAUSOS);
una universidad sin botelleros, una universidad sin profesores inmorales, una
universidad donde todo lo que huela a batistiano sea expulsado (APLAUSOS). Una universidad organizada en lo académico,
tomando en cuenta los criterios de los hombres expertos en cuestiones universitarias,
pero universidades modernas, no universidades tricentenarias (APLAUSOS).
Que
se convoque a un fórum en Cuba sobre reforma universitaria, que a ese fórum
asistan las mejores inteligencias de América en el orden académico (APLAUSOS),
para darle a la mejor Revolución de América la mejor universidad de América
también (APLAUSOS). Y sobre esas
condiciones, el Gobierno Revolucionario esta dispuesto a gastar lo que sea necesario,
el Gobierno Revolucionario esta dispuesto y decidido a no escatimar un solo centavo
en el centro que ha de tender a crear las inteligencias, a forjar y a preparar
las inteligencias que en todos los órdenes necesita la patria que queremos
hacer (APLAUSOS).
Porque
si queremos ponernos a la altura de los demás pueblos del mundo, en todos los
órdenes tenemos que tener hombres que sepan, tenemos que tener hombres capaces,
tenemos que tener hombres preparados; que la universidad sea nuestro centro de
investigación científica; que el industrial, el gobernante pueda ir allí a
pedirles colaboración a los laboratorios universitarios, para que ayuden al
progreso técnico, además del progreso cultural de la nación; para que nos
ayuden a producir más y para que nos ayuden a producir mejor; para que nos
ayuden a situar la patria entre los países más adelantados del mundo, con
profesionales producidos aquí, que hay materia prima de sobra, materia
abundante y materia buena, y no tengamos que estar como estamos hoy, que cada
vez que necesitamos un técnico para algo tenemos que mandarlo a buscar a Holanda,
a Japón y a otros países del mundo (APLAUSOS).
Por
los servicios que las universidades pueden prestar al país, el pueblo de Cuba
pagaría gustoso los sueldos y los presupuestos que fuesen necesarios, y además,
que los servicios para quien tiene dinero, los pague; a quien le sobra el
dinero, que en vez de gastárselo en viajes a Francia, se los gaste pagándoles
la matrícula a sus hijos en la universidad (APLAUSOS).
Basta
ya de que todo esté organizado aquí sobre la base del privilegio, los
privilegios para los que lo tienen todo, la Ley del Embudo, de lo ancho para
unos pocos y lo estrecho para la inmensa mayoría del pueblo (APLAUSOS). Había que hablar aquí de la universidad,
porque estamos aquí en el corazón de la universidad, porque estamos
rindiéndoles tributo a los mártires universitarios, y porque esta generación
estudiantil, generación revolucionaria, esta generación no es una generación
picadora de notas, no es una generación de copiadores que van al examen sin
saber nada; es una generación estudiantil que se muestra con un magnífico
espíritu de superación, con extraordinarias ansias de mejorarse, y porque, además,
la universidad, libre ya de los problemas políticos que la embargaban, libre ya
del eterno conflicto con los gobernantes, porque el sentimiento universitario,
y el sentimiento público, y el sentimiento del pueblo, y el sentimiento de los
gobernantes, serán en lo adelante una sola cosa (APLAUSOS); libre ya de las
batallas que antes libraba, porque ya no tendrá que librarlas, porque ya no habrá
injusticia; porque ya no habrá tiranía, porque ya no habrá inmoralidades, la
universidad podrá invertir su extraordinario caudal de energía y de entusiasmo
en preparar a los hombres, en preparar a la generación de hombres capacitados
que la patria necesita, porque allí donde campeaba antaño la politiquería, el
oportunismo y el vicio, ha de campear en el futuro la virtud y la capacidad.
¡A
preparar los hombres que necesita la República!
Esa debe ser la principal tarea, ese es el mejor premio a los estudiantes. No solamente una patria limpia, no solamente
una patria libre, no solamente una patria revolucionaria, sino también una
universidad limpia, una universidad libre, una universidad revolucionaria
(APLAUSOS).
Tenemos
que conquistar para la universidad lo mismo que estamos conquistando para la
república. Y tan pronto la depuración se
haga, tan pronto la reforma universitaria se esté discutiendo, el Gobierno
Revolucionario fundará la ciudad universitaria (APLAUSOS), que llevará el
nombre de José Antonio Echeverría (APLAUSOS), y en donde habrá un rincón para
cada uno de los mártires universitarios, para cada uno de los que han caído en
la larga lucha por el porvenir y la felicidad de la patria, desde los
estudiantes de 1871, hasta el último estudiante asesinado por Batista
(APLAUSOS). Esa universidad tiene que
ser modelo de universidades; esa universidad tiene que estar a la altura de la
obra que estamos realizando; en esa universidad queremos reunirnos los años
venideros; en esa universidad queremos ver reunidos a los buenos todos los
años, porque si la obra es buena, si la obra es grande, la fe no puede decaer,
el entusiasmo no puede decaer.
Recuerdo
con tristeza conmemoraciones pasadas, y aquí a las conmemoraciones les faltaba
el calor del pueblo. Era como si para el
pueblo careciese de sentido los sacrificios pasados, era como si para el pueblo
la fe hubiese muerto, era como si el pueblo no creyera que valiera la pena
siquiera molestarse a dedicar un minuto de recordación a un Mella, a un Trejo,
a un Guiteras (APLAUSOS), porque tenía la sensación de que aquí todo era
inútil, tenía la sensación de que la larga cadena de frustraciones en toda su
historia haría imposible que jamás la nación arribara a un día venturoso de
verdadero triunfo; tenía el pueblo la sensación de que esa meta con la cual han
estado soñando todos los cubanos ilustres, todos los verdaderos patriotas, no
se habría de alcanzar nunca, que era como una quimera, un imposible, un sueño
irrealizable. Y por eso el pueblo
si apenas recordaba a sus muertos, era aquello el fruto de la frustración, era
la pérdida de la fe.
He
visto hoy extraordinarias manifestaciones de fervor patriótico; he visto tres
concentraciones multitudinarias: en Cárdenas, en la escalinata
universitaria, frente al Palacio Presidencial, y esta noche aquí, y no hacía más
que pensar si en los años venideros el pueblo continuará viniendo a estos actos
(APLAUSOS), o si en los años venideros el pueblo se olvidará de sus muertos
queridos (EXCLAMACIONES DE: “¡Nunca!”).
Por
nosotros no será jamás la culpa. Nosotros
podremos venir aquí siempre, nosotros seremos leales siempre a la memoria de
nuestros muertos (APLAUSOS); nosotros sabremos cumplir con el deber, o caer en
el cumplimiento del deber; nosotros podremos venir aquí, tengo la más completa
seguridad, por grandes que sean los obstáculos que se nos pongan delante. Tengo fe absoluta en el fervor y en el
idealismo que guía a esta generación.
Dije
aquí nuestras deficiencias, pero debo decir también las virtudes de esta
generación, las virtudes extraordinarias de esta generación. Esta generación es la generación a la que
nadie le dio un buen ejemplo, esta generación es la que creció y se educó en
las contradicciones de que les hablaba antes; esta generación es la que vio el
mal ejemplo por doquier, a la que nadie le enseñó nada bueno, y, sin embargo,
esta generación sacó de sí misma todas las virtudes, sacó de sí misma todo el
idealismo, sacó de sí misma todo el valor que era necesario para librar esta
batalla que salvó a la patria de la ruina y de la muerte (APLAUSOS). Esta generación si de alguien aprendió fue de
nuestros próceres gloriosos, si de alguien aprendió fue de los héroes de la
patria, porque en medio de las contradicciones en que vivíamos, en medio de las
monstruosas contradicciones en que se nos educaba, esta generación supo beber
en la fuente de nuestra historia, en el heroísmo de los Ignacio Agramonte, de
los Antonio Maceo, de los José Martí (APLAUSOS). Esta generación que rindió tributo en las
tumbas de los estudiantes caídos; todos nosotros, que de la universidad
procedemos, que de la universidad sacamos la idea revolucionaria que injertamos
en el corazón de nuestros campesinos, con los cuales hicimos la Revolución
(APLAUSOS). Esta generación, pese al mal
ejemplo, pese a los propios familiares que aconsejaban mal, esta generación,
pese a la indiferencia de la nación hacia sus muertos, esta generación aprendió
de aquellos héroes, y de sí misma sacó el idealismo y sacó las virtudes, y sacó
la esperanza en un mar de descreimiento, en un mar de desaliento, y de ese mar
ha sacado a flote la patria (APLAUSOS).
Esta
generación es, pues, la mejor generación que ha tenido la patria, porque como
ninguna creció en medio de la negación y en medio de los peores ejemplos;
surgió de una universidad que no enseñaba nada, surgió de unos institutos y de
unas escuelas que no enseñaban nada, y esta generación tendrá que enseñar a la
universidad que no la enseñó, tendrá que enseñar a las instituciones que no la
enseñaron a ella, tendrá que hacerlo todo nuevo. Y es, pues, la mejor generación que la patria
ha tenido, más no, sin embargo, mejor que las generaciones venideras, las
generaciones que van a tener otro ejemplo, las generaciones que se van a nutrir
no solo en la leyenda de 1868 y de 1895, sino también en la leyenda de esta
guerra heroica, tan heroica como las anteriores (APLAUSOS); que se va a nutrir
no solo de los ejemplos de Agramonte, de Maceo, de Martí, sino también de los
ejemplos de los Frank País, de los José Antonio Echeverría, de los Fructuoso
Rodríguez, y de todos los otros (APLAUSOS).
Esa
generación que tendrá el ejemplo de gobiernos buenos, de hombres leales, de patriotas
enteros que no se humillarán ante nada ni ante nadie, esa generación es la
generación con que soñamos nosotros, es la generación donde —como decía el
poeta, en los versos que fueron aquí declamados— “crecerán los niños que serán
como imágenes de los hombres que han caído”; los niños que serán como
“manzanita” (APLAUSOS), los niños que serán como Fructuoso Rodríguez, los niños
que serán como Frank País, como Pepito Tey, como Joe Westbrook, como Ciro
Redondo, como Abel Santamaría, como Renato Guitart y
como tantos otros, cuya lista sería interminable.
¿Quieren
una patria grande? (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí, sí!”)
¿Quieren una patria extraordinariamente grande?
(EXCLAMACIONES DE: “¡Sí, sí!”) ¡Pues lo será cuando todos nuestros ciudadanos
sean como José Antonio Echeverría, como Frank País, como Abel Santamaría! (APLAUSOS).