DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE
FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN LA
CONMEMORACION DEL ANIVERSARIO DE LA CAlDA DE FRANK
PAIS, EFECTUADA EN EL INSTITUTO DE LA SEGUNDA ENSEÑANZA, SANTIAGO DE CUBA, EL
30 DE JULIO DE 1959.
(VERSION TAQUIGRAFICA DE LAS
OFICINAS DEL PRIMER MINISTRO)
Señoras madres de los
mártires de nuestra Revolución, que quiere decir madres de nuestra Revolución;
Santiagueros:
Quiso
el Gobierno Revolucionario instituir el día de hoy como el Día de los Mártires
de la Revolución Cubana, es decir, en recuerdo de todos los caídos. Y escogió esta fecha del 30 de julio, porque
ha sido este mes y ha sido especialmente este día como un día símbolo de los
sacrificios que hizo nuestro pueblo por conquistar su libertad.
Pensamos
que más que una concentración era preferible efectuar una velada conmemorativa;
más que un acto de magnitud, que una concentración multitudinaria, un acto en
recinto cerrado, porque este día de hoy es sobre todo un día de meditación para
nosotros.
Es
cierto que nos hemos encontrado con el inconveniente de que el pueblo, en
número extraordinario, ha acudido a esta velada como, lógicamente, merece el
recuerdo de los cubanos que cayeron por darnos la libertad. Pero no fue posible que todos pudiesen entrar
en este recinto, y miles y miles de ellos están fuera del edificio,
impacientes, porque también querían estar presentes en este acto.
Ello se debe sencillamente a que no hay recinto suficientemente grande
para albergar la gratitud de nuestro pueblo por los hombres que cayeron.
Es
este el primer aniversario que conmemoramos después del triunfo de la
Revolución. Pero ya lo sabemos para el
año próximo escoger algún sitio donde no se quede un solo santiaguero sin
asistir al acto. Que nos excusen
(APLAUSOS). Y si no tenemos ese lugar,
lo construimos (APLAUSOS), porque bien que se merecen nuestros mártires un
recinto donde conmemorar todos los años el 30 de julio. Que se nos excuse, porque solo queríamos
hacer un acto de recogimiento, puesto que entendemos que el día de hoy es un
día para meditar. ¡El día de hoy es el
más sagrado de todos los días del año, porque es el día para recordar a los
hombres que cayeron! (APLAUSOS.)
Por
eso, más que nada vale el recuerdo, más que nada vale el pensamiento. Porque nuestro pueblo y todos nosotros, todos
los revolucionarios, todos los combatientes revolucionarios, en un día como el
de hoy están en el deber de pararse a meditar, a meditar en los éxitos, sí;
pero a meditar también en los errores si es necesario (APLAUSOS); a meditar en
lo que hemos adelantado, pero a meditar también en lo que hemos dejado de adelantar;
a meditar en lo que se ha superado moralmente nuestro pueblo; y a meditar
también en aquellas cosas en que todavía nosotros no nos hemos superado
enteramente (APLAUSOS).
Muchas
veces a lo largo de nuestras vidas hemos tenido ocasión de celebrar actos
patrióticos, muchas veces hemos conmemorado el aniversario de los hombres que
han caído luchando por un gran ideal patriótico. Pero es esta la primera vez en que una conmemoración
luctuosa como esta cobra para nosotros su sentido más hondo. Porque no venimos a hablar de los hombres que
escribieron páginas en la historia de la patria, pero a los cuales conocimos
solamente a través de su historia, a través de los libros, a través de las
narraciones y anécdotas de nuestras luchas emancipadoras y nuestras gestas
revolucionarias.
Sin
embargo, en esta ocasión no venimos a hablar de hombres de los cuales nos
cuenta la historia. No venimos a hablar
de un pasado remoto. Venimos a hablar de
un pasado tan reciente que es presente. Venimos
a hablar no de la historia que pasó, sino de la historia que estamos viviendo,
porque el pueblo de Cuba está viviendo y está haciendo esta historia (APLAUSOS). No está aprendiendo historia en los libros,
sino está haciendo historia, porque estos tiempos son muy semejantes a aquellos
tiempos pasados que estudiamos en la escuela y que hoy estamos estudiando en la
realidad de la vida nacional.
No
estamos hablando de héroes ni de mártires que vivieron hace una centuria. Estamos recordando a compañeros que
convivieron con nosotros, que con nosotros se albergaron en las mismas casas,
que con nosotros se sentaron a la misma mesa, que con nosotros se montaron en
la misma nave, que con nosotros recorrieron los mismos caminos y subieron las
mismas montañas, y lucharon en los mismos combates y soñaron en los mismos
ideales. Estamos hablando de compañeros
que la ciudad conoció, que ustedes conocieron, que ustedes —sobre todo los
santiagueros— conocieron por sus hechos, que los vieron caminar por sus calles,
que fueron compañeros de las aulas, amigos de los hijos de las familias
santiagueras, huéspedes de las casas de las familias santiagueras, hombres que
regaron con su sangre las calles de esta ciudad, porque fue esta ciudad la que
dio una cuota mayor de mártires o la que vio sacrificarse un número mayor de
hombres (APLAUSOS).
Aquí,
en estas calles de Santiago de Cuba, cayeron los primeros combatientes
revolucionarios. En estas calles de
Santiago de Cuba se perpetraron los primeros actos de salvaje represión contra
los revolucionarios y contra la población civil. En este cementerio de Santiago de Cuba y en
los alrededores de Santiago de Cuba, fueron sepultados los hombres que
constituyeron la primera legión de mártires combatiendo contra la tiranía (APLAUSOS).
Por
eso es lógico que el 30 de julio se venga a conmemorar a Santiago de Cuba y que
los 30 de julio se conmemoren principalmente en Santiago de Cuba, porque el Día
de los Mártires es también el día de la ciudad mártir de Cuba (APLAUSOS); de la
ciudad que a lo largo de la historia, desde la lucha por la independencia, ha
demostrado la más extraordinaria dote de patriotismo, la ciudad entusiasta, la
ciudad que ha estado a la cabeza, junto con las demás ciudades de la provincia. Porque es justo que hablemos también de la provincia,
porque esta provincia ha estado a la cabeza del patriotismo, esta provincia ha
estado a la cabeza del civismo y esta provincia ha estado siempre a la cabeza
del sacrificio (APLAUSOS).
Ahí,
en ese cementerio glorioso de Santiago de Cuba, yacen los restos de nuestro
apóstol Martí (APLAUSOS), con los restos de los revolucionarios de todas las
generaciones que en número tan elevado se han sacrificado por la patria.
Por
eso, porque los mártires que estamos recordando fueron nuestros compañeros, es
que el 30 de julio tiene que ser un día de meditación.
En
otras fechas pasadas, cuando se conmemoraba un día como este, el primer
sentimiento que nos invadía el pecho era la idea de que los ideales por los
cuales habían caído aquellos hombres no se habían cumplido en nuestra patria,
que los mártires de nuestras revoluciones habían sido más de una vez
traicionados, que los sacrificios, si bien no habían sido en vano —porque no hay
sacrificio en vano, no hay muerte gloriosa en vano—, no habían rendido sin
embargo los mejores frutos para nuestra patria.
El
dolor más grande que nos invadía en cada conmemoración cuando recordábamos a
aquellos gloriosos combatientes de las generaciones que nos precedieron, era
que las prédicas de nuestro apóstol, que los ideales de nuestros heroicos mambises, que los sueños de Maceo, de Calixto García, de
Ignacio Agramonte, de Máximo Gómez, que los sueños de
Guiteras, que los sueños de toda aquella pléyade de estudiantes que cayeron en
las luchas contra Machado, que los ideales de todas aquellas generaciones no se
habían cumplido. Porque no podía ser
ideal de aquellos hombres la república que había nacido en nuestra patria; no
podía ser ideal de nuestros hombres la corrupción y la politiquería que
caracterizó los tiempos pasados (APLAUSOS); no podía ser ideal de aquellos
hombres la tiranía que para dolor y vergüenza de Cuba durante siete años asoló
nuestra patria, urdida y forjada por los mismos hombres que la habían saqueado
y tiranizado durante 11 años anteriores, y que en total hicieron 18 años de
odiosa e insoportable tiranía, sangrienta, sacrílega y filibustera,
que saqueó, que empobreció, que arruinó a nuestro pueblo y, lo que es peor aún,
vistió de negro a miles de madres cubanas y cubrió de vergüenza a un pueblo
noble como el nuestro, a un pueblo bueno como el nuestro, a un pueblo valiente
y cívico como el nuestro. Porque solo un
pueblo noble, valiente y cívico habría sido capaz de deshacerse, y no solo de
deshacerse, sino de hacer trizas la tiranía sangrienta (APLAUSOS) que, con un
ejército poderoso, con toda una organización de esbirros y criminales, mantenía
en la opresión a ese pueblo que estaba desarmado.
Pero
no podía ser ese el sueño de nuestros mártires; no podía ser ese el sueño de
las decenas de miles de mambises que cayeron, ni de
los 300 000 cubanos que murieron cuando la reconcentración de Weyler.
Aquellos
sacrificios, aquellos esfuerzos, aquellas tristezas y aquellas tragedias pasadas,
no pudieron ser solamente para que a la vuelta de 50 años un grupo de hombres
desalmados, un grupo de hombres mercenarios y ensoberbecidos se apoderaran,
como se apoderaron en una madrugada, del gobierno del país, sencillamente para
llevar adelante la más inconcebible tarea de crimen, de robo, de explotación y
de saqueo que pudo concebirse jamás en esta isla nuestra (APLAUSOS).
Parecía
que aquellas historias de campesinos asesinados, aquellas historias de hombres
torturados, aquellas historias de actos vandálicos no volverían jamás a tener
realidad en nuestra patria. Parecía que
era cosa de odios pasados, parecía que era consecuencia del egoísmo de una
metrópoli, cuyos soldados no sentían hacia nosotros o no tenían por qué sentir
hacia nosotros la menor consideración humana.
Parecía que aquello no volvería a repetirse, y, sin embargo, por alguna
razón o por muchas razones, lejos de la república “con todos y para el bien de
todos”, donde la ley primera fuese el respeto a la dignidad plena del hombre;
aquella república, república enteramente libre y soberana, república justa,
república para la justicia y para la libertad, aquella república nunca fue
realidad.
Por
alguna razón caímos en lo que caímos; por
alguna razón vivimos lo que acabamos de vivir: por alguna razón aquellos sacrificios no
habían rendido los mejores frutos, y esa razón fue —si se quiere, entre otras,
una de las principales— el olvido a los muertos, la traición a los muertos. Porque después de tantos hombres que dieron
su vida, después de los sacrificios que en reiteradas ocasiones hizo la nación
cubana, solo el olvido a los muertos podía hacer posible que los gobernantes
desde el poder saquearan la riqueza del país, que los gobernantes desde el
poder asesinaran a los mejores hijos del país (APLAUSOS), que los hombres de
uniformes empleasen las armas no para defender al país, sino para oprimirlo y
someterlo a condiciones de explotación a los grandes intereses nacionales y
extranjeros.
Solo
el olvido a los muertos podía traer esas consecuencias, entre otras razones; porque
si se hubiese guardado un verdadero respeto a los muertos de nuestras luchas
emancipadoras y revolucionarias, si se les hubiese sabido rendir tributo —no de
palabra, porque basta ya de tributos teóricos, basta ya de recuerdos hipócritas
de palabras (APLAUSOS)—, si nuestro pueblo y nuestros hombres públicos hubiesen
sabido tener presente toda la historia pasada de nuestra patria, nadie se
habría atrevido —o al menos nuestro pueblo jamás lo habría permitido— a hacer
las cosas que hicieron, perpetrar las fechorías que perpetraron, tolerar los
vicios que toleraron y que condujeron nuestro país a la tragedia de la que
acabamos de salir, y que para que no se repita está el pueblo de Cuba en pie de
lucha, a fin de que ni vuelva nunca más, ni nunca más derive o degenere nuestra
república hacia etapas semejantes (APLAUSOS).
Por
eso —repito— es día de meditación, porque aquí tenemos que venir todos los años
a recordar a los muertos de la Revolución; pero tiene que ser como un examen de
la conciencia y de la conducta de cada uno de nosotros, tiene que ser como un
recuento de lo que se ha hecho, porque la antorcha moral, la llama de pureza
que encendió nuestra Revolución, hay que mantenerla viva, hay que mantenerla
limpia, hay que mantenerla encendida, puesto que no podemos permitir que se
vuelva a apagar jamás la llama de las virtudes morales de nuestro pueblo
(APLAUSOS).
Hay
que venir aquí todos los años a avivar y a atizar esa llama moral. Hay que venir todos los años a hablar claro. Hay que venir todos los años a reprochar
cualquier desviación revolucionaria. Hay
que venir todos los años a reprochar cualquier adormecimiento del espíritu
revolucionario no solo en el pueblo sino de todos los hombres que estén al
frente de la Revolución. Porque si algo
no queremos —y bueno es decirlo aquí, en este primer aniversario de la muerte
de Frank País y de Daniel, símbolo de toda la generación que se sacrificó—,
bueno es decir aquí que lo que no queremos es que nadie pueda decir el día de
mañana que nuestro pueblo se ha olvidado de sus muertos (APLAUSOS), que los
sobrevivientes de esta lucha se han olvidado de sus compañeros caídos. Lo que no queremos que se repita nunca más,
lo que no queremos siquiera pensar, lo que no podemos siquiera imaginar, es que
estos compañeros, que con tanta veneración, que con tanto cariño, que con tan
profundo respeto y que con tan puro sentimiento de lealtad venimos a recordar
aquí, sean alguna vez olvidados.
Lo
que no queremos es que el consuelo único que tienen estas madres, que el
consuelo único que tienen esas mujeres vestidas de luto, cuyos hijos cayeron,
cuyos hijos no podrán recibir jamás el beso de ellas en la frente; lo que no
queremos es que ese consuelo —ese único consuelo posible ante dolores tan terribles—: el consuelo de que no cayeron en vano, el
consuelo de que si cayeron fue para bien de sus compatriotas, de que si cayeron
fue para que otras miles de madres no tuvieran que vestir también de negro,
para que un pueblo no tuviese que vivir de rodillas, para que una nación se
sintiera orgullosa y digna (APLAUSOS), no es posible que ni mañana ni nunca
pueda faltar a esas madres ese único consuelo.
Por
eso tendremos que venir aquí, y aquí vendremos todos los años, porque
mantendremos limpia nuestra conducta para tener derecho a venir aquí a hablar
en esta tribuna. Los que sean verdaderos
revolucionarios, los que se sientan verdaderos revolucionarios —y los
verdaderos revolucionarios no son los revolucionarios de un día, de una hora o
de un año o de varios años; los verdaderos revolucionarios son aquellos que no mancillan
jamás su vida, los verdaderos revolucionarios son los que no cambian, los
verdaderos revolucionarios son los que no dejan de ser jamás revolucionarios
(APLAUSOS)—, los verdaderos revolucionarios vendremos aquí por dos razones: porque nos mantendremos limpios y porque la
Revolución estará vigente en nuestra patria, porque aunque otros hombres nos
tengan que sustituir oportunamente, puesto que esta no es tarea de un grupo
sino tarea de muchos, la Revolución estará vigente en nuestra patria. Si no podemos venir aquí será porque hayamos
muerto defendiéndola, pero no será porque puedan venir a arrebatarle el poder a
la Revolución mientras quede en pie un solo revolucionario verdadero. Y hablo de revolucionario verdadero, porque
esos son los que en definitiva cuentan. Hablo
de revolucionarios verdaderos, porque esos son los que están en las horas del
triunfo y en las horas del sacrificio, porque están cuando el camino es fácil,
pero están mejor todavía cuando el camino es difícil (APLAUSOS), porque lo
mismo actúan y lo mismo dicen presente en la hora de la victoria que en la hora
de forjar la victoria.
Por
eso recuerdo siempre con tanta veneración a los primeros caídos de la
Revolución y a todos los caídos de la Revolución. Por eso, porque fueron los que iniciaron la
lucha; porque fueron los que cuando nadie tenía fe ellos la tenían; porque
fueron los que no se resignaron a creer que nuestro pueblo tenía que cruzarse
de brazos, impotente, frente a la tiranía; porque fueron los hombres que, en
las horas aquellas en que la esperanza no era sino como una débil llama, cuando
parecía muy lejana y muy remota la hora del triunfo, no vacilaron.
Revolucionarios
no son todos los que dicen ser revolucionarios (APLAUSOS); porque
revolucionarios son, en primer lugar, los que no andan sacando su hoja de
servicios (APLAUSOS), porque, ¿quiénes más revolucionarios que los compañeros
que cayeron en la lucha? ¿Y cuándo,
después del triunfo, hemos visto a uno de nuestros mártires presentar su hoja
de servicios? Porque la hoja de
servicios de los que cayeron es precisamente la libertad de que está
disfrutando nuestra patria (APLAUSOS), es la hoja eterna de servicios de los
que lo dieron todo para no recibir nada, sino lo único que aspiraban: ¡la felicidad de su
patria! (APLAUSOS.)
Realmente
son muchos los revolucionarios aparecidos después del Primero de Enero
(APLAUSOS). Y no es que fueran pocos, no
es que fueran pocos los hombres y las mujeres que lucharon. Pero lo que sí es cierto es que todos sabemos
de incontables casos, de familias, de hombres y de mujeres que ayudaron, y
después del triunfo guardaron un modesto silencio (APLAUSOS), permanecieron en
sus casas, porque entendían que cumplían con un deber y que a nadie más que a
sus propias conciencias tenían que rendir cuenta de su conducta.
Esos
son los verdaderos patriotas, los que tienen el pudor de no andar exhibiendo y
de no andar proclamando los servicios que prestaron, porque se puso de moda —¡como
siempre!— la presencia de los falsos revolucionarios; de los que en la hora del
triunfo se presentan con la misma prontitud con que se esconden debajo de la
cama si de nuevo se presenta la hora difícil; de los que sabemos que no se
puede contar con ellos si el camino se hace difícil y duro, si la Revolución
tiene que afrontar momentos de sacrificio y de lucha, porque son los que tienen
la misma habilidad para penetrar en los edificios públicos y en las
solemnidades, como la tienen para desaparecerse cuando hay que ofrecer la vida,
cuando hay que decir presente. Porque,
desde luego, no eran tantos el 10 de marzo.
y cuando hablo
así no hablo de la masa del pueblo, porque lo más abnegado, lo más sacrificado
y lo más puro es la masa del pueblo; porque es el que espontáneamente,
desinteresadamente y por puro idealismo, respalda la Revolución (APLAUSOS),
hace acto de presencia en todas las conmemoraciones, en todas las
concentraciones, en todas las peregrinaciones y que no pide nada, porque no
concibe la patria o la Revolución como un instrumento de cuestiones personales
o de satisfacciones personales, sino que concibe la patria y concibe la
Revolución como algo superior, algo que nos satisface por lo que significa de
bienestar para todos, de beneficios para todos, de gloria y de dignidad para la
nación y para el pueblo cubano (APLAUSOS).
Asco
dan, repugnancia producen aquellos individuos que creen que tantos miles de
jóvenes cayeron, que tanto sacrificio se hizo solamente para que ellos trepen,
para que ellos perciban beneficios de tipo personal; porque los que tal piensan
no hacen sino insultar a nuestros muertos, ultrajar el honor de nuestro pueblo
y venir aquí a hacer el ridículo papel de imaginarse que una lucha que ha
encendido tantas virtudes, un sacrificio que ha despertado tantas ilusiones, se
puede venir aquí a prostituir y se puede venir aquí a tratar de inculcar de
nuevo los vicios que, si no erradicados del todo, no pararemos hasta que no los
hayamos erradicado del seno de nuestra patria (APLAUSOS).
Bueno
es decir que no hay que hablar solo de los falsos revolucionarios. Hay que hablar también de los revolucionarios
que creen que la lucha se acabó ya, de los revolucionarios que se creen que el
primero de enero ya pasó el sacrificio; de
los que se piensan que un pueblo puede alcanzar tranquilamente sus anhelos de
libertad y de justicia, de los que creen que la justicia se puede implantar
impunemente en medio de tan poderosos intereses nacionales y extranjeros como
son los que se oponen al progreso de nuestra patria (APLAUSOS).
Hay
los revolucionarios que de tal manera piensan y aflojan sus resortes morales y
aflojan su sentido del deber. Porque
está equivocado el que crea que nos van a dejar llevar adelante nuestra
Revolución sin tratar de destruírnosla, sin tratar de perturbárnosla, sin
tratar de crearnos todo género de dificultades, tanto económicas, como
políticas, como de orden público, como de disciplina social. Están equivocados los que creen que aquellos
que perdieron aquí sus privilegios, aquellos que perdieron sus cuentas de
bancos porque no pudieron llevarse la valija, aquellos que perdieron sus fincas
mal habidas, aquellos que perdieron sus negocios, aquellos que perdieron sus
edificios, aquellos que perdieron su señorío, aquellos que perdieron su facultad
de ser dueños de vidas y haciendas, se van a resignar tranquilamente.
Los
que crean que no se van a asociar con los grandes intereses extranjeros
perjudicados por nuestra Revolución, los que crean que no se van a asociar con
las tiranías que son enemigas de nuestra Revolución, los que crean que no van a
tratar de forjar una cadena de intereses poderosos para tratar de crearnos
obstáculos de toda índole, los que tal crean, no tienen noción de lo que es una
revolución. Podrán ser revolucionarios
bien intencionados, pero mal entendidos; revolucionarios con buena fe, pero con
poco pensamiento revolucionario. Porque
lo primero que un revolucionario verdadero, que un hombre con conciencia
revolucionaria piensa, cuando se propone o es parte o es miembro o es partícipe
de un proceso revolucionario, es que los procesos revolucionarios lesionan
intereses poderosos y que esos intereses no se resignan a perdonar la
Revolución.
Si
aquí se hubiese tratado de un simple cambio de hombres, de un simple cambio de
mando; si todo lo hubiésemos dejado como estaba, si no nos hubiésemos empeñado
en llevar adelante una obra reformadora, una obra tendente a superar todos los
males de nuestra república y a superar todas las injusticias de nuestra
república... Porque esta Revolución solo
tiene razón de ser en la injusticia y en la opresión, porque sin injusticia y
sin opresión, si no fuese cierto que nuestro pueblo vivía en la más humillante
y en la más inmerecida de las situaciones, el pueblo —que es consciente, que
actúa con un instinto fino, con un sentido claro de sus intereses— no se habría
sumado a una revolución, no habría dado tantos hijos a esa lucha y no habría
sido posible destruir ese consorcio poderoso de fuerzas e intereses, de
propaganda, que mantenía a la dictadura en el poder. Hubo Revolución porque había injusticias que
reparar y porque, como dijo Maceo con una extraordinaria agudeza y visión, “la
Revolución estará en marcha mientras quede una injusticia sin reparar”.
Las
revoluciones no son una invención humana, las revoluciones no son consecuencia
del capricho de los hombres. Los pueblos
no se mueven detrás del capricho ni de las ambiciones de nadie.
Los
pueblos solo se mueven en pos de grandes aspiraciones de justicia. Y si nuestro pueblo se ha movido entero, y se
ha movido en una proporción tan elevada como no contó con ella ninguna
revolución en el mundo, eso no prueba sino que había muchas injusticias que
reparar en nuestra patria, que la nación estaba inconforme, que estaba
inconforme con la tiranía (APLAUSOS), que estaba inconforme con todo lo que
venía de atrás; y tenía que estar inconforme, porque ni siquiera habíamos
logrado la independencia.
Era
una independencia teórica, porque la república se conducía dócilmente, porque
nuestros gobernantes eran gobernantes dóciles a los grandes intereses, que son
intereses contrarios a los intereses sagrados de nuestro pueblo, y los
gobernantes iban al poder sin otra preocupación que estar ahí seguros el tiempo
señalado por la ley o el tiempo que aspiraban a permanecer en el poder. Los gobernantes no se preocupaban por el
pueblo, los gobernantes no se preocupaban por hacer justicia. Unos lo hicieron más mal, otros lo hicieron
menos mal, otros lo hicieron pésimo, porque no solo fueron malos gobiernos sino
que fueron sanguinarios y fueron crueles.
Pero,
en definitiva, la nación estaba inconforme.
Todo hombre en la calle, lo mismo un humilde conductor de automóviles
que hasta un limpiabotas, hablaba sobre las cuestiones públicas, explicaba su
inconformidad, hablaba de los males, hablaba de las injusticias y decía lo que
había que hacer. Porque todos nosotros
muchas veces, miles de veces tal vez, oímos decir que aquí lo que hacía falta
era un gobierno que fuese capaz de acabar con todas las malversaciones, con
todas las prebendas, con todos los negocios turbios, con todos los abusos, con
todas las injusticias.
Miles
de veces hemos oído del pueblo manifestaciones, en miles de personas distintas,
pero todas con aquella sinceridad, todas con aquella madurez de quienes consideran
que la república, la nación, debía ser una cosa distinta de la que era. Porque a pesar de que los pueblos pueden
acostumbrarse a vivir en determinadas situaciones, nuestro pueblo no se resignó
nunca, nuestros ciudadanos nunca acabaron de resignarse con la idea de por qué
había niños descalzos pidiendo limosna por las calles, vestidos de harapos; por
qué había enfermos que se morían; por qué no tenían recursos y nadie los
ayudaba ni a bien morir; por qué ese cuadro de pobreza, ese cuadro de miseria, ese
cuadro de dolor que teníamos, lo mismo en las calles de nuestras ciudades que
en nuestros campos; por qué aquella entrega sistemática y permanente de los
recursos de la nación a intereses extranjeros; por qué aquel saqueo sistemático
y permanente del Tesoro Público, de los fondos de los ayuntamientos, de las
provincias, de la Hacienda Pública, por funcionarios que no tenían la menor
noción de lo que era su deber, de lo que era cumplir la ley, de lo que era
tratar con respeto y consideración a la nación y a los ciudadanos; por qué
aquello de que las grandes injusticias no eran castigadas nunca; por qué
aquella impunidad con tanto mal; por qué aquel acontecer de la vida nacional
que marchaba en contradicción con las más elementales ideas de la justicia y del
bien.
Los
hombres nacemos con una idea instintiva de lo que está bien y de lo que está
mal. Ese instinto puede ser mejorado o
puede ser empeorado por el ambiente, pero todos nacemos con esa sensación de lo
que es la justicia, porque es que es un sentimiento instintivo del hombre y
todos lo veíamos marchar en contradicción con lo que para nosotros era
elemental con la idea de la justicia.
Así
se explica esta Revolución, que no fue obra del capricho de nadie, sino obra de
la realidad. Porque la Revolución no se
puede inventar, no se da ni se produce si no hay condiciones, porque si no que
vengan ahora a hacer revolución en el pueblo, que está satisfecho; que vengan
ahora a levantar al pueblo para luchar contra la Revolución, a ver si
encuentran a alguien, como no sea a los botelleros y a los criminales de guerra
(APLAUSOS), como no encuentren a aquellos intereses afectados, como no
encuentren a aquellos egoístas que no tienen más patria ni más sentimientos que
sus intereses personales. ¡Que vengan
ahora! Porque la revolución solo puede
hacerse sobre una base de injusticia, cuando hay injusticia. Si no, no se pueden hacer revoluciones,
porque nadie tiene poderes para engañar a ningún pueblo ni hacer sugerencias
contra la pasión de los pueblos.
¡Los
pueblos jamás se sublevan contra el bien y contra la justicia!
Eso
es para indicar que nuestra Revolución fue una necesidad, pero que hay
revolucionarios que no comprendieron o no comprenden que esto no es un premio
que como por azar se obtiene. Que las
conquistas de los pueblos son conquistas siempre de sacrificios, porque sin
sacrificios hubiéramos podido tener un golpe de Estado que lo dejara todo como
estaba, un golpe de Estado sin recuperación de bienes, un golpe de Estado sin
fusilamiento de los criminales de guerra, un golpe de Estado sin reforma
agraria, un golpe de Estado sin leyes revolucionarias. Pero sin sacrificios no se hubiera logrado
este triunfo, y sin sacrificios no llegaremos al final de la meta.
Y
hay esa segunda clase de revolucionarios que se olvidan: primero el revolucionario falso,
después el revolucionario equivocado, y hay el tercero: el revolucionario que degenera (APLAUSOS). Porque si contra algo debemos estar alerta es
contra la degeneración del revolucionario, del espíritu revolucionario y de la
moral revolucionaria.
Y
esto, ¿por qué es cierto? Porque hay
revolucionarios que se acomodan, porque hay revolucionarios que degeneran
(APLAUSOS), y tanto el pueblo como los combatientes revolucionarios deben estar
siempre muy alerta contra el revolucionario que degenera.
¿Quiénes
son los que tienen más posibilidades de degenerar? Pues por lo general aquellos que menos se
sacrificaron en la lucha. Porque los que
de verdad concibieron esto como un gran sueño, los que de verdad hicieron grandes
sacrificios, los que quieren la Revolución con toda su alma, los que no viven
más que para la Revolución, los que tienen la idea de que la Revolución está
mil veces por encima de los intereses de cada uno de nosotros, esos son los que
la quieren, porque se sacrificaron por ella.
Con
esto de la Revolución ocurre como con la anécdota bíblica de aquellas dos
madres que fueron ante el Rey Salomón discutiendo de quién era aquel hijo. Y ante la proposición de dividirlo en dos
partes, la mala, la falsa madre, estuvo de acuerdo. Pero la verdadera madre dijo: “¡No, que se lo
lleve ella, porque no quiero que maten a mi hijo!” (APLAUSOS.)
Es
decir que los hombres que sienten esta Revolución porque es fruto de sus
sueños, porque es fruto de sus sacrificios, la quieren por encima de todo: prefieren su
personal sacrificio, prefieren incluso su alejamiento personal antes de hacerle
daño a la Revolución. Son los que no se
prestan a hacerle el juego al extranjero, son los que no se prestan a hacerles
el juego a las calumnias y a las intrigas de los enemigos de la Revolución (APLAUSOS). ¡Son los hombres firmes, los que no atienden
a cantos de sirenas ni entienden de intrigas ni los pueden confundir, porque
saben lo que es la Revolución! Porque
saben que es toda espíritu de libertad, porque saben que es toda pureza, porque
saben que es toda dignidad humana y justicia para nuestro pueblo y justicia
para nuestros ciudadanos (APLAUSOS).
Ya
asombra las campañas que se hacen fuera contra nuestra Revolución. Es increíble, parece absurdo cómo nos tratan
de pintar. Abre usted un periódico
extranjero, y lee: “Torturado
un niño.” Tranquilamente se lo
publican. Abre un periódico extranjero,
de esos que defienden los intereses reaccionarios, similares a los intereses
que nosotros estamos combatiendo aquí, y lo que lee son fábulas tales que nos
asombramos, porque estamos tan lejos de imaginar que nos traten de pintar con
tan tétricos colores que nos asombramos.
Pero
bueno es que aprendamos que a nuestro pueblo, por el delito de querer ser libre;
a nuestro pueblo, por el delito de querer progresar; a nuestro pueblo, por el
delito de querer vivir de las riquezas de su isla —porque esta es nuestra isla: aquí nacimos, aquí vivimos y de los recursos
de esta isla tenemos que vivir (APLAUSOS)—; a nuestro pueblo, por el delito de
querer vivir de su esfuerzo, sin pretender quitarles nada a otros pueblos, sin
pretender quitarle a nadie nada y reclamar, sí, lo que nos pertenece, nos
quieren pintar con los colores más tétricos.
Bueno
es que sepamos que ese es el precio que tenemos que pagar. Bueno es que sepamos que teníamos que escoger
entre la vergüenza del pasado, la humillación del pasado, el dolor y la
tristeza del pasado, pero sin enemigos externos, y la gloria de hoy, la honradez
de hoy, el orgullo de hoy y la alegría de hoy (APLAUSOS).
Pero
con calumniadores que nos detractan, con enemigos que tratan de pintarnos con
los peores rasgos, con enemigos que en su impúdica campaña llegan hasta poner
en duda que la Revolución cuenta con el respaldo del pueblo, y luego leemos en
un periódico extranjero de alguno que dice “que no cabe duda de que la
Revolución tiene el respaldo del pueblo”.
Pero eso hay que decirlo. Las
verdades que son para nosotros tan evidentes que a nadie se le ocurriría
dudarlas, en el extranjero parecen cosas absurdas, porque incurren en la
contradicción de pintar con los peores caracteres a un gobierno que tiene el
respaldo decidido y entusiasta del pueblo.
Pero no tienen manera de explicar cómo a un gobierno malo el pueblo lo
respalda, porque se incurre en una tremenda contradicción, y los que invocando
hipócritamente la palabra democracia quieren negar nuestra genuina y nuestra
pura democracia, incurren en una tremenda contradicción si reconocen el
tremendo respaldo que tiene nuestra Revolución.
Así
no es de extrañar que se preparen conspiraciones, no es de extrañar que se
preparen expediciones, no es de extrañar que se preparen maniobras, porque son
capaces de cosechar y consumir y hasta creer en las mismas mentiras que han
sembrado. Son capaces de llegar a
sugestionarse de veras con sus mentiras, y de veras pensar que la Revolución no
tiene al pueblo. ¡Fenómeno inexplicable
que una revolución que tan rectamente marcha por el camino de la justicia en la
lucha, defendiendo los intereses del país por encima de toda otra
consideración, no tuviera al pueblo! Y
de ahí que no sea de extrañar o que se sugestionen o, lo que es peor todavía,
que conscientemente quieran imponer un régimen de gobierno por la fuerza, como
el que teníamos. Quieran traernos otra
vez a Cañizares aquí, a Chaviano aquí, a Pedraza aquí
(EXCLAMACIONES DE: “¡No!”). Quieran otra vez que no transcurra un día sin
un cadáver en nuestras calles.
Y
de ahí todas las maniobras, de ahí todas las campañas para ese criminal
propósito, para ese absurdo propósito. Y
en las campañas de calumnias no solamente los hay de afuera, que los hay de
adentro; porque esta propia mañana en un periódico aparecía un cintillo —pero
un cintillo escandaloso— donde comunicaba la noticia de que apareció un muerto
en la Plaza Cívica, “aparece un cadáver en la Plaza Cívica”. “Era del cabo 'tal', que era de los elementos
del gángster Masferrer.”
Desde
luego que aparecía la noticia, y decía escuetamente esto en el cintillo: “Aparece un cadáver”,
como en aquellos cintillos de la época de la tiranía y como si se quisiera
insinuar que nosotros fuéramos capaces de tender un cadáver en la plaza
gloriosa donde se reunió un millón de campesinos y hombres del pueblo, como si
nosotros fuésemos capaces de acudir a procedimientos semejantes. Desde luego que nadie pensaría eso. Pero sí es bastante mal intencionado aquel
cintillo que trate de recordar en la mentalidad de nuestro pueblo los tiempos
pasados, como si nosotros fuésemos capaces de perpetrar un hecho semejante. Ni a los peores enemigos —a nadie absolutamente—
sería capaz un revolucionario de ultimar, y el revolucionario que tal hiciera
sabe que inexorablemente tiene que pasar por los tribunales revolucionarios
(APLAUSOS).
En
los primeros momentos hasta llegamos a pensar que era una maniobra de los
enemigos de la Revolución para tratar de desacreditarnos. Con posterioridad, puesto que la muerte era
de producto natural y estaba enfermo ese perseguido de la justicia —que, por
otro lado, no era ningún personaje importante, ni mucho menos—, lo más probable
era que fuera una persona escondida en algún sitio que, al fallecer de muerte
natural, no se atreviesen a afrontar los riesgos de llevarlo a enterrar, o lo
dejaran allí, o fuera idea de sus cómplices, porque algún cómplice lo debía
tener oculto.
Pero
es lo cierto que ante un incidente de esa naturaleza, que es perfectamente
fácil de probar ya, pues apareció aquel cintillo escandaloso como hacía tiempo
que no se veían, como si la Revolución fuese capaz de cometer la estupidez, o
mancillarse las manos, o tolerar que un hecho semejante se cometa. Porque hechos semejantes jamás se cometerán
en nuestra Revolución, y el que los cometa sabe que el peso de la ley caerá
inexorablemente sobre él (APLAUSOS).
Quiero
decir que tenemos que estar alerta, que hay que saber, que hay que conocer
estas cosas. Y hay revolucionarios que
naturalmente tienden hacia el alejamiento de las virtudes revolucionarias,
cuando la hora es —¡cuando la hora es!— de fortalecer
las virtudes revolucionarias.
Ese
tercer caso de revolucionarios es de los que producen verdadera pena, porque el
primer deber, el principio número uno de un revolucionario es ser sacrificado. El primer deber de un revolucionario es no
olvidarse de los días duros de hambre y de esfuerzo físico o de riesgos en la
lucha por el triunfo. Porque lo mejor
que el hombre pueda tener es su capacidad de sacrificio, porque el hombre sin
capacidad de sacrificio de nada vale, porque de nada es capaz y para nada
sirve.
Hay
el revolucionario que degenera porque quiere acomodarse. Hay el revolucionario que tiende a
mercantilizar su espíritu. Hay el
revolucionario que se pone a pensar en las cosas materiales. Y la virtud esencial de un revolucionario
debe ser la austeridad y su capacidad de sacrificio, para que siempre pueda
servir a su causa. Porque el hombre que
se deja aflojar su entereza de carácter y sus virtudes morales, llegará a ser
traidor, llegará a ser desertor, llegará a ser hasta ladrón, y llegará, cuando
menos, a ser un indiferente y un prófugo de la Revolución, que se aparta porque
se le apaga la llama del ideal (APLAUSOS).
Y
al recordar los sacrificios de los hombres que cayeron; al recordar aquella
vida nuestra en la cárcel, donde todo era dureza, donde nos faltaba todo; al
recordar aquella vida nuestra en campaña; al recordar aquellas docenas y
cientos de compañeros que con nosotros compartieron las noches de marcha, los
días de lluvia y de frío, de hambre y de penurias, de lucha y de sacrificio, de
combate contra enemigos incomparablemente superiores en número y en armas; cuando
recuerdo a todos aquellos que yacen en los ríos y en las montañas de nuestra patria;
cuando pienso en aquellos hombres a los que venimos a recordar aquí —porque ni siquiera tuvieron la satisfacción
de ver el triunfo, porque ni siquiera tuvieron la satisfacción de ver coronada
la obra—, no pienso sino que cada revolucionario y, sobre todo, cada soldado
revolucionario debe tener eso presente por encima de todo. Porque no es buen soldado el que anda
pensando en la ropita limpia (APLAUSOS), no es buen soldado el que anda
pensando en la comidita bien condimentada, no es buen soldado el que anda
pensando en la camisa blanca, no es buen soldado el que anda aspirando a cargos
y a grados, porque los grados desaparecieron aquí desde el momento en que aquí
no hay generales ni coroneles (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES), y que el grado más
alto es el de Comandante, y todavía nos parece mucho, y existe no más que por
una mínima necesidad de jerarquía militar.
No
es revolucionario el que se olvida de su sentido en la guerra, el que se olvida
de su espíritu en la guerra, y su mente se vuelve rutinaria, y su mente se
vuelve copiar lo que había, y su mente se vuelve el reglamento de antes, la organización
de antes, el estilo de antes y las costumbres de antes.
No
es buen soldado el que permite que el cuerpo se le reblandezca y que la mente
se le reblandezca y el ideal se le reblandezca.
Porque somos nosotros los que estamos en el deber de tratar de que
tengan lo que necesiten, de tratar de que tengan buena comida si es posible,
pero no debe ser el soldado el que ande hablando de la comida y el que ande
hablando de la ropa (APLAUSOS), porque para soldados acomodados, prefiero a los
guajiros con sus machetes (APLAUSOS PROLONGADOS); para soldados que no estén
prestos a mantener alta su bandera moral, su histórica resignación, su
extraordinario espíritu de abnegación y de sacrificio que los hizo grandes;
para soldados que por no tener estas cosas presentes tiendan un día a parecerse
siquiera a los soldados de ayer, que fueron la causa del vicio, que fueron la
causa de la tiranía, y que fueron los defensores del mal; para soldados que se
corrompan, prefiero a los campesinos con sus machetes (APLAUSOS PROLONGADOS).
Bueno
es decir, el día de la conmemoración de los mártires, que tenemos soldados por
necesidad, no por placer; tenemos soldados por necesidad y no por afición. Paga el pueblo a los soldados para tener
hombres enteros ahí; paga el pueblo a sus soldados, los alimenta y los viste,
para tener hombres cuyo premio fundamental sea la consideración y el cariño de
sus conciudadanos, cuyo premio fundamental sea el respeto de la ciudadanía, la
confianza de la ciudadanía, el amor de la ciudadanía.
Tenemos
soldados porque la patria lo necesita para defender su soberanía y para
defender su Revolución, si no, no tendríamos soldados (APLAUSOS).
Luego
en memoria de los caídos, con el recuerdo puesto en aquellos magníficos
soldados de los primeros días, que no le podían pedir refuerzo a nadie, que no
le podían pedir auxilio a nadie, que no le podían pedir comida a nadie, que
ganaron innumerables combates porque nunca se sintieron cansados, nunca fueron
remisos a cumplir una orden, que muchas veces hasta después de 3 y 4 días sin
comer caminaban 30 kilómetros de noche para interceptar una tropa en retirada;
soldados del cumplimiento del deber en la clandestinidad, como Frank País (APLAUSOS);
soldados como Daniel, que murió un día como hoy hace un año, cuando nuestras
fuerzas habían iniciado la contraofensiva, cuando el enemigo se retiraba y
hacía un último esfuerzo por rescatar una tropa sitiada; un día como hoy,
cuando Daniel junto con otro contingente de 300 hombres iba a combatir un
refuerzo que llegaba contra esa tropa sitiada a que me refería, y al llegar al
alto de una de aquellas montañas más abruptas, en horas de la madrugada, al
saber que la tropa sitiada se había rendido, y habiéndosele ordenado a
distintas fuerzas avanzar para cortar la retirada al refuerzo, aquellos hombres
—entre ellos en una de las columnas el compañero Daniel, que no tuvo tiempo ni
de atrincherarse porque apenas llegaba a la posición después de muchos días de
luchar sin comer y la tropa casi descalza— se batieron contra el enemigo que ya
se retiraba. Hombres como aquellos, que
hicieron posible la victoria, son los que necesitamos en la paz (APLAUSOS). Hombres como aquellos, que murieron al
amanecer, sin tiempo para dormir un minuto después de muchos días ni para
alimentarse; hombres como aquellos, que eran pocos pero podían vencer a muchos,
porque eran superiores por su abnegación y su espíritu de sacrificio, son los
que necesitamos.
¡Muchos
no, buenos sí! ¡Acomodados no, abnegados
sí! (APLAUSOS), porque el combatiente
revolucionario nunca debe pensar en el número.
El combatiente revolucionario debe combatir al enemigo, aunque lo
dupliquen o lo tripliquen o sea treinta veces mayor. Porque los primeros soldados de este ejército
revolucionario fueron un día menos de 15 hombres, y por cada uno de ellos, ¡por
cada uno de ellos!, la dictadura tenía 4 000 soldados; es decir, 4 000
hombres armados. Así que el combatiente
revolucionario no debe pensar jamás en el número de enemigos, sino en la
calidad de los defensores de la patria y de la Revolución, porque el número no
importa en absoluto, lo que importa es la calidad.
Y
los mejores soldados fueron aquellos de la Guerra de Independencia, los mejores
soldados fueron aquellos de las montañas; el mejor ejército fue aquel, el
ejército espartano, cuyos hombres llevaban una vida austera, que tomaban un
caldo negro, que pasaban frío, que vivían en condiciones duras.
Soldados
de cuarteles no queremos. Queremos
soldados de marcha, queremos soldados de montañas (APLAUSOS), queremos soldados
que se mojen, queremos soldados que marchen de noche, queremos soldados que
lleven su olla arriba para cocinar por escuadra y no anden pensando en llevar
calderas para cocinar por el batallón o por el regimiento; queremos soldados
que no olviden sus días de campaña, sus tácticas de lucha; soldados que no se nos
vuelvan mediocres con la vida de los cuarteles.
Porque a ese soldado de cuartel lo derrotamos totalmente, a ese ejército
de cuartel lo destruimos totalmente.
No
es un buen soldado rebelde, ni merece llamarse soldado rebelde —porque por algo
hemos dejado el nombre de rebelde— el soldado que se acomode a los cuarteles
olvidándose de la vida del verdadero soldado rebelde que fundó este ejército de
la república (APLAUSOS). No es buen
soldado rebelde el que se atemorice de las marchas, el que se atemorice de las
montañas, el que se atemorice del hambre, el que se atemorice de las noches de
frío. Porque cuando estábamos en las
montañas no teníamos cuartel maestre al que pedirle que nos mandara zapaticos nuevos. Cosíamos
los zapatos hasta con alambre y seguíamos la marcha, porque nuestro deber era
seguir la marcha, nuestro deber era seguir la lucha.
Soldados
como esos —lo digo un día como hoy en que se conmemora la muerte de Frank País,
de Daniel, de todos los que murieron en la clandestinidad y de todos los que
murieron en las montañas (APLAUSOS)— son los que
queremos: soldados que no anden pensando
en comodidades, y soldados que no anden pensando en pasear en las máquinas de
servicio (APLAUSOS), y soldados que tengan muy presente que la Revolución jamás
contemporizará ni con indisciplina, ni con corrupción, ni con desviación.
Soldados
de la república son todos los cubanos, y a los soldados del Ejército Rebelde, a
los combatientes revolucionarios —y me refiero a ellos porque los conocí más
que a ninguno, me refiero a ellos porque conviví con ellos, porque fuimos
fundadores de este ejército, porque les inculcamos el espíritu de sacrificio,
porque les inculcamos la caballerosidad, porque les inculcamos el respeto al adversario,
porque les inculcamos el sentido de la ley—, a ellos más que a nadie —porque
ellos como nadie tienen la obligación de meditar un día como hoy—, a ellos les
digo que la Revolución será inflexible con la austeridad de los militares revolucionarios,
con la lealtad de los militares revolucionarios, con la disciplina de los
militares revolucionarios y con la honradez de los militares revolucionarios
(APLAUSOS).
Por
tanto, todo jefe que consienta indisciplina es un mal jefe, todo jefe que
tolere indisciplina es un mal jefe. La
rectitud y la disciplina, que no están reñidas con la confraternidad y el
compañerismo revolucionarios, deben ser las normas del Ejército Rebelde y de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Sobre
todo puedo decir esto, porque no se nos pueden olvidar los primeros días en las
montañas, no se nos pueden olvidar aquellos días en que venían 10 a sumarse y
volvían 9 para sus casas; no se nos pueden olvidar aquellos días duros de
verdad, cuando parecía que no había esperanza de triunfo, en que solo 1 de cada
10, en que solo 10 de cada 100, y, aun al final, no fueron más que 30 de cada
100 de los que fueron a la Escuela de Reclutas de las Minas del Frío los que no
se marcharon. Porque aun al final,
cuando nuestros ejércitos marchaban victoriosos por los llanos de la provincia,
de cada 100 se iban 70; de cada 100, 30 eran buenos.
Y
como muchos vinieron después, como muchos vinieron después del triunfo, como
hay más soldados de los que había en la guerra, es por lo que tenemos que
preguntarnos si todos tienen las virtudes, es por lo que tenemos que
preguntárnoslo, y es por lo que tenemos sobre todo que decirnos que el Ejército
Rebelde, el ejército con que puede contar el pueblo, son, en primer lugar, los
hombres probados; son, en segundo lugar, los 30 de cada 100 y los 10 de cada
100 que resisten las horas difíciles o muy difíciles; y el porcentaje de los
otros 70 a quienes la idea de la patria que es hoy Cuba pueda haber inculcado a
los espíritus el espíritu de sacrificio, el idealismo y la abnegación que no
pudo inculcarles la presencia de tantos vicios y tantas comodidades como vimos
en el pasado.
Por
eso hoy es el día de hablar de estas cosas, para que ni la menor sombra de
desviación ni el menor espíritu acomodaticio se apodere de los combatientes
revolucionarios.
Y
esto que digo para los soldados rebeldes, esto que digo para los militares
revolucionarios, lo digo para todos los funcionarios administrativos de la
nación. Porque también, desgraciadamente —¡desgraciadamente!—,
hubo hombres que se olvidaron de los principios de nuestra Revolución, que se olvidaron
de la moral de nuestra Revolución, que se olvidaron de los sacrificios de esta
Revolución y confundieron un poco el triunfo con la politiquería, y
confundieron un poco el triunfo con el reparto de posiciones entre parientes
(APLAUSOS), y confundieron un poco el triunfo con el reparto de botines. Son pocos los casos, pero nosotros pensamos
que no debió existir ninguno.
Lo
que digo para el combatiente rebelde vale para todos los empleados, porque así
no deben actuar ni el combatiente rebelde ni los empleados de la administración
pública, cuyo deber no es andar pensando en sueldos, cuyo deber no es andar
pensando en política, cuyo deber es trabajar, trabajar 12, 18 y 20 horas si es
necesario; trabajar por la Revolución, trabajar por el pueblo, porque no
tolerará el Gobierno Revolucionario la menor desviación moral en los
funcionarios administrativos.
¿Quiere
esto decir que cuando alguien cometa una falta en el acto va a ser destituido? ¡No! No,
porque es imposible en el vasto andamiaje de la administración pública, es
imposible en el vasto trabajo que nos embarga a los dirigentes del Gobierno
Revolucionario, que nosotros podamos funcionar como una maquinaria utópica; es
decir, como una maquinaria perfecta: a
cada falta, castigo inmediato.
Hay
muchos que luego se quejan con razón, como luego se quejan por incomprensión. Hay muchos que luego se quejan con derecho y
hay muchos que luego se quejan por pasión.
Y no es fácil discernir muchas veces hasta dónde es la razón y hasta
dónde es la pasión, hasta dónde es el derecho y hasta dónde es el interés.
Nosotros
no somos magos, nosotros no somos seres infalibles, nosotros no somos seres
omniscientes, que podamos estar en todas partes, que podamos hacer las cosas a
la perfección y en todas partes. Adolecemos,
sí, de muchos inconvenientes. Adolecemos,
entre otras cosas, de las circunstancias de tener que asumir la responsabilidad
del gobierno en un país convulsionado. Los
días primeros y los meses primeros de la Revolución: las multitudes moviéndose en la calle, la
imposibilidad apenas de trasladarse de un lugar a otro, las dificultades para
visitar los distintos puntos, por eso de tener muchas veces que estar
abriéndose paso con gran esfuerzo entre nuestros compatriotas.
Por
eso en los primeros momentos hubo esas cosas: designaciones que no eran buenas, el
arribismo, algún nepotismo, algunas deficiencias, porque nadie es capaz de
poderlas superar, nadie puede tener ese control que se requiere para en
momentos como esos evitar que se deslicen esos hechos. Como también es cierto que habrá quien hizo
más sacrificios, y, sin embargo, tiene menos grados que otros. Eso se puede dar por distintas circunstancias: bien porque un jefe
fue menos estricto al dar un ascenso en los distintos frentes, o bien porque
hubo quien tuvo más habilidad, o bien porque es cuestión incluso que es
imposible que los grados y los méritos se otorguen con absoluta equidad, porque
nada humano es perfecto.
Pero
eso no quiere decir que porque desgraciadamente haya uno con un poco menos de
méritos en una posición militar o civil determinada, los demás todos crean que
tienen derecho a que le den una igual, porque no se luchó por la patria para
cargos, y el verdadero revolucionario es el que trabaja en el lugar que está
(APLAUSOS).
y así: es imposible lo
perfecto. Quisiéramos lo perfecto, mas
es imposible. Podemos aspirar a lo más
perfecto; pero sabemos que nunca lo más perfecto, lo que satisfaga a todos, se
logrará.
Sabemos
que es imposible la existencia de esa regla humana o de esos cerebros humanos
que sean capaces de otorgar el mérito sin errores. Pero sí creo que es posible en los hombres la
abnegación, sí creo que es posible en los hombres la humildad, sí creo que es
posible en los hombres el desinterés. Y
frente a las imperfecciones humanas inevitables, aquellas que se producen
después de hacer el máximo esfuerzo porque no se produzcan, frente a la
imperfección humana solo cabe la aspiración a la virtud humana. Frente a las injusticias o a la falta de distribución
equitativa del mérito solo cabe la idea del desinterés, de la modestia y de la
abnegación de los hombres, que es el espíritu que tenemos que fomentar, son las
virtudes que tenemos que fomentar en nuestro pueblo.
Por
eso, un día como hoy, no venimos aquí a hacer elogios de nadie, no venimos a
decir aquí que nos sentimos satisfechos con todo. Nunca podremos sentirnos satisfechos, porque
si es cierto que la perfección no se alcanza, ello quiere decir que siempre tendremos
que estar luchando por ella. Y los
hombres que se sienten alguna vez satisfechos, esos hombres le estarán restando
a la humanidad la energía con que contribuyen a su progreso.
Por
eso los días como hoy venimos a hablar de los caídos, de los que lo dieron
todo, de los que no recibieron otro premio que el premio a que aspiraban: a la felicidad de
su pueblo, premio que todos tenemos hoy.
Un
día como hoy venimos aquí a decir que estaremos siempre alerta contra el
revolucionario falso, estaremos siempre exhortando al revolucionario
equivocado, y estaremos siempre como un freno contra todo lo que implique
desviación del deber en todo hombre que tenga funciones civiles o militares
dentro del campo de la Revolución.
Un
día como hoy no venimos sino a hablar bien de nuestros caídos y a recordar el
deber a los que no cayeron. A esta generación hay que pedirle el máximo. Esta ha sido la generación más afortunada de
nuestra historia. Debe, por tanto,
aspirar a ser la más preparada y la más virtuosa.
Esta
generación ha tenido la suerte que no tuvieron nuestros mambises,
porque nuestros mambises lucharon durante 30 años y
ni siquiera los que sobrevivieron tuvieron la suerte de ver su bandera libre
del proteccionismo deshonroso del extranjero.
Ni siquiera tuvo Calixto García la suerte de entrar con sus tropas
victoriosas en la ciudad de Santiago de Cuba.
¡Ni siquiera! (APLAUSOS.)
¿Qué
generación tuvo la fortuna de nuestra generación, que después de siete años de
lucha —¡solamente siete años!— tiene el éxito de
destruir totalmente al enemigo y de asumir el gobierno de la república, las
sagradas funciones de gobernar la república?
¡Adquiere un prestigio en todo el continente y en todo el mundo! Y son hombres jóvenes, todos jóvenes, como
posiblemente en ningún lugar del mundo ni en ninguna nación del mundo alcanzara
cargos y funciones tan responsables ningún grupo de hombres jóvenes.
Luego
si esta generación ha sido privilegiadamente afortunada, si esta generación ha
logrado contemplar los primeros frutos del esfuerzo, que no los últimos
frutos... Porque hay que trabajar muy
duro y hay que luchar tal vez muy duro, porque la lucha no se acabó todavía,
porque los sacrificios no se acabaron todavía, porque no sabemos en qué momento
tenemos que empuñar de nuevo el arma para volver a pelear y volver a morir
(APLAUSOS).
Esta
generación privilegiada tiene el deber inexorable de ser más virtuosa que
ninguna, y, sobre todo, de ser virtuosa ahora; de ser virtuosa donde los
hombres rara vez son virtuosos: en el poder. Que quiere decir hacer uso de él para cumplir
el deber, hacer uso de él para poner a prueba todas las virtudes y
fortalecerlas.
Esta
generación que tuvo la fortuna de ver lo que no pudo ver ninguna generación
anterior, no debe pensar, no debe olvidar que este triunfo de hoy, que estos
primeros frutos se lograron solo con muchos sacrificios; que miles de
compañeros cayeron en el camino, que cada uno de nosotros tiene un deber
sagrado con esos hombres, con esos hermanos, de los cuales no nos habla la
historia, sino que convivieron con nosotros, que se sentaron a la misma mesa y
se albergaron en la misma casa.
y que todo
aquel que se aparte del camino del deber y del sacrificio, todo aquel que se
acomode olvidándose de la austeridad y de la abnegación de aquellos hombres,
todo aquel que se olvide de que esta generación no nació para el goce y el
deleite del bienestar y de las delicias de la vida, sino que le tocó vivir, sí,
muchos honores; sí, mucha gloria; sí, el privilegio de una nación joven, de una
generación joven, que en un pueblo entusiasta como este tiene en sus manos un
destino con un respaldo casi unánime de la ciudadanía, con una confianza
ilimitada de la ciudadanía...
Si
tuvo esa fortuna, si le ha tocado esas glorias, le tiene que tocar también el
sacrificio. Porque la gloria, la
confianza de la ciudadanía, la simpatía de los pueblos de nuestro continente y
del mundo, tienen que ir parejas con las virtudes que a una generación la hagan
acreedora de ese reconocimiento, la hagan acreedora de esa simpatía.
Por
lo tanto, si afortunada como ninguna ha sido nuestra generación, sacrificada y
virtuosa como ninguna debe ser también, porque es el único modo en que no
tendremos un día que bajar la cabeza ante la sola mención de los compañeros que
cayeron. Es de la única forma en que
podremos siempre seguir contando con nuestro pueblo, que mientras nos vea
puros, mientras nos vea abnegados, mientras nos vea dispuestos a darlo todo por
el bien, por la justicia y por la libertad estará junto a nosotros (APLAUSOS).
Es
necesario que desterremos el espejismo de que todos los triunfos se han
logrado, que desterremos la ilusión de que no tendremos que luchar mucho y
sacrificarnos mucho para llevar adelante nuestra Revolución, porque a los
pueblos no se les quiere perdonar nunca el delito de querer ser felices y de
querer progresar.
Debemos
todos estar conscientes de que nuestro pueblo tiene que luchar y tiene que
luchar duro para seguir adelante. y nuestra generación, nuestros
combatientes militares, nuestros funcionarios civiles deben estar conscientes
de que cada día más será necesario el esfuerzo y será necesario el sacrificio. ¡Porque esta Revolución tenemos que
defenderla, porque esta patria tenemos que defenderla!, porque en ella no están
solo el porvenir y la felicidad de nuestro pueblo; en ella están todas las
esperanzas y todas las ilusiones de millones y millones de compatriotas.
Aquí,
en nuestro suelo, están enterrados nuestros muertos. Y hoy, que los que los asesinaron ya no están
aquí; hoy, cuando los asesinos huyeron cobardemente; hoy, cuando esos mismos
asesinos, aliados a todos los intereses, se preparan para volver a implantar
aquí el terror, el luto y la humillación de ayer; hoy, cuando esos mismos
asesinos se empeñan en movilizar cuantos enemigos sea posible para volver a
implantar el terror sangriento que costó tantas vidas vencer, ¡hoy debemos
decir y debemos proclamar y debemos jurar que esta tierra y esta Revolución las
defenderemos hasta la última gota de sangre!
(APLAUSOS.) Que esta tierra y
esta Revolución no volverán a arrebatárnosla, porque aquí no solo están
sembradas las esperanzas de nuestro pueblo.
Aquí, en esta tierra, en la entraña de esta tierra, están enterrados los
restos de nuestros muertos. Y si les
arrancaron a ellos la vida, y si el precio del triunfo fue las vidas que les
arrancaron, las vidas podían arrancárselas, ¡pero las ideas y el ideal por el
cual cayeron no podrán arrancarlos! ¡El
recuerdo no podrán arrancarlo! (APLAUSOS.)
Pudieron
arrancarles la vida, ¡pero no podrán arrancarnos los huesos de nuestros
muertos! (APLAUSOS.) Porque los verdaderos revolucionarios —¡los verdaderos revolucionarios!—, los que fuimos sus
compañeros en las montañas, los que fuimos sus compañeros en las casas, los que
fuimos sus compañeros en la mesa, estamos prestos a ser también sus compañeros
en las tumbas.
Muchas
gracias.
(OVACION.)