DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE
FIDEL CASTRO RUZ, EN LA CENA MARTIANA OFRECIDA POR EL INSTITUTO NACIONAL DE
AHORRO Y VIVIENDA, EFECTUADO EN LA PLAZA DE LA REVOLUCION, EL 27 DE ENERO DE
1960.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Señoras madres y familiares
de los caídos por la libertad;
Señoras y señores:
Quiso
la compañera Pastorita Núñez asignarme este honroso
cuanto difícil honor de hablar esta noche tan martiana y tan cubana, para
conmemorar el primer aniversario de Cuba revolucionaria (APLAUSOS), porque el
anterior fue el primer aniversario en Cuba libre y este es el primer
aniversario en una Cuba revolucionaria, porque el día 1ro de enero alcanzamos la
libertad para comenzar la Revolución.
Nuestro
pensamiento se remonta a aquel día, afortunado para nuestra patria, del año
1853 en que nació el apóstol Martí. Ciento
siete años han transcurrido. Toda la
vida de aquel hombre extraordinario que cayó en Dos Ríos después de dedicar su
pensamiento y su energía, casi desde niño, a la causa de la libertad de su
patria; toda una vida, no solo de aquella generación, sino de varias
generaciones; 107 años de sacrificio de nuestro pueblo, porque la importancia
de aquella fecha es que de nuestro pueblo surgió aquel hombre que habría algún
día de señalar con claridad meridiana el camino a seguir. Junto con él lucharon los cubanos de su
generación y las generaciones que vinieron después; 107 años de lucha se dice
muy fácilmente, pero 107 años son largos años y lo que se inició a mediados del
pasado siglo empieza, recién ahora, a culminar y aún puede decirse que estamos
empezando.
Estamos
empezando a cosechar los frutos y a defender los frutos, porque no quiere decir
esta alegría —esta alegría tan sana y tan cubana—, no quiere decir que vivamos
en la ilusión de que los años de esfuerzo y de sacrificio han terminado. La alegría de hoy es la alegría de un pueblo
que después de un siglo se siente por primera vez absolutamente dueño de su
voluntad y de su destino, de su destino para comenzar a hacer la obra que
soñaron nuestros fundadores, para comenzar a hacer realidad lo que en la mente
de aquellos hombres fue un ideal, fue un hermoso sueño, porque lucharon para un
fin, lucharon para conquistar la autodeterminación del pueblo, a fin de que ese
pueblo libre pudiera realizar una obra. Y
así, desde los primeros que cayeron a mediados de siglo, y los primeros que
cayeron en 1868 o en 1895 o en cualquiera de las tantas batallas y escaramuzas
que se libraron en la colonia y en el presente siglo, fueron batallas que se
libraron por un gran objetivo, el cual aquellas generaciones que se
sacrificaron no tuvieron la oportunidad de ver realizado.
Cayeron
muchos en la lucha, otros tuvieron que afrontar, más de una vez, el amargo
sabor de la adversidad. ¡Qué lejos
estuvieron los que tal vez se alzaron en armas con la idea de que transcurrida
la guerra, siempre dura y siempre amarga, algún día podrían ver realizados, en
la patria libre, los postulados que dieron fuerza a los brazos de nuestros primeros
mambises! ¡Cuántas
ilusiones, nos preguntamos, bajaron a la tumba con aquellos que la albergaron,
cuántos sueños, desde Céspedes, Agramonte, hasta los
últimos que cayeron en las horas postreras de esta guerra, que fue la última
guerra de independencia plena de la nación cubana! (APLAUSOS.)
¡Cuántos
bajaron a las tumbas y cuántos vieron transcurrir los años en impaciente
espera, y cuántos incluso tal vez perdieron sus ilusiones en el camino! ¡Cuántos perdieron sus esperanzas, porque hay
que pensar y meditar que un pueblo que luchó con tesón inigualado, tuvo que
vivir en cada uno de sus hijos buenos la amargura de no ver convertidos en
realidad aquellos sueños y sumando el dolor de cada uno de ellos, ha sido el dolor
de millones de seres humanos durante un siglo!
Ese terrible dolor y esa dura experiencia y esa dura tristeza en que se
vive cuando tenemos que compartir la frustración de un ideal, como vivieron
nuestros antepasados y como vivieron generaciones enteras, para que fuese esta
generación actual, la generación que tuviese el privilegio de empezar a hacer
lo que ellos ni siquiera tuvieron la oportunidad de empezar, porque empezaron
varias guerras por alcanzar esa oportunidad y no la lograron. Ha sido esta generación, la generación que
alcanzó la oportunidad, no por su esfuerzo, sino porque fue el esfuerzo que se
sumó al esfuerzo de todas las anteriores, porque ningún sacrificio fue inútil,
ya que desde el primer cubano que cayó, hasta el último, pusieron su “grano de
arena” para que esta generación tuviera la oportunidad. Y esta generación, que es la Generación del
Centenario del Apóstol, porque fue en el Año del Centenario donde se inició la
lucha, que después de varios años habría de concluir en esta oportunidad que
tiene hoy, esta Generación del Centenario puede decir al fin, que tiene en sus
manos los destinos de la patria que no tuvieron las generaciones anteriores,
porque fuerzas más poderosas que la suma de todos los heroísmos y sacrificios
de nuestro pueblo impidieron a las pasadas generaciones esa oportunidad.
Por
primera vez es el pueblo dueño de sus destinos, y lo que hagamos ahora de
nosotros depende; el triunfo definitivo de nosotros depende, porque en nosotros
está la fuerza para llevarla adelante o la debilidad que la haga fracasar. En nosotros ha de estar la virtud que permita
llevar felizmente adelante el propósito que nos hemos impuesto o estarían los vicios
que nos hicieran fracasar; en nosotros ha de estar el valor que permita el
triunfo definitivo o la cobardía que haga posible el fracaso definitivo. En nosotros pues, en esta generación que ha
sido afortunada en la oportunidad, está también la tremenda responsabilidad,
porque de las filas del pueblo salen los conductores, de las filas del pueblo
salen los héroes, de las filas del pueblo salen los valientes, de las filas del
pueblo surgen las fuerzas que puedan permitir el triunfo de un pueblo, como de
las filas surgen también —infortunadamente— los traidores o los desertores, y
surgen los de poca fe, y surgen los cobardes.
Que nosotros hoy sí podemos decir de una vez que en nuestras manos está
nuestro destino; y de nuestro pueblo, solo de nuestro pueblo, dependerá que la
oportunidad sea una oportunidad para el triunfo definitivo.
Con
esto señalo la realidad, y la realidad de que, a la larga, sea mucho mayor la
suma de valor, la suma de fe, la suma de sacrificio y de heroísmo, sobre la
suma de cobardía, de deslealtad o de debilidad de otros, para que pensemos en
esta tarea honrosa, pero difícil, porque a los débiles de adentro, a los
traidores de adentro, a los cobardes de adentro, a los corrompidos de adentro,
hay que sumar los corrompidos de afuera, hay que sumar el poderío de los de
afuera (APLAUSOS), hay que sumar el esfuerzo que contra la Revolución hacen los
de afuera. A los buenos de adentro los
acompaña la solidaridad y la simpatía de todos los buenos de afuera (APLAUSOS).
¿Por
qué tenemos fe? ¿Por qué tenemos
confianza? Tenemos confianza porque los
cubanos buenos son abrumadora mayoría sobre los cubanos malos (APLAUSOS); porque
los valientes, los cubanos valientes, y los cubanos virtuosos, los cubanos generosos,
los cubanos entusiastas, son, constituyen, abrumadora mayoría sobre los cubanos
egoístas o cobardes, o sietemesinos, como llamaba Martí a los hombres que no
tenían fe en su pueblo (APLAUSOS). Por
eso, porque contamos con un pueblo semejante, en que hay una proporción de
virtud tan extraordinariamente mayoritaria, es por lo que creo que esta
generación aprovechará la oportunidad que le brinda el destino de la nación
para culminar en la victoria definitiva.
Y es que la virtud ha crecido en nuestro pueblo, porque si estudiáramos
el pasado, nos encontraríamos que los hombres que encendieron la chispa de la
libertad, los hombres que encendieron la llama del patriotismo, eran entonces
una exigua minoría; los pioneros de nuestra patria fueron minoría y durante un
tiempo considerable los hombres verdaderamente patriotas fueron minoría. Y gracias al ejemplo bueno, y a pesar del
ejemplo malo; gracias a que el pensamiento y la luz a la larga se imponen; gracias
a que la verdad siempre, más tarde o más temprano, la verdad que se escribe con
sangre de pueblo, triunfa. Gracias al
ejemplo de los buenos, gracias a la prédica de los fundadores, entre los cuales
el primero fue aquel hombre cuyo nacimiento, hace 107 años, conmemoramos hoy. Gracias a esa prédica que era ignorada en un
principio, porque los versos, como los pensamientos, como los escritos, como
las proclamas, como los discursos de Martí, que hoy son familiares para todos
nosotros, fueron al principio del conocimiento reducido de un círculo de amigos
o de compatriotas que tuvieron el privilegio de leerlos o escucharlos, porque
en medio de la censura y de la opresión, aquellas ideas no podían divulgarse, e
incluso, en los inicios de la república, el pensamiento y la prédica de Martí
no se conocía sino por una minoría, y fue en el transcurso del presente siglo
cuando nuestro pueblo pudo ir, paso a paso, conociendo aquella filosofía
política, aquel pensamiento profundamente humano de nuestro Apóstol, y para que
se vea el valor de las ideas y la verdad de aquel pensamiento que decía que “trincheras
de ideas valían más que trincheras de piedra”; esas ideas, influyendo sobre
nuestro pueblo en la medida en que se iban divulgando, y a pesar de la
frustración de nuestra república, a pesar de lo mucho que aquel pensamiento
había sido prostituido en labios de hipócritas, en labios de malos cubanos, que
miles, tal vez millones de veces evocaron en medio de la ignominia, y hasta del
crimen, el pensamiento y el nombre del Apóstol; a pesar de esas adversas
circunstancias, el conocimiento que en la historia falseada de nuestra patria pudieron
ir sacando las generaciones presentes, del conocimiento que de los libros
escasos fue extrayendo nuestro pueblo, de aquella fe que alimentó siempre a
nuestra juventud y que surgió de la lectura de los libros de Martí, de los
versos de Martí, algunos de los cuales nos hacían ya recitar desde niños, a los
que tuvimos el privilegio de ir a las escuelas; la influencia de ese
pensamiento fue tan definitiva que de otra manera no podría explicarse esta
realidad que a pesar de la mentira de una historia falseada, de una política
falseada y corrompida, de una prédica diaria, que era una prédica
mercantilista, de aquellos escritos donde parecía que el propósito no era decir
la verdad, sino ocultar la verdad, a pesar de todo el tóxico que se sembró en
nuestra nación, porque la gran realidad es que había un sistema por entero
dedicado a dirigir la mente de nuestros conciudadanos en el sentido que más
convenía a determinados intereses y que la influencia cultural que recibíamos
era tan evidentemente antinacional y anticubana, que los cubanos hemos vivido
bajo influencias extrañas que por todos los medios; desde los libros de texto
falseados por los farsantes, por los entreguistas y por los cobardes, hasta la
mayor parte de la literatura y de los medios de divulgación que llegaban a
nosotros, eran de procedencia extraña, e iban contra lo nacional, contra lo
cubano; porque era todo un sistema influyendo sobre la mentalidad y hay
mentiras, hay mentiras que nos hicieron creer de muchachos, que de mayores nos
avergüenzan y nos indignan; hay verdades que hoy nuestro pueblo ve con tal
claridad, que pensar en aquel pasado fraudulento, hipócrita y mentiroso, nos
avergüenza.
Y
a pesar de esa influencia, sin embargo, nos encontramos que las virtudes de
nuestro pueblo fueron creciendo, y nos encontramos que en nuestro pueblo había
fuerzas suficientes para librarnos de las ataduras poderosas que realmente
mantenían a nuestro pueblo sumido a una política y a unos procedimientos que
eran los más opuestos a sus intereses.
Y
así, ¿por qué se pudo llevar adelante la última guerra libertadora? ¿Por qué se pudo alcanzar la victoria? ¿Por qué avanza la Revolución? Se logró todo porque había virtudes en
nuestro pueblo, y esas virtudes fueron el fruto de las semillas que sembraron
los fundadores de nuestra república; de la semilla, de la abundante semilla que
sembró nuestro apóstol José Martí. Porque
ese amor acendrado a la libertad, esa prédica constante de dignidad, ese
sentido humano del pensamiento martiano; ese odio a la tiranía, ese odio al
vicio, ese odio a la esclavitud que le hizo decir: “Sin Patria, pero sin amo”, sin patria, pero sin
amo, es decir, preferir la muerte a tener un amo… (APLAUSOS.) Esa prédica fue la que nutrió el espíritu
rebelde y heroico de nuestro pueblo, que allá en Santiago de Cuba, junto a la
tumba de Martí, en el Año del Centenario, ofrendó la vida de casi un centenar
de jóvenes. Ese espíritu, que es la
característica de nuestro pueblo, de un pueblo digno, de un pueblo heroico, de
un pueblo esforzado, de un pueblo entusiasta, es lo que tenemos que agradecer
al ejemplo de nuestros fundadores, y a la prédica de nuestro Apóstol; porque
aunque invocaran falsamente su nombre muchas veces, aunque se le rindieron
millares de hipócritas tributos, el pueblo, por encima de toda aquella
falsedad, le rindió siempre un profundo y sincero tributo a su memoria; porque
el respeto y el recuerdo para los hombres que se dieron por entero a la causa
de su pueblo no es un respeto o un recuerdo meramente formal. No se dice que los caídos siguen siendo útiles
por mero consuelo; se recuerda a los caídos y se recuerda a los hombres que se
dieron por entero a su patria porque es útil a todo pueblo, y porque es cierto
aquello que los mártires, aun después de muertos, siguen siendo útiles; es
cierto aquello de que aun después de muertos físicamente, siguen vivos en el
fervor y en el cariño y en la fe del pueblo; es cierto aquello de que morir por
la patria es vivir (APLAUSOS), y que con nosotros vivieron y pelearon todos los
que habían caído por los ideales que nosotros estábamos defendiendo; con
nosotros vivieron —y sin riesgo de volver a morir nunca más— los compañeros que
habían caído en las primeras batallas de nuestra guerra, y los que habían caído
en las batallas de todas las guerras libertadoras; con nosotros vivieron y
pelearon, y yo recuerdo que junto a la amargura de la pérdida de cualquier
compañero en la lucha, siempre nos animaba la idea de que aquellos compañeros
que habían caído en los combates o habían caído asesinados en las calles de
nuestras ciudades, muertes que hubo de presenciar impotente nuestro pueblo y
tenía que presenciar impotente nuestro pequeño ejército desde las montañas,
pero que nos llenaba de una indignación tan grande y que nos excitaban de tal
manera a aplicar contra aquellos criminales el castigo merecido, que cada
hombre que caía era un soldado más que peleaba en las filas de los que no
habían muerto, de cada uno de los soldados aquellos que llevaban al combate el
cariño y el recuerdo de sus compañeros muertos.
Por
eso fue posible la victoria, porque no fue el número tal o más cual de hombres
combatientes, era sobre todo el número de hombres que se habían sacrificado. Por eso, en esta noche han estado presentes
aquí no solo los 2 000 comensales, han estado presentes, representados,
sobre todo en esa larga lista de madres y esposas, que no era sino una representación
de todas las madres que en cada uno de los episodios de esa cruenta lucha
tuvieron que vestirse de negro; no solo estaban presentes los 2 000
comensales, sino que estaban presentes, sobre todo, los 20 000 muertos que
cayeron por hacer posible esta noche de hoy (APLAUSOS).
Porque
para que hayamos tenido la satisfacción de venir aquí esta noche; para que
hayamos podido tener la satisfacción de esta fiesta tan cubana; para que
hayamos podido escuchar esas canciones que reflejan toda la alegría y toda la
esperanza de nuestro pueblo; para que hayamos podido presenciar ese Drama de la
Sierra, para que hayamos podido ver soldados con fusiles cantando junto a
campesinos (APLAUSOS), para que hayamos podido ver esta identificación total,
esta alegría incomparable, este orgullo de un pueblo que se siente dueño de sus
destinos; para que hayamos podido entonar con orgullo nuestro himno; para que
hayamos podido rendirle este tributo al Apóstol; para que se hayan podido
lanzar hojas como estas, que dicen: “Un
pueblo libre y justo es el único homenaje propio de los que mueren por él”
(APLAUSOS), ha sido necesario el sacrificio de 20 000 hermanos, a los que
hay que sumar las decenas y decenas de miles de cubanos que cayeron en las
luchas anteriores, porque contrasta esta alegría patriótica, esta fiesta
patriótica, con la presencia de madres vestidas de negro, en cuyos ojos asoman
lágrimas ante cada palabra, ante cada recuerdo, que llevan consigo su dolor,
que llevan consigo su pena y su martirio y que no tienen ni pueden tener otro
consuelo que la satisfacción de que el sacrificio no fue en balde; la
satisfacción de que, si ellas están vestidas de negro, por ellas y por el
sacrificio de ellas, hay millones de mujeres en nuestra patria que no visten de
negro; de que si ellas están vestidas de negro, por su sacrificio, el pueblo se
viste de alegría y de esperanza.
Y
estos contrastes son, los que en momentos como este, nos hacen meditar y pensar
en todo lo que ha costado ese anhelo de que fuese algún día nuestro pueblo dueño
absoluto de nuestro destino y tuviese en sus manos la gran oportunidad; y como
esa oportunidad hay que saberla utilizar, como esa oportunidad hay que
defenderla, es por eso que tenemos que sembrar dignidad en nuestro pueblo, es
por eso que tenemos que hacer realidad aquel apotegma martiano que él quería
que fuese “la ley primera de la república:
el culto a la dignidad plena del hombre”. Hay que sembrar dignidad, porque los pueblos
pequeños, los pueblos pequeños como el nuestro, solo pueden sobrevivir y
marchar adelante con mucha dignidad; los pueblos pequeños solo se salvan de la
sumisión cuando tienen mucha dignidad (APLAUSOS). Porque solo la dignidad, que quiere decir
también valor, que quiere decir espíritu de sacrificio, que quiere decir
heroísmo, salva a los pueblos e inspira respeto.
Y
nosotros, que somos un pueblo pequeño, económicamente empezando el camino del
desarrollo de nuestros recursos, nosotros lo que tenemos, sobre todo para
defender esta oportunidad, es dignidad; y el arma más poderosa que pueda poseer
nuestro pueblo es la dignidad, que quiere decir virtud, que quiere decir fe,
que quiere decir seguridad en sí mismo (APLAUSOS).
Y
ese debe ser el propósito fundamental en un acto como este: fomentar lo que más necesita un pueblo
pequeño, lo único que salva a los pueblos pequeños: la dignidad.
Y por eso, lo que nosotros tenemos que prometerle a nuestro Apóstol, lo
que nosotros tenemos que jurar ante el recuerdo y ante la estatua de Martí, es
ser un pueblo digno (APLAUSOS); lo que nosotros tenemos que jurar, ante la
tumba de todos los caídos, es ser un pueblo digno (APLAUSOS); porque los
pueblos luchan, no por razones baladíes; los pueblos luchan por grandes
aspiraciones; los pueblos luchan por grandes objetivos que les permitan el
pleno desenvolvimiento y desarrollo como pueblo libre; los pueblos luchan por
grandes afanes; y cuando se habla de soberanía, cuando se habla de
autodeterminación, se habla del derecho a labrarse su propio porvenir, se habla
del derecho a disfrutar sus recursos, se habla del derecho a disfrutar los frutos
de su trabajo, se habla del derecho a progresar en el orden moral, en el orden
espiritual y también en el orden material; se defienden grandes intereses
nacionales cuando se habla de autodeterminación y de soberanía, y cuando se
habla además de justicia, de justicia social, quiere decir que los pueblos, no
solo no deben resignarse a vivir bajo el dominio de otros pueblos (APLAUSOS),
sino que dentro del pueblo, sino que dentro de las naciones, los pueblos no
deben resignarse a vivir bajo el dominio de los privilegios (APLAUSOS). Porque los pueblos deben aspirar a ser libres
fuera y libres dentro. A veces hay
independencia nacional, pero no hay libertad dentro de una nación porque no hay
justicia; luego, hay que luchar por esos dos principios, ya que de nada vale
que los pueblos sean considerados teóricamente soberanos, teóricamente libres,
si la esclavitud más espantosa, la explotación más despiadada, se está padeciendo dentro de los límites de ese pueblo
llamado teóricamente libre, porque cuando no son intereses extranjeros, son
intereses de exiguas minorías nacionales (APLAUSOS).
Y
la autodeterminación o la independencia no la necesitamos para vivir
esclavizados dentro, la necesitamos sobre todo para vivir libres dentro: libres de
privilegios o intereses de dentro o de fuera (APLAUSOS). De ahí que la lucha revolucionaria por la
justicia social tenga que ser necesariamente una lucha por la reafirmación de
la soberanía nacional, puesto que no puede considerarse un pueblo libre, un
pueblo que no tenga derecho a conquistar la libertad dentro de su propio
territorio (APLAUSOS), no puede considerarse un pueblo libre un pueblo que no
tenga libertad para implantar la justicia social, y los problemas que ha tenido
que afrontar nuestra Revolución no han sido problemas gratuitos, no han sido
problemas suscitados por afición de sus gobernantes, han sido problemas
suscitados por nuestro propósito de hacer justicia social, y para ello tener
que reafirmar nuestra soberanía, ya que nosotros no hemos pretendido legislar
en otros territorios y los problemas se han suscitado por legislar dentro de
nuestro propio territorio, no por hacer leyes para otros pueblos… (APLAUSOS),
no por hacer leyes para otros pueblos, sino por hacer leyes para nuestro
pueblo. Y es curioso, como lección de política,
es curioso, como enseñanza esclarecedora, el que un pueblo por hacer leyes
dentro de su propio territorio, por hacer leyes para su propio pueblo, tenga
que buscarse dificultades de carácter internacional.
Eso
quiere decir que la palabra independencia, la palabra soberanía, la palabra
república, ha sido muchas veces una ficción… (APLAUSOS.) La lucha revolucionaria es por eso una lucha
por la afirmación plena de nuestra soberanía; y por eso, para llevar adelante
nuestra obra, que no persigue otro propósito que el hacer feliz a nuestro
pueblo, que librar a nuestro pueblo de todas las miserias y los males que lo
agobiaban, lo cual hace que nuestra causa sea la más justa de las causas,
porque es la lucha de un pueblo que aspira a vivir de sus recursos y de su
trabajo, que aspira a vivir y a desarrollarse con lo suyo, por lo suyo y para
los suyos (APLAUSOS), sin quitarles nada a otros pueblos, porque es aquí donde
se está desarrollando nuestra Revolución y por eso los dos factores: dignidad y justicia de la causa que se
defiende, son los factores suficientes para lograr que un pueblo pequeño logre
un propósito, un ideal grande. Y esos
dos factores son los dos factores con que nosotros contamos.
Razón
es decir justicia y dignidad. Y cuando
se habla de razón no es una simple palabra; razón quiere decir los abusos que
se cometían en nuestra patria, razón quiere decir los innumerables crímenes que
se cometieron con nuestro pueblo, razón quiere decir los cientos de miles de
cubanos que no sabían leer ni escribir (APLAUSOS), razón quiere decir los
cientos de miles de cubanos que no tenían trabajo, razón quiere decir los
cientos de miles de familias campesinas que no tenían ni un pedazo de tierra,
razón quiere decir los enfermos sin hospitales, los niños sin escuelas. Razón quiere decir todo lo que se le robaba a
nuestro pueblo, que cuando no le robaban los políticos, le robaban los
especuladores, le robaban los explotadores (APLAUSOS).
Razón
quiere decir una larga cadena de injusticias y de abusos que hicieron necesaria
esta Revolución, razón quiere decir que para ponerles fin a esos abusos es que
se dictan leyes revolucionarias, razón quiere decir que el único motivo de la
Revolución y el único objetivo de los gobernantes revolucionarios es ponerles
fin, de una vez y para siempre, a todas esas injusticias contra las cuales ha
luchado más de un siglo nuestro pueblo (APLAUSOS).
Razón
que tenemos y dignidad que tenemos para alcanzar la victoria definitiva. Y eso, que lo comprendemos todos
perfectamente bien, digo todos los que se sientan cubanos (APLAUSOS), que
cubanos no son los que por unos miserables pesos son capaces de renegar de su
patria, y que son por fortuna exigua y precaria minoría. Eso, que lo comprendemos todos y debemos
comprenderlo cada día mejor, es esencial en esta hora en que se agrupa el
pueblo, se junta el pueblo como nunca antes, con entusiasmo nunca antes visto,
para realizar un gran ideal.
Fomentemos,
pues, la virtud, fomentemos la dignidad, reverenciemos cada vez más a nuestros
fundadores, recordemos cada vez más a nuestro Apóstol, más cada año y no por un
motivo solo de gratitud, sino por ser necesidad, porque los necesitamos, porque
necesitamos que con nosotros libren las batallas que estamos librando;
recordémoslo y venerémoslo cada vez más y con más fervor, hoy, en esta cena tan
cubana y tan hermosa; mañana, es decir hoy por el día, desfilando las milicias
frente a la estatua del Apóstol en el Parque Central y allá en Oriente,
mientras en todos los demás lugares de la isla las instituciones patrióticas,
de un modo o de otro, rinden tributo al Apóstol, allá el Gobierno
Revolucionario entregando a los niños de Santiago de Cuba, convertido ya en
hermoso centro escolar, el cuartel Moncada...
(APLAUSOS), donde cayeron aquellos compañeros nuestros el 26 de julio de
1953, Año del Centenario del Apóstol, centenario que tuvo que conmemorar
nuestro pueblo bajo feroz y sanguinaria tiranía; centenario que estamos
conmemorando hoy, que vamos a conmemorar allí, en uno de los actos más
emotivos, porque son como la definición de esta Revolución, que convierte
fortalezas en escuelas... (APLAUSOS); que derriba muros llenos de aspilleras y
convierte en aulas, barracas de soldados, en la seguridad de la certeza de
aquel pensamiento, de que “trincheras de ideas valen más que trincheras de
piedra” (APLAUSOS).
Y
la historia demostrará que si al fin y al cabo, las fortalezas llenas de
aspilleras y de soldados sucumbieron ante el empuje de nuestro pueblo que
luchaba por una causa justa; en cambio, nuestras escuelas, representación del
pensamiento y la cultura, jamás caerán bajo las fuerzas (APLAUSOS), jamás
caerán bajo la fuerza de los que nos la quieran quitar para convertirlas en
cuarteles defensores de privilegios, porque esas escuelas las sabrá defender
nuestro pueblo (APLAUSOS); porque esas escuelas las defenderá nuestro pueblo
con trincheras de ideas y trincheras de piedras (APLAUSOS).
Y
así, marcharemos adelante, reafirmando nuestra soberanía, haciendo leyes justas,
dándoles tierra a los campesinos, escuelas a los niños, hospitales a los
enfermos, trabajo a los desempleados, horizontes prometedores a nuestra
juventud y a nuestro pueblo todo. Así
continuaremos derribando fortalezas, y haciendo escuelas, con optimismo y con
seguridad, porque creo en nuestro pueblo (APLAUSOS), porque estoy seguro de que
tiene temple y tiene virtudes suficientes para marchar por este camino, porque
tiene sobrados ejemplos que lo alienten, suficiente prédica martiana que lo
anime y lo inspire.
Por
eso hoy, al conmemorar este 107 aniversario del nacimiento de quien fue un
símbolo en sacrificio y en pensamiento para la patria, la satisfacción de poder
mirar con orgullo la estatua del Apóstol y decirle: “¡Al fin, Maestro, tu Cuba que soñaste,
está siendo convertida en realidad!”
(OVACION)