DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO
RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, A LOS PROFESIONALES Y TECNICOS
DE LA CONSTRUCCION, EFECTUADO EN LA CTC, EL 12 DE ABRIL DE 1961.
(DEPARTAMENTO
DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO
REVOLUCIONARIO)
Compañeros ingenieros,
arquitectos y técnicos de la construcción:
Ya venía haciendo mucha falta una reunión de
este tipo, quizás por el exceso de trabajo, porque nosotros desde los primeros momentos
del triunfo de la Revolución no teníamos mucha experiencia de cómo manejar
algunos de los problemas del país, en parte también por no haber comprendido la
necesidad de tener algún contacto más directo con los hombres que desempeñan funciones
importantes en la tarea de hacer marchar hacia adelante nuestro país, no se
había efectuado antes esta reunión.
Yo me voy a
despojar en este momento —y deseo también que por parte de ustedes ocurra lo
mismo— de todo tipo de reservas y de todo tipo de recelos... (APLAUSOS)
Les voy a hablar, sencillamente como se le habla a un grupo de cubanos,
lo que nos interesa de ustedes y también lo que a ustedes pueda interesar; de
lo que le interesa al país, a ustedes y a nosotros, los problemas que se han
suscitado con relación a los sectores profesionales y técnicos. Debemos analizar a qué se deben.
¿Tiene la
Revolución alguna animadversión con los técnicos? No. ¿Tiene
la Revolución algún motivo especial para ello?
No. ¿Pueden haber existido
recelos? Sí. ¿Es acaso una desgracia ser técnico, ser
ingeniero, ser arquitecto, en medio de una Revolución? No, no es una desgracia, desde nuestro punto
de vista resulta todo lo contrario. Es
posible que algunos profesionales no hayan analizado a fondo las cuestiones.
Si esa
cuestión se analiza con sinceridad y con honradez se llega a la conclusión de
que ser profesional, ser técnico, ser ingeniero, ser arquitecto, en un país en
medio de una Revolución no es una desgracia, sino que debe ser una suerte.
Tiene su
explicación el hecho de que algunos no lo hayan comprendido y es necesario, por
eso, que todos tratemos de comprenderlo.
Hay profesionales que no han
cumplido con su deber; hay profesionales que han preferido abandonar el país antes
que trabajar para su país; hay profesionales que sin motivo de ninguna índole y
cuando menos se esperaba, abandonaron su patria y se fueron a trabajar a
tierras extrañas, se fueron a prestar sus servicios a compañías extranjeras.
Se sabe que
los enemigos de la Revolución tienen interés en privarnos de los técnicos, se
sabe que han hecho campañas intensas con ese propósito. Es decir, privar a un país en desarrollo, en
período de construcción y de crecimiento, de elementos que tanto necesita, como
son los técnicos, como parte de todo un plan, que no se limita solamente a eso
y que consiste, sencillamente, en el propósito de estrangularnos
económicamente, suprimiendo de manera total las fuentes de ingresos
tradicionales de nuestro país y los mercados tradicionales, que eran
tradicionales no por culpa de nuestro pueblo.
Nosotros
dependíamos inicialmente de un solo mercado por culpa de factores que nada
tienen que ver con el pueblo, fundamentalmente por causas que tienen sus raíces
históricas en la etapa final de la lucha de independencia: la intervención americana, el sometimiento a
que nos vimos obligados a vivir durante casi toda la mitad de este siglo, que
con la complicidad de políticos —y no hace falta decir lo corrompido y lo
inmorales y lo poco patriotas que eran—, fueron los que configuraron la
economía de nuestro país; ellos fueron los que desarrollaron aquí una política
de monocultivo azucarero; fueron los culpables del enorme número de
desempleados que había en la nación; fueron los culpables de que nuestro país
no hubiese desarrollado una industria y que tuviese que depender prácticamente
de un solo mercado en lo esencial, con toda su secuela de desempleo durante una
gran parte del año, y de dependencia total a la voluntad de un país extranjero,
y que incluso los ingresos del país por ese capítulo no se invirtieran tampoco
en desarrollar la economía de la nación, sino que fundamentalmente se
despilfarraron, y la parte que no iba a parar a las cajas de los bancos
extranjeros, se malversaba en lujos y en una serie de privilegios, de los cuales
disfrutaba una parte insignificante, una parte muy pequeña de la nación.
Lo que quiero
decir es que el pueblo de Cuba no tenía la culpa de todo ese proceso, el pueblo
de Cuba era sencillamente una víctima de ese proceso. Y la Revolución en su intento de cambiar ese
estado de cosas se granjeó la enemistad, precisamente de los intereses
culpables de esa situación, y esos intereses que no quisieron resignarse a esos
cambios han agotado todos los recursos en sus manos para tratar de estrangular
la Revolución económicamente y no solo estrangularla económicamente, si es
posible arrebatándonos nuestros médicos, nuestros ingenieros, nuestros
arquitectos y los técnicos que tanto necesita el país en este momento; tratar
de sobornarlos, tratar de intimidarlos, tratar de confundirlos, en fin, tratar
de sacarlos del país.
Hombres que
estudiaron en nuestro país, hombres que se graduaron en nuestra universidad,
que por lo tanto tenían un deber con su país, porque el hombre que no siente
que tiene un deber con la tierra en que nació, el hombre que no siente que
tiene un deber sagrado para con su país, el hombre que no siente que en esta
vida tiene deberes para con los demás, deberes para con sus propios
compatriotas, deberes para con su propia patria, no será nunca un hombre
honrado, quien no lo comprenda... (APLAUSOS).
Aunque solo
fuese por ese sentido del deber y aunque solo fuese por ese sentido de la
dignidad, era de esperar que nuestros técnicos resistieran fuertemente a esa
campaña y esa presión. No se puede
juzgar igualmente a un técnico que ha cursado estudios universitarios, que a un
hombre cualquiera del pueblo que no haya tenido esa oportunidad; no se puede
juzgar de la misma forma a un ingeniero graduado de la universidad, que a un
hombre cualquiera del pueblo ignorante, que lo reclutaron y lo hicieron soldado
y lo hicieron defender la tiranía, y lo hicieron cómplice de una serie de
crímenes y de robos.
En realidad se
puede juzgar y se debe juzgar con más severidad a ese técnico que ha pasado por
la universidad, porque es un hombre con más cultura, es un hombre capacitado
para comprender mucho mejor que aquel otro, que analfabeto o semianalfabeto,
que sin otra alternativa, no tuvo la suerte de pasar por los centros de
enseñanza, ni pasar por la universidad; cuando un hombre cualquiera, en uso de
su desesperación o de su ignorancia, comete una falta contra el país o se
marcha del país, o trata de ganarse la vida mercenariamente, es más explicable
que cuando observa igual conducta un hombre que en cambio no se puede quejar de
la vida, no se puede quejar de que la vida le haya negado la oportunidad de
adquirir una cultura amplia, de adquirir conocimientos que le permiten ganarse
la vida de manera decorosa y llegar a tener un nivel de ingresos que ya
envidiarían muchos infelices, que nunca tuvieron semejante oportunidad.
Un profesional
universitario, si analiza su vida, si analiza las oportunidades que ha tenido
en la sociedad, comprende que son mucho mayores que
las que han tenido otros. Tuvieron la
oportunidad de estudiar y aun el más pobre de todos posiblemente pudo estudiar,
porque tenía una escuelita cerca de su casa, miles de cubanos no tuvieron esa
escuelita cerca de su casa; o porque vivieron en un pueblo donde había centros
de enseñanza secundaria, miles de cubanos vivieron en sitios donde no había
esos centros y no tenían oportunidad de estudiar en ellas; han dispuesto de
mayores o de menos esfuerzos económicos y pudieron estudiar en la universidad.
No había
universidades, más que una en La Habana.
Las cuatro quintas partes de nuestra población no tenían oportunidad de
ir a estudiar en la universidad. Luego,
una serie de causas le dieron la oportunidad que otros muchos no tuvieron.
Yo no puedo
juzgar a todos los demás por el caso propio, porque en mi caso comprendo
perfectamente bien que pude estudiar y pude pasar por la escuela secundaria, y
aun por la universitaria, sencillamente por una razón: porque mi familia tenía recursos, porque mi
familia me podía costear estos estudios; pero no recuerdo un solo caso, entre
cientos de muchachos de mi propia edad que vivían por aquellas regiones, que
haya podido ser estudiante de enseñanza secundaria, y ni soñar siquiera en
llegar a ser estudiante universitario, por lo que, sacando mi experiencia
personal, puedo decir que única y exclusivamente a esa razón se debió el haber
podido ir a la universidad.
No pienso que
todos los casos sean iguales, pero sí pienso, tengo derecho a pensar, que
cientos y cientos de jóvenes de mi propia edad que también habrían podido
estudiar, no tuvieron oportunidad de estudiar y, en cambio, yo la tuve por la única
razón de que mi familia tenía recursos económicos.
Y es un hecho
cierto que, en mayor o menor grado, son una serie de circunstancias las que nos dieron a nosotros
la oportunidad de estudiar, y no se puede negar que las cuatro quintas partes de
la población careció de esa oportunidad.
Luego, en eso
es en lo primero que debemos pensar: si nosotros tenemos alguna razón para
quejarnos de la vida, si nosotros no podemos considerarnos, en cierto sentido,
beneficiados por una oportunidad, de la que una gran parte de los cubanos no pudieron
disfrutar.
Ahora bien,
cada cual después en la vida trató de hacer lo que creyera conveniente hacer. A mí la vida me llevó por el camino de la
Revolución, y me siento realmente muy satisfecho de que ese haya sido mi camino. Yo me siento incomparablemente más afortunado en ser hoy revolucionario, cueste
lo que cueste ser revolucionario, que encontrarme entre los cientos de señores,
que por poseer grandes latifundios de tierra, y no poder comprender la
Revolución, o no poder resignarse a ella, se han marchado al extranjero.
Hay muchos
técnicos que hicieron también lo mismo. Son
ellos los que no han actuado bien, los culpables de haber creado una atmósfera
de desconfianza; son ellos, los que no han actuado bien, los que no cumplieron
con su deber, los que se marcharon del país con sus conocimientos, en el
momento en que el país los necesitaba, los culpables de que puedan conceptuar
mal al sector de los técnicos.
No pienso que
pueda haber en ese recelo que hubo, o ha existido, y que estoy explicando,
culpa por parte de la Revolución. En
realidad, la Revolución no ha tratado mal a los técnicos. Y lo que hay que preguntarse es qué razón
moral pueda tener un técnico para marcharse del país en medio de la Revolución. Lo primero que hay que preguntarse es si era
correcto que cuando en este país reinaba la mayor corrupción que pueda
imaginarse; cuando el dinero del pueblo se lo robaban a manos llenas; cuando
cualquier ministro, cualquier jefe de despacho, cualquier subsecretario,
cualquier politiquero, se hacía millonario de la noche a la mañana, pudieran
haber técnicos que permaneciesen indiferentes ante esa situación, que no les
importase trabajar en ese ministerio, que no les hiriese la sensibilidad moral
pensar que le estaban robando descaradamente el dinero al pueblo, el dinero de
hacer escuelas, de hacer caminos y de hacer hospitales, y que no se marchaban
entonces del país. Y en cambio, cuando
pueden asegurar que en su país hay un gobierno que es incapaz de robarse un
solo centavo, cuyos ministros son incapaces de robarle un solo centavo al
pueblo; cuando en nuestro país se ha puesto fin, de una vez y para siempre, a
aquel vicio de la corrupción y de la prebenda, que haya entonces ingenieros que
encuentren indigno trabajar en esta época revolucionaria, y en cambio no hayan
encontrado indigno trabajar en aquella época, sin precedente, de corrupción y
de inmoralidad (APLAUSOS).
Ustedes saben,
además, perfectamente bien que el mérito de un técnico no se tenía en cuenta
para nada; que eran los políticos los que distribuían los cargos públicos; que
eran los políticos los que distribuían los empleos, y en muchas ocasiones eran
los propios políticos quienes distribuían hasta los puestos de jornaleros en
los departamentos del Estado. El mérito
y la capacidad de un ingeniero o de un arquitecto, nadie lo tenía en cuenta.
La Revolución
ha puesto fin también a ese procedimiento.
La Revolución ha llamado a trabajar a todos los técnicos sin privilegios
para ninguno. Es lógico que en
determinados cargos del Estado los funcionarios que tienen la mayor
responsabilidad se vean en la necesidad de escoger entre los técnicos, a
aquellos que conozcan mejor, a aquellos que les brinden mayor confianza, sobre
todo cuando se ha tenido la amarga experiencia de hombres que, desempeñando
trabajos importantes, sin que nadie los molestara, de la noche a la mañana
abandonaron sus puestos y se marcharon del territorio nacional, sin que nadie,
por otra parte, se lo impidiera.
Pero que la Revolución
ha puesto fin a aquel sistema repugnante e inmoral de los privilegios y de la
politiquería, a aquel sistema repugnante del reparto de las posiciones públicas
y de los cargos para favorecer intereses de caciques políticos, ese es otro
hecho que cualquier hombre honrado toma en consideración, de que ya lo que él
necesita no es ser adulón de un funcionario o de un ministro; que lo que él
necesita no es ser miembro de la camarilla política de un político determinado;
que lo que él necesita es ser un hombre competente y trabajador para que sus
méritos se le tomen en cuenta, para que su trabajo esté asegurado, para que su
persona sea digna de todo respeto y consideración.
Yo
comprendería bien que en aquella época trabajar en el gobierno o en el Estado
pudiera ser duro y amargo para muchos profesionales. Lo difícil es comprender que haya
profesionales que en aquella época se hubiesen adaptado perfectamente a aquel
sistema, y en cambio no se adapten al sistema de la Revolución. Esto, visto desde el punto de vista de los
técnicos, de los intereses de los profesionales. Pero es que el profesional también está en el
deber de mirar, aparte de sus intereses, los intereses del país, los intereses
del pueblo.
¿Tienen que
ser enemigos los profesionales y los obreros?
No. ¿Dónde puede estar la pugna
de intereses entre los obreros y los profesionales? ¿Es que acaso no pueden marchar, y deben
marchar, perfectamente de acuerdo los intereses de los técnicos y de los
obreros? ¿Hay algún punto de rivalidad o
de conflicto entre los intereses de los profesionales y los obreros? No. ¡Es
que hay tanto interés por parte del profesional como por parte del obrero, en
trabajar juntos, en hacer el máximo esfuerzo!
Entre los obreros y los profesionales, entre los intereses de ambos
sectores, no puede ni deber haber ningún conflicto.
Pero, además,
si el técnico es un hombre humano, si el técnico es un hombre honrado, si el
técnico no es un egoísta, y sea capaz de dolerse de ver a una familia pobre sin
el pan que necesita cada día; que sea capaz de sentir herida su sensibilidad
humana ante el cuadro de esas familias que viven hacinadas, que no tienen un
trabajo seguro; si ese técnico que sabe lo que cuesta la vida, que sabe lo que
se necesita para sostener y vestir una familia, que sabe lo que él gasta todos
los meses en cada una de sus necesidades, y por lo tanto puede comprender los
sacrificios y los esfuerzos enormes que tiene que hacer un obrero para
satisfacer las mismas necesidades, con incomparablemente menos recursos, para
llevarle un pedazo de pan o un vaso de leche a su hijo, que es tan hijo suyo,
como hijo del ingeniero el hijo del ingeniero (APLAUSOS), que es tan niño,
necesitado de alimentos, deseoso de juguetes, deseoso de pasear, como lo es el
hijo del ingeniero. O los esfuerzos que
debe hacer para comprarle un vestido a su esposa, que es mujer, tan necesitada
como lo es la compañera del ingeniero, y que tiene también necesidades que
satisfacer, y deseos que satisfacer y que, sin embargo, muy pocas veces en la
vida los verá satisfechos porque con lo que él gana no podrá permitirse ninguna
holgura en la satisfacción de esos deseos y necesidades.
Si un
ingeniero es capaz de comprender lo que es ese obrero sin trabajo, lo duro y lo
inhumano que es esa familia sin el sustento diario, y si ese ingeniero recuerda
qué difícil era obtener un trabajo de jornalero en el Estado, y recuerda cómo lo
asediaban centenares y miles de aspirantes a jornaleros en cualquier obra; si
recuerda eso, si recuerda las escenas de miles de hombres que estaban sin
trabajo, y tiene sensibilidad humana para comprender eso, no se concibe que en
medio de aquel régimen social inhumano, que no se preocupaba de que ese obrero tuviese
oportunidad de llevar un pedazo de pan a su casa o una vara de tela a su
esposa, y tuviese que prostituirse muchas veces y entregar su cédula para que
le diesen un trabajo, y comprometerse a votar por cualquier politiquero ladrón;
y comprende que hoy no es así, y comprende que hoy aquellas decenas y decenas
de miles de hombres están trabajando, no se puede calificar sino de egoísta y
carente de sentimientos humanos a aquel técnico que en el pasado vivía rodeado
de todas las comodidades, en medio de la podredumbre, insensible al dolor de
los demás, y hoy se marche de su país (APLAUSOS).
Y hoy, en
cambio, se marche de su país por negarle su capacidad y su respaldo a una
Revolución que ha hecho posible el que se pueda llevar un pedazo de pan a
decenas y decenas de miles de obreros que antes le acosaban pidiendo trabajo.
Baste señalar
que solamente en la capital, el máximo de obreros de la construcción llegó
escasamente a 8 000 en las épocas de mayor florecimiento de ese sector, y
que en la actualidad en la capital de la república hay 26 000 obreros de
la construcción trabajando; y que en toda la isla nunca sobrepasó la cifra de
40 000 el número de hombres que trabajaban en la construcción, y que actualmente
en toda la nación hay 95 000 obreros trabajando en este sector (APLAUSOS),
y que, incluso, ya puede la Revolución plantearse el objetivo de cerrar la
lista de ese sindicato, para garantizarles a esos obreros un trabajo permanente
(APLAUSOS).
Aquella
inseguridad en el obrero era una de las causas del bajo rendimiento: la idea de que se
quedaba sin trabajo, una vez finalizada la obra. Naturalmente, que esa no era la única causa. Nosotros consideramos que organizando equipos
de construcción con trabajo asegurado, lograremos elevar grandemente el
rendimiento, que por cierto ha sido tradicionalmente bastante bajo.
Otra de las
causas era la falta de interés en el obrero en las obras públicas, bajo la idea
de que de nada valía que él se esforzara, puesto que su esfuerzo iba a servir
para enriquecer a los que manejaban aquellos fondos. Se daba el caso paradójico de que un obrero
trabajaba más en una obra por contratación que en una obra por administración. Muchas veces el obrero tenía interés en
cumplir lo mejor posible su tarea, al objeto de que aquel contratista le
garantizase trabajo permanente, garantía que no tenía en las obras públicas.
Y es lógico
que un obrero trabaje con más entusiasmo cuando sabe que la tarea que rinda, la
productividad de su trabajo, va a beneficiar al pueblo, y lo va a beneficiar,
en primer lugar, a él mismo, porque esos fondos o ese ahorro que se logre en cualquier
obra va a servir para mantener su empleo permanente, y va a servir para
realizar obras de beneficio para todo el pueblo, sea un hospital, una escuela,
o un camino; hospitales, y escuelas, y caminos, o viviendas, que él mismo va a
utilizar.
No tiene ninguna
lógica que un obrero rinda más en una obra por contratación, porque el obrero
no es un esclavo que responda al látigo de ningún amo. El obrero es un ser humano, capaz de comprender
perfectamente cuál es su interés, y capaz de adquirir una conciencia de los
intereses colectivos de su país.
Yo recuerdo —y
siento que la voz no me quiera acompañar mucho hoy— las discusiones en los
primeros tiempos con algunos funcionarios que se oponían a la obra por
administración, y los argumentos que expresaban. Y esas diferencias fueron derivando hacia la
deserción y hacia la traición por parte de los que no eran capaces de
comprender que una revolución puede perfectamente elevar la conciencia de los
trabajadores, elevar su nivel de cultura, y lograr que un obrero de la
construcción llegue a rendir mucho más trabajando para el pueblo que trabajando
con algún empresario particular.
Naturalmente
que los que fueron empresarios particulares difícilmente podrán comprender
esto, porque ellos se habituaron a ese sistema, se habituaron a ese
procedimiento, y es lógico que no puedan tener las experiencias que hemos
tenido nosotros como revolucionarios, ni hayan podido adquirir la fe en el pueblo
que nosotros hemos adquirido por la experiencia que nos ha dado la propia
Revolución.
Nosotros
estamos seguros de que cuando le garanticemos a cada obrero un trabajo
permanente, y lo libremos de esa preocupación de quedarse sin empleo cuando se
termina una obra, trabajando junto a ellos, elevando su conciencia
revolucionaria y dándoles, todos nosotros, el ejemplo, lograremos aumentar el
rendimiento de los trabajadores de la construcción extraordinariamente, por
encima de lo que han rendido hasta hoy.
Se tenía
también la idea, y, en efecto, también en los primeros tiempos de la Revolución
se abrieron una serie de trabajos con el objeto de dar empleo. Actualmente, lejos de un exceso de
desempleados, en muchos sitios del país ha sido necesario paralizar las obras,
porque hacía falta personal para trabajos más urgentes. Ya no estamos en ese caso. Debemos tratar de que el rendimiento en la
construcción sea el máximo, puesto que ya no se abre una obra para dar empleo: se abre una obra porque
constituye una positiva necesidad para el país.
Y tenemos
mucho que construir en instalaciones de fábricas, en viviendas, en centros
educacionales, en hospitales, en frigoríficos, en instalaciones agrícolas. Es decir que hay un extenso capítulo de
necesidades, y no las he enumerado todas, pero que pueden garantizar un empleo
continuo a casi 100 000 obreros de la construcción. Esto significa que estamos en condiciones de
elevar el rendimiento y de construir mucho más con el mismo gasto con el cual
hemos estado construyendo menos.
Es necesario,
además, que ustedes comprendan la función social tan útil que realiza una
escuela, que realiza un hospital, que realiza una carretera, un frigorífico,
una vivienda; la extraordinaria necesidad que tenemos de vivienda, demostrado
en el hecho de que 150 000 personas suscribieron las planillas solicitando
casas. Esa necesidad está a la vista de
todos nosotros. Esas necesidades
existían también antes, pero antes no se hacían escuelas, y se hacían más
cuarteles que escuelas; antes no se hacían hospitales, antes no se hacían
viviendas para las familias humildes; se construían edificios costosos donde
cualquier familia debía pagar la tercera parte, cuando menos, de sus ingresos.
Hoy la
Revolución se propone disponer de una cifra considerable de recursos para
construir viviendas, donde cualquier familia pague por ellas solamente el 10%
de sus ingresos (APLAUSOS). Y ustedes
saben bien que en el campo no se hacía nunca una vivienda; ustedes recordarán
aquella famosa comisión de viviendas campesinas, que se dedicó a construir
casitas a la orilla de la carretera. Y
cualquiera que viaje por la Carretera Central se encontrará esas casitas con
"gorritos", absolutamente iguales, a la entrada de distintos pueblos;
espectáculo ridículo y vergonzoso, espectáculo indignante y repugnante, que
debe ser una lección diaria para cada uno de nosotros y un permanente recuerdo
de lo que era el pasado en nuestro país.
Esas casas
construidas allí, donde no tienen ni patio siquiera, a la orilla de la
carretera con el solo propósito de politiquear, con el solo propósito de
engañar, con el solo propósito de que cuando pasasen por allí los amos pudiesen
ver aquellas casas que eran una burla y un engaño al pueblo; todas exactamente
iguales, todas de pésima calidad y que, además, costaban el doble o el triple
de lo que valían.
Hoy la
Revolución está llevando a cabo un programa de construcción de decenas de miles
de casas, de pueblos enteros, no a las orillas de las carreteras, sino
distantes muchas veces de la carretera, allí donde está enclavada la
cooperativa o la granja del pueblo, y donde los campesinos van a llevar una
vida que no tendrá nada que envidiarle a la capital y que tendrán, incluso,
muchas condiciones de viviendas superiores a las que tenemos en la capital;
porque la capital y las ciudades de nuestro país, quiénes mejor que ustedes
saben la carencia total de normas de higiene, de salud y de estética con que
fue construida; quiénes de ustedes, ingenieros o arquitectos, ignoran que si se
analiza bien nuestra capital resulta una ciudad monstruosa y horrible, que no
tiene apenas un solo parque donde puedan ir a descansar su vista el millón y
pico de habitantes que tiene nuestra urbe metropolitana.
Es una ciudad
sin áreas verdes, es una ciudad sin árboles, y que si había un parque bonito,
un parque bello, era un parque en la Quinta Avenida; que si había jardinería y
áreas verdes no era en la gran urbe, no era donde vive el 90% de la población.
El lujo de
poder contar con un parque en las proximidades, una hermosa avenida sembrada de
flores, patios y áreas verdes, ese lujo era privilegio de una minoría muy
pequeña de nuestra población.
En la ciudad
lo que importaba era amontonar edificios tras edificios, casas tras casas. Con la tierra existía una especulación
repugnante. Se adquirían aquellas
tierras que iban aumentando de precio cada vez más, en virtud de las carreteras,
y de las calles y de las instalaciones que en ella se hacía, de donde venía a
resultar una cosa tan absurda, que para construir una casa había que pagar 30 ó
40 pesos el metro; cuando en realidad las instalaciones podían costar, todo lo más,
tres o cuatro pesos por metro, y cuando en ocasiones aquellas tierras
aumentaban de precio, no como consecuencia de un gasto del dueño de aquellas
tierras, sino como consecuencia de un gasto del Estado; de donde resultaba que
para construir una casa, ustedes mismos para construir una casa, tenían que pagar
el metro a 30 ó 40 pesos.
¿Y qué era eso
sino un robo? ¿Socialmente cómo puede conceptuarse
esa especulación sino de robo? ¿Y qué es
beneficiarse con el aumento del precio en un terreno sobre el cual no se ha
gastado nada ni se ha trabajado nada, sino que ha gastado el Estado, y lo han
gastado otros? ¿Y qué era eso sino una
traba y un freno al desarrollo de la vivienda?
¿Y qué era eso sino provocar el
amontonamiento de casas, convertir las ciudades en sitios horribles, donde no
hay ni espacio para los transeúntes, ni un árbol, ni un parque? Y todo lo que teníamos en el medio de La
Habana era el Parque Central de La Habana, que para más desgracia era de
cemento. Y ahora le han quitado el cemento
y le han sembrado allí césped (APLAUSOS).
Yo no voy a
preguntar aquí si alguien es católico, o es protestante o es comunista. No, yo no voy a preguntar eso. Lo que yo voy a preguntar es que si eso de
que estábamos hablando era moral o era inmoral; era útil o era nocivo a la sociedad. Y si nosotros no tenemos derechos como revolucionarios
y como hombres, y además del derecho el deber, de luchar por abolir aquel
estado de cosas: por crear normas de vida
distinta en nuestro país para que se acabe esa especulación vergonzosa y
repugnante, en virtud de la cual unos cuantos señores que habían tenido la
prisa de adquirir los terrenos adyacentes a la capital podían sentarse a
descansar tranquilamente en la seguridad de que se iban a volver multimillonarios;
multimillonarios sin hacer el menor esfuerzo, y acumular una fortuna que les
iban a pagar los obreros, que les iban a pagar los inquilinos y que les iban a
pagar ustedes mismos, los técnicos y los profesionales.
Porque cuando
iban a adquirir terrenos en La Habana del Este o en cualquiera de esos repartos
para construir una casa, les cobraban 30 ó 40 pesos, cuando en aquel terreno no
se había gastado ni siquiera tres pesos por metro, y ustedes iban a acumular
esa fortuna y un señor sentado en su casa iba a percibir para seguir comprando
solares; es decir, robar para seguir robando.
Y aquel era el régimen en que vivíamos, un régimen de robo para seguir
robando.
Cualquiera
viaja hoy por esos repartos que eran propiedad de unos cuantos y ve que tenemos
toda esa tierra disponible, y todos los terrenos de La Habana para construir. Nos podrán decir que es muy sagrado el
derecho de un señor a ser propietario de una manzana en él medio de La Habana,
y nosotros les podemos decir que es mucho más sagrado el derecho del pueblo a
utilizar esa manzana (APLAUSOS), a utilizar esa manzana para construir
edificios que puedan albergar 50 ó 100 familias. Y es más sagrado el derecho de que en los
nuevos repartos hayan amplias avenidas, áreas verdes y parques; y que la ciudad
del futuro no sea esta ciudad horripilante de hoy. Y cualquiera de ustedes, que han estudiado de
construcciones y que tienen una idea de la estética, estarán de acuerdo con nosotros
en que esta ciudad es sencillamente una ciudad horrible, y que en esta ciudad
horrible tienen que vivir cientos de miles de familias, tienen que vivir
cientos de miles de niños, y tienen que vivir las familias en la intranquilidad
de no tener un solo parque donde llevar a los muchachos, y que los muchachos
tengan que estar jugando por las calles, donde quién sabe cuántos miles han
muerto arrollados por los automóviles o por los ómnibus.
Todo aquel
estado de cosas no podía ser eterno. ¿Por
qué iba a ser eterno aquel estado de cosas?
¿Qué ha sido eterno en la vida de la sociedad humana? ¿Fue eterna la esclavitud? ¿Fue eterno el feudalismo? ¿Fue eterno el colonialismo? ¡No! Nada
ha sido eterno en la evolución humana, y tampoco aquel estado de cosas iba a
ser eterno. Por ley de la historia debía
cambiar, y ahora yo me pregunto: ¿Se va a sublevar alguien contra la
historia? ¿Se va a oponer alguien a la
historia? ¿Se va a oponer alguna persona
sensata al cambio de la historia?
Ese estado de
cosas debía cambiar. Los cambios son
duros, ¡claro que son duros! Una revolución
es como un parto, y los partos también son duros, y las criaturas al nacer por
lo general no se ven tan rozagantes y tan hermosas como cuando tienen ya seis
meses. También la Revolución, al nacer,
no será hoy tan rozagante ni tan hermosa como lo será dentro de seis, o dentro
de diez, o dentro de quince años (APLAUSOS PROLONGADOS).
¿Ha hecho algo
inmoral la Revolución?, ¿o ha hecho precisamente todo lo contrario? ¿Y era correcto que los técnicos permanecieran
en sus puestos cuando no se hacían escuelas, sino cuarteles; cuando no se
hacían casas, o cuando se construían aquellas casitas ridículas, a la orilla de
la carretera; cuando había solamente 40 000 obreros trabajando y 40 000
sin trabajo, esperando turnarse? ¿Era
correcto que cuando aquel robo descarado se cometía diariamente no se asilara
nadie aquí? Y que ahora, cuando los
cuarteles se convierten en escuelas —y esto no es ninguna frase bonita, es
sencillamente una realidad que ustedes pueden contemplar por sus propios ojos, yendo
allí, a Ciudad Libertad, o yendo a cualquiera de los cuarteles grandes del
interior, y hasta incluso a los cuarteles pequeños; yendo a los pueblos, donde
se acaban de construir 150 centros escolares; recorriendo el país, donde se han
construido innumerables centros turísticos, que están al alcance del pueblo y
de ustedes los técnicos, porque deben recordar que muchos técnicos no podían ir
siquiera a Varadero, porque para ir a Varadero una semana con su familia,
cualquier técnico necesitaba gastarse 400 pesos, y todos los técnicos no disponían
de esos 400 pesos, y hoy son centros a donde pueden ir ustedes y puede ir el
pueblo.
Ante esas
realidades, ¿cuáles son las discrepancias morales de los que se marchan del
país? Las únicas discrepancias morales entre
los que se marchan y nosotros es la discrepancia que hay entre una moral recta
y honrada y la ausencia total de principios morales (APLAUSOS PROLONGADOS).
En realidad, ¡qué
triste es pensar en el destino de un hombre que pudo vivir respetado y
reconocido entre los suyos, en su patria, siendo útil a ese país al que no tuvo
nunca oportunidad de servir, y se marcha al extranjero a trabajar con compañías
que explotan a nuestros pueblos hermanos, o a trabajar allí, en cualquier cosa,
o a recibir una limosna de los enemigos de nuestro país! Porque el que no comprenda con claridad
absoluta el problema de Cuba; el que se ponga a creer en cuentos de caminos; el
que no se dé cuenta entre la diferencia diametral y profunda del pasado y de
hoy, de la vida de un país absolutamente sometido, a un país absolutamente
libre, a un país absolutamente soberano (APLAUSOS); el que sea todavía capaz de
intoxicarse con las mentiras que escriben las agencias y los periódicos
americanos; el que sea capaz de creer en esos cuentos, es porque en realidad es
un ignorante completo de la historia y de las realidades sociales.
Porque la
diferencia que hay entre un país que es dueño absoluto de sus minas, de sus
tierras, de sus fábricas, de su trabajo y de sus recursos, y el país que no era
dueño de nada, porque pertenecía fundamentalmente a intereses extranjeros, que
determinaban nuestra vida económica y nuestra vida política; el que no
comprenda eso, y el que no comprenda que los sacrificios que nosotros nos
veamos obligados a pasar no son consecuencia de la Revolución sino consecuencia
de la agresión contra nuestro país, no son consecuencia de los cambios revolucionarios,
sino consecuencia de las venganzas de los monopolios extranjeros contra nuestro
país, y cómo a pesar de esa agresión el país realiza el milagro de darles
empleo prácticamente a casi todos los desempleados, y cómo hoy llevan un pedazo
de pan a su casa cientos de miles de hombres que no tenían trabajo; el que no
comprenda que las privaciones, o el que falten televisores, o el que falten
automóviles, es sencillamente consecuencia de la brutal agresión económica a nuestro
país, del criminal bloqueo a nuestro comercio; el que no comprenda eso, es
porque es un completo ignorante. Y el
que lo comprenda y rehuya esta situación, y se va con el enemigo agresor, no es
un ignorante ¡es un miserable y es un cobarde!
(APLAUSOS PROLONGADOS.)
Son muchas
pamplinas las que se escriben en los periódicos norteamericanos, pero baste
observar cómo esa prensa le hace el panegírico a un Muñoz Marín, a un Ydígoras,
a un Somoza, a un Prado del Perú; es decir, cómo le hacen el panegírico, y les cuelgan
medallas; y les rinden honores a todos aquellos gobernantes que tienen la
economía y el destino de sus pueblos entregados a los monopolios. No le rendirían tributo jamás a un Augusto
César Sandino (APLAUSOS), a un Emiliano Zapata (APLAUSOS): les rinden de honores y los colman de
elogios a los lacayos, a los que sirven a sus intereses. Los hombres que se rebelan contra esa
hegemonía, contra ese imperio, contra ese sometimiento, ¡ah!, los colman de
oprobios, los colman de insultos, y se dedican a hacer lo que están haciendo: recoger cuanto criminal y cuanto esbirro
ensangrentó esta tierra, recoger cuanto filibustero y cuanto ladrón saqueó este
país, recoger a cuanto pillo nació en esta tierra, y organizar con ellos
ejércitos mercenarios, organizaciones de saboteadores, inundar el país de armas
y de explosivos para destruir, para matar; y obligar a la Revolución a usar la
mano dura, poner a la Revolución en la disyuntiva de tener que aceptar que
todos los mercenarios del Servicio Central de Inteligencia yanki, y que los
mercenarios que responden a intereses extranjeros destruyan aquí vidas y
riquezas, o tener que aplicar la mano fuerte de la Revolución y ser implacables
con ellos, en cuyo caso ellos tienen material entonces para seguir echando leña
en el fuego de las campañas contra nuestro país. Es decir que, o toleramos que destruyan y
asesinen, o los fusilamos. No podemos tolerarlos,
tenemos que castigarlos, tenemos que destruirlos, y entonces naturalmente eso
sirve para seguir las campañas contra nosotros.
Cosa similar
ocurre con el clero. La Revolución no ha
hecho al clero víctima de ninguna agresión, no ha sacrificado ni uno solo de
sus intereses; incluso el cementerio —que en Italia, sede del Papado, los
cementerios fueron nacionalizados hace más de un siglo; que en México, donde
existe una fuerte influencia católica, los cementerios fueron nacionalizados
por Juárez, tengo entendido— (APLAUSOS) aquí,
esta Revolución ni había nacionalizado los centros de enseñanza, ni había
nacionalizado los cementerios, ni se había metido con un solo cura, aun cuando
docenas de curas estaban conspirando y participando en trajines terroristas. Y esto no es ninguna mentira, y nosotros no acostumbramos
a decir mentiras; aunque nosotros sabíamos de esas actividades, ni siquiera
eran arrestados. No hay más que un cura
arrestado, porque fue capturado hasta en el momento en que, junto con otro,
balaceaban a un miliciano, tratando de escapar del cerco (EXCLAMACIONES DE: "¡Paredón,
paredón!").
La Revolución
no se ha metido con el clero. Sin
embargo, contra la Revolución ha estado la campaña persistente y sistemática de
conspiración, de propaganda, es decir, combatiendo a la Revolución por todos los
medios, con propósitos de tipo internacional, de manera que no quede un solo
cardenal ni un solo arzobispo en América Latina que no haga una pastoral contra
la Revolución. Y esta es la jugada de
Estados Unidos, es decir, del gobierno imperialista de Estados Unidos: la de contar con
todas esas fuerzas para debilitar el prestigio de la Revolución afuera.
Y ustedes han
visto que ese cardenal, Spellman, que nunca en su vida se le ocurrió pedir una
limosna para salvar una vida de un niño aquí, ahora recoge millones de pesos
para sostener allí, para darle limosna, esas limosnas anticristianas, a toda
una serie de señores que eran dueños de industrias, latifundistas, criminales
de guerra, que se han ido a refugiar allá.
¡Qué bondadoso y qué noble es el cardenal Spellman! (RISAS.)
Yo creo que
las cosas están bien claras. Esa es la
política contra la Revolución, y de provocación a la Revolución, a través del
terrorismo, del sabotaje, para traernos aquí ¿qué?, ¿su democracia
representativa? ¿Y quién es capaz, en
estos tiempos, de tragarse semejante mentira?
¿Quién es tan ignorante de la historia y de la realidad, para reaccionar
como reaccionaría un niño de ocho años, al que le acabaran de exhibir una
película de Hollywood?
Esa es la
democracia de siglo y medio de América Latina, con su saldo, cada vez mayor, de
hambre, de miseria, de engaño, de explotación, en que los gobiernos se pasan,
como una pelota, entre las castas militares y las camarillas de políticos; donde
el pueblo ni vota, empezando por nuestro país, donde había un millón y medio de
analfabetos, cifra superior a todas las que aparecían en las estadísticas, y
donde al hombre le exigían el carné por ir a trabajar en Obras Públicas; al
otro, el mayoral le exigía el voto para darle empleo en un corte de caña; y donde
los millonarios tenían aseguradas sus actas aquí, sus puestos en el Parlamento;
y donde los ricos, los grandes latifundistas, tenían asegurados sus cargos en
ese Parlamento; donde parlamento, prensa, radio, televisión, películas, cine,
universidades, todo estaba al servicio de esa clase, que era la dueña de la
tierra, la dueña de esos solares con que especulaba, la dueña de los edificios
de apartamentos, la dueña de los recursos del país, pero para estrangular al
pueblo mientras vendían al pueblo el purgante de su famosa democracia
representativa, que no es más que una falsedad y no es más que una mentira,
porque sencillamente el hombre del pueblo, el hombre humilde del pueblo, el
obrero, el campesino, la masa mayoritaria del pueblo, no contaba para nada.
Ustedes iban
antes a una colonia de caña de la United Fruit Company, se encontraban que
había un mayoral, se encontraban que aquel mayoral era un hombre de ordeno y
mando allí; se encontraban a las familias viviendo en las guardarrayas; se encontraban
que no podían siquiera sembrar allí; si tenían un caballo, y salía para la
caña, le llevaban preso al caballo, y se lo llevaban; no se lo devolvían. O le ponían una multa. Y, además, si hacía resistencia venía la
pareja de la Guardia Rural, que estaba allí al lado del central, a las órdenes
de la administración de esa compañía.
¿Ese hombre
contaba para algo en los destinos de su país, en el progreso, en el desarrollo,
en el trabajo de su país? No.
Ahora ustedes
van a una cooperativa y se encuentran a todos aquellos mismos que vivían en la
guardarraya, reunidos; que tienen equipos, que tienen una lechería, que
discuten todos sus problemas, que tienen un consejo de dirección elegido por ellos,
y discuten lo que van a sembrar, las condiciones de vivienda, los planes de
cultivo; discuten con los organismos nacionales qué pueden sembrar, qué
créditos necesitan para trabajar; tienen una tienda allí que es de ellos, y
compran la mercancía que estiman pertinente.
Y, además de eso, en vez de sargento de la Guardia Rural tienen un
responsable de orden público elegido por ellos (APLAUSOS).
Es decir que
al agente de autoridad lo eligen ellos y lo pueden quitar ellos. ¡Qué diferencia! ¿Quién le va a venir a decir a un guajiro de
esos, que lo ideal, lo democrático, lo humano, lo justo, es que vuelva el
mayoral, vuelva la Guardia Rural, vuelva la compañía, vuelva él para el
callejón y la guardarraya, que se acabe el responsable de vivienda, el responsable
de abastecimiento, el responsable de maquinaria, el responsable de producción,
el responsable de cultura; que se acabe allí la escuela; que se acabe el
maestro; que se acabe todo eso; que vuelva aquel mayoral bilioso y de malas
pulgas a darle órdenes; que vuelva el sargento corrompido con su plan de
machete; que le quiten las vacas, que le quiten todos sus planes; que le
siembren caña, y caña, y caña; que se acabe el trabajo todo el año; que se
trabaje nada más que tres meses y se vuelva a convertir en un perro?
¡Y le van a
decir que esa es la felicidad, y que esa es la democracia humana! La democracia verdadera es la que, por primera
vez, los hombres tienen en un país donde ya intervienen hasta en los destinos
más importantes, en los planes decisivos, que se reúnen aquí sus representantes
con los representantes de las granjas del pueblo, de los sindicatos, de las
cooperativas; que participan, que discuten, que tienen voz y que tienen voto,
marchando el país hacia instituciones nuevas, mil veces más democráticas que
aquella falsa e hipócrita democracia de unos señores, que no han sido capaces
ni de acabar con la discriminación racial ni con el asesinato de los indios en
su propio país (APLAUSOS).
Claro está que
ya no hay aquella libertad que había antes, mediante la cual un señor era dueño
de un periódico. Aquí se hablaba de
libertad de expresión. ¿Saben cuántos
tenían libertad en Cuba? Seis personas: los seis dueños de
los seis periódicos y revistas más importantes, porque el director quitaba y
ponía redactores, y el director revisaba, el director censuraba, y en ningún
periódico aparecía nada que no quisiera el director. Había seis, o siete u ocho periódicos, esos
eran los seis, o siete u ocho señores que tenían derecho aquí a escribir
libremente.
Otros eran
dueños de las estaciones de radio o de televisión, y allí no se decía nada que
no quisieran ellos: la
opinión editorial, la redacción. Diez
tipos tenían libertad aquí. ¿Cuál era
la libertad? Que venía la Compañía de
Electricidad, un monopolio, y entonces le pagaba un anuncio. ¿Ustedes han visto que un monopolio necesite
anunciarse? Vamos a olvidarnos ahora de
las decenas de miles de pesos que les daban todos los años: diez mil pesos todos los meses a casi
todos aquellos periódicos. Además de
eso, los puestos y las prebendas. Pero hay
una cosa muy curiosa: no
les alcanzaba eso.
Venía el
monopolio eléctrico... Un letrero grande: qué bueno era, qué
servicio tan extraordinario prestaba. Era
un monopolio anunciándose. Resulta que
el que quería encender un bombillo, de todas maneras tenía que consumir la
electricidad de aquel monopolio; el que quería hacer una instalación eléctrica,
tenía de todas maneras que buscar la electricidad de aquel monopolio. El monopolio no necesitaba anunciarse; estábamos
obligados a consumir sus productos. Sin
embargo, gastaba un millón, dos millones, que iban a parar a todos los
periódicos, para que todos los periódicos dijeran al pueblo: qué bueno es el monopolio. No le decían: te cobran tanto, te roban tanto, te
saquean tanto, te realizan tal política, sino:
qué bueno es aquel monopolio.
Y lo mismo
hacían con la Compañía de Teléfonos, y lo mismo hacían con todos los
monopolios.
Es decir que
aquella era la libertad que había en este país: de ocho señores, el derecho a venderse
como cochinos al mejor postor, y a venderse a los intereses enemigos de nuestro
país (APLAUSOS).
El pueblo
tenía el "derecho" a absorber aquel veneno diariamente, aquella
mentira diariamente. Y cada editorial, cada
escrito, era sencillamente para defender aquellos intereses. ¿Defender las ideas de quiénes? De los que tenían el dinero. ¿Tienen, los que tienen dinero, derecho a
tener ideas? Sí, no se lo niega nadie; a
lo que no tienen derecho es a tener el monopolio de las ideas. Ahora, si los que tienen dinero son una
minoría, y tienen derecho a tener idea, el pueblo, que es la inmensa mayoría,
tiene mucho más derecho que ellos a tener idea y a tener periódico (APLAUSOS).
Hoy el guajiro
de cualquier apartado rincón de la montaña, puede escribir; cualquier
asociación campesina puede enviar un escrito; se reúnen las asociaciones
campesinas, las cooperativas, los sindicatos, se reúne el pueblo, y hoy tiene el
pueblo donde escribir. ¿Quién hace el
periódico? Los mismos obreros. ¿Con qué divisa se paga el papel? Con las mismas divisas de la república, con
el mismo plomo. Es decir que aquellos
obreros tenían que estar trabajando al servicio de los intereses de aquellos
señores que tenían el dinero; pues hoy esos obreros están trabajando al
servicio de los hombres humildes del pueblo, que no tienen el dinero, pero que
quieren una vida mejor, quieren tener
trabajo, quieren tener casa, quieren tener tierra, quieren tener escuelas,
quieren tener maestros. Y claro, ahora
ellos tienen sus maestros, ¿por qué? Porque
llegó la Revolución al poder. Y tienen
la campaña de alfabetización, y tienen las cooperativas, y tienen los créditos,
y tienen todos los planes que la Revolución está haciendo para ellos.
¿Por qué? Porque hoy no se gobierna para una minoría privilegiada: porque hoy la
cultura, la universidad, los centros de enseñanza, los libros, los periódicos,
la radio, la televisión, no están para embutir a la gente, para envenenar a los
niños, despertarles instintos, y al mismo tiempo desviar las inclinaciones de
los niños con toda esa podredumbre y toda esa porquería que nos mandan de
Hollywood.
¿Hay aquí
algún arquitecto, algún ingeniero, que no esté de acuerdo en que todo lo que ha
venido de Hollywood es gangsterismo, sexo, negocio turbio y veneno? Todos ustedes han ido al cine y van al cine a
cada rato, y se dan cuenta de que lo que viene es veneno puro, y que eso no le
puede hacer ningún bien al niño. Aquí
los periódicos, más que periódicos eran incluso garitos, porque todo el mundo
tenía una rifa establecida allí; que los productos y los anuncios comerciales eran
otro garito y centro de juego, y todo el mundo rifaba dinero. Daba asco pararse delante de un televisor y
ver todo aquello. Y que todo era una
publicidad pornográfica, y era una publicidad de tipo comercial, corrompida,
viciosa. Y que está bien: a cualquiera le
gusta ver un show, pero que no me digan que los niños, que son los que están
sentados todo el día delante del televisor, iban a salir muy instruidos de allí. Y esos eran los hijos de ustedes, igual que
los hijos del obrero; más los hijos de ustedes, porque ustedes tienen más televisores
que los obreros (APLAUSOS).
Entonces, ese
estado de cosas, inmoral, corrompido, sin esperanzas es el que está cambiándose
en el país. Vamos a suponer que haya
gente que ya tenga fosilizado el cerebro, cuyo cerebro sea incapaz de cambiar y
de comprender algunas cosas, y cree ciegamente que el sistema aquel de los monopolios
era mejor, y no el sistema de las cooperativas, de las granjas, de la reforma
urbana, de suprimir la especulación, de convertir los cuarteles en escuelas. Bueno, pero que analicen uno por uno todos
los hechos, y si la maraña filosófica no la entienden, que entiendan la maraña
real, las cosas que se ven claras (APLAUSOS).
No hay por qué
confundirse, no hay por qué engañarse con ese esplendor yanki; ese esplendor
sufrió una crisis en los años treinta, que de no ser por las medidas extremas
que adopta Roosevelt, se habría derrumbado completa toda la economía yanki. Y a pesar de eso, son tan ciegos que a Roosevelt
le tienen odio y fue el que les salvó su capitalismo en Estados Unidos.
Y resulta que
es el único país al que no le destruyen sus fábricas en la guerra. Toda Europa quedó destruida, toda la industria
alemana, soviética, francesa, de casi toda Europa, destruida. Ellos desarrollan su producción, la elevan
extraordinariamente, compulsados por la guerra, y entonces acabaron con la
libre empresa, porque dijeron: "No, usted no fabrica barcos,
usted no fabrica automóviles, usted no fabrica televisores." ¿Por qué? "Porque al Estado no le da la gana, porque
el Estado no le puede permitir que usted, monopolio, haga automóviles cuando
hacen falta tanques; no le puede permitir a usted, monopolio, que haga yates,
cuando hacen falta barcos de guerra, o cuando hacen falta yipis, cuando hacen falta
camiones, cuando hacen falta armas."
Suprimen la
libre empresa, le ordenan a todo el mundo lo que tienen que producir. Entonces producen cantidades fabulosas de
aviones, de tanques, de cañones, ¿cuándo?: cuando les apretó la necesidad. Desarrollan gigantescamente la industria; se
acaba la guerra: toda
la industria del mundo destruida, menos la de ellos, no habían perdido un solo
tornillo en toda la guerra. Quedaron en
una situación de ventaja extraordinaria, en industria, en técnica. Comparen con el caso de la Unión Soviética,
que le destruyeron todas las fábricas, decenas de miles de aldeas, le acabaron
con el ganado, acabaron con la industria soviética los nazis, y además mataron
20 millones de ciudadanos de ese país, entre los cuales había muchos técnicos,
muchos hombres competentes.
Esa fue la
situación en que quedaron. ¿Qué ha hecho
con esa industria? ¿Ha ayudado al mundo
con aquella industria tan extraordinaria que se desarrolló en la guerra y que
quedó intacta, ayudó a producir maquinaria y a desarrollar la economía en el
resto del mundo? No, eso estaba en contradicción
con sus intereses de país monopolista, que tiene que mantener países colonizados
y explotados.
Sin embargo,
no han pasado apenas 15 años y ya ustedes ven las circunstancias: que en el día de
hoy, precisamente aquel país, donde le habían destruido todas sus fábricas, le
habían matado 20 millones de habitantes, acaba de lanzar el primer hombre al
espacio (APLAUSOS).
Toda esa
industria de acero que desarrollaron en la guerra está a la tercera parte de su
producción. ¿Ustedes no creen que es muy triste que en el mundo estén necesitando cabillas
cientos de millones de personas, para hacer casas, para hacer escuelas, para
hacer acueductos, y, sin embargo, estén a la tercera parte de su capacidad de
producción esas fábricas? ¿No es un
absurdo? Y así está una gran parte de la
industria norteamericana; creo que la única que está a plena producción es la
industria de chiclets en Estados Unidos (RISAS).
Así que no hay
que ilusionarse con las supuestas maravillas.
Claro, han acumulado las riquezas que han surgido; todo país
desarrollado industrialmente tiene un estándar de vida más alto, aunque
desperdicie esa capacidad de producción.
Además, lo ha hecho en gran parte a costa de la explotación de otros
pueblos.
Entonces,
utilizan toda esa presión, toda esa agresión económica y toda esa maniobra,
para evitar que nosotros avancemos. Ellos
tienen cientos de miles de técnicos, porque han tenido muchas más universidades
que nosotros. ¡Ah!, ¿y nos quieren
llevar los nuestros, para que nosotros entonces no podamos hacer ni hospitales,
ni escuelas, ni fábricas, ni caminos, ni carreteras, ni desarrollar la economía
ni la vida de nuestro país? ¿Se los
quieren llevar, sobornarlos, pagarles lo que sea, porque tienen dinero? No, si ellos pudieran contar con que se
vendiera todo el mundo, tenían dinero para comprar a todo el mundo aquí. Pero hay una cosa: que hay gente que no se vende por
ningún oro (APLAUSOS).
Y esa es la
desgracia de ellos: que
con todo el oro que tienen en la misma loma esa, que ya no les queda mucho
¿saben?, que va disminuyendo bastante, pues no les alcanza. Así que el oro es impotente, porque llega a
hombres que no los soborna, ni con la idea de aquel lujo ni de aquella vida
frívola yanki. Porque al fin y al cabo,
aquella es una vida bastante frívola, terriblemente frívola y aburrida; y de
bastante juego, de bastante borracho, de bastante gangsterismo y de bastantes cosas.
Además, ¿una
playa? ¡Ah! ¿Ustedes creen que allí el pueblo puede ir a
bañarse a la playa? Miren, las únicas
playas buenas que tienen por ahí, por la Florida, nada más van los millonarios. Y aquí el más humilde obrero puede ir a
bañarse a Varadero; ya desde este año puede ir a bañarse a Varadero (APLAUSOS);
40 pesos vale una habitación en cualquiera de esos centros turísticos.
Así que ellos
no pueden engañar ni ilusionar a la gente; sobre todo, no pueden evitar que se
conozcan ciertas realidades, y es el desprecio con que miran a los latinos. Y quien ha pasado por Estados Unidos se da
cuenta. ¿Producto de qué?: de la mala
educación, producto de que siempre les han enseñado a despreciar al negro, a
despreciar al indio, a despreciar a los latinos, y entonces tienen ustedes que
aquella política, propaganda de tipo nazista, pues hace que mucha de esa gente desprecien
a los latinos por el mero hecho de que sean latinos.
Y esa es la
realidad. Luego, miran con doble
desprecio al que compran, porque a nosotros, nos harán terribles campañas contra
nosotros, horrores, pero tendrán que admitir dos cosas: que ni les tenemos miedo ni nos
vendemos. Esas son dos cosas... (APLAUSOS).
Esas son dos cosas que allá, en su fuero interno, los generales del
Pentágono y los millonarios, los banqueros americanos, tienen que reconocer: que con nosotros no
hay remedio, porque con la fuerza no nos intimidan y con el dinero no nos
pueden comprar.
Y entonces, la
única política que les queda es una política de respeto y de paz con nuestro
país, y están ellos empeñados con todos esos mercenarios que, total, les van a
obligar a hacer veinte mil papelazos, porque todos van a terminar haciendo papelazo
tras papelazo. Con eso no tienen ni por
donde empezar aquí; si los quieren meter en grupitos, que los metan en grupitos: bueno, nos
entretendremos ahí buscando a los grupitos y liquidando a los grupitos. Ya se les acabarán los grupitos, algún día se
les acabarán… (APLAUSOS.)
Los 5 000 ó 6 000 tipos que tienen
no les pueden durar mucho tiempo, porque aquí somos millones, sin contar los
muchachos que están creciendo.
Así que les
liquidaremos sus contrarrevolucionarios, sus terroristas, les ganaremos esa
lucha. Internacionalmente la situación
se les hace cada día más difícil para una agresión directa; están cada día técnicamente
en desventaja en el orden internacional, de tipo militar. Así que, ¿qué es lo que han cambiado los que
se han ido de este país?:
Cambiaron la vaca por la chiva (RISAS). Eso es lo que han cambiado.
¿Qué problema
tenían aquí? En plan de querer trabajar,
y trabajar honestamente, y hacer lo que debemos hacer todos, ya tendremos más
tiempo para descansar en el futuro; hacer el mayor esfuerzo, trabajar con amor
por lo que estamos haciendo, con interés, con responsabilidad. Y tenían todas las consideraciones aquí en su
país; una remuneración alta y decorosa por su trabajo, porque nosotros
entendemos que hay que remunerar bien a los hombres según el esfuerzo que están
rindiendo y según la capacidad con que puedan servir a su país; la
consideración y respeto por parte del pueblo, por parte del gobierno; la
satisfacción de que están haciendo algo útil.
Se han ido
para otro sitio. ¿Y quién dice que no va
a haber revolución en esos sitios? Aquí
parecía que iba a ser más difícil que en ningún país de América; nosotros
éramos el país más “yancófilo” que había en este continente; éramos el país más
influido por la propaganda yanki; el país donde estaba más destruido el
espíritu nacionalista; donde menos se esperaba una revolución, y aquí la
tienen. Y la revolución no la trajo
nadie aquí, ni mucho menos; la revolución la hemos hecho aquí nosotros, estos
mismos que ustedes ven aquí, nosotros mismos, por nuestra propia cuenta
(APLAUSOS).
Así que es un
hecho tan histórico, que no se le ocurrirá negar a nadie aquí. La Revolución es porque se derrotó el
ejército de la tiranía, y al destruir las fuerzas militares de la tiranía se
pudo establecer un régimen revolucionario en el poder. Y entonces no han podido destruirla, como la
destruyeron en otros países, porque siempre quedaba el ejército intacto; esas
revoluciones que hacían los ejércitos, que cuando la cosa se ponía dura
quitaban al que estaba ahí, y aliviaban un poco la cosa, y después ponían otro;
y así les iban tomando el pelo a los pueblos.
Y aquí parecía
más difícil, y hubo revolución aquí. Si
todavía hay más hambre y más injusticia en muchos pueblos de América Latina,
más espíritu revolucionario del que había antes —no del que hay ahora, por
supuesto—, y menos espíritu nacionalista del que había antes aquí, hay más allá
que el que había antes aquí. Entonces,
es de esperar que haya revolución también, años más, años menos, en esos
pueblos. Y en los propios Estados Unidos
llegará un día en que haya revolución, llegará un día en que se aburran,
incluso, de aquella gente allí; llegará un día en que se cansen los mismos
monopolios del lloriqueo y de la impotencia de toda esa gente, y entonces los
manden a freír tusa, diciéndoles: “Ustedes no sirven para nada, señores;
lo que nos han estado haciendo aquí es hacer papelazos ridículos a nosotros,
perder el tiempo, desprestigiarnos.”
Porque, ¿qué ocurre? Ocurre un
desprestigio, un desprestigiamiento paulatino del poco prestigio que les
quedaba en la América Latina.
Y los hechos
son bien evidentes. Ahora mismo, en sus
planes hay una proposición afroasiática en favor de una mediación, bajo los
auspicios de la ONU, es decir, una discusión entre Cuba y Estados Unidos. Claro que ellos no quieren, porque a ellos no
les conviene discutir; ellos están en sus planes de agresión y de
contrarrevolución, y se han gastado mucho dinero, se han hecho muchas
ilusiones, y como todavía no se han acabado de desilusionar, pues no les
conviene ese tipo de discusión.
Pues, sin
embargo, México y Brasil, dos de los países de más prestigio, de los países más
grandes de América Latina (APLAUSOS), conjuntamente con un país pequeño, pero
que es un país muy patriótico, un pueblo muy patriótico, cuyo gobierno ha tenido
una postura digna, que es el Presidente de Ecuador (APLAUSOS), esos tres países
han declarado que están dispuestos a apoyar esa moción afroasiática, yeso es
como para romperse el cerebro los norteamericanos; con todas sus campañas, con toda
su política de agresión, se encuentran con una fuerte solidaridad a favor de
nuestro país, o en defensa de nuestro país, en defensa del derecho de Cuba.
Es decir que
cada día su prestigio queda más por el suelo en América Latina y llevan ese
camino de seguir desprestigiándose y debilitándose en este continente. Así que en la lucha de ellos contra nosotros,
en su actitud de agresión económica, de intervención aquí, de sabotaje, de
promover revoluciones, todo eso, es una cosa criminal lo que están haciendo, y,
además, descarada. Porque pocas veces se
han tenido que quitar la careta como se la han tenido que quitar ahora, al
estar aquí promoviendo de una manera descarada el sabotaje y el terrorismo, y
trayendo armas, dándoles todos los recursos a los elementos
contrarrevolucionarios.
Esa es una
política destinada al fracaso; ellos están destinados también al fracaso.
¿Ustedes
concebirían que en la época de la independencia de América, la gente…? Claro,
fue una lucha también, y hubo gente que adoptó el partido de España,
como aquí también... ¿Qué se piensa ahora de los que en aquella época, que fue cuando
empezó la guerra de independencia de América, se fueron al lado de España? Pues que la historia los sepultó en el olvido,
las polillas se encargaron de comérselos, de roérselos. Así que esa gente que han abandonado en este
momento histórico a su país y se han pasado al lado del enemigo sin justificación,
calculando de manera equivocada, están llamados a que la historia los sepulte,
a que las polillas se los coman de viejo allá.
Eso han hecho, renunciar a su país.
¿Van a venir a
decir que lo de antes era mejor que lo de ahora? ¡Ah!, ¿no se fueron antes y se van ahora? ¿Dónde está la moral de esos señores?, ¿dónde
está la razón de esos señores?, ¿dónde está la justificación? Y le niegan su esfuerzo al país cuando el
país de verdad está desarrollando una obra extraordinaria, y todo el que
viene... Y valdría la pena que
cualquiera de estos que se haya ido fuera a un recorrido con los que vienen de otros
países de América Latina para que escucharan sus frases de admiración por parte
de personajes de todas las tendencias políticas. Porque hay una cosa en que están de acuerdo,
están de acuerdo en el antimperialismo, y están de acuerdo en todo lo que está
haciendo la Revolución Cubana. Y vienen
aquí y se van maravillados y asombrados de que en dos años se hayan podido
hacer las cosas que ha hecho la Revolución.
Sería bueno que hubieran podido escuchar esas frases, porque, en
realidad, han hecho el peor negocio de su vida, y han cambiado una posición
honrada, una posición donde podían tener todas las consideraciones por parte
del pueblo, reconocimiento por parte del pueblo, por marcharse del país.
¿Por miedo? Bueno, la muerte de todas maneras llega, lo
mismo aquí que allá, que en cualquier parte, más joven o más viejo. Eso de irse por miedo no tiene sentido de
ninguna clase; porque es como el que trata de huirle a la muerte, de todas
maneras se tiene que morir algún día.
Bueno, no nos
vamos a morir, sobre todo porque estamos en plan de que el que venga a matarnos
tiene que morir también aquí (APLAUSOS); los que vengan a invadirnos tienen que
traer dos jabas: una
para dar y otra para recoger. Y armas no
nos faltan, ni nos van a faltar. Las
necesitamos, ojalá no hubiéramos tenido enemigos y hubiéramos podido dedicarnos
nada más que a la agricultura, a la construcción, a las fábricas, a la
industria y a la alfabetización, pero desgraciadamente, ante las amenazas del
enemigo hemos tenido que armarnos, armarnos bien, porque tampoco nos vamos a
armar a medias. Si nos vamos a armar,
vamos a armarnos bien (APLAUSOS).
Esas son las
cosas. Aquí no habría hecho falta ni un
cuchillo si no fuera por el imperialismo, porque no podrían sin la ayuda del
imperialismo tener aquí ninguna fuerza, ni ningún recurso, ni ninguna facilidad. Y, entonces, sí, claro, necesita el pueblo
armarse y necesita invertir energías en eso.
La situación
es esa. Yo les he querido razonar sobre
estos problemas, porque entiendo sinceramente que no tienen razón los que se
han ido, que han actuado muy mal, y que es muy triste porque les hacen un gran
daño a los ingenieros y a los arquitectos esos señores que hoy se van.
Hoy están
hablando aquí, mañana agarraron el avión...
Están en un cargo importante y al otro día lo dejan, siembran una desconfianza
con respecto, incluso, a los técnicos honrados que están decididos a quedarse.
Es necesario
que el sector técnico se identifique ciento por ciento con la Revolución, que
el sector técnico cifre su suerte con la Revolución, no esté esperando en dos
suertes, porque aquí no hay más que una que es esta; fuera de esta, ¿qué puede haber? Que no quedara ningún habitante aquí; y
entonces para qué van a querer técnicos aquí.
¿Van a venir entonces cuando no quede un solo habitante en el país? (APLAUSOS.)
Porque de
veras que no quedaría ni un solo habitante aquí, porque aquí hasta los niños
estarían armados para defendernos, ¡hasta los niños! ¿Y entonces para qué van a pensar en volver aquí? Todas las casas destruidas, todo destruido,
todas las fábricas destruidas, ¿para qué van a volver aquí? Aquí no hay más que una sola suerte que es
esta, y es la suerte que sinceramente creo que cualquier técnico debe correr,
la de su país. Lo otro son ilusiones, es
andar con la cántara de leche al hombro, imaginándose una fortuna cuando se cae
la cántara y se rompe.
Aquí es donde
tienen el porvenir, aquí es donde tienen el trabajo remunerado, considerado y,
además, útil, porque no van a estar trabajando para ningún míster, para ninguna
compañía, para ningún americano de esos con la boca torcida, dando órdenes en
un idioma que no es el idioma de ustedes.
Vamos a
suponer que se puedan encontrar algún funcionario que tenga un poco de mal
carácter, algún compañero y que les cae pesado.
Bueno, imagínense, los cubanos no somos tan pesados. Por lo general aquí
los pesados son minorías; aquí si uno se encuentra un pesado... bueno, pero fuera se va a encontrar por cada
pesado aquí diez pesados fuera. Además,
un pesado que les va a hablar en inglés, no les va a hablar en español.
Ahora, una
cosa con la que ustedes no se van a encontrar aquí es con un ladrón, con ningún
tipo que tenga un negocio sucio, con ningún esbirro, con ningún torturador, con
ningún latifundista de esos... Y allá se
va a encontrar con todo eso. En cada
esquina de donde estén se van a encontrar un esbirro; lo mismo se encuentran
con Ventura, que con Masferrer, que se encuentran con un presidente de una
compañía de monopolio americana de esas, que se encuentran con un millonario
que ha saqueado la república, que se encuentran con un gángster que era dueño
aquí de los cabarets y de los garitos, que se encuentran toda esa clase de
gente. Lo que difícilmente se encuentran
un honrado allí; eso sí es verdad... Bueno,
sí, mire, pudiera haber algún técnico honrado allí que sin darse cuenta fue a
caer en aquella manada de gente sinvergüenza.
Aquí no se
encontrarán un hombre haciendo negocio sucio, un hombre robando, un hombre
enriqueciéndose; no se encontrarán sino gente honrada. Claro, puede caer alguno pesado; bueno, eso
es inevitable, ya eso no depende de la Revolución. Antes yo les aseguro a ustedes que había más
gente pesada, más políticos pesados.
Yo me acuerdo
que antes uno iba por la calle y por las carreteras y veía los pasquines de
fulanito, de "Yeyo", del otro, del otro... senador, representante, alcalde, concejal... toda
aquella gente. Unos se ponían muy bonitos
para ver si las mujeres les daban el voto; otros se ponían con mucha guayabera y
mucha cosa; otros por demagogia se desabrochaban la camisa para ver si le daban los votos la gente del pueblo. Aquella gente era mucho más pesada en todos
los órdenes de lo que pueda ser cualquiera ahora.
Y algunas
cosas en que no se esté de acuerdo con la Revolución, ya yo dije que la
criatura a los dos años no puede ser tan bonita como a los seis años, desde luego. Pero, en realidad, ¿esa gente con quién se va
a juntar allí...? Además, con una mano
de charlatanes que no hacen más que hablar y hablar. Claro, les ponen estaciones de radio, les
ponen todo. Nosotros no teníamos ni una
miserable estacioncita de radio cuando estábamos en el exilio para hablar, y no
era cuestión de palabras, era cuestión de hechos, y lo demás era cuento de
camino.
Allá se
consuelan hablando y hablando, con un melodramatismo que a veces ustedes oyen a
un descarado de estos hablando y dicen: ¡Hay que tener la cara dura! Y entonces después del melodramatismo
inmediatamente un anuncio en inglés. Se
ve toda aquella cosa híbrida allí; entonces oyen una música en inglés... Toda una cosa híbrida, repugnante, y producto
extraño por completo. Eso es lo que
representan realmente.
Aquí, en
cambio, todo lo nacional, la cultura, el arte nacional, todo lo del país está
desarrollándose, avanzando; adquiere perfiles cada vez más desarrollados
nuestra tradición, nuestra cultura, nuestro sentimiento nacional... Es decir que los cubanos se están
desarrollando a un impulso y a un ritmo extraordinario con el ritmo de la
Revolución.
Ellos para
contrarrestar eso no podrán aquí presentar ningún cuadro. Ya les digo que no van a poder venir con el
mayoral, ni van a poder venir con nada para engatusar a ver si confunden... Dicen:
Bueno, bueno, respetar las leyes revolucionarias, pero quitando a esa
gente; es decir, quitar a los que hicieron las leyes revolucionarias, y venir
los que estaban en contra de las leyes revolucionarias, y que por estar contra
esas leyes se vendieron a los americanos.
Los americanos son capaces de crear aquí un comunismo, pero sin los revolucionarios
que hemos hecho la Revolución; comunismo yanki.
Los americanos aceptarían un comunismo yanki aquí ahora con tal de que a
nosotros nos enterraran 20 varas bajo tierra.
Pero no pueden
pensar que hemos derrotado aquí al imperialismo, que le hemos destruido el
frente imperialista y que hemos abierto una brecha revolucionaria. Entonces, cualquier cosa... pero no pueden perdonarnos. Ellos estarían dispuestos a renunciar a todos
sus monopolios; desde luego, de una manera torpe, porque ellos son los que han
agriado las relaciones con nosotros, ellos son los que han creado la tensión. La Revolución no tenía interés en llegar a
ese agriamiento, ni tenía interés en llegar a esa tensión, pero es que a cada
ley revolucionaria venía primero la campaña de insultos, la campaña de amenazas
y después los hechos y, naturalmente, la Revolución tenía que responder, y a
cada medida una ley más, a cada medida una ley más, hasta que no quedó un
interés yanki aquí; queda el edificio de la embajada que está ahí en virtud de
una cortesía de tipo internacional, pero que está muy bueno para escuela
(APLAUSOS).
Hay que
compadecer a esa gente que se fue a mezclar en aquel ambiente. Pero, sobre todo, no hay que compadecerlos
ahora que todavía tienen algunas ilusiones; hay que compadecerlos dentro de
cinco años en que posiblemente empiecen a añorar su tierra y verán los técnicos
que se quedaron los trabajos que están haciendo porque aquí hay muchos
compañeros, y ustedes lo saben bien, que están ocupando trabajos
importantísimos en la industria, sencillamente porque han tenido una buena
conducta, no porque fueran amigos míos ni del compañero Osmany ni de nadie, y
están ahí, y nosotros no les preguntamos de quiénes eran amigos, ni mucho
menos, cómo pensaban, cómo actuaban, cuál era su identificación con la
Revolución, porque eso sí nos interesa. Nos
interesa que sean revolucionarios los técnicos, pero no vamos a exigirles que
sean revolucionarios; nos interesa que sean honrados, que trabajen
honradamente, que sean firmes.
¿Que hay un
técnico que no quiere pensar como nosotros?
Eso no tiene nada que ver con los cálculos que él tiene que hacer, con la
obra que tiene que dirigir, con el trato que les tiene que dar allí a los
obreros. Es decir que ciertas normas no
tienen que ver nada con lo que él quiera pensar; su posición filosófica no
interesa. Lo que interesa es que sea
leal a su patria, lo que interesa es que sea leal a su pueblo. Y yo no creo que a nadie le quede ninguna
duda, porque es una Revolución que está ayudando al pueblo, que está haciéndolo
todo por el pueblo, y que por eso se haya enemistado con una minoría, minoría
poderosa en recursos, minoría que influye, incluso, en una parte de otras capas
de la población, porque influían.
Nadie debe
olvidar que cuando la sublevación de los esclavos, en Haití, hubo muchas
familias que vinieron con parte de sus esclavos para acá, y se pusieron a
construir los cafetales por allá por la Gran Piedra con esclavos que trajeron. Una parte de los esclavos siguió con ellos,
en el momento en que los esclavos se sublevaron. Así que ellos tienen alguna influencia en los
otros sectores, pero es minoritaria.
Ahora, la
fuerza de la Revolución es susceptible de crecer, y está creciendo; la
Revolución tiene más organización, tiene más experiencia, y está llevando sus
recursos a todos los rincones del país; ha hecho una sólida unión de los
obreros, de los campesinos, de los obreros industriales, de los obreros de las granjas
del pueblo, de los cooperativistas y de los campesinos que tienen su finquita
chiquita, y que son más de 100 000.
Los ha organizado en asociaciones, les ha dado créditos, les ha llevado
maestros, y tiene todo un plan, lo cual promueve una estrecha unión de todos
esos sectores, que son mayoritarios, y que van a ir identificándose cada vez
más con la Revolución.
Ya tiene miles
de maestros, pero ahora van a ir decenas de miles de alfabetizadores a enseñarlos
allí a leer y a escribir; hay un espíritu que crece, que se ve en el pueblo. No son los sectores estos vacilantes, hay por
debajo de los sectores que vacilan un pueblo muy firme, y ustedes lo verán el Primero
de Mayo, ustedes verán qué movilización tan gigantesca, y ustedes los
profesionales deben sumarse a esa movilización del Primero de Mayo (APLAUSOS
PROLONGADOS).
No hay ninguna
contradicción entre los intereses de ustedes y los intereses de los
trabajadores; ustedes son también trabajadores intelectuales, es decir que
ustedes pueden marchar perfectamente junto con la clase obrera, y los profesionales
marcharán cada vez más junto con la clase obrera; y vienen nuevas oleadas,
nuevos contingentes de estudiantes universitarios, cuando la oportunidad se le
abre por igual a todo el mundo y se les dan becas a los hijos de familias pobres,
nuevos y nuevos contingentes de técnicos se irán sumando a la masa de los
actuales técnicos.
Nosotros no
podemos pedirles que ustedes vayan a ser tan revolucionarios como van a ser las
nuevas generaciones, pero tampoco nosotros mismos, los que hemos estado
dirigiendo la Revolución, somos mejores de lo que van a ser los futuros dirigentes
del país, porque también son hombres que van a llevar una preparación más
sistemática, más metódica, van a contar con recursos de preparación, con
cuadros que la Revolución no ha tenido hoy.
Desde luego
que la generación futura sabrá hacerlo todo mejor que nosotros, incluyéndonos
todos, y los muchachos que surgen de las ciudades escolares, y de los cuales en
días recientes hube de leer unos trabajos, demuestran una inteligencia virgen, que
se desarrolla de una manera prodigiosa. Llegarán
a escribir, a hablar y hacerlo todo mejor que nosotros, esa es una ley de la
historia de la Revolución.
Pero nosotros
vamos a tener un mérito también, que es hacer la Revolución en la hora difícil,
cuando hay gente que vacila, gente que no entiende, gente que se aturde y se
confunde, se le enmaraña la cabeza y deserta de la Revolución. Hay que quitarse todas esas marañas, hay que
ver claro y entender esto, entender esto como es: una Revolución social y profunda, en
que la gran masa del pueblo, la masa mayoritaria, marcha adelante con nosotros
por caminos genuinamente revolucionarios; y ahí, en esa Revolución, debe
incorporarse todo el pueblo.
Yo admito que
un latifundista no se quiera incorporar.
¿Por qué? Porque él vivía de eso,
y no se resigna ya si no es con aquel estándar de vida. ¿Pero un técnico? Porque, aun cuando un técnico haya tenido una
finca o un edificio de apartamentos, le queda su técnica, señores, le queda su
capacidad; le queda para recibir ingresos, posiblemente superiores a los que necesite,
posiblemente tenga ingresos hasta para guardar, porque la Revolución no es
avara en pagarles a los técnicos, prefiere mil veces hacer los gastos que sean
necesarios, antes de que se desperdicie el dinero por la incompetencia, o
porque no se trabaje, y queremos que lo que invierte, tanto en técnicos como en
obreros, rinda. Hasta el técnico que
haya tenido otros bienes y haya sido afectado por la Revolución, le queda eso.
Y no hay que
ser egoísta. ¿Para qué tanto dinero? ¿Ustedes no han oído la historia de los
millonarios que acumulan mucha fortuna y después se mueren, y después hasta los
hijos se dividen por la herencia, y se pelean unos con los otros? Aquí lo que le interesa a cada cual no es
hacer y acumular fortunas, sino obtener los ingresos que necesite para
satisfacer todos sus gustos, sus necesidades, y tienen oportunidad de disfrutar
de muchas cosas que antes nada más las tenían los ricos; pueden ir a las
playas, pueden alquilar yates al INIT, que antes no tenían esa oportunidad: pueden llevar,
incluso, un estándar de vida alto con los ingresos que tienen y disfrutar de
muchas cosas que no podían disfrutar antes sino unos pocos. Y pueden marchar perfectamente con la clase
obrera, porque no hay contradicción de intereses entre un tipo de trabajador manual
y un tipo de trabajador intelectual.
A eso es a lo
que nosotros exhortamos a todos los profesionales, y que el día 1ro estén ahí,
junto con los estudiantes, junto con los campesinos, junto con los obreros; porque
es una cosa digna y honrosa ser técnico en medio de una Revolución, es una cosa
digna y honrosa identificarse con esa clase revolucionaria que marcha, luchando
abnegadamente, con los que nunca tuvieron nada y hoy marchan ante la esperanza
de tener algo, que hoy marchan ante la esperanza de un destino mejor, y que hoy
marchan tras una realidad de justicia que nunca podían tener en el pasado. Unirse, unir su suerte a la Revolución, unir
su suerte a los obreros.
Ya ustedes ven
los mismos problemas con los retiros y las jubilaciones. Las cajas de retiro, unas estaban mejor que otras,
pero a la larga no podían mantenerse, a la larga iban a tener que depender de
los recursos de la nación.
Así que esto
es lo que nosotros hemos querido decirles, que no tenemos animadversión contra
los técnicos, que no tenemos prejuicios.
Les he dicho estas cosas, como se las puedo decir en cualquier momento,
con toda honradez, analizando realidades.
¿Qué es lo que
queremos nosotros, honradamente? Lo que queremos
saber es con qué técnicos contamos, quiénes son los que se van a quedar con la
Revolución, y que se hagan de una vez ese propósito (APLAUSOS PROLONGADOS). Los que no se sientan con esa energía, no
tienen necesidad de hacerles ese daño a sus compañeros ni ese daño a la
Revolución, porque el técnico no está obligado aquí: el técnico que de verdad no se sienta
con energía y que quiera acercarse a otra suerte, ese camino que nos lo diga
con toda honradez. Nosotros, incluso, les
viabilizamos la salida, y no tienen que exilarse, ni tienen que irse
escondidos...
¿Qué es lo que
queremos nosotros? Que no les hagan ese
daño al país ni se lo hagan a sus propios compañeros; porque, a la larga, les
hacen un daño a los compañeros, les hacen un daño a los que se quedan, siembran
una desconfianza, destruyen la autoridad.
Porque es tremendo que en un centro de trabajo digan: "El jefe de la obra se fue";
que en un distrito digan: "El
ingeniero se fue"; y siembran una desconfianza, y destruyen la autoridad y
destruyen la moral del técnico allí; y yo creo que un favor les podemos pedir a
los que no estén de acuerdo con nosotros, y es que no nos hagan ese daño
gratuito, que estemos contando con un hombre, y no lo tengamos. Que, con toda honradez, nos digan: "Bueno, no
queremos estar de acuerdo con la Revolución; preferimos aquel pasado,
preferimos aquella sociedad, con todos sus vicios y toda su corrupción, la preferimos
a la Revolución; no nacimos para revolucionarios." Bien, eso es honrado: yo creo que nosotros no tendríamos que
quejarnos de esa actitud, ni tendrían que quejarse los compañeros.
Y entonces
nosotros diríamos: "Bueno,
vamos a tomar las medidas: ¿cuántos
técnicos nos quedan? Nos quedan tantos ingenieros,
nos quedan tantos arquitectos." Lo
sentimos, pero tenemos que decirles: "Bueno, tienen que hacer el
esfuerzo de los demás (APLAUSOS PROLONGADOS); hay que rendir, hay que trabajar
con entusiasmo, tenemos que aplicar métodos revolucionarios de trabajo, no
detenernos porque muchas veces falta material, falta algo."
Vamos a hacer
un esfuerzo ahora, por ejemplo, para toda la madera resolverla; estamos
haciendo un gran esfuerzo para resolver lo de la madera con maderas nacionales,
incluso, y se ha destinado un número de equipos, de camiones, de buldócer, de
todo, junto con enormes planes de desarrollo forestal. Porque esa es otra cosa: ¿Por qué no hay madera aquí? Porque saquearon los montes y no sembraron
una mata. Este país sería rico solamente
por la madera que se pudo haber sembrado, y solamente por la madera que estamos
sembrando, será rica dentro de 20 años Cuba, y valdrá más la madera que estamos
sembrando que la caña (APLAUSOS).
Nos han hecho
un daño en todos los órdenes; despoblaron el país... Yo quiero que ustedes sepan que aquí
funcionaron los centrales en cierto tiempo con leña de cedro y de caoba, y leña
de cedro y de caoba sirvió para hacer carbón, para sembrar caña destruyeron esa
riqueza inmensa; polines de ferrocarril de ébano, nosotros hemos encontrado
algunos polines de ébano, en la Ciénaga de Zapata.
Y ese es otro
de los crímenes enormes que hicieron, cómo devastaron la naturaleza cubana. Y el problema ahora es, claro, que no hay
madera, y la vamos a buscar; y, al mismo tiempo, por cada palo que se tumbe se
van a sembrar 100 palos aquí. Así que
vamos a ir resolviendo todo ese problema de materiales, planificar, para que no
se detengan las obras por falta de planificación. Pero que el ingeniero ponga su empeño, que no
esté ahí esperando para ver qué pasa.
Ustedes tienen
que crear esa moral del técnico, esa no es una cosa que nosotros se la podamos
imponer a ustedes, porque eso tiene que surgir de ustedes mismos, tiene que
surgir ese movimiento de superación, de reafirmación revolucionaria, de elevación
del nivel de conciencia del técnico, de ustedes mismos. Y, miren: no se dejen arrastrar por influencias
nocivas.
Les digo, yo
no tengo interés aquí en ensañarme contra nadie, porque ni pertenezco a esa
clase de hombres que se ensañen contra nadie; a los vencidos, vencidos, y a los
fracasados, fracasados, y a los equivocados, equivocados. Yo les digo que estaban equivocados, que
había aquí ciertos señores que hicieron un poco de politiquería con los
ingenieros, para tratar después de influir y tratar de llevárselos por el mal camino. Y el ingeniero lo que tiene es que decir: "Yo no soy rebaño que siga a borrego
descarriado", eso es lo que debe decir el ingeniero; porque nadie tiene
derecho a traer sus cosas personales, ni sus ambiciones personales y venir aquí
a destruir, obstruccionar la obra de la Revolución; y los que allá se juntaron
con todo género de criminales, y se juntaron con todo género de ladrones, y se
juntaron con todo género de vendepatrias, ¡allá ellos!, que la historia se
encargue de condenarlos, y que sufran ellos las consecuencias en el futuro, cuando
comprendan sus errores.
Ustedes, los
ingenieros, los arquitectos, los técnicos, tienen que organizar ese movimiento
moralizador y revolucionario dentro de sus propias filas, porque nadie más que
ustedes sufren cuando un ingeniero deserta; reunir a todos los ingenieros y
decir: "¿Quiénes
son los que se quieren quedar?, ¿quiénes son, señores, los que se quieren
ir?" Eso es mucho más leal que lo
otro, mucho más leal para con ustedes, que son sus compañeros, y mucho más leal
con su país, a ese país al que quieren destruir los enemigos.
Así que
nosotros esperamos que ese movimiento se produzca en el seno de los técnicos; que
esa presión revolucionaria, partida del seno de ustedes, se produzca entre
ustedes, y que lo mismo que les hemos pedido a los obreros se lo podamos pedir
a ustedes; y que logremos desarrollar una gran fuerza creadora, una gran fuerza
de trabajo, una gran fuerza productiva. ¿No
será mucho mejor para todos, para ustedes y para nosotros, que esas reservas
desaparezcan; que esa desconfianza, originada por la actitud de un puñado de
hombres que no supieron cumplir con el deber, desaparezca; que nos
identifiquemos; que marchemos todos en pos de esto, que no es mío, ni del otro,
ni es de nadie? Porque nosotros
pasaremos todos, y sin embargo, lo que estamos haciendo va a quedar, tengan la
seguridad que la semilla que estamos sembrando va a crecer (APLAUSOS).
Ya va siendo
un poco tarde, y este era, fundamentalmente, el motivo de esta reunión. Como tenemos motivos de queja, tenemos también
motivos de reconocimiento para los técnicos; algunos han actuado mal y otros
han actuado muy bien. Pero era necesario
que razonáramos un poco sobre esto, porque es que nosotros podemos razonar
sobre todos estos problemas, y discutir con los compañeros todas las dudas que
tengan; nosotros podemos reunirnos en asamblea con todos los técnicos de la
república, y hablar de las cuestiones de la Revolución, hablar aquí
democráticamente, en medio de la Revolución, como nunca se habló, con los
técnicos, porque los técnicos tenían que soportar callados todo lo que pasaba
aquí, soportar callados el robo, la inmoralidad, el privilegio, las preferencias,
los favoritismos, todo, y sin poder discutir nada. Ustedes hoy tienen una oportunidad de
desarrollar sus funciones, su capacidad, como no la tuvieron nunca, porque hay obras
en dondequiera; hay trabajos importantísimos que hacer, y no hay nada más
triste que saber algo y no poder aplicarlo, tener un conocimiento de algo y no
poder ser útil.
Y la
Revolución les ha brindado a ustedes la extraordinaria oportunidad de ser
útiles. Y ser útil en la vida quiere decir
todo. Aplicar los conocimientos que
ustedes han adquirido, sin trabas de ninguna clase; el medio adecuado en que
ustedes puedan realizar todos sus sueños de constructores y de creadores. Imagínense un artista al que no lo dejaran
pintar, que no lo dejaran esculpir, que no lo dejaran moldear: se sentiría desgraciado. Y así tendría que sentirse un ingeniero, un
arquitecto, al que no lo dejaran construir, al que no tuviera oportunidad de
trabajar. Y la Revolución les da precisamente
esa oportunidad a ustedes:
la oportunidad de ser ingenieros, la oportunidad de ser
arquitectos, la oportunidad de ser creadores.
Y creo
honradamente, sin creer que la obra de la Revolución es una obra perfecta,
porque no hay obra perfecta; sin creer que la Revolución no tenga defectos; ni
creer tampoco que nosotros no los tengamos: ¡Cuántas equivocaciones habremos
cometido, las que sabemos y las que no sepamos!
Pero, la suma de todo lo hecho es extraordinariamente positiva; los
errores cometidos son errores de buena fe, los errores que se hayan cometido. Y el trabajo es este que estamos haciendo,
que es un trabajo positivo, que es una obra histórica, que ha situado a nuestro
país en una posición de prestigio en todo el mundo. ¡Y cuántos ingenieros de América Latina y otros
países quisieran estar aquí trabajando, mientras hay algunos de aquí que
renuncian a lo que tienen, y renuncian al honor, y al prestigio y al orgullo de
trabajar junto con la Revolución!
Estas son las
conclusiones. Yo he querido hablar sin
lastimar, sin herir, y sobre todo que comprendan nuestro ánimo, nuestro aprecio
por los técnicos, nuestra necesidad por los técnicos. Claro que no hay nada mejor... cuando el hombre es técnico y es
revolucionario resulta el jefe perfecto de un trabajo, de una obra; cuando es
contrarrevolucionario es preferible tener a alguien que no tenga tanta
capacidad técnica como él, pero que sea honrado (APLAUSOS).
Los invitamos
el Primero de Mayo a marchar junto con los trabajadores; los invitamos a
marchar junto a la Revolución; los invitamos a correr la suerte de la
Revolución. A los honrados, a los
patriotas, a los que sean capaces de comprenderla, los invitamos a seguir con
nosotros. Y a los demás, con dolor,
porque quisiéramos que todos fueran revolucionarios, quisiéramos que todos
comprendieran esta obra, pero los que no la comprendan, entonces el favor que
les pedimos es que no nos hagan el daño de quedarse junto a la Revolución si no
la sienten y si no la creen (APLAUSOS).
Con ustedes,
compañeros, podemos marchar perfectamente de acuerdo. Los técnicos y la Revolución pueden marchar
perfectamente de acuerdo. A ustedes les
podemos hablar así; no les podríamos hablar así a los dueños de los centrales
azucareros, porque no hay manera de ponernos de acuerdo, ni a los dueños de las
grandes extensiones de tierra, no. Pero
a ustedes los técnicos, que son trabajadores intelectuales, y que estudiaron
precisamente para desempeñar esa función, para construir casas, para construir
puentes, para construir carreteras, para hacer fábricas, sí les podemos hablar
así, y con esa fe y con esa convicción les hemos venido a hablar esta noche,
esperando que ustedes sepan interpretar, y respondan cabalmente a esta
exhortación nuestra.
Así que eso es
todo lo que les teníamos que decir.
¡Patria o
Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)