DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN LA
GRADUACION DE 750 INSTRUCTORES REVOLUCIONARIOS, CELEBRADA EN A ESCUELA DE
INSTRUCTORES REVOLUCIONARIOS “OSVALDO SANCHEZ”, EL 20 DE SEPTIEMBRE DE 1961.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS DEL
GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Compañeros
profesores;
Compañeros
instructores revolucionarios:
Hace cuatro meses y medio comenzaron ustedes este
curso. Bien recuerdo aquella tarde. Todavía estaba muy fresco, como lo está aún y
lo estará siempre, el recuerdo de aquellos días, de aquellos días que siguieron
a la artera y criminal invasión de los enemigos de nuestra patria.
Aún en medio de la victoria, a todos nos embargaba el
recuerdo de los sacrificios hechos, a todos nos indignaba profundamente la
sinrazón de aquel crimen. Y sobre
nuestro país pesaba la amenaza vertida contra nosotros por los gobernantes del
imperio yanki. Fue en aquellas
circunstancias cuando se inauguró el curso.
Acabábamos de derrotar al enemigo, y, sin embargo,
comenzábamos un nuevo curso; acabábamos de obtener una gran victoria, y, sin
embargo no nos dormíamos sobre los laureles, e inmediatamente nos dábamos todos
a la tarea de prepararnos para las contingencias futuras.
Es muy cierto lo que decía el director de esta
escuela: la escuela en lo físico ha
cambiado mucho. ¿Qué era esta escuela, o
qué era este edificio? Este era el
famoso edificio de Tiscornia, donde penaban aquí
algunos extranjeros, aquellos extranjeros que no tenían, por lo general, dinero
para comprar alguna autoridad. Los
extranjeros que tenían dinero no venían aquí, compraban al ministro si era
necesario, y entonces andaban por la calle y obtenían residencia en nuestro
país; había también extranjeros gángsters, esos tampoco venían nunca a Tiscornia. Y había
aquellos extranjeros que tanto nos explotaron, aquellos que tan despiadadamente
explotaron a nuestro país y cercenaron nuestra soberanía durante casi medio
siglo: los
agentes del imperialismo, los administradores de los monopolios. Y esos tampoco venían nunca a este
sitio. Penaba aquí alguno que otro
extranjero extraviado, y a veces también alguno que otro extranjero
revolucionario, que venía perseguido de su país y era enviado a esta prisión
por los gobernantes del pasado.
Y en este cuerpo de edificios se escogió el sitio para
organizar la escuela. Y entonces era
todo un desorden, todo un caos, había una gran cantidad de escombros. Nosotros no habíamos tenido oportunidad de
regresar por aquí desde que comenzó el curso, y somos testigos de lo hermosa
que está la escuela, de todos los arreglos, de los grandes cambios que en el
orden físico han tenido lugar aquí, hasta convertirla en un centro que fuese
para ustedes de relativas comodidades y agradable.
Es decir que ustedes fueron los iniciadores de esta
escuela, los primeros alumnos de la escuela, y en parte también los
constructores de esta escuela. Y
demuestra cómo han trabajado.
Me pareció muy justo el ejemplo que puso el director
acerca de que ustedes estaban haciendo aquí, en esta escuela, lo que la
Revolución estaba haciendo en todo el país.
Ahora, después de cuatro meses de trabajos y de
estudios, ustedes tienen la satisfacción de recibir su diploma de instructores
revolucionarios. Me imagino que para
todos ustedes sea un minuto de alegría, de júbilo y de justo disfrute de su
comportamiento, de su disciplina y del esfuerzo que han hecho. Pero no es solo un minuto de júbilo para
ustedes, es también para todos nosotros un gran minuto de satisfacción y de
alegría. Lo es también para todos los
compañeros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y lo es también para el
pueblo. Desde luego, no lo es para los
enemigos del pueblo, los que odian a nuestra Revolución porque destruyó sus
privilegios; los que odian a nuestra Revolución porque puso fin a la
injusticia: el extranjero poderoso,
impotente ante nosotros, y con más odio cuanto más impotente, y con más odio
cuanto menos ha podido, a pesar de su poder, destruir la Revolución justiciera
en nuestro país pequeño; los amos extranjeros de ayer, y los eternos traidores,
los traidores de siempre, los que en las grandes luchas históricas de los
pueblos son desleales a sus pueblos y son servidores de los enemigos de su
pueblo; los eternos traidores que sirven al enemigo de la patria, los eternos
traidores que en todas las épocas de la historia y en todas las grandes
contingencias han aparecido siempre para servir al enemigo, sin que nunca hayan
podido encontrar justificación para su conducta vergonzosa.
Para esos no será un minuto de júbilo, para esos no
será un minuto de satisfacción. Ellos
saben lo que esto significa, ellos saben que hemos dispuesto de cuatro meses y
medio más para extraer de esta escuela una legión de combatientes
revolucionarios, una legión de soldados verdaderos de la patria, leales a ella,
firmes y eternamente fieles a la gran causa que están defendiendo. Ellos saben que esto significa más fuerza
para la Revolución, ellos saben que esto significa más energía para la
Revolución, ellos saben que esto significa más moral, más convicción, más
espíritu revolucionario para la Revolución.
Y para nuestro pueblo esa convicción que lo hará
sentirse más seguro todavía, que lo hará sentirse más confiado todavía. Y para nosotros, los que tenemos
responsabilidades en la dirección de nuestra patria a través de este proceso
revolucionario, la satisfacción de saber que ustedes llegan como refuerzo a las
filas de las unidades de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de que ustedes
llegan a desempeñar un papel que es de suma importancia; la satisfacción de
saber que contamos con 750 instructores revolucionarios, de los 900 alumnos que
comenzaron el curso.
En el momento en que ustedes terminan este curso, es
necesario a nuestro país y a nuestra Revolución redoblar el esfuerzo. Es en el instante en que de nuevo se ciernen
sobre la patria las amenazas de nuevas agresiones, en que de nuevo se ciernen
sobre nuestro pueblo las amenazas de nuevos crímenes, de nuevas violaciones a
sus derechos, a su soberanía, a su sagrado principio, a su sagrado derecho de
autodeterminación.
Para nosotros estas amenazas y estos riesgos y estas
contingencias no son nuevas. Ya hemos
vivido algo, ya hemos vivido casi tres años de Revolución, y cada año, cada
mes, cada día, nos ha ido enseñando mucho.
Ya a nosotros estas amenazas no nos impresionan, no nos impresionaron
nunca, mucho menos nos van a impresionar ahora.
Los contrarrevolucionarios, los agentes del enemigo,
¿qué hablan?, ¿qué dicen? Pues ellos,
cada vez que viene un período de amenazas y de planes, tratan de sacar
provecho, tratan de alentarse, tratan de agruparse, tratan de ilusionarse, y
tratan de ilusionar también a los suyos, a los timoratos, a los incautos; ellos
son los primeros propagadores de los planes.
Nosotros sabemos de planes por informaciones que recibimos de distintas
vías. Ellos saben de planes a través de
sus amos, pero son los primeros propagadores de esos planes, y ahora andan
diciendo que vendrá, y será tremenda.
Ahora andan diciendo que la próxima vez sí que no van a fallar, y con
esas ilusiones y con esos pregones tratan de entusiasmarse.
Claro está que la otra vez lo sabíamos, pero no lo
sabíamos por ningún sistema de espionaje especial, no hacía falta ningún
sistema de espionaje especial para eso.
Lo sabíamos porque ellos no son capaces de guardar ningún secreto, entre
otras cosas. Porque ellos necesitaban
envalentonarse, ellos necesitaban despedirse de sus novias, ellos necesitaban
cada uno una novela, escenificar la novela, y en consecuencia, todo ese estilo
aparatoso que caracteriza a los farsantes, todo ese estilo aparatoso que
caracteriza a los mercenarios.
Nosotros recibíamos noticias por todos los medios, y
hasta por la propia prensa enemiga, hasta por los propios reporteros
sensacionalistas. Por sus divisiones,
por sus ambiciones, y por otras muchas razones, nosotros sabíamos lo que iba a
ocurrir, es decir, sabíamos las amenazas, sabíamos los preparativos, sabíamos
los movimientos, y además, aunque no hubiéramos sabido nada, nada, nada, aquel
bombardeo del día 15 al amanecer, era suficiente para que nosotros supiéramos
que no tardarían apenas 48 ó 72 horas en desembarcar en el territorio nacional.
Desde que comenzaron sus preparativos lo
sabíamos. Desde luego, ellos siempre
cuando hacen los planes, antes de empezar a reclutar el primer hombre ya
empiezan a hablar de sus planes, ya empiezan a ilusionarse. Ahora están hablando también, ahora también
están ilusionándose, ahora también comienzan a dar los primeros pasos, y
algunos pasos los vienen dando desde hace algún tiempo; nuevos reclutamientos,
nuevos grupos de mercenarios en distintos puntos, reclutamiento de vendepatrias en las filas del ejército yanki, actividades
paralelas a esos preparativos militares, campañas del clero fascistoide,
campañas de ese mismo clero y de los agentes del imperialismo para dividir,
para confundir, para debilitar. Una
serie de pasos coordinados, esfuerzos para agrupar a todos los
contrarrevolucionarios, porque aunque parezca mentira, aunque un
contrarrevolucionario es lo más parecido que hay a otro contrarrevolucionario;
aunque un agente de la Agencia Central de Inteligencia es lo más parecido que
hay a un agente de la Agencia Central de Inteligencia; aunque un traidor a su
patria es lo más parecido que hay a un traidor a su patria; aunque un
explotador es lo más parecido que hay a un explotador; todos esos señores que
son exactamente la misma cosa, porque están definidos por su condición de
traidores a la patria, de agentes de los enemigos de la patria, de mercenarios
al servicio de un gobierno extranjero, a pesar de ser todos exactamente
iguales, están divididos en 177 organizaciones.
Y en los últimos meses un representante yanki
abiertamente —para qué ocultarlo—, descaradamente —para qué disimularlo— se dio
a la tarea de tratar de reunir a esas 177 organizaciones para formar un
gobierno en el exilio. Todos esos planes
se han ido llevando paralelamente, y parece increíble, o pudiera parecer
increíble, aunque para nosotros siempre fue una cosa lógica, que a estas horas
ya hayan vencido algunos escrúpulos, escrúpulos que todavía simulaban tener
algunos. El escrúpulo de unirse con los
esbirros de Batista, el escrúpulo de unirse con los asesinos de la tiranía
batistiana; algunos tenían apariencia de escrúpulos, porque algunos de ellos
habían sido compañeros de hombres que fueron asesinados por esos mismos
esbirros, que un día acompañaron el féretro de compañeros suyos torturados y
exterminados por los asesinos de la tiranía, y que hoy, hoy, cuando apenas han
transcurrido tres años, se unen a esos mismos asesinos de los que fueron sus
compañeros, se juntan a los victimarios.
Ya las apariencias de escrúpulos desaparecieron, y ya se juntan todos,
ya se agrupan absolutamente todos bajo la misma bandera de traición, bajo la
misma bandera mercenaria, bajo el mismo amo.
Ya se agrupan en una misma jauría, la jauría de los
ladrones, la jauría de los malversadores, la jauría de los politiqueros, la
jauría de los asesinos, la jauría de los traidores a la patria. Forman la misma jauría que quisiera volver
sobre la patria cubana. ¿Qué defienden
ellos? ¿Qué defienden ellos? ¿Qué quieren ellos? ¿Qué pretenden ellos cuando se juntan los
criminales, los esbirros, los ladrones, los corrompidos? ¿Qué buscan?
Buscan volver de nuevo sobre la patria.
Mal gobierno, gobierno corrompido, gobierno de
gángsters, gobierno de politiqueros, gobierno de entreguistas, fue el gobierno
de Carlos Prío. Gobierno de gángsters,
gobierno de esbirros, gobierno de entreguistas, gobierno de corrompidos,
gobierno de malversadores, gobierno de saqueadores fue el gobierno de
Batista. Politiqueros fueron todos,
ladrones fueron todos, criminales fueron todos, enemigos del pueblo fueron
todos, sobre todo, y esencialmente, enemigos del cubano trabajador, enemigos
del campesino, enemigos de las clases humildes de nuestro país, enemigos de los
explotados y amigos de los explotadores nacionales o extranjeros. Y si malo fue uno y malo fue el otro,
calculen lo que serán los dos juntos (RISAS Y APLAUSOS PROLONGADOS).
Lo que buscan, lo que pretenden, lo que sueñan,
reunidos todos los enemigos de la patria, reunidos todos los enemigos de los
trabajadores, los que asesinaron a tantos líderes obreros honestos, los que
dieron lugar a tantas injusticias, los que apañaron tantos atropellos, los que
cometieron tantos crímenes, reunidos todos bajo la misma bandera, bajo el mismo
amo. Porque todos ellos fueron
servidores de los monopolios, todos ellos fueron servidores de los intereses
yankis, todos ellos fueron beneficiarios de esa complicidad.
Era lógico que se reunieran todos, a todos los une el
mismo odio, a todos los une el mismo amo, a todos los une la misma impotencia y
la misma rabia, a todos los une la misma traición, a todos los une el mismo
delito.
Y todo este proceso ha ido teniendo lugar junto con
los preparativos de nuevas agresiones, y toda esta jauría de criminales y
ladrones trata de ilusionarse con la idea de que regresarán a nuestro país;
tratan de crear ilusiones entre sus secuaces y, si fuera posible, crear temor
entre los vacilantes y los pusilánimes, entre los confusos, entre los idiotas;
y sueñan, y tratan de hacer soñar a los otros, en que van a regresar a Cuba, en
que van a volver a gobernar este país, en que van a volver a implantar su
imperio de saqueo, de piratería, de crimen, de atropello, de explotación y de
injusticia. Sueñan con eso, ¡como si no
estuviéramos nosotros de por medio!
(APLAUSOS PROLONGADOS.) Sueñan
con eso, como si el pueblo no existiera; sueñan con eso, como si nuestras
unidades de combate no existieran; sueñan con eso, como si nuestra formidable
vanguardia revolucionaria no existiera; sueñan con eso, como si nuestra clase
obrera no existiera; sueñan con eso, como si nuestros campesinos redimidos de
la explotación no existieran; como si nuestros jóvenes heroicos no existieran;
como si nuestras mujeres, firmes y luchadoras, no existieran; sueñan con eso,
¡como si la vergüenza no existiera!, ¡como si la dignidad no existiera! (APLAUSOS PROLONGADOS); como si no existiera
la justicia, ni existiera el ideal, ni existiera el espíritu de un pueblo que
al conjuro de ese ideal y de esa justicia se puso de pie y se puso en marcha;
como si la obra de la Revolución no existiera.
Sueñan con eso, como también, quizás, la realidad le
parezca una pesadilla; la pesadilla que es una revolución para los
explotadores; la pesadilla que es una revolución socialista en América para el
imperialismo (APLAUSOS PROLONGADOS); la pesadilla que es ver a la clase obrera
al frente de los destinos de un país; la pesadilla que es para ellos ver a los
campesinos trabajando la tierra sin pagar rentas; la pesadilla que es para
ellos ver los antaños poderosos e inexpugnables
cuarteles convertidos en aulas escolares; la pesadilla que es para ellos ver al
pueblo bañándose en las playas; ver al pueblo, blanco o negro, sin ninguna
desigualdad, sin ninguna odiosa discriminación, vivir bajo el mismo cielo y
sobre la misma tierra, con el mismo derecho; ver que el analfabetismo
desaparece, ver que no quedará uno solo del millón y tantos analfabetos; ver
los extraordinarios avances, el porvenir agrícola e industrial de nuestro país;
ver ese movimiento masivo de educación para preparar a las decenas y decenas de
miles de técnicos que el país necesita; la pesadilla que es para ellos ver al
pueblo armado.
El pueblo, sí, ¡el pueblo armado! ¿Quién?
El hombre humilde del pueblo, el obrero que ayer tenía que soportar la
humillación; el obrero humilde, que ayer tenía que vivir bajo la opresión del
mercenario; ver a un guajiro —aquel guajiro al que le robaban el cochino, o le
robaban la gallina, o le ofendían la familia— armado de un fusil; ver al joven
armado, al joven aquel que asesinaban en las calles, al estudiante aquel que
torturaban en las estaciones de policía; a la mujer aquella que ellos ultrajaban;
a las madres cuyos hijos asesinaron; a los hermanos de sus víctimas; a la clase
explotada, a la clase oprimida, a la clase humillada; al negro que
discriminaban, que no le permitían trabajar en un Ten Cent
—que, en cambio, podía llamarse Ten Cent, ¡aunque ese
negro se llamara Juan, y fuese cubano, y nacido en esta tierra! (APLAUSOS PROLONGADOS); ver armado al hombre
del pueblo.
¿Cuál hombre del pueblo?, ¿el más encumbrado? No, el más humilde hombre del pueblo, el más
modesto, el más olvidado, aquel al que despreciaban, aquel al que nadie
consideraba —era pueblo, y pueblo para ellos era basura; pueblo, para ellos,
era carne de explotación; pueblo, para ellos, era sudor y sangre sobre el cual
edificaban su vida muelle, su vida holgazana, su vida cómoda, su vida de
placeres, su vida de lujos, su vida de paseos; era sangre y sudor. Eso era el pueblo, sangre y sudor, para
amasar con sangre y sudor sus privilegios.
Y hoy ven que la sangre y el sudor se levantan para
convertirse en pueblo armado, en pueblo valiente, en pueblo culto, en pueblo
consciente de sus destinos; y que cada uno de aquellos que dejaron en la
ignorancia, cada uno de aquellos a quienes no les quedó siquiera, en medio de
una vida de dolor y de trabajo, de humillación y de miseria, la satisfacción de
poder leer cinco letras juntas, la satisfacción de poder escribir el nombre que
le habían dado al venir al mundo; a esos que ellos dejaron en el olvido más
criminal, y criminal mil veces, porque lo mantenían en la ignorancia para
engañarlo, para que el latifundista pudiera robarle en las cuentas, cargarle
más de lo que debía cargarle, pagarle menos de lo que debía pagarle; criminal
mil veces, porque lo mantenían en la ignorancia para explotarlo a él y a su
familia inmisericordemente; en ese olvido en que dejaron a tantos cubanos, sin
contar los niños que se murieron porque no había un médico para ellos, porque
la medicina para ellos se convertía en Cadillacs, se
convertía en palacetes, se convertía en cuentas bancarias, que fueron fundadas
a costa de vidas, a costa de niños sin escuelas, de niños sin hospitales, de
niños sin zapatos, de niños sin ropas.
Y así hicieron ellos sus fortunas, y así tenían al 30%
de la población adulta sin saber leer ni escribir. ¡Tiene que ser para ellos una pesadilla ver a
ese hombre alfabetizado!, ¡tiene que ser para ellos una pesadilla saber que ese
hombre aprendió a leer y a escribir, y que ese hombre tiene hoy un arma en la
mano para que contra él no se vuelva a cometer jamás semejante crimen! Porque la Revolución tiene cosas profundas,
muy profundas, que no serán capaces de comprender jamás los cerebros
emblandecidos por la mentira; que no podrán ser capaces de comprender jamás las
inteligencias mutiladas por la mentira y por el privilegio; que no serán
capaces de comprender aquellos que de una u otra manera disfrutaron de esos
privilegios, y no se resignan a que para hacerle justicia a la gran masa, la
gran masa que no tenía palacetes, ni tenía clubs, ni tenía escuelas, que muchas
veces no tenía pan siquiera, que muchas veces no tenía un centavo en el
bolsillo, porque tenía que cansarse de recorrer de puerta en puerta mendigando
trabajo.
Y qué cosa tan absurda que un hombre tenga que
mendigar trabajo; que un hombre, para conseguirse el derecho a ganarse el pan
con el sudor de su frente tenga que mendigar a un politiquero, o a un
contratista rapaz, o a un capataz soberbio, unos días de trabajo, unas horas de
trabajo. Y la Revolución tiene cosas muy
profundas, y ha llegado muy hondo, y ha llegado muy lejos, ¡donde tenía que
llegar!, en las capas más humildes, en las capas más explotadas, a donde ha
llegado con su justicia tan hondo como llegó hondo en el aniquilamiento de los
privilegios de los que explotaban a esas clases sociales.
Y como grande es el odio de los enemigos de una
revolución que puso fin a todo aquello, grande es el heroísmo, grande ha sido y
demostrado ya ese heroísmo con que los hombres y las mujeres liberados por la
Revolución la defienden. Y ellos jamás,
en su odio, jamás, movidos por ese odio, podrán llegar a hacerle frente a la
energía, a la moral y a la decisión que, inspirados en sus convicciones, tienen
para defender a esa Revolución las capas humildes de nuestro país.
Ustedes van a partir hacia las distintas unidades, van
a ser los instructores revolucionarios de nuestras unidades de combate. De esas unidades salieron ustedes, de las
distintas unidades de las armas revolucionarias; a esas unidades o a otras
unidades irán ustedes ahora.
Ustedes son los instructores revolucionarios de los
soldados de la Revolución. Ese ejército
es el ejército de los humildes de la patria; ese ejército es el ejército de los
explotados de ayer; ese ejército es el
ejército de los obreros y de los campesinos, es el ejército de los que
trabajan, de los que crean y de los que producen, y se fundó, precisamente,
para defender sus derechos, se creó para que nunca más volvieran a ser
oprimidos y explotados.
Esos soldados, esos combatientes, proceden de las
mismas filas de ustedes, son sus compañeros de clase, son sus compañeros en el
ideal. A esos combatientes son los que
ustedes están llamados a superar, a ayudar, a educar, a comprender cada vez
mejor el carácter de la Revolución, los ideales de la Revolución, la justicia
de la Revolución; el carácter de lucha de clases de la Revolución, de lucha de
clases entre las clases explotadas y las clases explotadoras.
A ese combatiente han de tenerle ustedes siempre
presente quiénes son sus enemigos, y por qué son sus enemigos. Ustedes irán a enseñarle todo lo que ustedes
sepan, todo lo que ustedes sabían y todo lo que ustedes han aprendido en esta
escuela.
¿Por qué es necesario el instructor
revolucionario? Porque el ejército de
una revolución no es un ejército de mercenarios, los combatientes de una
revolución no combaten porque les paguen; los combatientes de la Revolución
combaten por un ideal, los combatientes de una revolución son por eso capaces
de hacer sacrificios y esfuerzos que jamás podrá hacer un soldado
mercenario. Los mercenarios se rinden,
los mercenarios levantan bandera blanca; ¡los combatientes verdaderos de una
revolución no levantan jamás bandera blanca!
(APLAUSOS.) Los combatientes de una revolución prefieren mil veces la
muerte física a la muerte moral; los mercenarios, moralmente muertos desde
siempre, se conforman con preservar la vida física.
Los soldados de una revolución son obreros, son
campesinos, son hombres como ustedes, que se ganaban la vida trabajando en una
fábrica, que nunca pensaron ser soldados, que nunca habrían sido soldados si no
se hubiese tratado de una revolución; que solo se han convertido en soldados
cuando vino una revolución, cuando tuvieron que ser soldados para defender sus
derechos, cuando tuvieron que ser soldados para defender una causa justa,
cuando tuvieron que ser soldados para defender su patria.
Jamás habrían sido ustedes soldados de un ejército que
defendiera monopolios, que defendiera explotadores, que defendiera
patronos. Por eso ustedes eran obreros,
por eso ustedes no eran soldados, ni habrían sido jamás soldados. Y, sin embargo, ahora abandonaron el trabajo,
es decir, dejaron de hacer lo que siempre hacían —y hacían gustosamente— para
ser combatientes de la Revolución.
Y claro que ese combatiente es por todos conceptos
superior al combatiente mercenario; es por todos conceptos superior, incluso, a
ese soldado que reclutan, porque ninguno de ustedes fue obligado por ninguna
ley a ser combatiente. Y en las guerras
se reclutan los combatientes por ley; y ese que va a filas por ley nunca es un
combatiente como lo es el que viene espontáneamente, porque sabe a qué viene, y
porque está orgulloso de luchar en las filas de esa fuerza revolucionaria.
Y así son todos los combatientes de la
Revolución. De ahí que un ejército
mercenario lo que necesita es jefe, y un ejército revolucionario necesita jefe
y necesita instructores revolucionarios.
Es decir, necesita del hombre que sea guardián del ideal, que sea
guardián de la disciplina, que sea guardián de la conducta revolucionaria y de
la conducta moral del soldado; que sea el
amigo del soldado, el que conozca sus problemas, el que lo oriente, el que le
hable en términos de compañero de su propia fila, el que le hable de soldado a
soldado, el que lo instruya, el que se preocupe por su educación, el que lo
aliente, el que levante su moral en los momentos difíciles; necesita del
ejemplo, porque ustedes, instructores revolucionarios, recuérdense de
esto: primero que nada, más que
maestros, más que amigos, más que compañeros, ustedes han de ser el ejemplo. Ustedes son, antes que nada, el ejemplo para
los combatientes, el ejemplo en todo, el ejemplo en las marchas, el ejemplo en
los campamentos, el ejemplo en el combate, el ejemplo en el sacrificio.
Y por eso, si fuésemos a dar una definición de qué es
un instructor revolucionario, podríamos decir que el instructor revolucionario
es, antes que nada, el ejemplo de la tropa.
Y además de ser el ejemplo, y mientras más sea el ejemplo de la tropa,
podrá ser el maestro de la tropa, podrá ser el amigo de la tropa, podrá ser el
compañero, podrá ser el educador, podrá ser el predicador, podrá ser la luz de
la tropa.
Desde el punto de vista militar a ustedes les habrán
explicado perfectamente bien que existe un mando militar, que el instructor
está subordinado al mando militar, que el instructor debe ser el ejemplo en la
disciplina, que debe ser el principal colaborador en el mantenimiento de la
disciplina y en el cumplimiento de las órdenes que emanen de la jefatura
militar. El instructor no tiene por qué
chocar nunca con las funciones que le corresponden al jefe militar, porque el
jefe militar tiene sus funciones, y puede ser un buen jefe militar al que, sin
embargo, no se le puedan asignar más funciones porque él tiene las suyas,
porque él tiene su trabajo, tiene que trabajar en los mapas, tiene que trabajar
en los planes, tiene que trabajar en las exploraciones, tiene que trabajar en
la táctica, tiene ,que trabajar en todo lo que concierne a sus funciones de
jefe de una tropa que vaya a combatir.
El mejor colaborador del jefe de la unidad debe ser el
instructor revolucionario. El instructor
revolucionario debe tratar de adquirir el mayor número de conocimientos
posibles sobre cuestiones militares, debe ser un amigo del jefe militar, un
compañero del jefe militar. Y cuanto más
cumpla las funciones que le corresponde, elevando la moral de la tropa, el
espíritu revolucionario de la tropa, educando a la tropa, luchando por la
disciplina, luchando por el comportamiento de la tropa, más será su
identificación con el jefe de la unidad.
Debe tratar de adquirir el mayor número de
conocimientos militares —como aquí se
les ha tratado de enseñar todo lo posible sobre cuestiones militares—, porque
hay ocasiones en que puede caer el jefe, puede quedarse sin mando, puede caer
el segundo jefe, y en ese momento haga falta un hombre para tomar el mando, y
entonces ese hombre es el instructor revolucionario.
El instructor revolucionario es el que nunca pierde el
ánimo, el que nunca se cansa, el que nunca desfallece, el que le da aliento a los demás.
Y eso es muy importante en toda unidad de combate, eso es muy importante
en toda campaña, eso es muy importante en toda guerra.
El instructor revolucionario se preocupa del
tratamiento que el soldado le da a las armas, a los vehículos, al material; y
se preocupa muy especialmente de las relaciones del soldado revolucionario con
el pueblo, de su trato con la población, de su trato con los campesinos, del
respeto absoluto a los bienes de esos campesinos, a las personas de esos
campesinos o de esas poblaciones.
El instructor revolucionario se preocupa de que la
tropa sea correcta, de que la tropa se comporte correctamente dondequiera que
se encuentre: en
el campamento o en campaña, en cualquier circunstancia; del respeto de la tropa
hacia la población muy especialmente, del buen trato de la tropa hacia la
población, de la conducta del soldado.
El instructor revolucionario se tiene que preocupar de todas esas cosas,
y siempre predicar entre los soldados esa línea recta, siempre predicar entre
los soldados los principios de la Revolución que defiende, los métodos de la
Revolución que defiende, y que esos principios los cumpla siempre.
Y el primer principio de un ejército revolucionario es
el respeto al pueblo, sobre todo el respeto a su pueblo; y es, incluso, el
respeto a los enemigos suyos, el respeto al enemigo, que es una de las cosas
más difíciles, una de las cosas más difíciles de lograr, y que, sin embargo, a
nosotros la experiencia nos enseña que eso es posible, no importa el odio que
sienta con razón hacia los enemigos de su patria, hacia los enemigos de su
pueblo. El soldado revolucionario no
asesina, el soldado revolucionario no tortura, el soldado revolucionario no le
quita la vida a un enemigo prisionero por iniciativa propia; el soldado
revolucionario lo presenta ante los mandos, y siempre pone el destino del
prisionero en manos de la autoridad que corresponda decidir sobre ese destino.
Y esa fue una de las más hermosas tradiciones del
Ejército Rebelde. Y comprendemos que es
difícil cuando se enconan los sentimientos, comprendemos cuán difícil es
mantener esa ecuanimidad ante la monstruosidad de los enemigos, ante el tamaño
del crimen de los enemigos; comprendemos el deseo de aniquilarlos, de
desaparecerlos de nuestra vista, deseo que es natural, deseo que es lógico,
pero que nunca debe llevar al soldado revolucionario a tomarse la justicia por
su propia mano, que nunca lo debe llevar a desacatar las órdenes y a desacatar
la disciplina, y que nunca lo debe llevar, sencillamente, a cometer un crimen,
porque nunca el crimen tiene justificación, y porque para combatir a los
enemigos tenemos las leyes. Esas leyes
habrán sido más o menos drásticas, esas leyes se habrán cumplido con más o
menos severidad, pero la Revolución tiene siempre el derecho de hacerlas más drásticas
si las circunstancias lo exigen, la Revolución tiene el derecho de aplicarlas
con más severidad si las circunstancias lo exigen.
Y ese es el principio fundamental, el principio de que
pertenecemos a una Revolución, de que pertenecemos a una colectividad, y que es
la colectividad la que castiga, y no el individuo; que es la colectividad la
que hace justicia a través de los órganos correspondientes, y no el
individuo. La aplicación de la justicia
no puede ser individualista. Ese
concepto no es propio de la revolución socialista; ese individualismo es propio
del capitalismo explotador y criminal, jamás será correcto en una revolución
cuyo fundamento es el principio de la colectividad, el derecho de la sociedad y
la fuerza de la sociedad. Y, además, porque
si es honroso matar peleando, siempre será deshonroso matar a sangre fría a un
enemigo rendido; y, además, porque el soldado prisionero no es prisionero de un
hombre: es
prisionero de un ejército; no lo capturó ese hombre, no es suyo: lo capturó el ejército, lo capturó la
Revolución entera.
Y por eso hay que combatir las manifestaciones de
individualismo que pretendan la aplicación de la justicia por su propia mano, y
siempre ser firmes en ese principio, siempre ser firmes, porque el día que se
vacile en esto estaremos quebrantando la disciplina, estaremos quebrantando la
autoridad, y estaremos quebrantando los principios.
La Revolución tiene la facultad de aplicar, por ley,
las medidas que sean necesarias. La
Revolución ha aplicado medidas de justicia contra los criminales. La Revolución es verdad que ha sido generosa,
pero eso no significa que la Revolución haya renunciado jamás su derecho a ser
todo lo severa que sea necesario. Nadie
nunca debe impacientarse. La victoria no
es, a la larga, de los impacientes; la victoria es de los perseverantes. La lucha es larga, la lucha es dura. ¡Ojalá la Revolución no tenga que aplicar
medidas más severas, pero si la Revolución tiene que aplicar medidas más
severas las aplicará! La Revolución
tiene el derecho a aplicarlas para defenderse de sus enemigos; la Revolución
tiene el derecho a aplicarlas para defender su vida; la Revolución tiene el
derecho de aplicarlas para defender su existencia. Y la Revolución, cuando sea necesario, las
aplicará. El haber sido generoso, el
haber sido nuestro pueblo generoso, no le quita ese derecho, sino que le da el
derecho, cuando las circunstancias lo exijan, a ser tan duro como sea
necesario.
Y tengan ustedes la seguridad de que así será, tengan
ustedes la seguridad de que el pueblo será tan duro con sus enemigos como sea
necesario (APLAUSOS).
Sobre todas esas cuestiones morales, sobre todas esas
cuestiones de principio, sobre todas esas cuestiones ideológicas, y de
disciplina, y de comportamiento, y de relación, ustedes deben orientar a los
combatientes de sus unidades.
La presencia de ustedes en las unidades las hará más
disciplinadas, las hará más preparadas, las hará más revolucionarias. Hay veces que una unidad acampa en un lugar y
comete faltas. Cualquier falta va contra
el prestigio de la unidad. Si una unidad
llega a un campamento y se come la comida de otra unidad, eso irá contra el
prestigio de la unidad; si una unidad llega a un sitio, a un campamento, y
descansa en los sitios de descanso de otra unidad, eso va contra su
prestigio. Y a veces, cuando las
unidades están movilizadas llegan quejas.
A lo mejor quedan cerca de una escuela, tienen conflictos con el
director de la escuela; llegan a una granja y pueden tener conflictos con el
director de la granja.
Pueden hacer dos cosas si necesitan algo: o tomarla —y harían
mal—, o solicitarlas como corresponde, al jefe, al administrador de esa
granja. Ustedes tendrán 1 000 casos, y
la propia vida les irá dando experiencias.
Pero recuerden ustedes: cuando nosotros tengamos noticias del
mal comportamiento del personal de alguna unidad —y cuando hablo de unidad es
en sentido figurado, porque no es la unidad la que comete una falta, puede
cometerla un miembro de la unidad, puede cometerla una parte del personal de la
unidad— nosotros siempre iremos a exigir les responsabilidad al jefe de la
unidad y al instructor revolucionario de la unidad.
Esa es la tarea fundamental que les corresponde a
ustedes, que nunca debe entrar en conflicto, ni entrará en conflicto con el jefe
militar de la unidad.
Ahora, ustedes tienen dos tareas: las tareas en la paz y las tareas en
la guerra. En la guerra las tareas de
ustedes se multiplican, la misión de ustedes se hace más importante todavía,
porque en la guerra ser el ejemplo es una tarea más dura todavía. Y el instructor debe ser en la guerra el
ejemplo de los soldados.
Y para todos los combatientes de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, para todos ustedes será siempre una gran tranquilidad y un
gran aliento saber que en cada unidad, además de un buen jefe, hay un buen
instructor revolucionario; saber que esas unidades van a tener la consistencia
que les va a dar el instructor; saber que la unidad que avanza por un punto, o
la unidad que defiende una posición, es una unidad que está allí con su jefe y
con su instructor revolucionario. Que
hay allí un compañero de ustedes, un compañero de la escuela, un compañero de
curso o compañero de otro curso, pero que para ustedes será siempre un gran aliento
en el combate, saber que allí, en todas las demás unidades de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias, hay un instructor como ustedes, hay un combatiente de
la calidad de ustedes.
Esa función que ustedes van a desempeñar, en estos
instantes se hace más necesaria, se hace más útil. ¿Por qué?
Porque entramos en una nueva etapa de lucha contra el enemigo, porque
estamos delante de nuevos peligros, de nuevas amenazas, de nuevos planes.
Ustedes tienen que dedicarse por entero a la tarea de
ayudar a la organización y a la adquisición de capacidad combativa de las
unidades a que ustedes sean señalados, bien sean unidades de infantería, bien
sean unidades de artillería, de tanque, de antiaérea, de aviación, o de
cualquier arma.
Tenemos que hacer lo que hemos hecho siempre: sacar nuestro
provecho de las amenazas, y de los planes del enemigo; es decir, duplicar
nuestro esfuerzo. Tenemos que trabajar
muy duro, tenemos que trabajar intensamente en el adiestramiento, en la
disciplina y en la capacidad de combate de todas nuestras unidades.
A cualquier punto que ustedes sean asignados, deben
inmediatamente ponerse a trabajar en colaboración con los jefes de la unidad en
todo lo que concierne a las funciones de ustedes y a la tarea de acelerar la
preparación de esas unidades.
No podemos perder tiempo. Perder tiempo no debe ser nunca un vicio
nuestro; perder tiempo no debe ser nunca falta en que incurra un
revolucionario; perder tiempo es propio de los que no son revolucionarios. Que pierda tiempo el enemigo; nosotros debemos
aprovechar cada minuto en prepararnos, nosotros debemos aprovechar todas las
experiencias de lo que hemos tenido oportunidad de conocer hasta ahora; debemos
aprovechar todas las experiencias que hemos tenido.
Es lógico que el imperialismo cuando nos agreda de
nuevo, si se decide por los mercenarios, si se decide por las tácticas del
ataque frontal, hará un esfuerzo mucho mayor.
Eso es lógico. Si cualquier
contrarrevolucionario dice eso, no está diciendo nada de extraño. Por muy brutos que sean los del Pentágono, no
hay duda de que en un nuevo tipo de ataque frontal tratarían de no incurrir en
los errores en que incurrieron la vez anterior, tratarían de no incurrir en la
subestimación en que incurrieron la vez anterior. Siempre, de todas formas, se equivocará;
siempre, de todas formas, subestimará.
¡Siempre! Porque si no estuvieran
equivocados no nos agrederían; si no nos subestimaran
no hubieran lanzado aquella invasioncita de mercenarios. Porque por mucho que ellos tenían preparada
la gran expedición, al cabo de tres días resultó que había sido la pequeña
expedición; con todos sus aviones, sus flotas, sus armas modernas, demostraron
que sí, con eso podían haber preparado una excursión a una selva, o podían
haber tratado de derrocar a un gobierno que no contara con un pueblo; con eso podían
derrocar a otro gobierno que tuviera dentro un ejército mercenario, como
ocurrió en Guatemala. En Guatemala
resultó una tarea fácil, porque la quinta columna estaba dentro, estaba dentro
y armada.
Es decir que nosotros debemos tener muy presente que
en cualquier otra agresión del tipo de ataque frontal, ellos utilizarían más
efectivos, y ellos utilizarían otras tácticas.
La agresión imperialista, como siempre, puede tener distintas variantes. Nosotros debemos estar preparados para
combatir todas esas variantes. Puede ser
el ataque frontal de fuerzas regulares imperialistas, puede ser ataque de
mercenarios apoyados por ellos con algunas de sus armas, puede ser también el
plan de crear, de introducir distintos grupos de mercenarios por distintos puntos
para librar un tipo de guerra irregular.
Pero nosotros debemos estar preparados para todas las variantes que el
enemigo haya de emplear. Nosotros
debemos tener tácticas y métodos de lucha y fuerzas suficientes para afrontar
cualquiera de sus variantes. El enemigo
empleará una de estas tres variantes, y nosotros debemos tener una fuerza
flexible, ágil, que nos permita enfrentar cualquiera de esas tácticas que el
enemigo use. Desde luego que hay una
cosa segura, hay una cosa segura: cualquier táctica que use va a
fracasar (APLAUSOS).
Es posible que trate de combinar dos tácticas, siempre
con el mismo resultado. Pero, ¿por
qué? En primer lugar, porque lo que
ellos defienden y lo que nosotros defendemos son dos cosas muy distintas, y es
absurdo creer que un “niñito de bien” del Yacht Club, que un hijo de un dueño
de central azucarero o de un banco, que un esbirro de la tiranía, que un
asesino, que cualquiera de aquellos personajes que integraban la expedición
mercenaria, pueda enfrentarse con un soldado revolucionario, pueda enfrentarse
con un soldado obrero; que cualquier señorito de esos, que nunca en su vida
pasó trabajos, puede enfrentarse con un soldado de la clase obrera. Son dos tipos de mentalidades, dos tipos de
hombres. Si a ese señorito lo ponen a
cortar caña 10 horas, se desmaya.
Y la guerra, ¿qué es?
La guerra es, antes que nada, un gran esfuerzo físico, un gran esfuerzo
de voluntad, un gran esfuerzo moral. Por
eso, el soldado obrero, el soldado revolucionario, por su carácter, por su fuerza,
por su espíritu de sacrificio y por su moral, siempre será superior al soldado
contrarrevolucionario; porque el soldado contrarrevolucionario es un miembro
ilustre de una clase explotadora o un lacayo sumiso de esa clase, o un
mercenario de esa clase. Y cuando ese
tipo de soldado mercenario que no vive para defender una causa, sino que pelea
para vivir, porque añora todos sus privilegios, porque añora su vida cómoda, y
por lo tanto, no está dispuesto a hacer el sacrificio que hace un obrero que
está luchando por sus conquistas y sabe lo que significa para él la derrota, lo
que significa para su clase, lo que significa para su patria, lo que significa
para sus hijos, lo que significa para su esposa, lo que significa para sus
hermanos. Sabe lo que defiende, no
quiere que lo vuelvan a encadenar.
Los mercenarios y los contrarrevolucionarios combaten
para esclavizar, para volver a encadenar al pueblo; los combatientes
revolucionarios combaten para que no los vuelvan a encadenar, combaten por la
libertad. Ellos combaten por la
esclavitud; ellos combaten por la explotación; ellos combaten para ponerle otra
vez el mayoral, el capataz, el contratista, el explotador. Ellos combaten para volverle a poner otra vez
al campesino el latifundista, la renta, el robo, la guardia rural; ellos
combaten para volver a imponer al pueblo sus esbirros, sus robos, sus saqueos, sus
torturas, sus crímenes. Y él,
combatiente revolucionario lucha por defender a su clase y a su pueblo de todas
esas atrocidades. Por eso siempre será
superior el combatiente revolucionario al mercenario. Esa es una de las razones.
Segundo: El
combatiente revolucionario defiende su tierra, defiende su patria, defiende el
país donde se siente libre por primera vez.
El combatiente contrarrevolucionario defiende la política del
extranjero, defiende la política de sus amos extranjeros, lucha en defensa de
los intereses extranjeros contra los intereses de su tierra. El combatiente revolucionario lucha con un
espíritu y un tesón con el que jamás luchará el mercenario. El combatiente revolucionario lucha con una
razón sólida, verdadera y profunda. El
combatiente mercenario tiene que inventar razones, y cuando a un mercenario usted
le pregunta: “¿Por
qué luchas tú?”, te habla de la Constitución de 1940. El combatiente mercenario no tiene ideal, el
combatiente mercenario no tiene programa, como no sea el programa de la
explotación, el programa de la esclavización, el programa de los privilegios. ¿Cuál era su programa? Recuperar sus fincas, recuperar sus bancos,
recuperar sus casas, recuperar sus negocios, recuperar sus clubs, recuperar su
preeminencia social. Y es posible que
una de las cosas que más le duela al contrarrevolucionario es que junto con
todos sus intereses económicos perdió su preeminencia social perdió su derecho a mirar a los demás como
inferiores a él, perdió su derecho a mirar a los demás con desprecio. A su vez, se sienten destruidos, se sienten
despreciados.
El contrarrevolucionario no tiene programa. Si se le pregunta a un contrarrevolucionario
cualquiera por qué lucha tendrá que
inventar una razón. A lo mejor
dice que lucha por su fe; ¡mentira!, la Revolución no ha proscripto
su fe, la Revolución no le prohibe a nadie creer, pero él tenía que inventar
algo. Ellos no dicen que luchan por sus
tierras ni por sus privilegios, ellos buscan otra razón, ellos buscan otro
argumento. El contrarrevolucionario
nunca sabrá, nunca podrá decir verdaderamente por qué lucha; por eso, cuando
comparecieron ante el pueblo, daban aquellas respuestas, ¿qué respuesta podían
dar?
El contrarrevolucionario tiene que engañar al pueblo,
tiene que inventar todo género de mentiras, tiene que tratar de movilizar la
religión contra la Revolución, porque no tiene bandera; tiene que inventar todo
género de patrañas. El
contrarrevolucionario tiene que hacer lo que hicieron en días recientes para
sembrar el temor, para sembrar la confusión, para sembrar el miedo en las
madres. ¿Qué le importa a un
contrarrevolucionario que una madre ingenua sea capaz de dejarse confundir y
tenga que vivir la ansiedad de creer que le van a quitar un hijo? Eso no le importa a un contrarrevolucionario.
¿Qué le importa a un contrarrevolucionario engañar a
los propios contrarrevolucionarios? ¿Qué
le importa? Entonces sacan una ley apócrifa
y empiezan a regar copias de una supuesta ley para sembrar ese temor, para
sembrar la intriga, para que las madres se vayan con sus hijos a Estados
Unidos, para allá entonces hacer campaña internacional y decir: “Se están yendo de Cuba las madres con sus
hijos porque les van a quitar los hijos a las madres”; y son capaces de
inventar una cosa tan absurda que no ha ocurrido jamás en ningún lugar del
mundo, y que jamás se le ocurriría a ningún gobierno, y que jamás se le puede
ocurrir a la Revolución Cubana. Porque,
claro, ellos no tienen programa, no tienen argumento, no tienen nada por donde
atacar, no tienen nada para conquistar la masa, no tienen nada que decirle al
pueblo, y entonces se aferran a las cuestiones de religión y en nombre de la
religión le declaran la guerra a la Revolución.
Entonces, como saben que la Revolución nunca le ha quitado nada al
pueblo y que sí les ha quitado casi todo —casi todo— a los privilegiados,
entonces le dicen al pueblo “te van a quitar tus hijos”. E inventan semejante patraña y tienen el
cinismo de imprimirlo para ir a confundir a la gente.
Ahora, ¿qué le dirán ellos ahora a los mismos
contrarrevolucionarios? Porque habrá
distintos tipos de contrarrevolucionarios, habrá el contrarrevolucionario de
convicción que odia la justicia, y habrá el contrarrevolucionario idiota, el
contrarrevolucionario imbécil, el contrarrevolucionario tupido, el individuo
que le han hecho ver una cosa distinta, el individuo con prejuicios, y entonces
ellos acuden a esos procedimientos, acuden a esos medios. Es lo que hacen siempre: engañar al pueblo, tratar de engañar
por todos los medios. Eso demuestra la
calaña moral de esos señores; esos son nuestros enemigos. La Revolución nunca tiene que acudir a una
mentira, la Revolución jamás ha acudido a una mentira; la Revolución tiene sus
verdades; con esas verdades se presenta; con esas verdades combate
abiertamente. La contrarrevolución tiene
que inventar, tiene que agarrar a Dios, tiene que agarrar cuantas cosas le
vengan a mano para combatir a la Revolución.
Y es lo mismo que hacían, pues no tiene nada de
extraño que hagan eso.
Cuando la invasión ustedes recuerdan que en la
ONU declararon que eran aviones procedentes de Cuba, y así son todas las
campañas del imperialismo, todas las campañas de los agentes del imperialismo,
a través de la historia, no ahora, porque esto es viejo. ¿Creen ustedes que eso lo inventaron los
contrarrevolucionarios cubanos? No, esos
argumentos son argumentos de la reacción internacional, y así estuvieron engañando
al mundo durante décadas enteras, combatiendo la revolución rusa, porque decían
que le habían quitado los niños a los padres, y decían que habían socializado
las mujeres (RISAS). Y estuvieron
haciéndole creer al mundo todas esas sandeces, todas esas idioteces.
Por eso nosotros decimos que hay el
contrarrevolucionario idiota. Hay el no
afectado por la Revolución, y es contrarrevolucionario; ese es el
contrarrevolucionario idiota, típicamente idiota, ese es el gusano por idiotez
(RISAS Y APLAUSOS).
Es necesario que ustedes los instructores les
expliquen constantemente a los combatientes y le expliquen al pueblo también
estos problemas —porque muchas veces ustedes tienen que ver no solo con los
combatientes, tienen que ver con el pueblo en el lugar donde ustedes estén
destacados—, porque al pueblo hay que enseñarlo a pensar, al pueblo hay que
dejarlo razonar. Conforme había 1 200
000 personas analfabetas, que están aprendiendo a leer y escribir, había
infinidad de personas políticamente analfabetas, que políticamente no sabían el
a, b, c siquiera. A esas personas hay
que enseñarlas a pensar políticamente, a analizar estos problemas con lógica,
con argumentos, y ustedes tienen todos los argumentos, pueden explicar todas
las cosas de la Revolución, con la seguridad de que siempre lo que ustedes
defienden es lo justo, lo que ustedes defienden nunca podrá ser rebatido por
los enemigos de la Revolución.
A ello se debe que un país tan pequeño como el nuestro
haya podido resistir victoriosamente todos los ataques del imperialismo, a
pesar de todo lo que ha hecho el imperialismo contra nuestro país, a pesar de
sus esfuerzos por llevarnos al hambre, a la ruina, a pesar de sus esfuerzos por
privarnos de una serie de cosas esenciales, a pesar de su aparato de propaganda
internacional, a pesar de su influencia internacional, a pesar de sus miles de
millones de dólares; sin embargo, no ha podido destruir la Revolución, no ha
podido ni siquiera llevar a muchos gobiernos de América Latina contra nosotros.
Claro, ¿a qué gobiernos el imperialismo se lleva
contra Cuba? A los gobiernos más
débiles, a los países más pobres y a los países más explotados. Por ejemplo, todos los gobiernos centroamericanos
—excepto Panamá—, el grupo de gobiernos de Nicaragua, Honduras, El Salvador,
Costa Rica y Guatemala, son cinco países muy pequeños, completamente sometidos
económica y políticamente a Estados Unidos.
En esos países pequeños, ha podido arrastrar a sus gobiernos fácilmente
a romper relaciones con nosotros; en cambio, no ha podido arrastrar a Brasil a
esa posición. A los países que tienen
más recursos, que tienen más fuerza, no los ha podido arrastrar a una posición
contra nosotros. Pero el imperialismo ha
hecho todo lo que ha estado al alcance de sus manos, y lo seguirá haciendo,
contra la Revolución.
Nosotros debemos saber que esta será una lucha larga,
que cuando termine una batalla hay que empezarse a preparar inmediatamente para
la otra, como hicimos nosotros: terminados los combates de Playa
Girón, inauguramos una serie de escuelas, preparándonos para la otra. ¡Ah, qué distinto que el enemigo sorprenda al
país desorganizado, impreparado, a que el enemigo
siempre se encuentre un pueblo alerta y un pueblo preparado!
En ese momento es cuando se ven los frutos de todas
las escuelas, se ven los frutos de todos estos trabajos. Lo que nosotros no hagamos en esfuerzo por
prepararnos, después lo tenemos que pagar en pérdidas de vidas, después lo
tenemos que pagar en pérdidas de riquezas.
Además que la falta de preparación de la Revolución alienta a los
enemigos.
Las batallas de la Revolución contra la
contrarrevolución no se ganan cuando se están disparando los tiros; las
batallas se empiezan a ganar mucho antes, las batallas se empiezan a ganar
cuando se organiza la primera escuela, cuando se comienzan a tomar las primeras
medidas; las batallas que tengamos que librar contra los enemigos de la patria,
las empezamos nosotros a ganar hace meses, preparándonos, organizándonos,
organizando escuelas de jefes, organizando escuelas de instructores,
organizando escuelas de jefes de pelotones, organizando escuelas de infantería,
organizando todos los cuadros de mando que estamos organizando.
Gracias a eso, el país cuenta con una poderosa fuerza;
gracias a eso, el pueblo cuenta con una poderosísima fuerza revolucionaria, de
extracción obrera y campesina, cuyos oficiales y jefes son obreros y
campesinos; una fuerza formidable, cuyos dirigentes adquieren cada día mayores
conocimientos.
¿Qué era el Ejército Rebelde cuando empezamos?, ¿qué
eran las fuerzas de la Revolución cuando empezaba? Un puñado de hombres, sin experiencia. ¿Qué fuimos, durante muchos meses, en la
guerra? Un puñado de hombres. Sin embargo, aquello fue avanzando, fue
desarrollándose, fue creciendo. ¿Qué
éramos al terminar la guerra? Unos
cuantos miles de hombres. Y, sin
embargo, aquello no era suficiente para las tareas de la Revolución, y comenzó
entonces a organizarse el pueblo.
¿Qué éramos al principio de las milicias? Decenas de miles de milicianos que no tenían
ni armas, ni instrucción. ¿Qué éramos
después? Decenas de miles y cientos de
miles de milicianos que ya teníamos armas y alguna instrucción.
¿Qué fuimos cuando el ataque imperialista de Playa
Girón? Pues, ya éramos muchas unidades
de combate que tenían jefes, que habían pasado por escuelas, que tenían
unidades de artillería, de aviación, y cuatro aviones viejos. Eramos mucho más entonces que cuando terminó
la guerra en las montañas, éramos mucho más que cuando empezábamos con las
milicias, éramos ya una fuerza.
Sin embargo, hoy somos mucho más de lo que éramos
cuando Playa Girón, y eso es producto de la perseverancia, eso es producto del
esfuerzo, ese es el producto de la convicción, de la fe en las masas, de la fe
en la clase trabajadora, de la fe en el pueblo; y así se fue formando lo que
hoy es la fuerza que contiene al imperialismo en nuestra patria, la fuerza que
hace invencible a nuestra Revolución; del puñado de jóvenes de los primeros
tiempos, de los primeros tiros con escopeta 22, de los primeros tiros con
escopetas de municiones y con pistolas, cuando el 26 de julio, a las otras
etapas, en que no había un arma automática, aunque ya fuesen armas de otros
calibres, a las otras etapas y las otras etapas, a la etapa aquella en que se
nos unieron los primeros compañeros, como el compañero Guillermo García, aquí
presente (APLAUSOS PROLONGADOS).
Guillermo era entonces un campesino que se unió a
nosotros con un fusil Remington recogido de los que
algunos compañeros nuestros traían y perdieron en los primeros reveses, y hoy
es jefe del ejército de occidente (APLAUSOS).
Entonces no soñábamos con tener un tanque, nuestros primeros tanques
fueron tanques capturados al enemigo en las ofensivas finales.
Y así ha sido toda esta etapa, de una lucha que empezó
con fusiles 22, frente a fuerzas poderosas de un enemigo que dominaba en
nuestro país. Y hoy es esta fuerza, este
formidable ejército, esa fabulosa suma de milicianos —y que conste que no
tenemos ningún interés en asustar a los enemigos—; enorme suma de unidades de
combate, porque es todo el pueblo capaz de tomar las armas; enorme número de
cuadros, cuadros surgidos de la clase obrera, a través de las academias
militares y de las escuelas.
Así se ha ido haciendo este ejército del pueblo, esta
Fuerza Armada Revolucionaria de nuestro pueblo, a la que ustedes pertenecen y
en cuyas unidades van a trabajar ustedes como instructores revolucionarios; así
hemos llegado a lo que tenemos hoy, una fuerza cada vez más disciplinada, cada
vez más entrenada, cada vez más clara, cada vez mejor dirigida, es decir, cada
vez con un número mayor de cuadros al frente de ella, de jefes de unidades
mayores y de unidades menores.
Y ahora, ¿qué le faltaba a esta fuerza? Les faltaban ustedes. Cuando ustedes tomen posesión de sus cargos
en esas unidades, esas fuerzas tendrán algo que les faltaba, esas fuerzas
tendrán los instructores revolucionarios, los alumnos graduados en esta
escuela, la escuela “Osvaldo Sánchez” que lleva el nombre de quien fue tan
magnífico compañero revolucionario, de quien tantas veces atravesó las líneas
enemigas y servía de contacto entre nosotros y el Partido Socialista Popular
(APLAUSOS PROLONGADOS).
Y así nosotros tenemos que ser fieles a los caídos en
esta lucha, así tenemos nosotros que ser fieles a todos nuestros compañeros.
Ha sido una lucha larga. Los caídos —muchos—, desde los primeros,
cuando comenzó la lucha contra la tiranía, hasta los últimos; cualquier
compañero miliciano asesinado por algún agente del imperialismo yanki, o aquella
obrera del Encanto que sucumbió envuelta en llamas, víctima del cobarde y
criminal atentado de un agente de la Agencia Central de Inteligencia.
Muchos han sido los caídos en los combates, en las
montañas, antes de conquistar el poder la Revolución; después de conquistado el
poder, en las luchas contra los mercenarios invasores.
La fuerza de esta Revolución, la fuerza de este
ejército revolucionario se fue edificando sobre el sacrificio de muchos
compañeros, se fue edificando sobre las vidas de los que defendiendo esta causa
cayeron. Gracias a esos valientes,
gracias a esos hombres que se sacrificaron, gracias a los que estuvieron
dispuestos a sacrificarse, gracias a los valientes que, murieran o no murieran,
lucharon con tesón, se ha logrado hacer esta fuerza que hoy es la fuerza
defensora de la patria, que hoy es el escudo de la Revolución, el escudo de la
clase obrera, el escudo de nuestros campesinos, el escudo de nuestros derechos,
el escudo de nuestras conquistas.
Y así nosotros tenemos que ser fieles a los caídos,
así nosotros tenemos que trabajar, así nosotros tenemos que luchar, porque a
nosotros, los hombres de esta generación, nos corresponde una misión: la misión nuestra
es luchar, a los hombres de esta generación les corresponde luchar. Estemos muy conscientes de que nosotros somos
luchadores que estamos escribiendo una página en la historia de la patria, una
página en la historia de América.
Nosotros somos luchadores que estamos escribiendo un
episodio, un párrafo si se quiere, en la historia de la humanidad. Nosotros somos luchadores que estamos creando
un mundo mejor; nosotros somos luchadores que estamos construyendo una vida
mejor; nosotros somos luchadores que estamos construyendo una sociedad de
justicia, para que en el futuro entonces no haya explotados, para que en el
futuro no haya hambre, no haya miseria, para que en el futuro no haya más todo
el crimen y toda la injusticia de ayer, para que en el futuro no haya más niños
descalzos, y niños sin ropas, y niños hambrientos, y niños sin escuelas; para
que en el futuro el hombre —como dice Raúl— no sea más el lobo del hombre, para
que el hombre en el futuro no sea más víctima del hombre.
Y para lograr eso tenemos que librar una batalla dura
contra los explotadores, los explotadores que aquí había y los explotadores que
en el mundo había; porque al igual que los obreros y los campesinos de la Unión
Soviética, y de todos los países socialistas son nuestros amigos, los
explotadores de todo el mundo son los amigos de los explotadores que aquí
había. Para librar a nuestra patria de
la explotación, para escribir una página o un párrafo en la historia de la
lucha del mundo contra la explotación, nosotros tenemos que luchar muy
duramente.
Lleven esto siempre presente cuando tengan deseos de
irse a pasear, cuando tengan deseos de irse a divertir, cuando tengan deseos de
irse a descansar, lleven esto siempre presente.
Nosotros somos luchadores que tenemos que sacrificarnos, nosotros somos
luchadores que no podemos estar pensando en nosotros mismos; nosotros tenemos
que pensar solo en nuestro trabajo, nuestro trabajo es lo más importante,
nuestro trabajo es lo más decisivo, nuestro trabajo es lo más fundamental. Y eso debemos ser nosotros: fieles cumplidores de nuestro trabajo,
de nuestro deber, hombres que conscientemente nos sacrificamos por algo que
sabemos vale la pena el sacrificio.
Muchas veces quizás tengamos que estar días, semanas,
y a veces meses, separados de nuestros hogares, separados de nuestros
familiares. Y, sin embargo, debemos
aceptarlo como un deber, debemos aceptarlo como un sacrificio.
Cuando comenzaba este curso, yo les recordaba algo
para los momentos de desaliento: cuando
parece que el trabajo es duro, cuando parece que llevamos mucho tiempo alejados
de los nuestros, cuando parece que llevamos mucho tiempo sin dormir en una
cama, sin bañarnos en una ducha, recuerden siempre a los caídos, recuerden a
los caídos en esta larga lucha; recuerden a los caídos en Playa Girón;
recuerden a los compañeros de ustedes, a los conocidos de ustedes, a los amigos
de ustedes, a los hermanos de clase de ustedes, a los hermanos de las fábricas,
a los compañeros de las unidades que han caído, porque todos ustedes pertenecen
a unidades que han luchado; todos ustedes han conocido a muchos compañeros que
han muerto en esta lucha.
Piensen siempre en esos compañeros, que lo único que
tenían era la vida y la dieron sin vacilación.
No tenían otra riqueza que su vida, su hogar, su familia; no tenían
otros bienes que esos. Y así son de
generosos los hombres humildes.
Y ellos lo único que tenían, que era su vida, la
dieron; ellos no pudieron volver a ver a sus hijos, ni a sus esposas, ni a sus
madres; ellos no pudieron volver a los hogares.
Cayeron en la lucha, para no regresar junto a los suyos físicamente,
aunque sí estén siempre presentes en el recuerdo de todos; pero más que en el
recuerdo de todos, están presentes en la obra de todos, están presentes en las
victorias de todos, y estarán presentes en la felicidad del mañana.
Piensen en esos compañeros cuando el ánimo les desfallezca,
y que por muchos que sean los días ausentes, siempre ustedes tendrán
oportunidad de volver a ver a los familiares, de volver a ver a sus esposas, de
volver a ver a sus hijos. Y nunca nos
debe parecer duro cuando otros han hecho sacrificios más duros todavía.
Nosotros tenemos que ser abnegados, sacrificados;
nosotros tenemos que ser eso, por encima de todo: luchadores; porque esos son los
hombres que hay que reunir, esos son los hombres que pueden hacer la historia,
esos son los hombres que constituyen el nervio y la columna dorsal de un
ejército, esos son los hombres que pueden hacer una revolución, esos son los
hombres que pueden hacer una patria grande, esos son los hombres que pueden
vencer sobre sus enemigos.
Compañeros instructores revolucionarios: que esa palabra sea
siempre una palabra honrosa; que esa palabra signifique siempre dignidad,
signifique siempre honor, signifique siempre firmeza, signifique siempre
lealtad a la Revolución y a la patria; que esa palabra —instructor revolucionario—
signifique siempre ejemplo, signifique siempre lección en la paz y en la
guerra; que esa palabra siempre sea una palabra de orgullo para la patria. Que instructor revolucionario quiera decir
revolucionario verdadero, revolucionario incansable, luchador consciente de que
el descanso del revolucionario —como ya se ha dicho— es la tumba, luchador
verdadero... (APLAUSOS), vanguardia de
la patria, constructores de la historia.
Ustedes representarán la idea revolucionaria en las
unidades de combate, ustedes representarán el ideal revolucionario, ustedes
simbolizarán la convicción y la conciencia revolucionaria, ustedes serán los maestros, ustedes serán la
conciencia, ustedes serán el ejemplo de la tropa. Y cada uno de ustedes está obligado con la
patria, y está obligado con cada uno de los demás a que ese título que llevan,
llevarlo siempre limpio, llevarlo siempre sin mancha, llevarlo siempre con
orgullo. Porque cada uno de ustedes es
depositario del prestigio de todos, y cada uno de ustedes es depositario de la
fe y de la confianza de la patria; cada uno de ustedes es columna de esta
Revolución; cada uno de ustedes, nosotros sabemos que tendrá estas cosas muy
presentes, y que sabrá cumplir con el deber, y que el bien más preciado que
siempre llevarán con ustedes es ese título de instructores revolucionarios de
la patria cubana, del primer pueblo de América que se libera y se enfrenta al
imperialismo, de la primera Revolución Socialista de América, de una página en
la historia gloriosa que está escribiendo nuestro pueblo, más meritoria y más
gloriosa cuanto más poderoso sea nuestro enemigo, más meritoria y más gloriosa
cuanto mayores sean los esfuerzos que tengamos que hacer para obtener la
victoria.
Eso es lo que les deseo al clausurar este curso, y
expresarles nuestra profunda felicitación por ser ustedes ya los primeros
instructores graduados en la escuela “Osvaldo Sánchez”; felicitar también
calurosamente a los maestros y a los directores de la escuela, exhortarlos a
que sigan trabajando, exhortarlos a que sigan preparando instructores
revolucionarios; felicitar a los compañeros de la dirección de instrucción de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias y exhortarlos a que sigan organizando las
escuelas superiores, para que no nos contentemos con lo que hemos hecho, sino
que sigamos organizando cursos superiores para que cada uno de ustedes pueda
seguir preparándose, cada uno de ustedes pueda seguir superándose.
Nosotros queremos, por último, decirles que tenemos
toda nuestra fe y toda nuestra confianza puesta en el éxito del trabajo que
ustedes van a desempeñar, y que por eso podremos seguir adelante, por eso
podremos seguir mejorando nuestras unidades en todos los órdenes, tanto
políticamente como militarmente, para que el ejército no se quede atrás, para
que marche parejo con todas las fuerzas de la patria, para que marche parejo
con los obreros de los sindicatos, para que marche parejo con los jóvenes, para
que marche parejo con las mujeres, y para que marche parejo con la gran
organización que une a todos los revolucionarios, lo que será el gran Partido
Unido de la Revolución Socialista (APLAUSOS PROLONGADOS).
Ustedes estarán llamados a ser los representantes, el
alma de ese Partido, en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Ahora bien, ustedes comienzan: Que cada día, que cada semana, que cada mes,
que cada año, sea un día, una semana, un mes, un año de trabajo; que el
esfuerzo de ustedes los haga acreedores a esa representación del Partido Unido
de la Revolución Socialista en las unidades de combate de la Revolución.
¡Patria o Muerte!
(OVACION)