DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN LA GRADUACION DE 750 INSTRUCTORES REVOLUCIONARIOS, CELEBRADA EN A ESCUELA DE INSTRUCTORES REVOLUCIONARIOS “OSVALDO SANCHEZ”, EL 20 DE SEPTIEMBRE DE 1961.

 

(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS DEL

GOBIERNO REVOLUCIONARIO)

 

Compañeros profesores;

Compañeros instructores revolucionarios:

 

Hace cuatro meses y medio comenzaron ustedes este curso.  Bien recuerdo aquella tarde.  Todavía estaba muy fresco, como lo está aún y lo estará siempre, el recuerdo de aquellos días, de aquellos días que siguieron a la artera y criminal invasión de los enemigos de nuestra patria.

Aún en medio de la victoria, a todos nos embargaba el recuerdo de los sacrificios hechos, a todos nos indignaba profundamente la sinrazón de aquel crimen.  Y sobre nuestro país pesaba la amenaza vertida contra nosotros por los gobernantes del imperio yanki.  Fue en aquellas circunstancias cuando se inauguró el curso.

Acabábamos de derrotar al enemigo, y, sin embargo, comenzábamos un nuevo curso; acabábamos de obtener una gran victoria, y, sin embargo no nos dormíamos sobre los laureles, e inmediatamente nos dábamos todos a la tarea de prepararnos para las contingencias futuras.

Es muy cierto lo que decía el director de esta escuela:   la escuela en lo físico ha cambiado mucho.  ¿Qué era esta escuela, o qué era este edificio?  Este era el famoso edificio de Tiscornia, donde penaban aquí algunos extranjeros, aquellos extranjeros que no tenían, por lo general, dinero para comprar alguna autoridad.  Los extranjeros que tenían dinero no venían aquí, compraban al ministro si era necesario, y entonces andaban por la calle y obtenían residencia en nuestro país; había también extranjeros gángsters, esos tampoco venían nunca a Tiscornia.  Y había aquellos extranjeros que tanto nos explotaron, aquellos que tan despiadadamente explotaron a nuestro país y cercenaron nuestra soberanía durante casi medio siglo:  los agentes del imperialismo, los administradores de los monopolios.  Y esos tampoco venían nunca a este sitio.  Penaba aquí alguno que otro extranjero extraviado, y a veces también alguno que otro extranjero revolucionario, que venía perseguido de su país y era enviado a esta prisión por los gobernantes del pasado.

Y en este cuerpo de edificios se escogió el sitio para organizar la escuela.  Y entonces era todo un desorden, todo un caos, había una gran cantidad de escombros.  Nosotros no habíamos tenido oportunidad de regresar por aquí desde que comenzó el curso, y somos testigos de lo hermosa que está la escuela, de todos los arreglos, de los grandes cambios que en el orden físico han tenido lugar aquí, hasta convertirla en un centro que fuese para ustedes de relativas comodidades y agradable.

Es decir que ustedes fueron los iniciadores de esta escuela, los primeros alumnos de la escuela, y en parte también los constructores de esta escuela.  Y demuestra cómo han trabajado.

Me pareció muy justo el ejemplo que puso el director acerca de que ustedes estaban haciendo aquí, en esta escuela, lo que la Revolución estaba haciendo en todo el país.

Ahora, después de cuatro meses de trabajos y de estudios, ustedes tienen la satisfacción de recibir su diploma de instructores revolucionarios.  Me imagino que para todos ustedes sea un minuto de alegría, de júbilo y de justo disfrute de su comportamiento, de su disciplina y del esfuerzo que han hecho.  Pero no es solo un minuto de júbilo para ustedes, es también para todos nosotros un gran minuto de satisfacción y de alegría.  Lo es también para todos los compañeros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y lo es también para el pueblo.  Desde luego, no lo es para los enemigos del pueblo, los que odian a nuestra Revolución porque destruyó sus privilegios; los que odian a nuestra Revolución porque puso fin a la injusticia:  el extranjero poderoso, impotente ante nosotros, y con más odio cuanto más impotente, y con más odio cuanto menos ha podido, a pesar de su poder, destruir la Revolución justiciera en nuestro país pequeño; los amos extranjeros de ayer, y los eternos traidores, los traidores de siempre, los que en las grandes luchas históricas de los pueblos son desleales a sus pueblos y son servidores de los enemigos de su pueblo; los eternos traidores que sirven al enemigo de la patria, los eternos traidores que en todas las épocas de la historia y en todas las grandes contingencias han aparecido siempre para servir al enemigo, sin que nunca hayan podido encontrar justificación para su conducta vergonzosa.

Para esos no será un minuto de júbilo, para esos no será un minuto de satisfacción.  Ellos saben lo que esto significa, ellos saben que hemos dispuesto de cuatro meses y medio más para extraer de esta escuela una legión de combatientes revolucionarios, una legión de soldados verdaderos de la patria, leales a ella, firmes y eternamente fieles a la gran causa que están defendiendo.  Ellos saben que esto significa más fuerza para la Revolución, ellos saben que esto significa más energía para la Revolución, ellos saben que esto significa más moral, más convicción, más espíritu revolucionario para la Revolución.

Y para nuestro pueblo esa convicción que lo hará sentirse más seguro todavía, que lo hará sentirse más confiado todavía.  Y para nosotros, los que tenemos responsabilidades en la dirección de nuestra patria a través de este proceso revolucionario, la satisfacción de saber que ustedes llegan como refuerzo a las filas de las unidades de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de que ustedes llegan a desempeñar un papel que es de suma importancia; la satisfacción de saber que contamos con 750 instructores revolucionarios, de los 900 alumnos que comenzaron el curso.

En el momento en que ustedes terminan este curso, es necesario a nuestro país y a nuestra Revolución redoblar el esfuerzo.  Es en el instante en que de nuevo se ciernen sobre la patria las amenazas de nuevas agresiones, en que de nuevo se ciernen sobre nuestro pueblo las amenazas de nuevos crímenes, de nuevas violaciones a sus derechos, a su soberanía, a su sagrado principio, a su sagrado derecho de autodeterminación.

Para nosotros estas amenazas y estos riesgos y estas contingencias no son nuevas.  Ya hemos vivido algo, ya hemos vivido casi tres años de Revolución, y cada año, cada mes, cada día, nos ha ido enseñando mucho.  Ya a nosotros estas amenazas no nos impresionan, no nos impresionaron nunca, mucho menos nos van a impresionar ahora.

Los contrarrevolucionarios, los agentes del enemigo, ¿qué hablan?, ¿qué dicen?  Pues ellos, cada vez que viene un período de amenazas y de planes, tratan de sacar provecho, tratan de alentarse, tratan de agruparse, tratan de ilusionarse, y tratan de ilusionar también a los suyos, a los timoratos, a los incautos; ellos son los primeros propagadores de los planes.  Nosotros sabemos de planes por informaciones que recibimos de distintas vías.  Ellos saben de planes a través de sus amos, pero son los primeros propagadores de esos planes, y ahora andan diciendo que vendrá, y será tremenda.  Ahora andan diciendo que la próxima vez sí que no van a fallar, y con esas ilusiones y con esos pregones tratan de entusiasmarse.

Claro está que la otra vez lo sabíamos, pero no lo sabíamos por ningún sistema de espionaje especial, no hacía falta ningún sistema de espionaje especial para eso.  Lo sabíamos porque ellos no son capaces de guardar ningún secreto, entre otras cosas.  Porque ellos necesitaban envalentonarse, ellos necesitaban despedirse de sus novias, ellos necesitaban cada uno una novela, escenificar la novela, y en consecuencia, todo ese estilo aparatoso que caracteriza a los farsantes, todo ese estilo aparatoso que caracteriza a los mercenarios.

Nosotros recibíamos noticias por todos los medios, y hasta por la propia prensa enemiga, hasta por los propios reporteros sensacionalistas.  Por sus divisiones, por sus ambiciones, y por otras muchas razones, nosotros sabíamos lo que iba a ocurrir, es decir, sabíamos las amenazas, sabíamos los preparativos, sabíamos los movimientos, y además, aunque no hubiéramos sabido nada, nada, nada, aquel bombardeo del día 15 al amanecer, era suficiente para que nosotros supiéramos que no tardarían apenas 48 ó 72 horas en desembarcar en el territorio nacional.

Desde que comenzaron sus preparativos lo sabíamos.  Desde luego, ellos siempre cuando hacen los planes, antes de empezar a reclutar el primer hombre ya empiezan a hablar de sus planes, ya empiezan a ilusionarse.  Ahora están hablando también, ahora también están ilusionándose, ahora también comienzan a dar los primeros pasos, y algunos pasos los vienen dando desde hace algún tiempo; nuevos reclutamientos, nuevos grupos de mercenarios en distintos puntos, reclutamiento de vendepatrias en las filas del ejército yanki, actividades paralelas a esos preparativos militares, campañas del clero fascistoide, campañas de ese mismo clero y de los agentes del imperialismo para dividir, para confundir, para debilitar.  Una serie de pasos coordinados, esfuerzos para agrupar a todos los contrarrevolucionarios, porque aunque parezca mentira, aunque un contrarrevolucionario es lo más parecido que hay a otro contrarrevolucionario; aunque un agente de la Agencia Central de Inteligencia es lo más parecido que hay a un agente de la Agencia Central de Inteligencia; aunque un traidor a su patria es lo más parecido que hay a un traidor a su patria; aunque un explotador es lo más parecido que hay a un explotador; todos esos señores que son exactamente la misma cosa, porque están definidos por su condición de traidores a la patria, de agentes de los enemigos de la patria, de mercenarios al servicio de un gobierno extranjero, a pesar de ser todos exactamente iguales, están divididos en 177 organizaciones.

Y en los últimos meses un representante yanki abiertamente —para qué ocultarlo—, descaradamente —para qué disimularlo— se dio a la tarea de tratar de reunir a esas 177 organizaciones para formar un gobierno en el exilio.  Todos esos planes se han ido llevando paralelamente, y parece increíble, o pudiera parecer increíble, aunque para nosotros siempre fue una cosa lógica, que a estas horas ya hayan vencido algunos escrúpulos, escrúpulos que todavía simulaban tener algunos.  El escrúpulo de unirse con los esbirros de Batista, el escrúpulo de unirse con los asesinos de la tiranía batistiana; algunos tenían apariencia de escrúpulos, porque algunos de ellos habían sido compañeros de hombres que fueron asesinados por esos mismos esbirros, que un día acompañaron el féretro de compañeros suyos torturados y exterminados por los asesinos de la tiranía, y que hoy, hoy, cuando apenas han transcurrido tres años, se unen a esos mismos asesinos de los que fueron sus compañeros, se juntan a los victimarios.  Ya las apariencias de escrúpulos desaparecieron, y ya se juntan todos, ya se agrupan absolutamente todos bajo la misma bandera de traición, bajo la misma bandera mercenaria, bajo el mismo amo.

Ya se agrupan en una misma jauría, la jauría de los ladrones, la jauría de los malversadores, la jauría de los politiqueros, la jauría de los asesinos, la jauría de los traidores a la patria.  Forman la misma jauría que quisiera volver sobre la patria cubana.  ¿Qué defienden ellos?  ¿Qué defienden ellos?  ¿Qué quieren ellos?  ¿Qué pretenden ellos cuando se juntan los criminales, los esbirros, los ladrones, los corrompidos?  ¿Qué buscan?  Buscan volver de nuevo sobre la patria.

Mal gobierno, gobierno corrompido, gobierno de gángsters, gobierno de politiqueros, gobierno de entreguistas, fue el gobierno de Carlos Prío.  Gobierno de gángsters, gobierno de esbirros, gobierno de entreguistas, gobierno de corrompidos, gobierno de malversadores, gobierno de saqueadores fue el gobierno de Batista.  Politiqueros fueron todos, ladrones fueron todos, criminales fueron todos, enemigos del pueblo fueron todos, sobre todo, y esencialmente, enemigos del cubano trabajador, enemigos del campesino, enemigos de las clases humildes de nuestro país, enemigos de los explotados y amigos de los explotadores nacionales o extranjeros.  Y si malo fue uno y malo fue el otro, calculen lo que serán los dos juntos (RISAS Y APLAUSOS PROLONGADOS).

Lo que buscan, lo que pretenden, lo que sueñan, reunidos todos los enemigos de la patria, reunidos todos los enemigos de los trabajadores, los que asesinaron a tantos líderes obreros honestos, los que dieron lugar a tantas injusticias, los que apañaron tantos atropellos, los que cometieron tantos crímenes, reunidos todos bajo la misma bandera, bajo el mismo amo.  Porque todos ellos fueron servidores de los monopolios, todos ellos fueron servidores de los intereses yankis, todos ellos fueron beneficiarios de esa complicidad.

Era lógico que se reunieran todos, a todos los une el mismo odio, a todos los une el mismo amo, a todos los une la misma impotencia y la misma rabia, a todos los une la misma traición, a todos los une el mismo delito.

Y todo este proceso ha ido teniendo lugar junto con los preparativos de nuevas agresiones, y toda esta jauría de criminales y ladrones trata de ilusionarse con la idea de que regresarán a nuestro país; tratan de crear ilusiones entre sus secuaces y, si fuera posible, crear temor entre los vacilantes y los pusilánimes, entre los confusos, entre los idiotas; y sueñan, y tratan de hacer soñar a los otros, en que van a regresar a Cuba, en que van a volver a gobernar este país, en que van a volver a implantar su imperio de saqueo, de piratería, de crimen, de atropello, de explotación y de injusticia.  Sueñan con eso, ¡como si no estuviéramos nosotros de por medio!  (APLAUSOS PROLONGADOS.)  Sueñan con eso, como si el pueblo no existiera; sueñan con eso, como si nuestras unidades de combate no existieran; sueñan con eso, como si nuestra formidable vanguardia revolucionaria no existiera; sueñan con eso, como si nuestra clase obrera no existiera; sueñan con eso, como si nuestros campesinos redimidos de la explotación no existieran; como si nuestros jóvenes heroicos no existieran; como si nuestras mujeres, firmes y luchadoras, no existieran; sueñan con eso, ¡como si la vergüenza no existiera!, ¡como si la dignidad no existiera!  (APLAUSOS PROLONGADOS); como si no existiera la justicia, ni existiera el ideal, ni existiera el espíritu de un pueblo que al conjuro de ese ideal y de esa justicia se puso de pie y se puso en marcha; como si la obra de la Revolución no existiera.

Sueñan con eso, como también, quizás, la realidad le parezca una pesadilla; la pesadilla que es una revolución para los explotadores; la pesadilla que es una revolución socialista en América para el imperialismo (APLAUSOS PROLONGADOS); la pesadilla que es ver a la clase obrera al frente de los destinos de un país; la pesadilla que es para ellos ver a los campesinos trabajando la tierra sin pagar rentas; la pesadilla que es para ellos ver los antaños poderosos e inexpugnables cuarteles convertidos en aulas escolares; la pesadilla que es para ellos ver al pueblo bañándose en las playas; ver al pueblo, blanco o negro, sin ninguna desigualdad, sin ninguna odiosa discriminación, vivir bajo el mismo cielo y sobre la misma tierra, con el mismo derecho; ver que el analfabetismo desaparece, ver que no quedará uno solo del millón y tantos analfabetos; ver los extraordinarios avances, el porvenir agrícola e industrial de nuestro país; ver ese movimiento masivo de educación para preparar a las decenas y decenas de miles de técnicos que el país necesita; la pesadilla que es para ellos ver al pueblo armado.

El pueblo, sí, ¡el pueblo armado!  ¿Quién?  El hombre humilde del pueblo, el obrero que ayer tenía que soportar la humillación; el obrero humilde, que ayer tenía que vivir bajo la opresión del mercenario; ver a un guajiro —aquel guajiro al que le robaban el cochino, o le robaban la gallina, o le ofendían la familia— armado de un fusil; ver al joven armado, al joven aquel que asesinaban en las calles, al estudiante aquel que torturaban en las estaciones de policía; a la mujer aquella que ellos ultrajaban; a las madres cuyos hijos asesinaron; a los hermanos de sus víctimas; a la clase explotada, a la clase oprimida, a la clase humillada; al negro que discriminaban, que no le permitían trabajar en un Ten Cent —que, en cambio, podía llamarse Ten Cent, ¡aunque ese negro se llamara Juan, y fuese cubano, y nacido en esta tierra!  (APLAUSOS PROLONGADOS); ver armado al hombre del pueblo.

¿Cuál hombre del pueblo?, ¿el más encumbrado?  No, el más humilde hombre del pueblo, el más modesto, el más olvidado, aquel al que despreciaban, aquel al que nadie consideraba —era pueblo, y pueblo para ellos era basura; pueblo, para ellos, era carne de explotación; pueblo, para ellos, era sudor y sangre sobre el cual edificaban su vida muelle, su vida holgazana, su vida cómoda, su vida de placeres, su vida de lujos, su vida de paseos; era sangre y sudor.   Eso era el pueblo, sangre y sudor, para amasar con sangre y sudor sus privilegios.

Y hoy ven que la sangre y el sudor se levantan para convertirse en pueblo armado, en pueblo valiente, en pueblo culto, en pueblo consciente de sus destinos; y que cada uno de aquellos que dejaron en la ignorancia, cada uno de aquellos a quienes no les quedó siquiera, en medio de una vida de dolor y de trabajo, de humillación y de miseria, la satisfacción de poder leer cinco letras juntas, la satisfacción de poder escribir el nombre que le habían dado al venir al mundo; a esos que ellos dejaron en el olvido más criminal, y criminal mil veces, porque lo mantenían en la ignorancia para engañarlo, para que el latifundista pudiera robarle en las cuentas, cargarle más de lo que debía cargarle, pagarle menos de lo que debía pagarle; criminal mil veces, porque lo mantenían en la ignorancia para explotarlo a él y a su familia inmisericordemente; en ese olvido en que dejaron a tantos cubanos, sin contar los niños que se murieron porque no había un médico para ellos, porque la medicina para ellos se convertía en Cadillacs, se convertía en palacetes, se convertía en cuentas bancarias, que fueron fundadas a costa de vidas, a costa de niños sin escuelas, de niños sin hospitales, de niños sin zapatos, de niños sin ropas.

Y así hicieron ellos sus fortunas, y así tenían al 30% de la población adulta sin saber leer ni escribir.  ¡Tiene que ser para ellos una pesadilla ver a ese hombre alfabetizado!, ¡tiene que ser para ellos una pesadilla saber que ese hombre aprendió a leer y a escribir, y que ese hombre tiene hoy un arma en la mano para que contra él no se vuelva a cometer jamás semejante crimen!  Porque la Revolución tiene cosas profundas, muy profundas, que no serán capaces de comprender jamás los cerebros emblandecidos por la mentira; que no podrán ser capaces de comprender jamás las inteligencias mutiladas por la mentira y por el privilegio; que no serán capaces de comprender aquellos que de una u otra manera disfrutaron de esos privilegios, y no se resignan a que para hacerle justicia a la gran masa, la gran masa que no tenía palacetes, ni tenía clubs, ni tenía escuelas, que muchas veces no tenía pan siquiera, que muchas veces no tenía un centavo en el bolsillo, porque tenía que cansarse de recorrer de puerta en puerta mendigando trabajo.

Y qué cosa tan absurda que un hombre tenga que mendigar trabajo; que un hombre, para conseguirse el derecho a ganarse el pan con el sudor de su frente tenga que mendigar a un politiquero, o a un contratista rapaz, o a un capataz soberbio, unos días de trabajo, unas horas de trabajo.  Y la Revolución tiene cosas muy profundas, y ha llegado muy hondo, y ha llegado muy lejos, ¡donde tenía que llegar!, en las capas más humildes, en las capas más explotadas, a donde ha llegado con su justicia tan hondo como llegó hondo en el aniquilamiento de los privilegios de los que explotaban a esas clases sociales.

Y como grande es el odio de los enemigos de una revolución que puso fin a todo aquello, grande es el heroísmo, grande ha sido y demostrado ya ese heroísmo con que los hombres y las mujeres liberados por la Revolución la defienden.  Y ellos jamás, en su odio, jamás, movidos por ese odio, podrán llegar a hacerle frente a la energía, a la moral y a la decisión que, inspirados en sus convicciones, tienen para defender a esa Revolución las capas humildes de nuestro país.

Ustedes van a partir hacia las distintas unidades, van a ser los instructores revolucionarios de nuestras unidades de combate.  De esas unidades salieron ustedes, de las distintas unidades de las armas revolucionarias; a esas unidades o a otras unidades irán ustedes ahora.

Ustedes son los instructores revolucionarios de los soldados de la Revolución.  Ese ejército es el ejército de los humildes de la patria; ese ejército es el ejército de los explotados de ayer;  ese ejército es el ejército de los obreros y de los campesinos, es el ejército de los que trabajan, de los que crean y de los que producen, y se fundó, precisamente, para defender sus derechos, se creó para que nunca más volvieran a ser oprimidos y explotados.

Esos soldados, esos combatientes, proceden de las mismas filas de ustedes, son sus compañeros de clase, son sus compañeros en el ideal.  A esos combatientes son los que ustedes están llamados a superar, a ayudar, a educar, a comprender cada vez mejor el carácter de la Revolución, los ideales de la Revolución, la justicia de la Revolución; el carácter de lucha de clases de la Revolución, de lucha de clases entre las clases explotadas y las clases explotadoras.

A ese combatiente han de tenerle ustedes siempre presente quiénes son sus enemigos, y por qué son sus enemigos.  Ustedes irán a enseñarle todo lo que ustedes sepan, todo lo que ustedes sabían y todo lo que ustedes han aprendido en esta escuela.

¿Por qué es necesario el instructor revolucionario?  Porque el ejército de una revolución no es un ejército de mercenarios, los combatientes de una revolución no combaten porque les paguen; los combatientes de la Revolución combaten por un ideal, los combatientes de una revolución son por eso capaces de hacer sacrificios y esfuerzos que jamás podrá hacer un soldado mercenario.  Los mercenarios se rinden, los mercenarios levantan bandera blanca; ¡los combatientes verdaderos de una revolución no levantan jamás bandera blanca!  (APLAUSOS.) Los combatientes de una revolución prefieren mil veces la muerte física a la muerte moral; los mercenarios, moralmente muertos desde siempre, se conforman con preservar la vida física.

Los soldados de una revolución son obreros, son campesinos, son hombres como ustedes, que se ganaban la vida trabajando en una fábrica, que nunca pensaron ser soldados, que nunca habrían sido soldados si no se hubiese tratado de una revolución; que solo se han convertido en soldados cuando vino una revolución, cuando tuvieron que ser soldados para defender sus derechos, cuando tuvieron que ser soldados para defender una causa justa, cuando tuvieron que ser soldados para defender su patria.

Jamás habrían sido ustedes soldados de un ejército que defendiera monopolios, que defendiera explotadores, que defendiera patronos.  Por eso ustedes eran obreros, por eso ustedes no eran soldados, ni habrían sido jamás soldados.  Y, sin embargo, ahora abandonaron el trabajo, es decir, dejaron de hacer lo que siempre hacían —y hacían gustosamente— para ser combatientes de la Revolución.

Y claro que ese combatiente es por todos conceptos superior al combatiente mercenario; es por todos conceptos superior, incluso, a ese soldado que reclutan, porque ninguno de ustedes fue obligado por ninguna ley a ser combatiente.  Y en las guerras se reclutan los combatientes por ley; y ese que va a filas por ley nunca es un combatiente como lo es el que viene espontáneamente, porque sabe a qué viene, y porque está orgulloso de luchar en las filas de esa fuerza revolucionaria.

Y así son todos los combatientes de la Revolución.  De ahí que un ejército mercenario lo que necesita es jefe, y un ejército revolucionario necesita jefe y necesita instructores revolucionarios.  Es decir, necesita del hombre que sea guardián del ideal, que sea guardián de la disciplina, que sea guardián de la conducta revolucionaria y de la conducta moral del soldado;  que sea el amigo del soldado, el que conozca sus problemas, el que lo oriente, el que le hable en términos de compañero de su propia fila, el que le hable de soldado a soldado, el que lo instruya, el que se preocupe por su educación, el que lo aliente, el que levante su moral en los momentos difíciles; necesita del ejemplo, porque ustedes, instructores revolucionarios, recuérdense de esto:  primero que nada, más que maestros, más que amigos, más que compañeros, ustedes han de ser el ejemplo.  Ustedes son, antes que nada, el ejemplo para los combatientes, el ejemplo en todo, el ejemplo en las marchas, el ejemplo en los campamentos, el ejemplo en el combate, el ejemplo en el sacrificio.

Y por eso, si fuésemos a dar una definición de qué es un instructor revolucionario, podríamos decir que el instructor revolucionario es, antes que nada, el ejemplo de la tropa.  Y además de ser el ejemplo, y mientras más sea el ejemplo de la tropa, podrá ser el maestro de la tropa, podrá ser el amigo de la tropa, podrá ser el compañero, podrá ser el educador, podrá ser el predicador, podrá ser la luz de la tropa.

Desde el punto de vista militar a ustedes les habrán explicado perfectamente bien que existe un mando militar, que el instructor está subordinado al mando militar, que el instructor debe ser el ejemplo en la disciplina, que debe ser el principal colaborador en el mantenimiento de la disciplina y en el cumplimiento de las órdenes que emanen de la jefatura militar.   El instructor no tiene por qué chocar nunca con las funciones que le corresponden al jefe militar, porque el jefe militar tiene sus funciones, y puede ser un buen jefe militar al que, sin embargo, no se le puedan asignar más funciones porque él tiene las suyas, porque él tiene su trabajo, tiene que trabajar en los mapas, tiene que trabajar en los planes, tiene que trabajar en las exploraciones, tiene que trabajar en la táctica, tiene ,que trabajar en todo lo que concierne a sus funciones de jefe de una tropa que vaya a combatir.

El mejor colaborador del jefe de la unidad debe ser el instructor revolucionario.  El instructor revolucionario debe tratar de adquirir el mayor número de conocimientos posibles sobre cuestiones militares, debe ser un amigo del jefe militar, un compañero del jefe militar.  Y cuanto más cumpla las funciones que le corresponde, elevando la moral de la tropa, el espíritu revolucionario de la tropa, educando a la tropa, luchando por la disciplina, luchando por el comportamiento de la tropa, más será su identificación con el jefe de la unidad.

Debe tratar de adquirir el mayor número de conocimientos militares  —como aquí se les ha tratado de enseñar todo lo posible sobre cuestiones militares—, porque hay ocasiones en que puede caer el jefe, puede quedarse sin mando, puede caer el segundo jefe, y en ese momento haga falta un hombre para tomar el mando, y entonces ese hombre es el instructor revolucionario.

El instructor revolucionario es el que nunca pierde el ánimo, el que nunca se cansa, el que nunca desfallece, el que le da aliento a los demás.  Y eso es muy importante en toda unidad de combate, eso es muy importante en toda campaña, eso es muy importante en toda guerra.

El instructor revolucionario se preocupa del tratamiento que el soldado le da a las armas, a los vehículos, al material; y se preocupa muy especialmente de las relaciones del soldado revolucionario con el pueblo, de su trato con la población, de su trato con los campesinos, del respeto absoluto a los bienes de esos campesinos, a las personas de esos campesinos o de esas poblaciones.

El instructor revolucionario se preocupa de que la tropa sea correcta, de que la tropa se comporte correctamente dondequiera que se encuentre:  en el campamento o en campaña, en cualquier circunstancia; del respeto de la tropa hacia la población muy especialmente, del buen trato de la tropa hacia la población, de la conducta del soldado.  El instructor revolucionario se tiene que preocupar de todas esas cosas, y siempre predicar entre los soldados esa línea recta, siempre predicar entre los soldados los principios de la Revolución que defiende, los métodos de la Revolución que defiende, y que esos principios los cumpla siempre.

Y el primer principio de un ejército revolucionario es el respeto al pueblo, sobre todo el respeto a su pueblo; y es, incluso, el respeto a los enemigos suyos, el respeto al enemigo, que es una de las cosas más difíciles, una de las cosas más difíciles de lograr, y que, sin embargo, a nosotros la experiencia nos enseña que eso es posible, no importa el odio que sienta con razón hacia los enemigos de su patria, hacia los enemigos de su pueblo.  El soldado revolucionario no asesina, el soldado revolucionario no tortura, el soldado revolucionario no le quita la vida a un enemigo prisionero por iniciativa propia; el soldado revolucionario lo presenta ante los mandos, y siempre pone el destino del prisionero en manos de la autoridad que corresponda decidir sobre ese destino.

Y esa fue una de las más hermosas tradiciones del Ejército Rebelde.  Y comprendemos que es difícil cuando se enconan los sentimientos, comprendemos cuán difícil es mantener esa ecuanimidad ante la monstruosidad de los enemigos, ante el tamaño del crimen de los enemigos; comprendemos el deseo de aniquilarlos, de desaparecerlos de nuestra vista, deseo que es natural, deseo que es lógico, pero que nunca debe llevar al soldado revolucionario a tomarse la justicia por su propia mano, que nunca lo debe llevar a desacatar las órdenes y a desacatar la disciplina, y que nunca lo debe llevar, sencillamente, a cometer un crimen, porque nunca el crimen tiene justificación, y porque para combatir a los enemigos tenemos las leyes.  Esas leyes habrán sido más o menos drásticas, esas leyes se habrán cumplido con más o menos severidad, pero la Revolución tiene siempre el derecho de hacerlas más drásticas si las circunstancias lo exigen, la Revolución tiene el derecho de aplicarlas con más severidad si las circunstancias lo exigen.

Y ese es el principio fundamental, el principio de que pertenecemos a una Revolución, de que pertenecemos a una colectividad, y que es la colectividad la que castiga, y no el individuo; que es la colectividad la que hace justicia a través de los órganos correspondientes, y no el individuo.  La aplicación de la justicia no puede ser individualista.  Ese concepto no es propio de la revolución socialista; ese individualismo es propio del capitalismo explotador y criminal, jamás será correcto en una revolución cuyo fundamento es el principio de la colectividad, el derecho de la sociedad y la fuerza de la sociedad.  Y, además, porque si es honroso matar peleando, siempre será deshonroso matar a sangre fría a un enemigo rendido; y, además, porque el soldado prisionero no es prisionero de un hombre:  es prisionero de un ejército; no lo capturó ese hombre, no es suyo:  lo capturó el ejército, lo capturó la Revolución entera.

Y por eso hay que combatir las manifestaciones de individualismo que pretendan la aplicación de la justicia por su propia mano, y siempre ser firmes en ese principio, siempre ser firmes, porque el día que se vacile en esto estaremos quebrantando la disciplina, estaremos quebrantando la autoridad, y estaremos quebrantando los principios.

La Revolución tiene la facultad de aplicar, por ley, las medidas que sean necesarias.  La Revolución ha aplicado medidas de justicia contra los criminales.  La Revolución es verdad que ha sido generosa, pero eso no significa que la Revolución haya renunciado jamás su derecho a ser todo lo severa que sea necesario.  Nadie nunca debe impacientarse.  La victoria no es, a la larga, de los impacientes; la victoria es de los perseverantes.  La lucha es larga, la lucha es dura.  ¡Ojalá la Revolución no tenga que aplicar medidas más severas, pero si la Revolución tiene que aplicar medidas más severas las aplicará!  La Revolución tiene el derecho a aplicarlas para defenderse de sus enemigos; la Revolución tiene el derecho a aplicarlas para defender su vida; la Revolución tiene el derecho de aplicarlas para defender su existencia.  Y la Revolución, cuando sea necesario, las aplicará.  El haber sido generoso, el haber sido nuestro pueblo generoso, no le quita ese derecho, sino que le da el derecho, cuando las circunstancias lo exijan, a ser tan duro como sea necesario.

Y tengan ustedes la seguridad de que así será, tengan ustedes la seguridad de que el pueblo será tan duro con sus enemigos como sea necesario (APLAUSOS).

Sobre todas esas cuestiones morales, sobre todas esas cuestiones de principio, sobre todas esas cuestiones ideológicas, y de disciplina, y de comportamiento, y de relación, ustedes deben orientar a los combatientes de sus unidades.

La presencia de ustedes en las unidades las hará más disciplinadas, las hará más preparadas, las hará más revolucionarias.  Hay veces que una unidad acampa en un lugar y comete faltas.  Cualquier falta va contra el prestigio de la unidad.  Si una unidad llega a un campamento y se come la comida de otra unidad, eso irá contra el prestigio de la unidad; si una unidad llega a un sitio, a un campamento, y descansa en los sitios de descanso de otra unidad, eso va contra su prestigio.  Y a veces, cuando las unidades están movilizadas llegan quejas.  A lo mejor quedan cerca de una escuela, tienen conflictos con el director de la escuela; llegan a una granja y pueden tener conflictos con el director de la granja.

Pueden hacer dos cosas si necesitan algo:  o tomarla —y harían mal—, o solicitarlas como corresponde, al jefe, al administrador de esa granja.  Ustedes tendrán 1 000 casos, y la propia vida les irá dando experiencias.  Pero recuerden ustedes:  cuando nosotros tengamos noticias del mal comportamiento del personal de alguna unidad —y cuando hablo de unidad es en sentido figurado, porque no es la unidad la que comete una falta, puede cometerla un miembro de la unidad, puede cometerla una parte del personal de la unidad— nosotros siempre iremos a exigir les responsabilidad al jefe de la unidad y al instructor revolucionario de la unidad.

Esa es la tarea fundamental que les corresponde a ustedes, que nunca debe entrar en conflicto, ni entrará en conflicto con el jefe militar de la unidad.

Ahora, ustedes tienen dos tareas:  las tareas en la paz y las tareas en la guerra.  En la guerra las tareas de ustedes se multiplican, la misión de ustedes se hace más importante todavía, porque en la guerra ser el ejemplo es una tarea más dura todavía.  Y el instructor debe ser en la guerra el ejemplo de los soldados.

Y para todos los combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, para todos ustedes será siempre una gran tranquilidad y un gran aliento saber que en cada unidad, además de un buen jefe, hay un buen instructor revolucionario; saber que esas unidades van a tener la consistencia que les va a dar el instructor; saber que la unidad que avanza por un punto, o la unidad que defiende una posición, es una unidad que está allí con su jefe y con su instructor revolucionario.  Que hay allí un compañero de ustedes, un compañero de la escuela, un compañero de curso o compañero de otro curso, pero que para ustedes será siempre un gran aliento en el combate, saber que allí, en todas las demás unidades de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, hay un instructor como ustedes, hay un combatiente de la calidad de ustedes.

Esa función que ustedes van a desempeñar, en estos instantes se hace más necesaria, se hace más útil.  ¿Por qué?  Porque entramos en una nueva etapa de lucha contra el enemigo, porque estamos delante de nuevos peligros, de nuevas amenazas, de nuevos planes.

Ustedes tienen que dedicarse por entero a la tarea de ayudar a la organización y a la adquisición de capacidad combativa de las unidades a que ustedes sean señalados, bien sean unidades de infantería, bien sean unidades de artillería, de tanque, de antiaérea, de aviación, o de cualquier arma.

Tenemos que hacer lo que hemos hecho siempre:  sacar nuestro provecho de las amenazas, y de los planes del enemigo; es decir, duplicar nuestro esfuerzo.  Tenemos que trabajar muy duro, tenemos que trabajar intensamente en el adiestramiento, en la disciplina y en la capacidad de combate de todas nuestras unidades.

A cualquier punto que ustedes sean asignados, deben inmediatamente ponerse a trabajar en colaboración con los jefes de la unidad en todo lo que concierne a las funciones de ustedes y a la tarea de acelerar la preparación de esas unidades.

No podemos perder tiempo.  Perder tiempo no debe ser nunca un vicio nuestro; perder tiempo no debe ser nunca falta en que incurra un revolucionario; perder tiempo es propio de los que no son revolucionarios.  Que pierda tiempo el enemigo; nosotros debemos aprovechar cada minuto en prepararnos, nosotros debemos aprovechar todas las experiencias de lo que hemos tenido oportunidad de conocer hasta ahora; debemos aprovechar todas las experiencias que hemos tenido.

Es lógico que el imperialismo cuando nos agreda de nuevo, si se decide por los mercenarios, si se decide por las tácticas del ataque frontal, hará un esfuerzo mucho mayor.  Eso es lógico.  Si cualquier contrarrevolucionario dice eso, no está diciendo nada de extraño.  Por muy brutos que sean los del Pentágono, no hay duda de que en un nuevo tipo de ataque frontal tratarían de no incurrir en los errores en que incurrieron la vez anterior, tratarían de no incurrir en la subestimación en que incurrieron la vez anterior.  Siempre, de todas formas, se equivocará; siempre, de todas formas, subestimará.  ¡Siempre!  Porque si no estuvieran equivocados no nos agrederían; si no nos subestimaran no hubieran lanzado aquella invasioncita de mercenarios.  Porque por mucho que ellos tenían preparada la gran expedición, al cabo de tres días resultó que había sido la pequeña expedición; con todos sus aviones, sus flotas, sus armas modernas, demostraron que sí, con eso podían haber preparado una excursión a una selva, o podían haber tratado de derrocar a un gobierno que no contara con un pueblo; con eso podían derrocar a otro gobierno que tuviera dentro un ejército mercenario, como ocurrió en Guatemala.  En Guatemala resultó una tarea fácil, porque la quinta columna estaba dentro, estaba dentro y armada.

Es decir que nosotros debemos tener muy presente que en cualquier otra agresión del tipo de ataque frontal, ellos utilizarían más efectivos, y ellos utilizarían otras tácticas.  La agresión imperialista, como siempre, puede tener distintas variantes.  Nosotros debemos estar preparados para combatir todas esas variantes.  Puede ser el ataque frontal de fuerzas regulares imperialistas, puede ser ataque de mercenarios apoyados por ellos con algunas de sus armas, puede ser también el plan de crear, de introducir distintos grupos de mercenarios por distintos puntos para librar un tipo de guerra irregular.  Pero nosotros debemos estar preparados para todas las variantes que el enemigo haya de emplear.  Nosotros debemos tener tácticas y métodos de lucha y fuerzas suficientes para afrontar cualquiera de sus variantes.  El enemigo empleará una de estas tres variantes, y nosotros debemos tener una fuerza flexible, ágil, que nos permita enfrentar cualquiera de esas tácticas que el enemigo use.  Desde luego que hay una cosa segura, hay una cosa segura:  cualquier táctica que use va a fracasar (APLAUSOS).

Es posible que trate de combinar dos tácticas, siempre con el mismo resultado.  Pero, ¿por qué?  En primer lugar, porque lo que ellos defienden y lo que nosotros defendemos son dos cosas muy distintas, y es absurdo creer que un “niñito de bien” del Yacht Club, que un hijo de un dueño de central azucarero o de un banco, que un esbirro de la tiranía, que un asesino, que cualquiera de aquellos personajes que integraban la expedición mercenaria, pueda enfrentarse con un soldado revolucionario, pueda enfrentarse con un soldado obrero; que cualquier señorito de esos, que nunca en su vida pasó trabajos, puede enfrentarse con un soldado de la clase obrera.  Son dos tipos de mentalidades, dos tipos de hombres.  Si a ese señorito lo ponen a cortar caña 10 horas, se desmaya.

Y la guerra, ¿qué es?  La guerra es, antes que nada, un gran esfuerzo físico, un gran esfuerzo de voluntad, un gran esfuerzo moral.  Por eso, el soldado obrero, el soldado revolucionario, por su carácter, por su fuerza, por su espíritu de sacrificio y por su moral, siempre será superior al soldado contrarrevolucionario; porque el soldado contrarrevolucionario es un miembro ilustre de una clase explotadora o un lacayo sumiso de esa clase, o un mercenario de esa clase.  Y cuando ese tipo de soldado mercenario que no vive para defender una causa, sino que pelea para vivir, porque añora todos sus privilegios, porque añora su vida cómoda, y por lo tanto, no está dispuesto a hacer el sacrificio que hace un obrero que está luchando por sus conquistas y sabe lo que significa para él la derrota, lo que significa para su clase, lo que significa para su patria, lo que significa para sus hijos, lo que significa para su esposa, lo que significa para sus hermanos.  Sabe lo que defiende, no quiere que lo vuelvan a encadenar.

Los mercenarios y los contrarrevolucionarios combaten para esclavizar, para volver a encadenar al pueblo; los combatientes revolucionarios combaten para que no los vuelvan a encadenar, combaten por la libertad.  Ellos combaten por la esclavitud; ellos combaten por la explotación; ellos combaten para ponerle otra vez el mayoral, el capataz, el contratista, el explotador.  Ellos combaten para volverle a poner otra vez al campesino el latifundista, la renta, el robo, la guardia rural; ellos combaten para volver a imponer al pueblo sus esbirros, sus robos, sus saqueos, sus torturas, sus crímenes.  Y él, combatiente revolucionario lucha por defender a su clase y a su pueblo de todas esas atrocidades.  Por eso siempre será superior el combatiente revolucionario al mercenario.  Esa es una de las razones.

Segundo:   El combatiente revolucionario defiende su tierra, defiende su patria, defiende el país donde se siente libre por primera vez.  El combatiente contrarrevolucionario defiende la política del extranjero, defiende la política de sus amos extranjeros, lucha en defensa de los intereses extranjeros contra los intereses de su tierra.  El combatiente revolucionario lucha con un espíritu y un tesón con el que jamás luchará el mercenario.  El combatiente revolucionario lucha con una razón sólida, verdadera y profunda.  El combatiente mercenario tiene que inventar razones, y cuando a un mercenario usted le pregunta:  ¿Por qué luchas tú?”, te habla de la Constitución de 1940.  El combatiente mercenario no tiene ideal, el combatiente mercenario no tiene programa, como no sea el programa de la explotación, el programa de la esclavización, el programa de los privilegios.  ¿Cuál era su programa?  Recuperar sus fincas, recuperar sus bancos, recuperar sus casas, recuperar sus negocios, recuperar sus clubs, recuperar su preeminencia social.  Y es posible que una de las cosas que más le duela al contrarrevolucionario es que junto con todos sus intereses económicos perdió su preeminencia social  perdió su derecho a mirar a los demás como inferiores a él, perdió su derecho a mirar a los demás con desprecio.  A su vez, se sienten destruidos, se sienten despreciados.

El contrarrevolucionario no tiene programa.  Si se le pregunta a un contrarrevolucionario cualquiera por qué lucha tendrá que  inventar una razón.  A lo mejor dice que lucha por su fe; ¡mentira!, la Revolución no ha proscripto su fe, la Revolución no le prohibe a nadie creer, pero él tenía que inventar algo.  Ellos no dicen que luchan por sus tierras ni por sus privilegios, ellos buscan otra razón, ellos buscan otro argumento.  El contrarrevolucionario nunca sabrá, nunca podrá decir verdaderamente por qué lucha; por eso, cuando comparecieron ante el pueblo, daban aquellas respuestas, ¿qué respuesta podían dar?

El contrarrevolucionario tiene que engañar al pueblo, tiene que inventar todo género de mentiras, tiene que tratar de movilizar la religión contra la Revolución, porque no tiene bandera; tiene que inventar todo género de patrañas.  El contrarrevolucionario tiene que hacer lo que hicieron en días recientes para sembrar el temor, para sembrar la confusión, para sembrar el miedo en las madres.  ¿Qué le importa a un contrarrevolucionario que una madre ingenua sea capaz de dejarse confundir y tenga que vivir la ansiedad de creer que le van a quitar un hijo?  Eso no le importa a un contrarrevolucionario.

¿Qué le importa a un contrarrevolucionario engañar a los propios contrarrevolucionarios?  ¿Qué le importa?  Entonces sacan una ley apócrifa y empiezan a regar copias de una supuesta ley para sembrar ese temor, para sembrar la intriga, para que las madres se vayan con sus hijos a Estados Unidos, para allá entonces hacer campaña internacional y decir:  “Se están yendo de Cuba las madres con sus hijos porque les van a quitar los hijos a las madres”; y son capaces de inventar una cosa tan absurda que no ha ocurrido jamás en ningún lugar del mundo, y que jamás se le ocurriría a ningún gobierno, y que jamás se le puede ocurrir a la Revolución Cubana.  Porque, claro, ellos no tienen programa, no tienen argumento, no tienen nada por donde atacar, no tienen nada para conquistar la masa, no tienen nada que decirle al pueblo, y entonces se aferran a las cuestiones de religión y en nombre de la religión le declaran la guerra a la Revolución.  Entonces, como saben que la Revolución nunca le ha quitado nada al pueblo y que sí les ha quitado casi todo —casi todo— a los privilegiados, entonces le dicen al pueblo “te van a quitar tus hijos”.  E inventan semejante patraña y tienen el cinismo de imprimirlo para ir a confundir a la gente.

Ahora, ¿qué le dirán ellos ahora a los mismos contrarrevolucionarios?  Porque habrá distintos tipos de contrarrevolucionarios, habrá el contrarrevolucionario de convicción que odia la justicia, y habrá el contrarrevolucionario idiota, el contrarrevolucionario imbécil, el contrarrevolucionario tupido, el individuo que le han hecho ver una cosa distinta, el individuo con prejuicios, y entonces ellos acuden a esos procedimientos, acuden a esos medios.  Es lo que hacen siempre:  engañar al pueblo, tratar de engañar por todos los medios.  Eso demuestra la calaña moral de esos señores; esos son nuestros enemigos.  La Revolución nunca tiene que acudir a una mentira, la Revolución jamás ha acudido a una mentira; la Revolución tiene sus verdades; con esas verdades se presenta; con esas verdades combate abiertamente.  La contrarrevolución tiene que inventar, tiene que agarrar a Dios, tiene que agarrar cuantas cosas le vengan a mano para combatir a la Revolución.

Y es lo mismo que hacían, pues no tiene nada de extraño que hagan eso.  Cuando la invasión ustedes recuerdan que en la ONU declararon que eran aviones procedentes de Cuba, y así son todas las campañas del imperialismo, todas las campañas de los agentes del imperialismo, a través de la historia, no ahora, porque esto es viejo.  ¿Creen ustedes que eso lo inventaron los contrarrevolucionarios cubanos?  No, esos argumentos son argumentos de la reacción internacional, y así estuvieron engañando al mundo durante décadas enteras, combatiendo la revolución rusa, porque decían que le habían quitado los niños a los padres, y decían que habían socializado las mujeres (RISAS).  Y estuvieron haciéndole creer al mundo todas esas sandeces, todas esas idioteces.

Por eso nosotros decimos que hay el contrarrevolucionario idiota.  Hay el no afectado por la Revolución, y es contrarrevolucionario; ese es el contrarrevolucionario idiota, típicamente idiota, ese es el gusano por idiotez (RISAS Y APLAUSOS).

Es necesario que ustedes los instructores les expliquen constantemente a los combatientes y le expliquen al pueblo también estos problemas —porque muchas veces ustedes tienen que ver no solo con los combatientes, tienen que ver con el pueblo en el lugar donde ustedes estén destacados—, porque al pueblo hay que enseñarlo a pensar, al pueblo hay que dejarlo razonar.  Conforme había 1 200 000 personas analfabetas, que están aprendiendo a leer y escribir, había infinidad de personas políticamente analfabetas, que políticamente no sabían el a, b, c siquiera.  A esas personas hay que enseñarlas a pensar políticamente, a analizar estos problemas con lógica, con argumentos, y ustedes tienen todos los argumentos, pueden explicar todas las cosas de la Revolución, con la seguridad de que siempre lo que ustedes defienden es lo justo, lo que ustedes defienden nunca podrá ser rebatido por los enemigos de la Revolución.

A ello se debe que un país tan pequeño como el nuestro haya podido resistir victoriosamente todos los ataques del imperialismo, a pesar de todo lo que ha hecho el imperialismo contra nuestro país, a pesar de sus esfuerzos por llevarnos al hambre, a la ruina, a pesar de sus esfuerzos por privarnos de una serie de cosas esenciales, a pesar de su aparato de propaganda internacional, a pesar de su influencia internacional, a pesar de sus miles de millones de dólares; sin embargo, no ha podido destruir la Revolución, no ha podido ni siquiera llevar a muchos gobiernos de América Latina contra nosotros.

Claro, ¿a qué gobiernos el imperialismo se lleva contra Cuba?  A los gobiernos más débiles, a los países más pobres y a los países más explotados.  Por ejemplo, todos los gobiernos centroamericanos —excepto Panamá—, el grupo de gobiernos de Nicaragua, Honduras, El Salvador, Costa Rica y Guatemala, son cinco países muy pequeños, completamente sometidos económica y políticamente a Estados Unidos.  En esos países pequeños, ha podido arrastrar a sus gobiernos fácilmente a romper relaciones con nosotros; en cambio, no ha podido arrastrar a Brasil a esa posición.  A los países que tienen más recursos, que tienen más fuerza, no los ha podido arrastrar a una posición contra nosotros.  Pero el imperialismo ha hecho todo lo que ha estado al alcance de sus manos, y lo seguirá haciendo, contra la Revolución.

Nosotros debemos saber que esta será una lucha larga, que cuando termine una batalla hay que empezarse a preparar inmediatamente para la otra, como hicimos nosotros:  terminados los combates de Playa Girón, inauguramos una serie de escuelas, preparándonos para la otra.  ¡Ah, qué distinto que el enemigo sorprenda al país desorganizado, impreparado, a que el enemigo siempre se encuentre un pueblo alerta y un pueblo preparado!

En ese momento es cuando se ven los frutos de todas las escuelas, se ven los frutos de todos estos trabajos.  Lo que nosotros no hagamos en esfuerzo por prepararnos, después lo tenemos que pagar en pérdidas de vidas, después lo tenemos que pagar en pérdidas de riquezas.  Además que la falta de preparación de la Revolución alienta a los enemigos.

Las batallas de la Revolución contra la contrarrevolución no se ganan cuando se están disparando los tiros; las batallas se empiezan a ganar mucho antes, las batallas se empiezan a ganar cuando se organiza la primera escuela, cuando se comienzan a tomar las primeras medidas; las batallas que tengamos que librar contra los enemigos de la patria, las empezamos nosotros a ganar hace meses, preparándonos, organizándonos, organizando escuelas de jefes, organizando escuelas de instructores, organizando escuelas de jefes de pelotones, organizando escuelas de infantería, organizando todos los cuadros de mando que estamos organizando.

Gracias a eso, el país cuenta con una poderosa fuerza; gracias a eso, el pueblo cuenta con una poderosísima fuerza revolucionaria, de extracción obrera y campesina, cuyos oficiales y jefes son obreros y campesinos; una fuerza formidable, cuyos dirigentes adquieren cada día mayores conocimientos.

¿Qué era el Ejército Rebelde cuando empezamos?, ¿qué eran las fuerzas de la Revolución cuando empezaba?  Un puñado de hombres, sin experiencia.  ¿Qué fuimos, durante muchos meses, en la guerra?  Un puñado de hombres.  Sin embargo, aquello fue avanzando, fue desarrollándose, fue creciendo.  ¿Qué éramos al terminar la guerra?  Unos cuantos miles de hombres.  Y, sin embargo, aquello no era suficiente para las tareas de la Revolución, y comenzó entonces a organizarse el pueblo.

¿Qué éramos al principio de las milicias?  Decenas de miles de milicianos que no tenían ni armas, ni instrucción.  ¿Qué éramos después?  Decenas de miles y cientos de miles de milicianos que ya teníamos armas y alguna instrucción.

¿Qué fuimos cuando el ataque imperialista de Playa Girón?  Pues, ya éramos muchas unidades de combate que tenían jefes, que habían pasado por escuelas, que tenían unidades de artillería, de aviación, y cuatro aviones viejos.  Eramos mucho más entonces que cuando terminó la guerra en las montañas, éramos mucho más que cuando empezábamos con las milicias, éramos ya una fuerza.

Sin embargo, hoy somos mucho más de lo que éramos cuando Playa Girón, y eso es producto de la perseverancia, eso es producto del esfuerzo, ese es el producto de la convicción, de la fe en las masas, de la fe en la clase trabajadora, de la fe en el pueblo; y así se fue formando lo que hoy es la fuerza que contiene al imperialismo en nuestra patria, la fuerza que hace invencible a nuestra Revolución; del puñado de jóvenes de los primeros tiempos, de los primeros tiros con escopeta 22, de los primeros tiros con escopetas de municiones y con pistolas, cuando el 26 de julio, a las otras etapas, en que no había un arma automática, aunque ya fuesen armas de otros calibres, a las otras etapas y las otras etapas, a la etapa aquella en que se nos unieron los primeros compañeros, como el compañero Guillermo García, aquí presente (APLAUSOS PROLONGADOS).

Guillermo era entonces un campesino que se unió a nosotros con un fusil Remington recogido de los que algunos compañeros nuestros traían y perdieron en los primeros reveses, y hoy es jefe del ejército de occidente (APLAUSOS).  Entonces no soñábamos con tener un tanque, nuestros primeros tanques fueron tanques capturados al enemigo en las ofensivas finales.

Y así ha sido toda esta etapa, de una lucha que empezó con fusiles 22, frente a fuerzas poderosas de un enemigo que dominaba en nuestro país.  Y hoy es esta fuerza, este formidable ejército, esa fabulosa suma de milicianos —y que conste que no tenemos ningún interés en asustar a los enemigos—; enorme suma de unidades de combate, porque es todo el pueblo capaz de tomar las armas; enorme número de cuadros, cuadros surgidos de la clase obrera, a través de las academias militares y de las escuelas.

Así se ha ido haciendo este ejército del pueblo, esta Fuerza Armada Revolucionaria de nuestro pueblo, a la que ustedes pertenecen y en cuyas unidades van a trabajar ustedes como instructores revolucionarios; así hemos llegado a lo que tenemos hoy, una fuerza cada vez más disciplinada, cada vez más entrenada, cada vez más clara, cada vez mejor dirigida, es decir, cada vez con un número mayor de cuadros al frente de ella, de jefes de unidades mayores y de unidades menores.

Y ahora, ¿qué le faltaba a esta fuerza?  Les faltaban ustedes.  Cuando ustedes tomen posesión de sus cargos en esas unidades, esas fuerzas tendrán algo que les faltaba, esas fuerzas tendrán los instructores revolucionarios, los alumnos graduados en esta escuela, la escuela “Osvaldo Sánchez” que lleva el nombre de quien fue tan magnífico compañero revolucionario, de quien tantas veces atravesó las líneas enemigas y servía de contacto entre nosotros y el Partido Socialista Popular (APLAUSOS PROLONGADOS).

Y así nosotros tenemos que ser fieles a los caídos en esta lucha, así tenemos nosotros que ser fieles a todos nuestros compañeros.

Ha sido una lucha larga.  Los caídos —muchos—, desde los primeros, cuando comenzó la lucha contra la tiranía, hasta los últimos; cualquier compañero miliciano asesinado por algún agente del imperialismo yanki, o aquella obrera del Encanto que sucumbió envuelta en llamas, víctima del cobarde y criminal atentado de un agente de la Agencia Central de Inteligencia.

Muchos han sido los caídos en los combates, en las montañas, antes de conquistar el poder la Revolución; después de conquistado el poder, en las luchas contra los mercenarios invasores.

La fuerza de esta Revolución, la fuerza de este ejército revolucionario se fue edificando sobre el sacrificio de muchos compañeros, se fue edificando sobre las vidas de los que defendiendo esta causa cayeron.  Gracias a esos valientes, gracias a esos hombres que se sacrificaron, gracias a los que estuvieron dispuestos a sacrificarse, gracias a los valientes que, murieran o no murieran, lucharon con tesón, se ha logrado hacer esta fuerza que hoy es la fuerza defensora de la patria, que hoy es el escudo de la Revolución, el escudo de la clase obrera, el escudo de nuestros campesinos, el escudo de nuestros derechos, el escudo de nuestras conquistas.

Y así nosotros tenemos que ser fieles a los caídos, así nosotros tenemos que trabajar, así nosotros tenemos que luchar, porque a nosotros, los hombres de esta generación, nos corresponde una misión:  la misión nuestra es luchar, a los hombres de esta generación les corresponde luchar.  Estemos muy conscientes de que nosotros somos luchadores que estamos escribiendo una página en la historia de la patria, una página en la historia de América.

Nosotros somos luchadores que estamos escribiendo un episodio, un párrafo si se quiere, en la historia de la humanidad.  Nosotros somos luchadores que estamos creando un mundo mejor; nosotros somos luchadores que estamos construyendo una vida mejor; nosotros somos luchadores que estamos construyendo una sociedad de justicia, para que en el futuro entonces no haya explotados, para que en el futuro no haya hambre, no haya miseria, para que en el futuro no haya más todo el crimen y toda la injusticia de ayer, para que en el futuro no haya más niños descalzos, y niños sin ropas, y niños hambrientos, y niños sin escuelas; para que en el futuro el hombre —como dice Raúl— no sea más el lobo del hombre, para que el hombre en el futuro no sea más víctima del hombre.

Y para lograr eso tenemos que librar una batalla dura contra los explotadores, los explotadores que aquí había y los explotadores que en el mundo había; porque al igual que los obreros y los campesinos de la Unión Soviética, y de todos los países socialistas son nuestros amigos, los explotadores de todo el mundo son los amigos de los explotadores que aquí había.  Para librar a nuestra patria de la explotación, para escribir una página o un párrafo en la historia de la lucha del mundo contra la explotación, nosotros tenemos que luchar muy duramente.

Lleven esto siempre presente cuando tengan deseos de irse a pasear, cuando tengan deseos de irse a divertir, cuando tengan deseos de irse a descansar, lleven esto siempre presente.  Nosotros somos luchadores que tenemos que sacrificarnos, nosotros somos luchadores que no podemos estar pensando en nosotros mismos; nosotros tenemos que pensar solo en nuestro trabajo, nuestro trabajo es lo más importante, nuestro trabajo es lo más decisivo, nuestro trabajo es lo más fundamental.  Y eso debemos ser nosotros:  fieles cumplidores de nuestro trabajo, de nuestro deber, hombres que conscientemente nos sacrificamos por algo que sabemos vale la pena el sacrificio.

Muchas veces quizás tengamos que estar días, semanas, y a veces meses, separados de nuestros hogares, separados de nuestros familiares.  Y, sin embargo, debemos aceptarlo como un deber, debemos aceptarlo como un sacrificio.

Cuando comenzaba este curso, yo les recordaba algo para los momentos de desaliento:  cuando parece que el trabajo es duro, cuando parece que llevamos mucho tiempo alejados de los nuestros, cuando parece que llevamos mucho tiempo sin dormir en una cama, sin bañarnos en una ducha, recuerden siempre a los caídos, recuerden a los caídos en esta larga lucha; recuerden a los caídos en Playa Girón; recuerden a los compañeros de ustedes, a los conocidos de ustedes, a los amigos de ustedes, a los hermanos de clase de ustedes, a los hermanos de las fábricas, a los compañeros de las unidades que han caído, porque todos ustedes pertenecen a unidades que han luchado; todos ustedes han conocido a muchos compañeros que han muerto en esta lucha.

Piensen siempre en esos compañeros, que lo único que tenían era la vida y la dieron sin vacilación.  No tenían otra riqueza que su vida, su hogar, su familia; no tenían otros bienes que esos.  Y así son de generosos los hombres humildes.

Y ellos lo único que tenían, que era su vida, la dieron; ellos no pudieron volver a ver a sus hijos, ni a sus esposas, ni a sus madres; ellos no pudieron volver a los hogares.  Cayeron en la lucha, para no regresar junto a los suyos físicamente, aunque sí estén siempre presentes en el recuerdo de todos; pero más que en el recuerdo de todos, están presentes en la obra de todos, están presentes en las victorias de todos, y estarán presentes en la felicidad del mañana.

Piensen en esos compañeros cuando el ánimo les desfallezca, y que por muchos que sean los días ausentes, siempre ustedes tendrán oportunidad de volver a ver a los familiares, de volver a ver a sus esposas, de volver a ver a sus hijos.  Y nunca nos debe parecer duro cuando otros han hecho sacrificios más duros todavía.

Nosotros tenemos que ser abnegados, sacrificados; nosotros tenemos que ser eso, por encima de todo:  luchadores; porque esos son los hombres que hay que reunir, esos son los hombres que pueden hacer la historia, esos son los hombres que constituyen el nervio y la columna dorsal de un ejército, esos son los hombres que pueden hacer una revolución, esos son los hombres que pueden hacer una patria grande, esos son los hombres que pueden vencer sobre sus enemigos.

Compañeros instructores revolucionarios:  que esa palabra sea siempre una palabra honrosa; que esa palabra signifique siempre dignidad, signifique siempre honor, signifique siempre firmeza, signifique siempre lealtad a la Revolución y a la patria; que esa palabra —instructor revolucionario— signifique siempre ejemplo, signifique siempre lección en la paz y en la guerra; que esa palabra siempre sea una palabra de orgullo para la patria.  Que instructor revolucionario quiera decir revolucionario verdadero, revolucionario incansable, luchador consciente de que el descanso del revolucionario —como ya se ha dicho— es la tumba, luchador verdadero...  (APLAUSOS), vanguardia de la patria, constructores de la historia.

Ustedes representarán la idea revolucionaria en las unidades de combate, ustedes representarán el ideal revolucionario, ustedes simbolizarán la convicción y la conciencia revolucionaria,  ustedes serán los maestros, ustedes serán la conciencia, ustedes serán el ejemplo de la tropa.  Y cada uno de ustedes está obligado con la patria, y está obligado con cada uno de los demás a que ese título que llevan, llevarlo siempre limpio, llevarlo siempre sin mancha, llevarlo siempre con orgullo.  Porque cada uno de ustedes es depositario del prestigio de todos, y cada uno de ustedes es depositario de la fe y de la confianza de la patria; cada uno de ustedes es columna de esta Revolución; cada uno de ustedes, nosotros sabemos que tendrá estas cosas muy presentes, y que sabrá cumplir con el deber, y que el bien más preciado que siempre llevarán con ustedes es ese título de instructores revolucionarios de la patria cubana, del primer pueblo de América que se libera y se enfrenta al imperialismo, de la primera Revolución Socialista de América, de una página en la historia gloriosa que está escribiendo nuestro pueblo, más meritoria y más gloriosa cuanto más poderoso sea nuestro enemigo, más meritoria y más gloriosa cuanto mayores sean los esfuerzos que tengamos que hacer para obtener la victoria.

Eso es lo que les deseo al clausurar este curso, y expresarles nuestra profunda felicitación por ser ustedes ya los primeros instructores graduados en la escuela “Osvaldo Sánchez”; felicitar también calurosamente a los maestros y a los directores de la escuela, exhortarlos a que sigan trabajando, exhortarlos a que sigan preparando instructores revolucionarios; felicitar a los compañeros de la dirección de instrucción de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y exhortarlos a que sigan organizando las escuelas superiores, para que no nos contentemos con lo que hemos hecho, sino que sigamos organizando cursos superiores para que cada uno de ustedes pueda seguir preparándose, cada uno de ustedes pueda seguir superándose.

Nosotros queremos, por último, decirles que tenemos toda nuestra fe y toda nuestra confianza puesta en el éxito del trabajo que ustedes van a desempeñar, y que por eso podremos seguir adelante, por eso podremos seguir mejorando nuestras unidades en todos los órdenes, tanto políticamente como militarmente, para que el ejército no se quede atrás, para que marche parejo con todas las fuerzas de la patria, para que marche parejo con los obreros de los sindicatos, para que marche parejo con los jóvenes, para que marche parejo con las mujeres, y para que marche parejo con la gran organización que une a todos los revolucionarios, lo que será el gran Partido Unido de la Revolución Socialista (APLAUSOS PROLONGADOS).

Ustedes estarán llamados a ser los representantes, el alma de ese Partido, en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Ahora bien, ustedes comienzan:  Que cada día, que cada semana, que cada mes, que cada año, sea un día, una semana, un mes, un año de trabajo; que el esfuerzo de ustedes los haga acreedores a esa representación del Partido Unido de la Revolución Socialista en las unidades de combate de la Revolución.

¡Patria o Muerte!

(OVACION)