DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN LA
REUNION CELEBRADA POR LOS DIRECTORES DE LAS ESCUELAS DE INSTRUCCIÓN
REVOLUCIONARIA, EFECTUADA EN EL LOCAL DE LAS ORI, EL 20 DE DICIEMBRE DE 1961.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRÁFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Quería decirles que me parece que la intervención mía
no puede ser tan útil, tan adaptada al motivo de las reuniones de ustedes, por
cuanto no he participado en las discusiones que han tenido. Con seguridad que del intercambio de una
serie de opiniones, de ideas, de experiencias de ustedes, hubieran podido
sugerírseme algunas cosas de más interés o de más valor con respecto a las
escuelas.
De todas formas, puesto en la tarea de dirigirles la
palabra, voy, sencillamente, a expresarles, a referirme principalmente a una
cosa que en sí es lo importante en las escuelas, es decir, el valor que tienen
para la Revolución como tales escuelas de instrucción revolucionaria.
Nosotros le llamamos escuela de instrucción
revolucionaria porque nosotros debemos tener nuestra propia terminología para
conceptuar las cosas. Por ejemplo,
usamos el término de orientador revolucionario, como un término más nuestro, y
que en otros sitios lo califican de “agitador”.
La palabra “agitador” había sido una palabra que pasa
un poco como con las cooperativas. Hay
ciertas palabras contra las cuales el enemigo se ha ensañado de mala manera, y
ha llegado a crear ciertos complejos… ciertos complejos no, ciertos reflejos condicionados. Y nosotros, como no estamos obligados a usar
términos… Nosotros, por ejemplo, a una granja del pueblo, que es una granja del
pueblo, pues en la Unión Soviética le llaman “sovjós”. Pero si nosotros le hubiéramos puesto a la
granja del pueblo “sovjós”, habrían armado un
escándalo tremendo los enemigos de la Revolución. Y además, porque no tenemos por qué llamarle
“sovjós”; lo de nosotros es granja del pueblo, que es
un nombre cubano a un tipo de granja de producción colectiva.
Y pega muy bien, porque, entre otras cosas, el
concepto va expresado en la palabra.
Tarda siempre un tiempo hasta que el pueblo llega a
identificar plenamente la propiedad social, la propiedad de todo el pueblo, las
empresas nacionalizadas, como propiedades suyas. Esa identificación se va produciendo
paulatinamente, pero la palabra, por ejemplo “granja del pueblo”, tiene la
ventaja de que ya en el propio término está incluido el concepto. Es decir, una empresa que pertenece al pueblo. Si le ponemos “sovjós”
a una granja del pueblo, es muy probable que mucha gente estuviera todavía
preguntando qué es una granja del pueblo.
Pero es que en la propia palabra está incluido el concepto.
Con las cooperativas, los contrarrevolucionarios en el
campo han tratado, por ejemplo, de introducir el miedo. Entonces, es indiscutible que ellos se valen
para ello de la idiosincrasia tan especial de los campesinos, porque el
campesino pobre, pequeño agricultor, es un aliado de la clase obrera y tiene que
ser un aliado de la clase obrera; que en la lucha revolucionaria, como aliado
de la clase obrera, se libera también de la explotación de los latifundistas,
de los intermediarios, de los prestamistas, de los garroteros; es un aliado,
pero no un aliado engañado, sino un aliado consciente y que tiene que ser cada
vez más un aliado consciente, porque en esa alianza con la clase obrera él
obtiene una serie de ventajas.
Pero, al mismo tiempo, una revolución socialista, que
entraña la idea de la socialización, entraña la idea de la propiedad colectiva,
de la propiedad de todo el pueblo; entonces, eso entra en contradicción,
naturalmente, con la idiosincrasia de ese pequeño agricultor que, al fin y al
cabo, es un propietario; que, al fin y al cabo, es un pequeño propietario; que
al fin y al cabo, está acostumbrado a una relación de propiedad personal con la
tierra y con los instrumentos de trabajo, aunque él no explote a nadie, que esa
es una de las diferencias del pequeño propietario agrícola, del propietario
mediano o del gran propietario, porque él trabaja con su esfuerzo, es dueño de
los instrumentos de trabajo, recibe el fruto de su trabajo, trabaja con su
familia y no pone a nadie a trabajar para él.
Pero comoquiera que sea, siempre queda aquel fondo en
su concepto, y aquella costumbre, aquel hábito, de ser él propietario, aunque en pequeña escala, de los
instrumentos de producción y de la tierra.
En la realidad de los hechos de la Revolución, a ese
pequeño propietario —que ahora es pequeño propietario incluso, porque antes ni
siquiera era propietario, antes era un arrendatario: tenía que estar trabajando prácticamente en
la tierra para otro, y ahora él trabaja para sí en una tierra que es suya,
consecuencia de las mismas aspiraciones de ese campesino, que siempre ha
aspirado, precisamente, a no pagar la renta, que siempre aspiró a tener la
tierra—, ¿qué es lo primero que la Revolución le da? Le da la tierra, es decir, satisface una
aspiración suya.
A él no le estorba para nada el socialismo. Al contrario, el socialismo, basado en la
alianza con la clase obrera, significa para él la liberación del pago de
rentas, de trabajar para otro, liberación de los prestamistas, liberación de
los intermediarios; liberación tanto de los intermediarios que le compraban los
artículos y los vendían en las ciudades, como de los que compraban los
artículos manufacturados en las ciudades y se los vendían a él. El decir que se establece una alianza basada
no en un engaño ni en una ficción, sino basada en una serie de beneficios
reales. Pero entonces, la idea del socialismo
es la antítesis, precisamente, de la propiedad privada.
Esa contradicción, que es una contradicción aparente,
no una contradicción real en la realidad del proceso revolucionario,
contradicción que se resuelve con el transcurso del proceso revolucionario,
cuando poco a poco y en virtud del proceso, y sin coacciones de ninguna clase,
ni violencias de ninguna índole, por el hábito, por la educación, por la
influencia del desarrollo económico general del país, va poco a poco
convirtiéndose aquella propiedad privada en una propiedad colectiva.
Pero entonces los contrarrevolucionarios le dicen al
campesino: “Esta
Revolución es socialista.” Mas, como ven
una cooperativa al lado, que es la cooperativa formada por un gran latifundio
azucarero, o ven una granja del pueblo, le dicen a ese campesino: “Te van a
socializar la tierra.” Y, efectivamente,
durante una etapa, hubo una especie de período de aclimatación a las ideas
revolucionarias.
En el campesino hizo cierto efecto esa propaganda de
los contrarrevolucionarios. Decían: “Esto es socialismo
y te van a socializar la tierra.” Y así,
muchos campesinos vivían con la preocupación de que la tierra se la iban a
socializar. Nosotros hemos tenido alguna
experiencia en conversaciones con algunos campesinos, cuando hemos estado de
visita, por ejemplo, en una zona de pequeños agricultores, para saber por qué
no aumentan la producción, cuáles son sus problemas, cuáles son sus
preocupaciones.
Y nos hemos encontrado, por ejemplo, cómo es ya la
mentalidad del campesino que tiene una caballería y la trabaja él; un campesino
que comprende la Revolución, que le interesa, que está agradecidísimo de la
Revolución; que explica cuánto tenía que pagar antes, cuántos años estuvo
pagando; cómo tiene que pagar ahora menos por los créditos; cómo tiene
créditos, y cómo tienen precios sus artículos: todas las ventajas de la
Revolución. Y se ve que es, realmente,
un amigo.
Pero que al irme, por ejemplo, a despedir de él, el
campesino, con una gran espontaneidad, con una gran honradez, entonces me dice: “Bueno, yo lo que
no quiero es que me metan en una cooperativa.”
Entonces, efectivamente, ese campesino, habituado a trabajar en aquel
pedacito de tierra, ver sus vacas, ver sus cosas toda la vida, él no se
concilia con la idea de que tenga que trabajar en una cooperativa y, sobre
todo, cuando ha visto alguna cooperativa no funcionando bien, que todavía eso
es peor.
Entonces, su preocupación es esa: que no lo metan en una
cooperativa. También he conversado a
veces con pequeños agricultores, que asombran por su gran conciencia
revolucionaria, por su admiración por la cooperativa. Me he encontrado ese caso, del pequeño
agricultor que tiene su cochino, aves, siembra algunos frutos menores, y que
viven de eso. Pero que, al mismo tiempo,
se le pregunta: “¿Y
qué frijol sembraste?”; y dice: “Bueno,
los pedí a la cooperativa, los frijoles; he sembrado el frijol que me trajo la
cooperativa.” Y entonces dice: “Están haciendo
unas casas preciosas en las cooperativas.”
Entonces habla de las casas de las cooperativas. “¿Y cómo están?”; y dice: “Pues miren, esa gente está de lo más bien;
esa gente a trabajado todo el año; esa gente antes no trabajaba apenas, trabajaba
poco tiempo y pasaba hambre, está de los más bien.”
Entonces empieza a hablar de la cooperativa de una
manera no política por parte de él, sino de una manera muy espontánea, que
refleja la admiración que está sintiendo por la cooperativa, como algunas otras
cosas que ellos han dicho, porque en el pueblo es donde por lo general se
encuentran los mejores argumentos para rebatir a los enemigos de la Revolución.
Una señora, por ejemplo, un día me decía: “Ahora, en la
carnicería, nosotros podemos ir a comprar carne, nos toca también un pedazo;
porque antes, el que tenía dinero y refrigerador, compraba 10 y 15 libras de la
mejor carne, y la guardaba; y ahora la reparten; ahora, aunque tenga dinero y
tenga donde guardarla, no puede comprar más que dos libras, y entonces ahora
nosotros estamos comprando carne.”
Entonces ella comparaba cómo la situación de ella,
hasta en eso de los abastecimientos, había cambiado, porque el que tenía dinero
compraba la mejor carne, se la separaban, la guardaban, no tenía
problemas. Eso al mismo tiempo explica
el porqué del descontento del que tiene refrigerador y tiene dinero, y ahora no
puede comprar en la carnicería 15 libras, sino que le venden una o dos libras
también.
Este caso de esta señora, es como el caso del
campesino que habló recientemente, en el acto, que dijo un argumento tremendo: “Se quejan ahora
los burgueses porque comemos parejo.”
Bien, hay campesinos que ya, por ejemplo, la
cooperativa la han analizado:
tiene suficiente luz, suficiente sentido común, y van analizando,
y hablan con admiración de las cooperativas.
A otro tipo de campesinos les meten miedo con las cooperativas. Entonces, la palabra “cooperativa” se vuelve
una palabra alérgica para ellos. Por eso
ahora, en vez de cooperativas, estamos haciendo las sociedades agrícolas.
¿Qué son las sociedades agrícolas? En aquellas fincas de personas que abandonan
el territorio, o retazos de tierra que quedan, en zonas de pequeño agricultor,
no al lado de una granja, porque en zonas de grandes granjas o cooperativas,
como en Oriente y Camagüey, es absurdo poner una sociedad agrícola en una
tierra sobrante al lado de una granja o de una cooperativa; pero sí en esas
zonas que hay muchos pequeños agricultores, como en La Habana, Las Villas y
Matanzas, si hay un retazo de tierra de nueve caballerías, se hace una sociedad
agrícola.
¿Con quién? Con
los obreros agrícolas que están allí y con algunos campesinos de los que tienen
un pedacito muy chiquito y quieren incorporase.
El campesino, cuando al incorporarse en la sociedad agrícola tiene
ventajas, no lo duda ni un minuto; al que tiene un tercio de caballería, le
hablan de unirse con tres o cuatro campesinos más que tienen un tercio también,
unir sus tierras a un paño de tres o cuatro caballerías, y ellos ven que les va
a tocar un promedio mayor, un rendimiento mayor, inmediatamente les gusta la
sociedad agrícola.
En cambio, cuando se encuentran un campesino que tiene
una caballería, una y media, o dos, y ya los beneficios que va a recibir al
ingresar en la sociedad no son mayores que los que él recibe como pequeño
agricultor, ya ese prefiere quedarse en su pedazo de tierra que en la sociedad
agrícola.
Pero, en general, la palabra sociedad agrícola les ha
caído de lo más bien a los campesinos.
¿En qué consiste? En eso mismo: tres caballerías de
tierra sobrante, dos campesinos que tienen un pedacito chiquitico, un obrero
agrícola o dos más; bueno: reúnanse los
cuatro y en estas tres caballerías, o estas cuatro caballerías, hacen una
sociedad agrícola.
El administrador no lo designa el INRA, el
administrador lo designan ellos mismos allí. Reciben créditos, igual que los reciben los
pequeños agricultores. En realidad, es
una cooperativa pequeña, pero no se llama cooperativa. Si les dicen a los campesinos: quieren ingresar en
una cooperativa, les dicen que no; ellos tienen una idea distinta de eso. Entonces ingresan encantados en una sociedad
agrícola, sin prejuicios de ninguna clase.
Bueno, toda esta historia venía al caso de que les
llamábamos escuelas de instrucción revolucionaria. Está correcto llamarles escuelas de
instrucción revolucionaria. Ahora, se
pudieran llamar también escuelas de marxismo-leninismo. En realidad, lo que se estudia en las
escuelas de instrucción revolucionaria es marxismo-leninismo; además, lo único
que puede estudiarse en una escuela de instrucción revolucionaria es
marxismo-leninismo.
Pero bien, en esa escuela pueden estudiar otras cosas
también que no son marxismo-leninismo.
Si les dan, por ejemplo, una clase sobre historia de las distintas ideas
políticas, y les toca estudiar las ideas del imperialismo, las ideas del
imperialismo en su fase más reaccionaria que es el fascismo en una escuela de
instrucción revolucionaria, están estudiando fascismo también para saber qué es
el fascismo y cómo se compara el fascismo con nuestras ideas.
Por eso, escuela de instrucción revolucionaria implica
un concepto más amplio de lo que sería escuela de marxismo-leninismo, porque,
en realidad, se van a estudiar todas esas ideas; pero se estudian también desde
un punto de vista marxista-leninista, desde una concepción de la historia y de
la sociedad y de la naturaleza, marxista-leninista. Por eso se pudieran llamar también escuelas
marxista-leninistas. Pero si cuando se
fundaron las escuelas se hubiera dicho van a ser escuelas de
marxismo-leninismo, pues alguna gente hubiera sentido todavía reflejos
condicionados contra el marxismo-leninismo, reflejos que se les van quitando
con el tiempo. Y, por eso, las palabras
instrucción revolucionaria podían ser una denominación más correcta para lo que
son las escuelas.
Desde luego, no se está engañando a nadie, aquí nunca
se ha engañado a nadie, nosotros nunca hemos engañado a nadie. ¿Qué hemos hecho? Pues entendemos esa realidad, hemos actuado
de una manera marxista-leninista; es decir, hemos actuado teniendo muy en
cuenta las condiciones objetivas. Desde
luego, si nosotros nos paramos en el Pico Turquino cuando éramos cuatro gatos y
decimos: Somos
marxista-leninistas —desde el Pico Turquino—, posiblemente no hubiéramos podido
bajar al llano.
Así que nosotros lo denominábamos de otra manera, no
abordábamos ese tema, planteábamos otras cuestiones que las comprendía
perfectamente la gente; nosotros le hablamos a aquel campesino: “Mira, esta
compañía te está explotando”; aquellos campesinos lo sabían, siempre vivían
atemorizados de que les quitaran las tierras, las trochas… los mayorales;
nosotros llegábamos, capturábamos a un mayoral abusador, asesino de esos,
fusilado. Eso lo entendía perfectamente
el campesino. “Te vamos a dar tierra, no
vas a tener que pagar nada, vamos a poner escuela.” Bueno, sí, todo eso es marxismo-leninismo;
todas las leyes revolucionarias desde que se empezaron a hacer cooperativas, se
empezaron a hacer granjas… La propia ley
agraria, si se va a estudiar la reforma agraria por la ley agraria, entonces
nadie entendería la reforma agraria.
En la reforma agraria se habla ya de
cooperativas. Las cooperativas, el
concepto cooperativa se introdujo en la reforma agraria en el avión, cuando se
iba para allá, en las modificaciones: vamos a introducir. Se discutía si la tierra se daba en propiedad
o en usufructo. Entonces, bueno, la
realidad va a ser la misma, pero vamos a poner no en usufructo, vamos a poner
—precisamente para que los enemigos no pudieran aprovechar eso— la propiedad de
la tierra de la cooperativa. En la
realidad lo que tiene la cooperativa es el usufructo de la tierra. Así que un concepto de propiedad equivalente
por completo al usufructo, que, en definitiva, es la misma cosa, puesto que la
cooperativa no puede vender esa tierra; desde luego que la puede usar y
explotar.
Ahora bien, en un momento determinado en un proceso
revolucionario, existe lo que se llama —y ustedes lo saben perfectamente bien—
la correlación de fuerzas. Entonces hay
que actuar teniendo muy en cuenta la correlación de fuerzas. Además, un proceso revolucionario es un
cambio, pero no es solamente un cambio de las instituciones; el proceso
revolucionario también es un cambio de la mentalidad. En una revolución no solo se hace sino que se
enseña, se enseña haciendo y se hace enseñando.
Es decir, no hay que suponer que para que una
revolución tenga lugar es necesario que todo el mundo sea, primero que nada,
marxista-leninista. No señor. Para que una revolución tenga lugar hace
falta que se produzcan las condiciones objetivas que hacen posible una
revolución, de acuerdo con la concepción marxista-leninista. De más está decirles que en la historia ha
habido muchas revoluciones, y que hubo revoluciones cuando ni siquiera existía
la ciencia, la doctrina, o la teoría, la concepción marxista-leninista.
Es decir que solo fue en los últimos tiempos del
proceso de desarrollo de la humanidad, cuando una clase revolucionaria, la
clase obrera, pudo contar —gracias al esfuerzo de los grandes maestros del
socialismo— con una teoría científica, que es un arma muy eficaz para entender,
interpretar y, al mismo tiempo, para actuar.
Pero los procesos revolucionarios anteriores a la lucha del proletariado
contra el capitalismo, no tuvieron previamente una interpretación
marxista-leninista. Es decir, los que
hicieron esas revoluciones no actuaban con la doctrina marxista-leninista en la
mano. Fue el marxismo-leninismo el que
vino a explicar el porqué de esas revoluciones; igual que después vino, por
ejemplo, la física y explicó la Ley de la Gravedad. Entonces, por fin, se entendió por qué se
caían los cuerpos suspendidos en el espacio, por qué caían. Se vino a descubrir eso cuando Newton, no sé
en qué año, por sus investigaciones, descubrió a qué se debían las caídas de
los cuerpos. Pero los cuerpos venían
cayéndose desde hacía milenios de años, en virtud de la Ley de la Gravedad,
aunque la gente no se explicara por qué se caían los cuerpos.
De la misma manera, la revolución vino sucediéndose a
través de la historia de la humanidad, desde los tiempos antiguos, aunque nadie
todavía hubiera explicado cabalmente por qué ocurrían las revoluciones, y cómo
se desarrollaba la sociedad humana, cuáles eran sus causas.
Marx y Engels descubren el porqué de las revoluciones,
descubren la razón de la marcha de la sociedad humana, de la misma manera que
Newton descubre la Ley de la Gravedad.
Pero venían sucediéndose revoluciones, y la gente actuaba de acuerdo con
esas leyes inconscientemente. Solo
después, solo en esta última etapa de la revolución, en la última etapa de la
lucha en la historia de la humanidad, los hombres actúan no como juguetes
inconscientes de las leyes de la historia, sino que actúan de acuerdo con esas
leyes de la historia, y conociendo esas leyes de la historia, interpretando
esas leyes de la historia; y no solo actuando inconscientemente, sino actuando
conscientemente de acuerdo con las leyes de la historia.
Ahora, inconscientemente se produjeron las
revoluciones en la antigüedad. Los
esclavos que se sublevaron, dirigidos por Espartaco, contra los esclavistas
romanos, estaban actuando de acuerdo con una ley histórica, de acuerdo con el
principio de la lucha de clases. Era una
clase explotada, los esclavos, que estaban luchando contra los esclavistas. Los campesinos que se sublevaron en la Edad
Media, también ellos estaban actuando de acuerdo con la ley de la historia, se
estaba cumpliendo en ellos el principio también de la lucha de clases y la
evolución de la sociedad humana a través de la lucha de clases.
Es decir que desde los tiempos más remotos ya los
hombres estaban actuando de acuerdo con esas leyes de la historia. Pero ellos no lo sabían, ellos actuaban
inconscientemente de acuerdo con esas leyes.
Ahora bien, en la etapa primera de la Revolución
Cubana, pues también la conciencia de una serie de leyes de la historia, la
gran verdad de la teoría de la lucha de clases, la gran verdad de la
inevitabilidad de la superación del actual sistema capitalista, eso lo sabía
una minoría consciente del pueblo.
Nosotros que teníamos en nuestras manos… ¿Cuál era la gran ventaja?,
¿qué era lo que nos distinguía a nosotros de un liberal burgués?, ¿qué es lo
que nos distinguía de la otra gente, que organizaba conspiraciones con los
militares, y una serie de cosas? Pues
nos distinguía una serie de conocimientos sobre varios principios
fundamentales, varias verdades elementales del marxismo-leninismo. Es decir que nosotros teníamos esos
conocimientos.
Si nosotros no hubiéramos conocido ni creído la teoría
de la lucha de clases, pues sencillamente no hubiéramos podido actuar,
habríamos actuando incorrectamente, habríamos sido arrastrados al fracaso si
hubiésemos desconocido eso.
Si nosotros, por ejemplo, hubiésemos desconocido que
el Estado capitalista y sus instrumentos, el ejército, los funcionarios, los
partidos reaccionarios, que ese Estado había que cambiarlo, que no puede haber
revolución si ese Estado no es demolido y sustituido por un Estado nuevo que
represente los intereses de la revolución, habríamos estado descalificados para
actuar y hubiéramos fracasado.
Por ejemplo, una lectura que en mis años de
estudiantes influyó mucho fue el libro sobre “El Estado y la Revolución”, donde
daba esa explicación cabal de cómo ese aparato de fuerza… que mientras el
aparato de fuerza en el cual se sustenta la clase dominante, la clase
explotadora, no sea destruido, sencillamente no puede haber revolución.
Esa fue la concepción que nos hizo combatir
incesantemente la idea de la conspiración con los militares; fue la que nos
hizo, incluso cuando nosotros éramos solo ciento y tantos hombres, escribir un
artículo contra los militares. Decían
que estábamos locos, que íbamos a hacer imposible que se cayera Batista nunca,
que a Batista lo que le convenía era eso porque unía al ejército. Nosotros entendíamos que era mucho mejor una
revolución contra el ejército y una revolución que liquidara ese aparato
militar, antes que una revolución con ese aparato militar, porque la historia
de América Latina nos enseñaba que el aparato militar, muchas veces siendo ese
aparato militar el causante de la explotación, servía como instrumento también
para engañar a las masas explotadas, que atribuían su explotación no a una
clase, sino que atribuían su miseria, su pobreza, a la acción de gobernantes
corrompidos, cuando realmente aquello no era más que consecuencias de un
régimen de explotación.
Y venía el ejército, quitaba aquellos individuos, y
muchas veces los propios ejércitos, mantenedores de la dominación, cuando
quitaban a los individuos confundían a las masas, hacían abrigar falsas
esperanzas, y entonces ese mismo ejército era el que se encargaba —una vez
apaciguados los ánimos— de mantener el régimen de explotación, que es en
definitiva lo que les importa a los políticos de la clase explotadora.
Esa idea de que había que destruir el aparato militar,
fue una idea fundamental que sin ella hubiéramos estado descalificados para
actuar como revolucionarios; la idea de la lucha de clases, la idea de que son
las masas las que hacen la historia, la idea de que solo con las masas se podía
conquistar el poder. Lo demostraba el
hecho mismo de que nosotros no nos preocupábamos cuántos éramos; nosotros nos
preocupábamos por crear las condiciones por arrastrar a las masas hacia una
lucha basados en las condiciones existentes de explotación.
El pueblo era explotado, pero muchas veces una gran
parte del pueblo no comprendía perfectamente bien a qué se debían su miseria,
su pobreza, la falta de escuelas, la falta de hospitales, la falta de fábricas,
la falta de trabajo; sufrían todo eso.
Muchas veces se lo atribuían a los malos gobiernos. Pero es que aquellos gobiernos no podían ser
buenos de ninguna manera; aquellos gobiernos, desde Estrada Palma hasta el
último, eran gobiernos que representaban los intereses de una clase dominante,
de una clase explotadora.
Pues así, había mucha gente que se sublevaba contra
todo eso, pero no tenía una conciencia clara de dónde estaba la raíz de todo
eso.
Las condiciones objetivas existían. Bien.
Basados en ese conocimiento de esas realidades fue que nosotros
actuamos. La Revolución Cubana, se puede
decir, que es una prueba cabal, absolutamente cabal, de toda la verdad que
encierra la concepción marxista-leninista de la sociedad y de la historia. Sin esas verdades fundamentales no habríamos
ni empezado siquiera, sin esas verdades fundamentales habríamos tomado una
serie de caminos equivocados.
Bien, ¿nosotros éramos marxista-leninistas
cabales? No, no éramos marxista-leninistas cabales.
Yo era, por ejemplo, un tipo de marxista leninista que me había aferrado
a unas cuantas ideas que había tomado del marxismo-leninismo en mi etapa de
formación —y, por cierto, era una etapa de formación—, una serie de cosas que
creí como verdaderas fundamentales, y ajusté la acción a esas verdades
fundamentales. Yo creo que el
revolucionario cabal se va haciendo a través de los años; y cualquiera de
nosotros que todavía creyera que es un revolucionario cabal, tendría primero
que hacerse una fuerte autocrítica, un análisis de toda su actuación, su
conducta, su comportamiento, su cumplimiento, para entonces ver si se siente
satisfecho cuando se dé respuesta a todos los defectos que, aun cuando nos
creemos muy revolucionarios, nos quedan todavía. A veces podemos creernos muy revolucionarios,
pero todavía nos faltan muchas cosas que aprender de la Revolución.
Y es la gran verdad que mientras más estudiamos, más
penetramos en el fondo de los problemas, más comprendemos la historia y todo lo
que ha sido la historia de abusos, injusticias y explotación; más conocemos el
imperialismo, no teóricamente, sino porque estamos constantemente soportando
sus ataques, sus agresiones, sus felonías; como cuando vemos que desembarca un
grupito, que trata de infiltrarse para volar barcos, volar puentes; cuando
vemos que asesinan a un brigadista que está enseñando; cuando vemos que nos
lanzan una invasión; cuando vemos las medidas que toman para que no podamos
comprar ni siquiera el aceite… ustedes ven que ha habido últimamente
problemas de aceite. Pero es que la
lucha de ellos contra nosotros es una lucha incansable: en dondequiera que puede golpearnos,
en cualquier punto sensible, no descansan hasta hacerlo.
La comprensión de todas esas cosas, el vivir todas
esas cosas, tienen que hacernos a todos, y a cada uno de nosotros, más
revolucionarios cada día. ¡Yo digo que
hoy soy más revolucionario que ayer, y estoy seguro de que mañana seré todavía
más revolucionario que hoy! (APLAUSOS.)
¿Qué nos hace ser más revolucionarios? ¿Qué nos hace sentirnos más
revolucionarios? ¿Qué nos hace sentir
más apasionadamente la Revolución?
Sencillamente el conocimiento, cada vez más a fondo, de la Revolución;
el conocimiento, cada vez más a fondo, de los problemas revolucionarios; el
conocimiento, cada vez más a fondo, de la teoría revolucionaria; el conocimiento,
cada vez más a fondo, de la doctrina revolucionaria. Porque aun cuando muchos problemas ya para
nosotros han tenido una explicación cabal, todavía quedan muchos otros de los
cuales ni siquiera nos hemos preocupado y sobre los cuales no tenemos una explicación
cabal, y que, al contacto con los libros, en el estudio, vamos encontrando cada
día más una explicación para cosas que muchas veces ni siquiera nos las
habíamos planteado; pero que nos hace ver cada vez más la riqueza de toda la
concepción marxista-leninista de la sociedad, de la naturaleza y de la
historia, y cómo tiene una explicación para absolutamente todos los problemas
que se pueda plantear la inteligencia humana, y cómo tiene una explicación
satisfactoria, y cómo es una doctrina viva, cómo no es un esquema muerto, cómo
es un cuerpo de conocimientos que día a día se va enriqueciendo, cómo no
solamente nos brinda a nosotros el caudal de conocimientos, de investigaciones,
de descubrimientos que hicieron los grandes maestros, los que hicieron los grandes
discípulos de esos primeros maestros del socialismo, el aporte que han
realizado cientos de millones de hombres.
Porque aquella doctrina, aquella explicación que empezó siendo el fruto
del esfuerzo de dos grandes maestros, dos grandes filósofos, dos grandes
historiadores, dos grandes economistas, dos grandes sociólogos —que fueron Marx
y Engels—, al que después se le sumó el gran caudal de conocimientos que aportó
Lenin, después se le sumó el gran caudal de conocimientos de cientos de
millones de seres humanos que han ido trabajando en el socialismo y han ido
adquiriendo una experiencia extraordinaria.
Por eso se enriquece el marxismo: porque al aporte de los primeros hombres, ya
se suma el aporte de millones de hombres; es la experiencia de colectividades
enteras trabajando por ese camino, que todos los días encuentran cosas nuevas,
descubren cosas nuevas, y van enriqueciendo toda esa filosofía.
Les voy a decir que uno de los problemas que nosotros
teníamos en nuestra primera etapa de la Revolución, era este: había mucha gente buena, bien
intencionada, pero que tenían prejuicios, tenían prejuicios anticomunistas,
tenían una serie de equivocaciones, tenían una serie de desviaciones. Pero era gente honrada, que se les veía que esa
gente, de llegar a tener una bandera justa, correcta, por la cual luchar, se habrían abrazado a ella.
Sencillamente, eran personas que no estaban preparadas. De esas había muchas, de esas se descubrían
muchas.
Al mismo tiempo, cuando planteaban el problema: “Bueno, ¿cuál va a
ser el programa?” Entonces,
aparentemente había gente que creía que cuatro gatos pueden, en estos tiempos,
hacer un programa revolucionario; a medida que se analice eso, se comprende qué
ridícula es la pretensión, que muchas veces nos hemos encontrado, de individuos
que intentan hacer una teoría revolucionaria.
En primer lugar, la teoría revolucionaria, el inicio del
marxismo-leninismo fue obra de dos grandes genios, pero no solo de dos grandes
inteligencias; se necesitó, además, que fueran dos hombres de una generosidad
sin límites, de un espíritu de sacrificio sin límites, de un amor a la
justicia, de un odio a la explotación, sin límites también. Y entonces, se fue acumulando.
Y esa es la gran ventaja, la extraordinaria ventaja
del marxismo-leninismo: que ha ido
acumulando conocimientos durante 100 años, a extremo de ser hoy una teoría
revolucionaria que no admite rival, que posee una superioridad sobre todas
cuantas cosas se han escrito, desde el Socialismo Utópico, desde todas aquellas
concepciones puramente idealistas de la historia y de la sociedad, hasta las
ideas de la burguesía, que son tan endebles ya, son tan inconsistentes, ¡qué
jamás un burgués se podrá parar delante de un marxista-leninista a
discutir! ¡Jamás un utopista, jamás un
idealista —idealista en el sentido no del idealista que concibe un ideal
real, posible, sino de idealistas de esos ilusos que no se basan en la
realidad, sino que se basan en las ilusiones—, jamás un idealista filosófico de
esos podrá discutir contra un marxista-leninista! La endeblez de las ideas se hace cada día más
evidente, y se hace cada día más patente en la lucha de las ideas. Porque, desde luego, no por el hecho de que
sean endebles van solas a desaparecer, porque cuando se tienen a generaciones
de hombres inculcándoles toda una serie de mentiras por todos los medios
habidos y por haber, y ese hombre no tiene ni siquiera un rayo de luz que le
ilumine la inteligencia y le dé una explicación, es lógico que esa mentalidad
resulte completamente confundida, completamente desviada.
Así que hay una teoría que tiene 100 años de
existencia, fundada por genios y enriquecida por genios también y, al mismo
tiempo, enriquecida por el genio de millones de seres humanos.
Cuando alguien venía a plantear “¿cuándo vamos a hacer
un programa?”, en la confusión de no ver el fondo de la Revolución, nosotros
pensábamos, para nuestros adentros: “¡Qué poca pretensión el tratar de
hacer un programa! ¿Cómo se va a
descubrir un programa?” Había mucha
gente que tenía la idea de que había que inventar un programa.
¿Cómo inventar un programa político, cuando existe una
doctrina revolucionaria fundada hace 100 años, y extraordinariamente
enriquecida, que tiene una explicación cabal de todos los problemas que le
puedan interesar a un pueblo, de todos los problemas que le puedan interesar a
quién tenga una vocación revolucionaria?
Esa es la gran ventaja que tiene el haber llegado al
punto en que las contradicciones iniciales se resolvieron. ¿Cuáles eran las contradicciones iniciales
del proceso revolucionario? Una
revolución, en los hechos, enteramente revolucionaria; una revolución, en los
hechos, enteramente marxista, pero que, en su formulación formal, no se
presentaba como tal revolución marxista-leninista. Eso era, naturalmente, una contradicción que
acarreaba confusiones, problemas; una contradicción que correspondía a una
correlación de fuerzas existente en la primera etapa de la Revolución,
existente cuando se empezó la lucha armada.
Cuando se empezó
la lucha armada, la correlación de fuerza era, prácticamente, de 1 000 a
1 a favor del imperialismo, a favor de los capitalistas, a favor de los
latifundistas, a favor de los burgueses todos, a favor de la reacción, ¡de mil
a uno!; a medida que creció el movimiento guerrillero, la correlación iba
variando; cuando termina la guerra, la correlación había variado
considerablemente, pero puede afirmarse que la correlación de fuerzas era
todavía favorable al imperialismo, a la reacción, a los capitalistas, a los
latifundistas, sencillamente al régimen de explotación existente: ellos tenían todavía todos los vehículos de
divulgación de radio o televisión, periódicos, revistas, agencias
cablegráficas, en fin, tenían medios que hacían que la correlación de fuerzas
aquella todavía fuera superior a esto.
Con el mismo proceso revolucionario, a medida que las
leyes revolucionarias van golpeando en su base económica a la clase dominante,
y van liquidado los intereses de los propietarios de tierra, de los
propietarios de casa, de los propietarios de grandes industrias, y va
liquidando la base económica del imperialismo, y va promoviendo un entusiasmo
cada vez mayor en las masas, un entusiasmo cada vez más consciente, de manera
que aquel entusiasmo que era simple admiración por los hombres que combatían de
frente al ejército, simple admiración por la parte épica o epopéyica de la
lucha, se va convirtiendo en una adhesión consciente al movimiento
revolucionario que va, efectivamente, llevando adelante una firme política
contra los explotadores y a favor de los explotados.
De esa manera, con el proceso revolucionario, se fue
resolviendo la contradicción. Hoy se ha
resuelto esa contradicción; hoy es revolución, de hecho, marxista- leninista
y, además, revolución, de derecho e
ideológica, marxista-leninista. Esa es
la solución, la síntesis —se puede decir—, de aquella contradicción de la
primera etapa, contradicción que surgía de una desigual correlación de fuerzas
ente los revolucionarios y los reaccionarios, entre los explotados y los
explotadores. Hoy tenemos una tremenda
ventaja, el hecho de poder hacer una revolución ya utilizando todos los
recursos de la ideología. En la primera
etapa eran los recursos de los hechos:
una ley que les dice a los
campesinos: “No pague más tierras”,
¡maravilloso!; una ley que les dice a los vecinos: “Paguen el 50% de los alquileres”,
¡maravilloso!; una ley que le dice a la población: “Rebaja
de tarifas eléctricas, rebaja de aranceles…”; una ley que le dice a toda
la población: “Abiertas todas las playas
a todos los hombres, sin distinción de color ni prejuicios de ninguna índole.”
Todas esas medidas eran hechos que iban
enseñando. Pero a pesar de que los
hechos tienen un gran valor, y los hechos enseñan, y de ahí que se aprenda
tanto en una revolución, porque los hechos van acompañando a la teoría, la
teoría tiene, al mismo tiempo, un valor extraordinario. Es decir que nosotros teníamos la ventaja de
los hechos, pero no teníamos la ventaja de la teoría. Hoy se juntan ya la teoría revolucionaria y
los hechos revolucionarios; hoy se puede hacer lo que no se podía hacer en
aquellos tiempos; hoy se puede ganar, para el trabajo consciente, a cientos de
miles de personas; hoy ya cada cual trabaja con una mucha mayor seguridad… Y entonces el trabajo de instrucción, de
divulgación de las ideas revolucionarias, se puede hacer incomparablemente más
fácil.
Pues bien: las escuelas son el resultado de esa
síntesis en que, por fin, la teoría y los hechos marchan absolutamente
identificados, como tienen que marchar.
Y por eso ahora, nosotros, a través de las escuelas, vamos a aprovechar
los extraordinarios recursos de la teoría revolucionaria, los extraordinarios
recursos de la teoría, de manera que cada persona comprenda el porqué de los
hechos, y comprenda la teoría de la Revolución, la ideología de la Revolución;
comprenda el porqué de los problemas sociales, de los problemas nacionales, de
los problemas internacionales, de todos los problemas.
Y entonces, el empuje de la Revolución, con el avance
de la ideología revolucionaria, será extraordinario.
También nosotros podremos disfrutar de la ventaja de
que serán más y más los hombres y las mujeres que conscientemente se sumarán a
la obra revolucionaria.
En un principio, estábamos haciendo socialismo, en
muchos casos, con pequeñoburgueses; porque una granja del pueblo administrada
por un individuo con mentalidad pequeñoburguesa, era un tremendo dolor de
cabeza, porque la mentalidad esa va acompañada de despilfarro, falta de sentido
de planificación, falta de toda una serie de elementos que son indispensables
para que marche bien una institución socialista.
Ahora llegaremos al punto en que cada cual que esté en
una granja del pueblo, en una cooperativa, en cualquier tarea de la Revolución,
estará actuando con una clara conciencia de lo que está haciendo y con una
mentalidad revolucionaria. La tarea de
las escuelas, la fundamental tarea de las escuelas es, sencillamente, la
formación ideológica de los revolucionarios y, a su vez, del pueblo.
En ese sentido, ya hoy se tienen los frutos del
trabajo de este año de instrucción revolucionaria, porque han pasado o están
pasando ya …
han pasado más de 20 000, y entre los que han pasado por las escuelas y
los que están estudiando actualmente hay unas 30 000 personas. Eso significa un impulso tremendo a la
ideología revolucionaria.
Desde luego, el pueblo va aprendiendo; el pueblo va
aprendiendo en cada folleto, en cada discurso, en cada hecho, se puede decir
que hay millones de personas que hoy entienden muchos de los problemas del marxismo-leninismo. Pero la escuela significa el estudio
sistemático, eso es lo que significa la escuela. Y el estudio sistemático tiene una gran
ventaja sobre el aprendizaje empírico del trabajo diario y de la lucha de todos
los días, porque entonces los conocimientos se sistematizan y se
profundizan. Y por eso, todo el que abre
un libro, un manual, recibe sorpresa desde el primer momento; entonces empieza
a encontrar muchas de las explicaciones todavía más claras de cosas que veía más o menos claras.
A veces va encontrando cosas sobre las cuales ha pensado enteramente con
anterioridad. Y a mí a veces me ha
pasado, estar leyendo un manual y encontrarme algunas cosas que tal parecía que
había leído antes el manual y después había hablado; a veces me he encontrado
una coincidencia tan grande entre alguna cosa expresada producto de la
experiencia y lo que se ha leído, que parecía talmente que primero se había
leído aquello y se había dicho.
Siempre que uno se encuentra con eso, naturalmente, se
siente satisfecho. ¿Por qué? Porque ve que la orientación, el análisis que
se ha estado haciendo es una verdad, es acertado, y recibe esa seguridad sobre
todo cuando se encuentra muchas de esas cosas pensadas o dichas, expresadas en
un manual. Porque, al fin y al cabo,
esos manuales también expresan experiencias que han tenido otros pueblos y
otros hombres.
¿Por qué tiene tanta importancia que aprenda el
pueblo? En primer lugar, desde luego que
todo eso fortalece a la Revolución, hace revolucionarios conscientes. Un revolucionario consciente de lo que está
haciendo será más útil en todos los órdenes que un revolucionario que tenga
mucho entusiasmo, mucha buena fe, pero que no comprenda. Lógicamente, en dondequiera que se encuentre
ese revolucionario consciente, en cualquier tarea política, administrativa,
económica, militar, será incomparablemente superior a aquel que puede tener el
entusiasmo pero no puede tener la comprensión y el conocimiento de los
problemas.
Bien, todo eso es muy importante. Cualquiera se responde: “Bueno, es necesario que todo el
pueblo sepa, para que la Revolución sea más fuerte, para que la Revolución
pueda resistir al imperialismo, para que la contrarrevolución no gane adeptos,
para que la contrarrevolución sea cada vez más débil”, todas esas cosas. Bien, eso es muy importante, porque eso tiene
que ver con la existencia misma y la vida de la Revolución; pero hay algo más
importante todavía que todo eso: la instrucción revolucionaria no es
una cosa de aficionados, no se trata simplemente de satisfacer una curiosidad
de saber, no se trata de llevar a la mente de las personas una enseñanza para
que sepan más; se trata de que la divulgación de las ideas revolucionarias
incorpora a la tarea creadora de la Revolución a las masas. No se enseña simplemente para satisfacer una
curiosidad, se enseña para ganar una inteligencia y un esfuerzo a la tarea de
hacer la Revolución, a la tarea de crear la Revolución.
¿Por qué?
Porque la Revolución es obra de las masas. La Revolución tiene que ser la obra de las
masas; la Revolución tiene que aprovechar el caudal de energía de millones de
personas, el caudal de inteligencia de millones de personas. No se trata de que esto se afirme
sencillamente porque aparezca dicho en un manual, no señor; esto es una gran
verdad, esto es una verdad que constantemente la estamos viendo.
A veces, para ver mejor las cosas sirve un ejemplo
concreto, y les pongo el caso de las muchachas de corte y costura. Bien: Vamos a enseñar a algunos miles de
muchachas de corte y costura. ¿Cuántas
maestras hay de corte y costura? Se
reúnen unas 300 ó 400 maestras, que saben; se les dan algunos cursos previos,
se preparan, y ya se cuenta con 400 para enseñar a varios miles. Bueno, se contaba con unas 30 ó 40 para
enseñar a las primeras 1 000. Cuando ya
no eran 1 000, sino varios miles, se utilizaron varias de las muchachas que
habían aprendido en esa primera escuela, ya se utilizaron como maestras de las
otras; es decir que ya no eran 40, ya eran varios cientos. Entonces, esos varios cientos enseñaron a más
de 10 000. Ahora, esas 10 000 se van y
enseñan a 100 000.
Bien. ¿Se puede
comparar la posibilidad educacional en potencia, el esfuerzo de 40 personas,
con el esfuerzo de 10 000 personas?
Cuando se han incorporado 10 000 personas, pues la fuerza y la
posibilidad de la Revolución han crecido extraordinariamente, porque ya son 10
000 enseñando. Bien. ¿Era lo mismo alfabetizar al pueblo con 20
000 maestros que movilizando 100 000 brigadistas y movilizando 100 000
alfabetizadores más? No era posible con
20 000 maestros realizar una proeza de esa naturaleza. ¿Cómo se puede realizar esa proeza? Sencillamente, con las masas. ¿Se quiere ejemplo más claro que ese de lo
que es la fuerza, y la potencia, y la
capacidad creadora de las masas?
Ahora bien: ¿Puede atribuírsenos a nosotros, a los
dirigentes de la Revolución, la campaña de alfabetización? ¿Podíamos un grupo de dirigentes alfabetizar
a 700 000 personas? ¿Hemos sido nosotros,
los dirigentes, los que hemos alfabetizado 700 000 personas? No.
Eso es una ficción. Cualquiera
dirá: “¡Miren
qué mérito tienen los dirigentes revolucionarios, qué gobierno, que ha
alfabetizado!”
Pues, ¿dónde está la realidad del problema?, ¿dónde
está la gran verdad? No hemos sido
nosotros los que hemos alfabetizado a 700 000 personas, fueron las masa de
brigadistas las que alfabetizaron a las
700 000 personas, ¿quién puede dudar eso? Luego, no son los dirigentes los que hacen la
historia, son las masas las que hacen la historia.
Fueron las masas las que enseñaron miles de maestras;
esos miles de maestras van a enseñar, posiblemente, cientos de miles. Fueron las masas las que alfabetizaron a ese
pueblo; ahora, ese pueblo alfabetizado duplica su esfuerzo, duplica su cultura,
duplica su conciencia revolucionaria, y se lanza hacia nuevas tareas.
Los dirigentes actúan interpretando correctamente las
leyes de la historia, las leyes del marxismo-leninismo, la concepción
marxista-leninista, aplicada a cada situación concreta. Los dirigentes tienen un papel, eso es
incuestionable, el marxismo-leninismo no niega el papel que tienen los
dirigentes. Pero la gran verdad, y lo
que nos interesa señalar aquí, es que son las masas las que hacen la
revolución, son las masas las que hacen la historia. Y entonces, cuando se plantea que las masas
aprendan, que las masas aprendan marxismo-leninismo, que las masas adquieran
una ideología revolucionaria, estamos haciendo en el orden más importante, que
es en el orden ideológico, lo mismo que estamos haciendo en todos los demás
órdenes: cuando
hacemos maestras de corte y costura, cuando alfabetizamos a cientos de miles de
gente, cuando preparamos maestros, técnicos, granjeros; en fin, estamos
entonces preparando ideológicamente a las masas.
Y entonces, de la misma manera que no habría nada que
pudiera suplir el esfuerzo de 100 000 brigadistas, no habrá libro, no habrá
dirigentes, que puedan sustituir el esfuerzo de decenas de miles, de cientos de
miles de revolucionarios formados ideológicamente. De la misma manera que 100 funcionarios del
Ministerio de Educación no habrían podido alfabetizar, es decir, realizar una
obra equivalente a enseñar 1 000 personas, de la misma manera, los dirigentes
revolucionarios jamás podrán hacer la obra revolucionaria de cientos de miles
de revolucionarios.
Y de eso se trata.
La Revolución tiene que incorporar a las masas, las masas poseen una
fuerza extraordinaria, un caudal de energía extraordinario, un caudal de
experiencia extraordinario. Y eso se
comprende no solamente en estos ejemplos, en cualquier cosa. Piensen en los trabajos de los que están, por
ejemplo, en el campo, a las 12:00 del día, recogiendo malanga; los que están
cuidando el ganado, los que lo están transportando, los que lo están
sacrificando, los que lo están repartiendo; los que trabajan en las fábricas de tejidos, los que
trabajan en las fábricas de zapatos, los que trabajan en las imprentas de los
periódicos, los que están produciendo todas las cosas que nosotros estamos consumiendo. Piensen que sin ese trabajo de la masa, ¡ni
podríamos estar siquiera reunidos aquí!
A ustedes los han transportado aquí los obreros de los servicios de
transportes, los maquinistas de los ferrocarriles, o de los aviones, o de los
ómnibus; han estado en los hoteles, se han podido reunir. Se puede hacer todo esto, sencillamente, por
el trabajo creador de las masas, por el trabajo productor de las masas, sin lo
cual este trabajo nuestro ni siquiera podría realizarse. Este trabajo se realiza sobre la base de las
masas.
Son las masas las que nos visten, nos calzan, nos
alimentan y nos sirven. Luego, las masas
están ahí, en el fondo de toda la obra de la Revolución, en el fondo de toda la
obra de la historia. ¿Quiénes son los
que niegan eso? Los reaccionarios, los
individuos que predican la tesis de los superprivilegiados, de los
superhombres, de los superescogidos. ¿Por qué?
Porque en la ideología de los
explotadores le conviene negar por todos conceptos a las masas, y es
precisamente la ideología revolucionaria la que reivindica el papel que en la
historia tienen las masas, y en el desarrollo de la historia, y en el avance de
la humanidad.
Si se comprende eso, se tendrá entonces una
apreciación correcta del valor extraordinario que significan las escuelas de
instrucción revolucionaria.
Ahora bien, resulta que todas estas ideas las conozca
el pueblo; eso le da al pueblo más confianza, eso le da la pueblo más
seguridad, a cada hombre, le da un sentido de su extraordinaria importancia;
porque entonces cada hombre piensa: “No, ¡la Revolución la tengo que hacer
yo también, yo estoy obligado a hacer la Revolución!” No voy a dejar que estos problemas los
resuelvan los jefes, los dirigentes, los administradores, sino cada cual en el
sitio en que se encuentra, está conscientemente trabajando por la Revolución,
haciendo la Revolución.
Es muy importante que de las escuelas de
marxismo–leninismo, o de las escuelas de instrucción revolucionaria, salga cada
alumno con una idea clara de lo que es el marxismo–leninismo. No con un conocimiento cabal y profundo, ese
conocimiento lo irá adquiriendo a lo largo de años, ese conocimiento tenemos
que irlo adquiriendo todos nosotros a lo
largo de años. Es importante que
por lo menos conozcan el abecé, es importante que por lo menos conozcan los
principios fundamentales y salgan con una orientación, para que continúen en su
trabajo de desarrollo intelectual revolucionario.
Es importante, sobre todo, que entiendan que el
marxismo–leninismo no es una doctrina muerta, que no es un catecismo, que no es
un esquemita, que llega y se le pone a cualquier problema; que no se trata de
una serie de uniformes o de modelos de vestidos que se escogen para este caso o para el otro caso,
sino que es un método, es una guía, es un instrumento que, precisamente, tiene
que usarlo el revolucionario en la solución concreta de los problemas que se le
presentan. Es una doctrina viva, que el
individuo lo arma, lo prepara, lo capacita, lo lleva a resolver adecuadamente
los problemas; de lo contrario, se vuelven revolucionarios dogmáticos, de lo
contrario se vuelven cerebros muertos, y los cerebros tienen que ser cerebros
vivos, para aplicar fórmulas vivas a cada problema concreto que tienen.
Con esta idea deben salir todos los que pasan por las
escuelas, con el propósito de pensar, de razonar de acuerdo con el método
dialéctico de análisis de los problemas.
Es decir que los hombres, los compañeros, tienen que salir de las
escuelas con esta concepción: “No crean
que van a aprender un formulario o un recetario, sino que van a preparar su
inteligencia, su cuerpo de conocimientos, sus conceptos, que van a estar
armados de normas y de métodos, para aplicarlos a la vida real”; porque la vida
real es variada, y ustedes mismos habrán
leído en la introducción de cualquier libro de marxismo–leninismo que la
materia es infinita, y que al mismo tiempo es infinitamente variada. Todo lo que se van a encontrar en la vida es,
sencillamente, infinitamente variado, y ahí es donde tienen que aplicar ustedes
la inteligencia, el método, las normas adecuadas para solucionar esos
problemas.
Es necesario que cada marxista–leninista comprenda que
él puede contribuir al
marxismo–leninismo con un átomo de su experiencia, que cada solución que
él encuentre, cada experiencia que él adquiere, en la solución correcta de un
problema, será una experiencia más con la cual enriquece al marxismo–leninismo,
porque el marxismo–leninismo se ha enriquecido tanto precisamente por la
experiencia de millones y millones de marxista–leninistas actuando en la
realidad de la vida. Además, la idea que
deber tener cada marxista–leninista de que los problemas son infinitos, de que
los problemas son variados, y de que constantemente la vida nos irá presentando
delante nuevos problemas, nuevas tareas.
Nadie debe desconsolarse pensando que se acaban los
problemas de la vida, y que la vida se va a volver horriblemente aburrida,
porque todo va a estar resuelto, todo va a estar hecho. Falso; a cada etapa que alcance la humanidad,
a cada logro que conquiste la humanidad, se le presentarán delante nuevas
metas, nuevas aspiraciones, nuevos logros, claro, que ya no se parecerán en
nada a los problemas actuales que tiene la humanidad, el primero de los cuales
es, sencillamente, abolir la explotación del hombre por el hombre y liquidar
todas las trabas que impiden el desarrollo de la sociedad humana; pero siempre
la sociedad humana tendrá nuevos y nuevos problemas.
Nosotros los revolucionarios, en este momento, tenemos
nuestro problema; dentro de 10 años, los revolucionarios tendrán otros problemas;
dentro de 20 años, los revolucionarios tendrán otros problemas, y dentro de 30
y dentro de 40; eso lo demuestra la misma historia de la Unión Soviética, cómo
son tareas nuevas y nuevas tareas y problemas que hay que ir superando, y por
eso el proceso de aprendizaje tiene que ser también constante. Sin duda que la educación política y
revolucionaria que tendrá el pueblo dentro de 20 años, será incomparablemente
superior a la nuestra; sin duda que los defectos que tendrán, serán inferiores
a los que nosotros tengamos ahora.
Ahora, claro, nosotros tenemos que mantener una cosa
para el futuro; que ese incentivo revolucionario, ese afán de luchar, de crear,
de hacer, se mantenga y no se duerma nunca, y no tiene por qué dormirse; porque
en las revoluciones anteriores a la revolución socialista, lo que mataba al
cabo de algunos años el impulso inicial de las revoluciones era, sencillamente,
el régimen de explotación de unas clases por otras, y entonces la explotación
traía como consecuencia que mataba el entusiasmo, mataba el ánimo, lo mataba
todo.
Cualquiera que vea ahora el problema, de la discusión
del programa para la construcción del comunismo en la Unión Soviética, se da
cuenta de que allí hay un entusiasmo renovado; parece como si se hubiera
despertado todo el espíritu revolucionario en el año 1917. Es decir que se lanza a una tarea nueva con
el entusiasmo fresco con que se lanzaron a la primera tarea; eso no obstante
los problemas que se derivaron de una serie de vicios que han sido conceptuados
como los vicios inherentes al culto de la personalidad, en todos estos años de
la construcción del socialismo.
Es decir que han logrado, al cabo de 40 años de
revolución, presentarse a la realización de una tarea, con el entusiasmo
revolucionario de los primeros años, y no me queda la menor duda, porque creo
firmemente que lo que se puede hacer con una aparato se puede hacer diez veces
mejor, cien veces superior, cuando está actuando la masa y está creando la
masa, cuando el aparato es, sencillamente, el incentivo, la dirección y el
estímulo del trabajo de las masas.
Vean ustedes qué entusiasmo en la Unión Soviética —a
pesar de todos aquellos problemas—, ese entusiasmo renovado en esta nueva
fase. Cuando se leen las discusiones que
han tenido lugar en el último Congreso, la participación de koljosianos,
de dirigentes de sovjoses, de empresas, de
planificadores, de educadores, de artistas, de trabajadores en todos los
niveles manuales e intelectuales, se puede apreciar allí cómo, de verdad, está
en efervescencia el espíritu de trabajo de millones de personas.
Ahora les voy a decir una cosa: ni con represión, ni con castigo, ni
con medidas de ninguna índole, se logran rectificar errores como se pueden
rectificar por el esfuerzo de las masas.
No hay instrucción, no hay directiva, no hay exhortación para que este
problema no se haga así, sino de otra manera, que se pueda lograr su
cumplimiento como se logra cuando se acude a las masas. Hay veces que se reúne un grupo de ministros,
se discuten una serie de instrucciones, se acuerdan, y ni siquiera se cumplen;
en cambio, cuando cualquier problema se lleva a las masas, entonces en cuando
cualquier problema se resuelve.
En la misma campaña de alfabetización, durante los
primeros meses avanzaba, pero avanzaba lentamente. ¿Cuándo la campaña de alfabetización se
cumple? Sencillamente, cuando todo el
mundo se apodera de esa campaña: Jóvenes Rebeldes, sindicatos, Comités
de Defensa, Federación de Mujeres…
Cuando todas las organizaciones de masa hacen suya la campaña y se convirtió
en un problema de honor de todas las fábricas, de todas las asociaciones, de
todas las organizaciones de masa, entonces la campaña cobra un ritmo inusitado,
sorprendente para nosotros mismos, porque empieza a rodar, empieza a ganar
fuerza, y de repente, cuando se puede mirar lo que ha ganado una idea, es
verdaderamente asombroso.
De la misma manera, nosotros podemos lanzar mil ideas
a través de un aparato administrativo de que se organicen, por ejemplo,
pequeñas estaciones de investigación en las granjas; bueno, podemos hacerlo mil
veces; puede ser que al cabo de un año haya 20 granjas —de 600— que tienen una estacioncita de
investigación. ¡Ah!, pero cuando ese
planteamiento se hace a todos los trabajadores de todas las granjas del pueblo,
y se lanza la consigna de organizar brigadas de obreros de vanguardia para
llevar a cabo todo eso, entonces es muy posible que dentro de un año, no haya
una sola granja que no tenga una pequeña estación experimental y que no tenga
un grupo de obreros de vanguardia.
Trátese de obtener esto a través de administración nacional, a través de
circulares, a través de un trabajo administrativo; no se lograría nunca, sin
embargo, se logra con las masas.
Todos los vicios hay que combatirlos con las
masas. Los métodos de administración
individualistas, la falta de método colectivo, hay que ir a las masas y
plantearlo; la falta de espíritu técnico, hay que ir a las masas y plantearlo;
la falta de contabilidad, hay que ir a las masas y plantearlo. Cuando las masas tienen todas esas ideas y
todas esas consignas en sus manos, no hay quien se pueda resistir al
cumplimiento de esas normas. Ni la
represión, ni el castigo…. Hay que
aplicar castigo, naturalmente
—algún tipo de castigo—- al que no cumpla, algún tipo de sanción, pero,
a la larga, nada logrará tan buenos efectos como cuando se realiza con el apoyo
de las masas y acudiendo a las masas.
Eso en todo, hasta en la represión frente a los
contrarrevolucionarios. Hoy la
represión, el terror aplicado a los contrarrevolucionarios, es una cosa que es
de toda la masa del pueblo. ¿Habría sido
lo mismo que todas las medidas de fusilamiento, las medidas drásticas, hubiesen
emanado de directivas del Gobierno Revolucionario, sencillamente porque,
analizando las cosas teóricamente, llegara a la comprensión de que había que
hacerlo para defender a la Revolución, sin que lo comprendieran las masas? Puede ser que entonces los fusilamientos
hubieran caído odiosos; porque siempre cayó odioso el fusilamiento; porque el
fusilamiento, a todo lo que lo habíamos asociado nosotros… a: fusilado tal patriota, fusilado tal
otro patriota, fusilados los estudiantes de 1871; eran los fusilamientos que
hacían los explotadores contra los explotados que se rebelaban, y representaban
todo el abuso de fuerza, el poder colonial, todas esas cosas.
Sin embargo, hoy se está aplicando a los contrarrevolucionarios medidas drásticas, el exterminio
de cuanto contrarrevolucionario aparezca combatiendo con las armas a la
Revolución, de cuanto gusano se infiltre aquí.
Entonces, esa medida, ¿de dónde emana? Emana de una convicción de todo el pueblo; es
todo el pueblo el que demanda eso; es todo el pueblo convencido de eso. Pues, sencillamente, ahí tienen otro ejemplo.
Si la dirección revolucionaria se adelanta por encima
del sentimiento de la masa, o por encima de la convicción que tiene la masa
sobre la aplicación de determinada medida, entonces eso habría sido un
error. Sin embargo, ¡qué distinto es por
completo cuando es ya la masa la que reclama esa medida, la que demanda esa
medida, la que promueve esa medida! Pues
entonces, el resultado es que, sencillamente, los contrarrevolucionarios aquí
van a desaparecer, porque entonces están luchando contra una cosa que es muy
seria: están
luchando contra el veredicto de todo un pueblo, contra las medidas que en
nombre de todo un pueblo se toman contra ellos.
De ahí que tenga tanta importancia, compañeros, el
trabajo de la instrucción revolucionaria; el trabajo de la divulgación de las
ideas revolucionarias; la importancia que tiene ahora y tendrá siempre, porque nosotros tenemos que mantener
vivo el entusiasmo revolucionario, que ese entusiasmo sea cada vez mayor, que
ese entusiasmo nazca de los pioneros, siga en los Jóvenes Rebeldes, en los
círculos de instrucción, continúe después en los centros de trabajo. Porque no hay ninguna contradicción que
permita, o que explique, o que origine el debilitamiento de ese entusiasmo ni
la muerte de ese entusiasmo, porque estando en estado de desaparición toda
forma de explotación, el resultado será que cada día existirán mejores
condiciones para que todos esos alicientes se despierten en el pueblo.
Y no tiene por qué en la Revolución Cubana existir
absolutamente nada que mate ese aliciente.
Además, piensen lo sólida que será la Revolución cada vez más, en la
misma medida en que está en manos de millones de cubanos el destino del país,
el destino de la Revolución, el porvenir de la patria; cómo se sentirá cada vez
y cada día más seguro el pueblo con eso.
Y ese es, a mi entender, el mayor valor que tienen las
escuelas de instrucción revolucionaria.
Yo no les voy a hablar más, simplemente quería aprovechar estos minutos
de que disponía para plantearles estas cosas y exhortarlos a ustedes, que están
trabajando en ese campo, a que estudien.
El deber más importante que ustedes tienen, para poder
precisamente instruir mejor y trabajar mejor en las escuelas, es el superarse
ustedes mismos. ¿Hay alguno aquí que
crea que ya no tiene que estudiar más?
(EXCLAMACIONES DE:
“¡No!”) Bueno, pues
ustedes lo que tienen es todos ir adquiriendo una biblioteca, volviendo a leer
todos los libros que se han leído, porque la segunda vez se le saca más jugo
que la primera, la tercera se le saca más jugo que la segunda, y la cuarta más
jugo que la tercera (APLAUSOS).
Lo que hayan leído, volverlo a leer, volverlo a
estudiar; lo que no hayan leído, leerlo; lo que no hayan estudiado, estudiarlo;
y cada vez ampliar más los conocimientos.
Y hay que estudiar de todo; primero lo básico, lo fundamental, y después
ir extendiendo los conocimientos a medida que las posibilidades se les
presenten.
¿Cuántas veces no pasamos nosotros por las bibliotecas
y vemos tantos libros, y a veces
sentimos deseos de leer no solamente todas las obras que hablan de problemas
revolucionarios y políticos, sino todas las obras clásicas de la literatura
universal? Y nosotros pensamos: ¿Para qué están
esos libros ahí, si no tenemos ni tiempo para leerlos?
Por ahí había una idea de unos
bibliobús en el Consejo de Cultura, y a mí me hizo mucha gracia cuando
me explicaron que estaban pidiendo unos bibliobús. Yo decía: “Bueno, ¿pero los bibliobús, para qué
son?, ¿es que van a llevar un bibliobús a un parque de 4:00 a 6:00 de la
tarde?, ¿y es que hay algún ciudadano que se pueda leer El Capital en un parque de 4:00 a 6:00 de la tarde, esperando a que
llegue el bibliobús? Yo no entendía; no
quiere decir con esto que esté condenando el bibliobús, yo pedía nada más que
me explicaran qué era un bibliobús, y para qué se utilizaba. Después vino la teoría de que era para llevar
libros a las bibliotecas y sustituirlos; bueno, eso es un camión de transporte
de libros, pero no es un bibliobús; pero, me hacía gracia.
Nosotros tenemos que fomentar la formación de
bibliotecas, primero con todas las obras clásicas, obras fundamentales, las
obras más claras. Es indiscutible, que
tan pronto la imprenta nacional esté funcionando e imprima toda una serie de
libros… porque hay algunos libros que son mejores que otros; hay algunos
manuales que explican las cosas más claras que otros, son más asimilables; y
siempre en esto es elemental ir de lo sencillo a lo complejo, de lo más fácil a
lo más difícil. Pero es bueno ir
fomentando el mayor número de bibliotecas posible; primero los de las escuelas;
los libros de ustedes también, donde ustedes trabajen, y estudien; las
bibliotecas en las cooperativas, en las granjas.
Sería bueno que se fuera fomentando alguna lista de
libros, se hiciera un esfuerzo por la escuela de instrucción revolucionaria con
la imprenta nacional para que se vayan formando decenas de miles de
bibliotecas; decenas de miles de bibliotecas en dondequiera: en las fábricas, en los círculos, en
las cooperativas, asociaciones campesinas, en los Comités de Defensa, en todas
partes se vayan formando bibliotecas, con libros sobre cuestiones
revolucionarias, con literatura revolucionaria.
Porque también hay una forma de explicar, y nos enseña el cine, la
literatura, el arte; todas esas son formas de ir creando también cultura
política y revolucionaria.
Pero sobre todo ustedes, deben de tratar de
especializarse. El compañero Lionel nos explicaba que uno de los problemas que tiene es
que luego le cambian los cuadros que están en las escuelas, y cuando ya van
adquiriendo un poco de experiencia, los cambian, se los piden para otra cosa;
que es necesaria la permanencia de los cuadros.
Y eso es verdad. La experiencia
que tiene un director de la escuela en el segundo curso es mayor que en el
primero, en el tercer curso mayor que en el segundo y que en el primero, en el
tercer curso mayor que en el segundo y
así sucesivamente cada curso que pasa.
Van adquiriendo más experiencias sobre las dificultades generales, las
más comunes, los problemas de todo tipo que se presentan en una escuela. Es decir que ustedes deben irse
especializando.
También de los cursos de instrucción revolucionaria
deben irse escogiendo los compañeros que demuestren mayor vocación para la
enseñanza, pero que, en fin de cuentas, ustedes tienen que especializarse. Y nosotros debemos procurar que no los
cambien del trabajo que están haciendo, excepto que, realmente, prefieran otro
trabajo, que no tengan verdadera vocación por este trabajo, y entonces sí es
conveniente cambiarlos; pero no cambiarlos porque hagan más falta en otro sitio,
o crean que hagan más falta en otro sitio.
Es decir que ustedes tienen que irse especializando y,
al mismo tiempo que se van especializando pedagógicamente, ir superándose
ustedes intelectualmente también, mediante el estudio; ir superándose
incesantemente; ir superándose por su cuenta; ir superándose a través de cursos
especiales; ir superándose a través de institutos, porque habrá que fundar
también aquí el Instituto de Marxismo-Leninismo, instituto superior (APLAUSOS),
un centro superior de estudios.
Y así ir nosotros disponiendo ya de un cuerpo
especializado de directores y de maestros.
Yo creo que, realmente, es un trabajo muy útil, un trabajo muy
interesante, un trabajo de veras que yo creo que es un trabajo agradable el
trabajo que ustedes tienen. Y el trabajo
que tienen los alumnos de ustedes, más agradable todavía.
De veras que a veces yo siento deseos de pasarme seis
y ocho meses también en una escuela de instrucción revolucionaria (APLAUSOS),
porque la verdad es que cuando a todos nosotros nos hacían estudiar a la
fuerza, de muchachos, y de jóvenes y de adolescentes, pues todavía no
entendíamos ni siquiera bien para qué estudiar.
Y, además, que era un estudio casi obligado. Que no es lo mismo cuando uno se enfrenta con
la vida, y entonces comprende la tremenda necesidad de estudiar, de comprender,
de penetrar a fondo en los problemas, y se le presenta una oportunidad.
Piensen lo que significa para un revolucionario, para
una persona adulta; a algunos les parecerá eso una rareza: “Miren, un hombre con hijos, metido
allí a pupilo en la escuela.” No, la
rareza no está en eso; la rareza está en el privilegio que implica para un
hombre, después de tener hijos y todo eso, el poder ponerse a estudiar y
dedicar todas las horas del día para estudiar.
Eso para un hombre no es una rareza, eso es un extraordinario
privilegio.
Cuando ya el hombre está cargado de muchos compromisos
familiares y domésticos, que tiene que sostener a sus hijos y a su familia,
tener entonces la oportunidad, cuando nadie la tiene precisamente, porque lo
que yo recuerdo cuando muchacho es que oía a los grandes decir: “Ay, si yo pudiera
estudiar, si yo fuera muchacho otra vez y pudiera ir a una escuela.” ¿Y qué ocurre? Es que se cumple esa añoranza de las personas
que porque eran de familia muy humilde, porque tuvieron que trabajar, porque no
tuvieron escuela, vieron que otros iban a estudiar, que otros tenían tiempo,
que otros tenían recursos; y que ahora se les presenta la oportunidad de
ponerse a estudiar en una escuela. Eso es,
verdaderamente, un privilegio para cualquier ciudadano, y la prueba de que es un privilegio de verdad,
lo demuestra el hecho de que todo el mundo quiere ingresar en la escuela de
instrucción revolucionaria. Hay un
fenómeno muy interesante, y es el siguiente: he visto gente que jamás hubiera
creído que tuviera la menor afición por un libro, haciendo gestiones por
ingresar en las escuelas de instrucción revolucionaria; los familiares,
preocupados porque ingrese en la escuela de instrucción revolucionaria, porque
ya no es la preocupación de él solo: es
la de la mujer, la del hermano, de la hermana, del padre, de los amigos, de
todo el mundo.
Y hombres que yo creo que en su vida habían tenido
preocupación por el estudio y que eran, además, un poco desorganizados,
preocupados por ingresar en una escuela de instrucción revolucionaria, al
privilegio de poder ponerse a estudiar después de viejo —esto por llamar viejo
a los muchachos ya que no tienen 15 ni 14 años, es decir, después de grandes—, esto de poder ponerse a estudiar
después de grande no solo es un privilegio que atrae, y por lo cual se
incrementa el deseo de estudiar, sino que además hay otro sentimiento que está
impulsando a la gente a estudiar, y es la preocupación de no quedarse atrás. Ustedes habrán oído qué corriente es la
expresión “no me quiero quedar atrás”; entonces, hay gente que está consciente
de que avanza la Revolución, avanza el pueblo, y que cualquiera que no se
supere, cualquiera que no estudie, corre el riesgo de quedarse atrás.
Esas dos cosas se han unido para despertar el interés
por el estudio. Ahora, esos dos
sentimientos tenemos que aprovecharlos bien.
Y en la escuela, además de enseñarles la parte teórica, enseñarles
también a actuar con espíritu de camaradería, como yo lo he visto en algunas
escuelas en que, realmente, la gente se
transforma, la gente se transforma en la escuela y aprende a vivir, a
vivir con modos que son absolutamente distintos a los que estaba acostumbrado,
aprende a estudiar disciplinadamente; aprende a quedarse por la noche
estudiando, que es también un método de autodisciplina fantástico que en una
revolución es tan importante, porque el revolucionario tiene que ser esclavo de
sus obligaciones; y así, enseñarles todas esas cosas, pero enseñarles también
las cosas prácticas.
Sería bueno, también, que en la escuela, de vez en
cuando, hicieran una visita a una granja, averiguaran cómo está la
contabilidad, los costos, si tienen brigadas de vanguardia, si aplican la
inseminación, si no cuándo la van a aplicar; todos los problemas de la
economía. Ir otro día a una fábrica, ir
otro día a una escuela. El problema es
que vayan aprendiendo cosas de la vida práctica también de la Revolución,
además de la teoría; hacer crítica de todas las cosas que anden mal; explicar
después que vayan a un centro, qué ustedes creen está bien, está correcto, qué
deficiencias hay a juicio de ustedes, qué habría que hacer; se aplica el método
colectivo, si el administrador es un individuo que le gusta trabajar
individualmente. Todas esas cosas de la
vida práctica, porque, además, de una mejor formación ideológica, es necesario
que los compañeros salgan de la escuela muy conscientes de los males que
tenemos, porque tenemos muchos males, tenemos muchos vicios, tenemos muchos
problemas, y es una lucha tremenda, terrible, diaria, constante, que de la
única manera que se pueden vencer es con el esfuerzo de un número cada vez
mayor de ciudadanos, con una participación cada vez mayor de la masa; metiendo
el hombro frente a todos estos problemas.
Pero es necesario que los compañeros que pasan por la escuela aprendan
también todas esas cosas prácticas.
Es mucho pedir que en cuatro meses se pueda aprender
todo eso, pero, desde luego, en cuatro meses se pueden adquirir las bases, se
puede adquirir la orientación y se puede adquirir el impulso; y ya en las
escuelas superiores, más tiempo; y, después, los que descuellen más en los
organismos superiores.
Yo, por mi parte, como no puedo ir a la escuela, pues
tengo que aprovechar los ratos de ocio también para estudiar, porque yo empiezo
por aplicar el consejo que les estoy dando a ustedes.
Muchas gracias.
(OVACION)