DISCURSO
PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO
REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO HOMENAJE AL PERIÓDICO REVOLUCIÓN, CON MOTIVO DEL PREMIO QUE LE FUERA OTORGADO POR LA
ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DE PERIODISTAS, EFECTUADO EN EL SALON DE EMBAJADORES
DEL HOTEL HABANA LIBRE, EL 25 DE MARZO DE 1961.
(DEPARTAMENTO
DE VERSIONES TAQUIGRÁFICAS
DEL GOBIERNO
REVOLUCIONARIO)
Compañeros
revolucionarios:
Es una buena oportunidad esta, en que
venimos a homenajear a un órgano de la prensa revolucionaria por el honor que
ha recibido para nuestra prensa y para nuestro país, de reunirnos aquí un
núcleo importante de compañeros y de compañeras representativos de la
Revolución.
En este salón hemos tenido varias
reuniones. Ustedes recordarán, en los
primeros días de la Revolución: unas veces, algún organismo de
carácter internacional, como fue aquella reunión de delegados de turismo; otras
veces, representativos de las clases vivas; otras veces, representativos de los
industriales. ¡Yo he pasado por todas
las pruebas! (RISAS), y he visto muchas
caras, en esas ocasiones, para hablarles también a ellos; bueno, ¡no iba a
quedar por parte nuestra!
¿Les hablé con sinceridad? Sí, les hablé con sinceridad. Algunos de los pronunciamientos más enérgicos
que hemos hecho, los hemos hecho precisamente en el seno de esas clases. Un poco en broma, solía yo referirles a
algunos compañeros lo siguiente: "Cuando me reúno con los
trabajadores, trato de no agitarlos mucho; y cuando me reúno con los industriales,
trato de agitarlos" (RISAS).
Eran aquellos meses en que la
Revolución empezaba a dar sus primeros pasos, en que todos teníamos muchas
cosas que aprender. Muchos sindicatos
todavía estaban en manos de elementos que nunca representaron a la clase obrera
como clase, que estaban allí persiguiendo intereses de tipo personal, ciertas
corrientes seudorrevolucionarias y viejas reminiscencias de toda aquella lucha
que bajo el antiguo régimen tuvieron que librar los obreros.
En aquellos días, las consignas de tipo
económico se agitaban por todas partes.
Incluso, la primera zafra después de la guerra corrió peligro de no
poder llevarse adelante. Existía todavía
mucha confusión en el seno de los trabajadores; y, no obstante, nosotros
estábamos seguros de que llegaría a ser el sector que más decididamente
apoyaría a la Revolución. Pero, hasta
entonces, el obrero solo había luchado, fundamentalmente, por demandas de tipo
económico, y hacia esa posición, engañosa en una Revolución, y muchas veces
engañosa también, incluso, cuando no se viva en medio de una Revolución; como
ocurría que cada aumento de salarios iba acompañado siempre por un aumento en
los precios de los artículos; un sector obrero libraba una gran lucha y obtenía
ciertas mejoras, los patronos aumentaban los precios, esos precios afectaban el
salario de los demás sectores obreros, y a las pocas semanas otro sector tenía
que lanzarse a la lucha, y así sucesivamente, los aumentos de precios iban
anulando cada uno de los aumentos de salarios.
Era muy peligroso para un país que
entraba en una revolución seria y profunda caer en la demagogia, o caer en la
ilusión de que podría mejorarse de inmediato, de manera considerable, el
estándar de vida del pueblo, olvidándose de algo que es tan esencial que nadie
debe ignorar: que,
en definitiva, el salario es el reparto que corresponde a cada cual de la
producción nacional, que si no hay aumento en esa producción no puede haber
aumento en el reparto.
La Revolución trajo a los obreros, de
beneficio, todo lo que podía traer, sin comprometer, desde luego, el futuro
mismo de la Revolución, cual sería el reparto total de la producción y no poder
contar, en un momento tan difícil como es una revolución, no poder contar con
los recursos para el desarrollo.
Pero no era sola esa la razón por la
cual nosotros no tratábamos de agitar.
Los trabajadores siempre tuvieron una gran capacidad para comprender los
fines de la Revolución, y no hubo una sola ocasión en que el gobierno se
dirigiera a los trabajadores sin haber encontrado el más pleno respaldo, como
en aquella misma ocasión en que ellos hicieron dejación de todas sus demandas,
para comenzar inmediatamente la primera zafra bajo el Gobierno Revolucionario.
La Revolución estaba comenzando; era un
proceso que debía andar, largo, debía andar, paso a paso. Era débil en sus comienzos, era sobre todo
débil en el campo ideológico. Los
dirigentes de la Revolución tenían gran apoyo del pueblo, la Revolución en sí
misma tenía una extraordinaria simpatía, por lo que había quitado, no por lo
que había hecho; pero, ideológicamente, la Revolución era débil. Un mar de prejuicios y de mentiras nos
rodeaba a todos, las ideas eran trajinadas por aquellos que tenían en sus manos
el monopolio virtual de los medios de divulgación, por aquellos que dominaban
en las universidades, en los centros de enseñanza, en la prensa radial, escrita
y televisada.
Por lo tanto, la Revolución verdadera
tenía delante una tarea muy grande que realizar, tenía por delante la tarea de
despertar conciencias, de abrir ojos, de descubrir la verdad y hacer que el
pueblo, por sí mismo, la descubriera también.
Eran días en que todas las armas de la información estaban en manos de
los peores reaccionarios; no se podía lograr desde el primer día lo que se ha
logrado en dos años. Era necesario andar
con cuidado, y por eso nosotros siempre apelábamos a la confianza del pueblo, a
la confianza de los trabajadores, a la confianza de los campesinos.
La ley agraria no se hizo el primer
día, la ley agraria se estableció después de varios meses, y luego de haberse
realizado una intensa campaña, para que el pueblo la comprendiera. Durante aquellos días, algunos campesinos
impacientes quisieron invadir algunos latifundios. Fue necesario apelar a esa confianza y a esa
fe del pueblo, y en particular de los campesinos, para que supiesen esperar,
para realizar una reforma agraria con orden, que garantizara a nuestro país los
éxitos que ya se han logrado, el establecimiento de nuevos modos de producción,
incomparablemente avanzados, que han permitido a nuestro país resistir hasta
hoy los zarpazos feroces del imperialismo.
Por eso, nosotros hablábamos con
aquellos representantes de las clases vivas para tratar de despertarles el
patriotismo; hablábamos con los industriales para tratar de despertarles
también el patriotismo. Nunca les
ofrecimos nada que no estuviera dispuesta a ofrecer la Revolución, ni
concedimos nada que no pudiera conceder la Revolución. Desde el principio, siempre les hablábamos a
aquellos sectores con entera franqueza.
¿Les mentíamos? No. ¿Hemos hecho algo distinto de lo que
prometíamos? No.
La Revolución ha ido rápido, pero la
Revolución, por sí misma, no es dueña de marcar el ritmo de sus pasos; el ritmo
de los pasos de una Revolución muchas veces puede ser afectado por las acciones
de los que se opongan a la Revolución.
Aquellos que se quejan tienen una buena
parte de la culpa en el aceleramiento de ese ritmo. La Revolución ha tenido que dar pasos firmes
y rápidos, en parte obligada por las propias acciones de los que querían
destruirla.
Esos mismos señores llamados de las
clases vivas, aunque, naturalmente, en esas clases vivas había sectores del
pueblo que no eran sectores reaccionarios, aquellos mismos señores que en
ocasiones pidieron reunirse con el Gobierno Revolucionario, en una parte
considerable contribuyeron al aceleramiento de ese ritmo.
Hay todavía en nuestro país muchos
industriales que tienen aquí sus negocios, muchos comerciantes que tienen
también sus negocios. Esos sectores tal
vez si no estuvieran tan influidos por la propaganda imperialista si hubiesen
tenido el tino de analizar serenamente las circunstancias de la Revolución,
habrían hecho un esfuerzo mayor por ayudar, se habrían sumado al esfuerzo
nacional. Y una parte de ellos se habría
ahorrado la incertidumbre y el miedo en que han vivido y los errores que han
cometido.
Nosotros dijimos desde el primer
momento qué intereses íbamos a afectar; y no lo dijimos después del día 1º de
enero, lo dijimos desde mucho antes. La
Revolución tiene en su haber el haber cumplido las promesas que le hizo al
pueblo. No hay, virtualmente, ninguna
legislación, ninguna ley revolucionaria que no sea expresión de lo que al
pueblo le prometimos desde los inicios mismos de la lucha contra la tiranía
batistiana. Es decir que todo lo que se
ha hecho hasta hoy ha sido expresión de lo que se ofreció al pueblo.
Es natural que algunos sectores
económicos del país se dejaran arrastrar por la creencia de que aquellas
promesas no eran más que palabras, creyeran que ya se habían proclamado muchos
programas y que nunca esos programas se habían cumplido. Y, por lo tanto, se dejaron llevar de la
ilusión de que no habría tal reforma agraria, de que las promesas que se
hicieron cuando el ataque al cuartel Moncada no se cumplirían; que no habría
tampoco tal reforma urbana, que no habría recuperación de bienes mal habidos,
que no se cumpliría todo aquel programa que al pueblo se le ofreciera.
Eso no quería decir tampoco, desde
luego, que la Revolución se habría de limitar a un número de promesas; eso no
significaba que la Revolución se habría de detener. Un proceso revolucionario no se detiene a
priori; a un proceso revolucionario no se le pueden marcar límites; un proceso
revolucionario es un esfuerzo grande por avanzar, es un salto en la historia de
los pueblos.
Cuando una revolución estalla, ese
salto hay que darlo tan alto como sea posible.
Un proceso revolucionario trata de alcanzar para un país el mayor
avance, trata de alcanzar para un país toda la
justicia posible. Detener el proceso
revolucionario sería traicionar la Revolución; marcar límites en medio de un
proceso revolucionario, es traicionar la Revolución; poner un límite al salto
de un pueblo en la historia es traicionar a ese pueblo (APLAUSOS), es como
frenar a un pueblo que marcha veloz hacia el futuro.
Y ojalá no hubiese tenido que esperar
tanto tiempo nuestro país para hacer una Revolución; ojalá no hubiesen tenido
que esperar más de siglo y medio, o tanto como siglo y medio, los demás pueblos
de América Latina; siendo este país el país privilegiado que ha podido hacer la
primera gran revolución social en este continente; cuanto más profunda y cuanto
más extraordinaria sea esa revolución, y cuanto más lejos llegue y cuanto más
pueda constituir un ejemplo para los demás pueblos hermanos de este continente,
¡tanto más podremos sentirnos orgullosos los cubanos del privilegio de hacer
esa Revolución! (APLAUSOS.)
Hay esfuerzos que parecen inútiles y
que, sin embargo, no son inútiles.
¿Fueron, acaso, inútiles las palabras dirigidas por nosotros a aquellos
sectores? No, no fueron inútiles. Algunos las comprendieron; otra parte considerable no las comprendió ni
podía comprenderlas, pero al menos el pueblo ha comprendido. Era como si nosotros le dijéramos que aquí se
estaba desarrollando una revolución profunda, que esa revolución era
inevitable, que esa revolución era una oportunidad única de nuestro pueblo, y
que esa revolución se llevaría adelante por encima de todos los obstáculos; era
como si le dijéramos que, ante ese hecho inevitable, aquellos sectores cuyos
privilegios y cuyos intereses iban a ser sacrificados por la Revolución tenían
dos caminos, dos caminos: o aceptar
aquella realidad revolucionaria, adaptarse a ella y ayudar al país en
Revolución, o ponerse contra ella.
A forjar ese proceso revolucionario
estaban invitados todos los cubanos, sin excepción. Los que no se sumaron a él no lo hicieron
porque les faltase la oportunidad, lo hicieron porque no quisieron, porque no
tuvieron fe, o porque se creían más sabios o más poderosos que nadie, o porque
creían que el vecino poderoso vendría oportunamente a impedir que aquella
Revolución tuviera lugar, y porque creían o porque creen todavía que esa
Revolución era un imposible en las circunstancias geográficas y económicas de
nuestro país.
Dos caminos tenían: o sumarse a la Revolución, o combatir
a la Revolución. Y quizás a aquellos
sectores, como clases sociales, les habría convenido más ayudar a la
Revolución, porque con eso su sacrificio habría sido más llevadero, y el parto
revolucionario habría sido menos doloroso.
No tenemos por eso que lamentarnos de
los problemas y de las desventuras de esos sectores, porque si ellos tomaron el
camino de la contrarrevolución, si ellos tomaron el camino que conduce a la
deshonra y a la traición, y tomaron el camino que conduce a convertirse en
mercenarios de los intereses extranjeros, la culpa es de ellos. Ellos tuvieron la oportunidad de optar y los
que optaron por lo peor tendrán que atenerse a las consecuencias.
Pero no se le podrá
decir a la Revolución que no fue generosa, no se le podrá decir a la Revolución
que no hiciera una invitación amplia a todos los cubanos por igual. ¡Y cuántas pruebas abundan en favor de esa
verdad! Hoy nosotros evocábamos aquellas
reuniones, y con el recuerdo de aquellos sectores venía también a nuestra mente
la imagen de algunos de los que fueron funcionarios del gobierno en aquellos
meses.
Aquí determinados sectores sociales
tenían su élite intelectual, tenían sus hombres sabios, sus hombres inteligentes. Eran los días en que el pueblo creía todavía
en esas inteligencias. Claro está que
aquellas inteligencias que formaron en los primeros meses parte del gobierno no
tenían en sus manos la dirección política de la Revolución, pero eran
inteligencias que estaban ahí, y que hoy no están ahí, hoy están allá.
Aquellos sectores y aquellas
inteligencias se entendían muy bien.
Ellos eran los que organizaban esas reuniones y a mí me invitaban; yo
venía a las reuniones y les hablaba claro, les decía la verdad. Me sentía mucho mejor cuando me reunía con
los campesinos, me sentía mucho mejor cuando me reunía con los obreros; pero
cuando me invitaban a reunirme con aquellos sectores representativos de los
grandes intereses económicos, yo no tenía por qué rehuir aquellas reuniones,
siempre tenía que decirles algo a aquellos señores: "La Revolución va. Súmense a la Revolución." Siempre tenía una invitación para aquellos
señores.
¿Fue inútil? ¿Fueron inútiles aquellas invitaciones? No.
Fueron muy útiles, porque ayudan a comprender, ayudan al pueblo a
comprender, les quita la más mínima razón moral a los que combaten a la
Revolución; primero, porque las leyes fundamentales de la Revolución fueron
promesas que se hicieron al pueblo; y, segundo, porque la Revolución no le
cerró las puertas absolutamente a nadie.
O si no, recuerden, recuerden si la Revolución le cerró las puertas a
alguien; recuerden todos esos señores que en un momento determinado tuvieron
acceso, incluso, a posiciones fundamentales dentro del gobierno, honores a los
que no los había hecho acreedores ningún sacrificio, ningún esfuerzo, ningún
aporte a la Revolución, porque ni habían estado presos siquiera, ni habían
estado perseguidos, ni combatieron, ni ayudaron, ni dieron una sola idea que nos
condujera al triunfo. No habían sido
forjadores de las victorias contra la tiranía y, sin embargo, en la hora del
triunfo, en esa hora cómoda del triunfo, en esa hora fácil del triunfo, se
vanagloriaron de ostentar aquí cargos a los que realmente, si se consideraban
sus méritos, no tenían ningún derecho.
Es bueno recordarlos por dos razones: para que tengamos
presente qué tipo de gente son; y, además, para comprender que los que se han
ido, se fueron y se convirtieron en traidores porque ellos quisieron. A nadie se le negó la oportunidad de luchar, a
la Revolución no se le podrá imputar el haberle negado a nadie la oportunidad
de participar en ella. ¿Qué son los que
llegaron sin mérito a tener esa oportunidad, y después renunciaron a ella? ¿Qué son esos señores que se volvieron
enemigos de la Revolución? No hablamos
de los que eran enemigos de la Revolución porque estaban junto a Batista;
hablamos de aquellos que en los días del triunfo se enrolaron en las filas de
la Revolución. Esos, que ahora son los
instrumentos, junto con los criminales de guerra y los batistianos, de los que
quieren agredir a nuestro país.
Es muy importante que este hecho quede
bien claro y bien sentado, porque esto es lo que nos da derecho a combatir sin
tregua ni descanso a los contrarrevolucionarios. Porque a ninguno de ellos la Revolución les
cerró las puertas; a ningún sector social la Revolución le cerró las
puertas. La Revolución siempre tuvo sus
puertas abiertas, sin sectarismo, a los que quisieran luchar por ella.
La Revolución no fue sectaria; si la
Revolución hubiese sido sectaria, jamás se habrían sentado en las filas del
gobierno señores como Rufo López Fresquet, Miró Cardona, o el señor Justo
Carrillo y algunos más por el estilo.
Nosotros sabíamos cómo pensaban aquellos señores, nosotros sabíamos que
eran hombres de mentalidad bastante conservadora. Pero es que el propio gobierno de la
república, en los primeros días del triunfo, no estaba en manos de
revolucionarios; el propio gobierno de la república no estaba en manos de los
hombres que llevaban muchos años luchando y sacrificándose, no estaba en manos
de los hombres que habían estado en las prisiones y habían combatido en las
montañas, no estaba en manos de los hombres que encendieron aquella chispa
revolucionaria y supieron, aun en los momentos de mayor incertidumbre y
escepticismo, mantener en alto la bandera de la Revolución, y con ella la fe
del pueblo, para llevarlo al triunfo (APLAUSOS).
Los cargos fundamentales del Estado
estaban en manos de verdaderos bombines.
Y si aquello no servía para hacer avanzar a la Revolución, servía al
menos para demostrar, de manera inequívoca, que los hombres que habían llevado
sobre sus espaldas el peso mayor de la lucha, no habían estado luchando allí
por honores ni por ambiciones de tipo personal; pero servía también para que el
pueblo se quitara de su mente unas cuantas ideas falsas, servía también para
derribar aquí unos cuantos castillos de naipes; servía también para que el
pueblo aprendiera qué eran, de una vez y para siempre, aquellos falsos valores;
valores ficticios que habían sido elaborados precisamente por los que tenían en
sus manos hacer y deshacer reputaciones, por los que tenían en sus manos los
órganos de divulgación de las ideas y los recursos económicos del país.
Y aquella clase dominante había forjado
sus adalides intelectuales, y a través de su prensa, a través de su radio, a
través de su televisión, y a través de sus universidades, les había dado
categoría de grandes valores intelectuales a una serie de señores que no eran
sino servidores de los intereses de esa clase.
A un líder campesino honesto no lo ensalzaban; a un líder obrero honesto
no lo ensalzaban; a un intelectual honesto o revolucionario no lo ensalzaban; a
quien fuese un escritor o un intelectual progresista, un escritor o un
intelectual de izquierda, no lo ensalzaban.
Que fuese un poeta brillantísimo y reconocido fuera de nuestro país,
¡eso no importaba!, aquellos versos no tenían el derecho a salir publicados en
las revistas o en los periódicos controlados por la reacción. No.
Los verdaderos valores de la intelectualidad cubana estaban proscriptos,
mientras ascendían al firmamento, como estrellas de la inteligencia, toda una
serie de señores que no eran más que los servidores de la clase dominante que
tenían en sus manos los medios de hacer y deshacer prestigios; es decir, hacer
falsos prestigios y, hasta incluso, destruir verdaderos valores y verdaderos
prestigios.
Y aquellos señores pasaron por aquí; se
creían que se iban a convertir en maestros de nosotros. A decir verdad, siempre nos miraron con un
cierto prurito de inteligencia, ellos, los inteligentes. Siempre nos miraron con un poco de prurito de
superioridad; siempre nos miraron a nosotros como un grupo de muchachos audaces
y nada más que eso, a los cuales tenían que llevar de la mano; muchachos que
habían hecho la guerra, que habían sabido combatir contra la tiranía, que
habían sabido llevar adelante al pueblo en su lucha por el derrocamiento de esa
tiranía, pero que entonces llegaba la hora de las inteligencias, y ellos,
ellos, eran los inteligentes; ellos se creían los inteligentes. Nosotros nunca confiamos en ellos, nosotros
sabíamos que ellos no sabían, pero era necesario que el pueblo supiera quiénes
eran todos aquellos valores cuyos nombres siempre aparecían cada vez que se
hablaba de un gabinete, cada vez que se hablaba de un gobierno provisional,
cada vez que se hablaba de un director de banco nacional, cada vez que se
hablaba de cualquier núcleo apto para dirigir a la nación.
Ellos habían fabricado ya esa falsa
reputación en virtud de la cual nosotros éramos los muchachos audaces de las
montañas, y ellos tendrían que ser los cerebros del gobierno, olvidándose de
que, en realidad, los que no habían sabido ser cerebros para derrocar la
tiranía que sometía a nuestro país, los que no habían sido cerebros capaces de
conquistar el poder para el pueblo, mucho menos capaces serían de dirigir a ese
pueblo en medio de las contingencias del proceso revolucionario (APLAUSOS).
Porque, ¡quién viera a esos señores
enfrascados con los problemas actuales de la Revolución! ¡Quién viera a esos señores afrontar la lucha
que hoy tiene planteada nuestro pueblo con el imperio poderoso del norte! ¡Quién viera a esos señores afrontar
situaciones al lado de las cuales las tareas de luchar contra la tiranía
batistiana resultan, en realidad, fáciles!
Aquellos señores habrían servido, todo lo más, para entregar a este país
a manos de los intereses extranjeros; aquellos señores habrían sido capaces,
todo lo más, de venderse a ese imperialismo, jamás de enfrentarse a la fuerza
de ese imperialismo.
Y sucedió lo que inevitablemente debía
suceder: la
deserción de todos esos señores, la traición al país de todos esos señores, el
pase a las filas enemigas de todos esos señores.
¿Qué nos han dejado? Nos han dejado la lección, nos han dejado la
razón, nos han dejado la prueba inequívoca de que la Revolución jamás fue
sectaria, de que la Revolución fue extraordinariamente amplia, que la Revolución
les dio a todos ellos la oportunidad de estar junto a su país, y que, si ellos
escogieron el camino de la traición y de la deserción, entonces no tendrán
derecho a pedir clemencia el día que les toque afrontar la hora de la justicia;
no tendremos nosotros razones para sentirnos indulgentes con ellos; y si fuese
verdad, si fuese verdad que algún día osaran poner un pie en el territorio de
nuestra patria, aunque no fuese más porque no se atreviesen a desacatar las
órdenes de sus amos, si eso fuese verdad, y por un error de cálculo dan ese
paso, entonces tendremos todo el derecho a ser inclementes con ellos. Como tiene la Revolución el derecho a ser
dura frente a los contrarrevolucionarios, porque esta causa no fue monopolio de
nadie; la Revolución no fue monopolio de nadie; a la Revolución tuvieron
derecho a pertenecer todos los que se sintieran revolucionarios, todos los que
quisieran ser revolucionarios.
No hay uno solo, no hay un solo
ciudadano de este país que pueda decir que la Revolución le negó el derecho a
luchar por ella; no hay un solo ciudadano de este país que pueda decir que la
Revolución fuese sectaria. Y las pruebas
son verdaderamente abrumadoras, porque no quedó un solo truhán, un solo
oportunista y un solo pícaro que en los primeros días del triunfo revolucionario
no apareciese enganchado en el carro de la Revolución. Y a muchos los conocíamos demasiado bien, a
muchos el pueblo los conocía perfectamente bien.
¡Cuántas veces tuvimos nosotros que
conversar con hombres y mujeres del pueblo, con compañeros de la Revolución a
quienes se les hacía imposible soportar la presencia de algunas gentes! Y nosotros, sin impacientarnos, porque
sabíamos que la Revolución estaba demasiado enraizada en el corazón del pueblo,
porque teníamos una seguridad profunda y una visión clara de la marcha de los
acontecimientos les aconsejábamos que tuvieran calma, les aconsejábamos que
tuvieran paciencia.
Y en ese momento, momento fácil, porque
el minuto de la victoria, o el minuto después de la victoria, es siempre un
minuto fácil. Al parecer la lucha ha
cesado; ¡cuántos creyeron entonces que la lucha había cesado!, cuántos incluso,
no podían conciliar el sueño pensando que la lucha había cesado y que ellos
fueron tan ciegos y tan torpes que no se dieron cuenta de que perdían la oportunidad
de luchar en las filas de la Revolución; o que fueron tan ciegos, o tan
indiferentes, o tan pusilánimes, que no se habían sumado a los hombres que
luchaban en la clandestinidad o en las montañas.
A muchos les remordía la conciencia
pensando, de nuevo erróneamente, que la lucha había cesado
definitivamente. Y la lucha no había
cesado. La lucha, como hemos afirmado en
otras ocasiones, apenas comenzaba.
Nosotros sabemos las circunstancias en
las que se desenvuelve una lucha cuando comienza. Son pocos, por lo general, los que inician
todo movimiento revolucionario; son pocos los que deciden enfrentarse a las
grandes dificultades que entonces se tienen delante. Nosotros sabemos, por experiencia, lo que es
eso. ¿Quién no lo sabe? ¿Quién no recuerda los días difíciles de la
clandestinidad? ¿Quién no recuerda lo
duro que era a veces conseguir una casa para refugiarse? ¿Quién no recuerda los primeros meses? ¿Quién no recuerda lo difícil que era
recaudar fondos para comprar las primeras armas? ¿Quién no recuerda el ambiente de
escepticismo de esos días difíciles? No
en los combatientes, sino en una parte considerable de las gentes.
Naturalmente que el día 1º de enero
fuese lógico aquella avalancha de los que se volvían
revolucionarios de la noche a la mañana, cuando ya se había disparado el último
tiro. ¡Quién no recuerda aquellos
oportunistas! Unos, los miraban con
desprecio; otros, nosotros entre ellos, ni siquiera con desprecio. Durante una gran parte del tiempo, muchos
creían que nosotros no teníamos la razón, muchos creían que nosotros estábamos
equivocados. Cuando el tiempo y los
hechos se encargaron de mostrar que la razón la teníamos nosotros, no fue la
vanidad lo que invadió nuestro ánimo, no fue un delirio de grandeza o de
superioridad sobre los demás; todo lo más, una satisfacción moral de saber que
al fin y al cabo el tiempo y los hechos nos habían dado la razón, y aquellos
que pensaban que nosotros estábamos equivocados venían también a darnos la
razón.
Y, en cierto sentido, aquella muchedumbre
de equivocados que asaltaron el carro de la Revolución nos estaban rindiendo un
tributo ―el tributo de reconocer que estaban equivocados y que nosotros
estábamos en lo cierto. Ni siquiera
desprecio sentimos hacia aquellos; hacia los equivocados no hay que sentir
desprecio o, al menos, mientras puedan probar que estaban equivocados, o
mientras no se les pueda probar que actuaban de mala fe. Y, sobre todo, cuando el curso de los
acontecimientos no podía decidirse.
Durante largo tiempo en nuestro país pudo pasarse por equivocado,
durante largo tiempo en nuestro país pudo encubrirse con la idea del error la
conducta de mucha gente. Se podía
discutir si la táctica correcta era tal o más cual táctica, si la lucha cívica,
o si la lucha insurreccional, y había quienes creían, de buena fe, en la lucha
cívica; si la insurrección o las elecciones, y había quienes creían,
ingenuamente, que mediante elecciones podría resolverse el problema de
Cuba. Durante largo tiempo se pudo aquí
encubrir la mala fe con el error; durante largo tiempo muchos farsantes
pudieron pasar por equivocados. Pero
llegó un momento, un momento en la historia de nuestro país, que nadie podía
confundir la mala fe con el error, ni la traición con la equivocación; llegó un
momento decisivo, en que la palabra error o equivocación desaparecían de
nuestro léxico, en materia política; llegó un minuto tan claro, un minuto de
disyuntiva tan precisa y tan concreta, que había que escoger entre la lealtad a
la patria o la traición, que había que escoger entre el camino recto, o pasarse
a las filas del enemigo; llegó un momento en que no eran posibles los términos
medios, en que tenían que girar entre estos dos extremos: o con el Gobierno Revolucionario, con la Revolución,
con el pueblo cubano y con el país, o contra el Gobierno Revolucionario, contra
el pueblo, contra el país, con los enemigos del país.
Ese minuto tenía que llegar, y los que
han escogido el camino de la traición, a esos no les queda siquiera el consuelo
de decir: "Yo
estoy aquí porque no me admitieron en las filas de la Revolución; yo estoy
contra Cuba, porque un grupo de señores se apoderaron de Cuba, y nos negaron el
derecho de defender a Cuba; yo estoy aquí, porque me botaron, porque me
expulsaron, porque no tuve oportunidad de defender a nuestro país." y
los que en este minuto abandonan su país, no es que estén adoptando partido
entre cuestiones cubanas, están adoptando partido entre Cuba y los enemigos de
Cuba; están adoptando partido entre su patria y los enemigos de su patria; están
eligiendo entre la decisión de defender al país al precio de la vida, frente a
los que intenten destruir la Revolución y destruir nuestra soberanía, frente a
los que se proponen ensangrentar a nuestro país, invadir nuestro suelo,
destruir nuestra patria y nuestra Revolución.
¡Triste disyuntiva la que se les
presenta a los vacilantes y a los que tienen alma de traidores! Tener que escoger entre seguir siendo hijos
de esta patria, continuar teniendo el derecho de llamarse cubanos y la renuncia
para siempre de ese derecho, la renuncia para siempre del derecho a llamarse
cubanos. Porque esta es una lucha entre
los cubanos y los enemigos de los derechos de los cubanos; esta es una lucha
entre los cubanos que quieren justicia, que quieren progreso, que quieren
soberanía, que quieren patria, y los que no quieren que los cubanos tengamos
soberanía, ni tengamos independencia, ni tengamos derecho, ni tengamos patria
(APLAUSOS).
Esta es una lucha entre los que quieren
que los cubanos seamos dueños de lo nuestro y los que quieren que los
extranjeros sean los dueños de lo nuestro; es una lucha entre los que hemos
rescatado la tierra para el pueblo, los recursos naturales para el pueblo, las
industrias fundamentales para el pueblo; los que hemos rescatado de manos avaras,
nacionales o extranjeras, los grandes recursos de la nación, y los que no
tienen el pudor de ocultar que se proponen devolverles a los antiguos dueños de
las riquezas de nuestro pueblo las riquezas que el pueblo ha rescatado para sí. Es una lucha desvergonzada por parte de los
que quieren asesinar a nuestro pueblo, y la lucha de los que quieren que
nuestro pueblo sobreviva, para su progreso y su felicidad; es una lucha entre
los que quieren ensangrentar a nuestro país y los que queremos garantizar a nuestro
pueblo una vida próspera y feliz; es una lucha entre los que cumplen órdenes de
esbirros policíacos extranjeros... Y si
ser esbirro era una vergüenza imborrable, si ser confidentes de los esbirros de
la tiranía era un deshonor infamante, ¡cuánto más vergonzoso es el papel en que
han caído aun esos que un día se fabricaron aquí el falso título de
intelectuales, el falso título de hombres inteligentes, y que hoy son vulgares
agentes provocadores de un cuerpo policíaco y de espionaje de los monopolios sangrientos
del norte revuelto y brutal! (APLAUSOS
PROLONGADOS.) Si ser un esbirro de
Batista era un crimen, ¡cuánto más criminal no es convertirse en esbirro de
Allan Dulles y de los generales del Pentágono, de la United Fruit Company y de
los millonarios yankis! Si era
vergonzoso recibir dinero de Batista para combatir al pueblo y para matar
ciudadanos y para destruir vidas inocentes, ¡cuánto más criminal no es recibir
dinero del Departamento de Estado yanki, del FBI yanki, de la Central de
Inteligencia yanki, para destruir vidas cubanas, para destruir riquezas
cubanas, para destruir a la nación, para ensangrentar a nuestro país!
Y aquí no se trata de una imputación
infundada; es algo que ni siquiera se oculta, es algo que está ahí a la vista
de todos. No hay más que trasladarse a
la Plaza Cívica para ver con nuestros propios ojos la metralla, los explosivos,
las armas, los paracaídas, los equipos de comunicación y todos los implementos
de guerra, que con una violación sistemática de nuestro territorio, que con una
impudicia increíble, trasladan a nuestro país los órganos de represión y de
provocación del imperialismo.
¡Cómo pisotean el derecho de un país,
cómo ultrajan la ley internacional, cómo hacen trizas el derecho de Cuba y la
integridad de nuestro territorio, cómo hacen burla de todas las normas
internacionales, para traer metralla, para traer armas mortíferas, para traer
explosivos, dinamita gelatinosa, fósforo vivo y todos los medios de destruir
riquezas, de destruir industrias, y, sobre todo, de destruir vidas!
Y si todas las ideas que tenemos sobre
la conducta de estos señores, si todas las pruebas no fuesen suficientes, basta
pensar cómo cuando esa compañía eléctrica era del extranjero, cuando esas
refinerías eran del extranjero, cuando esas industrias eran del extranjero, no
estallaba allí una sola bomba, no les hacían un solo sabotaje. Y hoy, que esas industrias no son del
extranjero, sino del pueblo; hoy, que las ganancias de esas fábricas no van a
parar a los bancos extranjeros, sino que se invierten en hospitales, o se
invierten en libros, o se invierten en escuelas, o en pagar maestros, o se
invierten en arados o tractores, o se invierten en créditos para el campo, o se
invierten en nuevas industrias para darles trabajo al blanco y al negro sin
discriminación (APLAUSOS), para darle empleo a cualquier cubano que lo
necesite, sin recomendación alguna; cuando esas ganancias no van a parar al
bolsillo de los millonarios yankis, ni van a parar al bolsillo de los ministros
ni de los gobernantes; cuando todo lo que allí produce el obrero con su trabajo
es para su país, entonces sí quieren destruir esas industrias hoy, que son del
pueblo.
Como no les basta, o no les ha bastado
el esfuerzo que han hecho, cometen la osadía de penetrar, una madrugada, en un
barco perfectamente artillado, a cañonear una de esas refinerías, lo que no
hicieron ni soñaron en hacer jamás cuando eran refinerías de una compañía
americana, y lo hacen hoy cuando es una refinería del pueblo.
Y si todas las demás pruebas no bastaran,
estas serían suficientes para descubrir el espíritu que alienta a los
contrarrevolucionarios, el espíritu de traición a su país, el espíritu de
servicio al extranjero que explotaba a nuestro país. y
es más que suficiente para vislumbrar el porvenir que quisieran para nuestro
país, y cómo no trabajan sino para los amos extranjeros que lo pagan; y lo que
esperaría aquí al obrero, lo que esperaría aquí al campesino, lo que esperaría
aquí al negro, lo que esperaría aquí a las mujeres que hoy con la Revolución
han obtenido el derecho a ganarse la vida honradamente; lo que esperaría aquí
al pueblo humilde, lo que esperaría aquí al intelectual revolucionario, al
estudiante revolucionario, al obrero revolucionario; lo que esperaría aquí al
pensamiento y a la inteligencia, si esos señores volviesen a dominar este
pueblo.
Y digo suelo, porque lo que nunca
podría ocurrir es que volviesen a dominar este pueblo (APLAUSOS); digo suelo y
no pueblo, porque pueblo, pueblo aquí no quedaría para resignarse a semejante
infortunio. ¡Tierra calcinada sí!, ¡el
polvo de nuestro suelo anegado en sangre ―como decía Antonio Maceo―
sí! (APLAUSOS.) Pero pueblo no, porque nadie tiene derecho,
ni los millonarios que lo pagan, ni los esbirros extranjeros que lo pagan, ni
el gobierno cínico que los alienta, ni los esbirros de la CIA, ni los esbirros
del FBI, ni los bandidos del Pentágono, ni los piratas del Departamento de
Estado, tienen derecho a deparar a nuestro país semejante porvenir; ni los
mercenarios que los sirven, ni los criminales que obedecen sus órdenes, tienen
derecho a tronchar el porvenir que está forjando nuestra patria, ni a tronchar
la esperanza del obrero y del campesino y del negro y del joven y de la mujer,
del pueblo humilde que lucha por un porvenir distinto de lo que fue el ayer.
No tienen derecho a destruir la luz que
estamos llevando a las inteligencias que se quedaron sin escuelas y sin
maestros; no tienen derecho a destruir la felicidad que hemos llevado a los
campos; no tienen derecho a destruir el lugar de honor que ocupa hoy nuestro
país entre los demás pueblos; no tienen derecho a destruir la libertad y la
seguridad; no tienen derecho a arrancar el pan de las bocas que hoy tienen lo
que nunca tuvieron; no tienen derecho a arrancar el pan de esos cientos de
miles de cubanos que hoy tienen trabajo, ni arrancar de nuestras familias el
techo que han recibido, ni de nuestros campesinos la tierra, ni de nuestros
analfabetos los maestros, ni de nuestros niños los cuarteles que hoy son
escuelas, ni del pueblo las armas con que hoy se defiende, las armas con que
hoy tiene en sus manos la prueba de una libertad verdadera, que es aquella que
no la garantizan las leyes que no se cumplen nunca, ni instituciones
prostituidas, ni jueces venales; la libertad y los derechos que los garantiza
el hecho en sí mismo de ser el pueblo el poder, el poder moral, pero además el
poder real; los derechos que les garantizan las armas que tienen en las
manos. Y por eso, hablan de arrancarles
esas armas a los obreros, de arrancarles esas armas a los campesinos, de
arrancarles esas armas a los estudiantes, de arrancarles esas armas a los
negros, de arrancarles esas armas a las mujeres, de arrancarles esas armas al
pueblo que ayer avasallaban, para volverlos a convertir en esclavos de los millonarios
extranjeros, para que nuestro sudor y nuestro trabajo vuelva a engrosar los
millones de los multimillonarios yankis, para que nuestros centrales, y
nuestras fábricas, y nuestras minas, y nuestras tierras, pasaran otra vez a
manos extranjeras.
Como para eso no tienen derecho los
amos que les pagan, ni tienen derecho los criminales que sirven a esos amos;
por eso aquí, pueblo, pueblo para cumplir tan nefastos programas, pueblo, ¡no
encontrarán! Lástima que sean tan
estúpidos, lástima que sean tan estúpidos que no lo
comprendan.
Crimen ese de cercenar vidas y de
destruir riquezas inútilmente; crimen ese, arrastrado o promovido por la
ilusión de que podrían alguna vez volver a gobernar a nuestro país, el que
están cometiendo; vidas y riquezas que destruyen para no conseguir jamás sus
fines; vidas y riquezas que destruyen en balde, en inútil empeño; riesgos que
hacen correr a nuestro país, y riesgos que hacen correr al mundo, en el inútil
empeño de dar marcha atrás a la historia; en el inútil empeño de evitar el
progreso de la humanidad; en el inútil empeño de evitar que las colonias sean
libres, que los países sometidos sean libres, que los pueblos sean libres; en
el inútil empeño de perpetrar sobre el mundo el saqueo, para seguir saqueando a
las naciones.
¿Quién no comprende hoy que los
imperialistas son gángsteres? ¿Quién no
comprende hoy que los imperialistas son piratas? Vulgares gángsters, gángsters de tipo
internacional; vulgares piratas de los tiempos contemporáneos, que no respetan
vidas ajenas, que no respetan riquezas ajenas, que no respetan derechos ajenos,
que no respetan la soberanía de los pueblos.
Y no es solo aquí, no es solo aquí donde se comportan como vulgares
piratas y vulgares gángsters. Y es mucho
lo que el mundo ha podido aprender en los últimos meses de los gángsters, los
asesinos y los piratas que son los imperialistas, porque todavía está fresca la
sangre de Lumumba, asesinado de manera vil y bochornosa junto con las
principales figuras de aquel pueblo africano, que confió en las Naciones
Unidas; y ya están movilizando fuerzas militares hacia Lao, donde desde hace
rato vienen promoviendo una contrarrevolución enviando armas a los
contrarrevolucionarios, y ante la derrota de sus huestes mercenarias, movilizan
fuerzas militares allá en Lao, a miles de millas de distancia de la metrópoli
del imperio yanki, poniendo en peligro la paz de Asia y hasta la paz del mundo.
Y si no respetan ni siquiera al pueblo
de Lao, al pueblo del Congo, ¿qué podemos esperar nosotros, vecinos, a 90 milIas
de la metrópoli imperial? Y el mundo se
ve amenazado por los gángsters del imperialismo, que repiten sus hazañas
sangrientas en todas partes; el imperialismo que ensangrentó a Corea, como
todos los imperialismos:
los imperialismos que agredieron a Egipto... Y lo que han hecho es eso: actuar como bandidos internacionales.
Y debemos de persuadirnos de esta
verdad y comprenderla perfectamente bien: que no respetan ninguna ley, y que no
respetan ningún pueblo en ningún rincón
del mundo. Y las armas yankis son las
que matan a los hijos de aquel pueblo asiático; y armas yankis, o de aliados de
los yankis, son las que matan en el corazón del Africa; y armas yankis y
explosivos yankis y metralla yanki son las que tratan de destruir nuestras
riquezas y de destruir vidas cubanas.
Eso lo hemos aprendido nosotros bien, y
lo ha aprendido el mundo bien. Y frente
a eso no hay otra cosa que la movilización de los pueblos como se están
movilizando, porque la humanidad amenazada por los gángsters, la humanidad
amenazada por los asesinos internacionales, se está movilizando en Asia y en
Africa, y en América.
Como prueba de que los procedimientos
gangsteriles no pueden progresar; como prueba de que los asesinos
internacionales van encontrando, cada vez más, la resistencia de los pueblos,
ahí están las declaraciones de Lázaro Cárdenas, publicadas en el día de hoy
(APLAUSOS). Y Lázaro Cárdenas es un
hombre de extraordinario prestigio en su país y en América; Lázaro Cárdenas es
el líder de los campesinos y de los obreros, de los hombres y mujeres humildes
de México; Lázaro Cárdenas es, además, líder de los soldados mexicanos; Lázaro
Cárdenas es un hombre de incalculable prestigio en ese país hermano, que no
solo tiene el prestigio de sus hechos como gobernante, sino el prestigio de su
desinterés personal y el prestigio de su respeto a las instituciones de ese
país.
Y Lázaro Cárdenas, respondiendo al
discurso de Kennedy, a su llamada Alianza para el Progreso, expresó que
Kennedy, citando a Juárez, había dicho que América debía ser el continente de
la democracia, pero que Kennedy se había olvidado de que Juárez había dicho que
"el respeto al derecho ajeno era la paz", y que Estados Unidos le
había arrebatado a México la mitad de su territorio, y que sin embargo Kennedy
no había dicho una sola palabra sobre esa cuestión (APLAUSOS).
Es decir que por boca de uno de sus
hijos más precIaros, el pueblo mexicano ha expresado su sentimiento. Y no solo dijo eso, sino que dijo que los
campesinos mexicanos estaban prestos a marchar a las montañas a defender a la
Revolución Cubana, si nuestro país era agredido por el imperialismo (APLAUSOS
PROLONGADOS). Y si nuestro país es
agredido por el imperialismo, no solo van a marchar a las montañas los campesinos
mexicanos, sino que van a marchar también a las montañas campesinos y obreros
de otros muchos países de América (APLAUSOS) para alzarse en guerra contra el
imperialismo, porque a la Revolución Cubana la van a defender también con su
vida obreros y campesinos y estudiantes e intelectuales y patriotas de toda la
América (APLAUSOS). Y desde el momento
en que agredan a nuestro país los imperialistas, no podrá sentirse seguro
ningún funcionario, o monopolista, o agente yanki, en ninguna parte de América
(APLAUSOS).
Quizás los imperialistas conciben la
esperanza de desatar una guerra local en nuestro país, sin comprender que lo
que pueden desatar es una guerra continental en América (APLAUSOS). Porque frente a cada agresión, a cualquier
agresión del imperialismo, los pueblos de América van a tener una base, una
base que contribuirá a encender la pradera de América, y es la resistencia que
los imperialistas van a encontrar aquí en nuestro país, la resistencia que van
a encontrar por parte de nuestro pueblo que servirá de marco para promover la rebelión
continental; la resistencia heroica que va a encontrar aquí cualquier agresión,
de cualquier tipo, con mercenarios o con infantes de marina, que para el caso
da lo mismo (APLAUSOS), con gobierno títere o sin gobierno títere, con un pie o
con los dos pies en nuestro territorio, ¡o con lo que sea!; porque nosotros
quisiéramos saber, esos que anuncian que los planes son constituirse aquí en
gobierno, quisiéramos imaginarnos en qué pedazo del territorio nacional van a
constituir ese gobierno (APLAUSOS), y si pueden soportar la lluvia de metrallas
que les va a caer encima, vengan apoyados o no con aviones yankis, vengan
apoyados o no con barcos yankis porque todo lo que cruce la línea de nuestra
jurisdicción territorial va a recibir un diluvio de metrallas (APLAUSOS
PROLONGADOS).
Si se pone a jugar a la guerra local,
el imperialismo se puede encontrar con una guerra continental, si es que además
de eso no se topa con su total destrucción.
Es malo jugar a la guerra, a las guerras locales o a las guerras continentales;
es malo llevar todos los días el cántaro al agua, porque un día se rompe el
cántaro. Y en ese juego anda el
imperialismo en Asia, en África, en América y en todas partes del mundo, en el
papel que desempeñan hoy, el papel de gángsters internacionales, de lo cual,
afortunadamente, está convencido ya todo el mundo.
Ese miserable traidorzuelo que hace
unos días se pasó a las filas de los enemigos (EXCLAMACIONES DE: "¡Fuera!"),
es un indicio de las andadas, o de los argumentos, o de las esperanzas de los
enemigos de nuestro país, porque según una publicación de cierta conversación
que al parecer sostuvo con un miembro de determinada embajada, él hablaba de
que aquí iba a ocurrir lo de España.
¡Qué equivocado! En España había
un ejército armado hasta los dientes al mando de generales y oficiales
reaccionarios; en España los curas estaban en el apogeo de su fuerza; en España
el Gobierno Republicano solo contaba virtualmente con las armas de la razón y
de la constitucionalidad que fueron hechas trizas por los generales sublevados,
dando lugar a aquella heroica contienda del pueblo español, que sin armas
virtualmente, tuvo que resistir a los tanques alemanes e italianos, frente a un
ejército traidor, que está muy lejos de ser el caso de Cuba.
En España no había podido hacerse la
revolución y aquí la revolución se ha hecho.
Hay una diferencia grande entre un tipo de situación y otra
situación. Aquí hemos repartido la
tierra, hemos acabado con el latifundio, hemos puesto a producir grandes áreas
que estaban sin cultivar; las casas; hemos destruido el viejo aparato militar y
hemos construido un aparato militar enteramente nuevo. Aquí no caben las condiciones que se dieron
en España.
Y, además, me parece que, por lo menos,
aquellos que cometieron la traición contra España eran un poco más atrevidos
que estos señores.
A estos señores, a estos flamantes
señores que integran el "team" de la traición los conocemos tan
bien... Esos señores no fueron capaces
de mover un dedo aquí contra la tiranía batistiana, esos señores no fueron
capaces de tirar un tiro aquí contra los soldados aquellos que eran un ejército
desmoralizado y estando el pueblo contra la tiranía, ¿con qué esos señores van
a venir aquí a derrocar la Revolución, cuando está el pueblo con la Revolución
y el pueblo armado, además?
Por lo menos los que estamos
defendiendo a la Revolución luchamos contra un enemigo que ellos no pudieron
vencer: Batista
y su ejército. Ellos jamás hicieron nada
ni podían hacer nada contra aquello; mucho menos lo van a poder hacer contra la
Revolución. Encuentran una circunstancia
muy especial: primero,
el pueblo, y el pueblo armado; segundo, que con el pueblo armado están los
hombres que hicieron la guerra, y que todos, más o menos, sabemos bien lo que
es luchar desde no tener un centavo ni tener un arma; y hacer una guerra en
esas condiciones es muy difícil; que nosotros venimos de abajo, no venimos de
arriba, ni llegamos al poder con un golpe de Estado, ni con un ejército, ni
mucho menos. Todos nosotros vinimos de
la nada prácticamente. Así que sabemos
lo que es estar en la cárcel, y sabemos, incluso, mantener las convicciones en
esos momentos muy difíciles, cuando se tiene que permanecer encerrado en una
prisión impotentemente; y sabemos lo que es estar luchando contra fuerzas muy
superiores, no tener armas ni tener recursos.
Nosotros estamos acostumbrados a eso,
ellos no; ellos a lo que están acostumbrados es a que se lo den todo; nunca han
luchado ni han hecho nada. Lo más que se
les ha ocurrido en su vida es ir allá de mendigos al gobierno yanki a pedirle
dinero y a pedirle armas, y a buscar al FBI y a la CIA, los esbirros yankis,
para que les faciliten armas y les hagan planes y les preparen campañas
terroristas.
Esos son los señores que van a venir a
destruir la Revolución y van a desembarcar, ¿por dónde? Como no les hagan una isla igual que la de
Cuba en el mapa por allá, como no les fabriquen un puertecito y unos barquitos
allá de entrenamiento, creo que aquí...
no sé por dónde. ¿Esos son los
prohombres que van a venir a derrocar al pueblo armado, o a los hombres que
derrocaron la tiranía de Batista?
¿Cómo? ¡No nos hagan reír!
¿Y los gringos creerán en esa
gente? Porque esa es la pregunta. ¿Cabe suponer que por muy torpes que sean
esos señores estén considerando esa posibilidad? ¿Qué planes hay detrás de todo eso? ¿Qué planes hay detrás de todo eso? Porque ese gobierno de mercenarios no les
dura 24 horas; vamos a suponer que corran y les dure 72 horas ó 96, el tiempo
que tarde en llegar allí lo que tiene que llegar, por dondequiera que ellos
lleguen.
¿Qué planes hay?, ¿cómo podrían
convertir esto en el caso de España? Es
muy difícil. Además, nosotros vamos a
tirar contra todo lo que se acerque, ¡vamos a tirar contra todo lo que se
acerque a nuestras playas, todo lo que viole nuestras aguas jurisdiccionales,
de tres millas para acá! (RISAS.) Además, no les tenemos absolutamente ningún
miedo a los imperialistas. Sí sabemos
aguantar, a pie firme, todas las provocaciones, y no nos dejamos arrastrar por
las provocaciones de ellos, pero cuando se metan aquí, cuando se metan aquí no
va a ser la cosa de Lao ni nada de eso, aquí va a ser más seria la cosa; y
tenemos muchas más armas de las que tenían allá en Lao, y en España, y en el
Congo, y en cualquier parte donde hayan metido la pata (APLAUSOS);
incomparablemente más de las que tenía Sandino en Nicaragua, cuando ellos
fueron allá a asesinar nicaragüenses;
incomparablemente más de las que tenían los mexicanos cuando ellos
fueron a quitarle un pedazo del territorio a México; incomparablemente más de
las que tenían los españoles cuando ellos vinieron aquí, al final de la guerra,
a agarrar los frutos maduros. Además, un
pueblo en revolución, que no es lo mismo un pueblo gobernado por una
aristocracia, un pueblo gobernado por una oligarquía reaccionaria, que un
pueblo en revolución, un pueblo dueño de sus propios destinos, un pueblo que
tiene un gobierno revolucionario, y que es un gobierno verdaderamente del
pueblo, que hace que todo el pueblo se identifique con la Revolución.
En esa situación estamos. Y, ¿qué pasa cuando estas situaciones se
presentan?, ¿qué hacen los cobardes?
Aquellos que venían corriendo, el día 1º, a montarse en el tren de la
Revolución, ¿qué hacen? Sueltan el tren,
¡se tiran, incluso, con el tren andando!
(RISAS); y, como el tren marcha a mucha velocidad, ¡corren el riesgo de
matarse tirándose del tren! (RISAS.) Entonces ellos calculan, piensan, y cometen
una cobardía; porque alguien que tuviera un mínimo de honor, como hombre, no ya
como revolucionario... Vamos a pensar en
alguien a quien no le entrara la Revolución de ninguna manera, que su cerebro
estuviera completamente baldado, tuviera un trauma psíquico
contrarrevolucionario insalvable (RISAS); pero que tuviera honor de hombre, tuviese
un sentido de la dignidad personal, honor ante sus amigos, honor ante su
familia, honor ante los suyos. ¿Qué
haría él?, ¿se iría ahora? No, esperaría
a que pasara cualquier peligro para el país, y entonces se iba.
Pero que un descarado de estos que
cuando la guerra estaba ganada se apareciera aquí a presentarse de
revolucionario, y se vaya ahora, cuando su país está luchando contra el
imperialismo... ¿O es que no saben que
estamos luchando contra el Departamento de Estado, el FBI, la Agencia Central
de Inteligencia y el Pentágono, que son los que están desarrollando aquí todos
los planes? ¿Y es que no han visto un
mapa, es que no se han puesto a medir el poderío de los enemigos de nuestra
patria, los recursos de los enemigos de nuestra patria? ¿Es que no han tenido sensibilidad como
hombres ya no como políticos, como hombres no han tenido sensibilidad para ver
el grado de heroicidad de nuestro pueblo, y de valor de nuestro pueblo, y que
el pueblo —y ustedes son una muestra, y
la multitud que se reúne en la Plaza Cívica, y los contingentes de milicias son
otra prueba, las decenas de miles de hombres trabajando los domingos para
ayudar a la economía, las brigadas de alfabetizadores—, todo eso, no es
suficiente para conmover la sensibilidad?
El análisis simple de lo que la Revolución ha traído a este país, los
males que ha quitado, la corrupción que ha barrido de aquí, las inmoralidades
que ha hecho desaparecer, las injusticias que la Revolución ha abolido, y el
esfuerzo que este pueblo hace en todos los órdenes, la virtud de este pueblo,
el entusiasmo de este pueblo, la moral que se respira en la atmósfera de
nuestro país hoy, tan distinta de aquella moral de ayer, en que la atmósfera
era como un gas asfixiante de venalidad, de corrupción, de escepticismo.
¡Que no se conmuevan ante las decenas
de miles de hombres y mujeres que se han ido a enseñar a los analfabetos!, ¡que
no se conmuevan ante estos campesinos que vienen aquí, desde los rincones más
apartados de nuestras montañas, ante los niños de las ciudades y de los campos,
ante los alumnos de esos cuarteles que hoy son escuelas, ante esos jovencitos
campesinos que hoy ya escriben cosas maravillosas, a solo un año de estar
estudiando en la ciudad escolar! ¡Es que
no se conmueven ante la grandeza de nuestro país, ante las realizaciones de la
Revolución, que conmueven y entusiasman a los que vienen de otros países a
visitarnos! Y no hay brasileño,
argentino, mexicano, panameño, venezolano, colombiano, latinoamericano, en fin,
que no venga aquí y deje de expresar su asombro de lo que ha sido la Revolución
para el pueblo y lo que ha logrado, en tan breve tiempo.
Y en el año de la alfabetización, y en
el año del desarrollo de nuestra industria y de nuestra economía, y en medio
del bloqueo económico, en medio de la agresión económica, cuando nuestro país
tiene que hacer un acopio de todas sus fuerzas y de todo su espíritu y de todo
su valor para seguir adelante, ¡porque es un pueblo que ni se rinde, ni se
acobarda, ni se vende! (APLAUSOS), ¿como
hombres no tienen sensibilidad suficiente para comprender esto para ver el
mapa, y se van ahora? Y no solo se van,
sino que se pasan al enemigo, a los que quieren destruir vidas de niños
cubanos, de obreros cubanos, de campesinos, de hombres y de mujeres; a los que
quieren destruir los centros de trabajo; a los que quieren destruir las cañas
de nuestros cooperativistas, que no las destruían antes, cuando eran de la
United Fruit, y cuando ellos vivían en las guardarrayas, y trabajaban tres o
cuatro meses al año, y ahora quieren destruírsela, cuando esa caña es suya, y
es producto de su esfuerzo, y es su pan de todos los días, y es su trabajo de
todo el año; se pasan a las filas de los que quieren destruir las vidas y las
riquezas, que son nuestras, que no son gringas.
¿Por qué no van a destruir la energía
eléctrica yanki, las fábricas yankis y los cañaverales yankis?, y, ¿por qué no
van allí a matar yankis?, a lo que tampoco tendrían derecho, desde luego; pero,
por lo menos, si quieren destruir una hidroeléctrica, estarían destruyendo una
hidroeléctrica de un grupo de millonarios, y si quieren destruir las cañas
estarían destruyendo las cañas de un latifundista que tiene dinero en el
banco. Aquí vienen a destruir las cañas
de un grupo de campesinos, que esa es la comida de ellos todos los días.
Y no tienen sensibilidad suficiente, y
son tan cobardes, que se van; son tan ratones, que se van (RISAS); son tan
miserables, que se van; son tan cínicos y tan despreciables, que se van. No ya como revolucionarios, o como políticos;
como hombres, como hombres, demuestran la calaña moral de que están hechos.
Aquí hemos tenido toda clase de
deserciones. A veces ha desertado alguien que luchó en la Revolución,
que fue compañero nuestro, aunque no de los viejos; todavía no ha habido
ninguno ni lo habrá ―¡ni lo habrá!―
(APLAUSOS), de los que empezamos allí y pasamos lo más difícil. Pero alguno de los que se sumaron a mediados,
o al final, hubo traidores entre ellos; hubo hombres que prestaron servicios a
la revolución, servicios útiles, y la
traicionaron; hubo gente que luchó en la clandestinidad y traicionaron a la
Revolución, pero hubo traiciones que fueron, para muchos, sorpresa; para
muchos, no para nosotros. En realidad
los que traicionaron, procedentes de las filas de la Revolución, más o menos los
conocíamos, y sabíamos de qué pata habían cojeado. Pero el pueblo se asombraba.
Además, hay algunos tipos de
deserciones que extrañan más que otras; pero hay deserciones que no extrañan a
nadie, a nadie, es decir que no son sorpresas para nadie. Hay casos que necesitan explicarse, y hay
casos que no necesitan explicarse.
¿Para qué sirven? Sirven de lección, sirven de termómetro de la
situación, sirven de termómetro. Y ahí
tenemos lo de este señor. ¿Fue sorpresa
para alguien? Yo voy a decir la verdad: ¡Yo no creí que
llegara a tanto! (RISAS), yo. Les voy a explicar por qué. Pero yo sé que el pueblo lo creía más que yo.
Para el pueblo no fue una sorpresa,
para mí tampoco. Yo pensé que podía
zafarse de aquí, yo pensé que podía estarse un tiempo por fuera. Había sido un hombre errático, todo el mundo
sabe que fue errático, siempre andaba equivocado, pero erraba dentro de ciertos
matices.
El, por ejemplo, primero se va a
Montreal, allá, y se pone en plan insurreccional, y a los pocos días viene y se
faja con todo el mundo, ya no está en plan insurreccional, y se pone a hablar
por radio. De ahí, se discutía la tesis
entre insurrección y lucha cívica; él estaba con la lucha cívica. Después se discute tesis entre Sierra Maestra
y elecciones; el hombre está por las elecciones. Daba una serie de pasos y hacía una serie de
ligas políticas, siempre muy extrañas, pero no se iba con Batista, no se iba
con Batista; difería en los métodos, en los procedimientos, en las tácticas,
pero no se iba con Batista.
Este señor ―y creo que yo puedo
hablar de él bien, por una razón: creo que tengo moral para hablar de
él―, aunque este señor no tenga en sí mismo la mayor importancia, pero
que, sin embargo, es un "buen señor".
Cuando este señor llegó a la Sierra
Maestra, nadie lo quería recibir; cuando este señor llegó a la Sierra Maestra,
nadie le tendió la mano. Tenía un
ambiente tan hostil, que una vez cuando el compañero Franqui llegó a la Sierra,
todavía estando en la Sierra, había recibido una cámara de fotografía, y yo le pedí
que me regalara la cámara. El me dijo: "Te regalo la
cámara si mandas a Pardo LLada para Puerto Malanga."
Había compañeros que querían que lo
sometiéramos a consejo guerra, que no querían darle comida, y el más frío y el
más hostil ambiente lo esperó allí. Creo
que hubo una sola persona que recibió caballerosamente a aquel señor, que le
tendió la mano a aquel señor, y esa persona me parece que fui yo, si no hubo
algún otro.
Es lo cierto que era una situación
demasiado desagradable. No sé si sería porque
nosotros concebíamos la Sierra Maestra como un lugar conquistado para el
pueblo, no un lugar exclusivista de nosotros, sino un lugar donde podía ir todo
el que quisiera luchar, todo el que se viera perseguido, y, en fin, porque era
un territorio que con mucho sacrificio habíamos podido convertir en territorio
libre; un poco, si se quiere, por hidalguía, y porque frente a los equivocados,
frente a los que han discrepado alguna vez, frente a los que se acogen, como se
acogía aquel señor, al fruto del esfuerzo que él no había compartido, y porque
es muy triste para cualquier hombre, sobre todo, quien un día fue hombre que
gozaba de grandes simpatías en el pueblo, líder político de nuestro país, por
parte nuestra ―y por eso decía que los hombres deben actuar con dignidad,
que además de los sentimientos y de las ideas hay en los hombres un sentido
humano― era muy doloroso que aquel señor llegara allí, y donde todos le
hacían un ambiente tan hostil, negarle en ese momento la amistad, dejar de
alargarle la mano, no nos parecía correcto de nuestra parte, y digo
sinceramente que no me arrepiento.
Y no me arrepiento, porque eso nos da
más razón; porque eso nos da más moral.
Y si él tiene el valor de leer allá en México, o en España, o en el
Pentágono, o donde demonios se meta, estas palabras de hoy, tendrá que recordar
que nosotros fuimos los únicos que le tendimos la mano generosa cuando todo el
mundo lo despreciaba y cuando a todo el mundo repugnaba s presencia en la Sierra
Maestra. Y él mismo, él mismo lo contó y
lo reconoció más de una vez.
¿Era útil allí? No.
¿Para hablar por radio? No: los compañeros de
la Revolución no habrían llegado a tanto como a tolerar que aquel señor se
apareciera hablando por Radio Rebelde. Y
nuestra generosidad, por supuesto, no podía llegar a tanto, ni hacía
falta. Nosotros sí que lo recibimos allí
por interés, porque él allí, ¿de qué podía ayudar? Venía entonando el "mea culpa" de
sus equivocaciones, y nosotros le aceptamos esa rectificación de su conducta.
Fue allí cuando ya no tenía más camino
a donde ir, y se refugió en la generosidad ilimitada de nuestra
Revolución. Y pudo marchar con las
fuerzas rebeldes, para ser testigo de aquellos días épicos finales de la guerra;
y pudo, incluso, escribir después sobre aquellos días; y pudo vanagloriarse de
que aquellos libros, por su contenido, por los hechos que narraban, habían sido
acogidos calurosamente por el pueblo.
Volvió a la tribuna radial, y contó con
todas las facilidades para poder hablar, cuando muchos se negaban a perdonarle
su pasado. No encontró en todos nosotros
sino aliento, amistad y compañerismo.
Muchos se negaban a creer en él, y si no en la firmeza de sus
convicciones, confieso que creí un poco más en el mínimo de su inteligencia. Además, lo conocía bien.
Alguien, o mejor dicho, los enemigos de
la Revolución, lo querían comparar con Otto Meruelo. Esos eran los enemigos de la Revolución.
A Otto Meruelo le pagaban, nosotros a él no le pagábamos; Otto Meruelo defendía
una mala causa, él estaba defendiendo una causa justa. Pero no hay que compararlo con Otto
Meruelo. Otto Meruelo fue capaz de
defender una mala causa hasta el final y soportar las consecuencias de su
lealtad a aquella mala causa. ¡Y este no
ha sido capaz de defender hasta el final a una buena causa! (APLAUSOS.)
Y estoy seguro de que, de puro desleal, no habría sido capaz de defender
hasta el final ni una mala causa. Y dudo
de que esa mala causa que hoy defiende tenga el valor de defenderla hasta el
final sin entrar en una crisis, sin terminar ahorcado como un vulgar Judas: ahorcado por sus
propias manos, porque nosotros lo conocemos bien y sabemos que no terminará
bien.
Pero, ¿era hombre de grandes
decisiones? No, nosotros no creíamos que
fuese capaz de dar un paso de esta naturaleza, porque él nunca lo dio. El daba pasos más cortos, nunca dio un paso
tan largo como este; nosotros lo conocíamos bien.
Este señor, cuando murió Eduardo Chibás
y ocupó la tribuna de la CMQ, jamás atacó a Batista; nunca tuvo el valor de
atacar a Batista, mientras ocupó la tribuna de la CMQ. Chibás, sistemáticamente, atacaba a Batista y
vigilaba a Batista; y de haber estado vivo Chibás, a Batista no se le habría
hecho tan fácil viabilizar su golpe traidor, porque Chibás siempre estaba
vigilando, y lo atacaba inflexiblemente.
Él ocupa la tribuna, y en una ocasión
nosotros nos acercamos a él para decirle que Batista estaba conspirando, que
Batista iba a dar un golpe de Estado, que los iban a dejar a todos esperando en
la presidencia, y demás cosas; que lo denunciara por la hora de radio, y no
dijo una palabra. Ese señor nunca
atacaba a Masferrer, nunca; Masferrer lanzaba los peores ataques contra los
demás, y contra él, y él nunca atacaba a Masferrer.
Fue un hombre de grandes lagunas en
toda su historia; no era un hombre de pasos largos, era un hombre de pasos
cortos. Y, sin embargo, acaba de dar un
paso muy largo. Y eso es lo que nosotros
decíamos que no esperábamos de él: que diera un paso tan largo, porque el
único que dio en su vida no lo dio para bien, lo dio para mal. Se equivocó muchas veces dando pasos cortos;
tuvo una vida muy equívoca; no tenía el valor de atacar a los enemigos, a
determinado número de enemigos.
Sin embargo, ¿de dónde sacó entraña?,
¿de dónde sacó valor para dar el paso que ha dado? ¿Qué le dijeron al oído? ¿Qué frío fue el que llevaron a su
ánimo? ¿Qué susto fue el que le dieron
para ser capaz de una felonía semejante, con olvido de las cosas que le debía a
la Revolución, con olvido de las obligaciones que tenía con la Revolución? Pero aun cuando él no se sintiera ya
vinculado a la Revolución, aunque no fuera más que como un deber elemental de
gratitud para quien fue el único que le extendió la mano cuando todos lo
despreciaban y lo odiaban. Y lo peor de
todo es la forma en que lleva a cabo su traición, peor que la de cualquier otro
de sus antecesores: de
una manera tan mezquina y tan cobarde, que al hablar aquí pensamos en la
humillación que les ha infligido a sus propios familiares, en el engaño de que
ha hecho víctima a su propia familia.
Y puesto que nos vemos en la necesidad
de desenmascarar a un Judas, a un miserable como él, a un traidor a su país y a
sus amigos, por lo menos permítasenos dejar constancia de la pena que sentimos
ante su esposa, ante su hija y ante su señora madre, a las cuales engañó junto
con nosotros (APLAUSOS).
Doloroso es que tengan que escuchar de
mis labios estas palabras de condenación para quien se la merece por su
conducta, y que además constituye para nosotros un deber.
Y se vendió al oro de los enemigos de
nuestro país. ¿Cómo es posible que
alguien que hasta hace solo unos días dedicó los peores epítetos a los
traidores y a los desertores, quien cada desertor y cada traidor tenía para él
un anatema al día siguiente, haya sido capaz de hacer exactamente lo mismo, o
peor todavía? Y creo que el mejor
anatema a su conducta son sus propios editoriales. Todo lo que dijo él de todos los traidores
que lo precedieron, eso debiera publicarse
(APLAUSOS), porque eso que dijo él, ¡eso vale!, y vale porque lo
escribió sin que nosotros se lo pagáramos.
Nadie le pagó lo que escribió contra los traidores. Lo que él escriba de ahora en adelante, se lo
pagan los imperialistas. Lo que vale fue
lo que él escribió mientras defendía a la Revolución, sin que nadie se lo
pagara.
Y ahora sus propias palabras le irán
saliendo al paso día a día. Más que
indignación, lo que produce es verdadero desprecio; y, en realidad, después de
una comida no debiéramos haber mentado el nombre de ese señor aquí. Pero era necesario dedicarle algunas
palabras.
El ha escrito su propia
condenación. ¿A dónde va? A España.
¿Y quién lo cuida? El FBl. ¿Y todo lo que dijo del FBl? Eso no importa. "Roma paga a los traidores, pero los
desprecia"; ¡el FBl desprecia a los traidores, pero les paga! ¿Y todo lo que dijo del imperialismo? Eso no importa. ¿Todo lo que dijo de los traidores? Eso no importa.
¿Seríamos nosotros capaces de comprar
un imperialista? No. Nosotros no compramos traidores ni desertores;
nosotros no compramos esa mercancía.
¿Quién compra esa mercancía?
¿Quién compra esa gente que está dos años defendiendo una cosa, y al
otro día se va a decir lo contrario?
¿Quién compra a todas esas alimañas?
El imperialismo; el imperialismo es el que trafica con esa clase de
mercancía. ¿Compraríamos nosotros un
esbirro? No.
Ahora el imperialismo le paga porque
escriba contra la Revolución. El
imperialismo vive de ese negocio; el imperialismo trafica con esa clase de
gente: lo mismo
compra un traidor, una pluma que se vende, una conciencia corrompida, y la pone
a trabajar para ellos. Esos son los que
defienden al imperialismo, esos son los que combaten a las revoluciones: una gente que vende
su alma tranquilamente por unos pesos, y la ponen ahí a escribir. Así es como han hecho la campaña contra la
Unión Soviética, así es como han hecho la campaña contra los gobiernos
revolucionarios, a base de este tipo de escritorzuelos, de mercenarios, que lo
compran y se dedica a escribir. La
Revolución no compra gente de ese tipo; los que están con la Revolución aquí,
la defienden por sentimientos puros, la defienden con absoluto desinterés. La pureza es lo que caracteriza la atmósfera
de una Revolución, la dignidad, la lealtad, el valor, la firmeza, la tenacidad,
el espíritu de sacrificio, el darlo todo sin ambicionar nada para sí. Esos, esos son los soldados de una causa
justa.
El imperialismo compra a cuanto
asesino, a cuanto mercenario, a cuanto traidorzuelo... ¿Quieren un ejemplo? ¿Dónde están los esbirros?, ¿dónde está
Masferrer?, ¿dónde está Ventura?, ¿dónde están los grandes ladrones de aquí y
de cualquier lugar?, ¿dónde están los grandes asesinos?, ¿dónde están los
desertores?, ¿dónde están los traidores?, ¿dónde están los politiqueros de toda
índole?, ¿dónde están los "pavos reales"?, ¿dónde están los
frustrados?, ¿dónde están los sesudos aquellos de los primeros días?, ¿dónde
están los chivatos?, ¿dónde está toda esa plaga mala?, ¿quién la compró?,
¿quién le paga?, ¿quién la sostiene? El
imperialismo.
Ha recogido toda la basura que había en
este país, y allá los tiene. Ha hecho el
gobierno de la basura (RISAS Y APLAUSOS).
Y créannos que si algún pedazo del territorio nacional estamos dispuestos a
darles es Cayo Cruz (APLAUSOS).
Aquellos señores ladrones, porque allá
está el otro, el otro que se fue antes que este señor... Bueno, todos los políticos ladrones están
allá. Qué le importa al imperialismo la
moral de estos señores, qué le importará eso.
Allá están todos los asesinos, allá están los sesudos, allá están los
esbirros, los generales esos que se dejaron quitar el gobierno el 10 de marzo
sin tirar un tiro, y los otros que sin tirar otro tiro el día 31 se fueron
también; allá están los traidores, los desertores. Y ahora, ustedes han leído las discusiones de
esa gente: protestaban
porque la Central de Inteligencia les daba más plata a unos que a otros.
Ustedes han visto las revistas yankis,
una cosa de lo más tranquila del mundo, de la ayuda de los campos de
entrenamiento y de todo eso, con esa desfachatez que caracteriza a los imperios
en decadencia.
¿Y quién iba a decir, quién lo iba a
decir, quién lo hubiera dicho que algún día estarían allí juntitos todos, bajo
el manto protector, como unos pollitos cobijados bajo las alas del aura tiñosa
yanki? (RISAS Y APLAUSOS), juntos los
politiqueros, los criminales de guerra, los traidores, los ambiciosos, los
sesudos, aquellos sesudos que un día creyeron que ellos eran los cerebros
encargados de dirigir esta república; y hablando de un gobierno... parece que no es gobierno, que es consejo,
porque la ley de allí prohíbe todo gobierno; en todo son unos hipócritas
redomados. Lo de gobierno tiene el
propósito de en territorio nacional constituirse. Así anda toda la gusanera de la contrarrevolución.
Y esas son las gentes que se han
alquilado al imperialismo. En la calaña
de ellos no hay que preocuparse; por ellos, no, por ellos no hay que
preocuparse absolutamente nada. Si por
ellos fuera podíamos estar tranquilos aquí; el problema, naturalmente, no son
ellos, sino los que están detrás de ellos.
Pero bien, pueden sentirse un poco
molestos, pueden sentirse un poco desgraciados, porque cambiar el calor del
pueblo... Imagínense ustedes esta
reunión de hoy. Los viejos compañeros de
la Revolución y del Gobierno, los viejos compañeros de lucha, la representación
genuina de los obreros, de los campesinos, de las organizaciones
revolucionarias, de la prensa revolucionaria, en fin, del pueblo; ¡cambiar esto
por aquello! Y pensar que este señor pudo
haber estado aquí hoy, en este ambiente de gente decente y de gente
revolucionaria (APLAUSOS), donde para no
faltar están hasta las damas del carnaval aquí acompañándonos (APLAUSOS),
contribuyendo a este ambiente revolucionario cubano.
Imagínense un banquete allá; el
ambiente de un banquete allí. ¿Cuánta
basura se reuniría allí el día que se reunieran 2 000 de aquella gente? En una mesa todos los masferreristas; en
otra, los criminales de guerra; en otra, los sesudos; en otra mesa los del FBI;
en otra, los de la Central esa de Inteligencia; en otra los politiqueros
ladrones; en otra los malversadores; en otra los chivatos; en otra
"Pepinillo"; en otra, el otro...; en otra Goar Mestre; en otra Carbó;
en otra Zayas; en otra Baquero; en otra Conte Agüero; en otra Pardo Llada; en
otra Díaz Lanz; en otra los malversadores; en otra los siquitrillados; en una
esquina la condesa Revilla de Camargo (RISAS); en otra Jules Dubois. ¿Y qué dirá ahora Pardo LIada de su amigo el
de la oreja peluda? ¡¡Qué desparpajo, señores!! (RISAS Y APLAUSOS.)
Y lo imagino en España comiéndose una
fabada con el marqués de Lojendio. Por
supuesto, España no es más que un paso, después va para Nueva York. Antes no le daban permiso para ir allá, ahora
se lo dan a la carrera. Y, por supuesto,
de Cuba nada; llevarán un gringo allí, raro, de esos, para amenizar el acto,
algún rock-and-roll y alguno que otro payaso allí; pero de cubanía en ese
ambiente, esa cubanía de tener aquí a los guajiros del Realengo, que están
precisamente hospedados aquí porque vinieron al teatro obrero campesino, la
música cubana y, sobre todo, el sentimiento cubano, reunirse así lo mejor del
pueblo, la gente honrada, la gente entusiasta, la gente limpia, la gente que
siente esto y que está dispuesta a morir por esto... ¡Qué triste ha de ser cambiar tanto por tan
poco!
¿Puede haber algún dinero en el mundo
ni algún bienestar que compense esto?
¿Puede haber nada con lo que pueda pagarse la renuncia a ese honor y a
ese calor de su país?, ¿cambiar el aplauso del pueblo por la risa despectiva e
irónica del pueblo? ¡Y que llegue a eso
quien un día obtuvo aquí setenta y un mil votos! ¿Qué dirán, incluso, los que un día votaron
por él, y lo colmaron de ese honor que no había alcanzado ningún político? ¡Qué vergüenza para los que algún día —no para
los que algún día votaron por él o lo escucharon―… qué vergüenza para él
tener que pensar en la villanía y la traición que ha cometido con el pueblo!
Por fortuna nada cambia. Malo es lo que pasaba antes en que las
traiciones afectaban la vida del país; estos traidorzuelos no afectan el rumbo
de los acontecimientos para nada, y en cambio son un termómetro que indica que los cobardes están
a la desbandada, que los vacilantes están a la desbandada.
¿Qué irá a decir? ¿Irá a atacar ahora a Jruschov, después que
se cansó de ponerse al lado de Jruschov para salir retratado al lado de
él? (RISAS.) ¿Qué va a hacer? Bueno, eso a nosotros nos tiene sin
cuidado. Lo que sí hay es una cosa
segura: ese
señor, igual que todos los de su calaña, no debe olvidar estas palabras, y es
que a este país no tendrán regreso.
Una vez y muchas veces, los brazos
generosos se abrieron por encima de los errores, pero cuando se ha dado un paso
como ese debe saber que a este país no podrá regresar jamás. Y ese será su peor castigo y el castigo de
los traidores como él.
¿En qué cifran su esperanza? En la destrucción de la Revolución. Pues bien, la Revolución no será
destruida. ¡Triste esperanza y vana esperanza! Porque los que aspiran a destruir esta
Revolución son hombres como él, de la calaña de él, de la falta de valor de él,
de la falta de espíritu de sacrificio de él y de la falta de decisión de él, y
los que son como él... Y esta Revolución
la está defendiendo un pueblo, la están defendiendo los hombres de decisión, la
están defendiendo los hombres y mujeres de valor, la están defendiendo hombres
y mujeres que tienen cien millones de veces más valor que él y los que están
junto con él (APLAUSOS).
A esta Revolución la defienden sus
hechos, sus leyes justas, su espíritu de combate, su patriotismo, su ardor, su
pueblo; la defiende la clara conciencia que tenemos todos de que se trata de
una verdadera revolución, la clara conciencia que tenemos todos de que estamos
enfrascados en una lucha dura, en una lucha ardua; que estamos luchando contra
los recursos de un poderoso imperio y contra los aliados de ese imperio, los
vendidos a ese imperio; que tenemos una lucha dura pero que estamos dispuestos
a afrontarla; que tenemos una lucha dura pero que vamos a salir victoriosos. Y que habrá contrarrevolucionarios, pero hay
muchos revolucionarios; y habrá sectores minoritarios que están con ellos, es
decir, con la reacción y con la contrarrevolución, pero hay sectores
inmensamente mayoritarios que están con la Revolución. Con esos sectores seguiremos librando la
batalla, luchando por ellos, trabajando con ellos, y junto a ellos.
Por eso, no nos preocupa la ayuda
yanki, ni nos preocupa el aliento que reciban del imperialismo. Nosotros sabemos dónde estamos parados;
sabemos de qué se trata este proceso; sabemos que vamos a tener luchas por
delante, que tenemos que poner en tensión todas nuestras fuerzas y todas
nuestras energías, pero nunca se siente el pueblo tan bien como cuando pone en
tensión sus fuerzas y sus energías, cuando se dispone a dar batalla a sus
enemigos. ¡Ah, y este momento es mucho
mejor que el Primero de Enero!, pues entonces era la arribazón de todos los
oportunistas, y ahora es la huida de todos los oportunistas y de todos los cobardes.
Ahora va quedando integrada la fuerza
de la Revolución, con la gente pura, con la gente firme, con la gente valiente,
con la gente decidida; y es un ambiente mucho mejor, y es un minuto mucho
mejor. Es mejor el minuto en que las
fuerzas del pueblo se ponen en tensión, que el minuto en que las fuerzas del
pueblo se relajan.
Y, después de la victoria, vino un
período de relajación de las fuerzas; ahora estamos en un período de
fortalecimiento, de reagrupamiento y de tensión de todas las fuerzas de la
Revolución, y estos momentos son mucho mejores que aquellos, estos momentos son
más dignos de vivir, estos momentos en que tenemos luchas por delante, en que
tenemos que darle batalla al enemigo, en todos los campos: en el campo de la economía, en el campo de
las ideas y en el campo armado, si es necesario; en que tenemos que defendernos
del sabotaje, del terrorismo contrarrevolucionario, de los intentos
contrarrevolucionarios de alzamiento.
Esto, al fin y al cabo, no es
nada. Hay que leerse la historia de la
Revolución Francesa, y de la Revolución Rusa, y verán que esto no es nada. En realidad esta ha sido una revolución sin
muchos sacrificios, ha sido una "revolución" entre comillas. ¿Ustedes han oído hablar en la historia de
alguna "revolución" entre comillas?
Léanse la historia de la Revolución Francesa, cuando los revolucionarios
están en la sublevación La Vendee y el país invadido por italianos, españoles,
alemanes, austriacos e ingleses, y París solo defendiéndose de todo aquello;
cómo salían las masas de combatientes, cantando "La Marsellesa",
hacia la frontera; los sufrimientos que padecía aquella población, y el ardor,
tanto más grande cuanto mayores eran las dificultades. Léanse la historia de la Revolución Rusa, y
verán el país invadido por 13 ó 14 ejércitos, cómo virtualmente todas las
tierras fértiles las había ocupado el enemigo, los intervencionistas
extranjeros habían ido reduciendo el territorio a la nada; el hambre que pasó
aquel pueblo; cómo no había pan, ni carbón para calentarse; y ese gran pueblo
que hoy marcha a la cabeza del mundo en la ciencia y en la técnica (APLAUSOS),
ese gran pueblo de obreros y campesinos revolucionarios que han sido capaces de
conquistar el espacio y enviar plataformas de lanza-cohetes, que pueden
enviarlos incluso a otros planetas, lanzados desde el espacio; ese pueblo, cuyo
desarrollo industrial y económico alcanzará en breves años, y sobrepasará, la
capacidad económica e industrial de Estados Unidos, a pesar de que sus fábricas
y sus rebaños de ganado, sus tierras, fueron arrasados por los nazis, para
llegar a ser lo que es hoy, tuvo que soportar indescriptibles sacrificios.
A nosotros nos han faltado algunas
cosas, boberías, en realidad; a los guajiros no les ha faltado nada, nada. A esos guajiros de las cooperativas, que
trabajaban tres meses al año, y donde faltaba el arroz, los frijoles, el pan y
la comida en la casa, usted les pregunta si echa de menos algo y dicen que no,
porque ninguno de ellos gastaba. Hay una
verdad: ¿Saben
quiénes somos los gastadores?, nosotros los de la ciudad; ¿saben los que
gastamos divisas?, nosotros los de la ciudad.
Miren, vamos a ser honrados: no hay un guajiro en toda la Sierra
Maestra que tenga ni un automóvil, no hay un solo cooperativista de los 130 000
cooperativistas cañeros, que tenga un automóvil; esos no gastan muchas divisas,
no tienen ni luz eléctrica. En realidad,
los gastadores de divisas somos nosotros, los de la ciudad. Los de la ciudad vivíamos mejor que los del campo;
sobre todo vivían bien aquí toda esa gente que controlaba la economía del país.
Y así, cuando menos, a nuestro país, lo
que es ni ropa, ni comida, ni zapatos, le faltarán. ¿Los techos?
Aquí hay un problema con las casas; la reforma urbana quiere decir que se
han repartido las casas que había, pero ahora le ha entrado a todo el mundo un
gran deseo de resolver el problema de la casa.
Pero hay 150 000 solicitudes de casas; las solicitudes de casas no las
resolvemos en cuatro días, ni en una semana, porque hacer 150 000 viviendas es
una tarea seria, y para lo cual no alcanza todo el cemento que hay, que ya está
escaseando, ya no alcanza. Por lo tanto,
hay que tener un poquito de calma en cuanto a esa cuestión de la vivienda; pero
se seguirán construyendo viviendas en el campo y en la ciudad. Por lo pronto, no le faltará ni techo, ni
ropa, ni zapato, ni comida, ni educación, ni diversión al pueblo. Por lo demás, hay que estar listos para
privarnos de lo que sea necesario.
Hay veces que la impaciencia de la
gente crea problemas. El único lugar
donde hay problemas con el jabón es en La Habana. Se está produciendo el 105% de la producción
normal, y la gente corre de una tienda a otra, produciendo una escasez; bueno,
esa es una escasez debido a ese problema.
Pero nosotros estamos bajo el bloqueo
económico, bajo la agresión imperialista.
Esas medidas no se tomaron sino por un solo objetivo: producir la escasez y llevar el
descontento al pueblo. ¿Ustedes no han
oído decir al señor Kennedy que en las calles de La Habana se va a librar la
lucha? Claro, ¿cuáles son los cálculos
de este señor? Van a arrebatar la cuota
azucarera, van a prohibir la exportación de esto, de lo otro, para que en el
pueblo se produzca el descontento. Este
señor cree que nosotros somos tan atrasados que no nos demos cuenta de quiénes
son los culpables de eso. No, se va a
producir descontento, pero contra el imperialismo; va a despertar el odio, pero
contra el imperialismo; y va a despertar la irritación del pueblo contra el
imperialismo, porque son ellos los que nos arrebataron nuestras cuotas, y son
ellos los que han impuesto a nuestro país un férreo bloqueo, con la prohibición
absoluta de importar una serie de artículos.
Ese es el objetivo político que ellos
están persiguiendo con la agresión económica y el bloqueo. Ellos creen que están frente a un pueblo
débil, a un pueblo vacilante, a un pueblo poco firme, y que esas cosas van a
hacer que el pueblo se indigne contra la Revolución, contra el Gobierno
Revolucionario que, precisamente, se ha ganado la enemistad de los
imperialistas por quitarles sus industrias, sus tierras, y por recuperar para
nuestro país todas las riquezas y los recursos naturales y, sobre todo, para
recuperar algo que vale todavía más que todo eso, que es la soberanía nacional,
la independencia plena, el derecho a gobernarnos nosotros mismos.
Ellos persiguen ese objetivo, y el
pueblo debe, sencillamente, estar preparado para eso; y nosotros sabemos que el
pueblo está preparado, no nos queda la menor duda. Si aquí hay que hacer sacrificios, nosotros
seremos los primeros que vamos a hacer sacrificios, junto con el pueblo; si
aquí hay que redoblar el esfuerzo, nosotros seremos los primeros que lo
redoblaremos; nosotros seremos los primeros en dar el ejemplo aquí, en todos
los órdenes; nosotros vamos hacia adelante con el pueblo, y decididos a llegar
a donde haya que llegar, con el pueblo, y hacer los sacrificios que sean
necesarios.
Y eso es lo bueno que tiene la
Revolución, que todo el mundo está levantando parejo aquí (APLAUSOS).
Y los compañeros del periodismo tienen
una gran tarea en eso. Ustedes son los
que tienen en sus manos la orientación del pueblo, la información del
pueblo. El papel de la prensa radial y
televisada y escrita, es fundamental.
¿Ha cumplido bien ese papel la
prensa? Bueno, lo ha cumplido bastante
bien, pero lo pudiera cumplir todavía mejor; es decir, hay que hacer un
esfuerzo mayor. ¿Quiere decir que todos
hemos cumplido con el deber? No, todos
no hemos cumplido con el deber. ¿Todos
los funcionarios del gobierno han cumplido con su deber? No.
¿Todos los revolucionarios han cumplido con su deber? No.
Esa es la verdad.
Nosotros no estamos todavía a la altura
de la situación; nosotros estamos dormidos sobre los laureles. Tenemos que estar a la altura de la
situación; hay compañeros funcionarios que todavía creen que estamos en el día
1º de enero, no se dan cuenta de que estamos en plena lucha contra el
imperialismo, no se dan cuenta de que el imperialismo está culminando sus
esfuerzos de lucha contra la Revolución y que nosotros tenemos que poner también
en tensión nuestras fuerzas. Nosotros
tenemos que redoblar nuestras energías.
Cuando estábamos en la Sierra Maestra,
y se acercaba la ofensiva enemiga, nosotros redoblábamos nuestras energías y
poníamos en tensión nuestras fuerzas, y hacíamos triple esfuerzo; y nos
preparábamos en todos los órdenes para la lucha que se nos encimaba, y
tomábamos todas las medidas que el caso requería. Pues, igual tenemos que hacer ahora, cuando
se acerca la ofensiva imperialista, con sus acciones dentro y fuera del país. Tenemos que redoblar nuestro esfuerzo, tenemos
que trabajar previsoramente, todos los compañeros, en los sindicatos, en las
asociaciones campesinas, en las organizaciones juveniles, femeninas,
estudiantiles, en las organizaciones militares.
Hay que redoblar el esfuerzo en las escuelas militares y en las unidades
de milicias y del ejército; hay que exigir más disciplina, aumentar la
eficiencia y la capacidad combativa de esas unidades; tomar todo más en
serio.
Y lo mismo deben
hacer los compañeros de la prensa. Hay
que ponerlo todo a contribuir a la lucha y a la victoria; todo debe
subordinarse ahora al propósito fundamental de librar victoriosamente la lucha
contra el enemigo imperialista que se nos viene encima.
Tenemos que poner en tensión nuestras
fuerzas, y prepararnos previsoramente, esforzarnos por realizar mejor nuestro
trabajo, en cualquier sitio en que nos encontremos, o al frente de un batallón,
o al frente de una fábrica, o al frente de una cooperativa, o de una granja del
pueblo, o de un periódico. Y si hay un
problema, resolverlo. Hay veces que un
compañero dice: "No
hay esto, o no he hecho esto porque no vino fulano." No, hay que ir a buscar a fulano, no esperar
a que venga. "Falta algo", hay
que ir a buscarlo; falte lo que falte, hay que resolverlo. Y no estar tranquilos y sencillamente decir
"porque falta algo", sin ir a buscar una solución, porque todo tiene
solución; a todo se le encuentra siempre un remedio.
En las obras, hay que redoblar el
esfuerzo en el trabajo, en la construcción, en la administración pública; y si
falta transporte, resolver el problema del transporte, coordinar mejor; y si
falta madera para las construcciones, pues tumbar cuanta madera sea, y
resembrar y sembrar diez veces más madera que la que tumbemos.
Es decir que hay que poner en tensión
nuestra fuerza; hay que darse cuenta de que estamos enfrascados en plena lucha
con el imperialismo. Y esta exhortación
va dirigida muy especialmente a los compañeros del periodismo (APLAUSOS). Hay que coordinar más todavía la información;
hay que erradicar toda competencia que no sea sobre la base del mejoramiento,
de la calidad de los periódicos; hay que tratar de ganarse el crédito de la
opinión pública por la calidad del trabajo, no por los "palos"
periodísticos (APLAUSOS); coordinar las noticias entre todos los órganos;
coordinar las campañas; orientar coordinadamente a la opinión pública y
coordinar su esfuerzo con los planes de la Revolución, con las metas de la
Revolución en todos los campos y con las fuentes de información.
Hay veces que tenemos que pedirles a
los compañeros que no publiquen una noticia, por razones de orden militar;
ellos la saben, se lo informan sus reporteros, pero es una noticia que puede
afectar cualquier otra acción contra el enemigo. Pues hay que tener siempre presente que antes
que el periódico están los intereses de la Revolución. Primero la Revolución y después el
periódico. Los intereses del periódico
deben estar subordinados a los intereses de la Revolución.
No quiere decir esto que se sacrifique
la variedad, el estilo, las características de los periódicos, pero hay que
trabajar coordinadamente, orientar las campañas, ayudarse mutuamente, golpear
sobre aquellas cuestiones más importantes.
Ya se nota una colaboración mayor, ya se nota que marcha mejor la prensa
revolucionaria.
La cuestión, por ejemplo, como la del
analfabetismo. Hay que dedicar todo el
esfuerzo a esa campaña, porque la batalla contra el analfabetismo se ganará,
sobre todo, en la misma medida en que llevemos al ánimo de todos
la importancia de ese esfuerzo.
Es una batalla de información y de publicidad, fundamentalmente; y los
resultados ya se ven. Podemos llegar a
saber el número de analfabetos que hay en cada municipio, y el número de
maestros; mantener una información constante sobre los que faltan por
alfabetizar, las causas; la exhortación al pueblo y al público.
Porque eso ha prendido. ¿Pero por qué hay tantos
alfabetizadores? ¿Por qué hay tantos
niños y niñas alfabetizando? Porque se
ha divulgado la campaña, porque ha prendido esa campaña. Y tenemos que en La Habana hay 16 000
analfabetos registrados, yo creo que son muy pocos, pero eso sin contar los de
Guanabacoa, Marianao, los alrededores.
Ya se sabe el número de personas que se están alfabetizando, cuántos
alfabetizadores hay, y así tiene que ser en todas las provincias. Tener al pueblo informado de estas campañas,
exhortar al pueblo a llevar adelante la campaña, y redoblar el esfuerzo allí
donde estemos más atrasados en la campaña de alfabetización.
Hay una gran cantidad de anuncios que
ya no tienen importancia. Hay que
divulgar aquellas cuestiones que ayudan a la economía, que ayudan a la cultura,
que ayudan a la formación de la conciencia del pueblo; hay que formar
conciencia revolucionaria en el pueblo; hay que exponer los fundamentos de la
Revolución, las razones de la Revolución, la justicia de la Revolución; hay que
desacreditar a los enemigos de la Revolución, los argumentos de los enemigos de
la Revolución, porque los enemigos de la Revolución están huérfanos de razones,
están huérfanos de moral. Y estando en
manos de la Revolución todos los medios de divulgación de las ideas, podemos
poner toda esa formidable fuerza al servicio de la formación de una fuerte
conciencia revolucionaria en el pueblo, y no descuidar ese punto.
Dedicar las energías a divulgar las
obras de la Revolución en el pueblo, pero hacerlo con seriedad. Hay compañeros que a veces escriben de un
tema sin estar muy bien informados, y confunden una granja del pueblo con una
cooperativa, una cooperativa con una asociación campesina, y una escuela de
instructores con una academia nacional.
Nosotros nos damos cuenta. ¿Por
qué? Porque hay compañeros que creen que su obligación es
llenar el espacio, y no estudian el problema.
Hay que investigar bien todos los temas
y estudiar los temas sobre los cuales vamos a escribir. Lo mismo en la prensa radial que en la prensa
televisada; ya va llegando el momento en que empleemos más la televisión para
educar, en que vayamos llevando a cada centro escolar un aparato de televisión
para que podamos llevar una película educativa a los niños, programas
educativos, que puedan ser presenciados por decenas y decenas de miles de
niños, hasta el día en que tengamos en cada escuela un aparato de televisión. ¿Para qué?
Para poder darle un programa a un millón de niños al mismo tiempo, para
poder darles una clase de geografía, de historia, una película ilustrativa a
los niños, un programa a un millón de niños.
Hay que ir convirtiendo cada vez más la
televisión en un aparato de divulgación de la cultura, de la educación en
general al pueblo; porque tenemos ese extraordinario instrumento que no tuvimos
nosotros, que no tuvo nuestra generación, y que nosotros podemos ponerlo al
servicio de la actual generación.
Métodos nuevos de educación, como son los métodos que se están aplicando
en la Ciudad Escolar, donde los niños no estudian por un texto, sino que ellos
tienen una imprenta y van escribiendo sus propias ideas; no ideas pensadas por
otros, sino las ideas que ellos tienen.
Y se acostumbran a adaptar sus mentes; toda la escritura, todo ese
instrumento de expresión, lo ponen al servicio de las ideas propias.
Y ya ustedes ven algunos libros
impresos por ellos mismos donde son cosas infantiles verdaderamente maravillosas. Hace apenas un año, y ya hay una serie de
libros que son emocionantes, producto de la inteligencia de aquellos niños, con
los métodos nuevos de educación.
Hay que poner la televisión y el radio
al servicio de la educación; el pueblo aprende tanto, y aprende tanto el pueblo
en una simple obra de teatro; y se le enseñan tantas verdades al pueblo en una
poesía, o en un acto ameno y agradable como el que fue representado aquí por el
compañero mexicano; y se dicen tantas verdades y se aprenden tantas cosas, que
nosotros tenemos que poner todos esos medios y todos esos recursos para
preparar al pueblo, para educar al pueblo, para mejorar al pueblo en el orden
moral, en el orden cultural, en el orden material.
Nosotros debemos librar una lucha
incesante para hacer mejor a nuestros niños, para hacer mejor a nuestros
trabajadores, a nuestros campesinos, a nuestro pueblo todo; para elevar la
conciencia moral, la conciencia política, la conciencia revolucionaria, la
virtud de nuestro pueblo, porque eso es lo que nosotros tenemos para
enfrentarnos al imperialismo:
nuestra moral, nuestra razón, nuestra conciencia, nuestra virtud,
nuestro espíritu de sacrificio. Cuanto
mayor sea, mejor estaremos preparados para hacer morder el polvo de la derrota
a nuestros enemigos.
Hay que lograr una coordinación mayor
entre los órganos de gobierno y los medios de divulgación; hay que hacer un
trabajo sistemático en ese sentido; hay que despojarse de todo exclusivismo en
estas cosas, y pensar que hoy la prensa debe estar al servicio de la
Revolución, y que de la misma manera en que la sirva la prensa ganará más
prestigio.
Piensen, por ejemplo, que la
alfabetización traerá como consecuencia
una circulación mayor de todos los periódicos.
Cuando ese millón y tanto de personas sepan leer y escribir, pues, se
venderán periódicos en las montañas, en los campos, periódicos y revistas en
todas partes. Por eso, el papel de la
prensa es de extraordinaria importancia, y ningún minuto más oportuno para
recalcar esto que este acto. Hay que
buscar todas las inteligencias de nuestro país, y ponerlas a trabajar al
servicio de ese propósito; debemos de repartirnos los escritores, los
redactores, es decir que tiene que haber una mutua ayuda entre todos los
periódicos; no solo elevar la calidad de cada uno de los periódicos, sino
ayudar a elevar la calidad de los demás; no llevarle un periodista al otro,
no.
Todos tienen su público, su audiencia,
todos tienen sus lectores, y lo que debemos es ayudar a todos los periódicos
para que vayan elevando su calidad. La
prensa tendrá cada vez un valor mayor en nuestro país. En realidad los periodistas tienen en su
haber un hecho: que
si exceptuamos a los dueños de los periódicos, y a unos cuantos señores
comprometidos, la clase de los periodistas es una clase que se ha mantenido
firme junto a la Revolución (APLAUSOS).
Tenemos trabajo para los periodistas;
vamos a tratar de mejorar la calidad de todos los artículos y de todas las
informaciones; vamos a tratar, incluso, de ahorrar papel, porque nosotros
gastamos una gran cantidad de papel. Si
ahorramos muchos tipos de anuncios que no son necesarios, podemos ir ahorrando
papel, y darle un periódico ligero al pueblo, de manera que con todo el trabajo
que tenemos podamos leerlo. Si nos dan
un periódico con muchas páginas, no lo podemos leer... Pocos anuncios, mucho contenido variado,
ameno, ilustrativo, en todos los periódicos.
Ahorrarnos papel, que lo que nos
ahorremos en papel podemos invertirlo en ayudar a los periodistas, y yo creo
que es una cosa justa. No estoy
promoviendo ninguna demanda sindical aquí (APLAUSOS).
Es decir que hay un gran porvenir para
el periodista, hay un gran porvenir para los intelectuales, hay un gran
porvenir para los artistas de radio, de televisión, de cine, en todos los
órdenes. Menos anuncios en la televisión: más programas, más
trabajo humano; la radio también. Nadie
se preocupe, porque hubo quienes quisieron sembrar el miedo entre la gente del
FIEL. La gente del FIEL no se preocupe,
que nosotros tenemos muy presente que el FIEL, cuando las grandes emisoras
estaban contra la Revolución, ellos estaban al lado de la Revolución y ayudando
a la Revolución (APLAUSOS). No le hagan
caso a nadie; todos los problemas de radio tienen que ser discutidos con ellos,
todos los planes y todas las medidas, y con los periódicos deben ser
discutidas... Debemos reunirnos todos,
los directores de los periódicos, de radio, de televisión, y discutir todo este
problema, y ajustar nuestro esfuerzo, analizar la situación actual de la Revolución,
y ajustar nuestro esfuerzo a esa situación, porque todavía no les hemos sacado
todo el provecho que la Revolución debe sacarles a los grandes recursos que
tenemos en la mano. Y yo creo que en eso
estarán de acuerdo todos los compañeros del periodismo: los periodistas, los directores de
periódicos (APLAUSOS).
La Revolución no tiene problemas con
los buenos, ni los buenos tienen problemas con la Revolución; la Revolución no
tiene problemas con los hombres y mujeres leales, y los hombres y mujeres
leales no tienen problemas con la Revolución.
Con la Revolución han tenido problemas los miserables que han sido
incapaces de comprender este minuto glorioso; que no nacieron para esto, en dos
palabras: nacieron
para otra época, para la época de la politiquería, del robo, del crimen, del
entreguismo, del escepticismo. No, no
nacieron para esta época de lucha y de esperanza. Los que nacieron para esta época, aquí tienen
su época; los que nacieron con sensibilidad humana, vocación revolucionaria,
preocupaciones por los destinos y por el futuro de su país, los que nacieron
con inquietudes intelectuales honradas,
inquietudes artísticas, inquietudes de cualquier orden social, esta es
su época, esta es su oportunidad. Si
perdemos esta oportunidad, si la perdiéramos, ¿qué luz volvería a encenderse en
este país? ¿Qué inteligencia volvería a
arder en medio de la podredumbre? ¿Qué
mérito podría progresar en medio del favoritismo y de la corrupción, en medio
del privilegio?
Esta es la hora de cultivar todas las
inteligencias, esta es la hora de descubrir y de encender cuanta luz sea capaz
de dar la inteligencia de cada compatriota nuestro, en la ciudad o en el
campo.
Eso es lo que estamos haciendo con esas
campañas de educación, con las escuelas que estamos fundando, con las becas que
estamos dando: llenar
e iluminar con las luces de nuestras mejores inteligencias el cielo de nuestra
patria. Esta es la hora de los que
quieran fundar, de los que quieran crear, de los que quieran hacer historia;
esta es la hora que no puede desperdiciarse; esta es la hora en que no
caben... Bueno, no hablemos de
indiferencia; no hay indiferencia aquí.
Aquí estamos con la Revolución o contra la Revolución; pero no es la
hora de los tibios, es la hora de los entusiastas, es la hora de la gente que
se apasiona por algo, que lucha con tesón por algo; que quiere algo, que no
vive simplemente por comer y dormir, no vive para vegetar, sino que vive para
algo. Antes vivíamos para vegetar, y esa
era la vida triste del pasado.
Hoy vivimos para hacer algo grande, no
solo para nosotros:
para América. Ustedes ven
esos desertores, bueno, ¿saben cuándo desertan?
Cuando empieza la gran lucha de América, cuando ya se oyen los ecos de
los primeros gritos de redención y de emancipación de América. ¿Qué tenemos por delante? Pues tenemos todo un continente que se
levanta y se despierta. Los que desertan
ahora son como los que desertaron cuando estábamos nosotros en la Sierra. Bueno, se acabó la campaña de la Sierra, se
llegó al triunfo nacional; ahora está aquí la Revolución en el poder, y lista
para enfrentarse a los enemigos, pero también es la llama que se enciende en
toda la América. Y hay quienes desertan
ahora que empieza a encenderse la llama de la Revolución en América, y lo que
tenemos delante es el cuadro de un continente que despierta, y del cual
nosotros somos el ejemplo y la bandera.
Es decir que estamos defendiendo la
redención del hombre aquí, y con ella la redención de 200 millones de
latinoamericanos. ¿Es que no vale la
pena defender esta bandera, que ya no es la bandera de 6 millones de cubanos,
sino la bandera de 200 millones de
latinoamericanos? ¿Es que no vale
la pena defender esta causa, que ya es la causa de 200 millones de
hermanos? ¿Es que no vale la pena
defender esta causa, que ya no es la causa de esta pequeña isla, sino la causa
de todo un continente? (APLAUSOS.)
Esta es la hora de los que quieren, o
querían ese minuto grande de la patria y de América; esta es la hora de los
bravos, de los hombres firmes. Esta no
será jamás la hora de los vacilantes ni de los cobardes. Quien no tenga madera para esta hora, lo
sentimos mucho, pero que trate de forjarse el espíritu para este minuto de
nuestro país.
Hay que luchar en todos los órdenes,
hay que fortalecer la Revolución, hay que luchar sin descanso en los centros de
trabajo, en los centros estudiantiles, en las universidades, en los colegios,
en las asociaciones campesinas, en las cooperativas, entre los núcleos
intelectuales, los núcleos de artistas, los núcleos profesionales; hay que
fortalecer la Revolución en el campo militar también, en el campo ideológico,
en el campo económico. Hay que poner en
tensión todas nuestras fuerzas, hay que redoblar el trabajo, hay que trabajar
sin descanso. Esa debe ser nuestra consigna: trabajar sin descanso para estar a la altura de este minuto que
vive nuestro país, (APLAUSOS) para prepararnos a librar victoriosamente la
batalla contra el gigante imperialista, batalla que ganará nuestro pueblo, sin
duda alguna, porque el gigante imperialista tiene que enfrentarse a un gigante
mayor que él, y es el gigante de los pueblos cansados ya de explotación y de
opresión, el gran gigante que constituyen los pueblos hermanos de la América
Latina (APLAUSOS), el gigante del Asia, del África y de América; el gigante más
poderoso que el imperialismo, los pueblos colonizados y los explotados.
Y por eso, los bandidos, los gángsters
internacionales serán indefectiblemente derrotados. No olvidemos que nosotros estamos en esta
trinchera, que esta trinchera nos la están atacando, que nos la están tratando
de minar, que aquí tratan de introducir las armas para los atentados, los
explosivos para el sabotaje y para el crimen; estemos, pues, en guardia, como
corresponde a los soldados de la primera trinchera del mundo en la lucha contra
el imperialismo (APLAUSOS).
Fortalezcamos nuestra trinchera para
que la batalla no nos tome desprevenidos, para que la agresión no nos tome sin
preparación. La agresión imperialista se
nos viene encima. Por eso debemos prepararnos,
debemos hacer como hacíamos cuando se acercaban las ofensivas del enemigo en
las montañas, que nosotros nunca dudábamos de nuestra victoria, nosotros
siempre estábamos seguros de nuestra victoria, y para ello nos preparábamos. El pueblo no debe dormirse sobre los
laureles, el pueblo debe prepararse.
Esta ha sido una Revolución cómoda,
esta ha sido una Revolución sin hambre, esta ha sido una Revolución con
comida. Con eso quiero decir que no
debemos dormirnos sobre los laureles, con eso quiero decir que todavía no hemos
hecho gran cosa. Posiblemente las
glorias que nuestro país ha alcanzado en el mundo, todavía estén por encima del
esfuerzo que hemos hecho; hagamos el esfuerzo que nos haga acreedores legítimos
del prestigio que nuestro pueblo tiene en el mundo, para respaldar así esa
consigna que ya también el mundo conoce, a la cual nosotros no podemos fallar,
la cual nosotros hemos de cumplir, porque lo hemos dicho y lo cumpliremos:
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)