DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DE LA DIRECCIONA NACIONAL DE LAS
ORI Y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN LA SEGUNDA ASAMBLEA
NACIONAL DEL PUEBLO DE CUBA, CELEBRADA EN LA PLAZA DE LA REVOLUCION, EL 4 DE
FEBRERO DE 1962.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Compañeros y
compañeras de la Segunda Asamblea General Nacional del Pueblo:
Se reúne por segunda vez, con carácter de órgano
soberano de la voluntad del pueblo cubano, esta Asamblea General en el día de
hoy; y se reúne para dar cabal respuesta a la maniobra, a la conjura, al
complot de nuestros enemigos en Punta
del Este.
En todo el mundo están puestos los ojos sobre nuestro
pueblo en el día de hoy; los pueblos de todos los continentes están esperando
esta respuesta de nuestra patria. Los
mensajes que se han leído en la tarde de hoy demuestran cuánto interés, cuánta
atención, cuánta solidaridad ha despertado el acto de hoy.
Desde luego que nuestro pueblo sabía perfectamente
bien qué se proponían los imperialistas yankis; nuestros pueblos están
perfectamente informados de sus intenciones; nuestro pueblo —que lleva tres
años bajo el incesante hostigamiento del imperialismo yanki— sabía a qué fueron
ellos a Punta del Este, sabía que esa conferencia no tenía otro propósito que
promover nuevas agresiones y nuevos complots contra nuestro país. Y, desde luego, ya el imperialismo ha dado
nuevos pasos agresivos. Como explicó
nuestro Presidente al hablar en la tarde de hoy, ya los imperialistas han
acordado un embargo más —¡uno más! — sobre nuestras
relaciones comerciales.
Aún quedaba un comercio, principalmente de tabaco y de
frutas, con Estados Unidos, ascendente a varios millones de dólares. Cuando la delegación yanki propuso en Punta
del Este sanciones económicas y políticas, cese del comercio y cese de las
relaciones diplomáticas de los demás gobiernos —de los que aún quedan con
relaciones, de los que aún no se han plegado, de los que han resistido a las
presiones del imperialismo— a fin de que rompieran con nosotros, el
imperialismo, ya en plena crisis, aún cuando logró una parte de sus propósitos
—y es preciso analizar y considerar atentamente los acuerdo allí tomados y los
propósitos de esos acuerdos— no pudo, sin embargo, obtener todo lo que
pretendía, aun cuando logró declaraciones condenatorias contra Cuba, producto
de presiones enormes sobre todos los cancilleres.
Tan desvergonzada, tan irracional, tan injustificada
era su demanda, tan deprimente, tan desmoralizadora para los gobiernos allí
representados, que algunos gobiernos se resistieron a aceptar el máximo de las
exigencias yankis. Y en virtud de su
resistencia, por cuanto no estaban dispuestos a romper simplemente por una
orden de Washington, y puesto que al fin y al cabo esos gobernantes estarían
obligados bien a cumplir acuerdos que no consideraban justos, o bien a
desacatar esos acuerdos, el imperialismo, al parecer, no creyó prudente llevar
tan lejos la cosa en esta reunión como para imponer con su mayoría mecánica de
14 títeres un acuerdo que podía ser desacatado por la minoría que, siendo una
minoría, sin embargo representa al 70% de la población de América Latina.
El imperialismo, digo, no pudo imponer el acuerdo del
cese de las relaciones comerciales. Lo
que pretendía el imperialismo era —al regreso de su delegación— realizar este
nuevo embargo sobre el comercio de Estados Unidos con Cuba. No logró el acuerdo. Y como una prueba más de que al imperialismo
le importa un bledo la OEA y de que la OEA no es más que un ministerio de
colonias yankis, un bloque militar contra los pueblos de LA América Latina, al
regresar la delegación de Punta del Este, lo primero que hicieron fue dictar
esa nueva medida y prohibir de manera absoluta toda compra de productos a Cuba,
es decir, la compra del tabaco, la compra de nuestros frutos y de aquellos
productos que ascendían a algunas sumas de consideración.
Claro está que como el imperialismo no podía dejar de
ser cínico, como el señor Kennedy no podía dejar de ser un desvergonzado
(EXCLAMACIONES Y SILBIDOS) —como lo ha sido desde que tomó posesión, desde que
rechazó toda posibilidad de llevar adelante una política pacífica con nuestro
pueblo, desde que organizó su criminal y cobarde invasión a nuestras costas y todos los hechos
que han costado sangre y vidas de hijos de nuestro pueblo—, no podía dejar de
acompañar su última felonía con la hipocresía.
La hipocresía más inaudita es el sello que acompaña a todos los actos
del imperialismo.
¿Qué hizo?
Prohibir toda compra de productos a Cuba, es decir, privarnos de más de
20 millones de dólares y, junto a esa medida, declarar que ellos, los “buenos”,
los “nobles”, los “eternamente humanitarios”, no prohibían, en cambio, que
nosotros les compráramos a ellos, que nosotros les compráramos alimentos y
medicinas. Es decir que mientras nos
quitan los dólares producto de nuestro comercio, los pocos que quedaban con
Estados Unidos después que nos arrebataron nuestra cuota de cientos de millones
de dólares, dicen que, en cambio, no prohíben que nos vendan. Es decir que nos quitan los recursos para
comprar, nos quitan los dólares destinados precisamente a materias primas, a
maquinarias, a alimentos, a medicinas y mientras por un lado dictan esa criminal,
unilateral y vergonzosa medida —una más contra nuestro pueblo—, declaran que,
en cambio, estarían dispuestos a vender mercancías y alimentos.
Estaría bueno preguntarles —ya que son tan “buenos”—
por qué no las fían también. Ya que
están dispuestos a vender las medicinas y alimentos, ¿por qué no los fían? Porque nos quitan los dólares de las compras,
y entonces dicen que, en cambio, no prohíben las ventas. Pero ese es el sello eterno de la hipocresía
que acompaña al imperialismo, a fin de ocasionar a nuestro pueblo tropiezos,
dificultades, escaseces, colas y dificultades de todo tipo, a fin de doblegar a
nuestro pueblo mediante todos los sacrificios, mediante la imposición de todos
los sacrificios, de todas las zancadillas, de todas las trampas, de todos los
ataques arteros y cobardes contra nuestra patria.
Desde luego que Cuba no estaría donde está, ni nuestra
patria ocuparía el lugar que hoy ocupa en el concepto de los demás pueblos del
mundo, si detrás de la patria, si detrás de la bandera soberana de la patria,
si detrás de la Revolución no estuviera el pueblo, si detrás de esta Revolución
no estuviera este pueblo (APLAUSOS). Y
nuestra Revolución no habría llegado a ser lo que es hoy, y Cuba no sería
abanderada de la libertad de América, si detrás de este hecho histórico de la
Revolución no estuviese un pueblo digno de ese lugar de honor que hoy ocupa en
los corazones de los 200 millones de hermanos de América Latina (APLAUSOS); si
detrás de la patria soberana, si detrás de la patria soberana, si detrás de la
bandera libre, si detrás de la Revolución redentora no hubiera un pueblo firme
y heroico como este, la patria ni sería libre ni la bandera sería soberana, ni
la Revolución marcharía adelante con la firmeza inquebrantable con que marcha.
La palabra de Cuba está respaldada por un pueblo
entero; la palabra de la representación de Cuba, allí donde habló para los
pueblos y para la historia, estaba respaldada por un pueblo entero. ¡Por eso vale nuestra palabra, por eso vale
ante los ojos del mundo, por eso vale ante la historia! Porque los que allí hablaron contra nuestra
patria sus mentiras, no hicieron más que repetir las consignas criminales de
sus amos. Y detrás de las palabras
huecas de los impugnadores de la patria cubana, no había un pueblo; detrás
estaban los asesinos de obreros y de estudiantes, de campesinos; detrás estaba
lo más corrompido, lo peor de nuestras hermanas naciones. ¡Pueblo no, sino ausencia de pueblo, vacío de
pueblo! ¿Hasta cuándo tendrán la
desvergüenza y el cinismo de hablar de democracia? ¿Hasta cuándo estarán usando, hasta
desgastar, esa pobrecita palabra, infeliz palabra de “democracia
representativa”? Representativa solo de
la voluntad del imperialismo, representativa solo de la explotación,
representativa solo de la traición; democracia que es la democracia de la
ausencia del pueblo. Porque todos esos
gobiernos, los 14, los 14 que votaron contra Cuba, convocan al pueblo, y los 14
no reúnen tanto pueblo como la Revolución Cubana reúne aquí (APLAUSOS).
Si aquello es democracia, ¿qué es esto? Si aquello donde existe la explotación del
hombre, si aquello donde los hombres son discriminados por motivo de raza, si
aquello donde los pobres son miserablemente explotados y maltratados es
democracia, ¿qué es, entonces, esto? Si
democracia quiere decir pueblo, si democracia quiere decir gobierno del pueblo,
entonces, ¿qué es esto? Si democracia es
la expresión de la voluntad del pueblo,
cabe decir lo único que puede decirse:
que el país, el pueblo y el régimen más democrático de América, es este
régimen que puede reunir al pueblo en una plaza gigantesca como esta
(APLAUSOS), que puede congregar cientos y cientos y cientos de miles, que puede
congregar un millón, que puede congregar quién sabe tantos, porque cada vez son
más, más y más los que se reúnen, y ya la multitud llega hasta las mismas
faldas del Castillo del Príncipe (APLAUSOS).
A este pueblo, que con su presencia demuestra su
dignidad y su postura, es al que quieren someter los imperialistas, es al
pueblo que quieren dividir y disgregar los imperialistas, es al pueblo que
quieren aplastar los imperialistas para que ya nunca más rigiera la voluntad
soberana del pueblo, para que ya nunca más se volvieran a congregar las
multitudes como aquí se congregan, y para que el destino y la riqueza de la
patria fuera dilapidada, y el curso de su historia desviado por la voluntad de
las camarillas que se reúnen en la sombra, a espaldas de los pueblos; para que
ya nunca más se vieran multitudes gigantescas por las calles de la patria y en
las plazas de la patria, levantando con orgullo sus banderas y proclamando al
mundo sus hermosas consignas.
Es al pueblo al que quieren ponerle la bota encima los
imperialistas, oprimirnos, ultrajarnos, hacer añicos nuestra dignidad nacional,
como han hecho añicos la dignidad de muchos pueblos
hermanos de este continente. Es a este
pueblo, rebelde y heroico, al que quieren aplastar. Y he ahí su error, he ahí su gran error, he
ahí la causa de su fracaso, porque el imperialismo jamás aplastará a la
Revolución Cubana (APLAUSOS), el imperialismo jamás vencerá a la Revolución
Cubana (APLAUSOS).
Si los esbirros del imperialismo, si los capataces y
mayorales del imperialismo y la gusanera que los acompaña (EXCLAMACIONES Y
SILBIDOS) pudiesen contemplar no más que un minuto lo que nuestros ojos y los
ojos de los visitantes que nos acompañan están viendo hoy, quizás, quizás si se
dieran cuenta, quizás si tan siquiera pudieran apreciar los perfiles de su
tamaño y descomunal error del imposible que pretenden, quizás se dieran cuenta
de lo débil y lo impotente que son; quizás si reflexionaran, porque hasta ahora
no han hecho más que errar y persistir en el error; hasta ahora, con sus
agresiones, no han hecho más que fortalecer a Cuba.
Y nuestro pueblo, ante esas agresiones, debe redoblar
su espíritu de trabajo, debe redoblar la fortaleza de su conciencia
revolucionaria.
¿Qué hacer ante los que quieren, a fuerza de
privaciones, a fuerza de agresiones y a fuerza de bloqueos, rendir a la
patria? ¿Qué hay que hacer? Pues, sencillamente, hay que trabajar más,
hay que tomar más interés en todo, hay que triplicar el cuidado y la atención
en la producción, en las fábricas, en las cooperativas, en las granjas, en los
campos, en todas partes (APLAUSOS); triplicar el esfuerzo para extraer el
máximo de nuestra riqueza con lo que tenemos, para extraer todo lo que
necesitamos, para ir resistiendo el bloqueo en estos meses, y quizás años
largos de lucha y de sacrificios que el imperialismo nos impone; utilizar todos
los recursos que tenemos para producir, para resistir y, al mismo tiempo,
distribuir mejor lo que tenemos, distribuir mejor lo que producimos.
Y, por eso, es deber que cumplirá el Gobierno
Revolucionario de estudiar todas las medidas necesarias para que nuestro pueblo
se pueda distribuir bien lo que tiene, para que lo que tengamos bajo el bloqueo
llegue a todos, para que todos compartamos sin egoísmos lo que tenemos
(APLAUSOS).
No importa que aquí no vengan automóviles en muchos
años; no importa, incluso, que muchos objetos de lujo no vengan a Cuba en muchos
años. ¡No importa, si ese es el precio
de la libertad; no importa, si ese es el precio de la dignidad; no importa, si
ese es el precio que nos exige la patria!
(APLAUSOS.)
Al fin y al cabo, el pueblo nunca tuvo lujos; al fin y
al cabo, el pueblo nunca tuvo más que la explotación, la humillación, la
discriminación, la servidumbre, el desempleo y el hambre; al fin al cabo, los
lujos fueron para las minorías, para el pueblo fueron los sacrificios.
¿Y qué logra el imperialismo, qué va a lograr, con que
el pueblo se vea privado durante unos cuantos años de aquellas cosas de las que
se vio privado siempre? Pero el pueblo,
que tiene hoy lo que no tuvo nunca, que tiene igualdad, que tiene dignidad, que
tiene justicia, que es dueño de la patria, que es dueño de sus fábricas y de su
riquezas, que es dueño de su destino, que es libre; el pueblo, el verdadero
pueblo, el pueblo sufrido de siempre, ese pueblo cambia gustosamente lo que no
tuvo nunca por que tendrá mañana, por todo lo que tendrá para siempre (APLAUSOS).
Resistiremos en todos los campos: resistiremos en el campo de la
economía; seguiremos avanzando en el campo de la cultura. Allá, detrás de la gigantesca multitud, se
divisa otra multitud, cuyos vestidos son de color distinto, de color uniforme: son los 50 000 becados que están estudiando
(APLAUSOS), que están estudiando en nuestra capital; son el mañana prometedor
de la patria, son los futuros ingenieros de nuestras fábricas futuras, los
técnicos, los que elevarán la productividad del trabajo de nuestro pueblo a los
más altos niveles; son el porvenir, son la promesa, son el futuro, son el mundo
del mañana que la patria se está forjando, porque la patria no trabaja para
hoy, la patria trabaja para mañana. Y
ese mañana lleno de promesas no podrá nadie arrebatárnoslo, no podrá nadie
impedírnoslo, porque con la entereza de nuestro pueblo lo vamos a conquistar,
con el valor y el heroísmo de nuestro pueblo lo vamos a conquistar.
Y nos seguiremos fortaleciendo no solo en el campo de
la economía y de la cultura, resistiendo, sino que seguiremos resistiendo allí
donde les duele más todavía a los imperialistas; seguiremos fortaleciendo
nuestras fuerzas de combate, nuestras unidades armadas revolucionarias
(APLAUSOS); seguiremos aumentando la capacidad defensiva de la patria,
seguiremos endureciéndonos cada día más, y cada día más dispuestos a que si los
imperialistas, sordos y ciegos, se lanzan otra vez, ¡reciban una paliza todavía
más grande de la que recibieron en Playa Girón!
(APLAUSOS PROLONGADOS), vengan sus mercenarios, o vengan sus títeres, o
vengan ellos. Porque, ¿alguien le tiene
mido aquí al imperialismo?
(EXCLAMACIONES DE:
“¡No!”) ¿Quién se asusta
del imperialismo? (EXCLAMACIONES DE: “¡Nadie!”) Y cuando pensamos en las amenazas y en las
maniobras de los imperialistas, ¿qué hacemos?
(EXCLAMACIONES DE:
“¡Reírnos!”) ¡Nos reímos
de los imperialistas! Nos reímos de su
desesperación porque, sencillamente, lo sentimos mucho, pero no les tenemos
miedo; lo sentimos mucho, pero no nos asustan esos matones del imperialismo, no
nos asustan esos criminales del imperialismo, porque nosotros sabemos —y si no
lo saben ellos, entérense— que si invaden a nuestro país, mientras quede aquí
un fusil, mientras quede aquí un hombre o mujer, ¡vamos a estar peleando contra
ellos! (APLAUSOS PROLONGADOS Y
EXCLAMACIONES DE: “¡Venceremos!”)
Y, además, no vamos a estar solos. Con nosotros van a estar, en primer término,
nuestros hermanos de América Latina (APLAUSOS); los pueblos que tan
gallardamente, tan valerosamente, se batieron en las calles de muchas naciones
oprimidas, que tan dignamente, y en masa, respaldaron a la Revolución mientras
transcurría la conferencia de Punta del Este; los pueblos que enviaron sus
mejores representantes a Cuba y a la propia Punta del Este, para decir allí la
voz no de las oligarquías sino de los pueblos.
Y vamos a tener con nosotros la solidaridad de todos los pueblos
liberados del mundo, y vamos a tener con
nosotros la solidaridad de todos los hombres y mujeres dignos del mundo (APLAUSOS).
Por tanto, a pie firme, sin vacilaciones, estamos
dispuestos a resistir ¡lo que venga!
(APLAUSOS), ¡estamos dispuestos a enfrentarnos a lo que venga!
(APLAUSOS), sin que el sueño lo perdamos.
¡Pero que los imperialistas se preparen también a esperar, en ese caso,
lo que venga! (APLAUSOS.)
Y es bueno que los imperialistas se vayan resignando a
la idea de que eso tan terrible, de que eso que tanto temen, de que eso que les
produce insomnio, que se llama revolución de los pueblos explotados por el
imperialismo, eso, ¡vendrá también inexorablemente, por ley de la
historia! (APLAUSOS.)
Vamos, pues, a lo más importante de esta tarde, que es
la Segunda Declaración de La Habana (APLAUSOS), nuestro mensaje a los pueblos
de América y del mundo, la palabra de nuestro pueblo en este minuto histórico,
respaldada por este pueblo, respaldada por su presencia, de tal manera, como
nunca en América estuvo respaldada ninguna palabra, ningún mensaje.
Con nosotros se encuentran numerosos latinoamericanos
que visitan a nuestro país o participaron de la Conferencia de los Pueblos en
La Habana (APLAUSOS), pero ellos no deben ser solo espectadores. Proponemos a la Asamblea General Nacional del
Pueblo que los latinoamericanos no sean espectadores, sino que tengan derecho
también a votar junto con el pueblo de Cuba la Declaración de La Habana
(APLAUSOS PROLONGADOS Y EXCLAMACIONES DE:
“¡Fidel, Fidel!”)
Algún día ellos podrán reunir también a sus pueblos,
como nosotros hoy, y podrán expresar también su pensamiento tan libremente como
nosotros hoy.
Preste el pueblo atención a cada palabra, a cada frase
de este documento, de esta Segunda Declaración, que proponemos, en nombre de
las Organizaciones Revolucionarias Integradas y del Gobierno Revolucionario, al
pueblo de Cuba:
DEL PUEBLO DE CUBA A LOS PUEBLOS
DE AMERICA y DEL MUNDO
Vísperas de su muerte, en carta inconclusa porque una
bala española le atravesó el corazón, el 18 de mayo de 1895 José Martí, Apóstol
de nuestra independencia (APLAUSOS), escribió a su amigo Manuel Mercado: “Ya puedo escribir... ya estoy todos los días en peligro de dar mi
vida por mi país, y por mi deber... de
impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas
los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de
América. Cuanto hice hasta hoy, y haré,
es para eso... Las mismas obligaciones
menores y públicas de los pueblos, más vitalmente interesados en impedir que en
Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas, el camino que se ha de
cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de
nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia, les habrían
impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio que se hace
en bien inmediato y de ellos. Viví en el
monstruo y le conozco sus entrañas; y mi honda es la de David.”
Ya Martí, en 1895, señaló el peligro que se cernía
sobre América y llamó al imperialismo por su nombre: imperialismo. A los pueblos de América advirtió que ellos
estaban más que nadie interesados en que Cuba no sucumbiera a la codicia yanki,
despreciadora de los pueblos latinoamericanos.
Y con su propia sangre, vertida por Cuba y por América, rubricó las
póstumas palabras que, en homenaje a su recuerdo, el pueblo de Cuba suscribe
hoy a la cabeza de esta Declaración.
Han transcurrido 67 años. Puerto Rico fue convertida
en colonia y es todavía colonia saturada de bases militares. Cuba cayó también en las garras del
imperialismo. Sus tropas ocuparon
nuestro territorio. La Enmienda Platt fue
impuesta a nuestra primera Constitución, como cláusula humillante que
consagraba el odioso derecho de intervención extranjera. Nuestras riquezas pasaron a sus manos,
nuestra historia falseada, nuestra administración y nuestra política moldeada
por entero a los intereses de los interventores; la nación sometida a 60 años
de asfixia política, económica y cultural.
Pero Cuba se levantó, Cuba pudo redimirse a sí misma
del bastardo tutelaje. Cuba rompió las
cadenas que ataban su suerte al imperio opresor, rescató sus riquezas,
reivindicó su cultura, y desplegó su bandera soberana de territorio y pueblo
libre de América (APLAUSOS).
Ya Estados Unidos no podrá caer jamás sobre América
con la fuerza de Cuba, pero en cambio, dominando a la mayoría de los Estados de
América Latina, Estados Unidos pretende caer sobre Cuba con la fuerza de
América.
¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de
América Latina? ¿Y qué es la historia de
América Latina sino la historia de Asia, Africa y Oceanía? ¿Y qué es la historia de todos estos pueblos
sino la historia de la explotación más despiadada y cruel del imperialismo en
el mundo entero?
A fines del siglo pasado y comienzos del presente, un
puñado de naciones económicamente desarrolladas habían terminado de repartirse
el mundo, sometiendo a su dominio económico y político a las dos terceras
partes de la humanidad, que, de esta forma, se vio obligada a trabajar para las clases dominantes del grupo de
países de economía capitalista desarrollada.
Las circunstancias históricas que permitieron a
ciertos países europeos y a Estados Unidos de Norteamérica un alto nivel de
desarrollo industrial, los situó en posición de poder someter a su dominio y
explotación al resto del mundo.
¿Qué móviles impulsaron esa expansión de las potencias
industrializadas? ¿Fueron razones de
tipo moral, “civilizadoras”, como ellos alegaban? No: fueron razones de tipo económico.
Desde el descubrimiento de América, que lanzó a los
conquistadores europeos a través de los mares a ocupar y explotar las tierras y
los habitantes de otros continentes, el afán de riqueza fue el móvil
fundamental de su conducta. El propio
descubrimiento de América se realizó en busca de rutas más cortas hacia el
Oriente, cuyas mercaderías eran altamente pagadas en Europa.
Una nueva clase social, los comerciantes y los
productores de artículos manufacturados para el comercio, surge del seno de la
sociedad feudal de señores y siervos en las postrimerías de la Edad Media.
La sed de oro fue el resorte que movió los esfuerzos
de esa nueva clase. El afán de ganancia
fue el incentivo de su conducta a través de su historia. Con el desarrollo de la industria
manufacturera y el comercio fue creciendo su influencia social. Las nuevas fuerzas productivas que se
desarrollaban en el seno de la sociedad feudal chocaban cada vez más con las
relaciones de servidumbre propias del feudalismo, sus leyes, sus instituciones,
su filosofía, su moral, su arte y su ideología política.
Nuevas ideas filosóficas y políticas, nuevos conceptos
del derecho y del Estado fueron proclamados por los representantes
intelectuales de la clase burguesa, los que por responder a las nuevas
necesidades de la vida social, poco a poco se hicieron conciencia en las masas
explotadas. Eran entonces ideas
revolucionarias frente a las ideas caducas de la sociedad feudal. Los campesinos, los artesanos y los obreros
de las manufacturas, encabezados por la burguesía, echaron por tierra el orden
feudal, su filosofía, sus ideas, sus instituciones, sus leyes y los privilegios
de la clase dominante, es decir, la nobleza hereditaria.
Entonces la burguesía consideraba justa y necesaria la
revolución. No pensaba que el orden
feudal podía y debía ser eterno, como piensa ahora de su orden social
capitalista. Alentaba a los campesinos a
librarse de la servidumbre feudal, alentaba a los artesanos contra las
relaciones gremiales, y reclamaba el derecho al poder político. Los monarcas absolutos, la nobleza y el alto
clero defendían tenazmente sus privilegios de clase, proclamando el derecho
divino de la corona y la intangibilidad del orden social. Ser liberal, proclamar las ideas de Voltaire, Diderot o Juan Jacobo Rousseau, portavoces de la filosofía burguesa, constituía
entonces para las clases dominantes un delito tan grave como es hoy para la
burguesía ser socialista y proclamar las ideas de Marx, Engels y Lenin
(APLAUSOS).
Cuando la burguesía conquistó el poder político y
estableció sobre las ruinas de la sociedad feudal su modo capitalista de
producción, sobre ese modo de producción erigió su Estado, sus leyes, sus ideas
e instituciones.
Esas instituciones consagraban, en primer término, la
esencia de su dominación de clase: la propiedad privada. La nueva sociedad, basada en la propiedad
privada sobre los medios de producción y en la libre competencia, quedó así
dividida en dos clases fundamentales: una, poseedora de los medios de
producción, cada vez más modernos y eficientes; la otra, desprovista de toda
riqueza, poseedora solo de su fuerza de trabajo, obligada a venderla en el
mercado como una mercancía más para poder subsistir.
Rotas las trabas del feudalismo, las fuerzas
productivas se desarrollaron extraordinariamente. Surgieron las grandes fábricas donde se
acumulaba un número cada vez mayor de obreros.
Las fábricas más modernas y técnicamente eficientes
iban desplazando del mercado a los competidores menos eficaces. El costo de los equipos industriales se hacía
cada vez mayor; era necesario acumular cada vez sumas superiores de capital. Una parte importante de la producción se fue
acumulando en un número menor de manos.
Surgieron así las grandes empresas capitalistas y, más adelante, las
asociaciones de grandes empresas a través de cartels, sindicatos, trusts y
consorcios, según el grado y el carácter de la asociación, controlados por los
poseedores de la mayoría de las acciones, es decir, por los más poderosos
caballeros de la industria. La libre
concurrencia, característica del capitalismo en su primera fase, dio paso a los
monopolios que concertaban acuerdos entre sí y controlaban los mercados.
¿De dónde salieron las colosales sumas de recursos que
permitieron a un puñado de monopolistas acumular miles de millones de
dólares? Sencillamente, de la
explotación del trabajo humano. Millones
de hombres, obligados a trabajar por un salario de subsistencia, produjeron con
su esfuerzo los gigantescos capitales de los monopolios. Los trabajadores acumularon las fortunas de
las clases privilegiadas, cada vez más ricas, cada vez más poderosas. A través de las instituciones bancarias
llegaron a disponer estas no solo de su propio dinero, sino también del dinero
de toda la sociedad. Así se produjo la
fusión de los bancos con la gran industria y nació el capital financiero. ¿Qué hacer entonces con los grandes
excedentes de capital que en cantidades mayores se iba acumulando? Invadir con ellos el mundo. Siempre en pos de la ganancia, comenzaron a
apoderarse de las riquezas naturales de todos los países económicamente débiles
y a explotar el trabajo humano de sus pobladores con salarios mucho más míseros
que los que se veían obligados a pagar a los obreros de la propia
metrópoli. Se inició así el reparto
territorial y económico del mundo. En
1914, ocho o diez países imperialistas habían sometido a su dominio económico y
político, fuera de sus fronteras, a territorios cuya extensión ascendía a 83
700 000 kilómetros cuadrados, con una población de 970 millones de
habitantes. Sencillamente se habían
repartido el mundo.
Pero como el mundo era limitado en extensión,
repartido ya hasta el último rincón del globo, vino el choque entre los
distintos países monopolistas y surgieron las pugnas por nuevos repartos,
originadas en la distribución no proporcional al poder industrial y económico
que los distintos países monopolistas, en desarrollo desigual, habían
alcanzado. Estallaron las guerras
imperialistas, que costarían a la humanidad 50 millones de muertos, decenas de
millones de inválidos e incalculables riquezas materiales y culturales
destruidas. Aún no había sucedido esto
cuando ya Marx escribió que “el capital recién nacido rezumaba sangre y fango
por todos los poros, desde los pies a la cabeza” (APLAUSOS).
El sistema capitalista de producción, una vez que hubo
dado de sí todo lo que era capaz, se convirtió en un abismal obstáculo al progreso
de la humanidad. Pero la burguesía,
desde su origen, llevaba en sí misma su contrario. En su seno se desarrollaron gigantescos
instrumentos productivos, pero a su vez se desarrolló una nueva y vigorosa
fuerza social: el proletariado
(APLAUSOS), llamado a cambiar el sistema social ya viejo y caduco del
capitalismo por una forma económico-social superior y acorde con las
posibilidades históricas de la sociedad humana, convirtiendo en propiedad de
toda la sociedad esos gigantescos medios de producción que los pueblos, y nada
más que los pueblos con su trabajo, habían creado y acumulado. A tal grado de desarrollo de las fuerzas
productivas, resultaba absolutamente caduco y anacrónico un régimen que
postulaba la posesión privada y, con ello, la subordinación de la economía de
millones y millones de seres humanos a los dictados de una exigua minoría
social.
Los intereses de la humanidad reclamaban el cese de la
anarquía en la producción, el derroche, las crisis económicas y las guerras de
rapiña propias del sistema capitalista.
Las crecientes necesidades del género humano y la posibilidad de
satisfacerlas, exigían el desarrollo planificado de la economía y la
utilización racional de sus medios de producción y recursos naturales.
Era inevitable que el imperialismo y el colonialismo
entraran en profunda e insalvable crisis.
La crisis general se inició a raíz de la Primera Guerra Mundial, con la
revolución de los obreros y campesinos que derrocó al imperio zarista de Rusia
(APLAUSOS) e implantó, en dificilísimas condiciones de cerco y agresión
capitalistas, el primer Estado socialista del mundo, iniciando una nueva era en
la historia de la humanidad (APLAUSOS).
Desde entonces hasta nuestros días, la crisis y la descomposición del
sistema imperialista se han acentuado incesantemente.
La Segunda Guerra Mundial desatada por las potencias
imperialistas, y que arrastró a la Unión Soviética y a otros pueblos de Europa
y de Asia, criminalmente invadidos, a una sangrienta lucha de liberación,
culminó en la derrota del fascismo, la formación del campo mundial del
socialismo, y la lucha de los pueblos coloniales y dependientes por su
soberanía. Entre 1945 y 1957, más de 1
200 millones de seres humanos conquistaron su independencia en Asia y en
Africa. La sangre vertida por los
pueblos no fue en vano (APLAUSOS).
El movimiento de los pueblos dependientes y
colonializados es un fenómeno de carácter universal que agita al mundo y marca
la crisis final del imperialismo.
Cuba y América Latina forman parte del mundo. Nuestros problemas forman parte de los
problemas que se engendran de la crisis general del imperialismo y la lucha de
los pueblos subyugados; el choque entre el mundo que nace y el mundo que
muere. La odiosa y brutal campaña
desatada contra nuestra patria expresa el esfuerzo desesperado como inútil que
los imperialistas hacen para evitar la liberación de los pueblos. Cuba duele de manera especial a los
imperialistas. ¿Qué es lo que esconde
tras el odio yanki a la Revolución Cubana?
¿Qué explica racionalmente la conjura que reúne en el mismo propósito
agresivo a la potencia imperialista más rica y poderosa del mundo contemporáneo
y a las oligarquías de todo un continente, que juntos suponen representar una
población de 350 millones de seres humanos, contra un pequeño pueblo de solo 7
millones de habitantes, económicamente subdesarrollado, sin recursos
financieros ni militares para amenazar ni la seguridad ni la economía de ningún
país? Los une y los concita el miedo. Lo explica el miedo. No el miedo a la Revolución Cubana; el miedo
a la revolución latinoamericana (APLAUSOS).
No el miedo a los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y
sectores progresistas de las capas medias que han tomado revolucionariamente el
poder en Cuba, sino el miedo a que los obreros, campesinos, estudiantes,
intelectuales y sectores progresistas de las capas medias tomen
revolucionariamente el poder en los pueblos oprimidos, hambrientos y explotados
por los monopolios yanki y la oligarquía reaccionaria de América (APLAUSOS); el
miedo a que los pueblos saqueados del continente arrebaten las armas a sus
opresoras y se declaren, como Cuba, pueblos libres de América (APLAUSOS).
Aplastando la Revolución Cubana, creen disipar el
miedo que los atormenta, el fantasma de la revolución que los amenaza. Liquidando a la Revolución Cubana, creen
liquidar el espíritu revolucionario de los pueblos. Pretenden, en su delirio, que Cuba es
exportadora de revoluciones. En sus
mentes de negociantes y usureros insomnes cabe la idea de que las revoluciones
se pueden comprar o vender, alquilar, prestar, exportar o importar como una
mercancía más. Ignorantes de las leyes
objetivas que rigen el desarrollo de las sociedades humanas, creen que sus
regímenes monopolistas, capitalistas y semifeudales son eternos. Educados en su propia ideología reaccionaria,
mezcla de superstición, ignorancia, subjetivismo, pragmatismo, y otras
aberraciones del pensamiento, tienen una imagen del mundo y de la marcha de la
historia acomodada a sus intereses de clases explotadoras. Suponen que las revoluciones nacen o mueren
en el cerebro de los individuos o por efecto de las leyes divinas y que,
además, los dioses están de su parte.
Siempre han creído lo mismo, desde los devotos paganos patricios en la
Roma esclavista, que lanzaban a los cristianos primitivos a los leones del
circo, y los inquisidores en la Edad Media que, como guardianes del feudalismo
y la monarquía absoluta, inmolaban en la hoguera a los primeros representantes
del pensamiento liberal de la naciente burguesía, hasta los obispos que hoy, en
defensa del régimen burgués y
monopolista, anatematizan las revoluciones proletarias. Todas las clases reaccionarias en todas las
épocas históricas, cuando el antagonismo entre explotadores y explotados llega
a su máxima tensión, presagiando el advenimiento de un nuevo régimen social,
han acudido a las peores armas de la represión y la calumnia contra sus
adversarios. Acusados de incendiar a
Roma y de sacrificar niños en sus altares, los cristianos primitivos fueron llevados
al martirio. Acusados de herejes fueron
llevados por los inquisidores a la hoguera filósofos como Giordano Bruno,
reformadores como Huss y miles de inconformes más con el orden feudal. Sobre los luchadores proletarios se enseña
hoy la persecución y el crimen, precedidos de las peores calumnias en la prensa
monopolista y burguesa. Siempre, en cada
época histórica, las clases dominantes han asesinado invocando la defensa de la
sociedad, del orden, de la patria: “su sociedad” de minorías privilegiadas
sobre mayorías explotadas, “su orden clasista” que mantienen a sangre y fuego
sobre los desposeídos, “la patria” que disfrutan ellos solos, privando de ese
disfrute al resto del pueblo, para reprimir a los revolucionarios que aspiran a
una sociedad nueva, un orden justo, una patria verdadera para todos.
Pero el desarrollo de la historia, la marcha
ascendente de la humanidad, no se detiene ni puede detenerse. Las fuerzas que impulsan a los pueblos —que
son los verdaderos constructores de la historia—, determinadas por las
condiciones materiales de su existencia y la aspiración a metas superiores de
bienestar y libertad, que surgen cuando el progreso del hombre en el campo de
la ciencia, de la técnica y de la cultura lo hacen posible, son superiores a la
voluntad y al terror que desatan las
oligarquías dominantes.
Las condiciones subjetivas de cada país —es decir, el
factor conciencia, organización, dirección— pueden acelerar o retrasar la
revolución según su mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano,
en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la
conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la
revolución se produce (APLAUSOS).
Que esta tenga lugar por cauces pacíficos o nazca al
mundo después de un parto doloroso, no depende de los revolucionarios; depende
de las fuerzas reaccionarias de la vieja sociedad, que se resisten a dejar
nacer la sociedad nueva que es engendrada por las contradicciones que lleva en
su seno la vieja sociedad. La revolución
es en la historia como el médico que asiste el nacimiento de una nueva
vida. No usa sin necesidad los aparatos
de fuerza, pero los usa sin vacilaciones cada vez que
sea necesario para ayudar al parto (APLAUSOS); parto que trae a las masas
esclavizadas y explotadas la esperanza de una vida mejor.
En muchos países de América Latina la revolución es
hoy inevitable. Ese hecho no lo
determina la voluntad de nadie; está determinado por las espantosas condiciones
de explotación en que vive el hombre americano, el desarrollo de la conciencia
revolucionaria de las masas, la crisis mundial del imperialismo y el movimiento
universal de lucha de los pueblos subyugados.
La inquietud que hoy se registra es síntoma inequívoco
de rebelión. Se agitan las entrañas de
un continente que ha sido testigo de cuatro siglos de explotación esclava,
semiesclava y feudal del hombre, desde sus moradores aborígenes y los esclavos
traídos de África, hasta los núcleos nacionales que surgieron después; blancos,
negros, mulatos, mestizos e indios a los que hoy hermanan el desprecio, la
humillación y el yugo yanki, como hermana la esperanza de un mañana mejor.
Los pueblos de América se liberaron del coloniaje
español a principios del siglo pasado, pero no se liberaron de la explotación. Los terratenientes feudales asumieron la autoridad de los gobernantes
españoles, los indios continuaron en penosa servidumbre, el hombre
latinoamericano en una u otra forma siguió esclavo y las mínimas esperanzas de
los pueblos sucumbieron bajo el poder de las oligarquías y la coyunda del
capital extranjero. Esta ha sido la
verdad de América, con uno u otro matiz, con alguna que otra vertiente. Hoy América Latina yace bajo un imperialismo
mucho más feroz, más poderoso y más despiadado que el imperio colonial español.
Y ante la realidad objetiva e históricamente
inexorable de la revolución latinoamericana, ¿cuál es la actitud del
imperialismo yanki? Disponerse a librar
una guerra colonial con los pueblos de América Latina; crear el aparato de
fuerza, los pretextos políticos y los instrumentos seudolegales suscritos con
los representantes de las oligarquías reaccionarias para reprimir a sangre y
fuego la lucha de los pueblos latinoamericanos.
La intervención del gobierno de Estados Unidos en la
política interna de los países de América Latina ha ido siendo cada vez
más abierta y desenfrenada.
La Junta Interamericana de Defensa, por ejemplo, ha
sido y es el nido donde se incuban los oficiales más reaccionarios y proyankis
de los ejércitos latinoamericanos, utilizados después como instrumentos
golpistas al servicio de los monopolios.
Las misiones militares norteamericanas en
América Latina constituyen un aparato de espionaje permanente en cada
nación, vinculado estrechamente a la Agencia Central de Inteligencia,
inculcando a los oficiales los sentimientos más reaccionarios y tratando de
convertir los ejércitos en instrumentos de sus intereses políticos y
económicos.
Actualmente, en la zona del Canal de Panamá, el alto
mando norteamericano ha organizado cursos especiales de entrenamiento para
oficiales latinoamericanos, de lucha contra guerrillas revolucionarias,
dirigidos a reprimir la acción armada de las masas campesinas contra la
explotación feudal a que están sometidas.
En los propios Estados Unidos la Agencia Central de
Inteligencia ha organizado escuelas especiales para entrenar agentes
latinoamericanos en las más sutiles formas de asesinato, y es política acordada
por los servicios militares yankis la liquidación física de los dirigentes
antimperialistas.
Es notorio que las embajadas yankis en distintos
países de América Latina están organizando, instruyendo y equipando bandas
fascistas para sembrar el terror y agredir las organizaciones obreras,
estudiantiles e intelectuales. Esas
bandas, donde reclutan a los hijos de la oligarquía, a lumpen y gente de la
peor calaña moral, han perpetrado ya una serie de actos agresivos contra los
movimientos de las masas.
Nada más evidente e inequívoco de los propósitos del
imperialismo que su conducta en los recientes sucesos de Santo Domingo. Sin ningún tipo de justificación, sin mediar
siquiera relaciones diplomáticas con esa república, Estados Unidos, después de
situar sus barcos de guerra frente a la capital dominicana, declararon, con su
habitual insolencia, que si el gobierno de Balaguer solicitaba ayuda militar,
desembarcarían sus tropas en Santo Domingo contra la insurgencia del pueblo
dominicano. Que el poder de Balaguer
fuera absolutamente espurio, que cada pueblo soberano de América deba tener
derecho a resolver sus problemas internos sin intervención extranjera, que
existan normas internacionales y una opinión mundial, que incluso existiera una
OEA, no contaba para nada en las consideraciones de Estados Unidos. Lo que sí contaban eran sus designios de
impedir la revolución dominicana, la reimplantación de los odiosos desembarcos
de su infantería de marina; sin más base ni requisito para fundamentar ese
nuevo concepto filibustero del derecho, que la simple solicitud de un
gobernante tiránico, ilegítimo y en crisis.
Lo que esto significa no debe escapar a los pueblos. En América Latina hay sobrados gobernantes de
ese tipo, dispuestos a utilizar las tropas yankis contra sus respectivos
pueblos cuando se vean en crisis.
Esta política declarada del imperialismo norteamericano,
de enviar soldados a combatir el movimiento revolucionario en cualquier país de
América Latina, es decir, a matar obreros, estudiantes, campesinos, a hombres y
mujeres latinoamericanos, no tiene otro objetivo que el de seguir manteniendo sus
intereses monopolistas y los privilegios de la oligarquía traidora que los
apoya.
Ahora se puede ver con toda claridad que los pactos
militares suscritos por el gobierno de Estados Unidos con gobiernos
latinoamericanos —pactos secretos muchas veces y siempre a espaldas de los
pueblos— invocando hipotéticos peligros exteriores que nadie vio nunca por
ninguna parte, tenían el único y exclusivo objetivo de prevenir la lucha de los
pueblos; eran pactos contra los pueblos, contra el único peligro: el peligro interior del movimiento de
liberación que pusiera en riesgo los intereses yankis. No sin razón los pueblos se preguntaban: ¿Por qué tantos
convenios militares? ¿Para qué los envíos de armas que, si técnicamente
son inadecuadas para una guerra moderna, son en cambio eficaces para aplastar
huelgas, reprimir manifestaciones populares y ensangrentar el país? ¿Para qué las misiones militares, el Pacto de
Río de Janeiro y las mil y una conferencias internacionales?
Desde que culminó la Segunda Guerra Mundial, las
naciones de América Latina se han ido depauperando cada vez más; sus
exportaciones tienen cada vez menos valor; sus importaciones precios más altos;
el ingreso per cápita disminuye; los pavorosos porcentajes de mortalidad
infantil no decrecen; el número de analfabetos es superior; los pueblos carecen
de trabajo, de tierras, de viviendas adecuadas, de escuelas, de hospitales, de
vías de comunicación y de medios de vida.
En cambio, las inversiones norteamericanas sobrepasan los 10 000 millones de dólares. América Latina es, además, abastecedora de
materias primas baratas y compradora de artículos elaborados caros. Como los primeros conquistadores españoles,
que cambiaban a los indios espejos y baratijas por oro y plata, así comercia
con América Latina Estados Unidos.
Conservar ese torrente de riqueza, apoderarse cada vez más de los
recursos de América y explotar a sus pueblos sufridos: he ahí lo que se ocultaba tras los
pactos militares, las misiones castrenses y los cabildeos diplomáticos de
Washington.
Esta política de paulatino estrangulamiento de la
soberanía de las naciones latinoamericanas, y de manos libres para intervenir
en sus asuntos internos, tuvo su punto culminante en la última reunión de
cancilleres. En Punta del Este el
imperialismo yanki reunió a los cancilleres, para arrancarles mediante presión
política y chantaje económico sin precedentes, con la complicidad de un grupo
de los más desprestigiados gobernantes de este continente, la renuncia a la
soberanía nacional de nuestros pueblos y la consagración del odiado derecho de
intervención yanki en los asuntos internos de América; el sometimiento de los
pueblos a la voluntad omnímoda de Estados Unidos de Norteamérica, contra la
cual lucharon todos los próceres, desde Bolívar hasta Sandino. Y no se ocultaron ni el gobierno de Estados
Unidos, ni los representantes de las oligarquías explotadoras, ni la gran
prensa reaccionaria vendida a los monopolios y a los señores feudales, para
demandar abiertamente acuerdos que equivalen a la supresión formal del derecho
de autodeterminación de nuestros pueblos, borrarlo de un plumazo, en la conjura
más infame que recuerda la historia de este continente.
A puertas cerradas, entre conciliábulos repugnantes
donde el ministro yanki de colonias dedicó días enteros a vencer la resistencia
y los escrúpulos de algunos cancilleres, poniendo en juego los millones de la
tesorería yanki en una indisimulada compraventa de votos, un puñado de
representantes de las oligarquías de países que en conjunto apenas suman un
tercio de la población del continente, impuso acuerdos que sirven en bandeja de
plata al amo yanki la cabeza de un principio que costó toda la sangre de
nuestros pueblos desde las guerras de independencia. El carácter pírrico de tan tristes y
fraudulentos logros del imperialismo, de su fracaso moral, la unanimidad rota y
el escándalo universal, no disminuyen la gravedad que entraña para los pueblos
de América Latina los acuerdos que impusieron a ese precio. En aquel cónclave inmoral, la voz titánica de
Cuba se elevó sin debilidad ni miedo para acusar ante todos los pueblos de
América y del mundo el monstruoso atentado, y defender virilmente, y con
dignidad que constará en los anales de la historia, no solo el derecho de Cuba,
sino el derecho desamparado de todas las naciones hermanas del continente
americano (APLAUSOS). La palabra de Cuba
no podía tener eco en aquella mayoría amaestrada, pero tampoco podía tener
respuesta; solo cabía el silencio impotente ante sus demoledores argumentos,
ante la diafanidad y valentía de sus palabras.
Pero Cuba no habló para los cancilleres, Cuba habló para los pueblos y
para la historia, donde sus palabras tendrán eco y respuestas (APLAUSOS).
En Punta del Este se libró una gran batalla ideológica
entre la Revolución Cubana y el imperialismo yanki. ¿Qué representaba allí, por
quién habló cada uno de ellos? Cuba
representó los pueblos; Estados Unidos representó los monopolios. Cuba habló
por las masas explotadas de América; Estados Unidos por los intereses
oligárquicos explotadores e imperialistas.
Cuba por la soberanía (APLAUSOS); Estados Unidos por la
intervención. Cuba por la
nacionalización de las empresas extranjeras; Estados Unidos por nuevas
inversiones de capital foráneo. Cuba por
la cultura; Estados Unidos por la ignorancia.
Cuba por la reforma agraria; Estados Unidos por el latifundio. Cuba por la industrialización de América;
Estados Unidos por el subdesarrollo.
Cuba por el trabajo creador; Estados Unidos por el sabotaje y el terror
contrarrevolucionario que practican sus agentes, la destrucción de cañaverales
y fábricas, los bombardeos de sus aviones piratas contra el trabajo de un
pueblo pacífico. Cuba por los
alfabetizadores asesinados (APLAUSOS); Estados Unidos por los asesinos. Cuba por el pan; Estados Unidos por el
hambre. Cuba por la igualdad; Estados
Unidos por el privilegio la
discriminación. Cuba por la verdad
(APLAUSOS); Estados Unidos por la mentira.
Cuba por la liberación; Estados Unidos por la opresión. Cuba por el porvenir luminoso de la
humanidad; Estados Unidos por el pasado sin esperanza. Cuba por los héroes que cayeron en Girón para
salvar la patria del dominio extranjero (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, seguro, a
los yankis dales duro!”); Estados Unidos por los mercenarios y traidores que
sirven al extranjero contra su patria (ABUCHEOS). Cuba por la paz entre los pueblos; Estados
Unidos por la agresión y la guerra. Cuba
por el socialismo (APLAUSOS PROLONGADOS); Estados Unidos por el capitalismo.
Los acuerdos obtenidos por Estados Unidos con métodos
tan bochornosos que el mundo entero critica, no restan sino que acrecientan la
moral y la razón de Cuba; demuestran el entreguismo y la traición de las
oligarquías a los intereses nacionales y enseñan a los pueblos el camino de la
liberación; revelan la podredumbre de las clases explotadoras, en cuyo nombre
hablaron sus representantes en Punta del Este.
La OEA quedó desenmascarada como lo que es; un ministerio de colonias
yankis, una alianza militar, un aparato de represión contra el movimiento de
liberación de los pueblos latinoamericanos.
Cuba ha vivido tres años de Revolución bajo incesante
hostigamiento de intervención yanki en nuestros asuntos internos. Aviones piratas, procedentes de Estados
Unidos, lanzando materias inflamables, han quemado millones de arrobas de caña;
actos de sabotaje internacional perpetrados por agentes yankis, como la
explosión del vapor La Coubre, han costado decenas de vidas cubanas; miles de
armas norteamericanas de todo tipo han sido lanzadas en paracaídas por los
servicios militares de Estados Unidos sobre nuestro territorio para promover la
subversión; cientos de toneladas de materiales explosivos y máquinas infernales
han sido desembarcados subrepticiamente en nuestras costas por lanchas norteamericanas
para promover el sabotaje y el terrorismo; un obrero cubano fue torturado en la
base naval de Guantánamo y privado de la vida sin proceso previo ni explicación
posterior alguna (ABUCHEOS); nuestra cuota azucarera fue suprimida
abruptamente, y proclamado el embargo de piezas y materias primas para fábricas
y maquinarias de construcción norteamericana para arruinar nuestra economía;
barcos artillados y aviones de bombardeo, procedentes de bases preparadas por
el gobierno de Estados Unidos, han atacado sorpresivamente puertos e
instalaciones cubanas; tropas mercenarias, organizadas y entrenadas en países
de América Central por el propio gobierno, han invadido en son de guerra
nuestro territorio, escoltadas por barcos de la flota yanki y con apoyo aéreo desde
bases exteriores, provocando la pérdida de numerosas vidas y la destrucción de
bienes materiales; contrarrevolucionarios cubanos son instruidos en el ejército
de Estados Unidos y nuevos planes de agresión se realizan contra Cuba. Todo eso ha estado ocurriendo durante tres
años incesantemente, a la vista de todo el continente, y la OEA no se
entera. Los cancilleres se reúnen en
Punta del Este, y no amonestan siquiera al gobierno de Estados Unidos ni a los
gobiernos que son cómplices materiales de esas agresiones. Expulsan a Cuba, el país latinoamericano
víctima, el país agredido.
Estados Unidos tiene pactos militares con países de
todos los continentes; bloques militares con cuanto gobierno fascista,
militarista y reaccionario hay en el mundo:
la OTAN, la SEATO y la CENTO, a
los cuales hay que agregar ahora la OEA; interviene en Lao, en Viet Nam, en
Corea, en Formosa, en Berlín; envía abiertamente barcos a Santo Domingo para
imponer su ley, su voluntad, y anuncia su propósito de usar sus aliados de la
OTAN para bloquear el comercio con Cuba, y la OEA no se entera. Se reúnen los cancilleres y expulsan a Cuba,
que no tiene pactos militares con ningún país.
Así, el gobierno que organiza la subversión en todo el mundo y forja
alianzas militares en cuatro continentes, hace expulsar a Cuba, acusándola nada
menos que de subversión de vinculaciones extracontinentales.
Cuba, el país latinoamericano que ha convertido en
dueños de las tierras a más de 100 000 pequeños agricultores (APLAUSOS),
asegurado empleo todo el año en granjas y cooperativas a todos los obreros
agrícolas, transformado los cuarteles en escuelas (APLAUSOS), concedido 60 000
becas a estudiantes universitarios, secundarios y tecnológicos, creado aulas
para la totalidad de la población infantil, liquidado totalmente el
analfabetismo (APLAUSOS), cuadruplicado los servicios médicos, nacionalizado
las empresas monopolistas (APLAUSOS), suprimido el abusivo sistema que
convertía la vivienda en un medio de explotación para el pueblo, eliminado
virtualmente el desempleo, suprimido la discriminación por motivo de raza o
sexo (APLAUSOS), barrido el juego, el vicio y la corrupción administrativa
(APLAUSOS), armado al pueblo (APLAUSOS), hecho realidad viva el disfrute de los
derechos humanos al librar al hombre y a la mujer de la explotación, la
incultura y la desigualdad social (APLAUSOS); que se ha liberado de todo
tutelaje extranjero, adquirido plena soberanía y establecido las bases para el
desarrollo de su economía a fin de no ser más país monoproductor y exportador
de materias primas, es expulsada de la Organización de Estados Americanos por
gobiernos que no han logrado para sus pueblos ni una sola de estas
reivindicaciones (APLAUSOS). ¿Cómo
podrán justificar su conducta ante los pueblos de América y del mundo? ¿Cómo podrán negar que en su concepto la
política de tierra, de pan, de trabajo, de salud, de libertad, de igualdad y de
cultura, de desarrollo acelerado de la economía, de dignidad nacional, de plena
autodeterminación y soberanía, es incompatible con el
hemisferio?
Los pueblos piensan muy distinto. Los pueblos piensan que lo único incompatible
con el destino de América Latina es la miseria, la explotación feudal, el
analfabetismo, los salarios de hambre, el desempleo, la política de represión contra
las masas obreras, campesinas y estudiantiles, la discriminación de la mujer,
del negro, del indio, del mestizo, la opresión de las oligarquías, el saqueo de
sus riquezas por los monopolios yankis, la asfixia moral de sus intelectuales y artistas, la ruina
de sus pequeños productores por la competencia extranjera, el subdesarrollo
económico, los pueblos sin caminos, sin hospitales, sin viviendas, sin
escuelas, sin industrias, el sometimiento al imperialismo, la renuncia a la
soberanía nacional y la traición a la patria.
¿Cómo podrán hacer entender su conducta, la actitud
condenatoria para con Cuba, los imperialistas? ¿Con qué palabras les van a
hablar y con qué sentimiento, a quienes han ignorado, aunque sí explotado, por
tan largo tiempo?
Quienes estudian los problemas de América, suelen
preguntar qué país, quiénes han enfocado con corrección la situación de los
indigentes, de los pobres, de los indios, de los negros, de la infancia
desvalida, esa inmensa infancia de 30 millones en 1950 —que será de 50 millones
dentro de ocho años más. Sí, ¿quiénes,
qué país?
Treinta y dos millones de indios vertebran —tanto como la
misma Cordillera de los Andes— el continente americano entero. Claro que para quienes lo han considerado
casi como una cosa, más que como una persona, esa humanidad no cuenta, no
contaba y creían que nunca contaría.
Como suponía, no obstante, una fuerza ciega de trabajo, debía ser
utilizada, como se utiliza una yunta de bueyes o un tractor.
¿Cómo podrá creerse en ningún beneficio, en ninguna
alianza para el progreso, con el imperialismo; bajo qué juramento, si bajo su
santa protección, sus matanzas, sus persecuciones aun viven los indígenas del
sur del continente, como los de la Patagonia, en toldos, como vivían sus
antepasados a la venida de los descubridores, casi quinientos años atrás; donde
los que fueron grandes razas que poblaron el norte argentino, Paraguay y
Bolivia, como los guaraníes, que han sido diezmados ferozmente, como quien caza
animales y a quienes se les han enterrado en los interiores de las selvas;
donde a esa reserva autóctona, que pudo servir de base a una gran civilización
americana —y cuya extinción se la apresura por instantes— y a la que se le ha
empujado América adentro a través de los esteros paraguayos y los altiplanos
bolivianos, tristes, rudimentarios, razas melancólicas, embrutecidas por el
alcohol y los narcóticos, a los que se acogen para por lo menos sobrevivir en
las infrahumanas condiciones (no solo de alimentación) en que viven; donde una
cadena de manos se estira —casi inútilmente, todavía—, se viene estirando por
siglos inútilmente, por sobre los lomos de la cordillera, sus faldas, a lo
largo de los grandes ríos y por entre las sombras de los bosques, para unir sus
miserias con los demás que perecen lentamente, las tribus brasileñas y las del
norte del continente y sus costas, hasta alcanzar a los 100 000 motilones de
Venezuela, en el más increíble atraso y salvajemente confinados en las selvas
amazónicas o las sierras de Perijá, a los solitarios vapichanas que en las
tierras calientes de las Guayanas esperan
su final, ya casi perdidos definitivamente para la suerte de los
humanos? Sí, a todos estos 32 millones
de indios que se extienden desde la frontera con Estados Unidos hasta los
confines del hemisferio del sur y 45 millones de mestizos, que en gran parte
poco difieren de los indios; a todos estos indígenas, a este formidable caudal
de trabajo, de derechos pisoteados, sí, ¿qué les puede ofrecer el
imperialismo? ¿Cómo podrán creer estos
ignorados en ningún beneficio que venga de tan sangrientas manos? Tribus enteras que aún viven desnudas; otras
que se las suponen antropófagas; otras que, en el primer contacto con la
civilización conquistadora, mueren como insectos; otras que se las destierra,
es decir, se las echa de sus tierras, se las empuja hasta volcarlas en los
bosques o en las montañas o en las profundidades de los llanos en donde no
llega ni el menor átomo de cultura, de luz, de pan, ni de nada.
¿En qué “alianza”
—como no sea en una para su más rápida muerte— van a creer estas razas
indígenas apaleadas por siglos, muertas a tiros para ocupar sus tierras,
muertas a palos por miles, por no trabajar más rápido en sus servicios de
explotación, por el imperialismo?
¿Y al negro? ¿Qué “alianza” les puede brindar el sistema
de los linchamientos y la preterición brutal del negro de Estados Unidos, a los
quince millones de negros y catorce millones de mulatos latinoamericanos que
saben con horror y cólera que sus hermanos del norte no pueden montar en los mismos
vehículos que sus compatriotas blancos, ni asistir a las mismas escuelas, ni
siquiera morir en los mismos hospitales? ¿Cómo han de creer en este
imperialismo, en sus beneficios, en sus “alianzas” (como no sea para lincharlos
y explotarlos como esclavos) estos núcleos étnicos preteridos; esas masas, que
no han podido gozar ni medianamente de ningún beneficio cultural, social o
profesional; que aún en donde son mayorías, o forman millones, son maltratados
por los imperialistas disfrazados de Ku-Klux-Klan; son aherrojados a las
barriadas más insalubres, a las casas colectivas menos confortables, hechas por
ellos; empujados a los oficios más innobles, a los trabajos más duros y a las
profesiones menos lucrativas, que no supongan contacto con las universidades,
las altas academias o escuelas particulares?
¿Qué Alianza para el Progreso puede servir de estímulo a
esos ciento siete millones de hombres y mujeres de nuestra América, médula del
trabajo en ciudades y campos, cuya piel oscura
—negra, mestiza, mulata, india— inspira desprecio a los nuevos
colonizadores? ¿Cómo van a confiar en la
supuesta alianza los que en Panamá han visto con mal contenida impotencia que
hay un salario para el yanki y otro salario para el panameño, que ellos
consideran raza inferior?
¿Qué pueden esperar los obreros con sus jornales de
hambre, los trabajos más rudos, las condiciones más miserables, la
desnutrición, las enfermedades y todos los males que incuba la miseria?
¿Qué les puede decir, qué palabras, qué beneficios
podrán ofrecerles los imperialistas a los mineros del cobre, del estaño, del
hierro, del carbón, que dejan sus pulmones a beneficio de dueños lejanos e
inclementes; a los padres e hijos de los maderales, de los cauchales, de los
hierbales, de las plantaciones fruteras, de los ingenios de café y de azúcar,
de los peones en las pampas y en los llanos que amasan con su salud y con sus
vidas la fortuna de los explotadores?
¿Qué pueden esperar estas masas inmensas que producen
las riquezas, que crean los valores, que ayudan a parir un nuevo mundo en todas
partes; qué pueden esperar del imperialismo, esa boca insaciable, esa mano
insaciable, sin otro horizonte inmediato que la miseria, el desamparo más
absoluto, la muerte fría y sin historia al fin?
¿Qué puede esperar esta clase, que ha cambiado el
curso de la historia en otras partes del mundo, que ha revolucionado al mundo,
que es vanguardia de todos los humildes y explotados, qué puede esperar del
imperialismo, su más irreconciliable enemigo?
¿Qué puede ofrecer el imperialismo, qué clase de
beneficio, qué suerte de vida mejor y más justa, qué motivo, qué aliciente, qué
interés para superarse, para lograr trascender sus sencillos y primarios
escalones, a maestros, a profesores, a profesionales, a intelectuales, a los
poetas y a los artistas; a los que cuidan celosamente las generaciones de niños
y jóvenes para que el imperialismo se cebe luego en ellos; a quienes viven
sueldos humillantes en la mayoría de los países; a los que sufren las
limitaciones de su expresión política y social en casi todas partes; que no
sobrepasan, en sus posibilidades económicas, más que la simple línea de sus
precarios recursos y compensaciones, enterrados en una vida gris y sin
horizontes que acaba en una jubilación que entonces ya no cubre ni la mitad de
los gastos? ¿Qué “beneficios” o
“alianzas” podrá ofrecerles el imperialismo, que no sea las que redunden en su
total provecho? Si les crea fuentes de
ayuda a sus profesiones, a sus artes, a sus publicaciones, es siempre en el
bien entendido de que sus producciones deberán reflejar sus intereses, sus
objetivos, sus “nadas”. Las novelas que
traten de reflejar la realidad del mundo de sus aventuras rapaces; los poemas
que quieran traducir protestas por su avasallamiento, por su injerencia en la
vida, en la mente, en las vísceras de sus países y pueblos; las artes
combativas que pretendan apresar en sus expresiones las formas y el contenido
de su agresión y constante presión sobre todo lo que vive y alienta
progresivamente; todo lo que es revolucionario, lo que enseña, lo que trata de
guiar, lleno de luz y de conciencia, de claridad y de belleza, a los hombres y
a los pueblos a mejores destinos, hacia más altas cumbres del pensamiento, de
la vida y de la justicia, encuentra la reprobación más encarnizada del
imperialismo; encuentra la valla, la condena, la persecución maccarthista. Sus prensas se les cierran; su nombre es
borrado de las columnas y se le aplica la losa del silencio más atroz, que es,
entonces —una contradicción más del imperialismo—, cuando el escritor, el
poeta, el pintor, el escultor, el creador en cualquier material, el científico,
empiezan a vivir de verdad, a vivir en la lengua del pueblo, en el corazón de
millones de hombres del mundo. El
imperialismo todo lo trastrueca, lo deforma, lo canaliza por sus vertientes,
para su provecho, hacia la multiplicación de su dólar, comprando palabras, o
cuadros, o mudez, o transformando en silencio la expresión de los
revolucionarios, de los hombres progresistas, de los que luchan por el pueblo y
sus problemas.
No podíamos olvidar en este triste cuadro la infancia
desvalida, desatendida; la infancia sin porvenir de América.
América, que es un continente de natalidad elevada,
tiene también una mortalidad elevada. La
mortalidad de niños de menos de un año en 11 países ascendía hace pocos años a
125 por 1 000, y en otros 17, a 90 niños.
En 102 países del mundo, en cambio, esa tasa alcanza a
51. En América, pues, se mueren
tristemente, desatendidamente, 74 niños de cada 1 000 en el primer año de su
nacimiento. Hay países latinoamericanos
en los que esa tasa alcanza, en algunos lugares, a 300 por 1 000; miles y miles
de niños hasta los siete años mueren en América de enfermedades increíbles: diarreas,
pulmonías, desnutrición, hambre; miles y miles de otras enfermedades sin
atención en los hospitales, sin medicinas; miles y miles ambulan, heridos de
cretinismo endémico, paludismo, tracoma y otros males producidos por las
contaminaciones, la falta de agua y otras necesidades.
Males de esta naturaleza son una cadena en los países
americanos en donde agonizan millares y millares de niños, hijos de parias,
hijos de pobres y de pequeñoburgueses con vida dura y precarios medios. Los datos, que serán redundantes, son de
escalofrío. Cualquier publicación
oficial de los organismos internacionales los reúne por cientos.
En los aspectos educacionales, indigna pensar el nivel
de incultura que padece esta América.
Mientras que Estados Unidos logra un nivel de ocho y nueve años de
escolaridad en la población de 19 años de edad en adelante, América Latina,
saqueada y esquilmada por ellos, tiene menos de un año escolar aprobado como
nivel, en esas mismas edades. E indigna
más aún cuando sabemos que de los niños entre 5 y 14 años solamente están
matriculados en algunos países un 20%, y en los de más alto nivel el 60%. Es decir que más de la mitad de la infancia
de América Latina no concurre a la escuela.
Pero el dolor sigue creciendo cuando comprobamos que la matrícula de los
tres primeros grados comprenden más del 80% de los matriculados; y que en el
grado 6to, la matrícula fluctúa apenas entre 6 y 22 alumnos de cada 100 que
comenzaron en el 1ro. Hasta en los
países que creen haber atendido a su infancia, ese porcentaje de pérdida
escolar entre el 1ro y el 6to grados es del 73% como promedio. En Cuba, antes de la Revolución, era del 74%.
En la Colombia de la “democracia representativa” es del 78%. Y si se fija la vista en el campo solo el 1%
de los niños llega, en el mejor de los casos, al quinto grado de enseñanza.
Cuando se investiga este desastre de ausentismo
escolar, una causa es la que lo explica: la economía de miseria, falta de
escuelas, falta de maestros, falta de recursos familiares, trabajo
infantil. En definitiva, el imperialismo
y su obra de opresión y retraso.
El resumen de esta pesadilla que ha vivido América, de
un extremo a otro, es que en este continente de casi 200 millones de seres
humanos, formado en sus dos terceras partes por los indios, los mestizos y los
negros, por los “discriminados”, en este continente de semicolonias, mueren de
hambre, de enfermedades curables o vejez prematura, alrededor de cuatro
personas por minuto, de 5 500 al día, de 2 millones por año, de 10 millones
cada cinco años. Esas muertes podrían ser
evitadas fácilmente, pero, sin embargo, se producen. Las dos terceras partes de la población
latinoamericana vive poco y vive bajo la permanente
amenaza de muerte. Holocausto de vidas
que en 15 años ha ocasionado dos veces más muertes que la guerra de 1914, y
continúa. Mientras tanto, de América
Latina fluye hacia Estados Unidos un torrente continuo de dinero: unos 4 000 dólares
por minuto, 5 millones por día, 2 000 millones por año, 10 000 millones cada
cinco años. Por cada 1 000 dólares que
se nos van, nos queda un muerto. ¡Mil
dólares por muerto:
ese es el precio de lo que se llama imperialismo! ¡Mil dólares por muerto, cuatro veces por
minuto!
Mas a pesar de esta realidad americana, ¿para qué se
reunieron en Punta del Este? ¿Acaso para
llevar una sola gota de alivio a estos males? ¡No!
Los pueblos saben que en Punta del Este, los
cancilleres que expulsaron a Cuba se reunieron para renunciar a la soberanía
nacional; que allí el gobierno de Estados Unidos fue a sentar las bases no solo
para la agresión a Cuba, sino para intervenir en cualquier país de América
contra el movimiento liberador de los pueblos; que Estados Unidos prepara a la
América Latina un drama sangriento; que las oligarquías explotadoras, lo mismo
que ahora renuncian al principio de la soberanía, no vacilarán en solicitar la
intervención de las tropas yankis contra sus propios pueblos, y que con ese fin
la delegación norteamericana propuso un comité de vigilancia contra la
subversión en la Junta Interamericana de Defensa, con facultades ejecutivas, y
la adopción de medidas colectivas. Subversión para los imperialistas yankis es
la lucha de los pueblos hambrientos por el pan, la lucha de los pueblos contra
la explotación imperialista. Comité de
vigilancia en la Junta Interamericana de Defensa con facultades ejecutivas,
significa fuerza de represión continental contra los pueblos a las órdenes del
Pentágono. Medidas colectivas significan
desembarcos de infantes de marina yankis en cualquier país de América.
Frente a la acusación de que Cuba quiere exportar su
revolución, respondemos:
las revoluciones no se exportan, las hacen los pueblos
(APLAUSOS). Lo que Cuba puede dar a los
pueblos, y ha dado ya, es su ejemplo (APLAUSOS).
¿Y qué enseña la Revolución Cubana? Que la revolución es posible, que los pueblos
pueden hacerla (APLAUSOS), que en el mundo contemporáneo no hay fuerzas capaces
de impedir el movimiento de liberación de los pueblos.
Nuestro triunfo no habría sido jamás factible si la
revolución misma no hubiese estado inexorablemente destinada a surgir de las
condiciones existentes en nuestra realidad económico-social, realidad que
existe en grado mayor aún en un buen número de países de América Latina.
Ocurre inevitablemente que en las naciones donde es
más fuerte el control de los monopolios yankis, más despiadada la explotación
de la oligarquía y más insoportable la situación de las masas obreras y
campesinas, el poder político se muestra más férreo, los estados de sitio se
vuelven habituales, se reprime por la fuerza toda manifestación de descontento
de las masas, y el cauce democrático se cierra por completo, revelándose con
más evidencia que nunca el carácter de brutal dictadura que asume el poder de
las clases dominantes. Es entonces
cuando se hace inevitable el estallido revolucionario de los pueblos.
Y si bien es cierto que en los países subdesarrollados
de América la clase obrera es en general relativamente pequeña, hay una clase
social que, por las condiciones subhumanas en que vive, constituye una fuerza
potencial que, dirigida por los obreros y los intelectuales revolucionarios,
tiene una importancia decisiva en la lucha por la liberación nacional: los campesinos (APLAUSOS).
En nuestros países se juntan las circunstancias de una
industria subdesarrollada con un régimen agrario de carácter feudal. Es por eso que con todo lo dura que son las
condiciones de vida de los obreros urbanos, la población rural vive aún en más
horribles condiciones de opresión y explotación; pero es también, salvo
excepciones, el sector absolutamente mayoritario en proporciones que a veces
sobrepasa el 70% de las poblaciones latinoamericanas.
Descontando los terratenientes, que muchas veces
residen en las ciudades, el resto de esa gran masa libra su sustento trabajando
como peones en las haciendas por salarios misérrimos, o labran la tierra en
condiciones de explotación que nada tienen que envidiar a la Edad Media. Estas circunstancias son las que determinan
que en América Latina la población pobre del campo constituya una tremenda
fuerza revolucionaria potencial.
Los ejércitos, estructurados y equipados para la
guerra convencional, que son la fuerza en que se sustenta el poder de las
clases explotadoras, cuando tiene que enfrentarse a la lucha irregular de los
campesinos en el escenario natural de estos, resultan absolutamente impotentes;
pierden 10 hombres por cada combatiente revolucionario que cae, y la
desmoralización cunde rápidamente en ellos al tener que enfrentarse a un
enemigo visible e invencible que no lo le ofrece ocasión de lucir sus tácticas
de academia y sus fanfarrias de guerra, de las que tanto alarde hacen para
reprimir a los obreros y a los estudiantes en las ciudades.
La lucha inicial de reducidos núcleos combatientes, se
nutre incesantemente de nuevas fuerzas, el movimiento de masas comienza a
desatarse, el viejo orden se resquebraja poco a poco en 1 000 pedazos, y es
entonces el momento en que la clase obrera y las masa urbanas deciden la
batalla.
¿Qué es lo que desde el comienzo mismo de la lucha de
esos primeros núcleos los hace invencibles, independientemente del número, el
poder y los recursos de sus enemigos? El
apoyo del pueblo. Y con ese apoyo de las
masas contarán en grado cada vez mayor.
Pero el campesinado es una clase que, por el estado de
incultura en que lo mantienen y el aislamiento en que vive, necesita la
dirección revolucionaria y política de la clase obrera y los intelectuales
revolucionarios, sin la cual no podría por sí sola lanzarse a la lucha y
conquistar la victoria (APLAUSOS).
En las actuales condiciones históricas de América
Latina, la burguesía nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y
antiimperialista. La experiencia
demuestra que, en nuestras naciones, esa clase, aun cuando sus intereses son
contradictorios con los del imperialismo yanki, ha sido incapaz de enfrentarse
a este, paralizada por el miedo a la revolución social y asustada por el clamor
de las masas explotadas. Situadas ante
el dilema imperialismo o revolución, solo sus capas más progresistas estarán
con el pueblo.
La actual correlación mundial de fuerzas, y el
movimiento universal de liberación de los pueblos coloniales y dependientes,
señalan a la clase obrera y a los intelectuales revolucionarios de América
Latina su verdadero papel, que es el de situarse resueltamente a la vanguardia
de la lucha contra el imperialismo y el feudalismo (APLAUSOS).
El imperialismo, utilizando los grandes monopolios
cinematográficos, sus agencias cablegráficas, sus revistas, libros y periódicos
reaccionarios, acude a las mentiras más sutiles para sembrar el divisionismo, e
inculcar entre la gente más ignorante el miedo y la superstición a las ideas
revolucionarias, que solo a los intereses de los poderosos explotadores y a sus
seculares privilegios pueden y deben asustar.
El divisionismo —producto de toda clase de
prejuicios, ideas falsas y mentiras—, el sectarismo, el dogmatismo, la
falta de amplitud para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a
sus partidos, organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción
imprescindible entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros
pueblos. Son vicios de crecimiento,
enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que deben quedar
atrás. En la lucha antiimperialista y
antifeudal es posible vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de
liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los
trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las capas más progresistas
de la burguesía nacional. Estos sectores
comprenden la inmensa mayoría de la población, y aglutinan grandes fuerzas
sociales capaces de barrer el dominio imperialista y la reacción feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben
luchar juntos, por el bien de sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el
bien de América, desde el viejo militante marxista, hasta el católico sincero
que no tenga nada que ver con los monopolios yankis y los señores feudales de
la tierra (APLAUSOS).
Ese movimiento podría arrastrar consigo a los
elementos progresistas de las fuerzas armadas, humillados también por las
misiones militares yankis, la traición a los intereses nacionales de las
oligarquías feudales y la inmolación de la soberanía nacional a los dictados de
Washington.
Allí donde están cerrados los caminos de los pueblos,
donde la represión de los obreros y campesinos es feroz, donde es más fuerte el
dominio de los monopolios yankis, lo primero y más importantes es comprender
que no es justo ni es correcto entretener a los pueblos con la vana y
acomodaticia ilusión de arrancar, por vías legales que no existen ni existirán,
a las clases dominantes, atrincheradas en todas las posiciones del Estado,
monopolizadoras de la instrucción, dueñas de todos los vehículos de divulgación
y poseedoras de infinitos recursos financieros, un poder que los monopolios y
las oligarquías defenderán a sangre y fuego con la fuerza de sus policías y de
sus ejércitos.
El deber de todo revolucionario es hacer la revolución
(APLAUSOS). Se sabe que en América y en
el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la
puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo (APLAUSOS). El papel de Job no cuadra con el de un
revolucionario. Cada año que se acelere
la liberación de América, significará millones de niños que se salven para la
vida, millones de inteligencias que se salven para la cultura, infinitos
caudales de dolor que se ahorrarían los pueblos. Aun cuando los imperialistas yankis preparen
para América un drama de sangre, no lograrán aplastar la lucha de los pueblos,
concitarán contra ellos el odio universal, y será también el drama que marque
el ocaso de su voraz y cavernícola sistema (APLAUSOS).
Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma
parte de una familia de 200 millones de hermanos que padecen las mismas
miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino, y cuentan con la solidaridad
de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero (APLAUSOS).
Con lo grande que fue la epopeya de la independencia
de América Latina, con lo heroica que fue aquella lucha, a la generación de
latinoamericanos de hoy les ha tocado una epopeya mayor y más decisiva todavía
para la humanidad. Porque aquella lucha
fue para librarse del poder colonial español, de una España decadente, invadida
por los ejércitos de Napoleón. Hoy les
toca la lucha de liberación frente a la metrópoli imperial más poderosa del
mundo, frente a la fuerza más importante del sistema imperialista mundial, y para
prestarle a la humanidad un servicio todavía más grande del que le prestaron
nuestros antepasados.
Pero esta lucha, más que aquella, la harán las masas,
la harán los pueblos (APLAUSOS); los pueblos van a jugar un papel mucho más
importante que entonces; los hombres, los dirigentes, importan e importarán en
esta lucha menos de lo que importaron en aquella.
Esta epopeya que tenemos delante la van
a escribir las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de
obreros explotados; la van a escribir las masas progresistas, los intelectuales
honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América
Latina (APLAUSOS). Lucha de masas y de ideas; epopeya que llevarán adelante
nuestros pueblos maltratados y despreciados por el imperialismo, nuestros
pueblos desconocidos hasta hoy, que ya empiezan a quitarle el sueño. Nos consideraba rebaño impotente y sumiso, y
ya se empieza a asustar de ese rebaño; rebaño gigante de 200 millones de
latinoamericanos en los que advierte ya a sus sepultureros el capital
monopolista yanki (APLAUSOS).
Con esta humanidad trabajadora, con estos explotados
infrahumanos, paupérrimos, manejados por los métodos de fuete y mayoral, no se
ha contado o se ha contado poco. Desde
los albores de la independencia sus destinos han sido los mismos: indios, gauchos, mestizos, zambos,
cuarterones, blancos sin bienes ni rentas, toda esa masa humana que se formó en
las filas de la “patria” que nunca disfrutó, que cayó por millones, que fue
despedazada, que ganó la independencia de su metrópoli para la burguesía; esa,
que fue desterrada de los repartos, siguió ocupando el último escalafón de los
beneficios sociales, siguió muriendo de hambre, de enfermedades curables, de
desatención, porque para ella nunca alcanzaron los bienes salvadores: el simple pan, la cama de un hospital, la
medicina que salva, la mano que ayuda.
Pero la hora de su reivindicación, la hora que ella
misma se ha elegido, la vienen señalando con precisión ahora también de un
extremo a otro del continente. Ahora,
esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo
el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que
empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir
con su sangre, la empieza a sufrir y a morir.
Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas
de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad, o en el
tráfico de las ciudades, o en las costas de los grandes océanos y ríos, se
empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de
deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi 500 años burlados
por unos y por otros. Ahora, sí, la
historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y
vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos
mismos, para siempre, su historia (APLAUSOS).
Ya se les ve por los caminos, un día y otro, a pie, en marchas sin
término, de cientos de kilómetros, para llegar hasta los “olimpos” gobernantes
a recabar sus derechos. Ya se les ve,
armados de piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día,
ocupando las tierras, fincando sus garfios en la tierra que les pertenece y
defendiéndola con su vida; se les ve llevando sus cartelones, sus banderas, sus
consignas, haciéndolas correr en el viento por entre las montañas o a lo largo
de los llanos. Y esa ola de estremecido
rencor, de justicias reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar
por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase,
porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos los aspectos, los
que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las
ruedas de la historia, y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a
que los sometieron.
Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha
echado a andar. Y su marcha de gigantes
ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya
han muerto más de una vez inútilmente (APLAUSOS). ¡Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán
como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera,
irrenunciable independencia! (APLAUSOS
PROLONGADOS.)
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
El pueblo de
Cuba
La Habana, Cuba,
Territorio Libre
de América,
Febrero 4 de
1962
La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba
resuelve que esta Declaración sea conocida
como Segunda Declaración de La Habana, trasladada a los principales
idiomas y distribuida en todo el mundo.
Acuerda asimismo solicitar de todos los amigos de la Revolución Cubana
en América Latina que sea difundida ampliamente entre las masas obreras,
campesinas, estudiantiles e intelectuales de los pueblos hermanos de este
continente (APLAUSOS).
Se somete a la aprobación del pueblo esta Declaración
y se solicita que todos los ciudadanos que estén de acuerdo levanten la mano.
(La multitud levanta las manos con una ovación
prolongada y cantan el himno nacional cubano y la internacional)
Queda aprobada por el pueblo de Cuba la Segunda
Declaración de La Habana, y se da por terminada esta asamblea.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)