DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DE LA DIRECCION NACIONAL DE LAS
ORI y PRIMER MINISTRO DEL
GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN LA CLAUSURA DEL PRIMER CONGRESO NACIONAL DE LA
UNION DE ESTUDIANTES SECUNDARIOS, EFECTUADA EN LA PLAZA DE LA REVOLUCION “JOSE
MARTI”, EL 10 DE AGOSTO DE 1962.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Compañeros
estudiantes:
Esta es la tercera vez que nos reunimos desde el final
de la campaña de alfabetización, hace menos de un año. En este caso nos congrega la culminación
feliz de un importante esfuerzo y de un paso de avance revolucionario en la
organización de las masas estudiantiles: el Congreso de la Unión de Estudiantes
Secundarios que acaba de celebrarse (APLAUSOS).
No nos extraña a nosotros el entusiasmo de ustedes; no
nos extraña la presencia verdaderamente multitudinaria, entusiasta y
revolucionaria de nuestros estudiantes, de nuestros jóvenes. Aunque jóvenes, sin embargo ya ustedes tienen
historia en esta Revolución (EXCLAMACIONES Y APLAUSOS).
Les decía que aunque jóvenes, nuestros estudiantes ya
tienen historia en nuestra Revolución, ya han adquirido el respeto y la
consideración, además del reconocimiento y la admiración de nuestro pueblo,
porque fueron precisamente ustedes los que hicieron posible el éxito de una de
las empresas revolucionarias más grandes que se ha intentado nunca: la liquidación del
analfabetismo en nuestro país en el solo término de un año (APLAUSOS).
Nosotros sabemos que la Revolución cuenta como algo
suyo muy suyo, con el calor y el entusiasmo de los jóvenes; nosotros sabemos
que toda la fe y toda la confianza que en nuestros jóvenes depositemos nunca
será mucha; nosotros sabemos que lo que la Revolución demande de ustedes, que
lo que la Revolución exija de ustedes, siempre lo tendrá de ustedes. Por eso no vaciló el Gobierno Revolucionario,
cuando proyectaba la campaña de alfabetización, en solicitar los
alfabetizadores voluntarios; no vaciló en lanzar aquella extraordinaria cifra
de 100 000 brigadistas, que se cumplió en 3 000 más de aquella meta tan alta
(APLAUSOS).
Y cuando la Revolución solicitó la presencia de los
estudiantes, cuando la Revolución dio o señaló aquella meta, nosotros estábamos
seguros de que se cumpliría, nosotros estábamos seguros de que los jóvenes
responderían, nosotros estábamos seguros de que aquella empresa, con la ayuda
de ellos, saldría adelante. Y estábamos
seguros porque sabemos que una causa tan extraordinariamente justa como es una
revolución, que una empresa tan extraordinariamente noble como es una
revolución, que una batalla tan extraordinariamente heroica como es una
revolución, que una empresa de tal magnitud histórica como es una revolución,
no tendría, desde luego, nunca el respaldo de los acomodados, de los cobardes,
de los débiles, de los envejecidos, de los privilegiados, pero tendría siempre,
siempre, infaliblemente, el respaldo de lo más puro, de lo más virgen, de lo
más vivo, de lo más prometedor de nuestro pueblo. Y eso son ustedes, nuestros jóvenes (APLAUSOS
PROLONGADOS), que miran a la vida como algo que está por delante, que miran a
la vida como algo por hacer y por crear, que miran a la vida con optimismo, con
esperanza, porque de la vida esperan mucho y porque la vida de nuestra patria
espera también mucho de ustedes.
Jóvenes hemos sido todos, como ustedes hemos sido
todos, y momentos distintos hemos vivido todos.
Vivimos el pasado, sufrimos el pasado; sabemos lo que es ser joven, ser
estudiante en aquel pasado, en aquel mundo.
Y por eso sabemos también, o calculamos, lo que es ser joven, ser
estudiante en este momento.
Podríamos decir como aquel obrero ejemplar de un
central azucarero, premiado por su esfuerzo, a pesar de sus más de 60 años, que
en el momento de recibir un diploma nos dijo, con palabras que le salían
realmente del alma: “Quisiera ser joven
para ver marchar a la Revolución.” Ser
joven quería aquel anciano, y no por otra cosa que por ver la marcha de la
Revolución; no por volver a vivir, no por albergar ambición alguna, sino
sencillamente para ver la Revolución.
(HAY UNA BREVE ALTERACION EN EL PUBLICO)
Es que no tienen otra cosa que hacer. Creen que estamos en un mitin de la época de
la politiquería (APLAUSOS Y CONSIGNAS REVOLUCIONARIAS).
Para que ustedes vean, compañeros, que a pesar de todo
lo que la Revolución modifica y cambia al pueblo y lo enseña, hay gente idiota
todavía (EXCLAMACIONES). Eso nos lo
encontramos todos los días. Vamos a ver
si las futuras generaciones tienen los tornillos un poco mejor apretados
(EXCLAMACIONES).
Cada minuto de la vida nos enseña siempre algo, cada
día. Así, con la Revolución, vamos
aprendiendo todos.
¿Qué queremos nosotros de nuestros jóvenes? De nuestros jóvenes queremos mucho, de
nuestros jóvenes lo queremos todo y lo esperamos todo; de nuestros jóvenes
esperamos tener lo que el país no pudo tener de nuestros jóvenes en el
pasado. Son como dos mundos muy
distintos.
Cuando nosotros éramos estudiantes... Bueno, ¿cuándo fuimos estudiantes nosotros?,
¿en qué se invertía la energía del joven en aquel entonces? Una gran parte de las energías de los jóvenes
se invertía en la lucha contra los vicios y los males de aquel pasado, como hoy
invierten en otros pueblos hermanos de América sus mejores energías los jóvenes
estudiantes en la lucha contra los males sociales que les ha correspondido
vivir. En esa lucha no solo desgastaban
sus energías, sino también, muchas veces, sacrificaban incluso la vida. Pero, además, era un mundo donde el joven no
contaba para nada; era un mundo donde el joven estaba condenado a las peores
vicisitudes; era un mundo donde la palabra mañana no existía, la palabra
porvenir no tenía sentido.
¿Qué iba a ser de la vida de cada cual? No lo sabía nadie. ¿Para qué lo preparaban? Nadie habría podido dar respuesta. ¿Por qué se preparaban? Era difícil de responder. ¿Y cómo lo enseñaban? De la única manera que aquel mundo podía
enseñar. Aquel mundo enseñaba lo que
daba de sí, lo que era la esencia de su modo de vida social, el egoísmo, las
ambiciones personales, las tendencias acomodaticias, la sed de privilegios
sociales, los prejuicios, el odio entre los seres humanos, la lucha sin cuartel
de todos contra todos. Ni nos enseñaban,
ni nos orientaban, ni sabíamos de nuestro futuro, ni era capaz aquel mundo de
canalizar eso que todo joven lleva dentro, que es fuerza vital, que es
entusiasmo, que es sed de futuro, sed de lucha, sed de vida; ni podía
enseñarnos nada generoso, ni nada noble, ni podía desarrollar los mejores
instintos de los jóvenes, ni nos daban ejemplo, porque lo que por doquier
veíamos era injusticia, era abuso, era corrupción, era egoísmo, era
privilegio.
Aquella sociedad que le rendía culto al dinero, a la
riqueza, que despreciaba todo valor moral, aquella sociedad trataba de
despertar en cada uno de nosotros la ambición de ser rico, la esperanza de ser
rico; porque el oro era la medida de la consideración social de cualquier
ciudadano, del poder de cualquier ciudadano, de la influencia de cualquier
ciudadano, de las relaciones de cualquier ciudadano.
Aquella sociedad se defendía con la mentira, con la
gran mentira de que a todos por igual les brindaba la oportunidad de llegar a
ser ricos. Y trataba de despertar esa
ilusión, es decir, trataba de despertar en cualquier hombre o mujer la
esperanza de ser un parásito, la esperanza de ser un explotador, la esperanza
de ser un privilegiado, la esperanza de ser un vago, la esperanza de ser un
holgazán, la esperanza de no trabajar y de vivir del trabajo de los demás.
Y en aquella sociedad —donde solo los más audaces en
sus ambiciones, o los más inescrupulosos, o los que por su cuna recibían
determinadas condiciones de vida— una minoría insignificante de la población
lograba alcanzar esas posiciones, mientras la gran masa, la inmensa mayoría
numérica de la población, nacía, crecía, vivía y moría trabajando duramente,
sufriendo, pasando todo género de miseria para sostener sobre sus espaldas la
minoría socialmente privilegiada, la minoría parasitaria.
En aquella sociedad los jóvenes no tenían otro ejemplo
que la corrupción reinante, el robo desenfrenado, y todos los vicios que un
modo de vida como aquel y solo un modo de vida como aquel podía engendrar.
Era lógico que los jóvenes sintieran repulsión por
todo aquello, era lógico que los jóvenes chocaran con aquel mundo, era lógico
que los jóvenes fueran sensibles a aquella situación y tuvieran que sufrir las
consecuencias.
Les duele a los contrarrevolucionarios, les duele a
los explotadores de ayer, les duele a los antiguos privilegiados, y se
resienten del hecho de que una juventud nueva se esté desarrollando en medio
del proceso revolucionario; les duele el enorme, el tremendo apoyo que en las
masas juveniles tiene la causa revolucionaria.
Les cuesta trabajo entender esto. En sus odios ciegos de clase, para quienes lo
peor que en el mundo se pudo haber inventado son las revoluciones, la
catástrofe más grande que puede ocurrir es una revolución. No conciben cómo no sienten los jóvenes
contra la Revolución el odio que ellos sienten, ni lo conciben ni se lo
explican; entonces inventan, inventan la explicación, y entonces dicen que la
Revolución adoctrina, les lava el cerebro a los jóvenes.
En primer lugar, ningún cerebro limpio puede ser
lavado (APLAUSOS). Y si algún cerebro
habría que lavar, no es el cerebro puro de nuestros jóvenes, sino los cerebros
sucios de los parásitos, de los privilegiados, de los retrógrados, de los
egoístas (APLAUSOS), que tienen el alma encallecida, insensibilizada y sucia
hasta la última célula de su cerebro (APLAUSOS).
Es que precisamente lo que define la pureza de una
revolución, la hermosura de una revolución y el atractivo de una revolución, el
brillo como de sol de una revolución, es la actitud de los jóvenes ante las
revoluciones; lo que define a una revolución es tanto el apoyo de los más
sanos, de los sectores más sanos de un país, como el odio de los sectores más
envilecidos y más corrompidos. La
juventud es como el termómetro que señala hacia la justicia, como la brújula
que dice dónde está la justicia.
Ellos no pueden comprender que la juventud está con la
Revolución, porque los jóvenes se enamoran de lo justo, de lo heroico, de lo
digno, de lo que tiene mérito, de lo que implica sacrificio, de lo que es moral
y de lo que es limpio (APLAUSOS).
Ellos no podrán comprender jamás la verdadera causa
del apoyo de los jóvenes a toda causa justa; ellos no podrían comprender jamás
por qué 100 000 jóvenes respondieron presente, por qué se marcharon a las
montañas, por qué fueron a enseñar a los campesinos, por qué se separaron de
sus hogares durante largos meses. Ellos
no podrán comprender jamás por qué jóvenes de 15 y 16 años tripularon nuestras
piezas antiaéreas, a raíz de la histórica batalla de Girón (APLAUSOS).
Ellos no podrán comprender jamás por qué enarbolan,
con singular entusiasmo, la consigna de marchar de nuevo a las montañas, esta
vez para recoger café (APLAUSOS).
(COREAN CONSIGNAS REVOLUCIONARIAS)
Ellos no podrán comprender nunca por qué nuestros
jóvenes cantan “Yo no quiero whisky, yo no quiero té, yo me voy para Oriente a
recoger café” (APLAUSOS).
(EXCLAMACIONES DE: “¡Que lo cante! ¡Que lo cante!”)
Ellos no podrán comprender nunca... (EXCLAMACIONES DE: “¡Que lo cante!”)
No, no. El
cielo no me ha dotado a mí de ninguna voz (EXCLAMACIONES).
Los reaccionarios tienen la culpa de que yo no sepa
cantar, porque yo estudié en colegio de reaccionarios y no me enseñaron nada de
eso. Nosotros estamos preparando ahora
instructores de arte y eso, para que enseñen a cantar a los jóvenes
(APLAUSOS).
A la masa le interesan las cosas que tenemos que
discutir aquí, y los problemas que tenemos que plantear aquí, y las cosas
serias, las cosas fundamentales; no las cosas de broma, no las cosas
superficiales (APLAUSOS).
No se vayan a poner bravos ahora los delegados
(EXCLAMACIONES DE: “¡No!”). Desde luego, no se olviden de que ustedes
fueron escogidos por la masa y entre los mejores, de manera absolutamente
democrática. Así que tienen que
responder a esa confianza que la masa ha depositado en ustedes (APLAUSOS), y
seguir trabajando tan bien como han trabajado durante estos días: con la misma
seriedad, la misma responsabilidad y la misma madurez con que ustedes los
delegados al congreso de la UES
—UES no US, sino UES, que no es
lo mismo (RISAS)—, es decir, con la misma madurez con que han trabajado.
Hay muchas cosas serias... Y hay que reírse, desde luego. Eso no lo deben abandonar nunca: la alegría no la
deben abandonar nunca. Pero no mezclar
las cosas demasiado alegres con las cosas serias (EXCLAMACIONES).
Es necesario que ustedes, compañeros, sobre todo
ustedes, sepan recoger todo ese dinamismo y toda esa fuerza que brota de
nuestros jóvenes; que ustedes sepan orientarlos, que sepan formarlos
ideológicamente, que sepan comprender por qué esas mentes vírgenes y limpias,
esas mentes hay que enseñarlas a pensar, a razonar. Y eso es lo que nosotros les damos. Es lo que llaman ellos de otra forma, ellos
los de mente sucia, que sí estarían muy bien necesitados de un lavado. Pero allá se lo den los imperialistas, que
nosotros no tenemos ningún interés en eso.
Ya sabemos lo que va a pasar con toda esa gente: “¡Qué bobo
fui!” (RISAS), “¡Qué idiota fui!”, “¡Qué
guanajo fui!” (RISAS) “¡Qué embarcá me
dieron!” (RISAS.) Ya sabemos lo que va a pasar con toda esa
gente: el
tiempo se va a encargar de ir haciendo mella en sus ilusiones, el tiempo se
encargará de ir dejando huellas. Y ya se
ve.
Pero, desde luego, no se ve tanto como se verá cuando
con pelucas blancas, con pelucas blancas, estén dentro de muchos años
pordioseros y criados de los imperialistas, despreciados y explotados, si para
entonces hubiera imperialismo —que no habrá (APLAUSOS). Pero al menos tendrán que llevar toda su vida
por delante el estigma de miopes, de ciegos, de desertores, de traidores.
Lo que nosotros les damos a los jóvenes son elementos
de juicio, los que tienen delante de sus ojos; y que son los elementos que
integran toda la obra de una revolución.
Lo que nosotros les damos a los jóvenes es una causa digna que defender,
una causa justa, una causa heroica, una causa gloriosa. Lo que les damos a los jóvenes es una causa
hermosa. Lo que les damos a los jóvenes
es lo que el corazón de todo joven pide y necesita: algo por qué luchar, un camino
decoroso en la vida. Lo que les damos a
los jóvenes es la idea del mañana. Lo
que les damos a los jóvenes es eso que ayer no podía concebirse: el porvenir, la
imagen del futuro, y de un futuro que será enteramente para ellos; no es vicio,
no es egoísmo, no es sed de privilegio.
No les decimos: “Id a las montañas a desalojar
campesinos, a explotarlos, a hacer que trabajen para ustedes.” No les decimos que vayan a los centros de
vicio y de corrupción. No les decimos: “Ponte del lado del
poderoso, del explotador, contra el obrero humilde, contra el campesino.” No les decimos: “Odia a los humildes.” No les decimos: “Desprecia al negro.” No les decimos: “Aspira a ser parásito.” ¡No!
¡Qué distinto es lo que les pedimos! ¡Les pedimos que vayan a enseñar, que vayan a
ayudar, que defiendan la causa de los humildes con todo el valor y el
entusiasmo de que son capaces! ¡Les
decimos que trabajen! ¡Les decimos que estudien,
que se preparen! ¡Les decimos que
luchen! ¡Les decimos que se sacrifiquen! Eso es lo que les damos a los jóvenes: los enseñamos a
pensar, a razonar, a analizar.
Y esas virtudes o cualidades, que se tenían por
virtudes de buenas familias, como era la disciplina, el estudio, el sentido de
la responsabilidad, esas cosas no son hoy cualidades que le inculquen al joven
simplemente en su casa, sino cualidades que le inculca la Revolución a todos
los jóvenes.
Muchas familias burguesas no querían que sus hijos
fueran corrompidos, pero aquella sociedad burguesa indefectiblemente corrompía
a sus hijos. Es posible que no quisieran
que fueran unos inmorales, y aquella sociedad los hacía inmorales; es posible
que muchas familias no quisieran que fuesen viciosos, y sin embargo aquella
sociedad los hacía viciosos. Eran
víctimas de su propio medio de vida, eran víctimas del propio mundo que habían
construido.
¡Hoy se marchan los burgueses! No les interesa que sus hijos sean virtuosos,
no les interesa que no se corrompan. Al
parecer hoy han demostrado que las virtudes burguesas y la moral burguesa era
muy débil y muy pobre, porque hoy en nuestro país los garitos de juegos se
acabaron; los vicios —todos aquellos vicios desenfrenados— se acabaron; en
nuestro país van desapareciendo todas las lacras, desde el juego hasta la
prostitución, y sin embargo los burgueses se llevan a sus hijos del país que se
limpia de todas esas lacras y de todos esos vicios, del país que fomenta entre
los jóvenes las mejores virtudes, al país donde todos los vicios del mundo se
refugian, donde toda la corrupción del mundo encuentra su último asidero, donde
juego, vicio, drogas, prostitución, están en pleno auge; delincuencia juvenil,
en pleno auge; crecientes olas de crímenes, de jóvenes desquiciados,
perturbados. Y se marchan hacia allá, no
les importa que sus hijos puedan ser criminales o víctimas del crimen, viciosos, jugadores, morfinómanos.
No les interesa eso, no les interesa que a sus hijas
se las corrompan y hasta las conviertan en prostitutas. Porque allá, junto con los burgueses, se
marcharon todos los dueños de cabarets, se marcharon todos los dueños de
casinos de juegos, se marcharon todos los contrabandistas de drogas heroicas,
se marcharon los dueños de prostíbulos, ladrones de todo tipo, viciosos de todo
género, consuetudinarios morfinómanos bastante conocidos. Y, ¿qué han hecho?, ¿qué han hecho en Miami?,
¿qué han hecho en Costa Rica?, ¿qué han hecho en Panamá?, ¿qué han hecho en
Venezuela?
Allá se han llevado sus negocios de drogas, sus
prostíbulos, sus casinos. Y lo que nos contaban algunos compañeros de Costa Rica, que es
extraordinario el auge de la prostitución en la capital de ese país, cuyos
dueños son muy ilustres exilados, emigrantes, gusanos.
En Venezuela, en Miami, en Panamá, en muchos de esos
sitios, estos señores han ido con sus costumbres y sus negocios. A los burgueses no les importa eso. ¿Sus hijos serán víctimas de esa
sociedad? Claro, con alguna diferencia.
Aquí, la prostitución la reservaban para las hijas de
los trabajadores y los campesinos.
Ellos, los burgueses, los de la alta sociedad, explotadores, nunca se
vieron en la terrible necesidad de introducir a sus hijas en esa
profesión; la practicaban de una manera
mucho más refinada:
las vendían a los ricos.
Les buscaban hacendados y millonarios a sus “niñas”.
Pero ahora, ahora que ellos son friegaplatos y
ascensoristas, ahora que viven de la limosna de los imperialistas, es posible
que a muchas de sus hijas, dolorosamente, les esté reservada en aquella
sociedad capitalista la suerte que ellos reservaban aquí para las hijas de los
obreros y de los campesinos (APLAUSOS).
Los burgueses se llevaron con ellos hasta sus colegios
de privilegiados, se llevaron a sus niños y a sus niñas a Miami. ¿Qué destino les espera en aquella
sociedad? ¡Ah!, allí también tendrán que
seguir con sus hábitos, allí también tendrán que buscar relaciones; porque no
se me olvida la propaganda de uno de aquellos colegios en que se decía: “Su hijo adquirirá
magníficas relaciones.” Había que pensar
en las relaciones. El estudiante tenía
que pensar en las relaciones, ver cómo se relacionaban con los que tenían
dinero, con los que tenían influencias.
No decían: “Su
hijo se hará un gran técnico, desarrollará todas las facultades, tendrá
asegurado el lugar que le corresponda en la sociedad.” No.
“Adquirirá relaciones.” Es decir,
tendrá que “guataquear”, tendrá que trepar, tendrá que contar con la amistad de
los influyentes.
¿Inteligencia?
¡No importa! ¿Capacidad
técnica? ¡No importa! ¡Se relacionará! La Revolución no les dice eso a sus jóvenes,
les dice: “¡Estudia,
supérate, fórjate para que seas útil a tu patria; tu lugar está asegurado sin
que tengas que adularle a nadie, sin que tengas que rebajarte a nadie! (APLAUSOS.)
¡Sin que tengas que trepar, sin que tengas que reptar, sin que tengas
que humillar; estudia, trabaja, esfuérzate, sé disciplinado, aprende a pensar
en tu pueblo; no seas egoísta, sé generoso!”
La Revolución despoja de la mente de los jóvenes toda
aquella hojarasca de la sociedad burguesa, todas aquellas vanidades, todos
aquellos prejuicios, todos aquellos absurdos, e inculca en el ánimo de los
jóvenes sentimientos generosos, sentimientos nobles, sentimientos dignos.
En fin, que la Revolución prepara a los jóvenes para
una vida nueva, totalmente nueva, a años luz de distancia de aquella vida del
pasado en todos los órdenes, para la vida que tenemos que lograr, para la vida
que tendremos que vivir, y que ha de ser infinitamente superior a aquella,
porque no serán los hombres víctimas del egoísmo, ni del odio, ni del cruel
desprecio, ni de la humillación, ni víctimas de la explotación, ni víctimas de
los privilegios de nadie; en que los hombres vivirán de manera muy distinta.
Para esa sociedad que es mejor, que es infinitamente
superior, preparamos a nuestros jóvenes.
Y nuestros jóvenes lo comprenden, porque ellos sí pueden comprenderlo,
porque ellos están de cara hacia el mañana, de cara hacia el porvenir, de cara
hacia el amanecer. Y los otros —los
enemigos de nuestro pueblo, los reaccionarios— están de cara al pasado, están
de cara al oscurecer de una sociedad, de un mundo y de una vida. ¡Ellos no pueden ver el sol del mañana,
porque están de espaldas a ese mañana!
(APLAUSOS), y los jóvenes sí pueden verlo. Por eso su actitud, su ánimo tan distinto al de
aquellos. Y eso, bueno, no lo podrán comprender, pero lo tendrán que aceptar.
¿Qué creyeron, que la bota de sus amos nos
aplastaría? ¿Qué creyeron, que el
“todopoderoso” imperio liquidaría la Revolución? ¿Qué creyeron, que nos ahogaríamos ante las dificultades,
que sucumbiríamos ante el bloqueo, que nos acobardaríamos ante el peligro? Eso creyeron, ¡y se
equivocaron! Eso creyeron, ¡y cada día
será mayor la decepción, el desengaño!
¡Ni nos aplastarán, ni nos liquidarán, ni sucumbiremos, ni habrá miedo
frente a las dificultades! ¡Y lo que
habrá es marcha hacia adelante!
(APLAUSOS), ¡lo que habrá serán éxitos, éxitos y victorias!, porque
estamos afincados en la razón de la historia, estamos afincados en la verdad,
estamos afincados en lo justo.
Creyeron que no se abriría paso la Revolución,
creyeron que fracasaríamos, que los revolucionarios fracasaríamos, lo creyeron;
era tan grande el deseo que tenían de nuestro fracaso, que llegaron a creer en
la infalibilidad de sus deseos.
Sin embargo, ¿qué se observa?, ¿qué se ve? Marchamos adelante; estamos seguros de
nuestro triunfo, de nuestra fuerza, y sabemos que nuestra fuerza crece, y
sabemos que la Revolución se consolida, y sabemos que cada día que pasa, ¡ah!,
cada día que pasa las esperanzas de los imperialistas van quedando más
lejos.
Creyeron que no nos defenderíamos. ¡Nos defendimos, y no saben hasta qué punto
estamos decididos a defendernos!
(APLAUSOS.) Han sufrido muchas
derrotas, que no son más que el preludio de las derrotas que han de sufrir
todavía (APLAUSOS). Han sufrido muchos
descréditos, que no son más que el preludio de los descréditos que tienen por
delante (APLAUSOS).
¡Nosotros nos mantenemos firmes frente a todo su
poderío, a todos sus recursos, a su bloqueo, al diluvio de calumnias vertidas
por el mundo con su prensa reaccionaria y mentirosa! ¡Firmes nos mantenemos!
Crece la obra de la Revolución. Dondequiera que se mire, se contempla. Aquí mismo esta inmensa masa, en todas
partes, el inusitado auge que cobra, por ejemplo, el estudio, el hecho de que
los alumnos matriculados en la enseñanza primaria hayan aumentado de 700 000
a 1 250 000 (APLAUSOS); el hecho de
que los estudiantes de niveles medios hayan aumentado, de 120 000 cuando el
triunfo de la Revolución, a 250 000 (APLAUSOS); el hecho de que los graduados
de sexto grado, frente a la cifra de unos 35 000 antes del triunfo de la
Revolución, se haya elevado a 60 000 (APLAUSOS); que 50 000 nuevos estudiantes
secundarios comiencen esa enseñanza en el próximo curso, da una idea de cómo
marchamos hacia adelante, de por qué tenemos que ver con optimismo todo.
¡No!, nosotros no trabajamos para hoy. El hoy no importa, ¡lo que importa es el
mañana! ¡Nosotros trabajamos para el
mañana! (APLAUSOS.) El hoy, el presente, sabemos que es de
trabajo, de lucha, de sacrificios. Sin
embargo, el presente no nos intimida y no nos desalienta, a la par que el
futuro, nos llena de aliento.
Nosotros no rumiamos queja alguna de las dificultades
de hoy. Hoy no podíamos tener otra cosa
que dificultades frente a enemigos tan poderosos queriendo destruirnos, frente
a un imperio contra el cual retadoramente se ha elevado, y se ha rebelado, y se
ha independizado un pueblo, pequeño como el nuestro, que ha decidido marchar
solo hoy, solo entre todos los pueblos de América, pero seguro de que pronto no
será solo, seguro de que mañana lo serán todos (APLAUSOS).
Teníamos que encontrarnos dificultades, porque nos
dejaron una economía pobre, un país sin industrias, deformado en su producción
de bienes materiales. Nos dejaron un
país sin técnicos prácticamente; nos dejaron el caos y la anarquía, que es la
esencia del modo de producción capitalista;
nos dejaron sus derroches. Claro
está que esas mansiones fastuosas, principescas, con cuyo costo se habrían
podido construir centenares de fábricas, no las podemos poner a producir, al
menos las ponemos a producir técnicos.
Es decir, ahí están las huellas del derroche
capitalista, por todas partes; no son chimeneas a lo largo de las calles, a lo
largo de ciertas avenidas:
son palacetes fastuosos, ¡derroche!; no fueron 100 000 tractores,
no: unos pocos miles de tractores y 300
000 automóviles. Con eso no se produce,
con eso se gasta:
gomas, piezas, gasolina; no se multiplican con esos bienes las
riquezas de la nación, con eso no tenemos más leche ni más carne, ¡no!, no
tenemos más ropas ni más zapatos; no los vamos a fabricar en los palacetes, ni
con los autos de lujo, no los vamos a fabricar con lo que nos dejaron. Para eso tenemos que hacer nosotros las
fábricas, invertir nuestro esfuerzo, adquirir los medios de producción que nos
permitan multiplicar nuestra riqueza.
Para eso necesitamos decenas de miles de técnicos, y es lo que estamos
haciendo.
En el presente: pobreza —la que nos dejaron—,
subdesarrollo, carencia de una industria, hostilidad, bloqueo, agresiones,
agentes saboteadores, criminales pagados por los millonarios yankis. Ese es el presente que afrontamos sin
vacilación, que afrontamos seguros de que saldremos victoriosos; y miramos
hacia el mañana, que el mañana de nosotros es luminoso, y el mañana de los
imperialistas es sombrío.
¿Por qué se desesperan? ¿Por qué no quieren paz? ¿Por qué no paralizan su industria
bélica? ¿Por qué? ¡Porque están desesperados! ¿Por qué intervienen en todas partes, por qué
sabotean toda solución pacífica? ¿Por
qué? ¡Porque están desesperados! ¡Porque el mañana para ellos es sombrío, y
ellos lo saben!
Pueblos que despiertan día a día, naciones que se
hacen libres, pueblos colonizados que derrotan ejércitos poderosos y conquistan
su libertad a sangre y fuego. Un mundo
que se libera:
esclavos que rompen sus cadenas por doquier. Esa imagen llena de terror a los esclavistas,
a los explotadores, a los piratas, a los saqueadores de los pueblos, ¡porque el
mañana es de los pueblos, y se ve por doquier y no puede paralizarlo nada!
No podrán paralizarlo ni la carrera armamentista, ni
el belicismo; no podrán detenerlo todos los reaccionarios juntos, porque la
humanidad toda, como un río crecido, los arrastra y los lanza hacia las
profundidades del abismo que con sus injusticias han cavado. ¡Nada puede detener eso, y ellos lo
saben! Y el pesimismo se apodera de
ellos, y se revela en su prensa, en sus revistas; el derrotismo los mina. Por eso están desesperados, porque ven el
cuadro de su porvenir, y lo ven día a día, y en América lo ven con más claridad
que en ninguna parte.
Fracaso tras fracaso, revés tras revés, descrédito
tras descrédito, pulverizadas están ya las ilusiones imperialistas; fracasado,
como era inevitable, su último invento, su última mentira, su última maniobra
que quisieron fraguar para liquidar a nuestra Revolución, para aislarnos, para
agredirnos.
Y ahí está el cuadro de Argentina, el cuadro de Perú,
el cuadro de Colombia, el cuadro de Ecuador, el cuadro de Guatemala, el cuadro
de Paraguay, el cuadro de Venezuela. Ahí
está el cuadro de caos, de derrumbe, de ruina del imperialismo; ahí está el
callejón sin salida, es decir, no sin salida, sino el callejón cuya única salida
es la Revolución (APLAUSOS).
Cuba está en pie, el Gobierno Revolucionario está en
pie. ¿Dónde está, en cambio, el títere
de Frondizi? ¿Dónde está el títere de
Prado? ¿Cómo andan las cosas en los
predios de esos gobernantes serviles que obedeciendo los dictados del imperio
rompieron con nosotros, y fueron cómplices de las agresiones contra
nosotros? ¡Víctimas
de los golpes militares, como para acabar de decirle al mundo, como para acabar
de gritarles a los imperialistas ante el mundo:
¡mentirosos! ¿Dónde está la
democracia representativa? ¡Aunque sea
eso, esa hojita de parra! ¿Dónde
está? Porque ya no son gobiernos
oligárquicos producto del fraude, de la maquinaria erigida para mantener a las
grandes masas en la explotación, en la ignorancia y al margen de la vida de los
pueblos. Ni eso siquiera, sino
“gorilas”, “gorilas”, “gorilas” puros.
¡Y ya su democracia dejó el frac!
(APLAUSOS.) Ya los “instrumentos
de frac” van cediendo el paso “democrático-representativo” en Venezuela, en
Perú, es posible que en Colombia, donde no hace 24 horas el títere nuevo asumió
la presidencia y ya tiene una crisis militar.
Y Betancourt, que ha visto arder las barbas de sus vecinos, y ha querido
poner las suyas en remojo, y por eso pidió a la OEA que no se reconociera al
gobierno de Prado, como había pedido que no se reconociera el de Argentina,
porque al parecer se dijo:
“Primero Frondizi, después Prado..., ¿y después?” y
para tratar de frenar lo que teme, al mismo tiempo que confiesa su inseguridad,
su desconfianza de los propios militares de su país, al ver arder las barbas de
su vecino, probó echar agua, pero el Tío Sam dijo “no” y le negó la sal y el
agua.
Betancourt, el demócrata, pide a la OEA que no se
reconozca, y el demócrata Betancourt, el más incondicional, el más lacayo de
los instrumentos del imperialismo, ni a ese el imperialismo le puede salvar la
cara. Y el imperialismo ya da los pasos
para reconocer la Junta Militar de Perú.
He ahí el destino que ha esperado y espera a los
traidores, a los reaccionarios. ¿Dónde
están los estudiantes en Venezuela? ¡En
la calle, combatiendo al gobierno reaccionario y entreguista! (APLAUSOS.)
¿Dónde están los estudiantes en Guatemala? ¡En la calle, luchando y muriendo contra el
títere Ydígoras! (APLAUSOS.) ¿Dónde están los estudiantes en
Colombia? ¡De huelga, luchando contra el
poder reaccionario y las medidas impopulares!
(APLAUSOS.) ¿Dónde están los
estudiantes en Perú? ¡En la calle,
luchando contra la Junta Militar!
(APLAUSOS.) ¿Dónde están los
estudiantes en Argentina? ¡En la calle,
luchando contra los “gorilas”!
(APLAUSOS.) Ese es el
cuadro.
¿Dónde están los estudiantes en Cuba? ¡Aquí, en la Plaza de la Revolución! (APLAUSOS PROLONGADOS.) He ahí la diferencia, la singular y definitoria
diferencia.
¿Hacia dónde marchan los estudiantes en Venezuela, en
Guatemala, en Perú? ¡Hacia las montañas,
pero no a recoger café ni a enseñar a los campesinos, sino a levantarse en
armas contra los imperialistas, contra los gobiernos mercenarios y traidores! (APLAUSOS.)
He ahí la diferencia, la singular diferencia entre aquellos poderes y el
poder revolucionario; entre el porvenir sombrío del imperialismo y el futuro luminoso
de los pueblos y de las revoluciones. He
ahí.
¿Qué importa lo que escriban? ¿Qué importan las mentiras que en inútil y
baldío empeño de confundir a los pueblos rieguen por el mundo? Las realidades son más testarudas, y las
realidades se imponen. La realidad es
esta, y la realidad es la ola revolucionaria que avanza en todo un continente,
sin que los imperialistas puedan impedirlo, sin que los imperialistas puedan
evitarlo (APLAUSOS); ¡ni pueden, ni podrán, y cada día menos lo podrán!
Este es el cuadro, compañeros y compañeras: el mañana luminoso
de ustedes. Vamos delante, algunos años
por delante de nuestros pueblos hermanos; los años de Revolución transcurridos,
años ganados; los planes que se llevan adelante, terreno ganado.
Ustedes, las escuelas donde estudian, pasos de
gigantes hacia el porvenir, ese mañana de la patria, ese mañana del mundo, ese
mañana distinto, ese mañana luminoso, es de ustedes; a ese mañana pertenecen,
en ese mañana trabajarán, lucharán, triunfarán (APLAUSOS).
Y de entre ustedes descollarán grandes inteligencias,
en la ciencia, en la técnica, en todos los campos. Ahí, entre ustedes, se encuentran, no sabemos
cómo se llaman, quién es, quiénes son, pero sabemos que ahí, en esa masa, están
los hombres y las mujeres que triunfarán, que llenarán de orgullo la patria de
mañana, cuyos nombres recorrerán el mundo, en cuya inteligencia y en cuyas
manos estará un futuro mejor para nuestro pueblo, en cuyas manos y en cuya
inteligencia está la riqueza de mañana, la abundancia de mañana, la felicidad
de mañana.
Eso es: ¡A estudiar!, ¡a luchar!, cada uno de
ustedes, pensando que tienen un deber:
dar de sí todo, dar de sí lo mejor, pensando que tienen una obligación
sagrada: llegar al máximo de desarrollo
en el estudio, en la cultura; llegar al máximo que cada uno de ustedes pueda
dar de sí mismo, como si en cada uno de ustedes, si de cada uno de ustedes
dependiera la felicidad y el futuro de la patria.
¡Adelante, compañeros jóvenes! ¡Adelante, con ese entusiasmo, con esa fe que
vence todos los obstáculos! ¡Adelante
hacia el porvenir, hacia el mañana luminoso!
¡Patria, patria hoy, patria mañana y siempre para
ustedes!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)