Discurso pronunciado por el Comandante
Fidel Castro Ruz, Primer Ministro y Primer Secretario de las ORI, en el centro
vocacional para maestros Sierra Maestra, en Minas del Frío, el 17 de junio de
1962.
(Departamento de Versiones Taquigráficas del
Gobierno Revolucionario)
Compañeras y
compañeros:
Estaba pensando ahora que yo creo que
ustedes no han almorzado todavía, ¿verdad? (Exclamaciones de: “No importa.”) Yo sé que dicen que el agua de aquí de las
Minas del Frío da un apetito tremendo (Risas).
Eso y lo del frío, no se puede estar mucho tiempo aquí sin comer en las
Minas del Frío (Exclamaciones).
Bueno, de todas formas, es que hay
también otra cosa: después hay juego de pelota.
Yo quiero jugar pelota también (Aplausos).
Pero bien, quiero expresarles, en primer
lugar, compañeros y compañeras, que es cierto eso de que nosotros sentimos una
gran satisfacción al llegar a este sitio.
En este caso se juntan una serie de circunstancias. En primer lugar, este sitio tiene para
nosotros recuerdos de los tiempos de la guerra, e incluso recuerda los tiempos
más difíciles, cuando nosotros éramos unos pocos solamente.
Pero también se junta a los recuerdos, a
los muchos recuerdos de este sitio, lo que esta escuela significa para nuestra
Revolución y lo que significará para nuestro país.
Esta escuela es fruto puro de nuestra
Revolución, y ningún lugar mejor que este para que aquí se estén formando los
maestros. Claro está que todo esto ha
sufrido muchos cambios; cambia y cambiará.
La
primera vez que nosotros llegamos aquí había una casita, una familia campesina
que vivía allí en aquel alto —donde ahora está el hospital—, la familia del
campesino Mario Sariol.
Días atrás los soldados enemigos habían
estado apostados por todos estos caminos, ellos estaban realizando una ofensiva
contra nosotros. Nosotros éramos unos
veinte más o menos en aquella época.
Y lo peor de todo no era eso —no es que fuéramos veinte—, sino que
entre los veinte teníamos un traidor (Exclamaciones), un gran traidor; el
práctico nuestro se había convertido en traidor. Y como era el único que salía, porque tenía
que salir para saber si había mensajes, explorar los alrededores, informar los
movimientos del enemigo, pues constituía aquello un hecho muy grave. Y por cierto que estuvieron a punto de
exterminarnos a todos nosotros en un lugar que no está muy lejos de aquí, sino
que es detrás de Caracas, esa loma alta que ustedes ven enfrente. Esa loma fue la capital de nosotros durante
los primeros tiempos aquellos. Porque
nosotros éramos unos poquitos, poquitos, y muy poco a poco íbamos aumentando;
pero en aquellos tiempos nosotros no conocíamos estos sitios realmente.
Y por aquellos mismos días parece que
ellos tenían la convicción de que contando con el apoyo de un traidor... y el traidor los llevó, los llevó tres
veces. Una vez llevó la tropa cuando
nosotros estábamos en otro sitio; pero parece que algunos se adelantaron, se
pusieron ambiciosos, se quisieron llevar toda la gloria y cayeron en una
emboscada nuestra. La segunda vez fueron
los aviones. El les indicó el punto
exacto donde estábamos y, además, se montó en un avión —esa es de la única
manera que se puede hacer un ataque contra un lugar exacto—, se montó en un
avión que iba de explorador, indicó el sitio exacto, vinieron después como siete
u ocho aviones y atacaron aquel sitio.
Pero realmente la aviación impresionaba más que otra cosa, pero no era
efectiva. Estorbaba, fastidiaba bastante
para caminar por los sitios desguarnecidos de vegetación alguna, pues estorbaba
mucho los movimientos.
La tercera vez ya llevó todo un ejército
para cercarnos en el punto exacto donde estábamos. Era un individuo que, incluso, el día antes
había pedido estar de centinela cuando venían los soldados; pero parece que esa
tarde cayó un gran aguacero y los soldados decidieron esperar para el otro
día. Y por una serie de circunstancias,
en las cuales nosotros comprendimos que estábamos siendo traicionados, ese día
muy difícilmente, muy apretadamente, y por quince minutos, pudimos evitar que
nos cercaran totalmente y no fuimos aniquilados esa vez.
Ciertamente, en aquella ocasión nosotros
tuvimos la impresión de que nunca más seríamos derrotados, porque pensábamos
que con tanta fuerza, tantos recursos como tenían nuestros enemigos, ni aún así
habían podido liquidar al grupo pequeño que nosotros constituíamos. Pero, por aquel tiempo, simultáneamente,
tomaron todas las salidas y entradas de la Sierra y nosotros habíamos salido de
la Sierra, habíamos hecho una excursión por el llano y veníamos subiendo por
aquí. Dos días antes se habían ido los
soldados de este alto. El día anterior
también nos habían delatado por otro punto que está cerca de aquí y fueron a
rodearnos también, pero ya nosotros estábamos un poco más avisados (Risas) y
pudimos irnos antes de que ellos completaran el cerco otra vez. Y caímos en casa de unos campesinos que viven
más abajo de la casita de zinc —una que ustedes deben haber visto por allá—, y
entonces allí lo mismo: los soldados habían armado un gran ruido, tirando con
morteros, ametralladoras y todo eso.
Llegó la noche —bien empapados, porque
había caído un gran aguacero—, comimos y bien tempranito subimos hacia
acá. Y a nosotros nos habían dicho: “Mario Sariol es
partidario de Batista”, algo de eso, a tal extremo que nosotros, que ya
habíamos capturado unos “cascos” por allá por La Plata y en otros sitios, los
compañeros que llegaron delante venían vestidos de soldados, haciéndose pasar
por soldados del ejército; llegaron pidiendo que hicieran comida, porque en
aquellos tiempos había veces que cuando no estábamos muy seguros —no
conocíamos—, pues íbamos disfrazados, de soldados. Después nos descubrían, porque siempre
queríamos pagar, y entonces eso empezaba a llamar la atención, porque los
soldados nunca pagaban (Risas).
Pero bien, se podrían contar muchas
anécdotas sobre todo eso. Me estoy
refiriendo simplemente a cómo llegamos aquí la primera vez, y nos asomamos por
aquel altico; bajó el compañero Guillermo García y otros compañeros más, hechos
unos perfectos casquitos; llegaron y le pidieron que mataran unos puercos, que
hicieran una comida ahí, porque nosotros veníamos con un hambre vieja del
diablo (Risas). Nosotros entramos por
allá y luego se formó una confusión tremenda, porque empezaron a llegar
noticias de que “vienen soldados por aquí y soldados por allá”, pero los
soldados éramos nosotros mismos (Risas).
Y se armó una confusión tremenda cerca de este sitio aquel día
casualmente, porque el día anterior un compañero estaba divisando la columna de
soldados enemigos que venía, otros no la veían y hasta que por fin la divisamos: “es cierto, son
soldados, es una columna”, el día anterior.
Ese otro día, se vio una columna bajando
por allá, y el mismo compañero que había visto los soldados el día anterior,
divisa la columna y dice:
“viene por allí un grupo de soldados”. Entonces se crea la confusión, porque por
aquí habían llegado noticias de que venían subiendo los soldados. Después nos dimos cuenta que éramos nosotros
mismos, porque eran noticias que llegaban de aquí.
Había otras tropas por allá, y por aquel
alto, por allá, por alguno de aquellos altos empezaron a ver otra columna de
soldados; decidimos: “bueno, vamos a retirarnos entonces”. No pudimos esperar el arroz con pollo que nos
estaba haciendo Mario Sariol (Risas); con la noticia de soldados por aquí,
soldados por allá, soldados por todas partes, el arroz con pollo se quedó hecho
—y fue una verdadera lástima, se lo aseguro (Risas).
Entonces había un grupo allá, cuidando
hacia aquella zona. Nos retiramos por la
zona esa que está entre Caracas y La Magdalena, por ahí. Pero ocurre que el
grupo de compañeros que estaba por allá, que tienen que hacer contacto con
nosotros en un punto que les indicamos pierden el contacto y se quedan
extraviados; pero nos quedamos esa vez doce, éramos doce. Eramos doce y estábamos por un arroyo que hay
allí, del Alto de la Maestra hacia abajo por allá, pero era una manigua
infernal; por allí fuimos avanzando hasta que llegamos a un arroyo, ese que va
quedando a la derecha del camino por donde se va para Magdalena (Exclamaciones
de: “El Roble”). No, no, porque El Roble es por allá, Meriño y
Roble, y el arroyo ese está a la izquierda, a la izquierda del camino de El
Roble y a la derecha del camino de Magdalena.
Y por los cabezos de ese arroyo nosotros fuimos a parar...
Era el mediodía, abrimos el radio y sale
un parte de guerra que decía:
“ya los hemos perseguido y los hemos dispersado; quedan doce nada
más” —decía el parte de guerra, media hora o una hora después que de verdad se
habían extraviado seis compañeros y habíamos quedado doce—, “quedan doce y no
les queda otra alternativa que rendirse o escaparse, si es que pueden”. Pero dicho en aquel tono soberbio con que
ellos emitían sus partes de guerra: “no quedan más que doce”.
Nosotros éramos doce de verdad los que
estábamos allí, que fue una casualidad, pero que nos daba una rabia... Y entonces aquella frase: “no les queda otra alternativa que
rendirse o escaparse, si es que pueden”.
Entonces nosotros dijimos, oyendo aquella frase hiriente: “ni nos rendimos ni
escapamos; ninguna de las dos cosas (Exclamaciones y aplausos), vamos a seguir
con los que seamos”. Y así fue una
determinación que tomamos en aquel momento:
honda, sentida, producto de todo aquel momento, porque en realidad en
medio de muchas circunstancias adversas, sin conocer la región, sin tener
amigos en la región, con la experiencia de la traición que habíamos sufrido,
con todos aquellos inconvenientes...
Todo esto estaba desalojado, toda esta zona de aquí, de El Jigüe, todo
estaba completamente desalojado.
Nosotros entonces andábamos explorando picos por ahí para allá.
Después vino la Huelga de Abril, y
después vino la gran ofensiva aquella contra nosotros, que movilizaron como a
10 000 soldados. Ya nosotros teníamos
como 300 hombres aquí en la Sierra Maestra.
Para los 300 teníamos 60 fusiles que tenían 40 balas, es decir, había
que ir distribuyendo todas las armas aquellas, y ellos desembarcando por el sur
y por el norte.
Llegaron, llegaron hasta Las Vegas; estuvieron
varios días, porque entonces nosotros fuimos atrincherándonos por todos los
caminos esos y haciéndoles resistencia, haciéndoles resistencia. La idea de nosotros es que ellos fueran
avanzando, pero trabajosamente, a medida que ellos avanzaban más, nos
concentrábamos nosotros más.
Por aquellos días, naturalmente, esta
escuela era visita diaria de los aviones, era visita diaria. A esa casa de Sariol no se sabe la cantidad
de balas y de bombas que le tiraron.
Suerte que esto había sido una mina, y por ahí había un túnel —que
ustedes lo deben haber visto (Exclamaciones de: “¡Sí!”).
Algunas veces nosotros estuvimos aquí
cuando los bombardeos, y lo único que ocurría, eso sí, cuando tiraban una
bomba, era que se apagaban las luces dentro del túnel, parece que por la fuerza
del aire; pero era un lugar bastante seguro.
Pero la gente se acostumbró por todos
estos lugares, compañeros, porque muchas veces llegaban los aviones y no había
tiempo de llegar al túnel ni a ninguna parte, y la gente por los cafetales y
por ahí. Este lugar era diario el ataque
de los aviones. Y Sariol ni siquiera a
la familia se llevó; se quedó aquí con su familia, durante todo aquello, aquí.
Vino la ofensiva. Entonces nosotros veníamos echando nuestro
ganado para atrás, para que los guardias no fueran a abastecerse con las
propiedades del Ejército Rebelde (Risas), y del campesinado de aquí. Pero ya el terreno que nos iba quedando era
menos, y no quedaba más remedio que matar, iban matándose y dejando únicamente
las que nos quedaban.
Y ellos avanzando por el norte y
avanzando por el sur, con sus batallones, hasta que por fin, en El Jigüe, sí
llegaron a un punto donde todo el ganado de nosotros no se pudo retirar. Todos los días mataban una, dos, tres vacas
allí por la zona de Purialón y por El Jigüe, ellos estaban instalados,
abastecidos, abasteciéndose de nuestro ganado.
Pero también venían avanzando por todos
estos puntos; llegaron a San Lorenzo, de San Lorenzo se metieron en
Meriño. Nosotros estábamos en La Plata,
porque ellos estuvieron 35 días avanzando y nosotros pues estuvimos 35 días
avanzando. Pero ya a los 35 días
nosotros fuimos retrocediendo, hasta que llegó una etapa...
La primera vez que ya les dimos un golpe
fuerte fue en Santo Domingo, cerca de La Plata, porque ellos ya tenían un
batallón allí, 400 hombres, y mandaron otro más: 800. Y
nosotros teníamos un grupito de siete u ocho cuidando trillos, caminos, pero
entre dos grupitos de esos quedó cercada una compañía de ellos, entre dos. Y les capturamos como cincuenta y tantas
armas, incluso morteros y todo: armamos enseguida a la gente. Y estando allá llegan noticias de que la
tropa ha entrado en Meriño. No sabíamos
qué intención tenía, si tomar Minas del Frío; entonces, nos trasladamos aquí
rápidamente a la zona esta de Meriño. Y en esta zona, estando ya nosotros
aquí, ellos atacaron allá, tratando de tomar el campamento de La Plata.
Y entonces nosotros les preparamos aquí
un combate que con seguridad que aquel batallón hubiera quedado completo
aniquilado, porque yo pensé:
“estos van a seguir la ruta que han llevado otras veces, hacia El
Roble y hacia La Plata”. Pero también
pensábamos que podían tratar de subir aquí, así que teníamos que organizar la
defensa de este lugar y preparar también...
Entonces esa tropa estaba allí ya prácticamente cercada, pero de
repente... Estábamos organizando mulos,
organizando todo para salir en la dirección que nosotros creíamos que llevaban,
y no llevaban esa dirección:
retrocedieron. De todas
maneras, había alguna fuerza por allá, que los atacaron, pero ellos pudieron
escapar y dejaron todos los mulos.
Y entonces, inmediatamente, nos
trasladamos a El Jigüe, y allí entonces cercamos un batallón que había
allí. Aquella fue una lucha de... Ciento
veinte hombres teníamos nosotros, los que pudimos movilizar allí. Cuando se
terminó aquella batalla, estando en medio de la batalla de El Jigüe, nos
toman Minas del Frío; la tomaron. Porque
por dondequiera trataban ellos de penetrar en las posiciones de nosotros, pero
en el medio de aquella batalla se aparecieron por allá arriba, miren; por
aquellos picos se aparecieron, de San Lorenzo.
Allá murió un compañero nuestro.
Y entonces atacaron también por otros puntos, y se tuvieron que
retirar los compañeros que estaban aquí defendiendo la Maestra, para que no
siguieran por la Maestra para allá. Pero
al mismo tiempo teníamos que defender este camino para que no nos fueran a
atacar mientras nosotros teníamos cercado aquel batallón allá. Ellos llegaron aquí, y mientras tanto, siguió
la batalla allá.
El hecho era que nosotros estábamos
cercados por todas partes, y teníamos dentro un batallón cercado; quién ganaba
primero era lo importante. Y ellos se
rindieron, tuvieron que rendirse, no les quedaba de verdad... Ni agua tenían ya.
Entonces, una vez que nosotros pudimos
haber rendido aquel batallón y capturar las armas, derrotar los batallones que
vinieron de refuerzo, tratando de romper el cerco, ya entonces pudimos hacer
una fuerza grande, y se fueron de las Minas del Frío hechos una bala (Risas);
se fueron para Las Mercedes. Recuperamos
las Minas del Frío otra vez.
Cercamos a los soldados que estaban en
Las Vegas y los rendimos también, y después cercamos a los que estaban ya en
Las Mercedes también, que fue una batalla larga también. Esos pudieron escapar porque metieron tanques
y metieron todo eso. Pero el hecho
cierto fue que durante toda aquella lucha, Minas del Frío jugó su papel, y
cuando a nosotros nos tomaron las Minas del Frío, créannos que lo sentimos de
verdad, seriamente, porque fue el único punto de aquí, del Alto de la Sierra,
que nos tomaron.
Bueno, creíamos que lo iban a destruir
todo, pero fue tal el miedo de esa gente que no se metieron en el monte para
nada. Parece que se instalaron allá
arriba, y ni siquiera buscaron; todo estaba intacto. Es decir, tenían miedo a las Minas. Cuando se fueron no destruyeron nada, no
tuvieron tiempo ya ni de destruir, de la velocidad que llevaban por las lomas para
abajo (Risas).
Durante toda aquella lucha, desde el
principio hasta el fin, este fue un centro importante. Ya al final de la guerra aquí había mil
compañeros en esta escuela, y entonces nosotros sacamos todos esos soldados sin
armas, y desde Guisa hasta Santiago de Cuba los armamos con armas que les
fuimos quitando a los soldados por toda esa zona, y salieron de aquí mil
muchachos, llegaron armados ya a Santiago de Cuba, por el camino se iban
armando ya.
Ya nosotros teníamos un poco más de
experiencia, y ya sabíamos cómo quitarles las armas a los soldados. Al principio no lo sabíamos —no vayan a creer
que nosotros sabíamos nada de eso al principio—; al final ya teníamos más
experiencia, porque, naturalmente, la vida es lo que da experiencia, y la
lucha. Uno cree que sabe y resulta que
nunca sabe nada, y lo viene a descubrir después, cuando aprendió algo. Y la vida es una cadena, siempre, de
aprendizaje y de experiencia.
Pero bien, por eso les decía que este
lugar para nosotros tiene muchos recuerdos.
Después se acabó la guerra, y entonces
nosotros hicimos una escuela de soldados aquí en las Minas del Frío, y esos
soldados, algunos están todavía aquí.
Muchos de esos compañeros subieron el Pico diez veces, quince veces,
nosotros queríamos hacerlos soldados buenos.
Después, compañeros, hacía falta maestros
en la Sierra Maestra, y se organizaron aquí cursos de maestros voluntarios, y
pasaron por aquí cerca de 3 000 compañeros que nutrieron la organización de los
maestros voluntarios. La idea era que el
que se ofreciera para enseñar en el campo supiera realmente cómo era la vida
del campo.
Ya cuando se acabaron los cursos de
maestros voluntarios, quedaba qué hacer con las Minas del Frío.
Pero había otro problema desde el
principio de la Revolución. Al principio
de la Revolución había escuelas normales por patronatos, en muchos pueblos;
entonces, los compañeros del Ministerio de Educación consideraron que era
necesario esas escuelas quitarlas y hacer las escuelas en las capitales de
provincia: Santiago,
Holguín, Camagüey; reducir el número de escuelas normales, porque muchas de
ellas habían sido organizadas de una manera deficiente.
Entonces, yo les planteé a los compañeros
del Ministerio de Educación:
“miren, de ninguna manera.
Los futuros maestros tienen que salir, tienen que estudiar en las
montañas”.
Realmente, a muchas de las escuelas
normales sí iba gente del pueblo, pero también iba mucha gente de la clase
media a las escuelas normales. “¿Qué
profesión les vamos a dar a las muchachitas?”
“Vamos a hacerlas maestras.” Y
hacían maestras a las muchachitas; y terminaban. Después se pasaban diez años
para que les dieran un aula, y muchas veces tenían que estar detrás del
político, del otro, pidiendo favores, porque no había oposición, no respetaban
nada; las repartían como favores.
Bueno, de todas formas, yo decía: si concentran las escuelas normales en las
ciudades, menos va a poder estudiar la familia pobre, las jóvenes pobres no van
a poder estudiar para maestras; el que vive en el campo, el que vive en el
pueblo chiquito, donde no hay una escuela normal. Porque si no tienen donde vivir, ¿cómo el que
vive en un pueblo chiquito va a mandar la hija o el hijo a estudiar a una
escuela normal que está en la capital de la provincia? Dentro de unos cuantos años vamos a seguir
igual si las escuelas están en el medio de la ciudad.
Además, compañeras y compañeros, aquellos
alumnos estudiaban en el medio de la ciudad, sin tener ni la menor idea de lo
que era el campo; calles pavimentadas, parques, cine, luz eléctrica, todas
aquellas cosas, y después cuando mandaban a una maestra para el campo, se
aterrorizaban realmente de pensar que la iban a meter, ¡figúrense!, en Agua al
Revés, Marverde, Caguara, La Joya o La Hoya —no sé, unos lo llaman de una
manera o de otra—, El Mulato, ¡figúrense!, imagínense la maestrica salida de la
escuela normal, y de buenas a primeras:
¡Pum! (Risas.) No conocía a nadie. Imposible que resistiera, compañeras y
compañeros, imposible.
Y si la niña era la niña de su casa, bien
malcriadita, y el agua tibia todos los días para bañarse (Risas), de la familia
de la clase media, ¡menos que menos! Ni
el padre ni la madre le iban a permitir que se la mandaran para allá, ni ella
iba a resistir. Esa era la verdad.
Entonces, se ponían a esperar diez años,
a ver si les caía un aula en la ciudad, y cuando no, se empleaban en otras
cosas.
Cuando la Revolución triunfa hay 10 000
maestros sin aulas. Sin embargo,
nosotros no podíamos garantizar maestros para las montañas, ¡mentira! Y esto se los digo a los maestros viejos, a
los nuevos, y a todos los maestros, y al Sindicato de Maestros, al Ministerio
de Educación, a todo el mundo, digo que es mentira (Risas y aplausos).
Hay maestros, compañeros, que son buenos
maestros y tienen vocación, pero el número de los que se iban a conseguir para
enviar a las montañas no iba a alcanzar.
Segundo: muchos
de los maestros, naturalmente, ya han estado dando clases en el campo, están
trasladados a las ciudades, tienen familia, y se convierte en una tragedia
venir a enseñar al campo. Pero, además,
señores, falta de espíritu y de vocación, aburguesamiento de los maestros
(Aplausos). Yo voy a decir algo más: mal
pagados, sí, mal pagados los maestros también.
Esos mismos maestros, 10 000 maestros que
estaban sin trabajo, hay que decir en favor de ellos una cosa: que cuando hicieron falta maestros —no
voy a decir para el campo porque para el campo no aparecieron nunca, ¿saben?, y
si acaso para el llano sí, pero para las montañas no— aceptaron incluso un plan
de ir a enseñar, porque había plazas para 5 000, y con los mismos recursos
se hicieron plazas para 10 000.
Se hizo entonces una escala de sueldos,
de aumentarles por año veinte pesos hasta una cantidad. Los maestros estaban mal pagados. Nosotros
estamos de acuerdo en que los maestros estén bien pagados; pero eso sí: que sean maestros y
que enseñen.
Para el campo no aparecían maestros. Y de campo y de loma no me pueden a mí hacer
cuentos, porque los funcionarios burocráticos nunca brincan una loma ni se
meten por los lugares donde tienen que meterse, ¡y que sería bueno que se
metieran! (Risas.)
Porque, señores, a esta Sierra yo he
venido varias veces desde que se acabó la guerra, y son muchos problemas los
que se han resuelto. Porque he visto las cosas que pasan, al principio había
una mano de rollos: no
había escuelas, no había hospitales, no dejaban talar bosques al
campesino. Había un inspector por ahí
siempre que se llevaba preso al que talara un bosque, cosas estúpidas; luego,
no había créditos.
Así es que en cada uno de nuestros viajes
descubrimos muchas cosas. Gracias a eso
se han subsanado muchos problemas en estas montañas, y se resolvió el problema
de los maestros, se resolvió el problema de los médicos, se resolvió el
problema de los créditos para los campesinos, y se fueron resolviendo cosas.
Pero que los burócratas no me digan que
para las montañas había maestros, porque les digo que es mentira. Y conozco las montañas, y conozco esos huecos
donde vive la gente, que el que no tenga temple se deprime y se muere de
nostalgia pura, ¿comprenden? (Exclamaciones de: “¡Sí!”)
¿Entonces íbamos a seguir haciendo
maestros en las capitales de provincia?
(Exclamaciones de:
“¡No!”) ¡No íbamos a tener
nunca maestros para el campo! Y a
nosotros nos interesa tener maestros para el campo. Pero, además, nos interesa no solo tener
maestros para el campo: nos interesa tener maestros para todo.
Para una Revolución que aspira a cambiar
radicalmente la vida de un país y a construir una sociedad nueva, ¿qué es lo
más importante? El maestro,
compañeras y compañeros; el maestro es lo más importante en una Revolución.
Esa es la razón de nuestro interés por la
formación de maestros revolucionarios, porque el maestro recibe al niño y tiene
en sus manos a todas esas criaturas, que enseñarlas y que orientarlas. Luego nosotros tenemos, si queremos que nuestra
Revolución llegue muy lejos, es necesario que lleguemos muy lejos en la
formación de una generación de maestros.
Sí, los otros maestros, hay muchos
maestros buenos —se ponen bravos también de cualquier cosa cuando les hacen una
crítica—, hay muchos maestros buenos, pero de todas formas tenemos que hacer
una nueva generación de maestros.
Me dicen los compañeros con razón: “se están
integrando muchos maestros”. Y es
verdad, muchos maestros se están integrando, y aquí nosotros tenemos pruebas de
maestros integrados y de maestros que están enseñando en este sitio. Bien, se están integrando y que sigan
integrándose los maestros. Nos alegramos
mucho. Pero además de integrarse con la
Revolución —y a todos no los vamos a integrar, ¿saben?, no a todos, porque es
que hay quien está tan torcido que no lo endereza nadie (Risas)... Hay un refrán que dice que “árbol que nace
torcido jamás su tronco endereza”.
Pues, bien, todos los maestros
integrables se están integrando; mas, nosotros, compañeros, no podemos conformarnos
con integrar a los maestros, nosotros tenemos que hacer una nueva generación de
maestros. Se trata de hacer una nueva
generación de maestros; de eso se trata, compañeros. Yo creo que ustedes van con la vida a
comprender bien esta necesidad. Algún
día ustedes comprenderán, compañeros y compañeras, algún día ustedes
comprenderán el valor de este esfuerzo, porque ustedes seguirán adelante, les
tocará vivir en nuestro país, luchar en nuestro país; ser testigos, y actores,
además, de la historia de nuestra Patria.
Y algún día comprenderán ustedes todo el valor y toda la importancia de
este esfuerzo que se realiza por hacer una nueva generación de maestros.
Eso es más importante todavía que
médicos, que ingenieros, que profesionales.
A esos no les decimos:
váyanse a las montañas, ¡a los maestros sí!, porque nos interesa
que los maestros sean más revolucionarios incluso que los médicos, que los
ingenieros, que los técnicos y que todo el mundo, compañeras y compañeros
(Aplausos).
Y ustedes, que han tenido la oportunidad
de vivir en una revolución, que tendrán la oportunidad de aprender mucho, de
observar mucho, se darán cuenta del valor de este esfuerzo, lo que significará
para nuestra Patria este esfuerzo; del valor del maestro y de lo que significará
para nuestra Patria una generación nueva de maestros.
Cuando pasen los años... Que los años pasan, a mí me parecía que era
ayer y, sin embargo, hace cinco años de la primera vez que nosotros pasamos por
aquí. Pasan cinco, pasan diez, pasan
quince, y pasan hasta veinte, tranquilamente.
Ya cuando pasen veinte, muchos de ustedes serán padres de familia
(Risas), ¡y antes también, compañeras y
compañeros! (Risas); pero les quiero decir: ya ustedes serán no jóvenes como
ahora, aunque todavía serán jóvenes, dentro de veinte años ustedes no serán
viejos ni mucho menos; y sobre todo si podemos seguirlos cuidando de que se
alimenten bien y esté bien atendida la salud y hagan ejercicio y todo eso
(Exclamaciones).
Bien, yo vi unos cuantos compañeros que
bajaban con el maestro Alfonso y que fueron a hacer un trabajo allá. ¡Estaban fuertes esos muchachos, fuertes!, se
han puesto “duros” (Risas), ¡duros! Es
decir, que hasta físicamente ustedes tienen que estar fuertes y tienen que
estar saludables.
Pero bien, algún día no tendremos que
pasar por la amargura que pasamos, como cuando ayer nos decían los campesinos
de la montería: “lo que está muy mal son los maestros de Educación; sí, porque
vienen el martes o el miércoles y el viernes tempranito se van”. Y he pensado: ¡Qué cosa tan triste, qué cosa tan
triste y qué manera más indigna de ganarse la vida! ¡No robándole al Estado, porque al Estado
podría no importarle a última hora que le robaran, sino robándole al ser
humano, robándole a la inteligencia, robándole la cultura al pueblo, robándole la luz a los niños! ¡Qué triste, qué penoso que en nuestro país
haya todavía semejante clase de parásitos! (Aplausos.)
Señores, ¿no sería más honesto que
dijeran: “no
podemos desempeñar este cargo, renunciamos; busquen a cualquiera que les enseñe
aunque sea el abecedario a la gente”, en vez de aparecerse el miércoles e irse
el viernes temprano? ¡Qué crimen! ¡Y que haya personas tan irresponsables y tan
indignas todavía, en un país donde vemos que todo el mundo progresa, donde
vemos que el campesino ha avanzado y ha aprendido; donde vemos tantas muestras
de sacrificio, de heroísmo, compañeros; donde vemos gente aquí luchar con las
montañas, luchar con la naturaleza; hombres que a cualquier llamado de la
Patria se presentan, van a una escuela, están dispuestos a dar su vida! ¡En un país de tantos heroísmos, que haya
gente que quiera ganarse la vida de manera tan indigna!
¡Y qué doloroso es para nosotros cuando
un campesino se nos aproxima y nos dice eso!
¡Y eso no será así en el futuro,
compañeros! (Exclamaciones de: “¡No, no!”) ¡Eso no será así cuando ustedes sean
maestros! ¡Eso no será así, yo estoy
seguro, porque ustedes se van a formar con otro sentido del deber, se van a
formar con otra conciencia, se van a formar con otro sentido de la vida, del
deber, del honor, de la dignidad! ¡Y
sabrán apreciar lo sagrado de la misión que a ustedes les corresponderá!
Y a propósito de esto, en días atrás
nosotros hemos estado discutiendo con el compañero Ministro de Educación el plan
a seguir. (Salto en la grabación).
Entonces, ya van a terminar los maestros
con sus dos ciclos y, naturalmente, habrá que cumplir una parte del tiempo en
el campo, ¿comprenden?, por año.
(Exclamaciones de:
“¡Sí!”) Y se les hará el
escalafón a ustedes. Irán primero al
campo, y después se irán aproximando, cuando podamos sacar todos los años 3
000, resolveremos de manera definitiva el problema de la educación en todo el
país.
Pero no lo habremos resuelto en todo el
país mientras no hayamos garantizado el campo, porque si no, en la ciudad sí es
muy cómodo. En la ciudad hay escuelas de
sexto grado, secundarias básicas, institutos preuniversitarios. En el campo, ¿qué menos podemos hacer que
garantizar la enseñanza hasta el sexto grado?
¿Y qué vamos a hacer? Bueno, que hagan los dos ciclos. Mientras tanto nos la arreglaremos como
podamos, improvisaremos maestros de aquí a que podamos sacar los primeros
contingentes. ¿Entonces, cuántos vamos a
tratar de que ingresen el año que viene a esta escuela? Por lo menos 4 500.
Entonces tendremos dos escuelas del
primer ciclo: una
en Topes y otra en La Habana; y tendremos una escuela del segundo ciclo con
capacidad para 6 000, que será la actual escuela de Tarará, que esa va a ser la
escuela del segundo ciclo. Así que hoy
empiezan por la montaña, después pasan por la ciudad; pero después tienen que
volver para la montaña (Risas), no olvidarse de eso. Y yo sé que ustedes cumplirán.
No tengo la menor duda de ustedes mismos,
de su propia vocación, de su propio sentido del deber y del amor a la
misión. Queremos maestros de vocación;
no maestros de ocasión, sino de vocación.
Miren: hay cosas que nos demuestran que
nosotros podemos resolver el problema de maestros. En la parte del recorrido que hemos hecho,
hemos hablado con muchas familias y muchas muchachas de aquí de la Sierra se
han acercado, de distintas edades y distintos tamaños; en tercer grado, en
segundo grado; a algunas de ellas les costaría muchísimo llegar a sexto, porque
si la maestra llega el miércoles y se va el viernes... Y dicen: “quiero estudiar para maestra; quiero
estudiar para maestra”. Se ha despertado
la aspiración entre muchas muchachas campesinas.
Y yo decía: “¡Qué distinto, verdad!” Antes era la niña de la ciudad, hija de clase
media, la que tenía asegurada la oportunidad de ser maestra; y hoy se presenta
una campesina, una niña campesina en tercer grado, y dice: “Quiero ser maestra.” Y sabe que tiene la oportunidad de ser
maestra. A tal extremo, que nosotros
conversando con el director de la escuela hemos estado considerando el poner en
San Lorenzo una escuela de nivelación para todas esas muchachas
(Aplausos). Todas esas muchachas de las
montañas que están en tercero, en cuarto, en segundo grado, que quieren
estudiar, mandarlas a la escuela de nivelación antes de venir aquí.
Como ustedes saben, se van a distribuir,
se van a escoger por provincia, según las necesidades, un número de
alumnos. Pero eso lo vamos a tener de
reserva para cuando falte en un lugar, traer.
Y, además, de todas maneras nunca van a sobrar maestros. Nunca en este país van a sobrar maestros
—tengan la seguridad, nunca.
Y por eso, además de los planes y de la
cuota que les den por zona y por provincia, vamos a tener una escuela de
nivelación de muchachas y muchachos campesinos, los que quieran estudiar en esa
escuela, porque con seguridad que de esas muchachas y de esos muchachos vamos a
sacar buenos maestros también.
Es decir, pasarán por aquí, después harán
el primer ciclo y luego harán el segundo ciclo, en el segundo ciclo terminan
completo todo. Esos son los planes que
tenemos, y de acuerdo con eso elevar la capacidad de este centro, darle más
ayuda, más recursos a este centro, para que pueda terminar todas las instalaciones
y para que el próximo grupo que entre aquí ya esté en mejores condiciones, y
tenga capacidad para albergarlo, aunque todavía el año que viene habrá muchas
cosas provisionales y habrá dificultades aquí, porque yo no creo que todavía de
aquí al próximo ingreso de esta escuela se hayan resuelto todos los
problemas. Ya por lo menos para el
tercer curso, ya para el tercer curso...
Esa idea que nosotros tenemos del papel
del maestro en una Revolución... (Salto
en la grabación). Y como queremos una
Revolución de verdad. Y por eso, porque
queremos un país nuevo de verdad, y por eso estamos luchando, es por lo que a
nosotros nos interesa tanto esta escuela, y nos
interesan los alumnos de esta escuela. Y
nos alegra cuando oímos cosas buenas de esta escuela, cuando oímos hablar del
espíritu de los alumnos (Salto en la grabación), cuando oímos hablar del medio
millón de arrobas de caña que cortaron, del ejemplo que les dieron a los
campesinos (Aplausos), cuando vemos el espíritu que reina aquí entre ustedes.
Es porque en ello vemos confirmada la idea
de cómo había que formar la nueva generación de maestros, la esperanza de esa
nueva generación de maestros revolucionarios, de que algún día en nuestro país
tendremos a la vanguardia de los trabajadores intelectuales al maestro, a la
vanguardia de los trabajadores intelectuales.
Y yo sé que los que están aquí están
porque se han ganado el derecho a estar, porque han demostrado su entusiasmo en
la alfabetización, porque han demostrado su firmeza permaneciendo aquí firmes
en esta escuela. Ustedes ya forman,
entre los jóvenes estudiantes, una selección, un grupo seleccionado de jóvenes;
hay la materia prima aquí.
Hemos tenido también la suerte de que ha
habido una buena dirección en esta escuela (Aplausos). Sin ese factor, compañeros, habríamos tenido
muchas dificultades. ¡Eso que ustedes
ven ahí, eso es digno de que conste en los anales de la Revolución! ¡Esas aulas en medio de los cafetales
(Aplausos) algún día tendrán que ser vistas con admiración por el pueblo y por
las generaciones futuras, porque les estarán diciendo cómo se hizo una
Revolución, cómo se forjó una patria nueva, cómo se construyó un país, cómo se
forjaron legiones de hombres y mujeres nuevos, con un concepto revolucionario
de la vida, con un concepto distinto de la vida; cómo se forjaron los
forjadores del futuro, los que enseñarán a nuestros niños en el futuro! ¡Y en los niños tiene la Patria su tesoro más
valioso!
No
seríamos revolucionarios responsables si no nos preocupáramos de que este
tesoro fuese labrado por manos expertas, por maestros verdaderamente
revolucionarios que ayuden a ese niño desde sus primeras letras, a saber, a
comprender la vida, a tener una conducta social; que enseñen a ese niño desde
las primeras letras a ser un verdadero ciudadano, a ser un verdadero hermano de
todos los demás ciudadanos; educarlo en la idea del trabajo, educarlo en la
idea del cumplimiento del deber; educarlo en ideas justas, no las ideas que
hemos visto alrededor nuestro: siempre
la idea egoísta, la idea egoísta del explotador, del rico, del poderoso que
quería vivir avasallando a los demás; ese egoísmo que hemos visto siempre
alrededor de todos nosotros, en todas partes, en que cada ser humano era un
enemigo de cada otro ser humano; cómo se educaba en el concepto individualista,
egoísta de los suyos, y no la generación, las generaciones que hay que educar
en la idea generosa, en la idea de la justicia, para que no quede ni sombra de
los prejuicios, de los privilegios, para que no quede ni sombra de la sociedad
en que habíamos vivido hasta aquí, egoísta, infernalmente egoísta, insensible
al dolor de los demás, a la miseria de los demás, a la desgracia de los demás;
insensible al niño hambriento, al niño descalzo, al hogar sin sustento.
Y aquí, en estos campos, ¡cómo se
aprenden cosas!, ¡cómo se aprende de ese campesino sencillo! Como nosotros, ayer, veíamos cruzarse en
nuestro camino a una señora que venía con un niño, el niño descalzo, un saco al
hombro, y venía de aquí, donde había venido a ver a una hermana que estaba
enferma, pero que ya la habían trasladado.
Y aquella mujer nos explicaba con lágrimas en los ojos su dolor
personal, pero se veía en ella toda esa bondad, todo ese espíritu abnegado que
tienen nuestros campesinos, y aquel niño, caminando desde aquí, descalzo con el
saco al hombro... Generaciones y
generaciones de mujeres como esa han pasado por nuestra Patria en el olvido, en
el dolor, en la explotación. Hoy al
menos podían venir a un hospital; antes no había ni hospital, ni médico, ni
nada parecido por todo esto. Pero todavía
hay mucho por hacer en nuestra Patria, todavía todo está por hacer en nuestra
Patria, si queremos que algún día no haya nadie viviendo en un miserable bohío,
si queremos que algún día no haya nadie descalzo, si queremos que algún día
haya luz, hayan todos los beneficios de la civilización en todos los hogares,
tenemos que luchar mucho, tenemos que trabajar mucho, y tenemos que hacer en
cada ciudadano ese sentido de su deber con el trabajo, porque solo con el
trabajo nos libraremos de la miseria, de la opresión.
De la tiranía nos libramos con las armas;
de aquellas fuerzas mercenarias opresoras y sostenedoras del régimen de
explotación, nos libramos con las armas, pero de la pobreza...
(Hasta aquí la grabación.)
Y la obra emprendida se continuará sin
que nada ni nadie pueda pararla.
Y las generaciones futuras recibirán el
fruto de este trabajo, y seguirán ellas también adelante, haciendo cosas
nuevas. Y en ellos, en los hombres y
mujeres del futuro, tendremos los continuadores de esta obra revolucionaria; y
en ellos, en los hombres y mujeres del futuro, tendremos los mayores
admiradores de esta obra que están haciendo hoy los que, como ustedes, están
escribiendo la Historia de la Patria.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(Ovación.)