DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE DOCTOR FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO
Y PRIMER SECRETARIO DE LAS ORI, EN EL ACTO HOMENAJE A LOS MARTIRES CAIDOS EN
PLAYA GIRON Y CONMEMORACION DE LA VICTORIA CONTRA LA INVASION MERCENARIA
PERPETRADA HACE UN AÑO POR PLAYA GIRON Y PLAYA LARGA, CELEBRADO EN EL TEATRO
"CHAPLIN", EL 19 DE ABRIL DE 1962.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Compañeros y
compañeras:
Hace un año, un día como hoy, se disipaba el humo de
los últimos disparos de la batalla de Playa Girón. Los que lanzaron aquel ataque se imaginaron
que aquello sería el fin de la Revolución; pensaron que tal vez un año después,
un día como hoy, no volveríamos a estar aquí juntos; pensaron que la Revolución,
que todo lo que es y significa la Revolución, podía ser destruido; pensaron que
otra vez nuestra patria volvería al pasado, aunque ello fuera mediante la
destrucción total de nuestro país.
Para medir el grado de criminalidad de aquel ataque hay
que tener en cuenta qué es lo que pensaba nuestro enemigo. A los invasores, a las fuerzas que reclutaron
y entrenaron, naturalmente que les hicieron creer cosas tan insensatas como que
los recibirían con los brazos abiertos.
Y era menester semejante fantasía para poder reclutar a la gente que
reclutaron, hacerles creer que nuestro pueblo los recibiría con los brazos
abiertos.
Claro que para creer semejante cosa hay que vivir en
un mundo muy distinto del mundo de las realidades. Hacerle creer a nadie que un pueblo recibiría
con los brazos abiertos a sus explotadores, que nuestras masas campesinas y
obreras, que nuestro pueblo que hacía apenas dos años había salido de aquella
sangrienta tiranía que regó de cadáveres de jóvenes, que regó de cadáveres de hombres
humildes del pueblo el suelo de la patria, que nuestras masas recibirían con
los brazos abiertos a aquella horda en que se mezclaba lo peor, en que se
mezclaba el señorito millonario con el esbirro y con el lumpen, hacerle creer a
cualquiera que nuestro pueblo sería capaz de recibirlos con los brazos
abiertos, es vivir en un mundo de fantasías.
Pero lo que hay que pensar no es en lo que creyeron o
le hicieron creer a los mercenarios invasores, lo que hay que pensar es en lo
que creían los que los mandaron a invadir a nuestro suelo. Y aquellos sabían, aquellos sí sabían —y lo
sabían demasiado bien— que nuestro pueblo no recibiría a nadie con los brazos
abiertos, que nuestro pueblo no recibiría aquella invasión criminal con los
brazos abiertos.
El enemigo sabía demasiado bien que el pueblo no
apoyaría a los contrarrevolucionarios. Y
de ahí su estrategia. La estrategia que
preparó la maquinaria militar yanki no era estrategia de los que creían que el
pueblo se sumaría a la contrarrevolución, sino todo lo contrario, la estrategia
de quienes sabían que el pueblo estaba con la Revolución.
Por eso condicionaron sus planes de guerra a esa
realidad que ellos conocían, y de ahí que intentaran apoderarse de un espacio
del territorio nacional. Porque no escogieron
un campo abierto de batalla, escogieron una zona del territorio nacional de
difícil acceso, adonde se podía llegar solo por tres caminos que precisamente
había construido la Revolución; tres caminos, cada uno de los cuales era un
paso de las Termópilas, es decir, una vía estrecha de varios kilómetros, a
cuyos lados existen intransitables pantanos y cenagales; caminos que desde el
punto de vista militar resultan muy fáciles de defender y muy difíciles de
tomar; sitio donde existía además un aeropuerto que les permitiría las
comunicaciones aéreas con el exterior, y una bahía profunda que les permitiría
recibir por mar cuantos suministros fuesen necesarios.
y las fuerzas que lanzaron eran más que suficientes
para defender esos caminos, sobraban para defender esos caminos, porque son tan
estrechos que resulta virtualmente imposible desplegar en su defensa fuerzas
mayores. Desde el punto de vista
táctico, en el estudio del terreno, en la selección del lugar apropiado,
trabajaron bien los estrategas del Pentágono.
Y aquella estrategia se dirigía precisamente al
apoderamiento de un pedazo del territorio nacional donde poder constituir un
gobierno de contrarrevolucionarios, recibir ya un apoyo más abierto, si es que
no era suficientemente abierto el apoyo que ya les prestaban, e iniciar contra
nuestro país una guerra de desgaste.
A todas las medidas de agresión económica que han
tomado contra nuestra patria, a la supresión total del comercio, a la privación
completa de nuestro mercado azucarero, al embargo de todas las exportaciones
posibles, a aquellas medidas de estrangulamiento económico, pensaban añadir una
guerra de desgaste contra nuestro país.
Tener en el propio territorio nacional base de operaciones para sus
fuerzas aéreas, convertir aquello en un bastión del imperialismo, reforzarlo
con cuantos soldados mercenarios pudieran reclutar en el mundo, y apoyarlos con
todos los recursos del imperio: los recursos económicos y
militares.
Basta comprender esto para darse cuenta de lo que
habría significado para nuestro país semejante guerra, lo que habría
significado para nuestro pueblo tener que trabajar bajo el incesante bombardeo
de aviones enemigos, tener que transitar por todo el territorio nacional,
transportar nuestros productos a lo largo y ancho de la isla, y una isla larga
y estrecha para tener una idea de la dimensión de los daños materiales, pero,
sobre todo, de la dimensión de los daños humanos, de las vidas que semejante
guerra habría impuesto a nuestro país.
Y para ocupar una porción del territorio donde solo
puede llegarse por tres caminos tan estrechos, 1 400 hombres eran más que
suficientes; 1 400 hombres que, además,
traían detrás toda una escuadra de abastecimientos, y más atrás la escuadra yanki;
que traían numerosos bombardeadores perfectamente abastecidos de bombas y de
repuestos, con bases perfectamente organizadas en el extranjero, y más atrás
los portaviones de la armada de Estados Unidos.
Por eso les decía que para medir la dimensión del
crimen que intentó contra nuestro pueblo el imperialismo yanki, hay que tener
en cuenta cuáles eran sus planes. ¡Y
cuánto destrozo, cuánta sangre y cuántas vidas habría
costado a nuestra patria semejantes planes!
Porque no era de suponer, ni mucho menos, que la Revolución sucumbiera
simplemente; no era de suponer, ni mucho menos, que los revolucionarios se
rindieran, sencillamente; no era de suponer, que sus objetivos de destruir a la
Revolución hubiesen sido alcanzados, porque lo que es de suponer, lo que todo
el pueblo sabe, lo que cualquiera comprende, es que nuestro pueblo habría
resistido la agresión a cualquier precio.
Pero el precio habría sido un precio alto, el precio
habría sido un precio extraordinariamente alto.
Mas, los que hicieron esos planes no se detuvieron por
ello; a los que hicieron esos planes no les preocupó en absoluto cuánto luto y
cuánto dolor habrían sembrado en nuestra patria; no les detuvo la violación de
las más elementales leyes internacionales; no les detuvo la violación de los
más elementales principios del derecho humano; no les detuvo la menor
consideración a la opinión de todo el continente; no les detuvo absolutamente
nada. Solo una cosa los detuvo, solo una
realidad los detuvo, ¡y esa realidad fue nuestro pueblo!, ¡ese muro que se
encontraron fueron nuestros combatientes!
(APLAUSOS.)
y lo que no pudo impedir el derecho internacional, lo
que no pudieron impedir los organismos internacionales, el crimen que ninguna
institución jurídica, que ningún organismo regional o mundial pudo impedir, lo
impidieron nuestros bravos soldados de la patria.
¿Dónde estuvo el error de los que tan meticulosamente
habían realizado aquellos planes? ¿Dónde
se equivocaron? Se equivocaron al medir
a nuestro pueblo; se equivocaron al medir la moral de nuestro pueblo, el valor de
nuestro pueblo y la fuerza de una Revolución.
Esa fuerza, esa moral, ese valor, fue lo que ellos resultaron incapaces
de medir, y entre otras cosas porque no puede medirse, porque el valor de un
pueblo que defiende su tierra, la moral y la fuerza de una Revolución que
defiende la justicia de su causa, no puede medirse. Y por eso los agresores frente a todas las
revoluciones verdaderas han fracasado, porque han sido incapaces de medir la
fuerza de las revoluciones.
Ellos creían que por el simple hecho de que una mañana
cualquiera, de manera imprevista, aparecieran sobre nuestro país escuadrillas
de aviones de bombardeo, el ataque sorpresivo, el lanzamiento de bombas de
metralla y de "rockets"; creían que el estampido de las bombas
bastaría para sembrar el pánico en el pueblo, para sembrar el terror en la
nación y el miedo en nuestros combatientes.
Ellos contaban con el factor sorpresa, y en sus
cálculos tenían por seguro que aquel ataque cobarde, aquel ataque criminal, una
mañana cualquiera, un sábado al amanecer, desmoralizaría al pueblo,
desmoralizaría a la Revolución, y, además, dejaría completamente destruidos
nuestros pocos, viejos y maltratados aviones de guerra. Para contar con una absoluta superioridad aérea,
para contar con un dominio total del aire, contaron, entre otras cosas, con que
no quedaría un solo avión en pie. Y así,
sembrado el terror en el pueblo, la desmoralización entre las fuerzas armadas,
ni un solo avión en pie, podrían enseñorearse con sus aviones sobre el campo de
batalla.
Y ahí comenzó su primer gran error, error de cálculo y
error militar. Ni los bombardeos
intimidaron al pueblo, ni desmoralizaron a nadie, ni acobardaron a nadie, sino
que llenaron de ira, de indignación a todos nuestros ciudadanos, y, además, no
destruyeron siquiera más que una ínfima parte de nuestros pocos, viejos y
maltratados aviones.
Los del Pentágono piensan y creen que los demás no
piensan; los del Pentágono se creen superinteligentes, y se imaginan que los
demás son superimbéciles; los del Pentágono se creían poseedores de toda la
sabiduría; creían, además, que el impacto de su fuerza amedrentaría a los
revolucionarios. Los del Pentágono no se
detuvieron siquiera a pensar un minuto que la Revolución de nuestro pueblo se
hizo de la nada, surgió de muy poca cosa, y se acostumbró a combatir contra
efectivos superiores, contra la superioridad numérica y la superioridad en
armas de los enemigos.
Pero ellos, que hicieron sus planes, creían que todo
se habría de cumplir exactamente como lo habían pensado. ¡Y resultó que todo se cumplió exactamente lo
contrario de lo que lo habían pensado! (APLAUSOS.) Los aviones estaban absolutamente dispersos
—nuestros aviones—, absolutamente dispersos; los campos perfectamente
protegidos con armas antiaéreas; y el ataque sorpresivo, cobarde y criminal no
sirvió sino para destruir algunos pocos de aquellos aviones. Pero a pesar de que eran pocos, viejos y
maltratados aviones, teníamos todavía menos pilotos que pocos, viejos y maltratados
aviones; y a pesar de los aviones que destruyeron, todavía sobraban aviones
para los pilotos que teníamos. Y el
ataque cobarde, criminal y traicionero, no sirvió más que como una advertencia,
como la advertencia del inminente ataque; no sirvió más que para que
dispusiésemos de 48 horas a fin de movilizarnos y prepararnos para la agresión
que estaba a la vista. Porque aquel
ataque, a todas luces, indicaba la inminencia de la agresión.
Y así ocurrió.
Las fuerzas de desembarco se venían aproximando y el día 17, desde las
primeras horas de la madrugada, comenzaron a ocupar posiciones en el territorio
que habían escogido. Habían organizado
sus planes, traían las armas de nuevos contingentes que desembarcarían después,
la comida día por día y hora por hora calculada con esa meticulosidad con que
trabajan en el Pentágono, las fuerzas de paracaidistas listas para arrojarlas
al amanecer sobre los puntos estratégicos, y el supuesto dominio del aire. Se encontraron, en primer lugar, la más
decidida resistencia de los pocos milicianos que en aquellos parajes se
encontraban, pero que al grito de "ríndete", respondieron
"¡Patria o Muerte!", y abrieron fuego (OVACION).
Y esta fue, esta fue tal vez la primera sorpresa que
se llevaron los invasores:
la entereza de aquellos hombres que solos absolutamente, sin más
armas que sus rifles de infantería, iniciaron allí mismo la resistencia y
advirtieron y comunicaron la presencia del enemigo en aquel sitio.
La segunda sorpresa fue al amanecer, cuando ellos
tranquilamente, como si se tratara de una excursión, estaban todavía
desembarcando su material de guerra y sus flamantes, y bien uniformados de
"gusanos de seda" (RISAS), soldados de su "famosa" fuerza
expedicionaria, y de repente se aparecieron por el cielo nuestros pocos, viejos
y maltratados aviones (APLAUSOS), ¡pero cargados de bombas, de rockets y de
balas!, que para mayor ironía eran las bombas, los rockets, las balas y los
aviones que el imperialismo le había dado a Batista para que ya luchara una vez
contra nosotros (APLAUSOS).
Y esa fue, sin duda, la segunda gran sorpresa, el
segundo gran fallo de los planes imperialistas, de los sabios del Pentágono,
que no calcularon que a aquella hora tan temprana de la mañana cayera sobre su
escuadra invasora, tan recio aguacero de bombas y de balas (APLAUSOS).
Eran viejos, pocos y maltratados aviones, pero
llevaban dentro hombres que habían dicho ¡Patria o Muerte! también (OVACION),
que llevaban en el alma la decisión de morir o vencer. Y los aviones enemigos se encontraron con que
no eran los dueños de los cielos; se encontraron la tenaz y heroica resistencia
de nuestros aviadores que concentraron su esfuerzo —como era lógico—
principalmente sobre los barcos enemigos.
Mientras tanto, nuestras escasas fuerzas resistían
firmemente. Y otra cosa con lo que tal
vez no calculó el Pentágono, y fue que rápidamente, en refuerzo del batallón
heroico de la ciudad de Cienfuegos (APLAUSOS), llegaron, constituidos en
batallón de combate, los alumnos de la Escuela de Responsables de Milicias de
Matanzas (APLAUSOS). De donde resultó
que los planes del imperialismo habían salido perfectos: llegaron exactamente a la hora
planeada, comenzaron a desembarcar a la hora planeada, lanzaron sus
paracaidistas sobre los puntos estratégicos a la hora planeada; todo perfecto,
excepto que al mediodía la mitad de sus barcos estaban hundidos (APLAUSOS) y la carretera del Central Australia a Playa
Larga estaba firmemente en nuestras manos (APLAUSOS).
Ese día fue muy poca la protección aérea que pudo
recibir nuestra infantería de nuestros pocos, viejos y destartalados aviones,
dedicados a atacar lo más importante en ese momento, que eran los barcos
enemigos. Pero, a pesar de todo,
avanzaron, y bajo el fuego aéreo del enemigo ocuparon sus posiciones. Y entonces empezaba la batalla en serio.
Los sabios del Pentágono sabían, seguramente, que
nosotros habíamos recibido una cantidad de tanques, una cantidad de antiaéreas
y una cantidad de cañones, pero calcularon, calcularon que nosotros no
estaríamos en condiciones —para esa fecha— de utilizar esos tanques, esos
cañones y esas antiaéreas. En lo que se
equivocaron, una vez más, fue en no imaginarse siquiera la serenidad con que
nuestras fuerzas armadas prepararon los artilleros de esas armas y los
tripulantes de esos tanques. Ellos se
imaginaron que todos esos cañones y tanques, por falta material de tiempo para
la instrucción, estarían almacenados el día del ataque. Y eso estaba también en los cálculos de los
inteligentes sabios del Pentágono. Ellos
no podían comprender que las revoluciones hacen cosas realmente increíbles en
épocas normales; que un pueblo revolucionario es capaz de prepararse mucho más
rápidamente, en una época, que un pueblo en estado de normalidad o de opresión,
o de explotación.
Y efectivamente, miles y miles de humildes obreros,
jóvenes, fueron reclutados voluntariamente y puestos a aprender con toda
urgencia el manejo de aquellas armas. Y
lo que no pudieron calcular los enemigos era que el día del ataque todas esas
armas estaban listas para el combate y listas para vencer también
(APLAUSOS). Y por eso, lo que les
ocurrió la primera mitad del día 17 no era más que el comienzo, no era más que
la prueba. Desde entonces comenzó la
batalla, pero aquella batalla tuvo una característica y fue que no se interrumpió
un solo minuto. Cuando después de todo
un día de combate los invasores creyeron que había llegado la hora de tener tal
vez algún descanso, fue cuando aparecieron en escena las baterías de los obuses
del 122 y los tanques (APLAUSOS). Si
creían que habría tregua, se encontraron con que nuestros artilleros y nuestros
tanquistas (APLAUSOS) no esperaron el
amanecer y desde la madrugada del día 18, sin tregua ni descanso, comenzaron a
atacar las posiciones enemigas. Y cuando
al amanecer los aviones que el día anterior habían estado hostigando a nuestra
infantería en aquella carretera sin poder recibir protección aérea nuestra,
cuando al amanecer volvieron aquellos aviones se encontraron con 54 piezas de
artillería antiaérea disparando sobre ellos (APLAUSOS).
Y ya nuestros batallones avanzaban por todos los
caminos y vericuetos en el interior del territorio que trató de ocupar el
enemigo y el ataque se lanzaba por los otros dos puntos de entrada a aquel
territorio donde ellos se habían atrincherado.
Fueron, pues, sorpresas sobre sorpresas, errores de
cálculo sobre errores de cálculo y todo se desenvolvía tan rápidamente que el
enemigo no tuvo siquiera tiempo de reflexionar, de reaccionar ni de
reponerse. No me refiero al enemigo que
estaba allí, que no tuvo tiempo ni de "pegar los ojos", nos referimos
al enemigo principal, que estaba "allá". No hubo tiempo ni de que el Pentágono se
reuniera a discutir, porque mucho antes de la convocatoria y del tiempo que por
lo general estos señores se toman para discutir, ya no había cabeza de playa en
Playa Girón (APLAUSOS), porque el día 19 avanzando desde todas direcciones
nuestras fuerzas acorralaron y desalojaron al enemigo.
Allí no cupo siquiera la historia de Dunquerque. Para los flamantes invasores no hubo siquiera
Dunquerque, porque precisamente, para que no hubiera Dunquerque, no se les dio
tregua ni descanso un solo minuto. Y no
había barco ni cosa parecida que se atreviera a aparecerse por allí a
rescatarlos (APLAUSOS). E inmediatamente
nuestros tanques y nuestra artillería tomaron posesión rápidamente de las
costas y esperaron:
qué pasaba.
Durante los tres días de combate portaaviones yankis
estuvieron en las cercanías de nuestras costas y sus aviones más de una vez
volaban rasantes sobre nuestro territorio, tratando de intimidar, y alguna que
otra vez hasta incluso abrieron fuego.
No es que nuestras fuerzas fueran allí solo dispuestas
a combatir a aquella fuerza de mercenarios, es que fueron dispuestas a combatir
lo que viniera detrás de ellos (APLAUSOS), porque inmediatamente la histeria se
apoderó de los gobernantes yankis. Tan
fulminante y sorpresiva derrota era algo que no cabía siquiera en la
imaginación de los imperialistas, en el orgullo de los imperialistas, en la
soberbia de los imperialistas que comenzaron inmediatamente a lanzar amenazas,
a advertir que ellos estarían dispuestos a actuar unilateralmente en el caso de
Cuba, y fue necesario movilizar rápidamente las tropas que estaban en aquella
zona hacia la capital, puesto que el grueso de las fuerzas eran procedentes de
la capital, sustituirlas por otras fuerzas para culminar la captura de todos
los invasores y atrincherarse en la capital, en espera de lo que pasara.
La gloria no está solo para nuestros combatientes en
la bravura y en el heroísmo con que combatieron y aplastaron a la vanguardia
enemiga, sino en la disposición de enfrentarse a las tropas regulares del
imperialismo si osaban invadir nuestro suelo.
No fuimos nosotros los que inventamos aquel ataque,
fueron ellos los que lo inventaron, luego no fuimos nosotros culpables de la
derrota que sufrieron, ¡fueron ellos que nos atacaron, los únicos culpables de
su humillante derrota! (APLAUSOS.)
La importancia que desde el punto de vista militar
tuvo la batalla en aquel territorio de Playa Larga y Playa Girón, de todo el
territorio de la Ciénaga de Zapata, estriba en que la "cabeza de
puente" fue destruida rápidamente y que por lo tanto el enemigo no pudo
proseguir sus planes. El enemigo no pudo
llevar adelante su estrategia, el enemigo no pudo desembarcar el grueso de sus
fuerzas. En eso estriba
fundamentalmente, en que el plan fue aniquilado desde el momento mismo en que
no pudieron establecer la cabeza de playa, desde el momento mismo en que no
pudieron posesionarse de un pedazo de nuestro territorio. Todos los demás planes quedaron en el aire;
puesto que la fuerza que enviaron a cumplir los primeros objetivos fue
fulminantemente aniquilada.
Claro que no solo fue una gran victoria de nuestro
pueblo, sino que, además, nuestras fuerzas se comportaron con una serenidad, y
con un pulso que pocas veces se ha visto en la historia de ninguna guerra,
puesto que ardía la sangre de nuestros soldados, puesto que la más profunda
indignación se albergaba en sus pechos, y sin embargo, tuvieron serenidad y
tuvieron pulso.
¿Dónde estaba, o dónde podía estar el mérito de
aquellos invasores? No eran los
expedicionarios del Granma; no eran los 82 hombres en un barquito de 60 pies,
sin comida, perdidos en el Golfo de México, en el Mar Caribe, sin bases de
aprovisionamiento, sin fuerzas aéreas, sin escuadras, sin armada yanki detrás,
sin portaaviones, sin submarinos, sin acorazados. No era la fuerza revolucionaria; los
revolucionarios no suelen tener ayuda de nadie cuando hacen sus revoluciones,
cuando inician sus luchas; la escasez más espantosa los suele acompañar; la
persecución, la falta de medios, de armas, de medios de transporte, de
protección de cualquier tipo, que se lanzan con los escasísimos recursos de que
disponen a la lucha contra todo un ejército.
Cuando se cree en las masas, cuando se tiene fe en la
causa, porque la causa es verdaderamente justa, entonces no se traen tanques ni
aviones de bombardeo, ni morteros pesados, ni "bazookas"; entonces no
hay escuadras detrás; escuadras detrás, armadas detrás solo podían tener los
ahijados de los millonarios yankis, los representantes del poder de la
esclavitud y del dinero, los representantes de la fortuna y del
privilegio.
Cuando los que vinimos a luchar contra el privilegio y
contra los poderosos del dinero y de la explotación iniciamos nuestra lucha, no
teníamos detrás más que la estela que dejaba nuestra pequeña embarcación. Y esa es la diferencia, la infinita
diferencia entre las dos causas que se enfrentaban. La nuestra llegó, se enfrentó a todas las
vicisitudes y triunfó; la revolución del pueblo, la revolución de los humildes,
se hizo poder; la contrarrevolución de los poderosos, de los ricos, de los
explotadores, cuando vino a recuperar sus privilegios, tenían detrás los tesoros
de los grandes monopolios, las infinitas sumas de millones de un imperio, su
escuadra, sus aviones, sus campos de entrenamiento, sus bases de operaciones
aéreas, sus fuerzas aéreas, los gobiernos títeres ayudándolos; todo era fácil.
Las armas salían de los arsenales yankis; los
alimentos salían de los almacenes yankis, las ropas, los equipos de campaña,
los alimentos, las raciones de guerra salían de los "stocks" del
ejército yanki. Y las expediciones se
preparaban en multitud de bases, desde la Isla Vieques, en el hermano país
oprimido de Puerto Rico, pasando por el territorio de Estados Unidos, y luego
en Guatemala, en Nicaragua; todo el poder de los millonarios detrás de ellos;
todos los millones de los poderosos explotadores detrás de ellos. Esa era la causa que ellos
representaban.
y por eso la expedición del barco pequeño y solitario
que enarbolaba una causa justa, la causa de los humildes, triunfó, combatió
durante 25 meses, y se hizo poder, mientras la causa de los explotadores, de
los privilegiados, de los millonarios, de los poderosos, fracasó, ¡y no pudo
sostenerse, siquiera, 72 horas!
(APLAUSOS.)
Y eso es lo que en la logística yanki, en la logística
del Pentágono, en sus planes estratégicos, no consideran, no toman en cuenta, y
por eso fallan todos sus planes, y por eso fracasan sus planes terroristas, y
por eso sus bandas contrarrevolucionarias fueron también aniquiladas
(APLAUSOS), a pesar de las armas que les llegaban por aire y por mar.
Tomaron venganza contra nuestros maestros, contra
nuestros brigadistas alfabetizadores (APLAUSOS), contra nuestros
alfabetizadores populares (APLAUSOS); y así, así, primero asesinaron al maestro
voluntario Conrado Benítez (APLAUSOS), después asesinaron al alfabetizador
popular, el obrero Delfín Sen (APLAUSOS), y después, junto a un padre de
familia, campesino, asesinaron al brigadista Manuel Ascunce (APLAUSOS). Solo el odio ciego, bajo y ruin de los
explotadores, de las contrarrevoluciones de los explotadores, de los
imperialistas, pueden concebir semejantes actos; actos que creían permanecerían
impunes, y, sin embargo, ¿qué ha ocurrido en el transcurso de este año?, ¿qué
ha ocurrido en el transcurso de estos 12 meses, desde el triunfo aplastante de
Playa Girón? ¡Que el asesino de Delfín
Sen fue capturado y fusilado con toda su pandilla! (APLAUSOS), ¡que el jefe
pandillero que asesinó al brigadista Manuel Ascunce fue capturado y
fusilado! (APLAUSOS.)
Y, por último, como una coincidencia simbólica, el
mismo día, o al día siguiente de conmemorarse la primera acción del mes de
abril del año pasado, fue cercado y muerto cuando trató de escapar el asesino
del maestro voluntario Conrado Benítez (APLAUSOS).
Es decir que, en los emblemas de los agentes del
imperialismo, de los asesinos a sueldo del imperialismo, bien pudieran
inscribir esta frase:
"¡No escaparás, no escaparás!" (APLAUSOS.) ¡No escaparás a la justicia del pueblo! (APLAUSOS.)
Asesinos, asesinos de maestros, asesinos de alfabetizadores populares,
asesinos de brigadistas adolescentes, ¡no escaparán! (APLAUSOS); asesinos de obreros, como
aquellos que al perpetrar el criminal sabotaje contra "El Encanto"
dio lugar a que muriera abrasada entre las llamas aquella ejemplar trabajadora,
Fe del Valle (APLAUSOS)... no escapó
tampoco a la justicia del pueblo; asesinos de obreros, asesinos de campesinos,
asesinos de maestros, de alfabetizadores, de brigadistas, no podrán escapar de
la justicia del pueblo, como no escaparon tampoco en su día los criminales que,
en las montañas durante la guerra, y en las ciudades, privaron de la vida a
miles de jóvenes.
¡No escaparon!
Ni los pequeños ni los grandes criminales escapan ni escaparán, ni los
que organizan estas bandas de asesinos tampoco escaparán al veredicto de la
historia, que no será un simple veredicto de palabra, sino el veredicto que
marca inexorable el destino de los explotadores de todo el mundo, como un reloj
que le dice: "tus
días están contados, el fin de tu sistema explotador se acerca".
Ese reloj, que se siente en el palpitar de los pueblos
explotados y que les marca su destino inexorable, no son simples frases. No hay más que ver el panorama del mundo,
pero, sobre todo, ver el panorama de América.
La Revolución Cubana sigue en pie y es cada día más fuerte; la
Revolución Cubana, al año del artero y cobarde ataque, conmemora hoy el primer
aniversario de aquella victoria, pero lo seguirá conmemorando además por todos
los tiempos venideros (APLAUSOS).
La obra revolucionaria continúa adelante. Casi un millón de cubanos aprendieron a leer
y a escribir a partir de entonces (APLAUSOS).
Nuestra campaña de alfabetización pudo llevarse adelante, sin que
pudieran impedirla ni con sus invasiones ni con sus crímenes espantosos; no
pudieron impedir que esos cientos de miles de compatriotas nuestros, a quienes
la sociedad les había negado, aquella sociedad de explotación y de vicio les
había negado la oportunidad de aprender
siquiera el abecedario, pudieran recibir la enseñanza, pudieran aprender.
Nuestros planes en todos los órdenes, pero fundamentalmente
nuestros planes educacionales en los cuales se cifra la gran esperanza del
porvenir, pudieron seguir adelante. Y
regresaron victoriosas las legiones de jóvenes que se lanzaron a través de los
campos y de las montañas a enseñar, y que hoy integran legiones de estudiantes
entusiastas dedicados por entero a formarse, para forjar el mañana de la
patria.
No pudieron siquiera impedir nuestros planes, nuestro
avance en todos los órdenes. Y la
Revolución por eso se consolida y se hace fuerte, es fuerte con el pueblo y
junto al pueblo. Porque la Revolución es
eso, el pueblo (APLAUSOS).
Y no puede decir lo mismo el gobierno en cuyo
territorio se organizó la expedición y se entrenó a los mercenarios; no puede
decir lo mismo el tirano que gobierna a Guatemala, porque si él también puede
conmemorar el aniversario de esta derrota, con seguridad que no conmemorará el
segundo aniversario de su derrota (APLAUSOS), porque se está cayendo, porque su
situación es insostenible, porque lo "barre" el pueblo. No lo salva ya ni la sombra de Kennedy
(APLAUSOS). No pueden decir lo mismo
otros gobiernos que se prestaron a las agresiones contra nuestro país.
La democracia proletaria, el gobierno proletario se
hace cada vez más fuerte en nuestra patria, mas no puede decir lo mismo esa
seudodemocracia llamada "democracia representativa", y que no es más
que la dictadura feroz de las oligarquías explotadoras contra los pueblos; no
puede decir lo mismo, al año de la derrota imperialista de Girón, el gobierno
tambaleante de Rómulo Betancourt (APLAUSOS).
Y se puede casi preguntar si conmemorará, acaso, el
segundo aniversario de la derrota imperialista de Girón. porque hay uno, hay
uno, que no pudo siquiera conmemorar el primer aniversario de la derrota
imperialista, el gobierno seudodemócrata, es decir, la "democracia
representativa" de la Argentina, porque allí no fue ni siquiera el pueblo,
fueron los "gorilas" los que lo liquidaron; pero que en la misma
medida en que hacen retroceder todavía un paso más atrás el sistema político
argentino, acercan al pueblo argentino a la hora de la Revolución.
El gobierno proletario, la revolución proletaria,
sigue adelante; las "democracias representativas" de Ydígoras, de
Betancourt y comparsa, se tambalean y se caen; sacudidas unas veces por el
pueblo, y sacudidas otras veces por los factores más reaccionarios del
imperialismo.
y por lo que se ve, mientras la Revolución Cubana no
pudo ni podrá ser destruida con todas las agresiones económicas y militares, y
sin que el imperialismo nos dé un solo centavo, sus "democracias
representativas", aunque el imperialismo les dé lo que les dé —¡y en
realidad les da bien poco!— se caen (APLAUSOS).
¿Qué sería si los agredieran como el imperialismo
agrede a la Revolución proletaria? ¿Qué
sería si esos regímenes tuvieran que resistir el cerco y el embargo, el
bloqueo, que el imperialismo le ha puesto a la Revolución proletaria? ¿Qué sería, cuánto durarían, si apuntándolos
el imperialismo, con todo lo que puede apuntalarlos, se caen? Mientras tratando de destruirnos con todos
los medios que dispone el imperialismo para destruir un gobierno, lejos de
caerse es más fuerte nuestra Revolución (APLAUSOS).
¿Y que perspectiva le ofrecían a nuestra patria? ¿Qué solución le ofrecían a nuestro país? La solución que le dieron a Guatemala, la
solución que le dieron a nuestro hermano pueblo guatemalteco, con la invasión y
la consiguiente contrarrevolución de Castillo Armas. Han pasado siete años de aquel acto piratesco
—siete, u ocho, o nueve, de aquel acto piratesco— en que al igual que trataron
de hacer en Playa Girón, lanzaron a una horda de mercenarios desde los
territorios limítrofes, también con la ayuda y la complicidad, como en este
caso, de los gobiernos títeres, y también con apoyo de aviones de bombardeo, y
se apoderaron del gobierno de aquel país, instauraron el peor régimen de
reacción, les arrebataron las tierras a los campesinos.
¿Y que hay en Guatemala al cabo de ocho años? ¿Qué solución le dieron? La sangre que corre hoy en el hermano pueblo,
las decenas y los cientos de jóvenes estudiantes y obreros asesinados por los
esbirros de la tiranía proimperialista; los campesinos perdieron sus tierras,
los obreros perdieron sus derechos. Y al
cabo de ocho años de aquella invasión mercenaria y traidora, que logró sus
objetivos, corre la sangre a raudales del pueblo guatemalteco. Sangre obrera, sangre campesina y sangre de
estudiantes se derrama al cabo de ocho años; al cabo de ocho años la feroz
represión, la feroz tiranía y el pueblo luchando de nuevo por romper sus
cadenas.
Eso es lo que querían depararnos a nosotros: nuevos Machado, nuevos Batista, nuevos
Ventura, nuevos Chaviano, nuevos Cowley, nuevas "Pascuas
Sangrientas", nuevos rosarios de cadáveres de jóvenes asesinados, de nuevo
el hambre, el desempleo, la discriminación, la explotación inhumana, el trabajo
esclavo de los campesinos, la opresión despiadada de las masas
trabajadoras. Eso es lo que nos
deparaban sobre un río de sangre, porque, ¿cómo habrían podido de nuevo
apoderarse de nuestra patria, sino sobre un río de sangre, sobre un mar de
sangre, sobre montañas de cadáveres, sobre las cenizas del territorio
nacional? Y eso es lo que nos
deparaban.
y por eso creían que los iban a recibir con los brazos
abiertos, como si los esclavos libertados añorasen el látigo y el yugo de sus
amos de ayer.
La Revolución no tendrá dentro de ocho años, ni tendrá
nunca más, nunca más nuestros obreros, nuestros campesinos, nuestros
estudiantes, tendrán que caer balaceados por sus explotadores, por los
ejércitos mercenarios, de los oligarcas explotadores, los amos de las riquezas,
de las tierras, de las industrias; nunca más tendrán que caer bajo las balas
homicidas de los ejércitos que organiza y arma el imperialismo; nunca más,
porque para siempre son y serán los dueños de su destino, de su riqueza. Porque cada vez serán más los hombres y las
mujeres que trabajen, en la misma medida en que se desarrolle nuestra riqueza;
cada vez será más un pueblo de trabajadores y un pueblo de estudiantes.
Lo que el imperialismo ofrece son esas escenas de la
Universidad de Guatemala, donde caen inermes los jóvenes asesinados por la
"porra". Y lo que la
Revolución ofrece es ese espectáculo que vemos todos los días, que cualquier
ciudadano puede ver todos los días, de muchedumbres de jovencitos y jovencitas
con sus uniformes de becados, con sus libros bajo los brazos, dirigiéndose
llenos de entusiasmo, hacia las escuelas, hacia las secundarias, los
preuniversitarios, los centros tecnológicos y las universidades.
¡Qué distinto panorama el que brinda la Revolución
proletaria y el que brinda el imperialismo!
Dentro de 15 años, por ejemplo —y 15 años transcurren velozmente en la
vida de cualquier pueblo— solamente de los planes de becados saldrán 100 000
técnicos universitarios (APLAUSOS), sin contar los que surgirán de las
universidades sin necesidad de becas del Gobierno Revolucionario; nuestros
técnicos se contarán por cientos de miles.
¡Qué gran futuro, que extraordinario porvenir!
Si se piensa que solo preparando al pueblo, y que lo
importante es preparar al pueblo, porque nuestro país tiene riquezas naturales
suficientes para llegar a desarrollar una gran industria, una extraordinaria
economía, si los recursos naturales los tenemos ahí, ¿qué nos falta? Nos faltan los recursos humanos, y los
recursos humanos los estamos creando.
Nos faltan las maquinarias, las fábricas, y las fábricas las estamos
instalando. No nos faltarán los recursos
financieros, no nos falta una naturaleza magnífica; nos faltaban los recursos
humanos, y como tenemos la materia prima de un gran pueblo, los recursos
humanos que necesitemos los tendremos, y, sobre todo, en la misma medida en que
llevemos adelante los planes de estudio, de capacitación técnica de toda la
clase obrera, de formación de cientos de miles de técnicos, nuestro país
tendrá, sin duda alguna, un futuro extraordinario, porque tiene todo lo que
necesita para garantizar ese futuro.
Nuestros problemas presentes no engañan a nadie, no
pueden confundir a nadie. Cuando
combatíamos a las fuerzas del imperialismo, no pensábamos que venían a
destruirnos el presente; pensábamos, sobre todo, que nos querían destruir el
porvenir (APLAUSOS). Porque el presente
nuestro no podía ser otra cosa que lo que nos dejaron, no podía ser otra cosa
que una economía pobre, subdesarrollada, una industria atrasada, la dependencia
absoluta de un solo mercado; no podíamos tener otro presente que el que nos
dejaron. Lo que hemos hecho es repartir
mejor lo que teníamos, distribuir mejor lo que nos quedó.
La tiranía nos dejó sin reservas. Virtualmente había gastado cientos de
millones de reservas en los siete años de despilfarro y de sangre que nos
impuso. No podíamos hacer otra cosa que
aprovechar mejor lo que teníamos y distribuir mejor lo que teníamos. Claro está que nuestra economía dependía de
un solo mercado: la desgracia de
depender del mercado yanki, que todas nuestras piezas de repuesto, todas
nuestras fábricas eran de marca yanki en su mayoría, que de allí tenía que
venir la materia prima, las piezas de repuesto, que nuestra economía estaba
completamente moldeada a esa dependencia de un solo mercado, y que el
imperialismo se valió de todas esas ventajas para hacernos todo el daño
posible, para tratar de estrangular nuestra economía, para tratar de hacernos
perecer por hambre, para crearnos todos los obstáculos imaginables, para poner
a nuestro pueblo ante una dura prueba.
Claro está que nos habían dejado muy poco, y lo poco
que nos dejaron virtualmente dependiente de la voluntad de nuestros
explotadores yankis, lo único que podíamos hacer era aprovechar mejor lo poco
que teníamos y distribuir mejor lo que nos habían dejado. Pero de manera que no se acostara un solo
niño con hambre, que no faltara un bocado en ningún hogar cubano; dar trabajo,
dar empleo, proporcionar un ingreso a toda la familia, arreglárnoslas con lo
poco que nos habían dejado y comenzar a preparar el futuro.
Y esa es nuestra gran tarea: el futuro. Los imperialistas tratan de engañar a los
pueblos de América, y pretenden atribuir a las medidas revolucionarias las
consecuencias del bloqueo y de la agresión económica. Y ellos no dicen que nos han creado problemas
con sus agresiones y sus bloqueos, sino que los problemas son consecuencias de
las leyes revolucionarias. Y con ese
engaño tratan de confundir a los pueblos.
Pero ya veremos a la vuelta del tiempo, ya veremos a la vuelta de los
años, ya veremos cuando empiecen a nacer y empecemos a cosechar los frutos del
trabajo de hoy; ya veremos cuando nuestra patria se vaya llenando de fábricas,
cuando el nivel técnico de nuestros trabajadores se haya elevado
considerablemente, cuando los técnicos se puedan contar por cientos de miles,
cuando la productividad de nuestro trabajo se multiplique; ya veremos con cuanto
orgullo pensaremos, incluso, en los sacrificios de hoy, para que podamos
decir: "no fue un triunfo sin
esfuerzo, no fue un triunfo sin sacrificios, y tenemos derecho a este
porvenir"; y el día de mañana podremos decir: "tenemos derecho a estos frutos porque
supimos ganárnoslos, porque no fuimos un pueblo que pensara en pan para hoy y
hambre para mañana" (APLAUSOS).
Aquí, desde luego, había quienes no pasaban nunca hambre, pero había
muchos que sí pasaban hambre. Y a esos,
lo que el régimen capitalista les ofrecía era "hambre para hoy más hambre
para mañana" (APLAUSOS).
¡La Revolución socialista ofrece pan para hoy y más
pan para mañana! (OVACION.)
Y eso nos lleva de la mano a la idea de que el trabajo
es lo más importante en esta Revolución, que la función del trabajador es la
más sagrada función en esta Revolución, y que el trabajador, ser trabajador es
el título más honroso en esta sociedad (APLAUSOS); porque es el trabajador el
que crea las riquezas, el pan de todos; y porque nuestra sociedad tiene que ser
cada vez más una sociedad de trabajadores, una sociedad de productores, una
sociedad donde cada vez haya menos parasitismo, menos parásitos.
Porque los parásitos de las sociedades explotadoras,
los parásitos de la burguesía, de las burguesías y de su cohorte de servidores,
se nutren del sudor de los trabajadores.
y basta tener un poco de
sentido común para comprender que habrá mucho más bienes, mucho más producto,
en aquel pueblo donde sean más a producir y menos los parásitos, menos a
holgazanear, que aquel donde son cada vez más a holgazanear y menos a producir.
Esto nos indica que la gran tarea de nuestro pueblo es
producir. Nosotros sabemos, en el día de
hoy, porque existía en ocasiones anteriores la costumbre de conceder desde el
mediodía del jueves, con motivo de las tradiciones de la Semana Santa, y se
acordó este año que fuese el viernes, en consideración al principio de la
necesidad de trabajar y de producir, aunque, claro está, hubo una deficiencia
en la tramitación, no fue con el debido tiempo para informar oportunamente y
con tiempo anticipado a todos los obreros y empleados. Hubo alguna queja en ese sentido. Sin embargo, ¿caben quejas en un día como
hoy? Hoy, incluso, ¿cómo hemos nosotros
honrado la victoria y los que hicieron posible la victoria? ¡Trabajando!, ¡trabajando! (APLAUSOS.)
La Revolución ha traído nuevas fechas: el 1º de enero, que por ser ya
tradicionalmente de fiesta se transfiere al día 2; el 26 de julio, son nuevos
días feriados; hay un mes de vacaciones.
Ese derecho por ley se va a ampliar a todos los empleados del Estado
(APLAUSOS).
Por eso, cuando las necesidades de la lucha nos
obligan a perder un día, una gran concentración, tenemos que tratar de que sea
un domingo y si la efectuamos entre semana, trabajar el sábado o el domingo,
porque lo más sagrado, la responsabilidad más importante, el deber más
primordial de cada ciudadano es producir, porque el pueblo necesita muchos
bienes, necesita vestirse, necesita calzarse, se sienta a la mesa todos los
días, necesita muchas cosas, necesita medicinas, necesita viviendas. Pero para poderse sentar a la mesa, para
poder satisfacer todas esas necesidades, el pueblo tiene que producir
(APLAUSOS). Porque los bienes no caen
como “maná” del cielo, los bienes tiene que conquistarlos el hombre, luchando
con el medio, luchando con la naturaleza, trabajando.
A los explotadores, a los capitalistas, los bienes sí
les caían del cielo, del trabajo de los obreros. Pero en una sociedad llamada a eliminar toda
explotación del hombre por el hombre, no habrá explotadores (APLAUSOS), no
habrá nadie que reciba los bienes por una especie de derecho divino del sudor
de los demás; y todos serán productores; y esos bienes tenemos que producirlos
y tenemos que producirlos trabajando.
Por eso el trabajo hay que dignificarlo, elevar la productividad del
trabajo. ¿Cómo se eleva la productividad
del trabajo?
Con nuevas técnicas, con nuevas máquinas. ¿Cómo se adquieren nuevas técnicas y nuevas
máquinas? ¡Produciendo, trabajando,
haciendo rentables todas las industrias, todas las empresas, porque de ahí,
solo de ahí, del trabajo, puede provenir la satisfacción de todas nuestras
necesidades, de nuestras necesidades de invertir para tener nuevas máquinas,
nuevas fábricas, que aumenten la productividad del trabajo; para preparar
nuevos técnicos, para satisfacer las necesidades del pueblo!
Y por eso, cada vez más, como pueblo trabajador
tenemos que poner nuestro pensamiento en el trabajo, en la bondad del trabajo y
en el principio de que los bienes que deseamos, de que los bienes que
necesitamos solo nosotros podemos producirlos, solo de nuestro trabajo pueden
provenir. Y con ese espíritu afrontar la
tarea, en los campos, en las ciudades, en todos los frentes, con ese sentido
del deber, con ese pensamiento puesto en el pueblo, en sus necesidades, en la
satisfacción de sus necesidades; en la población que crece, en la población que
necesita el fruto de ese trabajo.
Y he querido en el día de hoy detenerme en este
pensamiento, porque es así como nosotros —pensando en el futuro— hemos de
analizar y hemos de conmemorar estos hechos históricos.
Es así como nosotros tenemos que ser leales a los que
cayeron; es así como nosotros tenemos que rendir tributo a nuestros muertos.
Así, hoy, en este acto se junta el pueblo, se juntan
los representantes de nuestras heroicas unidades de combate, nuestras gloriosas
Fuerzas Armadas Revolucionarias (APLAUSOS) junto a los familiares de nuestros
heroicos caídos en los combates (APLAUSOS), junto al pueblo trabajador, junto
al Gobierno Revolucionario, junto a la dirigencia revolucionaria (APLAUSOS
PROLONGADOS) como expresión de lo que es nuestra Revolución: el obrero que trabaja y que produce junto a
su herramienta, y el obrero que monta guardia con su fusil, y que defiende la
integridad de la patria.
¡Obreros que producen, obreros que montan guardia,
soldados dispuestos a producir, productores dispuestos a convertirse en
soldados y a ser todos soldados si la patria los necesita, o a ser todos
productores cuando la patria no necesita soldados! (APLAUSOS.)
Eso es nuestro pueblo, esa es nuestra Revolución. Contra esa Revolución y contra ese pueblo
vinieron a chocar los invasores del imperialismo; contra ese pueblo tendrán que
estrellarse todas las agresiones, porque decíamos “pocos, viejos y
destartalados aviones”, hablando de Girón, ¡pues si repiten la triste hazaña no
se encontrarán ni con pocos, ni con viejos, ni con destartalados aviones! (APLAUSOS PROLONGADOS Y GRITOS DE: “¡Fidel, seguro, a
los yankis dales duro!”)
Ya cuando Girón, ya cuando Girón nuestras fuerzas
estaban listas para combatir, no solo contra una fuerza como aquella, sino
contra varias fuerzas como aquella, porque nadie piense que se emplearon en el
combate todos nuestros efectivos de infantería y de artillería —y eso era
entonces. Y ya no serían las unidades
bisoñas, apresuradamente entrenadas, ¡ya tendrían que chocar contra una
organización mucho más eficiente, mucho mejor entrenada y más completamente
equipada! (APLAUSOS.)
Nuestra fuerza ha crecido considerablemente desde
entonces. ¡Y lo advertimos!, lo
advertimos porque más vale que escarmienten nuestros enemigos. Hay leyes ya más severas, hay disposiciones
más drásticas; ¡a partir del asesinato del brigadista Manuel Ascunce, la
Revolución es implacable con sus enemigos!
(APLAUSOS.)
Y ya por una vez basta, y no ha quedado por nosotros
la lección; tiempo de sobra para escarmentar; porque si vuelven a atacar a
nuestro país, ¡es conveniente que los agresores dejen hecho el testamento antes
de partir! (APLAUSOS PROLONGADOS), sea
cual fuere la forma de ataque: filtración, ataque directo, fuerzas
mercenarias, infantería de marina, lo que sea; porque junto a las fuerzas de
operaciones, van los Tribunales Revolucionarios (APLAUSOS).
La organización de la Revolución, no solo en el campo
militar progresa, y no solo en el campo militar debemos hacerla progresar,
debemos hacerla progresar en todos los frentes: en la agricultura, en la industria, en
la administración pública, en todos los frentes. Debemos perfeccionar nuestro trabajo, y
continuar perfeccionando nuestra defensa; continuar adelante con nuestros
planes educacionales, las unidades siempre alertas, los aviones siempre listos,
y siempre bien cuidados, de manera que nunca el enemigo los pueda destruir en
un ataque sorpresivo. Las unidades
siempre alertas, siempre, ¡siempre!, ¡nunca bajar la guardia!, ¡nunca pensar
que el peligro desaparece!, ¡siempre alertas, siempre listas! y, ¡listas para
vencer, además! (APLAUSOS.)
Todos los oficiales, todos los instructores
revolucionarios, todos, deben tener siempre este pensamiento, todos los hombres
de las unidades de combate, siempre presente ese pensamiento: que el enemigo es artero, que el
enemigo es criminal, que el enemigo es cobarde, que el enemigo ataca por
sorpresa; y siempre listo cualquier soldado, cualquier unidad en cualquier
punto. ¡La defensa nunca se rompe! ¡El soldado revolucionario nunca se rinde!, y
cuando queda aislado pelea él solo como si estuviese con él todo un ejército
(APLAUSOS); siempre con la mente preparada, siempre con el ánimo dispuesto,
siempre con el pensamiento firme, y siempre presente el deber del combatiente
revolucionario, frente a todas las contingencias, frente a todas las
vicisitudes; reaccionar rápidamente, como se reaccionó contra el ataque artero
hace un año; siempre, cualquiera que sea el enemigo, cualquiera que sea su
fuerza, siempre, como los centinelas de Playa Larga y Playa Girón, con el grito
de: ¡Patria o Muerte! en los
labios. Siempre como nuestros pilotos,
como nuestros artilleros, como nuestros tanquistas, como nuestros soldados de infantería; siempre,
siempre como aquellos jóvenes heroicos que con sus antiaéreas se batieron: muchachos de 14 y
de 15 años; siempre como aquel marinero que al sur de la Ciénaga de Zapata
quedó solitario en un cayo, y durante tres días cumplió su deber, informando en
la retaguardia todo el movimiento de las fuerzas enemigas (APLAUSOS).
Con ese espíritu, con esa decisión, con ese fervor,
con esa firmeza es que debemos conmemorar este 19 de abril, con ese tributo de
recuerdo leal, firme, a nuestros muertos, a los que cayeron en esos combates,
con ese sentimiento de solidaridad hacia ellos, hacia sus hijos, ¡que son los
hijos de todo el pueblo! (APLAUSOS); hacia sus esposas, hacia sus padres, hacia
sus seres queridos, que en el cariño del pueblo encuentran, al menos, alguna
compensación a su dolor, que en la felicidad del pueblo encuentran la
recompensa de sus sacrificios, que en el porvenir de la patria verán siempre,
en el avance de la Revolución, que el sacrificio no fue inútil, que su dolor
—aunque dolor duro, aunque dolor entrañable— tiene, en cambio, la compensación
de toda la felicidad que han hecho posible, de todo el bien que han hecho
posible a la patria.
Cuando nosotros nos reunimos con los familiares, les
hablaba de la infinita gratitud que todo el pueblo tenía que sentir hacia
aquellos caídos, porque, como les
explicaba, por la valentía con que combatieron, por la decisión con que se
lanzaron a aplastar al enemigo, impidieron que los planes enemigos se llevaran
adelante, impidieron que la patria se cubriera de luto; porque si el enemigo
hubiese ocupado efectivamente, y consolidado un pedazo del territorio nacional,
no cabrían en este teatro, ¡no cabrían siquiera en la Plaza Cívica los
dolientes que habrían tenido que llorar la pérdida de sus hijos o de sus
padres, o de sus esposos, o de sus hermanos!
La gratitud infinita de la patria por los que cayeron,
ahorrándonos tanto dolor, por lo que puede decirse que nunca tantas vidas se
salvaron por las vidas que se perdieron, y que por eso nuestro país, nuestra
patria estaría siempre agradecida, y que nuestra consideración hacia sus seres
queridos no era privilegio para esos seres queridos, sino respeto al recuerdo
de los compañeros caídos. Porque
cualquier combatiente, cualquier padre, cualquier hijo, cualquier esposo, en la
hora del combate es lógico, es inevitable, en presencia de la posibilidad de la
muerte, que tenga en ese momento el pensamiento de los suyos, de los que ampara
y sostiene con su trabajo, y que para que ese pensamiento de los que van a
morir, o de los que se enfrentan a la muerte tenga todo el respeto y toda la
consideración nuestra, por eso nosotros, hacia ellos, hacia los seres queridos
de nuestros compañeros caídos, todas nuestras consideraciones, toda nuestra
ayuda, todo nuestro respeto (APLAUSOS).
Y les decía también a ellos que nuestros Tribunales
Revolucionarios han exigido una indemnización material de los daños
ocasionados; que esa indemnización nunca podrá satisfacer el daño en vidas
humanas que nos hicieron. Pero que por
eso mismo, aunque lo material era lo secundario, que lo importante era el
aspecto moral, que lo importante era que los que organizaron esa invasión le
paguen al pueblo de Cuba los daños materiales que le causaron (APLAUSOS); que
lo importante era que los invasores hayan tenido que regresar, o tengan que
regresar, no con las palabras de Julio César: "llegué, vi, vencí"; sino,
llegué, vi y nos aplastaron (APLAUSOS).
Y que junto a los vencidos tengan que doblar la cabeza
los principales culpables, que junto a los vencidos tengan que pagar con ellos
los principales responsables. Y que lo
que importa de esa reparación en lo que tiene de reparación moral, que el país
todopoderoso, que el país imperialista, que no midió su poderío cuando fraguó
sus planes criminales contra nuestra nación pacífica, contra nuestro pueblo
trabajador, contra nuestro pequeño país tenga que reparar de manera directa o
indirecta, por sobre cuerda o por bajo cuerda, tenga que reparar el daño
material. Y aunque con reparaciones
materiales no se pueden compensar vidas humanas, esas reparaciones las vamos a
invertir en salvar vidas, en comprar medicinas, material quirúrgico, medios de
producción de alimentos para niños; es decir que sirvan para salvar muchas
vidas, para traer salud a nuestro pueblo, y, sobre todo, a nuestros niños
(APLAUSOS), y para que eso sirva de alguna forma de reparación al daño
irreparable que nos hicieron.
Compañeros y compañeras:
Nuestros muertos mandan, mas no los llamemos muertos,
digamos como el poeta Nicolás Guillén:
que viven más que nunca, que vivirán eternamente en el latido de cada
corazón de cubano, que viven en nuestra sangre, en nuestra devoción, en nuestro
esfuerzo; que viven en cada estudiante que marcha con sus libros a la
universidad, que viven en cada niño que juega en nuestros parques infantiles,
en cada pionero que marcha a la escuela; que viven en cada soldado de la
patria, en cada centro obrero, en cada batallón, en cada unidad, en cada
división; que viven en cada ciudadano de la patria, y que nos mandan a cumplir
el deber.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)