DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO y
PRIMER SECRETARIO DE LAS ORI, EN EL ACTO DE CORONACION DE LA ESTRELLA DE LA
UNIVERSIDAD DE ORIENTE, CELEBRADO EN LA PROPIA UNIVERSIDAD, EL 24 DE JULIO DE
1962.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Bueno, compañeros, yo no sé por qué han hecho esa
fogata con el calor que hace aquí en Santiago de Cuba (APLAUSOS).
De verdad, ha dispersado la mitad del público. Bueno, tanto que hablé y que hablé y ahora no
dejan hablar a uno aquí (RISAS).
En primer lugar, quiero pedirles una excusa a todos,
pero en primer lugar a los delegados invitados nuestros para el 26 de Julio y
también a los compañeros que estaban trabajando aquí en el escenario, que los
interrumpí, nunca había interrumpido una comedia (RISAS) y es que primero una mala información —yo
creía que era a las 9:00 el acto—, estábamos nosotros reunidos con los
estudiantes de las escuelas tecnológicas y creía que era a las 9:00.
Así que llegué tarde, interrumpí la comedia, y me dio
mucha pena haber llegado tarde porque estaba muy buena la comedia esa
(RISAS).
De todas formas yo les prometí en el día de hoy, a los
compañeros, hacer lo posible por venir a la coronación. Coronaron la reina también y llegué tarde.
Pero bien, les prometí asistir a este acto. Tenía interés en reunirme con los estudiantes
universitarios y también, naturalmente, aunque no faltarán oportunidades para
volver a ver a los compañeros delegados, saludarlos a ellos también.
Nosotros tenemos un extraordinario interés —voy a
hablar para los estudiantes, voy a hablar también para los visitantes— en todo
lo que se refiere a las actividades de la educación; todo lo que tiene que ver
con la vida de nuestros jóvenes.
Nosotros cada día comprendemos más y mejor que la tarea más importante
que tiene la Revolución es educar, la propia experiencia de la lucha nos enseña
esa verdad.
Por eso la Revolución cada día le presta —y no ha sido
poco el interés que le ha prestado hasta hoy— más atención al frente de la
educación. Es, además, uno de los
aspectos donde la Revolución ha avanzado más.
A esa conclusión llegamos, además, porque hemos visto todo lo fructífero
que es el esfuerzo que se hace con la juventud; hemos tenido oportunidad de
comprobar, además, todo lo que es capaz de hacer la juventud; y porque vemos
cada día mejor las realidades de la Revolución, como comprendemos cada día más
que la Revolución es una lucha contra hábitos, costumbres, vicios y mentalidad
del pasado.
Como vemos que la Revolución es una lucha de clases
dura, y que se hace más dura cuando una revolución se desarrolla en las
condiciones que se desarrolla la nuestra, bajo el incesante hostigamiento de
una fuerza poderosa, infatigablemente hostil a nuestra lucha; circunstancias
que hacen que los elementos que no se resignan al cambio profundo que significa
una revolución, se sientan incesantemente alentados por esa fuerza extranjera.
Como cada una de esas cosas para nosotros se hace más
evidente; como sabemos que esta es una lucha larga; porque sabemos que es una
lucha larga, porque cada día la Revolución nos enseña esas verdades; verdades
que presentíamos más que conocíamos cuando comenzábamos esta lucha, es por lo
que tenemos conciencia de que para esa lucha larga debemos prepararnos y que la
Revolución tiene que formar una generación nueva.
Porque además, la Revolución no es una lucha por el
presente, la Revolución es una lucha por el futuro; la Revolución tiene siempre
su vista puesta en el porvenir y la patria en que pensamos, la sociedad que
concebimos como sociedad justa y digna de los hombres, es la patria del mañana;
la sociedad que empezamos a construir hoy y que edificaremos piedra a
piedra. Como vemos así las cosas es que
pensamos que nuestra tarea más importante está en la educación.
Hay que educar a la juventud para muchas cosas; hay
que educarla para una vida nueva y hay que educarla para un modo de producción
distinto y capaz de satisfacer todas las aspiraciones de nuestro país. Pero también lo que una revolución significa
en el campo de la educación, es una prueba de cuán distinta es la vida que se
organiza para nuestro pueblo de lo que era la vida del pasado.
Nosotros podíamos hacer muchas comparaciones,
muchas. No quiere decir que nosotros
podamos sentirnos satisfechos de lo que hayamos alcanzado; pero, si comparamos
lo que hoy se hace por nuestro país, lo que hoy se hace por nuestro pueblo en
el campo de la educación, y lo que se hacía en el pasado, bastaría para que el
juicio de la historia estuviera del lado de la Revolución.
En nuestro país, la herencia que recibió la Revolución
fue la herencia de más de un millón de personas adultas que no sabían leer ni
escribir. Pero además, cientos de miles
de niños no tenían escuelas; en infinidad de lugares de nuestros campos no
había maestros; el número de analfabetos estaba llamado a aumentar año por año.
En cambio, unos 10 000 maestros graduados se
encontraban sin empleo. Nuestras
universidades qué eran, en primer lugar nuestros institutos eran una especie de
kindergarten para adolescentes y nuestras universidades, nuestras universidades
llevaban en su seno muchos de los vicios de aquella sociedad; desde profesores
que no asistían nunca a clases hasta los métodos de enseñanza, dogmáticos,
memoristas, con facultades repletas de estudiantes para oficios donde sobraban;
es decir, para oficios improductivos.
En un país que vivía de la agricultura, en su
universidad ingresaban apenas unas decenas de alumnos para estudiar ingeniería
agronómica, mientras en la facultad de derecho ingresaban miles de
alumnos. Por lo menos en el primer año
pasaban de 1 000 los que se matriculaban.
De ninguna manera estaba organizada la universidad
para servir los intereses del pueblo. De
ninguna manera estaba organizada la universidad para llenar las funciones
sociales que requería nuestro país.
Ahora bien, no había contradicción, puesto que aquella era una sociedad
caótica, sin planes, sin perspectivas, sin futuro. Era lógico que la universidad fuera tal cual
era aquella sociedad, donde el egoísmo individualista, donde el afán de lucro,
donde el oro se convertía en la suprema aspiración de los individuos, la
aspiración de vivir del trabajo de los demás; era lógico que faltara la
preocupación por la producción; era lógico que muy pocos quisiesen ser
ingenieros agrónomos y muchos quisiesen ser abogados —entre ellos yo
(APLAUSOS).
Era la educación para el parasitismo, era la educación
para la explotación, era la educación para vivir lo mejor posible produciendo
lo menos posible.
Y además, si de la universidad salía un buen médico,
ya no hablemos de un buen abogado; un buen abogado tenía empleo asegurado en
cualquier monopolio yanki, en las grandes compañías, en los grandes negocios;
su oficio era desahuciar, cobrar, ayudar a aplastar al humilde, al pobre.
Si era un buen médico, tenía inmediatamente una
demanda creciente, cada vez cobraba más, y se iba convirtiendo poco a poco en
el médico de los ricos.
Si la sociedad daba una inteligencia privilegiada para
la medicina, aquella inteligencia no se iba a poner al servicio de la sociedad
ni al servicio del pueblo. Aquella
inteligencia, por imperio mismo de las leyes de aquella sociedad, tenía que
ponerse al servicio de las minorías privilegiadas, y tener la posibilidad de salvar
la vida se convertía también en un privilegio.
Para los hombres y las mujeres del pueblo, hospitales mal servidos,
enfermos amontonados, convalecientes en el suelo que no tenían siquiera un
colchón.
Y, así, el buen arquitecto, el buen ingeniero, todas
aquellas profesiones se desarrollaban y se formaban de acuerdo con la imagen de
aquella sociedad.
No crea ningún revolucionario, no crean los pueblos
que cuando les llega su hora, cuando les llega su hora de creación y de trabajo
para su porvenir, van a encontrar entre los técnicos, que con esa concepción de
la vida se forman, los mejores amigos ni los mejores aliados.
Entre esos técnicos encontrarán, sí, muchos
desertores, muchos tránsfugas. Desde
luego que no es una regla sin excepción, ni siquiera es una regla, porque
también una parte de esos técnicos, por la cultura que han adquirido, una parte
se vuelve sensible a las necesidades de su pueblo, a las necesidades del país,
y permanece fiel a su patria.
Pero como aquella sociedad formaba muy pocos técnicos,
técnicos de producción, ya que formaba muchos técnicos parasitarios y técnicos
no para la producción, es decir, profesionales incapaces de producir; los
técnicos para la producción los producía en el número que determinaba la escasa
demanda de un país subdesarrollado.
Cuando deserta una parte de ese número exiguo de técnicos para la
producción, cuando más lo necesita el país, es incuestionable que sitúan a los
pueblos revolucionarios ante la necesidad de afrontar la tarea de formar una
nueva generación de técnicos. Y eso nos
ocurrió a nosotros. Y muchas fábricas
fueron abandonadas por los técnicos.
Nosotros hemos visitado en el día de hoy una fábrica
que debe ser orgullo de la Revolución, cuyos trabajadores son modelos de
trabajadores verdaderamente revolucionarios; una fábrica situada en la capital
de Oriente, en esta ciudad, de molinar trigo.
En esa fábrica trabajaban 106 personas, producían 1
300 sacos diarios. Hoy trabajan 16
personas menos, no hay técnicos universitarios, los ingenieros se fueron, los
laboratoristas se fueron, y los propios obreros los reemplazaron; no se
desalentaron, ocuparon su sitio. Uno se
encargó de la maquinaria, otro se encargó del laboratorio, afrontaron la tarea
y el resultado es que con 86 obreros producen hoy 2 000 sacos diarios
(APLAUSOS).
Es decir que con menos personal producen un 50% más,
fabrican muchas de las piezas de repuesto de aquella industria y tienen un
entusiasmo admirable, sienten un orgullo impresionante; han llegado a captar
con verdadera pasión la tarea del trabajador en una revolución.
Y como algo que me llamó la atención, el hecho de que
me presentaran a un joven, y nos dijeran: "este compañero pronto será
ingeniero, trabaja con nosotros aquí y este sí que no se nos va"
(APLAUSOS). Con qué orgullo, con qué
seguridad hablaban ellos de un técnico, y decían: "este sí que no se nos
va".
Y era un técnico, un futuro ingeniero; en el
laboratorio un joven que es estudiante de bachillerato, obrero modelo y quiere
seguir estudiando. Y estaban proyectando
buscar otro joven estudiante para que ocupara su sitio y que él siguiera
estudiando.
Pero cómo comprendían aquellos obreros que cuando se
iban, se les iban a ellos, es decir, a la clase obrera, a los
trabajadores. Los que resolvieron el problema
fueron ellos, los trabajadores, los que afrontaron firmemente la situación, los
que siguieron adelante con la fábrica, los que han vencido todas las
dificultades. Y ya estaban hablando de
la tercera línea de molinos que tienen en los planes futuros.
Nosotros veíamos con toda claridad, al pensar, por
ejemplo, la producción de aquellas máquinas, la productividad del trabajo en
aquellas fábricas, cómo la máquina es el medio a través del cual las
sociedades, la sociedad humana está llamada a librarse del hambre, de la
pobreza, de la miseria.
Nosotros que sabemos que el consumo de pan ha
aumentado del año pasado a este un 50%, un 50%... Ya quisiéramos ver por ahí dónde el consumo
de pan ha aumentado tanto, me refiero a esos países donde tanta campaña hace el
imperialismo contra nosotros, basándose en dificultades pasajeras originadas
por su bloqueo; nosotros, que sabemos este aumento de consumo de pan... Y pensábamos cómo se habría podido satisfacer
esa demanda y ese consumo sin estas máquinas, sin estas fabricas;
si hubiera que molinar todavía como en los tiempos pasados, utilizando tracción
animal.
Y es donde se ve claro cómo el aumento de la
productividad del trabajo que traen las máquinas es el único medio de
multiplicar de tal manera las riquezas de las naciones que les permitan
satisfacer un día todas sus necesidades.
Pero aquellas máquinas necesitan proyectistas, necesitan constructores,
necesitan ingenieros. No es un molino de
piedra, es toda una planta industrial, y, cada día mas, las máquinas son más
complicadas, requieren más conocimiento, requieren mas técnica, y esa es la
importancia que tiene para una revolución que aspira a llegar muy lejos: la formación de los técnicos.
Claro, claro; nosotros también, en medio de la tensión
de la lucha, en medio de las emociones de la lucha —por qué no decirlo
también—, en medio de las amarguras de la lucha, tenemos también los instantes
en que, pensando en el porvenir, nos sonreímos, porque nosotros podemos decir
que pensando en el porvenir nos sonreímos, y de los males presentes nos reímos
(APLAUSOS).
Y junto con aquella admiración infinita hacia esos
trabajadores que han realizado tal proeza, que han demostrado con su ejemplo
cuando desaparece la contradicción de explotadores y explotados, y los bienes
se convierten en riquezas de todo el pueblo (APLAUSOS), en medio de nuestra
admiración hacia ellos, cuando los oíamos referir cómo resolvieron todos y cada
uno de los problemas ante la deserción de los técnicos, el orgullo con que
hablaban del ingeniero que sí no los abandonaría, pensábamos también en que no
pasarán muchos años sin que podamos enviarle no uno, sino diez y hasta veinte
ingenieros a aquella fábrica (APLAUSOS).
¿Qué son los miserables y cobardes desertores al lado
de esos trabajadores? Ellos son
privilegiados, formados por una sociedad de explotadores, era lógico que se
marcharan tras los faldones de sus amos imperialistas hacia el extranjero o
hacia donde siga subsistiendo la explotación y el privilegio. Era lógico que se marcharan porque eran seres
demasiado domesticados para que pudieran resignarse a vivir sin la mano
lisonjera y generosa para ellos, de los explotadores, sin el halago de los
explotadores. Pero aquellos obreros que
trabajaban largas horas resistiendo la tensión de las máquinas, obreros
explotados, era lógico que ellos defendieran la fábrica, defendieran su centro
de producción y afrontaran la situación.
¿Qué son aquellos al lado de estos como seres humanos,
como hombres? ¿Cómo se podrán comparar
los que han ido a hacer ese papel, precisamente, que los compañeros del grupo
teatral tan simpáticamente escenificaron hoy?
(APLAUSOS.) Y, ¿cómo podrán esos
miserables vencer el espíritu indomable de nuestros trabajadores y de nuestro
pueblo humilde?
¿Cómo los cobardes y los desertores podrán algún día
contra los leales y los heroicos trabajadores de nuestro pueblo? Porque el aserrín que tienen en la cabeza, el
cúmulo de veneno, de ignorancia y de idiotez que la sociedad capitalista tiene
es tal que hay, como el mercenario representado aquí, quienes de verdad creen
que el regreso del imperialismo y que el regreso del pasado está a la vuelta de
la esquina.
Ellos creen que todos los días va a ser el día del
retorno al pasado. No comprenden ni
pueden comprender; la pupila ciega del odio de clase, su desprecio hacia el
pueblo, hacia los trabajadores, los hace incapaces de comprender las
realidades, los hace incapaces de ver que la historia de un país como el
nuestro, que ha llegado adonde ha llegado el nuestro, es irreversible y no
tiene marcha atrás posible (APLAUSOS).
Inoculados con el veneno imperialista, contagiados por
la epidemia que entre su propia clase se trasmiten unos a otros, son incapaces
de comprender el vigor, el espíritu y la fuerza que yace, que se acrecienta en
el seno del pueblo, en la base de esa sociedad donde ellos no eran más que la
cúspide parasitaria, olvidándose de que una pirámide es una figura geométrica
que empieza por una superficie determinada y termina por un punto, punto que
con respecto a la base es infinitamente más pequeño (APLAUSOS). Los de la cúspide o los del cono son
incapaces de comprender siquiera esta verdad social, tan evidente como la
verdad geométrica o matemática de que esos privilegios se construían sobre las
espaldas de la masa, y si no, ¿de qué vivían esos parásitos? ¿Cómo construyeron tantos palacios? ¿Cómo despilfarraban tantas riquezas?
Partiendo de la teoría reaccionaria de que los pueblos
como rebaños necesitan de elite superdotada, superinteligente, al servicio de
las cuales tienen que trabajar los pueblos.
Esa concepción pasa y qué trabajo les cuesta. ¡Qué trabajo les ha costado, en todas las
épocas de la historia, comprender esas verdades! Qué trabajo, adaptarse a estas realidades, y
la historia brinda muchas lecciones y ejemplos de que no se resignan, de que
tratan de hacer todo el daño posible.
Claro, por eso funcionó la guillotina en la Revolución
Francesa, y, ¡por eso tienen que funcionar los pelotones de fusilamiento en la
revolución socialista! (APLAUSOS.)
Compañeros y compañeras de Latinoamérica: para ustedes un pequeño paréntesis; ya que
estamos hablando para ustedes y para los estudiantes, nosotros comprendemos
cuánta campaña y cuánta propaganda se hace en la América Latina contra nuestra
Revolución y respecto al tema de los fusilamientos; cuánta alarma, cuánta
preocupación a veces aún en nuestros propios amigos... Y el poquito de trabajo que les cuesta
comprender. Y es claro, porque en
América hemos estado acostumbrados —como estábamos en nuestro país— al odio de
los explotadores contra los revolucionarios, a los asesinatos, a los
fusilamientos de revolucionarios. Y
aquí también, aquí ni se fusilaba, se asesinaban a los hombres en cualquier
esquina; aquí no asesinaban ni siquiera individuos, aquí había matanzas en
masas, torturas, todo género de depravaciones.
¿Con qué los seculares privilegios han tratado de
defender su status quo? Claro que en
ustedes todavía hay un velo de idealismo que les impide ver con toda claridad
las realidades de las revoluciones; velo que también tuvimos nosotros; velo que
un día se evidenció cuando nosotros suspendimos la pena de muerte. ¡Qué inexpertos éramos! ¡Qué iluso era! Una vez sancionados los criminales de guerra,
los que mataron a 20 000 cubanos, dijimos: "¡AIto,
pena de muerte no! ¡Cesen los Tribunales
Revolucionarios, venga la justicia ordinaria!"
¿En qué mundo estábamos viviendo? De las realidades nos habíamos olvidado. Actuábamos en eso como si el imperialismo ni
siquiera existiera; comenzaron a explotar las primeras bombas de los
terroristas agentes del imperialismo; un barco cargado de armas y de
explosivos, producto de nuestros primeros esfuerzos para prepararnos contra una
invasión que ya se venía organizando según lo han demostrado los hechos,
explotó con saldo estremecedor de muertos, de obreros y de soldados mutilados;
espectáculo dantesco de personas destruidas y deshechas; humildes trabajadores,
valerosos soldados criminalmente asesinados por un acto de sabotaje a todas
luces preparado ya por la Agencia Central de Inteligencia y así empezaron a
tratar de destruir sistemáticamente nuestras riquezas; quemar nuestras
fábricas, fábricas cuyos sabotajes no organizaban cuando eran fábricas yankis,
pero que ahora que eran cubanas querían destruir antes de que nuestro pueblo
pudiera utilizarlas.
Tiendas incendiadas, obreros ejemplares abrasados
entre las llamas, bombas en escuelas, asesinatos de jóvenes adolescentes,
maestros voluntarios ahorcados, alfabetizadores juveniles ahorcados también
después de atroces torturas, ancianos, jóvenes, hombres y mujeres humildes del
pueblo, criminalmente ultimados, con la misma falta de escrúpulos, con la misma
cobardía con que a través de años cuando ostentaban el poder se ensañaban
contra nuestro pueblo.
Era el crimen de antes, repetido por los mismos de
antes; las torturas de antes repetidas por los mismos de antes. Los ataques más cobardes y más alevosos
contra nuestro pueblo, contra nuestra riqueza.
¿En qué estábamos pensando el día que habíamos suprimido los Tribunales
Revolucionarios y la pena capital?
Estábamos actuando idealistamente, soñábamos —como
sueña todavía algún que otro revolucionario, no enteramente formado—, porque
hay dos revolucionarios, el revolucionario de antes de la Revolución y el revolucionario
de después de la Revolución.
Y el de antes es como una novia, virgen, incapaz de
imaginarse siquiera los dolores del parto; y así son algunos revolucionarios
fuera, porque son revolucionarios virginales de antes. Ya los veremos, ya los veremos qué hacen
cuando tengan que enfrentarse a las realidades que tuvimos que enfrentarnos
nosotros. Y entonces se acordarán de
nosotros (APLAUSOS).
La Revolución, además, limpia al revolucionario de
sentimentalismos y endurece al revolucionario, lo endurece en la dura batalla,
en las duras pruebas, porque cuando se lucha con convicción por una causa,
cuando se quiere a una causa, cuando el revolucionario se identifica por entero
con la causa de los suyos, con la causa de los trabajadores, con la causa de
los humildes, llega a dolerle en lo más profundo de su alma cada agresión, cada
golpe contra su pueblo por los miserables explotadores, por los parásitos
ruines, por los explotadores del mundo.
Cuando se llega a sentir hondo el amor a la patria, a
la causa y al pueblo (APLAUSOS) y el
revolucionario, el revolucionario verdadero cada día que pasa la siente más y
más hondo; los sentimentalismos pequeñoburgueses van quedando atrás.
No nos volvemos injustos, no; nos volvemos más justos;
no nos volvemos crueles, pero nos volvemos duros, porque hay que ser justos y
defender esa justicia con la pasión que las circunstancias exijan
(APLAUSOS).
Y como les decía a los jóvenes estudiantes de las
Escuelas Tecnológicas:
"No luchamos por la muerte, luchamos por la vida; no
luchamos por la destrucción, luchamos por la creación."
La mayor prueba de amor que el revolucionario pueda
dar a la vida y a la creación, es la disposición de sacrificar su vida
individual, por la vida de su pueblo; es la disposición a arriesgarse a que se
destruya todo antes que renunciar al derecho a crear (APLAUSOS).
Y que es lógico que defendamos con pasión nuestro
derecho a la vida y nuestro derecho a crear, es justo y es correcto, que
aniquilemos si es necesario, a todos quienes traten de violar ese derecho a la
vida y a la creación (APLAUSOS).
Por lo demás, compañeros latinoamericanos, el resto lo
dejamos a la historia; a la nuestra y a la de ustedes (APLAUSOS).
Volvamos a decirles a todos, que nuestra Revolución
está formando legiones de técnicos; que nuestra Revolución lleva un ritmo de
formación de jóvenes que no tiene precedentes y que nosotros entendemos que la
riqueza más preciada de cualquier nación es el pueblo.
¿Les hablábamos de las máquinas? Las máquinas son el instrumento. Las máquinas y las fábricas no funcionan
solas, y hay algo que supera en importancia las máquinas y es el hombre que
maneja esas máquinas.
Y en la formación del hombre la Revolución está
trabajando con infinita energía. Las
fábricas llevan tiempo; cualquier proyecto de una siderúrgica lleva muchos
meses y más que meses años de elaboración, y claro, económicamente, en estos
primeros años iremos a un ritmo más lento de desarrollo, mientras creamos
condiciones; pero en el factor que es más importante todavía que la máquina, en
el factor hombre, llevamos un ritmo de desarrollo impresionante.
La reforma universitaria, el desarrollo de nuestras
tres universidades, los trabajos de orden académico y de orden material que se
están realizando en esas tres universidades, y estos edificios que aquí se
levantan detrás de nosotros, delante de nosotros, con capacidad para 1 000 estudiantes, es una prueba de cómo
avanzamos en este campo, cómo se desarrollan nuestras universidades, cómo se
convierten en ciudades universitarias, cómo se crean nuevas facultades.
Y lo que hoy hay —y ya hay un magnífico contingente de
jóvenes revolucionarios estudiantes— no es nada. La masa, la gran masa, el aluvión viene
detrás, en los jóvenes que realizaron la proeza de liquidar en un año el
analfabetismo (APLAUSOS).
Estos compañeros no son más que las avanzadas; el gran
ejército viene detrás, en decenas y decenas de miles, que son cifras que dicen
mucho para un país pequeño como el nuestro, en los 70 000 jóvenes becados por
la Revolución, que están estudiando en escuelas tecnológicas, institutos
tecnológicos, preuniversitarios, secundarias básicas, y que van a arrastrar
hacia la universidad tal contingente, que todas las cifras anteriores van a
lucir insignificantes. Porque, entonces,
abogados. ¿Abogados para qué en el
socialismo? (APLAUSOS.)
Ya nosotros no llamamos a los estudiantes de
cuestiones jurídicas abogados, los llamamos estudiantes... O no, ¿cómo los
llamamos nosotros? (RISAS.) Porque a veces nos hemos encontrado alguno
que otro, y nos han preguntado: "¿Y nosotros qué estamos
estudiando?” No, ustedes no son
abogados, ustedes van a ser técnicos en cuestiones jurídicas (APLAUSOS).
Es decir que la sociedad necesita quienes se
especialicen en cuestiones de leyes, cuestiones jurídicas en general, para que
aporten su esfuerzo al ordenamiento que la sociedad necesita; pero ya en un
concepto muy distinto que en el de antes, y en el número limitado a nuestras
necesidades reales.
En las escuelas de medicina, en las facultades
tecnológicas, ingresarán masas de jóvenes.
En medicina, por ejemplo, 6 000 médicos teníamos, y casi todos
amontonados en la capital. Y una parte
de ellos, naturalmente, se fue con su clientela (RISAS).
Ahora son grandes las ambiciones de la Revolución en
ese campo. Mil doscientos comenzarán a
estudiar en septiembre; otro curso de nivelación, debido a la escasez de
bachilleres, permitirá otros 1 200 para el próximo año 1963. Y ya en el año 1964, producto de los nuevos
contingentes de jóvenes y del hecho de que de un curso especial de 5 000
estudiantes graduados de secundaria básica, que van a hacer la preuniversitaria
en dos años, estudiantes becados, ya el contingente que ingresará en nuestras
universidades para el año 1964 será de 2 500 a 3 000, que es prácticamente la mitad de
todos los médicos que había. Y de ahí en
adelante, los estudiantes que ingresarán en la Escuela de Medicina no se
contarán por cientos, se contarán por miles.
Y como nunca sobrarán, nunca, porque cuando tengamos 15 por 10 000 sería
bueno aspirar a tener 20 por 10 000, y cuando tengamos 20 aspirar a tener 30 ó
40; nunca sobrarán.
Porque en una sociedad justa, bien organizada, una
sociedad erigida para servir al pueblo, nunca sobrarán médicos, como nunca
sobrarán maestros. Les decía que aquí
sobraban 10 000, y ahora faltan miles. Y
nunca sobrarán, porque también estamos desarrollando las escuelas de formación
de maestros sobre principios verdaderamente revolucionarios y ambiciosos.
y así, nuestros estudiantes todos de magisterio hoy son
de procedencia humilde, becados. ¿Y
saben dónde empiezan? No en las
ciudades, empiezan estudiando en las montañas.
Y de allí van para una escuela de Primer Ciclo, de allí para otra de
Segundo Ciclo; y ya de esos planes tenemos un contingente de 1 800 que terminan
el Primer Ciclo, 2 100 que terminan
la vocacional y pasarán a estudiar el primer año del Primer Ciclo, y en
septiembre ingresan ya 4 500 a esa escuela vocacional. De manera que para el año 1963 o para el año
1962, fines de 1962, comenzarán a estudiar unos 1 600 la escuela de Segundo
Ciclo; unos 1 800 en el año 1963;
en el año 1964 se graduarán ya los primeros e ingresarán 3 000, en 1964. Y en el año 1966 ingresarán en esa escuela de
Segundo Ciclo otros 3 000.
De manera que, a partir de esa fecha, en nuestra
Escuela Superior de Maestros tendremos 6 000 estudiantes, pero que ya no serán
simples estudiantes, sino una fuerza educacional que podremos movilizarla en la
capital, y tendremos, no solamente allá esa escuela de 6 000, sino 6 000
jóvenes que habrán pasado por la escuela vocacional, escuela de Primer Ciclo, y
que tendrán ya preparación para enseñar también mientras terminan la última
etapa. Y no solamente podremos contar
con ellos una vez graduados, sino que en los últimos años de sus estudios.
Y toda esta masa de fuerza educacional podremos
movilizarla, y, una vez graduada, dos años por lo menos en las montañas. Pero cuando estemos sacando 3 000 por año,
profesores, maestros formados enteramente por la Revolución, entonces,
comprenderán ustedes, con esas fuerzas educando donde hoy hemos tenido que
formar maestros apresuradamente, con esa fuerza en nuestras montañas, en
nuestros campos, no es posible que pueda escaparse una sola inteligencia, que
corra la patria el riesgo de perder un solo talento. Porque los talentos que ayer iban a las
universidades, eran los de la cúspide de la pirámide de aquella clase estéril
ya, incapaces de dar inteligencias, porque el parasitismo mata la inteligencia.
Ya no se nos perderá, no perderá nuestra patria un
solo talento, una sola inteligencia, porque maestros formados con el más
extraordinario cuidado y forjados con el temple que necesita nuestro
pueblo... Porque la tarea más importante,
en nuestro criterio la más importante tarea de una revolución es educar, y fa
función más importante de una sociedad es la función del maestro, sin la cual
todo lo demás sería inútil.
Y, por eso, la Revolución le presta primerísima
importancia al maestro, lleva adelante sistemática y tenazmente sus planes de
formación de maestros y forma contingentes de nuevos maestros, forma toda una
generación de nuevos maestros. Y,
además, cuando ya tengamos la enseñanza hasta el 6to grado en todas las zonas rurales,
aún en las zonas montañosas donde vive disperso el campesino y donde resulta
imposible situar un instituto, ya tendremos allí a los maestros que seleccionen
a los muchachos que demuestren mayor vocación para el estudio, mayor
inteligencia, e irán entonces a las ciudades escolares, que no es una utopía,
porque a cualquiera le hubiera podido parecer tal, hasta que viera ya, cómo
mientras echan sus cimientos, cómo mientras se construye esa ciudad escolar, ya
hay allí alumnos, porque cada edificio que se termina se llena, y ya hay 500, y
para el otro mes ya terminadas, unidades habrá 1 000 (APLAUSOS), y para el año próximo
habrá 2 000, y así hasta el proyecto de 20 000 jóvenes estudiando en estas
becas primeras.
Pero que, sin duda de ninguna clase, constituye uno de
los ensayos más completos de educación, y donde irán los niños más destacados
en la escuela primaria del campo, es decir, donde se recogerán las mejores
inteligencias.
Desde la escuela primaria a la universidad se
desarrolla un esfuerzo gigantesco, venciendo todos los obstáculos, formando
maestros sobre la marcha, formando profesores, llenando los huecos de los
desertores, los desertores que creyeron que la desmoralización cundiría, que
cuando sus cerebros autopanegirizados nos faltaran,
nos derrumbarían; sin embargo, qué lección la del pueblo, sobre la marcha cómo
llena las bajas, cómo sigue adelante.
¡Qué lección y qué derrota para ellos y qué amargura les espera!
Quienes se solazaron un día pensando que nos dejaban
huérfanos de inteligencia, huérfanos de técnicos, y la Revolución, prolífera en
todo, ¡los multiplicará en cantidades inimaginables y en calidad también
inimaginable para ellos!
(APLAUSOS.) Y esa obra, obra
invisible porque no toma la forma de visible —y ustedes verán aquí muchas obras
visibles— pero hay obras también, para nosotros, de más mérito todavía, que no
se ven con la pupila óptica, sino con la pupila esa de la sensibilidad humana,
y los que tengan esa pupila la verán en nuestro pueblo en mil manifestaciones
de su avance, de su progreso, de su conciencia.
La obra que la Revolución lleva adelante con el pueblo
y en el pueblo, y, sobre todo, con sus jóvenes, porque las revoluciones no
trabajan para hoy, trabajan para mañana, y los jóvenes son el mañana, y la vida
de ellos es el mañana. Si se camina por
nuestros pueblos, aldeas y calles, verán algo más: verán legiones de niños que corren,
que juegan, y, cuando nosotros las vemos, ¡más esperanza ponemos todavía en
ellos, más satisfacción sentimos cuando pensamos que para ellos la escuela, el
instituto y la universidad ya no son un cuento de hadas, ya no son una quimera,
son una realidad al alcance de todos ellos!
y así, estos ahora, los otros después, irán creciendo,
irán formándose, irán creando. Y algún
día sus nombres, los nombres de muchos de ellos, como científicos eminentes,
serán conocidos en nuestra patria y fuera de nuestra patria. Porque los hombres que en estos tiempos
abrieron la nueva era, abrieron el mundo del cosmos, abrieron la era de los
viajes espaciales, no fueron los técnicos burgueses ni zaristas, ¡fueron los
hijos de los obreros y de los campesinos de la Unión Soviética!
(APLAUSOS.)
Que ellos, como nosotros, tuvieron desertores, y la
deserción en masa; que se enfrentaron a ella y formaron a esos hombres que han
abierto a la ciencia caminos infinitos, que desentrañan y resuelven problemas
insolubles hasta hoy, que abren a la humanidad las perspectivas de nuevos
mundos, de insospechadas posibilidades, fueron jóvenes como estos. Y hoy el porcentaje más alto de médicos por
habitante en el mundo es el de ellos, y el porcentaje más alto de técnicos e
ingenieros.
Por eso la historia nos enseña estas cosas, pero las
comprendemos, no porque nos lo enseñe la historia —y fue el ejemplo de otros
pueblos—, sino porque ya lo estamos viendo aquí (APLAUSOS).
Y frente al odio de los imperialistas, a la rabia
impotente de los imperialistas, a sus calumnias y a sus infamias, seguiremos
adelante por este camino, seguiremos adelante con este pueblo magnífico que es
nuestro pueblo, al cual la Revolución le ha permitido el florecer de sus
mejores cualidades. Seguiremos adelante
con nuestra juventud; seguiremos abriéndonos paso y seguiremos creando un mundo
nuevo; seguiremos avanzando en este frente de la cultura y de la educación, que
es el frente principal.
Y así hoy, entre estos edificios imponentes que se
levantan, donde residirán nuestros estudiantes, los hijos humildes de nuestro
pueblo que ya no tendrán que ir a una casa de huéspedes a pasar todas las
calamidades, que tendrán estas magníficas cabañas, esta vista, nuestras
montañas por panorama, campos deportivos, alimentación fundamental, ropa,
instrumentos de estudios, todo lo que necesite.
Hoy, a dos días de cumplirse el noveno aniversario de la Revolución, al
poder expresarles a ustedes, compañeros de América Latina y a ustedes,
estudiantes, estas cosas; estos, que no son sueños, sino realidades, constituye
para nosotros un motivo de honda esperanza y de infinita satisfacción.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)