DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO Y
PRIMER SECRETARIO DEL PARTIDO UNIDO DE LA REVOLUCION SOCIALISTA, EN LA CLAUSURA
DEL VII CONGRESO DE LA UNION INTERNACIONAL DE ARQUITECTOS, EFECTUADA EN EL
TEATRO DE LA CTC-R, EL 3 DE OCTUBRE DE 1963.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Señores de la presidencia;
Delegados e
invitados:
Hace varios años ya surgió la idea de efectuar en
nuestro país este Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos. Ciertas circunstancias surgieron en el
trayecto, que dificultaron, o crearon algunas dificultades para la celebración
del congreso en nuestro país. De eso no
tiene la culpa nadie; ni la tiene la Unión Internacional de Arquitectos, ni
siquiera la tenemos nosotros, surgió la Revolución en Cuba (APLAUSOS).
Y ya todos sabemos lo que son las revoluciones, y por
tanto, comenzaron a surgir dificultades, comenzaron a surgir algunos elementos
interesados y presiones a fin de que el congreso no se efectuase en nuestro
país. Aquello no era justo, porque si el
congreso se iba a celebrar con anterioridad, independientemente del régimen
social que existía aquí, pues también independientemente del régimen social que
existiera aquí, era justo que se celebrara el congreso en Cuba.
Y hay que decir, como un reconocimiento a la actitud
honesta e imparcial de los dirigentes de la Unión Internacional de Arquitectos,
que se cumplió con justicia el acuerdo inicial de efectuar en nuestro país el
congreso (APLAUSOS).
Y esa era, sencillamente, la actitud correcta.
Nosotros sabemos perfectamente que la Unión
Internacional de Arquitectos es una organización de carácter técnico. Nosotros sabemos perfectamente que en esa
organización de carácter técnico, se agrupan arquitectos de todos los países,
de todas las creencias, de todas las ideas.
Y por eso, nosotros consideramos como parte esencial del sentimiento y
de los deberes de la hospitalidad nuestra para con los miembros del congreso,
el más absoluto respeto a esas realidades, a ese carácter técnico de la
organización y del congreso. Y que en
definitiva, puesto que el congreso y la Unión Internacional de Arquitectos han
mantenido ese carácter apolítico al efectuar en nuestro país el congreso,
nosotros no podemos menos que ser recíprocos.
No les voy a decir que resulte fácil para cualquiera
de nosotros clausurar un acto, un evento de esta naturaleza y ceñirnos
estrictamente a las cuestiones técnicas, por una razón: porque es que nosotros no somos
arquitectos (APLAUSOS). Pues en todo
caso, si somos arquitectos, somos arquitectos de una sociedad y de un mundo
nuevo (APLAUSOS) —si ustedes nos
permiten utilizar esa bella palabra de “arquitecto” (APLAUSOS).
La otra paradoja es que como revolucionarios, debemos
hablar como revolucionarios, allí donde se van a tratar cuestiones propiamente
políticas y propiamente cuestiones revolucionarias y no cuestiones
técnicas.
Por eso vamos a tratar, dentro de una cámara —yo diría
en que extraigamos todo el aire de la política, todo el que se puede extraer
(RISAS)— de hacer algunas consideraciones sobre las
partes técnicas desde el punto de vista que nos interesa a nosotros.
En primer lugar, nosotros estamos muy reconocidos con
la Unión Internacional de Arquitectos y con todos los participantes al
congreso, porque para nuestro país ha sido un gran honor. Y ustedes habrán podido observar, cómo se ha
esmerado nuestro pueblo en colaborar con todo su entusiasmo y con el mayor
interés a darle brillantez, a darle alegría, a darle un ambiente acogedor al
congreso.
En realidad, puede decirse que todos han trabajado
mucho y durante mucho tiempo. Nuestros
arquitectos, nuestros trabajadores de la construcción, nuestros trabajadores
gastronómicos, nuestros estudiantes (APLAUSOS).
En fin todos se han esforzado el máximo para brindarles un ambiente
acogedor, fraternal y hospitalario.
Y para nosotros ha sido motivo de satisfacción ver
esta reacción de nuestro pueblo para con el congreso, y saber que todos han
hecho el mayor esfuerzo. Ver, incluso,
cómo se movilizaron las escuelas y cómo los problemas de la traducción, de los
guías, fue resuelto por una de nuestras escuelas de idiomas (APLAUSOS), y aun
para nosotros mismos ha sido sorprendente saber que han cumplido su misión con
éxito.
Pero además, este congreso dejará en nuestro país un
saldo muy positivo. Independientemente
de todas las conclusiones, independientemente de todos los informes, de todos
los valores técnicos que estarán a nuestro alcance con motivo de este congreso,
está el hecho de que nuestros arquitectos han reaccionado y han demostrado un
interés extraordinario y una extraordinaria preocupación por todas estas
cuestiones que tienen que ver con su profesión, con su dedicación.
Es decir, que ha servido de estímulo a todos nuestros
arquitectos.
Hay algo más, lo voy a decir con toda franqueza: nunca habíamos
visto a nuestros arquitectos trabajar tanto como han trabajado con motivo de
este congreso (APLAUSOS); y a veces nosotros nos decíamos: ¡Si todo el tiempo trabajaran así! (RISAS.)
Si siempre lograran construir con tanta eficiencia, con tanta rapidez y
con tanta belleza como han construido en estos días (APLAUSOS). Empezaron a surgir grúas por todas partes,
construyeron un edificio en tiempo récord, comenzaron a aparecer árboles por
todas partes (RISAS); y no les voy a decir que nosotros no sembremos árboles,
en realidad hemos sembrado muchos árboles, cientos de millones de árboles, pero
no en las ciudades. Y, desde luego,
sentíamos realmente que había cierto descuido en las cuestiones que se refieren
al embellecimiento y a las áreas verdes de la ciudad.
Y en realidad, si algo necesitan nuestras ciudades, es
áreas verdes.
Entonces nosotros les preguntábamos a los compañeros
que estaban en la organización del congreso, si estaban sembrando los árboles
para el congreso. Y ellos decían: no, es con motivo
del congreso, pero no es para el congreso.
Pero en realidad nos han demostrado de lo que son
capaces, cuando son estimulados por un sentimiento como este, por un deseo como
este, de brindarles a ustedes la mayor acogida, y de brindarles a ustedes la
mejor impresión.
No ha sido una actitud astuta de nuestros
organizadores, sino que lo hicieron en realidad guiados por ese
sentimiento. Yo no los estoy
descubriendo aquí (RISAS), yo digo que no se habían sembrado antes suficientes
árboles, y aprovecho la oportunidad del congreso para ver si ellos se
comprometen a prestarles más atención al problema de las áreas verdes y de los
árboles (APLAUSOS). Y yo estoy seguro de
que ellos responderán a esa especie de compromiso que han hecho aquí, esta vez
(RISAS).
Todo esto tiene mucho que ver con los problemas que
nosotros debemos resolver. Hablábamos de
las áreas verdes; posiblemente no haya nada más espantoso que una ciudad sin
árboles, ya no voy a decir más insalubre, porque se sabe la función que las
plantas llenan para purificar el aire, sino ya desde un punto de vista
puramente ambiental, estético, no hay nada más horrible que una ciudad sin árboles,
que se convierta en un amasijo de cemento y de hierro.
Desgraciadamente, en nuestra capital ni los parques
tenían árboles, porque hasta los parques eran de cemento. Y no podía ser de otra manera. ¿Quién se iba a interesar en sembrar
árboles? Solo podía preocuparse por el
problema de los árboles si se parte de una concepción del interés, social, del
interés colectivo. Si cada metro
cuadrado de tierra en las grandes ciudades vale más y más cada año, ¿quién va a
dedicar esa tierra a sembrar árboles? No
solo en los repartos, en las zonas urbanas existentes, sino en las nuevas zonas
urbanas que se desarrollaban, todo estaba parcelado, todo estaba dividido, a
tanto el metro, y no quedaba absolutamente nada para las áreas verdes.
Nosotros teníamos unas pocas zonas de áreas verdes: un lugarcito a
orillas del río Almendares, que está al oeste de la capital —ustedes deben
haber cruzado por ahí ya—, que se llamaba el Bosque de La Habana. Ustedes dicen: “Vamos a ver el Bosque de La Habana”,
y se encuentran que es la orilla de un río, de un arroyo, no de un río. Algunas zonas floridas en la Quinta
Avenida. La Quinta Avenida nuestra era
la avenida que iba por el reparto de la gente que tenia recursos económicos
elevados y se construían allí sus viviendas.
Cuando el poder público intervenía para hacer una
avenida bonita, no la hacía propiamente en zonas humildes de la ciudad: todas aquellas
inversiones en las avenidas, cuando se construía alguna, se construían
exclusivamente en las áreas donde vivía la gente rica.
Fuera de eso, en nuestra capital prácticamente no
había un árbol. Esa es la situación
igual en los demás pueblos del país; era una situación igual incluso en
nuestros campos. La guerra contra el
árbol se llevó aquí a tales extremos, que nuestra isla era toda una alfombra de
bosques de las mejores maderas, estimadas en todas partes del mundo, y es
preciso que se sepa que esa madera sirvió de combustible a los primeros
centrales azucareros que se construyeron en Cuba.
Esa era la situación de nuestra ciudad, de nuestras
ciudades. Con la tierra se especulaba,
como se especula en muchas partes: se adquirían determinadas fincas
suburbanas, se construían después algunas obras públicas y se hacían enormes
fortunas simplemente con la cuestión de la especulación con el terreno. Y entonces un metro cuadrado valía 20, 30, 40
pesos.
Había otros problemas con relación a la vivienda: era cara, la
construcción de edificios de apartamentos era uno de los negocios más
lucrativos y más seguros, porque era una inversión que garantizaba una renta
determinada; se construía para determinados niveles: allí donde la oferta y la demanda de los
apartamentos o de las viviendas permitía mantener alquileres muy altos. Cualquier apartamento de dos habitaciones costaba
80 pesos mensuales, o 100 pesos mensuales.
No había ningún interés, no había ningún programa público de
construcción de viviendas.
Nosotros no habríamos podido afrontar o empezar
siquiera a resolver ese problema, si no partíamos de una concepción
distinta. El problema de la vivienda es
un problema fundamental. Se dice que en
los primeros tiempos, por ejemplo, ciertos servicios, como el de correos, eran
privados; ciertos servicios como las carreteras y los puentes eran privados,
hasta que fueron pasando poco a poco y se convirtieron en instituciones de
carácter público de uso general. Una de
las necesidades fundamentales del ciudadano es la vivienda; luego, uno de los
deberes fundamentales del Estado es satisfacer esa necesidad de la vivienda, ya
no en un Estado socialista, incluso de un Estado capitalista.
Y algunos estados capitalistas han estado haciendo
esfuerzos por resolver el problema de la vivienda; es decir, que en algunos
países ha ido adquiriendo el carácter de una necesidad social y el carácter de
una función social, y de una obligación del Estado.
A nosotros no nos queda la menor duda —a nosotros— de
que el camino que nosotros seguimos para resolver ese problema es el camino
correcto. La Revolución comenzó
reduciendo el costo de la vivienda y, en consecuencia, se redujeron los
alquileres; porque muchas familias pagaban hasta el 30% de sus ingresos en
alquiler. Naturalmente que una rebaja de
alquileres no iba a estimular la construcción privada de viviendas. Una medida de ese tipo requiere todas las
demás medidas complementarias, y el Estado asumió esa obligación: la obligación de
resolver el problema de la vivienda como una necesidad fundamental de los
ciudadanos.
Uno de los problemas actuales en nuestro país que se
encontraría cualquier persona que viniera de la capital de un país capitalista,
sería el resultarle muy difícil encontrar una vivienda. Antes había muchas viviendas disponibles, 6
000, 8 000, 10 000 viviendas, que estaban siempre a disposición de quienes
estuviesen dispuestos a pagar, los pocos que estaban en condiciones de pagar el
alto alquiler por esas viviendas. Hoy
ese fondo no existe, sencillamente porque todas esas viviendas fueron
entregadas a familias de trabajadores que las necesitaban (APLAUSOS).
Ese es uno de los problemas que tenemos que, desde
luego, puede resultar irritante para aquellos que estaban en condiciones de
pagar esas viviendas, que cuando querían mudarse se mudaban fácilmente,
mientras muchas familias, la mayor parte de las familias, no podían moverse del
lugar donde vivían. Había, y hay,
infinidad de familias numerosas viviendo en una sola habitación. Nosotros habríamos querido resolver esas
necesidades.
Desde luego que tenemos una limitación, y fue la
limitación que nos encontramos cuando quisimos impulsar al máximo la
construcción de viviendas, y esa limitación es el subdesarrollo económico. Esa aspiración nuestra está limitada por la
capacidad de nuestra industria de construcciones. Y con una industria de construcciones no
desarrollada, el número de viviendas que tenemos que construir está limitado
por el desarrollo que tenia la industria de la construcción, por ejemplo, de
los artículos sanitarios necesarios para las casas; la industria para la
construcción de instalaciones eléctricas necesarias para las casas; las
necesidades de distintos materiales que están limitados, cuya producción está
limitada en nuestro país.
Luego, no puede resolverse el problema, ni aun cuando
exista una voluntad firme y resuelta en ese sentido, hasta tanto la base, la
industria básica de las construcciones no se desarrolle también.
En nuestros planes económicos están incluidas las
industrias relacionadas con la construcción, nuevas plantas de cemento, nuevas
fábricas de objetos sanitarios, ampliaciones en nuestra capacidad de producción
de los demás materiales que necesitan las viviendas. Y esa es nuestra limitación actual.
La Revolución naturalmente que desde el primer
instante comenzó a desarrollar un programa de construcción de viviendas en la
ciudad y en el campo. Debemos confesar
que fuimos también algo subjetivistas.
En los primeros tiempos, en los primeros años de la Revolución, muchas
veces confundíamos las realidades con nuestros deseos.
Y así, comenzamos a construir viviendas hasta que nos
fuimos encontrando con la realidad de las limitaciones de la capacidad
industrial instalada para los elementos materiales que se necesitaban.
Algunas de nuestras viviendas son un exponente de los
sueños de los primeros meses de la Revolución.
Algunas de ellas podría decirse que eran, incluso, fastuosas. Si se quiere una prueba de nuestros sueños
iniciales, baste decir que en una ocasión llegamos a una granja, a una granja
del pueblo —es decir, una empresa agrícola estatal— donde se había decidido construir casas para
todos los trabajadores. Y algunos
trabajadores del campo se nos acercaron, y nos dijeron: “Miren, nosotros preferiríamos que las
casas no estuvieran juntas, porque nosotros estamos acostumbrados a vivir
separados, y después nuestras mujeres van a tener discusiones, nuestros
muchachos van a tener también discusiones; miren: nosotros vivimos más tranquilos; queremos las
casas, pero las queremos separadas.”
Y entonces nosotros dijimos: bueno, esta gente quiere las casas
separadas; vamos a tomar esta región aquí
y vamos a hacer el pueblito con las casas separadas. Por cierto, era una zona de ondulaciones, de
colinas. Se hizo el plan del pueblo, las
casas distantes unas de otras; estaban repartidas en unas 50 hectáreas más de
100 casas.
Las casas fueron un día terminadas, resultó un poblado
precioso, un verdadero sueño, tanto por la arquitectura como por las formas en
que estaban distribuidas; pero el problema fue cuando nos pusimos a analizar
cuáles eran los costos de aquellas construcciones. Y entonces en las instalaciones eléctricas se
triplicaban o cuadruplicaban los costos; las instalaciones de agua se hacían
también costosísimas. Y, en fin,
resultaba evidente que no podíamos seguir haciendo aquella clase de pueblo,
aunque aquellos pueblos eran realmente preciosos. Y esas son las realidades.
¿Qué tipo de pueblos estábamos construyendo
nosotros? ¿Los pueblos que podía
construir un país subdesarrollado? No,
estábamos construyendo los pueblos que posiblemente podamos construir dentro de
30 años. Pero no respondía esa
concepción a nuestras realidades actuales.
Y nosotros simplemente habíamos querido complacer,
satisfacer aquel sentimiento, un poco así de aislamiento, ese deseo de vivir
aislado que tiene el hombre de campo.
Claro que más tarde descubrimos otras cosas: se hicieron pueblos
donde las casas no estaban separadas en 10 hectáreas, sino pueblos bonitos, con
áreas verdes, pero que las casas estaban contiguas; incluso algunas eran de dos
pisos. Y cuando el pueblo se terminó,
todos aquellos campesinos, todos aquellos trabajadores agrícolas, hombres del
campo, fueron encantados a vivir para aquel pueblo, cuando vieron la luz
eléctrica, el agua corriente y todas aquellas ventajas; la escuela situada en
el medio del pueblo, la tienda; cuando vieron todas aquellas ventajas, fueron
encantados a vivir para el pueblo, y nos dimos cuenta de que dadas las
condiciones actuales cualquier unidad de viviendas que reúna un mínimo de
requisitos constituye realmente una solución grandísima desde muchos puntos de
vista para los problemas de vivienda que tienen los campesinos.
Los campesinos suelen vivir en bohíos aislados, no
tienen agua corriente, no tienen luz eléctrica, la escuela suele quedar
distante de los niños; y, además, las condiciones higiénicas imprescindibles
faltan, lo cual es motivo de enfermedades, de epidemias.
Pero aun esos pueblos de que les hablo resultaban
también demasiado bonitos. Y nosotros entonces tendríamos que
enfrentarnos a este problema:
o seguimos haciendo casas de tal tipo a tal costo, y acabaremos
de resolver el problema dentro de 30 años, o nosotros construimos casas más
modestas y tratamos de resolver el problema en el término de 8 ó 10 años.
¿Qué había que hacer?
Claro que a nosotros nos habrían gustado las casas bonitas aquellas, más
grandes, más cómodas, más confortables, pero eran más costosas; estaban también
fuera de nuestras realidades.
Y así hemos ido
nosotros tratando de lograr un ajuste entre nuestros deseos y nuestras
realidades. No hemos abandonado en
ningún instante la aspiración de que las casas, por pequeñas y económicas que
sean, resulten funcionales y resulten agradables; nosotros no hemos abandonado
en ningún instante el sentido estético mínimo que entendemos que deben tener las
viviendas.
¿Por qué?
Porque puede ocurrir, si nosotros no nos preocupamos por eso, que
hagamos ahora muchas, muchas casas, resolvamos de inmediato el problema sin
consideración al aspecto estético, sin consideración a las formas, y entonces
algún día tuviéramos un estándar más alto, un desarrollo económico mayor, y
entonces cuando miremos hacia atrás, digamos: bueno, ¿qué hacemos con todas estas
casas que ya no responden a nuestras posibilidades actuales?
Desde luego que es imprescindible, si tenemos en
cuenta las realidades, atender a tres criterios: que las viviendas sean funcionales,
que las viviendas sean económicas y que las viviendas sean agradables. Esos son los tres criterios a los cuales
nosotros debemos atenernos. Y estamos
trabajando. Incluso, llegó un instante
en que se nos planteaba el problema de muchas casas sin terminar, y se llegó al
acuerdo de hacer un esfuerzo por la terminación de todas esas casas, y mientras
tanto se trabajaba en una serie de proyectos para hacer determinados tipos de
unidades de viviendas, para el campo y para la ciudad, que satisficiesen esos
tres requisitos de que les hablaba.
Con el desarrollo de la Revolución, incluso hemos
visto que surgen nuevas necesidades. Al
principio nosotros hacíamos las casas con una cocina grande, un comedor, todas
esas cosas; pero después, a medida que la Revolución se desarrollaba, se
desarrollaba nuestra agricultura
—por ejemplo—, comenzábamos a observar la necesidad de que se fuesen
incorporando el mayor número de personas al trabajo; y había muchas actividades
en las cuales podían participar las mujeres de los trabajadores agrícolas,
tales como recogida de algodón, y una serie de actividades agrícolas a las
cuales se iban incorporando. Pero tenían
un gran inconveniente:
las familias campesinas suelen ser numerosas, los hijos tienen
que atenderlos. De donde surgió la
necesidad de establecer los comedores en esos pueblos; los comedores, y además
los círculos infantiles, es decir, las creches, los sitios donde enviar los niños
pequeños que no están yendo todavía a la escuela; los comedores en las
escuelas, los comedores para trabajadores, los círculos infantiles, y otros
servicios comunes, como es —por ejemplo— el lavado de la ropa.
Porque, de lo contrario, se ven obligadas las mujeres
a ocuparse por entero de esas tareas, no se pueden dedicar a la producción y
elevar el nivel de vida familiar, es decir, el ingreso familiar.
A medida que la Revolución se ha ido desarrollando,
nos ha ido enseñando una serie de experiencias, y nos ha ido planteando una
serie de problemas prácticos a resolver, tanto en la vivienda urbana como en la
vivienda campesina.
Si ustedes quieren ver uno de nuestros sueños en
materia de construcción urbana, pueden ir a La Habana del Este. Ahí
también, en los primeros tiempos de la Revolución, incurrimos en algunos
sueños.
¿Cómo debe ser una unidad urbana?, nos decíamos
nosotros. Pues debe tener las viviendas,
debe tener los servicios comunales, debe tener allí las escuelas, debe tener allí los círculos
infantiles, debe tener allí los círculos
sociales, debe tener las áreas de recreación, las áreas de deporte, todas esas
cosas. Pero, además, ¿cómo vamos a hacer
ese pueblo o esas zonas con los edificios todos de la misma altura? No, hay que hacer unos cuantos edificios que
se destaquen sobre los demás —nos dijimos nosotros—; y así se empezó a construir y se construyó esa
unidad. Y, en realidad, puede decirse
que esa unidad es el ideal, desde nuestro punto de vista, de las construcciones
y de la vivienda urbana; incluso que no pasaran las calles por entre las
casas. Y se estableció que las calles
dieran propiamente la vuelta a la casa; ninguna calle atraviesa las manzanas,
lo cual brinda más garantía a los niños, más seguridades a los niños. Si se hace un cálculo estadístico de la
cantidad de niños que mueren víctima de accidentes por vehículos, pues se
verían las ventajas.
Pero también resultaba ser un tipo de construcción que
estaba por encima de nuestras posibilidades económicas, porque después
empezaron a surgir los problemas de los elevadores; cuántos elevadores hacen falta, aquí no se construyen
elevadores, hay que importar los elevadores, de dónde se importan, cuánto
cuestan. Bueno, pues tantas divisas
tenemos que gastar; pero es que las divisas las necesitábamos para otra cosa
más urgente. Y entonces, naturalmente,
ya no hacemos esos edificios grandes.
Ahora procuramos encontrar la variedad de otra forma, pero no haciendo
edificios hacia arriba (APLAUSOS).
Las realidades nos han ido enseñando. Claro está que a nosotros nos habría gustado
construir decenas y decenas de barrios como ese, cientos de miles de casas como
esas, y con cuánto orgullo no exhibiríamos nosotros, como obra de la Revolución,
soluciones de ese tipo. Pero estaban
fuera del alcance de nuestras realidades.
Nosotros, aparentemente, nos habíamos olvidado de que
éramos un país subdesarrollado, nos habíamos olvidado de esa tremenda
limitación. Claro, que si nuestro país
hubiese tenido un alto desarrollo industrial, para nosotros sería mucho más
fácil todo ahora. Cuando acusan... Y no vayan a creer ustedes que yo quiero de
todas formas hablar de política aquí, yo trato de hablar lo menos posible de
política (APLAUSOS). Pero a veces nos
impugnan y dicen: “¿Qué
han hecho esta gente, qué han hecho esta gente?
Hay racionamiento, hay esto, hay lo otro, falta esto, falta lo otro,
falta todo.” Y entonces se hace esa
campaña contra nosotros, y en realidad hay que ver lo que significa ser un país
subdesarrollado. Y claro está que un
país no se desarrolla en un par de años ni en cinco años, realmente no vale
empezar a hacer un análisis crítico de lo que la Revolución ha hecho y mucho
menos comparar nuestro standard con el de un país industrializado.
Alguien me hablaba de que decían que había disminuido
el per cápita en Cuba después de la Revolución.
Yo le decía:
mire, hay dos per cápita, hay un per cápita en una sociedad
capitalista, yo diría un per cápita burgués y un per cápita proletario. Es curioso, porque hay ciertas cifras que se
manejan así y engañan a cualquiera (RISAS), o confunden a cualquiera
(APLAUSOS). Hay un per cápita, hay que
decirse: per
cápita, carne 35 libras, azúcar 60 libras —kilos si ustedes quieren—, leche
tanto y así sucesivamente. Pero ese per
cápita significa que unos tienen cero en el per cápita, ese es el per cápita
(APLAUSOS), dentro de ese per cápita que es suponiendo que todo se repartiera
por igual entre todos, pero esos repartos no ocurren más que en los datos
estadísticos; pero resulta que uno tiene de per cápita 150 libras y otro 3
libras, 5 libras, 10 libras o cero libras.
Puede incluso ocurrir una reducción de un per cápita y que, sin embargo,
la mayoría de las personas empiezan a tocar a más. Yo respondía: Si fuese cierto que nuestro per cápita
hubiese disminuido después de la Revolución, que hubiese disminuido —como dicen
ustedes— un 25%, sería un gran triunfo
de la Revolución, porque si solo hubiese disminuido un 25% en las condiciones
de un bloqueo criminal contra nuestro país por parte de uno de los países más
ricos y más poderosos del mundo (APLAUSOS), decía: Eso, de todas formas sería un triunfo, pero,
¿y el per cápita moral? Estados Unidos
tiene, por ejemplo, un estándar de vida mucho más alto y un per cápita mucho
más alto, ¿quién lo duda?, pero pregúntesele a un negro del sur de Estados
Unidos el per cápita moral que le toca en aquella sociedad (APLAUSOS y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel!”).
En nuestro país había un millón de analfabetos, ¿qué
per cápita cultural le correspondía a esos ciudadanos?, ¿qué per cápita social,
qué per cápita moral? En nuestro país
había más de 500 000 desempleados, ¿qué per cápita económico, social y moral
les correspondía a esos ciudadanos? Y
cuando ustedes llegan y se encuentran a decenas y decenas de miles de jóvenes
de humildísimo origen que jamás habrían podido estudiar en un instituto
tecnológico, en una universidad, pregúntenles cuál era el per cápita moral que
tenían antes y cuál es el que tienen ahora (APLAUSOS). Y cuando se le pregunta a cualquier enfermo,
en cualquiera de los nuevos hospitales que no tienen nada que envidiarle a los
mejores hospitales privados de los tiempos pasados, y allí se salva una vida, o
cuando se realiza una campaña contra la poliomielitis y se salvan de la
invalidez cientos de niños todos los años, o miles y miles de niños salvan su
vida gracias a una eficaz campaña de salubridad, y cuando todo el mundo tiene
la oportunidad de crecer, educarse, desarrollar toda su vocación y toda su
inteligencia y tiene ante sí todos los honores y todas las responsabilidades y
el destino que solo el mérito, el cumplimiento del deber y el trabajo, no la
herencia, no el privilegio, sean capaces de dar (APLAUSOS PROLONGADOS). Entonces es cuando hay que preguntarse cuál
es el per cápita; mas, desde luego que nosotros no nos conformaremos con per
cápita morales, porque nuestros per cápita morales tienen que cimentarse sobre
nuestros per cápita materiales, porque necesitamos recursos precisamente para
todo eso (APLAUSOS). Y en eso estamos
(RISAS).
Se leían aquí las cifras sobre el número de médicos
que tenemos por millar de habitantes; un médico por algo más de un millar de
habitantes. Pues bien, si se ve cómo
marcha nuestra universidad, nuestra Escuela de Medicina, los cursos de
pre-médico (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES)
—parece que hay médicos por allá arriba, estudiantes de medicina—, el
número de alumnos que ingresan y que ingresaron este año, el año anterior, el
próximo año; el número de alumnos que están en las escuelas secundarias y en
las preuniversitarias, ya entonces el per cápita de médicos por habitante en
Cuba no habrá que contarlos, cuántos médicos cada 6 000, un médico cada 6 000,
sino que anualmente, anualmente graduaremos un médico por cada 6 000,
anualmente (APLAUSOS). Y no solo vamos a
hacer eso, sino que vamos a graduar también ingenieros y arquitectos en
proporción similar (APLAUSOS).
Y eso no se lo podrá arrebatar nadie a nuestro pueblo;
esa satisfacción y los frutos del esfuerzo que hoy se está haciendo nadie se
los podrá arrebatar a nuestro pueblo, porque se habla de industrialización,
pero yo hago una pregunta:
¿Qué industrialización puede haber en un país de
analfabetos? ¿Qué industrialización
puede haber en un país con un 70% y un 80% de analfabetos?, si para manejar
cualquier instrumento de trabajo moderno, para construir empresas de todos
tipos, para manejar la maquinaria moderna, se necesita un nivel técnico, se
necesitan decenas y decenas de miles de técnicos de distintos niveles, ¿cómo
puede haber industrialización si no existe la base de la preparación técnica
elemental en el pueblo? Y claro, a
nosotros no nos podrán preguntar si ya nos hemos industrializado, pero nosotros
podemos decir que estamos creando las bases para la industrialización.
y cuando liquidamos el analfabetismo y cuando le dimos
un extraordinario impulso a nuestra educación, desde el momento en que nosotros
podemos decir que en la enseñanza secundaria tenemos más de 200 000 jóvenes, un
país que pueda decir eso, no importa que sea un país subdesarrollado, no
importa que se le trate de aislar, de cercar, se mienta acerca de ese país, se
calumnie ese país, no importa; no están muy lejos los tiempos en que ese país
comenzará a recoger los frutos de lo que está haciendo hoy (APLAUSOS).
Tenemos en realidad una preocupación fundamental por
las necesidades del pueblo, una conciencia muy clara de cuáles son esas
limitaciones, y son muchas. Sufrimos
cuando vemos un bohío, sufrimos cuando vemos todavía zonas que eran de los
llamados barrios de indigentes, sufrimos cuando vemos que el número de
construcciones que hacemos no alcanza a satisfacer las necesidades ya
existentes, a las cuales se suman las nuevas necesidades. Y nos urge apresurar el instante, el momento
en que tengamos condiciones para elevar el ritmo de nuestras
construcciones. Hay que tener en cuenta,
aun cuando sean grandes nuestras necesidades de viviendas, son también muy
grandes nuestras necesidades de escuela, a pesar de que en los antiguos
cuarteles hoy estudian más de 50 000 estudiantes (APLAUSOS), a pesar de que el
Ministerio de Educación ha recibido infinidad de edificios y se han construido
muchos edificios, cuántas escuelitas todavía están en bohíos o en casas
viejas. Y cómo llegan las peticiones de
los vecinos y de los familiares de los niños pidiendo una escuela nueva,
pidiendo un local.
Y, en realidad, no es el Estado revolucionario una
especie de mago que pueda sacar del sombrero todas esas escuelas.
Cuántas las necesidades que tenemos todavía de otros
servicios y, sobre todo, cuántas las necesidades que tenemos de fábricas,
fábricas indispensables. Porque,
incluso, para empezar a resolver el problema de la vivienda se puede decir que
hay que empezar por resolver primero el problema de la industria de las construcciones.
Y en eso tenemos que invertir nuestros recursos, en
eso tenemos que invertir nuestros equipos, en eso tenemos que invertir el
trabajo de nuestros técnicos. Tenemos
que invertir recursos y equipos en las construcciones de obras hidráulicas, de
represas, de acueductos, de redes de distribución.
Actualmente, en nuestra capital que es una ciudad
gigantesca dado el tamaño de nuestro país...
Si nosotros hubiésemos tenido en nuestras manos el fundar la ciudad de
La Habana la habríamos fundado, realmente en otro sitio, o no habríamos
permitido que esta ciudad creciera tanto.
Porque esta ciudad ha crecido tanto, que realmente la solución, por
ejemplo, de algunos problemas como el del agua, resultan
difíciles, resultan serios, resultan graves.
Ha crecido La Habana, han crecido los pueblos de los alrededores, se han
unido. Y el ancho de esta provincia, que
no tiene ríos, es de unos 50 ó 60 kilómetros.
Y los mantos freáticos solo pueden ser aprovechados hasta determinados
límites, a fin de evitar la penetración de agua salada en esos mantos.
Y nos encontramos ante el problema de una gran ciudad
que necesita agua para sus habitantes, agua para sus industrias, y que tiene
grandes limitaciones, porque no tiene ríos; tiene que abastecerse de la capa
subterránea de agua, de la cual, a su vez, se abastecen muchos de los centros
agrícolas existentes, centros abastecedores de frutos, abastecedores de
leche. Y si enfrentamos esa dificultad,
esa dificultad la enfrentan muchos pueblos también de nuestro país.
Y quién sabe cuáles puedan ser las soluciones
futuras. Y en eso están trabajando. Redes de distribución viejísimas, que tienen
40 y 50 años, donde se desperdicia un porcentaje alto de agua. Cuántos y cuántos problemas tenemos los
pueblos no desarrollados económicamente; cuántos y cuántos problemas los
pueblos que no tuvieron oportunidad de trazarse un camino, de construir su
futuro.
Y, ¿qué hicimos en los 60 años de república? Porque, en realidad, en realidad, ¿por qué es
que habíamos de tener un millón de analfabetos?, ¿por qué habíamos de tener
tantos problemas? Problemas que, desde
luego, en el transcurso de los años no existirán en el futuro.
Porque fue solo muy reciente cuando este pueblo tuvo
la oportunidad de empezar a trabajar para su futuro. Y fue solo muy reciente cuando se acabaron
los saqueadores y los explotadores en nuestro país (APLAUSOS).
Y con todo respeto para las opiniones de todos, con
todo respeto para las opiniones de todos, ¡nosotros solo pedimos respeto para
nuestras opiniones y respeto para nuestro derecho a construir ese futuro! (APLAUSOS.)
Otros países han alcanzado un gran desarrollo
técnico. Pero la inmensa mayoría de los
pueblos del mundo no tuvieron esa oportunidad.
Y solo es muy reciente cuando comenzó a crearse una conciencia
universal; y solo muy reciente, incluso, comenzó a cambiarse el lenguaje con
que se trataba a los pueblos; y solo muy reciente se empezó a hablar de las
necesidades de los países subdesarrollados, que hasta muy reciente solo fueron
fuentes de materia prima y mercado de mano de obra barata, que contribuyeron al
enriquecimiento, no del país donde se trabajaba y no de los que
trabajaban.
Porque aquí mismo, en este continente, hoy se escuchan
otras palabras, ciertas palabras que entrañan tal vez muy fingidos
sentimientos, pero que no se escuchaban antes.
Y hoy se habla de la América Latina, del progreso de
la América Latina, de la situación crítica de la América Latina. Antes no se hablaba de la América Latina más
que del lugar donde se podía ir a invertir, garantizado el capital por el
espadón tal o el espadón más cual.
Y ese lenguaje, ese nuevo lenguaje se comenzó a hablar
a partir de un día. ¿Saben a partir de
cuándo? ¡A partir del triunfo de la
Revolución Cubana! (APLAUSOS PROLONGADOS.)
Y creo que eso no lo puede negar nadie, ¡nadie! Y esta Revolución tan calumniada ha tenido la
virtud de hacer cambiar el lenguaje de los poderosos explotadores de este
continente, aunque lo que se exprese en el nuevo lenguaje carezca por completo de
eficacia y de sinceridad.
No sé si me habré excedido en mis funciones (RISAS Y
APLAUSOS). No sé si me he apartado de la
arquitectura (RISAS). Pero no era esa ni
mucho menos mi intención, sino la necesidad de expresarles de alguna forma
nuestros sentimientos, la necesidad de hacer un esfuerzo porque nos comprendan,
y dado que, en realidad, es tan inevitable la conexión entre unos problemas y
otros problemas. Es tan grande la
relación entre los problemas económicos, los problemas sociales y los problemas
técnicos, que resulta casi inescapable hacer alguna referencia y alguna alusión
a estas cuestiones. Que quizás ayuden
aun a los que no piensan como nosotros, por lo menos, a comprendernos a
nosotros; a que se tenga una visión justa, por lo menos, de nuestros
problemas: qué hacemos, qué hacemos por
el pueblo, y qué hacemos por la arquitectura.
Porque hacemos y queremos hacer y deseamos hacer
infinitamente más de lo que hemos hecho.
Y nuestros arquitectos trabajarán, no solo nuestros entusiastas arquitectos
que ya están graduados y trabajando, sino también los 400 estudiantes de
arquitectura que están en nuestras universidades, y los miles de arquitectos
que ingresarán en nuestras universidades de la gran masa que hoy está en las
escuelas secundarias.
Hay razones más que sobradas para sentirnos optimistas
y hay razones más que sobradas para sentirnos seguros de que Cuba no se quedará
atrás en el campo de la arquitectura, de que Cuba no se quedará atrás en el
campo de las corrientes más modernas de la arquitectura y de la técnica más
moderna de la arquitectura.
Nosotros estamos seguros de que en nuestro país
existen condiciones favorables para que el actual nivel no solo se mantenga
sino que avance y que se desarrolle.
y el hecho de ustedes haber sido nuestros huéspedes
unos días, de habernos hecho ese gran honor a todos nosotros, servirá para que
de cuando en cuando se interesen por alguna noticia de Cuba, se interesen por
saber cómo andan las cosas en Cuba, y se interesen por saber cómo anda la arquitectura
en Cuba, qué están haciendo los estudiantes (APLAUSOS), qué están haciendo los
arquitectos.
Y leerán, desde luego, muchas cosas; cuántas cosas se
leen todos los días (RISAS). ¡Pero no
tienen importancia, no alteran el curso de la historia, no alteran la realidad
pujante de nuestro pueblo y de nuestra vida, no alteran el futuro de nuestro
pueblo ni el futuro de la humanidad!
En ocasión misma, con motivo de este congreso, algunas
cosas se hicieron. Se divulgaron
campañas de que había surgido una epidemia de viruela en Cuba (RISAS). Constantemente aparecen campañas de ese tipo
para ver cómo asustan a la gente. Y hay
muchos parásitos dedicados a ese oficio de producir mentiras. Desde luego, gente que nunca supo lo que era
producir bienes materiales, y reciben su subsidio a base de calumniar a nuestra
Revolución. Pero no importa.
Leerán ustedes noticias de todos tipos; depende del
periódico que abran (RISAS). Y leerán
cosas horribles; pero, de vez en cuando, les llegarán algunas noticias de cómo
sigue la arquitectura en Cuba (RISAS).
y nosotros podemos asegurarles, nosotros podemos
asegurarles que siempre estaremos agradecidos y reconocidos de esta
oportunidad, de este congreso; siempre estaremos reconocidos por la actitud
honesta, realmente apolítica, demostrada precisamente viniendo a Cuba. Porque si el congreso no se hubiese efectuado
en Cuba, entonces no se podría decir que era apolítica la Unión Internacional
de Arquitectos (APLAUSOS); es decir, si se hubiese suspendido con motivo de la
Revolución.
Y así, se podrá celebrar otro día en otro país, en
otro continente, también de una manera apolítica; quizás en todas partes donde
ustedes se reúnan tendrán el mismo problema a la hora de la clausura del
acto —porque alguien siempre lo
clausura, invitan a alguien—, no vayan a creer que a nosotros nos gusta el
oficio de estar clausurando actos, pero entendíamos un deber elemental, una
cortesía elemental. Hoy nos tocó a
nosotros, quizás otro día les toque a hombres que piensen absolutamente
distinto que nosotros. Y ustedes también
estarán preocupados: “¿Qué
dirán aquí?”, porque vienen gentes de todas las ideas y de todas las opiniones
y siempre tendrán ese pequeño inconveniente, a no ser que se establezca una
república para congresos (APLAUSOS).
De todas formas, créannos que hemos hecho lo mejor de
nuestro esfuerzo por colaborar con este evento; que nuestros compañeros
arquitectos han trabajado extraordinariamente, que nuestro pueblo también. Hemos hecho nuestro mejor esfuerzo por atenderlos
como era nuestro deber atenderlos, como eran nuestros deseos atenderlos, y
nuestros sentimientos fraternales de atenderlos.
Y esperamos que ese esfuerzo nuestro no haya
defraudado el gesto de ustedes, la confianza de ustedes, al visitar a nuestro país.
Así que en nombre de nuestro pueblo les deseamos a
ustedes, los arquitectos de todos los países, muchos éxitos en su trabajo; les deseamos a la Unión Internacional de Arquitectos también
muchos éxitos en su esfuerzo de carácter técnico y universal —como ellos
expresaron. Y, ¡muchas gracias a todos!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)