DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DE LAS ORI y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO
REVOLUCIONARIO, EN LA CLAUSURA DEL X CONGRESO MEDICO y ESTOMATOLOGICO NACIONAL, EL 24 DE FEBRERO DE 1963.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Señores miembros
del Cuerpo Diplomático;
Distinguidos
médicos y estomatólogos que nos visitan;
Médicos y
estomatólogos cubanos:
Es unánime la opinión, tanto de los que han venido del
exterior como de los cubanos que han participado en él, de que el congreso ha
sido un gran evento.
Quienes han participado en otros muchos congresos
médicos no han dedicado pocos elogios a la forma en que se organizó y se
desarrolló este congreso médico y estomatológico nacional. Hay que cuidar de no olvidarse de los
estomatólogos (APLAUSOS). Para nuestro
país ello constituye un motivo de honda satisfacción.
Aquí los compañeros, y el compañero Ministro de salud
pública ha expuesto algunos datos, ha señalado, por ejemplo, el número de
médicos que han participado, el número de estomatólogos, el número total de
personas que se inscribieron y que, realmente, señalan cifras récords. Y lo importante no es la opinión del número
de personas que han participado, sino del espíritu que ha reinado en este
congreso, así como la calidad del trabajo que se ha llevado a cabo.
En la historia de nuestra medicina, en la historia de
nuestra medicina revolucionaria, este congreso siempre será recordado.
En alguna ocasión que conversábamos con los compañeros
que organizaron el congreso, que se dedicaron a la tarea de atender y vertebrar
todos y cada uno de los detalles de este congreso, y a cuyo esfuerzo se debe en
considerable parte la brillantez que ha tenido, encabezados por los doctores
Portilla y Valverde (APLAUSOS), en una ocasión —repito— anterior al congreso,
me mostraron ellos ese escrito que aparece precisamente al fondo del
escenario. Todos ustedes seguramente lo
habrán leído.
Pero recordaba —una cosa curiosa—, cuando leía la
parte final, porque no sabía de qué se trataba, estuve a punto de decir: “Aquí hay un error;
no son tres años, son cuatro años.” Pero
me dijeron: “No,
esto fue escrito con relación al primer congreso, no al congreso de
ahora.” Porque algunas de esas palabras
pudieran aplicarse a este momento. Fue
algo así como una premonición de entonces, porque entonces no podía decirse de
tres años de libertad.
Nuestros próceres vivieron aquella ilusión. Nuestros próceres lucharon duramente por
nuestra patria. Pero nosotros sabemos
las causas históricas, las fuerzas superiores a ellos que, en considerable
parte, frustraron sus sacrificios.
No podía decirse en aquellos primeros días de la
independencia, o de la república independiente, no podía, en realidad, hablarse
de independencia. Porque en el tiempo en
que se escribieron esas palabras existía en la constitución de nuestro país una
enmienda ignominiosa que le daba derecho a un gobierno extranjero a intervenir
en sus asuntos internos. Y cuando en la
constitución de un país hay una cláusula que autoriza a eso, ese país no se
puede llamar un país soberano.
Y esa fue la república de los primeros años, la
república de aquel primer congreso médico.
En ese escenario realizaron sus sueños grandes hombres; en aquel medio
que lo limitaba todo desenvolvieron sus vidas, depositaron sus “granos de
arena” para ir haciendo, en el campo de la medicina, el camino por el cual hoy
podemos transitar.
No es la república de hoy la república de
entonces. Aquella era una quimera, un
sueño, un deseo, una ilusión. La de hoy,
donde tiene lugar este congreso médico, con sacrificios, sí, con dificultades,
sí, con luchas, con riesgos, con todos los inconvenientes que entraña la lucha
por la verdadera independencia, la república de hoy no es una quimera, es una
realidad (APLAUSOS).
Los que entonces se enfrentaban a circunstancias mucho
más poderosas que ellos, no podían hablar de soberanía plena. Hoy podemos hablar de soberanía plena al
precio que sabemos:
luchando contra los mismos factores que entonces hicieron
imposible aquella independencia plena, y defendiéndonos contra esos mismos
factores.
Porque, en el mundo de entonces, una fuerza
expansionista que surgía con pujanza pudo aplastar los sueños de independencia
de un país que había luchado durante 30 años por ella. Y, sin embargo, en el instante en que aquella
fuerza expansionista alcanzó su máximo desarrollo y se convirtió en la más
poderosa fuerza expansionista del mundo, no ha podido, sin embargo, aplastar la
independencia de nuestro país (APLAUSOS).
Y eso indica que el mundo que vivimos no es el mundo de entonces, que el
mundo de hoy ha cambiado mucho y seguirá cambiando.
Y este congreso ha tenido lugar en esas nuevas
condiciones. Es el primer congreso
médico que se realiza en el país plenamente independiente. Pero, además, otras características, algunas
de ellas señaladas por el compañero Ministro de salud pública: el primer congreso que se realiza con
un espíritu nuevo.
¿Ha sido esto fácil?
¡No!, ustedes saben que esto no ha sido fácil. Ustedes, que han adquirido sus conocimientos
en la universidad, que han adquirido un considerable desarrollo intelectual
para poder ejercer las funciones profesionales que ejercen, saben que no ha
sido fácil, y lo comprenden. No ha
podido ser fácil el desarrollo de ese nuevo espíritu, porque les ha tocado
vivir un minuto singular de la vida de este país donde nacieron, donde
crecieron, donde han vivido, donde han trabajado, donde han estudiado; les ha
correspondido vivir un momento de profundos cambios.
Vamos a dejar a un lado ahora el antagonismo de las
ideas, vamos a dejar a un lado la pugna de argumentos y vamos a atenernos a los
hechos. Y los hechos indican que ha
habido un cambio, pero no cualquier cambio; que ha habido un cambio profundo en
la estructura y en la vida del país. Es
decir, eso se sintetiza con una sola afirmación: ¡Ha habido una Revolución!
Todos ustedes habían oído hablar de revoluciones,
todos ustedes habían leído acerca de revoluciones, mal que bien, en mejores o en
peores libros de texto, con mayor o con menor claridad, con más o menos
desinteresada interpretación de la historia, ustedes habían oído hablar y
habían leído acerca de revoluciones. Hay
revoluciones clásicas, sobre las que más habíamos leído: la Revolución Francesa, por ejemplo, que nos
pintaba toda aquella inmensa hecatombe que fue para las cortes monárquicas,
para los condes, para los marqueses, para los príncipes, para los vizcondes,
para toda aquella clase social rodeada de un sinnúmero de privilegios, la
hecatombe que para ellos significó la revolución de los plebeyos, la revolución
de los siervos de la gleba, la revolución de los comerciantes y de los
industriales, que entonces eran pequeños comerciantes, pequeños mercaderes,
pequeños industriales y que, junto con los siervos, con los campesinos, dieron
al traste con aquel sistema social.
Yo supongo que muchos de ustedes posiblemente eran
apasionados de aquellas lecturas. Y aún
un siglo después se escribía y se hablaba de los acontecimientos que tuvieron
lugar entonces.
La historia, como ustedes saben, no ha tenido siempre
la misma interpretación. Con la historia
pasa un poco como con la medicina, que no ha tenido siempre las mismas recetas
y los mismos métodos; y la medicina de nuestros bisabuelos no es la medicina de
hoy, porque la humanidad avanza, la humanidad aprende. Y así también aprendió la humanidad a mirar
desde distintos ángulos todo su pasado, así aprendió a mirar la vida de la
humanidad misma desde las épocas más primitivas, desde los umbrales mismos de
lo que se ha llamado historia, con todas sus guerras, sus instituciones, sus
sistemas sociales. Y así, con mucha
naturalidad, nos acostumbrábamos a leer acerca de aquellos tiempos de Grecia y
de Roma, de aquella sociedad erigida sobre la esclavitud.
Claro que hoy, cuando nosotros leemos la historia de
aquellos países nos parece que han quedado muy atrás aquellos tiempos, nos
parecen absurdos, nos parecen injustísimos aquellos sistemas. Desaparecieron tales sistemas y vinieron otros
un poco más humanos, porque el feudalismo fue un sistema más humano respecto al
anterior, del esclavismo. Pero aún hoy
nadie aceptaría el feudalismo.
Desapareció el feudalismo y vinieron los sistemas
capitalistas. ¡Ah!, esos sí se
discuten. Como en un tiempo, desde los
más primitivos, había los filósofos del sistema esclavista, los apóstoles del
esclavismo, y que les parecía que el mundo no podía vivir sin esclavos con
cadenas, que el mundo no podía vivir, que la sociedad no podía existir sin el esclavo. Porque, además, decían: ¿Quién pinta?, ¿quién canta?, ¿quién
filosofa, si el esclavo no trabaja en el campo?
¿Quién gobierna y quién discute en la plaza pública? ¡Incluso hemos oído hablar de la democracia
ateniense, de aquella democracia en que se discutía en la plaza pública! Pero es que discutían 5 000, que eran los
únicos que tenían derecho, mientras decenas y decenas de miles trabajaban como
esclavos y otras muchas decenas de miles no tenían ningún tipo de derecho.
Ya nadie discute aquello, nadie discute el feudalismo
como cosa anacrónica y absurda, aunque hay muchos que todavía discuten el
capitalismo como bueno y lo presentan como bueno.
Nosotros estamos seguros de que dentro de 50, 100,
200, 300, no sabemos cuántos, a nadie se le ocurrirá defender al capitalismo
tampoco, como a nadie se le ocurre hoy defender el feudalismo o la esclavitud
antigua.
Y en la propia historia de nuestro país recordarán
cómo los próceres de nuestra independencia tuvieron que discutir contra los que
defendían el esclavismo, también, en la historia de Cuba, como también tuvieron
que discutir contra aquellos que defendían la anexión a Estados Unidos, porque
de todas esas corrientes existieron en la historia de nuestro país.
Y se preguntarán ustedes: ¿Pero qué tiene que ver toda esa
incursión por el pasado y por la historia, con la medicina y con el congreso
médico? Y, en realidad, tiene mucho que
ver.
¿Por qué tiene que ver? Precisamente porque a ustedes les
correspondió vivir una etapa de tránsito, una etapa de cambios tremendos
también en la historia del país. Y
dentro de 100 años, los bisnietos y los tataranietos de ustedes posiblemente
recuerden con orgullo que sus bisabuelos o sus tatarabuelos fueron testigos de
todos estos cambios, porque entonces sobre toda estas cuestiones se hablará con
un poquito de más objetividad y de más serenidad.
Y a los médicos cubanos les tocó vivir ese cambio,
atravesar esa etapa, realmente compleja, de cambios realmente profundos. Los hemos vivido con todos sus problemas, con
todos los fenómenos que los acompañan.
Realmente ustedes, como médicos y estomatólogos, deben comprender bien
estas cosas, porque la profesión de ustedes es una profesión científica, a
ustedes les gusta investigar, les gusta conocer. Por lo general, en muchas ocasiones, realizan
una serie de análisis y de investigaciones previas antes de poder decir qué
tiene el enfermo.
Y así hay que hacer también en la sociedad, así hay
que hacer también en la Revolución; hay que investigar para saber qué tiene el
paciente. El paciente, en este caso, es
el fenómeno revolucionario en sí mismo.
No voy a decir que el paciente sea la vieja sociedad, porque la vieja
sociedad murió hace rato (APLAUSOS), y lo más que puede hacérsele, en todo
caso, es la autopsia (RISAS Y APLAUSOS) para saber de qué murió. Murió de muerte violenta, entre otras
cosas.
Claro que la Revolución es un paciente y nosotros, en
muchas ocasiones, tenemos que estar haciendo el papel de médicos, de médicos
sociales. Igual que los médicos podemos
equivocarnos alguna que otra vez, no somos infalibles; pero igual que los
médicos y los estomatólogos (RISAS), tratamos de acertar y tratamos de
comprender.
El hecho de que hoy, en el quinto año de Revolución,
se haya podido realizar un evento científico de esta calidad, de esta calidad,
del entusiasmo, del calor, del interés que ha tenido, demuestra que algunas
cosas han ido mejorando; demuestra que en nuestros sectores médicos y
estomatólogos —si pudiéramos llamarlos de alguna manera a los dos juntos—, se
ha producido yo diría que un salto de calidad.
¿De la calidad de los médicos? No.
¿De que ellos han mejorado?
Indiscutiblemente que han mejorado.
Se ha producido un salto de calidad en el clima médico y estomatológico,
ha mejorado el clima. Indica que una
fuerte columna de la ciencia, una fuerte columna de la ciencia se está
desarrollando y está marchando con el proceso histórico (APLAUSOS).
Para nosotros es una enseñanza, porque nosotros que
tenemos que ocuparnos de estos problemas públicos, sociales, revolucionarios,
políticos, todos los días aprendemos también.
Y nosotros, por eso, no podremos olvidar tampoco estos días, porque
estos días serán siempre para nosotros los días en que quedó palmariamente
demostrado que la masa médica se ha incorporado a la Revolución (APLAUSOS), la
masa médica y la masa de los estomatólogos (RISAS).
Al afirmar esto, nosotros nos estamos ateniendo
simplemente a los hechos. Nosotros no
podemos pretender hacer propaganda entre ustedes. En realidad, por lo general, nosotros nunca
hacemos propaganda; nosotros, en muchas cosas, actuamos como ustedes y nos
atenemos a los hechos, a las realidades.
Eso para nosotros, como revolucionarios, es un motivo
de aliento y es un motivo de profunda satisfacción. ¿Por qué?
¿Porque queramos tener más partidarios?
No. Si a nosotros nos preocupara
eso fundamentalmente no habríamos sido revolucionarios; a los revolucionarios
les importa, por encima de todo, el pueblo.
Por lo que ustedes significan para el pueblo, por los
servicios que ustedes le prestan al pueblo, es por lo único que a nosotros nos
interesan. Y, en realidad, los servicios
que ustedes le prestan al pueblo son, a nuestros ojos, de valor extraordinario. Las funciones sociales que ustedes desempeñan
son directamente de un alto contenido humano.
Es cierto que en la sociedad hace falta el esfuerzo de
todos, pero algunas tareas son más directas, otras son más indirectas. Y ustedes realizan una tarea altamente
humana, de manera directa.
Por esa preocupación que los revolucionarios sentimos
hacia el pueblo, el interés que sentimos por los servicios de salud pública
para el pueblo; y ustedes que están en constante lucha contra la muerte,
ustedes que están en constante lucha contra el dolor, mejor que nadie lo conocen,
mejor que nadie lo comprenden.
Luego, ha ocurrido que algunos técnicos, no médicos,
se han quejado y han parecido insinuar que nosotros tengamos algunas
preferencias con los trabajadores de la salud pública.
En realidad, puede ser que hayamos tenido algunos
olvidos de otros técnicos, y hasta que, incluso, sean razonables sus quejas, y
nosotros debamos prestarles atención también a todos ellos; pero es cierto que
nos hemos preocupado mucho por los problemas que conciernen a la salud del
pueblo.
Y en ciertos momentos, ustedes lo saben, nosotros
hemos criticado duramente, hemos hablado en términos muy severos de los médicos
que abandonaron el país. Es que
realmente nos dolía, porque si bien, desde el punto de vista de los intereses
generales del país, es doloroso que se lleven un maestro, un profesor,
cualquier tipo de técnico, es que indiscutiblemente en otra cosa, en ninguna
otra actividad se ve el aspecto inhumano de la cuestión de tal manera como
cuando se llevan un médico; o como cuando se han llevado un médico cuyos
pacientes, o con algún paciente operado en un hospital. Si se escribieran algunos casos, sería
altamente indignante.
Quienes, precisamente, han tratado de promover esa
política, son los que nos acusan a nosotros, los revolucionarios, de no
preocuparnos del dolor humano; son los que pretenden presentar a su sistema
como humano. Sin embargo, quienes han
sufrido esa política, quienes con más sincera indignación han condenado esa
política, hemos sido nosotros; quienes con más vehemencia se han preocupado, no
de que hayan cada vez menos médicos, sino cada vez más médicos, hemos sido
nosotros; quienes se preocuparon de que
allá, en lo profundo de las montañas, una madre angustiada pudiera recibir los
beneficios de un servicio médico que le salvara la vida a un hijo, hemos sido
nosotros.
Jamás ellos se preocuparon de la suerte de nuestro
pueblo. ¿En nombre de qué pueden hablar
hoy, ni de qué principios, los explotadores, ni de qué principios los enemigos
de nuestra patria? Como si no conociéramos
todos, la historia de nuestro país, las realidades pasadas de nuestro
país. Solo porque alguna gente tiene
poderosos reflejos condicionados en la mente, puede tener algún efecto esa
propaganda, o en aquellos que nunca lograron adquirir el hábito de sentir el
deseo del bien hacia los demás, del amor hacia los demás, la solidaridad hacia
los demás, puede hacer algún efecto esa propaganda.
Porque en nuestros campos no solo se morían de hambre,
de desnutrición, porque en nuestros campos no solo eran víctimas de las
deficiencias alimenticias, sino que además, morían sin la menor asistencia
médica porque no había un médico en decenas y en decenas de kilómetros a la
redonda. Y cuando no hay un médico en
decenas y en decenas de kilómetros a la redonda, ¿qué pasa?, ¿qué pasa muchas
veces?, que la muerte arrebata vidas a montones.
Nosotros teníamos muchos médicos, sí, un número
elevado de médicos, pero desproporcionalmente situados. Y así, mientras en la capital de la república
estaba la inmensa mayoría de los médicos, regiones enteras carecían de un
médico.
Eso, naturalmente que traía una secuela de problemas,
incluso para los médicos cuando se graduaban.
Emigraciones de médicos por no tener trabajo; hoy puede emigrar un
médico porque no quiera trabajar, pero no emigra ningún médico porque le falte
trabajo en nuestro país. Y esas eran las
realidades de nuestra patria.
¿Cómo piensa un hombre consciente? Piensa que estas cosas son ciertas, piensa
que la necesidad de rectificar eso es justa.
No se trata de que todos y cada uno de los médicos y los trabajadores,
en general, de la salud, tengan que pensar exactamente como revolucionarios,
¡no!, que tengan que adoptar determinadas ideas, ¡no!, no se trata del
revolucionario consciente, o de la necesidad de que sea un revolucionario
teórico. Es que un hombre humano, un
hombre decente, hasta en el concepto burgués de la palabra, no es un criminal,
no abandona un enfermo, no abandona su puesto en la lucha contra la enfermedad
y contra la muerte.
Y por eso, algunos médicos, que aunque piensan
distinto que nosotros, tienen una concepción distinta de la sociedad que
nosotros, y de la historia distinta que nosotros, sin embargo han permanecido
en sus puestos. Esos médicos tienen todo
nuestro respeto (APLAUSOS).
Nosotros hemos tenido una opinión muy distinta de los
que han abandonado sus puestos. Claro
que, sobre todas estas cuestiones, nunca debe olvidarse que hay una serie de
circunstancias que pueden hacer más o menos atenuantes la actitud de los individuos,
no debemos olvidar que en ciertas circunstancias había un clima mucho menos
propicio, no debemos olvidarnos de eso.
Una serie de factores influyen, una serie de circunstancias influyen en
las determinaciones de los individuos.
Eso es cierto, pero siempre hay que remitirse a lo
esencial, es decir, el sentido del deber que un trabajador de la salud debe
tener, el sentido de la responsabilidad, el sentido de su función, el sentido
de su misión.
Cuando nosotros nos reunimos hace 16 meses, las circunstancias
eran distintas. Es indiscutible que de
entonces a acá hemos ganado un buen trecho, es indiscutible que de entonces a
acá el clima para el trabajador de la salud pública ha cambiado mucho, ha
mejorado mucho.
Desde luego que no es un fenómeno absolutamente
espontáneo; es también en parte resultado de esfuerzos que se han hecho, y que
enseña que todo esfuerzo bien hecho tiene resultados dentro de la
Revolución.
Hay que recordarles a los revolucionarios que no basta
tener razón; hay que recordarles a los revolucionarios que no basta saber que
es justa la causa que se defiende, sino que hay que saber defender bien esa
causa, saber defender bien esa razón, saber emplear métodos inteligentes para
ello.
El hecho de la incorporación de los trabajadores de la
salud —vamos a llamarlos así alguna que otra vez, para no repetir aquello de
médicos y estomatólogos—, nos demuestra una serie de cosas. Primero, la influencia que su propia función
social, su propia profesión, su propio trabajo, ejerce sobre ustedes; es decir,
la índole humana del trabajo que ustedes realizan. Segundo, el resultado del gran esfuerzo que
la Revolución ha hecho en el campo de la salud pública. Y, tercero, la innegable justicia del
esfuerzo que se hace; porque todo el esfuerzo de la Revolución, cualesquiera
que sean sus debilidades de organización, sus errores de método, su falta de
tacto, porque hubo falta de tacto veinte veces...
Recuerdo, por ejemplo, cuando se hicieron aquellas
depuraciones del profesorado universitario, en que, efectivamente, había
profesores que no eran dignos de ser profesores de la universidad; pero también
recordamos que había algunos jovenzuelos inexpertos, como elefantes por
cristalería, metidos en todo aquello, y algunos de los cuales hace rato que se
fueron. Y llegaron a herir, a ofender, a
maltratar, no sé si pocos o si muchos, pero sí sé que por lo menos a algunos,
porque los conozco.
Claro está que una revolución no se puede librar de
esas cosas. No sé si a nosotros nos
echarán la culpa también de las cosas de las que no podemos librarnos de
ninguna manera; es como si nosotros acusáramos a un médico de los dolores del
parto... (RISAS) Son cosas inevitables
del parto revolucionario. Pero, de esas
cosas han habido; frente a eso tiene que haber también
una consecuente lucha para evitar todos esos errores de método, de falta de
tacto, de cualquier tipo.
En definitiva, lo que hacen es perjudicar a la
Revolución, la pobre Revolución que siempre es víctima de los errores de los
revolucionarios, y en algunos casos de los que se hacen pasar por
revolucionarios, y en algunos casos de los que nunca fueron. Al fin y al cabo, nosotros tenemos que
defender a la Revolución de todo, hasta de nuestros propios errores.
Naturalmente que aquello no creaba un clima. ¿Pero por qué esos errores? Porque también mucha gente jovenzuela no
sabía ni lo que era una revolución, y creían que las cosas se hacían de a
porque sí, o por generación espontánea, o porque estaba escrito en un libro, o
en virtud de una ley histórica. Pero las
leyes históricas no funcionan sin el hombre, las leyes históricas tienen lugar
con el hombre, estrechamente unidas a la acción del hombre.
Una serie de errores de ese tipo, de otros tipos, de
veinte tipos, producto naturalmente de las inexperiencias y de toda una serie
de cosas, de la gente que no sabe —y sobre todo, de la gente que no tiene
experiencia, porque hay que tener en cuenta que mucha gente con las mejores
intenciones del mundo hace cosas mal hechas—, no contribuían a crear un clima.
Claro que esa no era la única razón ni mucho
menos. Posiblemente sean, incluso,
razones secundarias. Había cuestiones
más fundamentales: la
lucha de clases que se entabló, la lucha de intereses, la lucha de ideas, la
lucha de mentalidades, toda una serie de cosas.
Eso, por descontado.
¿Esas medidas inevitables que una revolución trae
siempre, y que inevitablemente ocasionan choques fuertes de intereses? No me refiero a eso; esas son inevitables de
las revoluciones. Pero unido a eso está
todo el otro trabajo de organización, de tratamiento correcto de las
cuestiones. De manera que, en cierto
momento, había un clima antimédico —yo no sé si antiestomatólogo también, pero
había un clima antimédico—, clima antimédico por la generalización de actitudes: “Que tal médico
había hecho tal cosa”, “que tal médico se había ido”, “que tal médico estaba
conspirando”, toda una serie de cosas.
Y por una serie de circunstancias, y porque
efectivamente el tipo de profesión era indiscutiblemente una profesión bien
remunerada —en ciertos casos—; es verdad.
Y también un poco por la mentalidad en que se habían formado nuestros
médicos —nosotros vamos a ser sinceros—, un poco por la mentalidad con que se
habían formado nuestros médicos, la sociedad que formó a nuestros médicos. Era lógico que tuvieran muchas influencias de
esa sociedad y de ese medio.
Todas esas causas influyeron a que en cierto momento
se creara un clima, que pudiera decirse un clima antimédico; y los médicos se
quejaban de esa cierta hostilidad, de esa cierta desconsideración.
Contra todo eso se comenzó a luchar. Aquella asamblea de hace 16 meses fue también
el principio de un gran esfuerzo por rectificar toda una serie de errores, de
métodos, de equivocaciones, y por iniciar una política correcta de tratamiento
a los médicos. Fue el inicio de un
esfuerzo.
No podemos pensar, de ninguna manera, que lo
fundamental haya sido el resultado de ese esfuerzo para cambiar ese clima;
no. En realidad nosotros pensamos con
toda sinceridad que lo que ha determinado eso es la calidad de ustedes, con un
tratamiento correcto de los problemas, o por lo menos con una intención
correcta, un esfuerzo sincero de darles un tratamiento adecuado a los
problemas.
¿Se puede concebir que un médico, un médico decente,
un estomatólogo decente, tenga que chocar con la Revolución? ¿Que un hombre humano tenga que chocar con la
Revolución, tenga que chocar con el esfuerzo que hace un país en favor del
país, en favor de sus hijos, y que prácticamente elimina todas las bases
viciosas en que dentro de esa sociedad se distribuían los bienes y los
servicios, por un esfuerzo de hacer llegar esos bienes y esos servicios a todo
el pueblo? ¿Puede un hombre justo, un
hombre humano, chocar con ese esfuerzo?
Dejando a un lado todas aquellas tonterías, como
fueron aquellas bolas acerca de la socialización de la medicina, y toda una
serie de cosas, que me imagino que han quedado bastante abolidas; que aquello
era una fábula que uno no acababa de saber qué querían decir con eso; como con
la historia de la patria potestad y todas aquellas sandeces por el estilo. Cualquiera que vea lo que es una escuela de
becados, y el trabajo que dan, los recursos que se necesitan y el esfuerzo que
tiene el país que hacer para organizar bien, brindar buen servicio para educar
a esos jóvenes, le bastaría para reírse completamente de aquel tipo de fábula
en que les iban a quitar a las madres los hijos. Muchas cosas por el estilo de esas, que son
también leyendas inevitables de todo proceso como este. Esas mentiras son mentiras incluso viejas, no
son ni nuevas; porque los contrarrevolucionarios aquí no han inventado aquí ni
siquiera una cosa nueva (RISAS).
Nosotros podemos decir que hemos inventado algunas cosas; los
contrarrevolucionarios no han inventado ni una mentira nueva siquiera.
Pero algunas de aquellas cosas que ahuyentaba a la
gente, y que cuando nosotros explicamos o tratamos esta cuestión, explicamos
bien que como este era un proceso de tránsito, como significaría ser poco
realista el tratar de imponer métodos, o sistemas, que tienen que ser todos el
producto de un desarrollo, de la formación de nuevos técnicos, de la
preparación de nuevos contingentes; que eso era una etapa, que los médicos no
tenían que preocuparse por esos rumores, por esas mentiras.
Algunas de esas cosas influían en alguna gente. Pero la pregunta fundamental es esta: ¿Puede un hombre
honesto, un hombre justo, oponerse a lo que la Revolución hace? ¿Y, sobre todo, a lo que la Revolución hace
en el campo de la salud pública? Porque
en todos los aspectos y en todos los órdenes nosotros sabemos cómo era la
cuestión, cómo eran los hospitales públicos.
Eran, en muchos casos, sitios inmundos, donde los enfermos dormían en el
suelo. Todo el mundo sabe, además, cómo
tenía que estudiar un médico, con cuánta dificultad tenía que estudiar un
médico en nuestro país; cuántas dificultades para después que se graduara
emplearse. Todo el mundo sabe, además,
cómo era aquella universidad, en que a veces —según me han contado algunos médicos—
un profesor le daba clases a 800 alumnos, a 1 000 alumnos: una clase para 1 000 alumnos. Es que no había ninguna facilidad para poder
estudiar.
Todo el mundo sabe cómo los buenos médicos
prácticamente fueron autodidactas, porque se acercaron, porque lograron
trabajar en algún hospital, recibir las experiencias de algún médico
competente. Toda esa historia la
sabemos, la sabemos todos. Y que cuando
se analiza todo aquel pasado con lo que hoy se está haciendo, no admite
comparación de ninguna índole; el esfuerzo que se realiza para llevar la
medicina al campo, a los rincones más apartados del país; las cifras
estadísticas. Cuando se compara el hecho
que entre 1954 y 1959 había 200 000 vacunas, en cinco años, frente a 3 millones
de vacunas en un año; la lucha contra una serie de epidemias, las vidas que se
han salvado. Cuando se analiza todo eso,
una persona justa, una persona honrada, no puede estar contra eso. Podrá decir: tal funcionario me cae de lo más mal,
tal director del hospital es insoportable.
Bueno, si quiere, a lo mejor hay un director de hospital insoportable,
dondequiera uno se encuentra gente insoportable, pero esas gentes nacen así
(RISAS); ustedes sabrán mejor que nosotros por qué hay gente que nace con
determinado temperamento o carácter.
Yo he conocido gente buenísima, superrevolucionaria,
pero que son disociadores (RISAS). Y de
eso nos encontramos en la vida, quién no se los encuentra.
Bueno, está bien todo eso. Pero, en realidad no resiste comparación el
camino que lleva el trabajo de la salud con el camino del pasado. Desde luego, me refiero exclusivamente a la
cosa directa, a la atención directa, a la medicina terapéutica y a la medicina
preventiva, que es la que nosotros realmente debemos tratar de desarrollar
también en grado máximo. Las dos, pero
sobre todo seguir el principio de evitar las enfermedades.
Combatimos las
causas más profundas, porque en realidad ninguna medicina preventiva, ni
curativa, puede nada contra la falta de proteínas, contra la falta de condiciones
higiénicas de vida, contra la falta de alimentación. Es decir, la base fundamental tienen que ser las condiciones de vida del pueblo, y nadie
puede dudar de que cuando queden erradicados todos esos barrios insalubres,
cuando haya elementales condiciones higiénicas en la vivienda... Y, desde luego, ¿quién ignora cómo son las
condiciones higiénicas en el campo?, el agua, la cantidad de microbios, de
bacterias que ingieren por falta de medidas higiénicas, y, sobre todo, por
falta de medios materiales para poder hacerlo.
Desde luego que nosotros los revolucionarios no
tenemos la culpa de que haya 300 000 bohíos.
El imperialismo cualquier día de estos hace una declaración diciendo que
la Revolución ha traído como consecuencia que haya 300 000 bohíos en el
país. El problema de nosotros es
precisamente la lucha por erradicar esos 300 000 bohíos. No quiere decir que nosotros hayamos
erradicado los 300 000 bohíos; hemos
erradicado muchos bohíos, hemos construido muchos pueblos nuevos, pero como
nosotros no somos magos, y como solo del trabajo y de la técnica pueden salir
los bienes materiales del hombre, solo el trabajo del hombre y la técnica
erradicará toda esa pobreza, todos los barrios insalubres, dotará a todos los
pueblos de alcantarillado, de agua, dotará a toda la familia de condiciones
higiénicas; solo el trabajo. Yeso no es
cuestión de dos, ni de tres, ni de cuatro años, será de quince, de veinte, de
veinticinco, de treinta, no sabemos; pero entre nosotros y los que vengan
detrás de nosotros sí estamos seguros de que vamos a eliminar estos males. No tenemos ninguna duda de eso.
Pero que ese es el fondo fundamental, la Revolución se
dirige contra eso fundamentalmente: eliminar esos males.
Pero es que en la cosa directa de la evitación de las
enfermedades y de la atención a los enfermos hay un extraordinario esfuerzo por
parte de la Revolución. Y es lógico que
ese esfuerzo conquiste la buena voluntad de los hombres honestos, de los
hombres humanos. Ese esfuerzo no
conquistará la voluntad de los egoístas jamás, pero conquistará, tiene que
conquistar, la voluntad de los hombres honestos, de los hombres y las mujeres
honestos (APLAUSOS). Porque ustedes
deben saber que, entre otras cosas, hay casi un 50% de mujeres estudiando en
los primeros años de la medicina; es decir, en el primer año y en los cursos
que se están preparando (APLAUSOS). Se
está observando el fenómeno de la incorporación de la mujer al estudio de la
medicina.
Pero bien: en realidad, el problema de nuestro
país, de ustedes y de nosotros, no es ocuparnos de lo que hayamos hecho. Claro está que nosotros podemos poner aquí
todas las cifras, y cifras que son verdaderas, como ustedes conocen; una serie
de datos comparativos acerca del número de camas antes, número de camas ahora;
número de defunciones de poliomielitis por año, número de defunciones de ese
tipo ahora, que no hay ninguna, que han sido erradicadas, y toda una serie de
datos estadísticos:
condiciones de vida en los hospitales, condiciones de
alimentación, toda una serie de cosas.
Nosotros podíamos exhibir una larga lista de datos. Pero, en realidad, eso no es lo que
importa. Lo que importa es lo que
tenemos que hacer por delante. En
realidad, nosotros lo que hemos hecho hasta ahora no nos satisface absolutamente
nada, porque nos parece que en el futuro podemos hacer diez veces, veinte veces
más que ahora, si creamos las condiciones para hacerlo.
Por eso, el congreso tiene ese valor; el congreso
marca un momento importante en la vida de nuestro país, una serie de saldos
positivos; incuestionablemente, desde el punto de vista del país, la presencia,
la brillantez del congreso es muy apreciable.
Pero lo más importante de todo, o entre las cosas más
importantes está el extraordinario interés científico que se está despertando
entre ustedes, el extraordinario interés científico; el número elevadísimo de
trabajos que se hicieron, además del espíritu de confraternidad; la divulgación
de los conocimientos de unos médicos a otros, lo que ustedes hayan podido
aprender y habrán de aprender como resultado de este congreso, desde el punto
de vista técnico, científico: el
interés, el espíritu de superación que se ha despertado entre ustedes. Y eso es realmente prometedor. Eso es prometedor para nuestro país, eso es
un buen punto, un magnífico punto de partida, y es indiscutible que los
resultados se han de ver.
El hecho de que se haya despertado ese espíritu entre
ustedes tiene mucha importancia.
Nosotros lo hemos visto en nuestros compañeros de Revolución, nosotros
lo hemos visto en nuestros compañeros del Ejército Rebelde. Entre los compañeros del Ejército Rebelde,
del primer año y ahora, hay una enorme diferencia; el aprendizaje que han
logrado, el interés que tienen por los estudios, es increíble. Es que prácticamente no hay uno solo que no
quiera superarse, que no quiera estudiar, que no quiera desarrollarse.
Y nosotros hemos visto los resultados desde el punto
de vista de la técnica militar. Muchos
compañeros nuestros que eran guerrilleros y hoy son técnicos militares. Y así han surgido toda una serie de jefes,
una serie de técnicos en una serie de armas que no conocían.
Cuando ese espíritu se apodera de un sector de una
masa, tiene unos resultados fantásticos.
En ustedes, ese espíritu se ve, y tendrá también fantásticos
resultados. En los estudiantes
universitarios, los preuniversitarios, los de secundaria, ese espíritu se
ve.
El nivel de estudio en nuestros centros de becados
preuniversitarios ha alcanzado un nivel que nunca existió en nuestro país.
Nosotros hemos ido a las 2:00 de la mañana, hemos
pasado por la zona de residencia de los estudiantes del instituto de ciencias
básicas, que es el equivalente al primer año de medicina, y nos hemos
encontrado a todo el mundo estudiando a esa hora. En horas de la madrugada, las luces del
edificio del instituto de ciencias básicas están encendidas.
Y nosotros tenemos noticias de los centros
preuniversitarios. Ayer sábado por la
noche, en el preuniversitario de la antigua zona residencial de Tarará, en muchos
albergues, los estudiantes no fueron al cine; estaban estudiando, estaban
estudiando. Y ese nivel va a alcanzar
alturas superiores.
Pero se está desarrollando un espíritu de estudio
verdaderamente extraordinario entre los jóvenes. Y eso es muy prometedor para nuestro
país. Y ese espíritu de estudio, ese
espíritu de superación entre ustedes, ha quedado evidenciado en el congreso
precisamente. Y no habrá un médico ni un
estomatólogo que quiera quedarse atrás.
Porque, en primer lugar, están los nuevos cursos de
estudio, la preparación que hoy recibe un estudiante de medicina o de
estomatología, la intensidad de los programas, el tiempo completo dedicado al
estudio. Se están creando las
condiciones en los hospitales docentes, en los centros hospitalarios, de tal
tipo, que no habrá médico que quiera quedarse atrás.
Como dice, por ejemplo, el viejo rebelde: “Quiero estudiar
porque no me quiero quedar atrás.” No se
trata de una cosa egoísta, ¿no? Es que
se trata también de un sentimiento de honor, de estimación propia, en el ser
humano, cuando ve que todos avanzan, cuando ve que todos progresan. Y, desde luego, en el estudio está la base
fundamental.
¿Por qué nosotros tenemos tanta confianza en el
futuro, tanta fe en el porvenir, por encima de nuestras dificultades
presentes? Porque nosotros estamos muy
en contacto con toda esa masa de jóvenes.
Y nosotros sabemos que estamos creando, de verdad, las condiciones
para un gran desarrollo económico en el futuro, un gran desarrollo técnico, un
gran desarrollo científico. Nosotros
estamos seguros, porque en el estudio está la base. Y ustedes saben, por muy personal
experiencia, que sin el estudio no serían lo que son, sin el estudio no
desempeñarían las funciones que ustedes desempeñan.
Es cierto que en este país, durante un buen número de
años, tendremos que privarnos de algunas cosas, y que en este país, durante un
buen número de años, no entrará un Cadillac.
Es cierto todo eso: muy pocos automóviles; es cierto todo
eso. Porque nosotros sabemos que los
médicos necesitan el transporte... Y los
estomatólogos también (RISAS).
Durante un buen número de años, nosotros nos
privaremos de muchas cosas. Pero estamos
creando condiciones extraordinarias para el futuro; por el único camino, por el
único camino. Porque solo el camino del
trabajo, de la técnica y de la ciencia es lo que hace progresar a la humanidad;
eso o la magia, eso o la magia. El que
crea en la magia podrá encontrar un sustituto del trabajo, de la técnica y de
la ciencia, para producir bienes materiales; el que crea que eso puede salir de
un sombrero. Está en el trabajo, en la
técnica y en la ciencia, acompañado, naturalmente, de la organización
adecuada.
Y los hechos demuestran que cada vez que se organiza
una cosa bien sale bien. Y este congreso
es una prueba, porque se organizó en todos sus detalles, y nosotros sabemos que
se cumplió todo exactamente como se había planeado y como se había
trazado. Lo que se organiza bien sale
bien.
Y este congreso va a marcar esa etapa de auge del
espíritu de superación y de estudio entre ustedes. Tiene muchas cosas importantes, pero —a
nuestro entender— esa es una de las más importantes. Porque todo lo demás vendrá después.
Nosotros no podemos, de ninguna manera, conformarnos
con lo que se ha hecho, porque lo que se ha hecho —repito— es muy poco, y
tenemos muchas lagunas que ir llenando.
Pero, si nosotros, con los que ya son profesionales,
técnicos profesionales de la salud pública, podemos contar en ellos con un gran
espíritu de estudio, una emulación, de manera que puedan desarrollarse hasta el
máximo de sus posibilidades la capacidad de cada uno de ustedes; si, al mismo
tiempo, tenemos un magnífico programa de preparación de los estudiantes
actuales, con medidas tales como el crear las condiciones para que puedan
dedicarle todo el tiempo al estudio, unido a promociones de jóvenes para
inclinarlos hacia estos estudios...
Y, respecto a las promociones, tenemos un punto
débil. Hemos promovido, y hemos hecho
una campaña en favor del estudio de la medicina. Y, sin embargo, no hemos hecho una campaña en
favor del estudio de la estomatología (APLAUSOS).
Yo he bromeado con esta cuestión esta noche, porque sé
que hay una especie de sensibilidad en los estomatólogos, justificada, porque
se han cometido algunos olvidos, y puede ser que, en cierto sentido, una
subestimación de la importancia del trabajo que desarrollan.
Nosotros —a veces en broma— hemos dicho que si no nos
ocupamos de esas cosas dentro de algunos años vamos a tener mucha carne, muchos
abastecimientos de todos tipos, y no vamos a tener muelas (RISAS). Hemos dicho eso como para dar a entender la
importancia que tiene que atendamos no solo la promoción de estudiantes de
medicina, sino también de estomatología, y de farmacia, y de todas las cosas
que hagan falta, para que haya una cosa proporcional. Resultado de eso: nos encontramos muy pocos alumnos que
afirman que quieren estudiar estomatología.
Hay que hacer una campaña y hay que hacer una
promoción, ahora, entre los que están estudiando en el curso de nivelación para
ingresar el año que viene en el instituto de ciencias básicas; después, los que
están estudiando en el preuniversitario de Tarará. Y en los centros preuniversitarios hay que
hacer una promoción, una divulgación de la importancia que tiene esa función,
ese trabajo, ese tipo de técnico. Hay
que hacerla, porque nosotros en esa rama hemos alcanzado un nivel técnico muy
alto y no podemos permitir ni que decaiga, ni dejar de elevarlo
incesantemente. Y darle también apoyo
—el mismo apoyo que se ha dado en la escuela de medicina— a la escuela de
estomatología. En ese sentido, yo
entiendo que los compañeros estomatólogos tienen razón, y debemos prestarle
atención a esa debilidad.
Pero, en fin, si todas estas condiciones se van
reuniendo, todo el esfuerzo educacional que tiene que venir desde muy
atrás... Porque, entre otras cosas,
nosotros hemos podido descubrir, con la Revolución, el estado en que se
encontraba la escuela pública, el estado en que se encontraba la enseñanza
secundaria y preuniversitaria, el estado en que se encontraba la enseñanza
universitaria: un verdadero desastre.
Aquí podría
volver a repetir todo lo que dije sobre el hombre decente. Que se ponga a examinar cómo estaba nuestra
escuela pública, los niveles de nuestra enseñanza secundaria y de nuestra
enseñanza superior, y era una vergüenza.
Y nosotros tenemos algunos ejemplos.
Así, por ejemplo, hemos convocado para empezar a
estudiar magisterio. Nos hemos tomado
también extraordinario interés en la frotación de maestros, precisamente,
producto de una convicción de que todo esto tiene que empezar desde la
base.
Y la base está en la escuela primaria, hay que empezar
por la escuela primaria, en la base de formación del hombre futuro de nuestro
país, del cubano futuro, que tiene que ser mejor que el cubano de ahora. Y nosotros hemos visto que, por ejemplo, al
llamar para hacer el ingreso en una escuela vocacional de magisterio a 5 000
jóvenes que presumiblemente tenían el 6to grado, que tenían certificado de 6to
grado, y examinarlos, hemos encontrado un 46% de 4to grado hacia abajo. Nuestra escuela pública era un desastre;
esto, sin contar en el campo, que había un analfabetismo espantoso.
Nosotros, en estos instantes, por ejemplo, tenemos 10
000 campesinas de las montañas de Oriente estudiando aquí, y he podido ver sus
notas, sus exámenes:
cuántas en 1er grado, cuántas en 2do, cuántas en 3ro. Entonces se ve: equis miles en 1ro, equis miles en
2do, equis miles en 3ro, equis decenas en 4to, menos todavía en 5to, y menos en
6to; porque se ve, desde que se mandaron los maestros a las montañas. En tres años hay miles en 3ro, muy pocas en
4to grado, poquísimas, ¡poquísimas!, en 5to, menos todavía en 6to —se pueden
contar con los dedos de la mano. Aparte
de la población infantil, que no tenía escuela, y que en nuestro país era de
más de medio millón, los que tenían una escuela, tenían una escuela pésima,
pésima. Bueno, se sabe que en muchos
sitios no había ni edificio, ni material escolar, ni libros. Todas esas cosas las sabemos.
Ahora, ¿cómo se va a arreglar un país? Una de las preguntas que nosotros le haríamos
a cualquier contrarrevolucionario era: “¿Y cómo se iba a arreglar ese país si
seguía como iba?” Porque aquí no es que
solo hubieran 400 000 ó 500 000 personas sin empleo; había un millón de
analfabetos, más de medio millón de niños sin escuelas. ¡Para qué hablar, para qué hablar!, era todo
una vergüenza lo que había en nuestro país.
Pero el hecho real es que ahora, cuando pasamos a los
de 6to grado para secundaria, vienen con un nivel pésimo de la primaria; cuando
los pasamos de secundaria para la preuniversitaria, vienen con un nivel bajo en
la secundaria; cuando van de la preuniversitaria para la universidad, tienen un
nivel pobrísimo. Y entonces, cuando
llegan a estudiar los programas universitarios, al aplicar la reforma nos hemos
encontrado algunas cosas tales como de ciento y tanto que se desalientan, el
90% en algunas facultades universitarias.
y que, por supuesto, la
fórmula no es eliminarlos a todos: la fórmula sería nivelarlos, prolongar
los tiempos de estudios, pero hay que graduarlos, porque lo que recibimos en
herencia es eso.
Y, desde luego, nuestro país tiene que preocuparse muy
seriamente por la formación de los maestros y por el funcionamiento de sus
escuelitas públicas.
En realidad, las primeras promociones de maestros
formados con métodos enteramente nuevos empezarán a salir dentro de dos
años. Pero ya prácticamente están
ingresando de 5 000 a 6 000 jóvenes a estudiar magisterio todos los años. En el curso de 10 años se podrán contar por
decenas de miles los nuevos maestros que vayan surgiendo, con métodos, sistemas
absolutamente nuevos, y con una mentalidad también nueva.
Era una verdadera tragedia encontrar un maestro para
dar clases en las montañas. Fue
necesario recurrir a aquel procedimiento de convocar a estudiantes, los
maestros voluntarios, y con maestros de ese tipo fundamentalmente se han
integrado las brigadas que están enseñando en las montañas.
Nosotros recibimos toda esa herencia de un bajo nivel
en la enseñanza en general. Todo eso se
está rectificando, todo eso; se está elevando ya el nivel de los estudios
secundarios y preuniversitarios, el nivel de la enseñanza primaria, y
seguiremos incansablemente luchando en ese sentido.
Ahora, un día nuestro país recibirá los frutos de todo
eso. Ahora tenemos los frutos del
pasado, pero un día tendremos los frutos de lo que estamos haciendo, lo que
estamos haciendo por el país, lo que estamos haciendo por el pueblo, lo que
estamos haciendo por el hombre.
Los enemigos de nuestra Revolución dicen que la
Revolución es cruel, que el socialismo es cruel, porque al individuo lo
aniquila, porque al Estado lo asfixia. Y
esa es una de las grandes mentiras de los reaccionarios, porque ellos sí
empleaban al Estado para aniquilar el individuo: y el individuo que se moría sin
asistencia médica, y el individuo que tenía que dormir en el suelo en un
hospital, y el individuo que se acostaba sin comer y que en medio de la
sociedad era un ser solitario, el individuo que se quedó sin aprender a leer ni
a escribir, ¿quién lo asfixió?, ¿quién lo abandonó a su suerte? El Estado burgués, el Estado capitalista. El Estado proletario no hace eso, no abandona
a los enfermos a su suerte:
quiere llevarle el médico al enfermo, quiere llevarle la
enseñanza, sin excepción, a todos los ciudadanos.
Los capitalistas hablan de su régimen de libertades,
que dicen que les da oportunidades a todos.
¿Qué oportunidad puede tener un guajiro que nunca vio una escuela, que
nunca vio por allí un maestro? ¿Qué
oportunidad de ser un científico, de ser un técnico, de ser un artista, de ser
lo que sea, qué oportunidad tiene? ¿Qué
oportunidad tenía el millón de analfabetos?
Aquel Estado no le daba ninguna oportunidad. Sin embargo, este Estado sí le da la
oportunidad, hasta al niño más humilde, más pobre, que vive en el rincón más
apartado del país. Para ellos prepara
maestros, para ellos envía brigadas de profesores de vanguardia, para ellos
tiene 100 000 becas, ¡cien mil becas! Y
para tener una de esas becas no hace falta ser sargento, político, ni
canchanchán de un politiquero cualquiera (APLAUSOS), ni vender el voto, no
tiene que deberle favores a nadie; basta que lo necesite, basta que quiera
estudiar, y tiene la oportunidad, tiene todo: ropas, alimentos, libros, condiciones
de vida higiénicas, maestros; son atendidos con predilección por el
Estado. Basta que lo necesite
simplemente.
Y ya una criatura abandonada de sus padres no necesita
de la caridad, ya no hay que llevarla a un torno en la casa de Beneficencia
(APLAUSOS), porque están las casas-cuna, y después todas las escuelas donde se
les educa, no como un réprobo, no como un maldecido de la sociedad, sino como
un ser humano, junto con todos los demás, en condiciones mil veces más humanas
que el pasado.
¡Porque el Estado proletario se ocupa del hombre y
trabaja para el hombre! (APLAUSOS.) ¡El Estado proletario es la más sólida
garantía del ser humano como individuo!
Y eso es lo que nos enseñan los hechos, no las palabras: ¡los hechos!, y los
hechos diarios.
Claro que para hacer todo esto tenemos que luchar
duro, por hacer todo esto quieren destruir nuestra Revolución, nuestro
país.
En la tarde de hoy nosotros pasábamos por una de esas
avenidas donde hay miles y miles de jóvenes estudiando; los vimos, entusiastas,
saludables; mes por mes se les ve más fuertes, se ve en ellos toda la pujanza
de esa juventud, y me preguntaba: ¿Qué
pretenden hacer los imperialistas?
Pensábamos nosotros en esas 10 000 campesinas atendidas por 300 alumnas
del Instituto Pedagógico “Makarenko”, muchachas de 15 y 16 años, que dirigen
una casa donde hay 40, 50 campesinas; pensábamos en todo eso, recordábamos los
cables que leemos donde incesantemente está blandiéndose sobre nosotros la
espada del enemigo, y nos preguntábamos:
¿Qué piensan hacer de esto?, mientras hablan de Alianza para el Progreso
y de todas sus basuras, que no ha podido liquidar el analfabetismo en ningún
país de América Latina (APLAUSOS), ¡que no ha podido eliminar el analfabetismo
en un solo país de América Latina!, ni la poliomielitis en ningún país de
América Latina; que no ha podido hacer, ni podrá jamás hacer nada, porque para
liquidar el analfabetismo fue necesario movilizar 100 000 jóvenes. Y que busquen: ¿Qué oligarquía reaccionaria?, ¿qué
gobierno del tipo de Somoza, de Stroessner, de Guido, de Betancourt —asesino de
estudiantes—, puede movilizar 100 000 estudiantes para llevarlos a
enseñar? (APLAUSOS.)
Betancourt, ese inmundo traidor que pretenden
presentar como prototipo de gobernante, solo podría reunir 100 000 estudiantes
si les diera permiso para organizarle una manifestación contra él, una protesta
contra él (APLAUSOS). Solo una
Revolución cuya grandeza, cuyo heroísmo, cuya envergadura histórica comprenden
los jóvenes, puede librar esa batalla.
y nosotros nos preguntábamos, ¿qué pretenden los
imperialistas criminales, aplastar todo esto, destruir todo esto, liquidar todo
esto para volver a establecer aquí el país del vicio, del juego, de la
politiquería, de la prostitución, para que otra vez en vez de 10 000 campesinas
aprendiendo distintos conocimientos, siguiendo cursos de nivelación en nuestra
capital tengan que venir miles de campesinas y de hijas de campesinas a ejercer
la prostitución? (APLAUSOS.)
¿Qué pretenden los imperialistas, y qué derecho tienen
a ello? ¿Qué derecho para tratar de
destruir la obra de un pueblo, cuyo único delito es el delito de querer
progresar, de querer avanzar, de querer la felicidad para sus hijos?
A ustedes, compañeros, siento el deseo de expresarles
estas cosas, porque no vine aquí a decir un discurso político, no vine aquí a
hacer propaganda; vine, en todo caso, a hablarles a ustedes lo que siento, con
toda honestidad.
Y decir estas verdades aquí, en este congreso
científico, donde han venido hombres de muchos sitios distintos; porque aquí no
le pusimos trabas a nadie, porque aquí en este país que los imperialistas
pretenden presentar como país asfixiado, como país oprimido, es el país que
tiene sus fronteras abiertas para todos, sus fronteras abiertas para cualquier
médico de cualquier país del mundo.
y lo que constituye una verdadera vergüenza y una
confesión de su impotencia y de la indigencia mental de sus ideas, es que el
gobierno de Estados Unidos no dejó venir a ningún médico americano
(APLAUSOS).
Y aquí habríamos recibido con todo respeto a cuantos
médicos norteamericanos hubiesen deseado asistir con espíritu científico. Y si ellos organizan un congreso e invitan
médicos cubanos, los médicos cubanos, con la frente muy en alto, irían también
a ese congreso (APLAUSOS).
Es que nosotros tenemos que recordar estas cosas,
nosotros tenemos que llevar en el alma estas cosas para saber ser dignos hijos
de este país en esta hora de la historia.
Nosotros tenemos que tener en nuestro trabajo diario, en la casa, en el
hospital, en el campo como estudiantes, como ya técnico graduado, llevar
siempre estas cosas, esta, nuestra batalla, nuestra batalla heroica, nuestra
batalla gloriosa, nuestra batalla de hombres justos, nuestra batalla de hombres
dignos, nuestra batalla de hombres que honran la historia y la dignidad de su
país, y se enfrentan a los obstáculos, y se enfrentan a los enemigos por
poderosos que sean.
Compañeros y compañeras, ustedes han trabajado durante
una semana arduamente en el campo de la ciencia. Al concluir este congreso queremos decirles,
con gran satisfacción, que se ha puesto en él en evidencia, entre otras cosas
algo que es preciso destacar:
el aprecio del pueblo, la estimación del pueblo hacia sus
trabajadores de la salud.
Y eso se ha evidenciado en el interés de todos los
sectores en atenderlos, de los obreros gastronómicos (APLAUSOS); de los obreros
del transporte (APLAUSOS); de los artistas (APLAUSOS); de los periodistas
(APLAUSOS); y de cuantos han tenido oportunidad de intervenir, de servirlos, de
ayudar a la brillantez y al éxito de este congreso y que demuestra cómo el
pueblo sabe apreciar, cómo el pueblo que recibe innumerables beneficios de
ustedes, sabe apreciar, sabe agradecer y sabe estimar en su justo valor el
trabajo de ustedes.
Y cualesquiera que sean las satisfacciones que se
puedan tener, el estándar de vida, ninguna otra cosa estoy seguro de que es
para ustedes más importante y más alentador que ese reconocimiento y que esa
estimación de nuestro pueblo.
Este congreso no debe quedar aquí, no debe terminar
aquí. Hay que seguir trabajando, hay que
divulgar los trabajos, hay que llenar una serie de lagunas, hay que mejorar las
publicaciones, hay que resolver definitivamente el problema de los libros,
tanto los que hay que imprimir como los que hay que importar (APLAUSOS), así
como las revistas; hay que superar los obstáculos burocráticos que entorpecen
el que esas cuestiones se atiendan (APLAUSOS).
Que lo que significa de recursos es en realidad
modesto y el país bien está dispuesto a hacer el esfuerzo, el aporte que de tal
manera puede contribuir a la superación de los médicos y estomatólogos, de
todos nuestros trabajadores de la salud; de manera que ustedes no están
aislados del mundo, sino en contacto con todo el mundo, en contacto con la
ciencia, y que conozcan el último detalle, el último avance, porque la ciencia
es universal y tenemos que aprender del mundo de la misma manera que debemos
estar siempre dispuestos a enseñar el aporte que nosotros podamos obtener para
ella.
Y esas son las cuestiones que nosotros hemos discutido
con los compañeros que tienen que ver con estas cosas. Es decir, no debe quedar aquí, hay que seguir
trabajando y que no quede en palabras; y que, por favor, no nos hagan quedar
mal con ustedes los médicos y los estomatólogos.
Yo sé que se han hecho ya algunos esfuerzos, que están
viniendo algunas revistas, que están viniendo algunos libros, pero eso tiene
que ser una cosa segura, para satisfacer plenamente las necesidades que tenemos
en los libros impresos, en los libros que se importan, en las revistas que se
importan y en las revistas que tenemos que imprimir, para darles la mayor
circulación posible a las experiencias, a los conocimientos, el mayor estímulo
posible.
Apoyar con todos los medios ese sentimiento de
ustedes, ese espíritu de ustedes, ese deseo de superarse de ustedes; y que
estoy seguro de que no ha de ser de ustedes solos, sino que ha de ser también
de todos los demás técnicos, porque nuestro país lo necesita en una serie de
ramas, lo necesita en la agronomía, lo necesita en cantidades enormes en la
industria, y nosotros debemos apoyar el deseo de superación de nuestros
técnicos, prestarles atención, estimularlos, demostrarles el aprecio de toda la
nación a su esfuerzo y a sus servicios.
Creo que este congreso ha de contribuir
extraordinariamente a eso, y que nuestro país se sentirá orgulloso de sus
técnicos en general; que nuestro país se sentirá orgulloso de ustedes, y que
ustedes no querrán quedarse atrás, y que ustedes querrán que la salud pública,
más y más cada vez en nuestro país progrese, sea ejemplo, sea modelo y sea
motivo de honda satisfacción para todos ustedes, compañeros.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)