DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL PURS y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN LA PLENARIA
NACIONAL AZUCARERA CONVOCADA POR EL SNTIA y
EL MINAZ, EN EL SALON DE ACTOS DEL PALACIO DE LOS TRABAJADORES, EL 10 DE
OCTUBRE DE 1964.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Compañeros
trabajadores de la industria azucarera:
En días pasados se celebró ya un importante evento
relacionado con la industria y la agricultura azucarera, que fue el Fórum Nacional Azucarero.
Aquel fórum sirvió para poner en evidencia el
extraordinario interés que se ha despertado en los trabajadores azucareros por
todas las cuestiones técnicas relacionadas con su industria; se puso en evidencia también el nivel tan
extraordinariamente alto que se ha alcanzado en el estudio; y ahora nuevamente
tiene lugar este otro evento, este encuentro relacionado con la industria
azucarera propiamente dicha.
Nadie mejor que ustedes, que han crecido y han vivido
en los centrales azucareros, que conocen por experiencia propia toda la
historia y las vicisitudes de nuestra industria azucarera, podrá apreciar la
magnitud y el alcance de este plan.
Nosotros tuvimos oportunidad de leer este informe, y
pudimos apreciar la concisión, la claridad, la sencillez, con que está
analizado el plan perspectivo de la industria azucarera. Y, en realidad, aunque se plantea una tarea
de gran magnitud, no nos parece imposible que se pueda lograr ese
objetivo. Pero se ve de una manera muy
clara y muy precisa el camino a seguir con relación a la industria azucarera y
con todo lo que se relaciona a la misma, es decir, el desarrollo de la
industria en sí, el desarrollo del transporte, y el desarrollo de los puertos
de embarque, así como también el desarrollo de la sucroquímica.
Ha pasado en realidad poco tiempo desde que triunfó la
Revolución y, sin embargo, en la manera de enfocar y de tratar estos problemas
parece que ha pasado un siglo. Es que
durante muchos siglos el enfoque de los problemas azucareros siempre estuvo
determinado por intereses de minorías, intereses de privilegiados. Y, por primera vez, a lo largo de nuestra
larga historia azucarera, se ha enfocado el problema del azúcar partiendo única
y exclusivamente del interés de los trabajadores y de toda la nación. Esos cambios son muy visibles.
Y recuerdo aquella primera reunión que tuvimos con los
trabajadores azucareros. Yo cuando
recuerdo esa reunión, muchas veces en tono de broma, porque realmente uno no
tiene por qué criticar a nadie, es decir que la crítica que se puede hacer es
la crítica que tenemos que hacernos todos absolutamente: de que no sabíamos absolutamente
nada. Y yo recuerdo el episodio aquel —y
lo recuerdo hasta con alegría, porque es lógico que lo recordemos con alegría—
de los primeros tiempos de la Revolución, en que se reunieron los delegados de
todos los centrales azucareros y plantearon los problemas.
En aquellos tiempos cuán distintos eran los problemas
a los problemas de hoy. Y se levantó una
consigna, que ustedes la recuerdan, ¿verdad?
(ALGUIEN EXCLAMA QUE NO) ¿No
recuerdan? (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”) Ese que dijo que no, puede ser que haya sido
uno de los delegados que haya estado allí en aquella época y no se quiera
recordar (RISAS); pero yo recuerdo, porque pasé un apuro muy grande, y fue la
consigna de los cuatro turnos en la industria azucarera. Aquella consigna cobró una tremenda
fuerza. Era una solución sencilla y
práctica de un problema y, además, era una solución lógica para los trabajadores.
Pero, sin embargo, era una solución absurda desde el
punto de vista económico, y era una solución tremendamente gravosa para el
porvenir económico del país.
En realidad, en aquellos tiempos sabíamos todos
nosotros menos acerca de la economía de lo que sabemos hoy, y de todas formas
hacía un razonamiento sencillo y decía:
si resolvemos el problema del desempleo mediante el reparto del poco
empleo que tenemos, no habremos resuelto ningún problema, simplemente vamos a
repartir el empleo sin incrementar la producción; se elevarán
extraordinariamente los costos de la industria azucarera, y ese de ninguna
manera es el camino de una solución verdadera.
Pero aquellos meses eran los primeros tiempos de la
Revolución y nos encontrábamos en una circunstancia muy “sui géneris”: los centrales azucareros eran propiedad
privada, los centrales azucareros pertenecían muchos de ellos a monopolios
norteamericanos y otros pertenecían a un reducido grupito de millonarios.
¿Y cómo explicarles a los obreros, cómo pedirles a los
obreros —precisamente a la parte
más sacrificada, la que había llevado la peor parte siempre en la historia de
nuestra industria azucarera—, y cómo convencerlos de que aquello que parecía un
simple antagonismo entre intereses de trabajadores e intereses de propietarios
capitalistas, y que de acuerdo con la manera en que nos habíamos acostumbrado
—necesaria e inevitablemente— a pensar, la medida equivalía simplemente a
quitarle más dinero a aquellos propietarios capitalistas para que la clase
obrera recibiera más ingresos; cómo persuadir a los obreros de que aquella era
una medida que iba contra los intereses de los obreros?
Esto, aparte de que la Revolución para nosotros los
revolucionarios era un proceso dinámico y un proceso que marcharía hacia
adelante, y que iría inevitablemente a cambiar la estructura económica y social
del país. Cómo en aquellos primeros
tiempos de la Revolución, en aquellos primeros tiempos de la Revolución, cuando
la banca, el comercio todo internacional del país, y virtualmente todos los
recursos económicos de la nación estaban en manos de aquella clase. Un país con sus arcas del tesoro vacías, un
país cuyas reservas de más de 500 millones de pesos, más de 500 millones en
divisas, se habían visto reducidas aproximadamente a 70 millones, e iban en
descendencia.
Y en aquellos primeros tiempos de la Revolución, cómo
explicarles a los obreros que aquello que parecía tan lógico era ruinoso para
nuestro país y para nuestros trabajadores.
Y hay que decir en verdad que en aquellos instantes
solo se podía apelar a la fe y a la confianza de los trabajadores. Era virtualmente inoportuno entrar en el
fondo de aquellos problemas, habría sido también absurdo; y fue esencial apelar
a la fe de los trabajadores.
Y hay que decir que aquella apelación a la fe y a la
confianza de los trabajadores tuvo una admirable y emocionante respuesta.
Claro está que los capitalistas y los voceros por
aquellos tiempos estaban muy contentos de aquel llamamiento nuestro a los
trabajadores. Los capitalistas y sus
voceros y sus consejeros decían: “¡Qué muchacho más sensato, qué
muchacho más cuerdo!, cómo se reúne con los trabajadores, trabajadores que
están la mitad del tiempo sin trabajar y que viven en las peores condiciones, y
los convence de que no se debe establecer los cuatro turnos en la industria
azucarera.” Y recuerdo que estaban muy
contentos.
Y la reacción de los obreros digo que fue admirable
porque recuerdo el día de aquella reunión, terminado el congreso, y yo estaba
invitado a hablar, y yo estaba absolutamente convencido de que aquello era una
locura que nosotros no podíamos hacer, pero, ¿quién le ponía el cascabel al
gato? (RISAS.) Yo hablé con los compañeros dirigentes de los
trabajadores y les expliqué aquello, pero quién se paraba a explicar el
problema, cuando había un estado realmente emocional en favor de aquella
consigna.
No había la unidad que hay hoy entre los trabajadores
y todo aquello se hacía mucho más difícil.
Y recuerdo, lo voy a decir porque se refiere a un compañero que
realmente tengo la opinión de que ha trabajado muy bien, que es el compañero
Bécquer (APLAUSOS), y por eso yo le voy a recordar aquel día, aquel día que me
hizo pasar un gran mal rato, porque él sabía lo que yo pensaba, y cuando se paró
aquí antes de hablar yo, agitó más todavía la consigna de los cuatro turnos en
la industria azucarera (RISAS). Y
mencionar los cuatro turnos en la industria azucarera era ponerse de pie
aquella masa y estar cinco minutos enardecida aplaudiendo. Y me tocó aquel difícil trabajo de explicar
aquel problema y, desde luego, creo que siempre que se actúa convencido de
algo, y siempre que se actúa con la convicción de que se está defendiendo los
intereses del pueblo, y hay veces que en esas ocasiones hay que enfrentarse a
ideas de un momento dado, a creencias de un momento dado, a errores de un
momento dado, pero siempre que se hace con honestidad se puede estar
absolutamente seguro de que el esfuerzo no será inútil.
Y en aquella ocasión fue así. Se apeló a la confianza de los trabajadores,
y la consigna de los cuatro turnos no volvió a plantearse.
¿Y cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces? Es relativamente muy poco tiempo. ¿Y cuál es la situación de hoy?, ¿cuál es
nuestro problema de hoy? Uno de nuestros
primeros problemas de hoy es precisamente que nos faltan trabajadores en la
industria azucarera. ¿Quién nos iba a
decir que a los cinco años apenas de aquellas circunstancias una de las
noticias que se reciban con más júbilo en el sector azucarero es la noticia de
que 1 500 estudiantes graduados de las escuelas tecnológicas comenzarán a
trabajar el próximo año en nuestros centrales azucareros? (APLAUSOS.)
El problema del desempleo comenzó a dejar de ser
problema por el impulso mismo que todas las actividades del país recibieron con
la Revolución. Y muchos trabajadores
azucareros que alternaban el trabajo del central con otro trabajo otra parte
del tiempo fueron dedicándose por entero a un tipo de trabajo todo el año;
surgieron nuevas actividades industriales, algunas industrias piratearon
incluso algunos trabajadores a la industria azucarera, y no tardó en
presentarse una circunstancia absolutamente distinta, la circunstancia de que
comenzaba a escasear el personal para manejar la industria azucarera.
¡Y cuán distintas son las cuestiones que nos preocupan
hoy! ¡Cuán distintas son las cuestiones
que discutimos hoy!
Entonces un país cuyos centrales pertenecían al
extranjero o a una reducida minoría de privilegiados, cuyos mercados estaban
limitados, se planteaba el problema de cómo vivir un mayor número de
trabajadores de aquella industria que llevaba 30 años prácticamente
paralizada. Porque nuestra producción
azucarera, los ingresos del país por concepto del azúcar eran aproximadamente
iguales a los ingresos del país 30 años antes, cuando la población del país era
la mitad de la actual población. Y si
tiempos hubo en que se traían inmigrantes de islas cercanas a nosotros para
poder realizar las labores de la zafra, tiempos vinieron después en que cientos
de miles de cubanos esperaban con impaciencia aquella zafra donde iban a poder
devengar algunos salarios.
Se duplicó la población, pero la economía permaneció
igual; se duplicaron las necesidades del país y, sin embargo, nuestra principal
industria —el azúcar— permanecía en igual estado que 30 años antes. ¿Qué porvenir esperaba a nuestro país por ese
camino? Y aquello conducía a la
desesperación.
El central más nuevo que tiene el país posiblemente
date de hace 40 años. Y sobre la
estructura azucarera crecía y crecía la superestructura de economía artificial
de nuestro país; se importaban más y más automóviles cada año, se construían
más y más palacios cada año. Todo
aquello salía del azúcar, todo aquello salía de las divisas azucareras.
Porque, ¿qué producía este país y qué exportaba este
país sino azúcar? ¿Y sobre qué productos
se cimentaban todas las actividades comerciales del país? ¿Sobre qué productos se cimentaban todos los
ingresos de todos los grandes comerciantes del país? ¿Sobre qué productos se cimentaba la vida
holgada y lujosa de los ricos de este país?
¿Con qué se pagaban los viajes al extranjero, con qué se pagaban los
perfumes, con qué se pagaban los palacetes, con qué se pagaban los aires
acondicionados, con qué se pagaban los automóviles? Todo aquello salía del azúcar, porque era el
azúcar el renglón básico y fundamental del país. No crecía el azúcar y, sin embargo, crecía el
lujo, no crecía el azúcar y crecía la población. Y junto a una población que crecía sin esperanza,
una población donde el número de los desempleados era cada vez mayor, crecía el
lujo, se construían más y más edificios de apartamientos, se construían
edificios como el Focsa y como muchos otros, enormes, que costaban millones, y
millones y millones de pesos, y no se construía una casita para dar albergue a
cualquiera de las decenas de miles de familias que vivían en los barracones y
que eran, sin embargo, los que con su trabajo producían las divisas del
país.
Y hoy nos reunimos aquí cuando toda la industria
azucarera del país pertenece a un nuevo propietario: el pueblo (APLAUSOS); cuando toda la
industria del país no pertenece ya a la compañía tal y más cual, ni a Mr. tal ni a Mr. más
cual, sino cuando toda la industria del país pertenece al país.
Hay veces que los capitalistas, enarbolando consignas
nacionales o nacionalistas, decían que la industria debía ser nacional, es
decir, debía pertenecer a propietarios nacionales. Solo bajo el socialismo se puede plantear una
consigna que representa de verdad un interés nacional, porque la industria no
pasa de manos de propietarios extranjeros a propietarios nacionales sino porque
la industria se convierte real y verdaderamente en un patrimonio de la nación
(APLAUSOS).
Habremos manejado estos recursos mejor o peor,
habremos manejado estos recursos con mayor o con menor eficiencia. Eso no importa. Y no importa, porque pertenece al capítulo de
los primeros tiempos, al capítulo de la ineficiencia y de la inexperiencia que
caracteriza las primeras páginas de toda revolución.
Pero es realmente nuestra industria, es realmente
industria de la nación. Y nos reunimos
ahora en qué distintas condiciones: nos reunimos para sacar esa industria
de la postración en que vivió durante 40 años.
¿Quién podía haberse atrevido en aquellos tiempos y en
aquellas condiciones a plantear el desarrollo máximo de la producción
azucarera? Cuando en aquellos tiempos
los dueños de los centrales azucareros aplicaban restricciones a la producción,
a fin de obtener mayores ganancias.
¿Cómo se habría podido plantear en aquellos tiempos lo que hoy se
plantea? ¿Cómo habría podido salir
nuestra industria de aquella postración?
Y hoy nos reunimos para lanzar adelante las consignas
y las proyecciones que elevarán de manera impresionante nuestra capacidad de
producción azucarera, y elevarán de manera impresionante el volumen de nuestras
zafras bajo bases nuevas, bajo condiciones nuevas. Porque las contradicciones de ayer no existen
hoy, las contradicciones entre intereses privados e intereses colectivos no
existen hoy. Cuando aquellas
contradicciones existían, no podían resolverse ni los problemas de comercio
internacional, ni los problemas financieros, ni los problemas técnicos de la
industria. Porque en aquellos tiempos,
¿quién habría hablado de una máquina de cortar caña? ¿Cuál habría sido la reacción de los
trabajadores ante la idea de que una máquina de cortar caña iba a sustituir a
aquellos cientos de miles de hombres que solo en fa zafra veían la oportunidad
de ganarse unos pesos? Nadie habría
podido hablar de adquirir máquinas para hacer la cosecha de caña.
Y hoy todos los trabajadores miran la máquina como su
gran aliada, miran la máquina como su gran ayuda, miran la máquina como la
oportunidad de incrementar la producción de su sudor.
¿Quién habría hablado entonces de azúcar a
granel? Y hoy los trabajadores ven los
embarques de azúcar a granel como el medio magnífico de salir al mercado
exportando nuestros productos en condiciones capaces de competir, con los de
cualquier otro país; ven el medio de abaratar considerablemente el transporte
del azúcar, ven el medio de ahorrarse millones y millones en divisas, desde el
momento en que no tendremos que importar grandes cantidades de aquella materia
prima en las cuales se envasaba el azúcar.
Y así por el estilo, hoy la máquina, la tecnología, todo lo que ayude a
aumentar la productividad del trabajo, todo lo que ayude a reducir los costos,
todo lo que ayude a marchar adelante hacia la industria constituye para los
trabajadores un motivo de esperanza, un motivo de optimismo, cuando ayer era un
motivo de preocupación, de ansiedad, era un motivo de angustia porque,
lógicamente, todo aquello reflejaba la contradicción entre los intereses de los
poseedores y los intereses de los desposeídos.
Cuán poco tiempo ha transcurrido y, sin embargo, hoy
se reúnen los trabajadores azucareros, los técnicos azucareros, tanto los que
trabajan en las máquinas como los que trabajan en la administración, se reúnen
los compañeros de los núcleos del Partido y los compañeros de los sindicatos
para discutir el plan perspectivo de la industria azucarera y se analiza este
proyecto de ambiciosas proporciones.
Naturalmente que el esfuerzo tiene que ser muy grande,
naturalmente que la meta es difícil; pero, realmente, no es imposible. Y no puede ser imposible porque cuando se
aúnan tantos factores, cuando se aúna la voluntad de la nación en un sentido
determinado, cuando se incorpora el entusiasmo del país en un sentido, no puede
haber nada imposible.
Y lanzamos este proyecto, este ambicioso plan, bajo
condiciones de bloqueo económico y, sin embargo, esa circunstancia, esos
obstáculos no nos desalientan. Y quizás
el mérito más grande de estos años primeros de la Revolución, de estos años
difíciles, de estos años duros, consista precisamente en eso, en que nos vemos
obligados a hacer las cosas en las condiciones más difíciles.
Cuando dentro de algunos años nuevos y ambiciosos
proyectos surjan con seguridad de que las condiciones serán mucho menos difíciles
que hoy. Y, sin embargo, no tenemos la
menor duda de que vamos a llevar adelante este plan perspectivo de la industria
azucarera.
Es realmente alentador aquel hecho, al que nos
referíamos desde otro ángulo hace unos minutos, de que ya se incorporan como
trabajadores azucareros más de 1 000 jóvenes de los que participaron en la
campaña de alfabetización, de los que han estudiado en las escuelas
tecnológicas organizadas por la Revolución; ya se incorpora sangre y savia
nueva a la industria azucarera, ya los refuerzos de la nueva generación van a
apoyar el esfuerzo de los trabajadores de esa industria, de las decenas y
decenas de miles de hombres que han invertido su vida entre las cañas y entre
las máquinas de los centrales azucareros; son ya frutos de la Revolución,
frutos que comienzan a cosecharse.
Y nosotros no tenemos la menor duda de que este
proyecto se cumple. Se han dicho 10
millones de toneladas de azúcar y eso implica un esfuerzo grande, un esfuerzo
grande de trabajo, un esfuerzo grande de inversiones, un esfuerzo grande en la
agricultura, un esfuerzo grande en la industria, un esfuerzo grande en el
transporte, y un período de tiempo mínimo.
¿Qué dirán, qué dirán entonces los que tanto se han
ensañado contra la Revolución; qué dirán entonces los calumniadores; qué dirán
los que vieron en nuestras bajas producciones azucareras, vieron con júbilo,
algo así como síntomas de fracaso, algo así como incapacidad de la Revolución
para resolver los problemas, algo así como incapacidad de los trabajadores para
labrar su futuro, y vieron algo así como la esperanza de que ese hecho pudiera
confirmar la necesidad de que las compañías extranjeras volvieran y que la
minoría privilegiada recuperara sus centrales?
y en aquellos datos, en aquellas cifras que
correspondieron a los años en que se sumó el desaliento por la supresión de la
cuota azucarera, la inexperiencia de una Revolución nueva y además dos de los
años de más fuerte sequía que el país había conocido y que dieron lugar a
aquellas cifras en producción azucarera que tanto fueron enarboladas por los
enemigos de la Revolución, que tanto enarbolaron las agencias cablegráficas
yankis en sus campañas contra nuestra patria y que tanto enarbolan aun, porque
todavía lanzan augurios, todavía lanzan cifras, y todas esas cifras giran en
torno a los 3 800 000, y aseguran si son 3 600 000, Y repiten y repiten y
repiten esas cifras.
Nosotros no tenemos en estos instantes ningún interés
particular, no tenemos el más mínimo interés en polemizar con ellos, no tenemos
el más mínimo interés en exhibir nuestras cifras y no necesitamos
exhibirlas. Nosotros nos concretamos a
decir que en el año 1970 aspiramos a producir 10 millones de toneladas de
azúcar (APLAUSOS); que mantenemos una política de discreción azucarera pero,
naturalmente, la política de discreción azucarera tiene su término, tiene su
momento en que su razón de ser desaparece, y entonces nosotros les podemos
decir a los calumniadores, a los detractores, a los que batieron palmas y
auguraron el fracaso de la Revolución, el fracaso de nuestros trabajadores, que
no les queda mucho tiempo para enarbolar aquellas cifras.
Y nosotros nos preguntamos, ya que han hecho tanto uso
y abuso de las cifras, ¿qué dirán, qué dirán, cuando empiecen a aparecer cifras
de aumento verdaderamente impresionantes de la producción azucarera? (APLAUSOS.)
¿Qué les dirán a aquellos a quienes iban dirigidas sus mentiras, y qué
dirán cuando digamos que en el curso de tal tiempo hemos aumentado tanto y
tanto y tanto y más cuanto? (APLAUSOS.)
¿Con qué cuentos vendrán entonces? ¿Con qué mentiras vendrán entonces? Porque no les quedará más remedio que
doblegarse ante la realidad de los hechos.
Y no les quedará más remedio a los imperialistas que tragarse la lengua
(APLAUSOS).
Y las esperanzas se desvanecerán, se desvanecerán,
porque las esperanzas de nuestros enemigos han estado sustentadas por cifras,
han estado sustentadas por la idea de que no seríamos capaces de levantarnos,
han estado sustentadas por la idea de que no seríamos capaces de resistir el
bloqueo económico, han estado alentadas por la idea de que fracasaríamos.
y no vendrán en los próximos años automóviles a nuestro
país, no se gastarán los recursos del país en lujos, porque en estos años, no
han sido automóviles, pero han entrado en el país tantas máquinas, tantos
tractores como no habían entrado jamás (APLAUSOS), han entrado medios de
producción; y ahora entrará algo más importante todavía que es el momento en
que estamos aprendiendo a hacer un uso correcto de estos medios de producción
(APLAUSOS). No entrará lujo aquí pero
vamos a resolver muchas cosas.
Y sean cuales fueren los precios, siempre variantes
del azúcar, acudiremos a los recursos naturales de nuestro maravilloso país,
acudimos al empleo pleno de nuestras energías, y de nuestros medios, y
demostraremos lo que se puede hacer, y demostraremos lo que puede el trabajo; y
ante el trabajo, una actitud nueva surge, una actitud no solo de conciencia
sino de honor, y ante lo que puede hacerse, ante lo que debe hacerse no hay que
tener solo una actitud de conciencia, de comprensión de lo que puede y debe
hacerse, sino de honor ante la determinación de hacerlo por encima de cualquier
dificultad (APLAUSOS PROLONGADOS). Y ese
honor se está apoderando de nuestros cuadros, ese honor se está apoderando de
nuestros trabajadores, y esa disposición, ese espíritu se puede apreciar en
todas partes y son muchos los síntomas que se ven.
Al principio de este año dijimos que algunas cosas
podían hacerse, lanzamos algunos planes que parecían difíciles, y comenzaron a
realizarse; algunos estuvieron escépticos; otros, incluso revolucionarios, me
decían: “¿Por
qué te comprometes, es correcto acaso un compromiso de esa índole?” Como el día que dije en la plaza cívica que
íbamos a producir 60 millones de huevos desde enero de 1965 con un plazo de un
año y que no hablaba más allí si eso no se cumplía. Claro está que me recordaban otros tiempos y
me recordaban otras promesas cuando también había mucha gente escéptica acerca
de las posibilidades de hacer una Revolución, y dijimos que se haría la
Revolución y que en 1956 estaríamos en tierra cubana combatiendo por la
Revolución, o estaríamos muertos (APLAUSOS y
EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel,
Fidel!”).
Horas de angustia vivimos entonces, cárcel,
persecución, ocupaciones de armas; y los había quienes pensaban, midiendo a los
revolucionarios con la misma vara con que podían medir su alma de politiqueros
y de mentirosos; los había quienes incluso insinuaban en que ante semejante
compromiso podíamos nosotros mismos entregar las armas. Horas de angustia vivíamos, pero recuerdo
bien que en aquellos tiempos, y pensando que las armas podían ser ocupadas a
pesar de todas las medidas que tomábamos, había un grupito de 8 ó 10 armas con
las cuales tomábamos medidas todavía más especiales y más cuidadosas, porque
aun cuando nos ocuparan todas las armas, nosotros estábamos decididos a, con
aquel grupito reducidito de armas, llegar a Cuba. Estábamos decididos a cumplir la
promesa.
Y hay veces que el honor hay que arriesgarlo. Sí, el honor de revolucionarios hay que
arriesgarlo. Porque si no somos capaces
de arriesgar el honor por la Revolución, no somos revolucionarios
(APLAUSOS). Y si arriesgamos el honor de
revolucionarios y apreciamos el honor de revolucionarios, no habrá esfuerzo que
deje de hacerse, no habrá nada humanamente posible que no se haga. Y hay que trabajar así, y hay que comprometer
no solo la vida, hay que comprometer también ese honor, y hay que tener un
sentido muy alto de ese honor.
Claro está que cuando la Revolución se propone algo
los enemigos hacen lo posible y lo imposible porque no se haga. Y con el plan avícola hicieron eso;
comenzaron a elaborar planes, proyectos, sabotajes; comenzaron a imaginarte
todos los medios posibles para hacerlo fracasar. Pero se tomaron todas las medidas posibles
para que no fracasara, se tomaron todas las medidas adecuadas y se llevó
adelante y marcha adelante y se cumplirá cabalmente. .
Y así son muchas las cosas que podemos hacer. En este caso nos planteábamos en un año el
200% de aumento en la producción.
Claro está que no en todos los renglones del trabajo
se pueden plantear metas tan altas.
Claro está que en muchos tipos de trabajo las metas están determinadas
por una serie de cuestiones insalvables, las metas posibles están determinadas,
incluso, por procesos naturales, por encima de los cuales la voluntad humana
puede hacer muy poco.
Y en días recientes nos planteamos otras metas, la
solución de otro problema que ya estaba siendo engorroso, y que era fácil para
la Revolución resolverlo, puesto que otros más difíciles los había
resuelto. Y se planteó el problema de
las viandas, y se planteó también un plazo de tiempo, y se comprometió también
el honor revolucionario.
Y lo que se puede decir es que a lo largo y ancho de
la isla se nota la actividad, se nota la firmeza, se nota el espíritu y se nota
la voluntad de hacer las cosas (APLAUSOS).
Y no tenemos temor de que no vayan a realizarse, de que no vayan a
cumplirse; porque sabemos que cuando esa voluntad y ese espíritu se apodera de
la gente...
Y así, con los planes que se están haciendo, con los
planes para aumentar la producción de leche en todo el interior del país —y que
se están llevando a cabo de un extremo a otro de la isla, y que resolverán el
problema en el interior del país— se ve el trabajo, se ve la actividad, se ve
la decisión y se ve la disposición de hacer las cosas. Y así, con ese espíritu, no habrá obstáculo
suficientemente grande que nos impida hacer las cosas. Y las haremos.
Hoy, naturalmente, tenemos mucha más confianza, porque
tenemos mucha más experiencia, y porque todo el mundo tiene mucha más
experiencia. Y porque se puede tener más
confianza en los cuadros, porque se puede tener más confianza en los hombres de
la Revolución; porque cada vez las cosas se hacen con más interés, y cada vez
las cosas se hacen con más seriedad, y cada vez las cosas se hacen con más
sentido de responsabilidad.
Y se van combatiendo debilidades —no quiero decir que
no existan—, se van combatiendo vicios, se van combatiendo defectos, se va
creando conciencia. Y así, se va creando
una conciencia contra el burocratismo, y esa conciencia se ve, se ve ya en
todos los hombres del pueblo y en los hombres del gobierno. Y eso es muy importante, porque si no se
tiene conciencia de algún mal, de algún vicio, no hay manera de empezarlo a
combatir.
Y no hay consigna, no hay llamado que no tenga un eco
inmediato. Y ya lo vemos, porque hemos
vivido estos cinco años y pico de Revolución, y recordamos desde el primer mes
hasta hoy; y ya cuando se recorre algún sitio aparecen inmediatamente los
compañeros del Partido, aparecen inmediatamente los compañeros
responsables. Y ya se ve hombres que son
toda atención, todo oído, toda voluntad y todo espíritu. Ya no se ve aquellos tipos medio alocados, medio distraídos, medio fantasíacos;
se ve otro tipo de hombres. No quiere
decir esto que no quede algún fantasíaco o algún
atolondrado o algún distraído, no (APLAUSOS), o algún irresponsable, no. Digo simplemente que son menos, que son mucho
menos, que son cada vez menos.
Ya no aparecen tan fácilmente aquellos tipos hacedores
de disparates. ¿Cuántos administradores
mismos, en nuestra agricultura, disparateros teníamos? ¿Y dónde están ahora los administradores de
nuestras granjas cañeras? Internos,
estudiando, recibiendo el segundo curso de capacitación técnica acerca de los
cultivos de la caña. Antes andaban
haciendo y deshaciendo, antes andaban disparateando y sin saber dónde estaban
parados la mayor parte de ellos. Y, por
supuesto, con las mejores intenciones del mundo. Porque aquel que dijo que los caminos del
infierno estaban empedrados de buenas intenciones dijo algo muy sabio; y
nosotros en la Revolución lo hemos podido ver, cuántos disparates inspirados en
las mejores intenciones del mundo.
Y hoy están en una escuela. Y en la escuela tenemos miles y miles de
trabajadores estudiando, preparándose.
Claro que eso no es cuestión de un día, claro que eso no es cuestión de
un mes ni de un año, claro que tenemos que ser pacientes y saber esperar el
tiempo necesario para que esas frutas maduren, como hay otras que ya se ven
madurar. Como se ve madurar el fruto de
nuestro esfuerzo en la educación, como se ve madurar ya en el hecho de los 1
500 jóvenes que ingresan a trabajar (APLAUSOS).
Hace tres años, nuestra aspiración, nuestra gran
aspiración, era erradicar el analfabetismo, enseñar a leer y escribir a más de
un millón de analfabetos. Nuestra
aspiración, y muchos se preguntaban para qué, por un capricho. No, no era un capricho; era, desde luego, una
cuestión de una esencial justicia, una esencial prueba del amor de la
Revolución hacia la cultura, del amor de la Revolución hacia el pueblo, pero
ello estaba también vinculado con los intereses vitales del pueblo.
Hoy ya nuestra aspiración no es enseñar a leer y a
escribir; ya la aspiración es mucho más elevada: es el sexto grado (APLAUSOS). Y hoy parece algo verdaderamente increíble,
algo verdaderamente increíble y que posiblemente no haya ocurrido o haya
ocurrido muy pocas veces en la historia de la humanidad: hay incontables centros de trabajo
donde el ciento por ciento de los trabajadores están asistiendo a la escuela
(APLAUSOS).
Y eso, compañeros y compañeras, es un triunfo
verdaderamente fabuloso, es algo que sí habría parecido cuestión de fantasía si
alguien hubiese hablado de ello hace algunos años, porque no se trata de que un
gran número de obreros, se trata en muchos casos de la
totalidad de los obreros.
¡Qué triunfo de la cultura, qué maravilloso triunfo
del pensamiento, qué prometedor porvenir para nuestro país! ¡Porque un país tiene porvenir en la misma
medida en que su pueblo trabajador sea capaz, en la misma medida en que los
conocimientos de la técnica y de la ciencia estén al alcance de los
trabajadores! y si, además, esos trabajadores son dueños de la riqueza de
su país, si esos trabajadores no van a trabajar ni a sudar para ninguna clase
explotadora, entonces, ¡qué formidable porvenir! Porque, ¿para qué estudian los trabajadores?,
¿por qué estudian los trabajadores?, ¿a quién han de servir y a quién han de
ser útiles las horas que el pueblo invierte en estudiar?
Y puede decirse que este país de un extremo a otro se
ha convertido en una inmensa, en una gigantesca escuela, y no solo en una
escuela de gramática, de geografía, de matemáticas; se ha convertido en una
formidable escuela de historia (APLAUSOS).
Porque estamos aprendiendo la historia que estamos escribiendo.
Y es realmente hermosa esa historia, donde el triunfo
pertenece a los que se esfuerzan, donde el triunfo pertenece a los
humildes. Y por eso este triunfo, esta
historia que nuestro pueblo está escribiendo, despierta cada día, genera cada
día más energía, genera cada día más fuerza y la hace cada vez más invulnerable
para sus enemigos. Y será más
invulnerable en la misma medida en que tengamos éxito, en que trabajemos
bien.
Y, por eso, ¡podrán borrarnos de la faz de la Tierra,
podrán hacernos polvo, y con nuestro polvo mezclarse mucho polvo de los que
intenten hacernos polvo (APLAUSOS), pero no podrán arrancarnos de nuestro
camino, no podrán arrancarnos nuestra causa!
Y no sé en qué sueñan los enemigos de este país, no sé en qué sueñan los
imperialistas, no sé qué peregrinas ideas albergan en sus putrefactos cerebros
(EXCLAMACIONES), en sus podridos cerebros.
Porque así hablan, como habló en días recientes el señor Rusk, secretario de Estado, que decía que el problema de
Cuba era un problema hemisférico. ¡El
problema hemisférico es el de ellos, que tienen el problema con todo un
hemisferio esclavizado! Y en tono de
amenazas hablaba, en tono amenazante.
A una Revolución no puede aplastarla ni uno ni diez
hemisferios, y mucho menos hemisferio de explotadores, hemisferio donde los pueblos
están expoliados por los reaccionarios.
Y todavía se dedican al jueguito de entrenar y
reclutar mercenarios. Hay algunos
contrarrevolucionarios que se ofenden de que les llamen mercenarios, y leemos
un cable en que aparecen en el Congo pilotos contrarrevolucionarios volando
aviones norteamericanos y represando al pueblo congolés, alquilados por
dinero. ¡Vean qué calaña! Y no quieren que los llamen mercenarios.
Y siguen reclutando y entrenando mercenarios, los del
Pentágono, los de la CIA; y siguen entrenando contrarrevolucionarios en
Nicaragua, y en Guatemala; siguen organizando nidos de piratas para dedicarse a
esa cobarde tarea, como la que perpetraron contra el barco español, donde
demostraron todo el salvajismo de que son capaces. Identificaron el barco, no podían haberse
equivocado, todo el mundo ha visto los letreros que dicen: “Sierra Aránzazu, Santander”, con
letra enorme; no podían confundirlo con el “Sierra Maestra”. Eran marineros indefensos y los ametrallaron;
cientos de balazos. Dejaron el barco
ardiendo, y cuando aquellos indefensos marineros trataban de salvar la vida en
un salvavidas, ametrallaron también el salvavidas. ¿Y a quiénes atacaban? ¿A hombres armados? ¡No!, aquellos marineros eran trabajadores;
no eran ni dueños del barco ni dueños de la mercancía. ¡Hay que tener alma verdaderamente de
criminales para cometer semejante acto de barbarie!
Y, claro está, nosotros sabemos cómo son esos ataques,
nosotros sabemos que esos ataques se llevan a cabo con barcos de la CIA tipo
REX, con lanchas que se bajan desde esos barcos con grúas, lanchas rápidas, son
manejadas por la CIA.
Y cuando al gobierno de Estados Unidos los españoles
le reclaman contra el hecho, declaran que no saben, pero que sí pueden asegurar
que no salió desde territorio americano.
¿Y si no saben cómo pueden asegurar que no salieron de territorio
americano? Y si aseguran y pueden
asegurar que no salieron de territorio americano es porque saben perfectamente
quiénes fueron, perfectamente. Acto
vandálico que los desenmascara ante el mundo entero. Acuden a esos actos cobardes.
Aquellos señores que ustedes los vieron —no sé si fue
desde aquí mismo— comparecer en la televisión y declararse todos infelices
cocineros, que no tenían ninguna culpa, que los habían “embarcado”, aquellos
señores que se rindieron como mujerzuelas (RISAS), digo mal, me hago eco de un
prejuicio, porque eso de llamar mujerzuelas...
Las mujeres son valientes, y son mil veces más valientes que esos
señores (APLAUSOS). Suprimo, por tanto,
ese epíteto despectivo, puesto que ellos no se pueden comparar ni con hombres
ni con mujeres (EXCLAMACIONES).
Nadie sabe qué sueños peregrinos alberguen, qué
ilusiones. Y van a ver si vuelven un día
a sus andadas, van a ver con apoyo o sin apoyo aéreo —porque decían que si la
otra vez porque no traían aviones, apoyo aéreo—, con apoyo o sin apoyo aéreo lo
que va a quedar de ellos (RISAS).
Hoy nosotros mientras recorríamos los campos sentíamos
una práctica de artillería, sonaban los disparos de nuestra artillería, sonaban
con ritmo, sonaban con fuerza, sonaban con un impacto tremendo, y recordaba los
días de Girón, y me imaginaba el recibimiento que tendría cualquier nuevo
intento aventurero que se hiciera contra nuestro país, ¡con apoyo o sin apoyo aéreo! Al fin y al cabo los vietnamitas, los
patriotas vietnamitas derriban todos los días muchos aviones yankis (APLAUSOS
PROLONGADOS).
Tan grande es la crisis del imperialismo y sus lacayos
que, como ustedes saben, recientemente el Presidente de Francia hizo un
recorrido por varios países de América Latina, pues bien, en esa visita de
buena voluntad por los países de América Latina, tan crítica es la situación de
algunos gobiernas que el viaje de De Gaulle dejó dos
gobiernos en crisis (RiSAS); no
pueden ni recibir a una personalidad, porque quedan en crisis. Uno de ellos es el de Colombia, tremenda
crisis en Colombia después del viaje de De Gaulle;
tremendas críticas, tremendas divisiones, tremendas quejas, porque aquel señor
—que dicen que es un bárbaro, que dicen que es un imbécil, un cretinoide completo— que preside ese país en virtud de ese
enjuague entre las oligarquías, en un banquete delante de De Gaulle parece que se sintió con un complejo y se sintió en
la necesidad de hacer grandes elogios de Estados Unidos. Y de una manera extemporánea, y posiblemente
temiendo que después al otro día le halaran las orejas, “por si las moscas”, en
un banquete se desbanda en un elogio a Estados Unidos, hablando de la amistad
con Estados Unidos, a lo cual se dice que De Gaulle
contestó en un tono breve y sobrio hablando de las relaciones entre Francia y
Colombia.
Y dicen que además ese señor en varios brindis se
equivocaba, y en vez de decir: brindo por la amistad con Francia,
decía: brindo por la amistad con España
(RISAS). Y que conste, eso lo leí en la
UPI y la AP, no vayan a creer que son invenciones, o que son cuentos,
chistes. No. Y cuando ellos se ven obligados a contar
eso...
Y figúrense, se ha sentido humillado el país, se han
sentido humillados los políticos, y se ha creado una situación de crisis. Y quedó en crisis un gobierno que visitó De Gaulle.
Y otro gobierno que quedó en crisis fue el de
Argentina. Aquello fue tremendo. En Argentina es el gobierno de los gorilas
—ese señor que es médico y preside ese país, pero que debe ser un mal cirujano
de los males, un mal cirujano social, porque es un médico social de mercuro cromo (RISAS), y a aquello hay que aplicarle la
cirugía—, es un gobierno débil, tremendamente débil, una mampara, detrás de él
está el imperialismo, y detrás están los americanos, los gorilas, que son la
misma cosa.
Y, naturalmente, hay un enorme descontento popular;
las fuerzas de izquierda y los simpatizantes de Perón son muy numerosos en ese
país y han sufrido mucho la política entreguista de los gobiernos
argentinos.
Y ocurrió que llegó De Gaulle
a la Argentina y al poco rato empezaron a aparecer manifestaciones de
peronismo. Y tal parece que De Gaulle se dio tan clara cuenta de la situación allí, que en
la embajada de Francia conversó no solo con el gobierno, conversó con los
distintos candidatos de la oposición, los jefes de partidos
oposicionistas. Pero eso no es lo grave,
lo grave es que al llegar a Córdova, no sé si ustedes habrán leído en los
periódicos el tremendo problema que se armó con las masas, no contra De Gaulle sino aprovechando el viaje de De Gaulle;
las multitudes, aprovechando aquella oportunidad se lanzaron a la calle y,
realmente, aguaron la fiesta aquella; creo que hasta el Presidente de la
Argentina salió con una mano herida por un cristal de una pedrada, o algo de
eso, la caballería encima del pueblo. Y
por ahí apareció un cable, no recuerdo ahora qué agencia lo publicó, pero dicen
que De Gaulle dijo: “Un caballo más y me voy” (RISAS),
porque allí la policía montada, a golpes y porrazos contra el pueblo. Resultado: quedó en crisis el gobierno de la
Argentina.
Esa es la situación, ese es el grado de inestabilidad
de esos gobiernos que no representan los intereses de los pueblos; que reciben
una visita de una personalidad extranjera, y caen en crisis los gobiernos. Resultado del viaje de De Gaulle: dos gobiernos en
crisis en América Latina: el de Colombia
y el de Argentina. En realidad, valdría
la pena que De Gaulle todos los años se diera un recorrido
por la América Latina (RISAS).
Los americanos no veían con mucha simpatía el viaje de
De Gaulle, pero más o menos se consolaban diciendo
que “bueno, que De Gaulle, que la tradición de
Francia, y la historia de Francia, y la cultura francesa”, etcétera,
etcétera. Con lo que no contaban los
americanos, sin dudas de ninguna clase, era con esos problemas tan serios que
se iban a crear a dos países y que prueba la inestabilidad, la endeblez y la
falsedad de la política imperialista y de los gobiernos proimperialistas de
esos países.
Al paso que la Revolución nuestra se organiza marcha
adelante, trabaja con más y más seriedad, y tiene cada vez más y más confianza
en su porvenir, a pesar de todas las piedras que han tratado de poner en
nuestro camino, a pesar de todos los esfuerzos que ha hecho el imperialismo, el
poderoso y temible imperialismo yanki, el poderoso y temido imperialismo yanki,
a quien nuestro pueblo ha dado una magnífica lección, una soberana
lección.
Dicen que sus esperanzas están en la “Alianza para el
Progreso”, que sus esperanzas están en que las limosnas que le están dando a la
América Latina impida la Revolución.
Pues bien: antes de la Revolución
Cubana ni limosnas les daban a esos países; y si hoy les dan limosnas a algunos
gobiernos, los gobiernos no lo dirán, pero lo pensarán, y dirán: ¡Gracias Cuba, gracias a ti, Revolución
Cubana, nos están dando unas limosnas!
(APLAUSOS); ¡si no fuera por ti, Cuba revolucionaria, ni limosnas nos
darían!
Surge la Revolución, y surgieron algunas
limosnas. Así, cuando la historia se
escriba dentro de algún tiempo, y los muchachos lean en la escuela, y los que
enseñen la historia allí no sean los burgueses explotadores, entonces los
muchachos les dirán:
bueno, ¿y cuándo empezaron a dar algunas limosnas aquí los
imperialistas? “Bueno, después de 1959,
como a los dos años, o a los tres años, después de lo de Girón”; y relacionarán
la “Alianza para el Progreso” con las limosnas que los imperialistas se
decidieron darles a sus lacayos después de la Revolución Cubana, y muy
especialmente después de Girón.
¿Esperanzas de aplastarnos? ¡Je!...
Ignoran la historia, ignoran la física social, ignoran la fuerza de las
revoluciones. Si tuvieran dos dedos de
frente —¡qué dos dedos!—, si tuvieran un dedal de masa
encefálica (RISAS), se darían cuenta de que cuando un país ha llegado a tales
progresos y a tales avances de conciencia, en que ocurren cosas como las que
hablaba hace unos instantes del ciento por ciento de los trabajadores
estudiando, cuando en un país ocurre eso no hay marcha atrás posible, ¡no hay
marcha atrás posible! (
APLAUSOS.)
Ya ni los vecinos más cercanos se acuerdan cómo se
llamaban los dueños de las casas donde están los becados estudiando hace cuatro
años, ¡ya ni se acuerdan!; y ya ni los viejos nombres de los centrales.
Cuando en un país se reúnen los trabajadores, se
reúnen ya sin aquella distinción de antes, con una plena identificación, total,
los administradores y los trabajadores, los que administran el central o los
que administran el ministerio, los trabajadores y los técnicos, para hacer un
programa; y ese programa se disponen ahora discutirlo con los trabajadores en
aquellos centros de trabajo donde un porcentaje tan altísimo de obreros está
asistiendo a la escuela y van a estudiar ahora los planes económicos, y van a
estudiar el plan de cada central, y van a participar todos en esta empresa, en
esta gran tarea.
Cuando esas cosas están ocurriendo en un país, ¿quién
puede darle marcha atrás a la rueda de la historia? Cuando esas cosas ocurren en un país lo mejor
es irse preparando para una vejez resignada, o aquellos burgueses y
explotadores y contrarrevolucionarios, mejor es que se vayan preparando para
una triste y resignada vejez, mientras aquí nuestros viejos se preparan para
una segura y feliz jubilación en su patria, rodeados de su familia, de todas
las seguridades; mientras la Revolución lleva la seguridad social a todos los
trabajadores, pues los enemigos de los trabajadores, los que ayer explotaban a
los trabajadores tienen que ir pidiéndoles a los imperialistas una
jubilacioncita también; ver cómo los inscriben y cómo les garantizan la vejez,
porque la Revolución... bueno, los
jubiló a ellos, pero sin pensión.
Y esto de sin pensión no vayan a pensar que sea una
cosa inhumana. En realidad a los
burgueses se les hubiera podido dar a todos una pensión, una modesta pensión —y
no tan modesta—; cuando se hizo la Reforma Urbana y algunas de esas medidas, se
dieron pensiones que no eran ni mucho menos modestas.
Pero, claro, ellos no se conformaban con eso, querían
ir y volver, recuperar las casas, hacer méritos allá, todo eso; algunos fueron
más vivos, se quedaron. Pero bien, la
Revolución no era inhumana, no estaba dispuesta a llevarlos a una situación de
que pasaran hambre; los antiguos explotadores eran, al fin y al cabo, producto
del desarrollo social pasado del país; no estaba dispuesta a permitir que
siguieran explotando a los trabajadores, pero estaba en disposición de no
dejarlos morir de hambre. ¿Se fueron?,
vamos a ver si tienen asegurada allá la vejez, y si no la tienen que se vayan
preparando. Mientras tanto, nos
dedicamos a trabajar. Estos planes son
planes ambiciosos, pero son planes serios; son planes difíciles, pero son
planes posibles.
Parejamente con este esfuerzo industrial tiene que ir
el esfuerzo agrícola. En muchos
centrales tenemos ya más caña prácticamente de la que podemos moler, pero hay
zonas de centrales donde no tenemos toda la caña que se puede moler.
Hay que ir a una integración entre las áreas
industriales y las áreas agrícolas, hay que ir a una coordinación plena entre
la agricultura y la industria, y en la medida que avance este programa de
inversiones en la industria, avance la técnica en la agricultura, aumente la
productividad de caña y de azúcar por hectárea.
Leyendo una información del año 1953, entre 16 países
productores de azúcar, Cuba aparecía en el 14 lugar de productividad por
hectárea y, sin embargo, en el primer lugar de porcentaje de azúcar por ciento
de arrobas de caña. Eso demostraba que
se reunía la circunstancia de ser nosotros el país mejor dotado por la
naturaleza para producir azúcar y, sin embargo, el país más técnicamente
atrasado en nuestra agricultura azucarera.
Nosotros tenemos que trabajar hasta situarnos entre
los primeros, si no en el primer lugar, que nosotros podemos situarnos en el
primer lugar en productividad por hectárea, en caña por hectárea y en
porcentaje de azúcar en nuestra caña; nada nos lo impide, tenemos todas las
posibilidades.
Y ahora marchamos rápidamente hacia la mecanización de
los cultivos de la caña, hacia la mecanización de la cosecha de la caña. Nada nos impide situarnos en el primer lugar
en producción por hectárea y en porcentaje de azúcar. Esa debe ser también una de nuestras metas: situarnos en el
primer lugar, que para ello lo que hace falta es técnica, para ello lo que hace
falta es aplicar la técnica correcta, conocer la técnica y aplicarla.
Y también deben recibir una gran divulgación todas las
técnicas agrícolas, van a recibir una gran divulgación; y no tengo la menor
duda de que igualmente un día tendrán que contarnos entre los primeros países,
en las primeras filas en el alto rendimiento de caña por hectárea, en el alto
rendimiento de azúcar y en el bajo costo de la producción, por la aplicación de
las máquinas, por la obtención del máximo de producto con el mínimo de
gastos. No tengo la menor duda de que
llegaremos a situarnos entre los primeros lugares.
y yo sé que ustedes, que conocen bien la historia de
nuestro azúcar, que conocen bien los centrales, que conocen estos planes, se
marcharán con el mayor entusiasmo, se marcharán seguros de que pueden realizar
este ambicioso proyecto, se marcharán a comunicar este entusiasmo a todos los
obreros de los centrales azucareros, a discutir con ellos estos planes.
Se ha organizado el Ministerio de la Industria
Azucarera, la industria azucarera ha sido colocada en el lugar jerárquico que
le corresponde dentro de nuestra economía, y el trabajo de los azucareros es ya
el más importante trabajo de nuestra economía.
Yo sé que ustedes aman la industria azucarera, yo sé
que ustedes aman la caña, yo sé que ustedes aman el azúcar, yo sé que ustedes
estaban anhelando esta oportunidad; esta oportunidad por fin se presenta (APLAUSOS).
¡Ahora a cumplir los acuerdos, a tomar estos acuerdos
con espíritu, a tomar estos acuerdos con honor!
¡Comprometamos nuestro honor de revolucionarios en este programa y
veremos cómo se cumple!
Y yo, por mi parte, no vacilo en arriesgar una vez más
mi honor de revolucionario en este plan, junto con los trabajadores
azucareros.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)