DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO
COMUNISTA DE CUBA Y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, RESUMIENDO EL
ACTO DE CONMEMORACION DEL V ANIVERSARIO DE LA VICTORIA EN PLAYA GIRON, EFECTUADO
EN EL TEATRO “CHAPLIN”, EL 19 DE ABRIL DE 1966.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Compañeros del Comité Central;
Familiares de los héroes de Girón;
Compañeros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias;
Compañeras y compañeros:
Hoy se cumple un aniversario más, el V
aniversario; y, como es deber de todos nosotros, en esta fecha recordamos en
primer lugar el sacrificio de los que hicieron posible aquella victoria;
recordamos los enemigos que nos impusieron aquella batalla, y recordamos la
victoria. Recordamos, además, que ese no
fue sino un episodio más en un camino largo; no fue la primera, y tal vez
tampoco la última. Un camino largo, que
comenzó mucho antes, que comenzó en 1953, que continuó en 1956, que prosiguió
en cada una de las luchas y de los sacrificios de estos años, lo mismo cuando
decenas de obreros y de soldados caían víctimas del cobarde y criminal sabotaje
de “La Coubre”, que cuando hombres nuestros daban la vida combatiendo contra
las bandas mercenarios organizadas por el imperialismo; como cuando jóvenes de
15 y 16 años, alfabetizadores, maestros y obreros, eran vilmente asesinados
cuando cumplían la tarea de enseñar; como cuando sorpresivamente en la mañana del
17 de abril, hace cinco años, comenzaron a aparecer aviones con las insignias
nuestras, para atacar —al estilo nazi— por sorpresa, sin ningún género de aviso
—¡qué vamos a esperar avisos de los piratas imperialistas!—, comenzar a lanzar
racimos de bombas sobre nuestros aeropuertos, en las inmediaciones de nuestras
ciudades. Recordamos aquel día criminal
y bochornoso, las mentiras que prosiguieron al ataque, los cables de la UPI y
de la AP, las declaraciones en las propias Naciones Unidas del señor Stevenson —¡que el diablo lo tenga en el infierno!— (RISAS), mostrando
fotografías, para demostrar que no, que ellos eran inocentes, que qué calumnias
eran esas, que aquellos eran aviones de nuestra fuerza aérea que se habían
sublevado, habían lanzado algunas bombas y habían aterrizado en Miami.
Toda la vileza, toda la infamia, toda la
hipocresía y el cinismo, toda la desvergüenza que encierra el imperialismo, se
hicieron evidentes —como pocas veces— en aquella ocasión. Y a los pocos días el desembarco.
Todavía están discutiendo sobre si
hicieron bien o hicieron mal en lanzar un segundo bombardeo al amanecer del día
19.
Porque estos señores cometen sus
fechorías, y al cabo de tres o cuatro años empiezan a discutir tranquilamente
acerca de esas fechorías, si hicieron bien o hicieron mal, indagando acerca de
las causas de sus reveses.
y en realidad es que desde el primer
momento se encontraron lo que no esperaron frente al ataque sorpresivo, que fue
una reacción inmediata, rápida, firme, decidida, de los hombres que estaban en
las piezas antiaéreas, y el día 19, o mejor dicho el 17, porque he cometido un
error, el bombardeo no fue el 17, el 17 fue el desembarco; el primer bombardeo
fue el día 15, si mal no recuerdo.
Pero decía que se preguntaban si fue
correcto o no un segundo bombardeo. Y la
realidad es que a esa hora, el día 17 al amanecer, todos nuestros aviones
estaban en el aire, porque la primera vez trataron de destruir en tierra los
pocos aviones que teníamos, que no pasaban de 10, y además eran aviones que no
tenían piezas de repuesto prácticamente; a esa hora nuestros aviones estaban
todos en el aire y en dirección a Girón.
Es decir que un segundo bombardeo no habría resuelto nada, porque no
habrían tenido a quien tirarles en nuestros campos de aviación.
Después han estado discutiendo si fue
correcto o no brindar el apoyo aéreo de la fuerza norteamericana a los
invasores, y se dice que el día 19 estaban discutiendo si brindaban o no el
apoyo aéreo, y que hasta altas horas de la noche discutían. Pero es lo cierto que el día 19, a esa hora,
ya no tenían nadie a quien brindarle apoyo aéreo, porque a esa hora, el día 19,
no quedaba un solo enemigo organizado, y en manos de nuestras fuerzas estaba
todo aquel territorio, y solo quedaban mercenarios dispersos por la
Ciénaga.
Los hechos se sucedieron con tan
vertiginosa rapidez, que no habrían logrado absolutamente nada, aun
cumpliéndose aquellos supuestos de otro bombardeo el día 17 al amanecer, o del
apoyo aéreo directo de las fuerzas norteamericanas el día 19.
Esa es la historia.
No obstante que en aquellos momentos
apenas hacia unos meses, casi podría decirse unas semanas, que se había
recibido gran parte de la técnica que se empleó en Girón: en tanques, en artillería antiaérea,
en artillería de campaña, y cuyo manejo fue aprendido en cuestión de días por
sus tripulaciones. Es posible que ese
factor contribuyó también al error de nuestros enemigos, pensando que las cosas
llevarían mucho tiempo en ser usadas aquí, pensando que el aprendizaje del manejo
de esas armas lleva meses y a veces años.
Es cierto que en pocas semanas no se
puede aprender de una manera completamente efectiva el empleo de esas armas,
pero cuando la necesidad lo exige se aprende y se aprende rápido. Nosotros no teníamos tiempo que perder, no
disponíamos siquiera de suficientes instructores; había apenas instructores
para seis u ocho baterías. Y lo que
hicimos fue poner a los que aprendían por la mañana a enseñar a los otros por
la tarde; y se suponía que en unos meses íbamos a tener unas ocho baterías, y
lo que ocurrió fue que en algunas semanas tuvimos dispuestas más de 100
baterías.
En Girón combatió una parte realmente
pequeña de nuestras fuerzas; sí combatió toda nuestra aviación, que eran ocho
aviones, y todos nuestros pilotos, que eran seis o siete. Pero en cuanto al resto de las armas, fue una
parte insignificante la que participó en aquel combate. Es decir que si en vez de una invasión como
la de Girón se hubiesen producido simultáneamente
siete u ocho invasiones como aquella, el resultado habría sido el mismo.
Al frente de aquellas tropas invasoras
venían, sobre todo, oficiales del antiguo ejército; posiblemente subestimaron a
nuestras fuerzas. Y realmente no tiene
explicación eso de que hayan subestimado a nuestras fuerzas, porque cuando la
Revolución comenzó éramos mucho más débiles.
Cuando tuvimos que enfrentarnos con el ejército de Batista, al principio
éramos un puñado de hombres; en ciertos momentos llegamos a ser casi menos que
un puñado. Nuestras armas eran armas muy
deficientes, nuestro parque muy escaso, nuestra experiencia muy poca, en una
región donde prácticamente muchos no habíamos estado nunca. Y en aquella circunstancia se emprendió
aquella lucha larga, difícil. Eran pocos
los que creían en las posibilidades del éxito, posiblemente casi nadie; muchos
—los que simpatizaban— simpatizaban casi con un cierto sentimiento de lástima y
un poco de admiración, pensando que de qué manera iba a ser posible llevar
adelante aquella lucha con tan pocos recursos y tan pocos hombres.
Frente a nosotros había una fuerza
grande, todo un Estado organizado, toda una serie de organismos de tipo
político. Fue necesario librar una
batalla ideológica, fue necesario librar una batalla contra el pesimismo,
contra el mito de que aquellas fuerzas eran invencibles, librar una batalla
contra la falta de fe de muchas personas, la creencia de que contra aquellas
fuerzas no se podía luchar. En realidad,
en aquellos instantes no se enfrentaban dos fuerzas, se enfrentaban dos ideas. Y digo que no se enfrentaban dos fuerzas,
porque la nuestra no se podía llamar una fuerza: una idea, una concepción de lucha, una
confianza muy grande en el pueblo, en un pueblo que en aquellos instantes
apenas conocía a los hombres que iniciaban aquella lucha; a un pueblo al que
era necesario inculcarle la fe, la confianza en las posibilidades de lucha y de
éxito.
Casi nadie, o pocos, habían intentado
aquello, porque les parecía una tarea imposible. Pero en ese enfrentamiento entre dos
concepciones, dos ideas, nuestra concepción era correcta, nuestra confianza en
el pueblo y en las masas era correcta.
Aquel enemigo aparentemente invulnerable e invencible tenía su “Talón de
Aquiles”, tenía su gran debilidad; y su debilidad radicaba en ser la expresión
de un sistema de explotación, en ser la expresión de un sistema de privilegios
y de injusticia, en ser la representación de los intereses de una minoría
explotadora. Y la fortaleza de nuestra
concepción, de nuestra confianza, consistía en que convocábamos a la lucha
precisamente a aquella inmensa mayoría oprimida y explotada. Y esa fue nuestra fuerza.
Por eso aquella fuerza insignificante,
que no podía calificarse de tal fuerza, fue creciendo hasta convertirse en una
fuerza real, fue creciendo con el pueblo y con las masas hasta convertirse en
una fuerza verdaderamente invencible.
¿Por qué habrían de subestimar esa fuerza
los enemigos de nuestra patria? ¿Por qué
habrían de creer que con una brigada de mercenarios, por mucho apoyo
imperialista con que contasen, podían dar marcha atrás a la historia de nuestro
país? ¿Por qué creían que podrían vencer
a la fuerza del pueblo? Evidentemente
subestimaban a la nación, subestimaban al pueblo. Cuando se reunían los generales yankis en el
Pentágono a hacer planes, a hacer los planes evidentemente subestimaron al
pueblo, creyeron que pasaría como en otros países, creyeron que apenas dejaran
caer unas cuantas bombas cundiría el pánico en este país; creyeron que apenas
desembarcaran unos cuantos tanques y lanzaran unos cuantos paracaidistas la
desmoralización se generalizaría. Y los
cables norteamericanos que iban cabalgando sobre esas ilusiones, el mismo día
17 anunciaban grandes noticias: “Cayó Santa Clara, cayó Matanzas, todo
cayó”. Y por la tarde, o al otro día,
todos callaron, y todos cayeron (APLAUSOS).
Fue cuestión de horas, cuestión de horas.
Y ciertamente que la lucha en que está
enfrascado este país es una lucha dura y difícil; ciertamente que la página que
escribe nuestro pueblo en la historia contemporánea no es una cosa fácil. El reto lanzado a nuestros enemigos, que son
los enemigos de los pueblos de este continente y de los pueblos del mundo, no
es cualquier cosa, es una tarea de pueblos revolucionarios, una tarea de
hombres revolucionarios; no es cosa de sietemesinos, ni de enanos, es cosa de
titanes, de un pueblo de titanes, porque es el reto contra todos los recursos y
todas las fuerzas del imperio yanki, que es la fuerza reaccionaria y agresiva
más poderosa entre las fuerzas imperialistas.
Contra ese imperio, sus influencias
políticas, sus enormes recursos económicos, su vieja experiencia en agresiones,
en crímenes, en subversión, en piratería —experiencia que la historia de este
continente conoce bien, experiencia que muchos pueblos de otros continentes
conocen también—, contra esa fuerza poderosa se yergue nuestra Revolución y
nuestro pueblo. Y esa es tarea de
revolucionarios, de verdaderos revolucionarios.
Y si nuestro pueblo ha emprendido ese
camino es porque es un pueblo capaz de seguir ese camino, esa misión histórica
que le ha correspondido a nuestra patria en esta época, nuestra patria, que fue
la última en librarse del yugo colonial español —las demás naciones de este
continente nos precedieron casi un siglo—; nuestra patria, que fue la última, y
que solitaria libró su batalla en la heroica Guerra de los 10 Años y en la
guerra de independencia, que luchó con las armas casi 30 años por alcanzar una
independencia que nos arrebataron a última hora; a nuestra patria, que libró su
batalla durante 30 años, le ha correspondido, a ella, la gloria de ser la
primera en alcanzar su segunda y verdadera independencia (APLAUSOS).
Que esto es una verdad clarísima lo
demuestra el ejemplo de Santo Domingo, ocupado militarmente por tropas yankis,
como quien ocupa una granja, como quien ocupa un latifundio cualquiera, en plan
de amos y señores de este continente; nos lo demuestra la historia de los
países de Centroamérica, la historia de Guatemala, cuyo gobierno revolucionario
fue liquidado por una agresión tipo Girón, y la complicidad de un ejército tipo
ejército de Batista; nos lo demuestra la situación de casi todos los países de
América del Sur donde Estados Unidos quita y pone gobiernos, países que no
pueden decir, como nosotros, que han alcanzado su definitiva independencia;
países que, habiéndose liberado de España hace un siglo y medio, han invertido
de este tiempo un siglo en trabajar para los imperialistas ingleses
preferentemente, es decir, para el imperialismo europeo, y medio siglo trabajando
para el imperialismo yanki. ¡Ciento
cincuenta años de historia!
Y mientras muchas naciones se
desarrollaban, muchas naciones se industrializaban, nuestras naciones de
América Latina iban a la zaga y eran cada vez más pobres. Y la distancia que separaba a los países
industrializados y a los países de América Latina crecía y crecía. También crecían las poblaciones. Y lo que no crecía eran los recursos, las
riquezas, la industria; crecían más las poblaciones que la producción de
alimentos.
¡Las miserias de 150 años se han
acumulado! Durante ese siglo y medio
Cuba, durante un siglo, trabajó y luchó por librarse de su condición de colonia
española. Y durante más de medio siglo
hemos trabajado para los imperialistas yankis, y los politiqueros corrompidos,
y las minorías privilegiadas que durante casi sesenta años despilfarraron los
recursos de este país, construyeron no fábricas precisamente.
Los privilegiados de este país, y los
politiqueros corrompidos, compraban fincas, construían palacetes, depositaban
millones de pesos en bancos extranjeros.
Y mientras, en el interior del país, los hombres que cortaban la caña y
producían el azúcar, los hombres que —en dos palabras— producían las divisas en
este país, vivían en barracones y pocilgas.
Allí nunca llegó el cemento, ni la luz eléctrica, ni el agua corriente,
ni la calle, ni el parque. Trabajaron
durante tanto tiempo recibiendo una parte insignificante del producto nacional,
mientras nuestra capital crecía y crecía.
Basta cruzar por la Quinta Avenida y ver en qué se invirtió el sudor,
gran parte del sudor de los trabajadores de este país.
Y cierto es que le estamos dando el mejor
uso posible a esos palacetes; cierto es que tenemos decenas y decenas de miles
de estudiantes residiendo hoy en esas casas, pero lo que no tenemos son
fábricas de cemento, lo que no tenemos son fábricas de fertilizantes, lo que no
nos dejaron fueron industrias, excepto unas pocas a base de materias primas,
importadas todas ellas, y los centrales azucareros, el más joven de los cuales
tenía más de 30 años, porque en los últimos 30 años no se había construido un
solo nuevo central, muchos de ellos industrias viejas y casi destartaladas.
No nos dejaron siquiera una agricultura
desarrollada, mecanizada, ni la dejaron ni la podían dejar, porque los hombres
se habrían opuesto a las máquinas, porque bajo el capitalismo las máquinas se
introducen con la oposición de los trabajadores, porque desplazan obreros,
porque los lanzan al hambre. Ni máquinas
de alzar caña, ni combinadas de caña, ni centros de acopio, ni azúcar a granel,
ninguna de esas técnicas modernas que ahorran el trabajo del hombre y lo
suavizan se habrían podido introducir en nuestro país.
Hoy la lucha de nuestro pueblo es por
introducir esas técnicas. A nadie se le
ocurre pensar en este país hoy que una máquina pueda ser su enemiga. Hoy cuando entre el pueblo y sus riquezas
existe una identificación total, hoy cuando entre el trabajo del hombre y los
frutos del trabajo hay una identificación plena; hoy cuando cientos de miles de
hombres y mujeres se movilizan para impulsar la producción, a nadie se le
ocurriría pensar que una máquina pueda ser enemiga suya. Por eso el capitalismo y el imperialismo nos
dejaron una agricultura atrasada, ni podían introducir las máquinas, ni
necesitaban introducir las máquinas.
Para cortar caña contaban con el inmenso ejército de los desempleados de
tiempo muerto que esperaban con ansiedad los meses de la zafra para pagar las
deudas que contraían en el tiempo muerto y comer lo necesario para ir
sobreviviendo. Tenían fuerza de trabajo
barata y abundante.
Y cuando los trabajadores se concertaban
para exigir alguna demanda, para exigir algunas mejoras en sus miserables
condiciones de vida, para eso tenían a la guardia rural. Porque hay que decir que aquellos soldados de
los privilegiados, también sabían manejar el machete, pero no precisamente para
cortar caña; sabían manejar el machete para golpear a los campesinos, a los
trabajadores, a los infelices.
¡Qué diferencia! Y cómo podrán entender esta diferencia los
que están acostumbrados precisamente a aquello; los que están acostumbrados a
ver que el papel de las armas ha sido precisamente ese: el de defender a los poderosos, a los
privilegiados, a los ricos. ¿Cuándo
vieron los imperialistas un ejército esgrimir el machete para cortar caña, para
trabajar, para producir, para acrecentar las riquezas del pueblo, acostumbrados
a crear ejércitos de parásitos al servicio de los explotadores? ¡Cómo podrán comprender la fuerza de la
Revolución!
Todavía en nuestros campos perdura mucha
de la pobreza que nos dejaron. No hay ya
tiempo muerto, es cierto. Y ese azote
desapareció de nuestro país para siempre: el tiempo muerto ha muerto.
Es cierto que prácticamente no queda un
rincón de nuestra patria sin una escuela, ni queda una región de nuestro país
sin un hospital. Somos ya, tanto en la
educación como en la asistencia médica, sin duda alguna, el primer país de este
continente incluyendo Estados Unidos (APLAUSOS).
Pero queda todavía mucha pobreza, quedan
todavía muchos barracones. Decenas y
decenas de miles de kilómetros de caminos deben construirse, cientos de miles
de viviendas, instalaciones eléctricas, servicios de agua. Y eso, naturalmente, no se puede lograr en
unos pocos años, mucho menos en un país que produce aproximadamente la tercera
parte del cemento que podría emplear en estos momentos.
Y antes sobraba cemento, que naturalmente
no se invertía en hacer carreteras en las montañas, ni puentes en el interior
del país, porque cuando hacían una carretera era como esa de la Vía Blanca, que
es una carretera que cruza por regiones donde prácticamente no hay ninguna
agricultura, y que conduce de La Habana a Varadero.
¿Carretera hasta Baracoa, como la
Revolución ha construido, resolviendo problemas técnicos, con obras que son
verdaderamente impresionantes por las soluciones aportadas a la construcción de
una carretera en un terreno tan abrupto, carreteras como las que se construyen
en la provincia de Oriente? ¡Ni
pensarlo! ¿Viviendas en los
campos? ¡Ni pensarlo!
Gran parte del cemento que producía este
país se invertía en casas de recreo. Hoy
todo ese cemento no alcanza, se importa incluso algo de cemento, pero no
alcanza. Y todo el mundo necesita
cemento: todos
los JUCEI, todos los organismos. Lo
mismo aquellos que se dedican a las obras públicas, que a la agricultura, que a
la construcción de obras hidráulicas, que cualquier tarea siempre dicen lo
mismo: “Necesito
cemento”.
Y las fábricas de cemento
desgraciadamente no se construyen en unas semanas; nuestras fábricas de cemento
—la primera que se está construyendo en Nuevitas, la segunda que se está
construyendo en Las Villas, la ampliación de la fábrica de Santiago de Cuba—
duplicarán nuestra producción de cemento, pero cuando nuestra producción de
cemento haya sido duplicada, que son 2 millones de toneladas de cemento para
nuestras necesidades, y ya desde ahora se contempla la necesidad de una tercera
fábrica, y para empezar a resolver parte de nuestros problemas tendremos
necesariamente que esperar a tener el doble, el triple, el cuádruple del
cemento que hoy disponemos.
Y ese es un camino largo y un camino
paciente, ese es el camino de cualquier país de economía subdesarrollada. Pero al menos, bien o mal, mejor o peor,
desde el triunfo de la Revolución ya no trabajamos para el extranjero, ya no
trabajamos para los privilegiados, y aunque aquí fue necesario crearlo todo,
todo en absoluto fue necesario hacerlo nuevo, fue necesario echar abajo aquel
estado burgués, podrido, para crear un nuevo estado, fue necesario revolucionar
al país completo, fue necesario sustituir todo lo viejo y hacer lo nuevo. Y se nos impuso la necesidad de llevar
adelante esa tarea también con hombres nuevos, la inmensa mayoría de los cuales
carecía de experiencia.
Nuestro país padecía una verdadera
indigencia de personal técnico. Y una
parte del personal técnico —del escaso personal técnico que este país poseía—
estaba identificado con los intereses afectados por la Revolución. Fue necesario comenzar también a preparar
cuadros. Y eso también lleva años. Todavía, a pesar de los esfuerzos realizados,
no han entrado en masa las legiones de nuevos técnicos a la producción, y
tardaremos algunos años pero llegaremos a eso, y llegaremos a eso porque no
hemos perdido el tiempo, porque desde el principio mismo empezamos a trabajar
para crear legiones de técnicos. Y ya en
algunas actividades, en algunas ramas se cuentan por decenas de miles. Cuando la Revolución triunfó había cerca de
10 000 maestros sin trabajo. Se les dio
empleo a todos los maestros sin trabajo, pero eso no resolvía el problema. No eran suficientes maestros. Fue necesario organizar cursos especiales de
maestros para enviarlos a las montañas, mas no bastaban.
El año pasado se graduaron cerca de 1 000
maestros en nuestro Instituto Pedagógico.
Una parte de ellos fue a las montañas a sustituir a los maestros que
llevaban cinco años prestando ese servicio, y el resto apenas alcanzó para nada.
Los institutos tecnológicos obreros
necesitaban maestros, el ejército necesitaba maestros. Miles de soldados están estudiando, siguiendo
cursos acelerados, porque en la medida que nuestra técnica militar aumenta y se
moderniza, los conocimientos que se requieren para su empleo adecuado son cada
vez mayores. Los maestros no
alcanzan. Esos miles de compañeros
necesitan maestros, como lo necesitan los miles y miles de obreros que estudian
en los institutos tecnológicos, como lo necesitan prácticamente en todas las
fábricas del país, en todas las granjas, en todas partes. Y los maestros no alcanzan. Sin embargo, más de 20 000 jóvenes están
cursando los estudios de maestro. Y no
nos hemos querido apurar, no hemos querido sacarlos en la mitad de sus estudios
para resolver problemas, porque preferimos esperar, a fin de que adquieran una
preparación cabal y surja el tipo de maestro que queremos formar.
Nuestra agricultura realiza un enorme
esfuerzo, pero nuestra agricultura también carece de técnicos. Sin embargo, en nuestros institutos tecnológicos
agrícolas hay aproximadamente 20 000 estudiantes.
Antes del año 1970 esos 20 000 estarán
graduados, igual que estarán graduados esos 20 000 maestros, veinte y tantos
mil y, sin embargo, para el año 1970 tendremos unos 30 000 estudiantes de
maestros, y para esa misma fecha tendremos otros 30 000 estudiantes en los
institutos tecnológicos agrícolas. Es
decir, que nuestro país avanza con una gigantesca masa de hombres que se
preparan precisamente para recuperar el terreno que perdió nuestra patria durante
más de un siglo, para recuperar el terreno perdido, para alcanzar niveles de
desarrollo económico que no podíamos alcanzar antes.
¿Cuál es nuestra situación hoy? Nos esforzamos porque el mayor número de
jóvenes vayan a las universidades. Si
ingresan 10 000 nos parecen pocos, si ingresan 20 000 nos parecen pocos. Sin embargo, si ustedes leen los cables de la
situación en las universidades de los demás países de América Latina, el
problema es otro. El número de
estudiantes a las universidades está limitado, y existen problemas en muchos
países de América Latina como consecuencia de la limitación del número de
estudiantes que pueden ingresar en las universidades.
¿Qué porvenir pueden tener esos países
económicamente subdesarrollados, técnicamente atrasados, cerrando las puertas
de sus universidades? Porque los
graduados universitarios que hay, no solo encuentran dificultades para ser
empleados, sino que incluso una parte grande de ellos emigra hacia Estados
Unidos, buscando empleo. ¿Cómo podrán salir
de su subdesarrollo y de su miseria los demás países cerrando las puertas de
las universidades?
¿Quién puede saber eso mejor que
nosotros, que podemos comprender la enorme necesidad de técnicos?
Claro está que si un sistema social se
despreocupa por completo de la salud del pueblo, no necesita muchos
médicos. En países donde prácticamente
no existe ninguna asistencia médica, sobran los médicos, que se concentran y se
acumulan en las capitales. En países
llenos de latifundios, con una agricultura bajo un régimen feudal, no necesitan
ingenieros agrónomos, no necesitan veterinarios, no necesitan ingenieros
mecánicos.
Nuestras necesidades de ingenieros
mecánicos surgen constantemente. ¿Por
qué? Porque constantemente surgen las
necesidades de máquinas, máquinas de todos tipos: máquinas para fertilizar, para
chapear, para cultivar, para cortar la caña, para limpiar la caña, para
transportar la caña. Y nuestras
necesidades de ingenieros mecánicos se hacen notar; nuestras necesidades de
ingenieros hidráulicos se hacen notar; de ingenieros civiles, de ingenieros
eléctricos, de arquitectos; nuestras necesidades de químicos, de
laboratoristas; nuestras necesidades de pedagogos, de profesores
universitarios, de profesores de preuniversitarios, de institutos tecnológicos;
nuestras necesidades de personal calificado para las industrias, para la
producción, para el desarrollo del país, para la atención a sus necesidades
sociales, surgen incesantemente. Porque,
precisamente, esa es la tarea de la Revolución: desarrollar el país en todos los
frentes, desarrollar el país materialmente y culturalmente.
Porque en nuestro sistema no se trabaja
para las ganancias de nadie; se trabaja para satisfacer las necesidades del
pueblo, para elevar las riquezas del país, para elevar la productividad del
trabajo. Todo ciudadano en este país
está hoy interesado en que la productividad del trabajo se aumente; todo
ciudadano en este país está interesado, lógicamente, en que la productividad de
un obrero agrícola, de un obrero cañero, de un obrero de la construcción, de un
obrero minero, de un obrero del transporte, de un trabajador del mar, se eleve,
se multiplique. Porque en la medida en
que la productividad del trabajo se eleve, se elevarán los recursos del país y
podrán ser atendidas las necesidades más urgentes del pueblo.
Estas son las cosas que diferencian
nuestro caso del caso de las demás naciones de América Latina. Nosotros llevamos una ventaja.
Y en un mundo donde la población crece
más que la producción de alimentos, ¿cómo podrán las naciones subdesarrolladas
afrontar este tremendo problema sin la revolución, sin hacer precisamente lo
que nosotros estamos haciendo?
Hoy, por ejemplo, algunos cables hablaban
de los cinco años que lleva la “Alianza para el Progreso”. La “Alianza para el Progreso” es, en parte,
resultado de la derrota imperialista en Playa Girón. La “Alianza para el Progreso” surge después
de Playa Girón. Los imperialistas
deciden llevar a cabo un programa que —según afirmaban— iría a resolver los
problemas de América Latina para que no surgieran otras revoluciones como
Cuba.
Pero, lógicamente, ¿qué remedio el
imperialismo quiere aplicar a esos males?
Pues quiere aplicar remedios imperialistas, remedios capitalistas. Y, lógicamente, los remedios imperialistas no
pueden ser remedios, porque precisamente lo que ha conducido a esos países a la
situación actual son los remedios imperialistas.
Pero decían que iban a prestar dinero
para que hicieran caminos, escuelas, acueductos y casas, y a la vez, que los
“buenos y nobles” inversionistas americanos iban a invertir sus dineros allí
para desarrollar la economía de esos países.
Y hoy esos cables hablaban de que,
“bueno, hasta ahora esa 'Alianza para el Progreso' había sido una decepción;
pero que, no obstante, se habían invertido ciertas cantidades”. Y decían que, por ejemplo, Estados Unidos les
había prestado 5 000 millones de pesos; que, además, los inversionistas
privados habían invertido 9 000 millones de pesos en América Latina, y que los
gobiernos habían invertido equis miles de millones de pesos.
Pero decían que mucho de ese dinero que
le habían prestado había sido malbaratado, que incluso ayuda para la “Alianza
para el Progreso” se había invertido, en un país como Brasil, en comprar cosas
como confetis para Navidad —los confetis son esos papelitos que se tiran. Creo que no es lo mismo confeti que confite—,
es decir, en cosas triviales.
Decían también que algunos gobiernos
habían dicho que iban a hacer algunas reformas; pero que eran muy pocas las
reformas que habían hecho. Pero lo más
interesante era lo siguiente:
que el 60% de la ayuda se había prestado para pagar deudas
exteriores, es decir, que de cada 100 pesos de esa supuesta ayuda que prestaban
los imperialistas 60 era para pagar le deudas a los imperialistas y contraer
con ellos nuevas deudas.
Y eran, precisamente, los cables de las
agencias yankis quienes hablaban del fracaso de la “Alianza para el
Progreso”. Y muchos gobiernos
latinoamericanos, de esos gobiernos tan lacayos, incondicionales del
imperialismo, están evidentemente tan decepcionados que no hay reunión en la
que los representantes de esos gobiernos no parezcan estar sindicalizados,
pidiendo, exigiendo y demandando que se les ayude, y afirmando que
prácticamente no se les ha dado nada.
Y muchos de ellos ponen ejemplos de lo
que los imperialistas hacen:
que le prestan un peso, y le bajan dos pesos en el precio de los
productos que le compran a la América Latina.
Los imperialistas poseen lo que ellos
llaman reservas estratégicas de cobre, de estaño, de distintos productos, y con
cierta frecuencia sacan al mercado estas reservas estratégicas, que cuando son
de estaño revientan a Bolivia, y cuando son de cobre revientan a Chile. Y así sucesivamente. Cuando no, sacan al mercado grandes “stocks”
de algodón, y revientan a media docena de países que exportan algodón, y así
sucesivamente.
Han pasado cinco años de Girón, nosotros
tenemos dificultades, desde luego; tenemos un duro camino que recorrer, desde
luego. Eso está claro, pero al menos
nosotros marchamos hacia adelante, nosotros trabajamos para el porvenir,
nosotros nos enfrentamos a esas dificultades y nosotros estamos seguros de que
vamos a vencer las dificultades.
Los demás países de la América Latina —a
los cinco años de Girón—, confiesan su fracaso, confiesan su decepción,
confiesan su pesimismo. Y eso que en
esos países no ocurre como en Cuba. En
esos países se trabaja para alimentar bien, bien, bien, a una minoría de la
población, el resto allá se las arregle como pueda.
En esos países no hay libreta, porque
existe una libreta tradicional; en esos países existe el desempleo y la falta
de recursos en el pueblo; en esos países, cuando un artículo escasea, el precio
se duplica, se triplica, se cuadruplica o se quintuplica, y entonces el obrero,
las capas de la población de ingresos reducidos, no pueden comprar
absolutamente nada y, sin embargo, las minorías ricas compran absolutamente de
todo, todo lo que quieran.
Eso se arregla en virtud de la ley de la
oferta y la demanda:
cuando hay escasez de cualquier articulo, el pueblo se queda sin
los artículos.
Nosotros, que tenemos una situación
distinta porque es necesario atender las necesidades de todos los
ciudadanos... Y es cierto que tenemos
libreta, y la tendremos en algunos productos algunos años más; pero lo que no
puede decir nadie en este país es que no tiene el dinero para comprar lo que le
corresponde en la libreta. Y si hay
alguien, es porque quiere, es decir, porque no quiere trabajar.
Trabajo, de un tipo o de otro, hay para
todos. Y ayuda para resolver el problema
de cualquier familia, el Estado revolucionario no se la ha negado nunca a
ninguna. No hay una sola familia en este
país que pueda decir que está desvalida, al menos, que
pueda decirlo después de haber acudido a solicitar la ayuda de la
Revolución.
A veces nosotros nos encontramos algunos
casos de personas que teniendo necesidades serias no han sabido siquiera
dirigirse a las autoridades para que las atienda, pero no hay familia en este
país que viéndose en caso de situación difícil se haya dirigido al Gobierno
Revolucionario y no haya recibido atención; no hay familia que haya solicitado
para cualquier hijo una beca, cualquier ayuda que esté en manos de la
Revolución resolver, que no haya sido resuelta.
Nuestra situación es la de que tenemos la
obligación de atender a las necesidades de todo el pueblo. Por eso tenemos necesidad de elevar la
productividad de nuestro trabajo, de desarrollar nuestra economía, porque no es
el caso de un país donde los bienes están al alcance de una minoría y fuera del
alcance de las grandes masas del pueblo.
Y aún así, aún así, en medio de esa
situación, en medio de los grandes recursos que tenemos que gastar en la
defensa del país, nos enfrentamos a las dificultades, y avanzamos; avanzamos
frente a las dificultades de todo tipo, incluso las dificultades climáticas,
como en este mismo año que acaba de pasar, que tuvimos el año de peor sequía en
los últimos sesenta años, desde que existen datos estadísticos. Y sin embargo eso no nos desanimó, a pesar de
eso en muchos renglones ha habido incremento; afectó ciertamente nuestra
producción azucarera, pero eso tampoco nos desalienta. Este año se presenta un mejor año de lluvias,
y esa circunstancia favorable la aprovecharemos al máximo para resarcirnos en
la próxima zafra del daño que nos hizo la sequía.
Nada desalienta a nuestro pueblo, ninguna
dificultad de ningún tipo. La actitud
optimista de nuestro país se reflejó en la quincena de Girón, la conciencia del
pueblo, el espíritu de trabajo, alcanzando niveles nunca vistos
anteriormente.
Claro está que en la medida en que crezca
nuestra producción cañera será necesario resolver el problema con
máquinas. Algún compañero nos decía: “el año que viene
tendrá que ser el mes de Girón” (APLAUSOS).
Y decía ese compañero del Comité Central —que es un guajiro—, decía: “El año 1970,
Comandante, va a tener que ser el Año de Girón”. Y yo decía: realmente no podemos resolver el
problema solo a fuerza de números, y tenemos que resolver el problema de otra
forma; porque no solamente queremos desarrollar la producción cañera, nos
interesa desarrollar otras muchas ramas de nuestra economía, y este problema
ocupó preferentemente nuestra atención precisamente en esta quincena.
Pero podemos decir que para nosotros ya
hoy el problema de la zafra de 10 millones en cuanto a la cosecha de la caña
tiene una solución clara. Esa solución
ha sido el resultado del esfuerzo de muchos, desde los compañeros que se
dedicaron a la tarea de construir la primera maquinita cañera cubana, hasta los
técnicos soviéticos que se esforzaron por construir la combinada cañera,
pasando por el esfuerzo de los compañeros del Ministerio de la Industria
Azucarera, que se dieron a la tarea de desarrollar lo que llamaron los centros
de acopio.
Para todos nosotros hoy es absolutamente
claro que las combinadas resolverán solo una parte del problema, y que los
centros de acopio son los que nos permitirán cortar con solo 150 000 obreros la
caña necesaria para cortar diariamente 50 millones de arrobas de caña, llevar a
los centrales 50 millones de arrobas.
Porque todos los análisis que se han hecho demuestran que el centro de
acopio permite duplicar la productividad del cortador de caña, con un 25% menos
de esfuerzo físico. Todas las pruebas
que se han hecho lo demuestran, con lo cual será fácil alcanzar más de 400
arrobas por cortador, de manera que suponiendo que una parte de los 150 000
cortadores pueda faltar cada día por una razón o por otra, bastarían 130 000
cortadores con 400 arrobas diarias para producir 52 millones de arrobas de caña
diaria, las necesarias cuando nuestra producción alcance un nivel anual
aproximadamente de 10 millones.
Y el centro de acopio es sencillamente un
equipo que instalado en los transbordadores recibe la caña sin limpiar, y el
cortador simplemente cortando abajo y arriba, y cuando es grande la caña solo
dando un corte en el medio, se ahorra toda la tarea de la limpieza de la caña,
que —según se ha demostrado con las normas técnicas— reduce cuando menos a la
mitad el rendimiento del cortador. Pero
es que el centro de acopio no excluye la posibilidad de emplear las máquinas
cortadoras; el problema principal de las máquinas cortadoras que se intentó
fabricar aquí en Cuba era el problema de la paja, cortaban la caña
perfectamente bien, unas máquinas sencillas, que se construían con un gasto de
apenas 1 000 pesos en material, pero no limpiaban la caña. La ventaja del centro de acopio es que limpia
la caña antes de descargarla en los vagones de ferrocarril; otra posible
ventaja de los centros de acopio es el aumento de la capacidad de los
centrales, pero bastaría un aumento de un 10% y ello equivaldría en nuestros
centrales ya al máximo de su capacidad, es decir, cuando nuestros actuales
centrales hayan sido ampliados al máximo significaría que tendrían una
capacidad adicional equivalente a tres centrales de 300 000 toneladas de azúcar
por año. Eso parece ser también una de
las consecuencias del Centro de Acopio, el incremento de la capacidad de los
centrales, aunque este último aspecto está siendo analizado y deberá ser
comprobado.
Los centros de acopio significan una
solución mucho más barata, y nos permitirá el empleo de las máquinas, de
nuestras máquinas. Es decir que podremos
emplear máquinas fabricadas con un costo mínimo, independientemente de las
combinadas que se han adquirido y las que se adquieran. Pero, además, nunca se habría podido cortar
con máquinas toda la caña; alzarla con máquinas sí, pero siempre quedarían las
cañas que están sembradas en terreno irregular, y que deberían ser cortadas a
mano.
Los centros de acopio permitirán casi
duplicar la productividad del obrero, incrementar el ingreso de los cortadores
de caña; a la vez que reducir las inversiones necesarias para la mecanización,
y a la vez se logrará eso con un esfuerzo físico menor.
Nosotros hicimos la prueba con varios
compañeros del Comité Central que estaban cortando, que no son cortadores
experimentados, y cualquiera podía cortar en ocho horas no menos de 400 arrobas
para centros de acopio. Por eso, en
estos momentos ya no es problema la cuestión de la fuerza de trabajo para
llegar a 10 millones de toneladas de azúcar, nuestro problema es la ampliación
de la capacidad de los centrales, la instalación de los centros de acopio
necesarios y el incremento de las plantaciones.
Es, pues, este un problema resuelto.
Hay otros problemas importantes, como la
cuestión de los caminos que necesita nuestra agricultura, que
independientemente de los que se han hecho ya se calcula que necesitaremos unos
70 000 kilómetros de caminos, pero de caminos bien hechos, que no haya que
estarlos haciendo todos los años.
Necesitamos unos 70 000 kilómetros de caminos. Y los compañeros de la agricultura y del Ministerio
de la Construcción están estudiando agrupación por agrupación todo el sistema
de caminos, y tendremos que darnos en los próximos años a la tarea de construir
esos 70 000 kilómetros de caminos, que es grande la cantidad de equipos. Afortunadamente el problema de los caminos no
emplea mucha fuerza de trabajo; lo que emplean los caminos, lo que emplean es
mucho equipo, principalmente.
Nuestro país se enfrenta a estas
dificultades y se decide a afrontarlas; las afrontará y las resolverá. ¿Quién lo duda?
Mucho se han regocijado nuestros enemigos
imperialistas pensando en nuestras dificultades. Lo menos que han soñado es que nos
hundiríamos en las dificultades; lo menos que han soñado es que nos hundiríamos
en medio del bloqueo. Un día auguraban que
el transporte se paralizaría, otro día auguraban que se paralizarían los
centrales azucareros, otro día auguraban que se paralizarían las plantas
eléctricas, o las refinerías, o las plantas de producir níquel. ¿Y qué ha ocurrido? Nada de eso se ha paralizado. Nuestro transporte terrestre y marítimo se
desarrolla, y se desarrolla de tal forma que nuestras necesidades de choferes y
nuestras necesidades de marineros aumentan considerablemente. Lejos de paralizarse nuestras plantas
eléctricas, dos nuevas grandes plantas eléctricas —que prácticamente duplican
la capacidad del país— están siendo terminadas (APLAUSOS).
Los magnates de la industria azucarera y
los grandes latifundistas cañeros se imaginaban que sin ellos no quedaría más
que caguaso en este país. Y es cierto
que queda caguaso, los que han cortado caña lo saben. Pero también es cierto que cada día queda
menos; también es cierto que, a despecho del revés de este año en la caña, las
plantaciones se aumentan, los cultivos se mejoran. Y ya en este mismo año aplicaremos no menos
de 400 000 toneladas de fertilizantes a la caña; igual que al café le estamos
aplicando 60 000 toneladas.
Y si el año sigue como va, aunque está
creando considerables problemas en esta zafra, el año que viene habrá que cortar
caña duramente. Y es posible, si las
condiciones del tiempo permanecen iguales, y si los programas de atención a los
cultivos y de limpia de caña —que este año se ha comenzado mucho más temprano,
y que el año pasado precisamente como consecuencia de la larga zafra se
comenzaron más tarde— se cumplen, pudiéramos contemplar el próximo año la
posibilidad de hacer la más grande zafra de la historia de nuestro país
(APLAUSOS).
Esa zafra se produjo en el año 1952,
cuando anunciaron que sería la última zafra libre, y los latifundistas y
hacendados cortaron todas las cañas de reserva, hicieron una larga zafra y
cortaron 7 160 000. No podemos
asegurarlo, porque hay factores que no dependen solo de la voluntad, pero sí podemos
decir que debemos luchar y debemos de hacer un esfuerzo para alcanzar en el
próximo año romper ese récord en nuestra producción azucarera. E indiscutiblemente que el próximo año será
un gran año agrícola, y posiblemente el mejor año agrícola de los ocho años de
Revolución, porque ya estaríamos contando con el año que viene ocho años.
Y con ese propósito se esfuerzan todos
los compañeros del Partido en todo el país, y todos los compañeros de la
agricultura y de las industrias relacionadas con la agricultura. Marchamos pues adelante, a pesar de las
sequías, porque también con el tiempo nos iremos defendiendo mucho mejor de
esos problemas climatológicos, con las obras hidráulicas que se construyen, con
mayores cantidades de fertilizantes.
Porque un año de fuerte sequía, si se emplean a tiempo y oportunamente
cantidades adicionales de nitrógeno, compensan en parte considerable los
efectos de la sequía, y también con las lluvias artificiales, que es una
técnica en la que se está iniciando nuestro país y que, según la opinión de
expertos que tienen fama mundial, nuestro país posee condiciones óptimas para
el desarrollo de las lluvias artificiales.
Contra las dificultades que nos plantee
la naturaleza lucharemos, porque esa, en definitiva, ha sido la historia del
hombre: luchar
por someter a su servicio las leyes de la naturaleza, luchar por dominar la
naturaleza y ponerla a su servicio. Y
eso forma parte también de la batalla de nuestro pueblo.
Pero para poder trabajar tan ampliamente,
para que nuestro país pudiera proponerse metas altas, grandes propósitos, fue
necesaria la Revolución, fue necesario el triunfo de la Revolución, y ha sido
necesario defenderla; para que podamos plantearnos grandes tareas dieron su
vida numerosos compañeros a lo largo del camino, dieron su vida en la lucha guerrillera,
en la clandestinidad; en la Revolución triunfante, luchando contra bandidos,
contra saboteadores, contra los imperialistas, millares de vidas que con su
sangre preciosa hicieron posible la gran oportunidad de la patria. Para llevar adelante nuestra tarea, para ser
ejemplo e inspiración de otros pueblos, para ser estimulo, para apoyar de
manera solidaria y efectiva la lucha de otros pueblos, han sido necesarios los
sacrificios que se han hecho.
Nuestros enemigos, los enemigos
imperialistas, se hacen ilusiones. ¿De
qué hablan últimamente? Pues hablan de
disensiones internas. ¿Con motivo de
qué? Con motivo del descubrimiento y el
desmantelamiento de una conjurilla sin gloria, cuyos promotores hicieron
pública confesión de arrepentimiento; con motivo de que la Revolución, velando
por su prestigio, velando por el fortalecimiento necesario del espíritu
revolucionario, haya puesto fin a ciertas actividades reblandecientes de gentes
reblandecidas.
Pero la Revolución ni siquiera fue
severa, ni siquiera fue rigurosa, no derramó para ello ni una gota de
sangre. Puso fin a actividades que iban
en detrimento del espíritu y de la conducta revolucionarios. Y, repito, lo hizo con generosidad.
Infortunadamente, entre ese número
reducido de personas se encontraban algunos —muy poquitos— con evidentes
méritos revolucionarios. No se les dio a
todos un tratamiento igual, porque la Revolución trata más de ayudar, sobre
todo cuando se trata de revolucionarios, o que han sido revolucionarios; no de
aplastar, sino de ayudar, y las oportunidades nunca se las ha negado a
nadie. Y estos problemas los trató con
firmeza, pero con generosidad. Pero al
hacer esto la Revolución, da precisamente prueba de su entereza y de su fuerza;
da precisamente prueba de su celo y de su política sin privilegios para
nadie.
Lo peor que puede ocurrirle a un proceso
revolucionario es la tolerancia con las desviaciones revolucionarias o las
faltas de los revolucionarios, porque el día que los revolucionarios comiencen
a tolerarse unos a otros sus faltas empiezan a dejar de ser revolucionarios
para comenzar a ser camarillas.
Y la historia de nuestro país conoce
sobrados ejemplos de gentes que comenzaron siendo revolucionarios y terminaron
siendo bandidos; que comenzaron en sus años mozos a luchar por determinados
ideales, y terminaron millonarios.
Recordamos también los primeros tiempos de nuestra república, cómo los
imperialistas se esforzaron en corromper a nuestros mambises, como —de hecho—
corrompieron a algunos de ellos, dándoles grandes extensiones de tierra,
grandes latifundios, magníficos cargos en las administraciones de la industria
azucarera. Y la Revolución debe velar
para que la conciencia y el espíritu revolucionarios crezcan y se desarrollen. Que los que se queden atrás avancen, y que
los que sean incapaces de avanzar no aspiren a que se les cuente entre las
filas de la vanguardia revolucionaria (APLAUSOS).
Mucho es el sentido del honor que se ha
desarrollado en este pueblo, mucho es el sentido de la dignidad, mucho es el
espíritu del trabajo y de lucha, de estudio y de superación. Porque ya la Revolución no es obra de
minorías, ya no es cosa de 10 ó 12 que se levantan en un rincón del país para
defender una idea o una concepción; la Revolución es cada vez más ya obra de un
pueblo entero. Y las virtudes de un
pueblo son impresionantes, las virtudes de las masas son capaces de llevar a
los hombres más lejos, y a actitudes más heroicas, que las que ningún grupo de
hombres por sí mismos sea capaz de imponerse.
Lo hemos visto en los cañaverales en
hombres que en la zafra entera trabajan 10 y 12 horas; lo hemos visto en
algunas brigadas de trabajadores voluntarios cortando más caña que la que
necesitarían cortar para recibir el salario del centro de trabajo de donde
proceden. Porque cuando se planteó que
los trabajadores voluntarios cortaran por lo que da la mocha, nos parecía a
todos que eso era un gran avance. Y cuál
no sería nuestra impresión cuando vimos que el batallón de los trabajadores
azucareros no cortaba por lo que daba la mocha, y sencillamente porque por lo
que da la mocha cobrarían el doble de lo que están cobrando, puesto que ellos
devengan salarios de cuatro pesos y pico, cinco pesos, o algo más de cinco
pesos, como trabajadores en los centrales, y estaban cortando caña suficiente
para recibir, 8, 10 y 12 pesos.
Pues bien: esos trabajadores habían superado una
consigna. Y si la consigna de cortar por
lo que daba la mocha era una consigna revolucionaria, estos trabajadores habían
llegado al punto en que no querían cobrar por lo que daba la mocha, porque les
parecía que era más revolucionario cobrar lo que venían percibiendo en su
trabajo.
Y esa es una actitud impresionante,
típicamente comunista, del hombre que da de sí
todo lo que puede y aspirar a recibir lo que necesita. Es lógico que no es esta la actitud —ni puede
ser todavía—, la actitud de una mayoría de la población. Pero es realmente alentador, estimulante, ver
cómo de una manera espontánea cientos de hombres reaccionan
de esa forma.
y cuando nosotros hablábamos con aquellos
obreros y recordábamos el pasado, nos decíamos: por cuánto un hombre en el pasado
habría hecho esto, por cuánto un solo ciudadano de este país habría ido a
limpiar voluntariamente una caña, habría ido a cortar voluntariamente una caña,
cuando la caña no era del pueblo, cuando la caña era de un monopolio yanki,
cuando la caña era de un latifundista.
¡No 10, ni 100, ni 100 000, un solo ciudadano no habría ido en este
país, y es posible que un solo ciudadano no fuese jamás a cortar una caña por
su espontáneo deseo!
Y en esta quincena, cientos de miles de
ciudadanos se movilizaron para cortar, o para sembrar, o para limpiar la caña,
o para realizar cualquier otro trabajo
agrícola (APLAUSOS). ¿Y qué demuestra
esto, qué demuestra esto? Lo demuestra
con el número, lo demuestra con la cantidad, qué es el socialismo, cómo se
incorporan las masas cada vez más. Ya
son cientos de miles y llegará un día en que serán millones; porque llegará un
día en que el trabajo se verá como debe verse, cuando entre el hombre y los
frutos de su trabajo, entre el hombre y su trabajo no se interponen los
explotadores, no se interponen los saqueadores, no se interponen los
privilegiados, que hace que el hombre en una sociedad capitalista llegue a ver
el trabajo como un castigo, llegue a ver el trabajo como una maldición.
Ya nuestro pueblo, en solo siete años y
tanto de Revolución, ve cada vez el trabajo como la actividad más noble, como
la actividad más honrosa, como una condición esencial de la vida. Hace apenas siete años había quienes se
avergonzaban de trabajar, y había quienes se enorgullecían de no haber
trabajado nunca, y los había quienes se daban golpes de pecho y pasaban en la
sociedad por inteligentes, por listos, porque nunca habían trabajado.
Y hoy, al igual que no nos encontramos un
niño pordiosero, ni un viejo pordiosero, al igual que no nos encontramos ese
cuadro de hombres mendigando, tampoco nos encontramos un solo hombre ya en este
país que se atreva a hacer alarde de ser un parásito, de ser un vivo, de ser un
vago (APLAUSOS).
Y lo que observamos en los hombres y en
las mujeres y hasta en los niños, es ese sentimiento de intima
satisfacción, de íntimo orgullo, de sentirse capaz de crear y de producir; ese
sentimiento del honor que les haría ver, como la mayor deshonra, que sus
semejantes lo considerasen un parásito, o un vago.
El vago ocupaba en el pasado un sitial de
honor en la sociedad cubana. Hoy ese
sitial de honor lo ocupa el hombre que trabaja, lo ocupa el trabajador. Y eso ha significado la Revolución: un profundo cambio
en las instituciones; pero un cambio más profundo en las ideas, un cambio más
profundo en las conciencias.
Y ese cambio se ve, se palpa a lo largo y
a lo ancho de la isla, ¡y es una fuerza!
Porque las ideas, en un determinado grado de su desarrollo, se
convierten en una fuerza real. Y en
nuestro país la dignidad, el honor, la conciencia revolucionaria, se han
convertido en una fuerza impresionante que se palpa en cualquier rincón del
país.
Nuestras instituciones revolucionarias se
desarrollan, nuestro Estado revolucionario supera sus deficiencias, nuestra
administración se hace más eficiente, nuestro Partido se hace cada vez una
vanguardia más aguerrida, nuestras instituciones armadas se hacen cada vez más
eficientes y más disciplinadas. Nuestras
organizaciones de masa crecen y se fortalecen.
Y eso se vio a raíz del repugnante
asesinato de los dos compañeros de la empresa aérea de nuestro país; cómo aquel
hecho repugnante movilizó a todo el pueblo; cómo las organizaciones de masa, la
ciudadanía entera, se dedicó a la tarea de localizar y capturar al miserable
asesino (APLAUSOS). Y eso es lo que
significa un pueblo consciente, un pueblo militante, un pueblo revolucionario.
¡Y qué dos mundos tan distintos, y qué
dos gentes tan distintas son las gentes revolucionarias y las gentes
contrarrevolucionarias o insensibles!
Nosotros en días pasados vimos ejemplos
que nos hacían ver con una claridad impresionante esa diferencia. La veíamos en aquellos trabajadores que
cortaban caña 12 horas diarias, y pensábamos que aquellos hombres eran los que
en el pasado hacían cola en los cañaverales, ¡cola en los cañaverales!, para
cortar caña. No pueden ser esos los que
hagan cola en Varadero para marcharse a Estados Unidos.
Porque los que supieron lo que era
trabajo, los que supieron lo que era miseria, los que supieron lo que era
desprecio, humillación y explotación, son los más habilitados para comprender
la Revolución.
Y también un día que visitamos los
lugares de Oriente donde nacimos, concretamente el batey donde nacimos, y nos
encontramos debajo de un algarrobo 55 jóvenes campesinas recibiendo un curso
para maestras —eran campesinas que estaban en 6to grado ya—, cuando pregunté
por aquel curso, nos explicaron los compañeros de Educación de Oriente que esas
campesinas iban a sustituir a un número de las maestras que se marchaban; se
veía en aquellas campesinas que habían sabido de trabajos duros, que habían
sabido tal vez de hambre en su más pequeña infancia; pero también se veía en el
rostro de aquellas muchachas una determinación y un espíritu, una voluntad
indomable, una decisión de cumplir su tarea.
Y pensábamos: esos que se marchan tal vez fueron de
los que nunca pasaron trabajo, de los que nunca anduvieron descalzos; de
aquella parte de la sociedad que recibió siempre más, que recibió siempre la
mejor parte; aquella parte de la sociedad que no le faltó nunca nada, que fue
sostenida por esa parte del pueblo abnegada que cortó caña durante 50 años, que
vivía en los barracones, que andaba descalza.
Y son esos los que van a ocupar el lugar de los que recibieron más, de
los que recibieron lo mejor.
Y a nosotros nos impresionaba ver al
pueblo como se enfrenta a sus enemigos, ver a aquellas campesinas preparándose
para ocupar el puesto de los que desertan.
Y nos impresionaba.
Pensábamos en nuestros veinte y tantos
mil maestros, y no nos preocupaba el futuro.
¡La clase de maestros que estamos formando y
que empiezan a estudiar en las montañas, y que no tardarán mucho en ingresar en
masa todos los años en nuestros cuerpos de maestros, donde hay muchos —por
cierto— muy buenos, muchos y muy buenos.
Que podemos decir de nuestros maestros que en la Revolución se han
superado considerablemente.
Pero veíamos aquel hecho, y más adelante,
en la Punta de La Farola, que es la loma más alta de la carretera de Guantánamo
a Baracoa, nos encontrábamos una maestra Makarenko, de las que acaban de
graduarse, que trabaja por la mañana, por la tarde y por la noche; que tiene
más de 50 alumnos en aquella escuelita en el pico de la loma; y que por la
noche da clases a 15 adultos. En total: 70 alumnos. Es una maestra del primer contingente que se
gradúa, de aquellos que empezaron a estudiar para maestros a raíz de la campaña
de alfabetización y que comenzaron por las Minas del Frío y por Topes de
Collantes; una maestra con 70 alumnos, en la punta de la loma más alta, trabaja
mañana, tarde y noche.
Y le preguntamos si había muchos más
compañeros de ella por aquellas regiones, y nos dijo: “En estas montañas hay 32, y algunos
están en sitios a 20 horas de camino de este punto”. Ya nuestros nuevos contingentes de hombres y
mujeres formados en la Revolución avanzan e invaden los lugares más recónditos
del país; nuestros médicos, nuestros maestros y nuestros técnicos
agrícolas. Y no está lejano el día,
otros cinco años que transcurran, y esos técnicos se podrán contar por decenas
y decenas de miles, que van con su entusiasmo juvenil, con su nuevo espíritu, a
transformar la patria.
Y esa es la verdad y la realidad de
nuestra Revolución.
¡Nunca, señores imperialistas, la
Revolución ha estado más fuerte y más unida!
(APLAUSOS). Nunca la Revolución
contó con lo que cuenta hoy: un partido
de vanguardia que surge de las masas, de lo mejor de nuestras masas, que
acumula experiencias, y cuyo trabajo se hace cada vez sentir más y más a lo
largo y ancho del país; un partido que aglutina a los mejores trabajadores, a
los mejores combatientes; un partido que es hoy una fuerza que no contó la Revolución
en sus primeros tiempos, fruto de siete años de trabajo, de sacrificios, de
éxitos, de reveses, en fin, de lucha, de vida.
Ilusiones que se hacen, ¡infantiles
ilusiones! Las medidas tomadas por la
Revolución no han hecho sino fortalecerla, y no hemos hecho ninguna purga;
algunos se autopurgaron —son unos poquiticos—, y otros no han sido purgados,
sino en todo caso disciplinados, y son unos poquitos. Y con ello la Revolución gana en respeto, la
Revolución gana en confianza ante las masas, en prestigio ante las masas.
Pero comprendemos que nuestros enemigos
se hagan estas ilusiones, porque si no se hacen esas ilusiones, ¿qué le queda
al imperialismo? Como diría cualquier
campesino de nuestro país, “no le queda más que el casco y la mala idea”.
Han transcurrido cinco años de Girón, y
no han transcurrido en balde. No se ha
perdido el tiempo, y el tiempo que se haya perdido no ha sido por dejadez de
nadie; en todo caso, cuando se ha perdido el tiempo ha sido por
ignorancia. Si los revolucionarios no
han hecho más es porque no han podido hacer más o porque no han sabido hacer
más; pero los revolucionarios hemos estado tratando de hacer todo lo que
hayamos podido y haciendo todo lo que hayamos sido capaces de hacer. Y en estos años hemos acumulado dos cosas: hemos acumulado
experiencia y hemos acumulado fuerzas (APLAUSOS).
Y nuestro reto al imperialismo es más
desafiante que nunca en esta lucha entre nuestra Revolución y la
contrarrevolución imperialista. ¡En este
reto entre nuestro pequeño país y el poderoso imperialismo, no hay tregua, no
hay descanso, no hay arreglo ni conciliación posible! (APLAUSOS) En este
desafío de los hombres y mujeres revolucionarios, que son más que suficientes
en este país para llevar a cabo la gran tarea, cuyas filas son más fuertes,
porque los débiles abandonan la marcha, los débiles van quedando en el camino,
los débiles van quedando del lado de allá.
Estos siete años han sido siete años de
selección. Los que caminan largo y
caminan bien, los macheteros largos en esta larga zafra revolucionaria,
permanecen en sus puestos; los débiles van quedando, la basura se quedó atrás,
el imperialismo fue recogiendo todo lo peor de este país (APLAUSOS); no quedó
un vago, no quedó un parásito, no quedó un pillo, no quedó un banquero de
bolita, no quedó un sinvergüenza en este país que los imperialistas no hayan
recogido amorosamente con los brazos abiertos.
Con lo peor se quedaron ellos —¡qué les
aproveche!—, con lo peor, con los que no son dignos de llamarse hijos de este
pueblo, con los que no son dignos de llevar el nombre de cubanos. Porque Cuba, su historia y su nombre, no se
escribió con traidores, no se escribió con vendepatrias. No escribieron la historia de la patria los
que en las guerras de independencia pelearon junto a los españoles; no
escribieron la historia de la Revolución los que en las luchas contra la
tiranía sirvieron a los enemigos del pueblo.
No escriben la página más hermosa de la
historia de nuestra patria —la más hermosa que le ha tocado escribir nunca— los
mercenarios que desembarcaron en Girón: ¡La escribieron los que murieron en
Girón defendiendo la patria! (APLAUSOS),
¡la escriben los que, como en Girón, no vacilan en empuñar las armas!, ¡la
escriben los patriotas, la escriben los revolucionarios!
Todos los parásitos y los vagos, los
ladrones y los explotadores, los vendepatria que se refugiaron en la entraña
imperialista, en la entraña del monstruo de que habló Martí, esos tienen allá
sus panegiristas, esos tienen allá sus alabarderos, que son los mismos que les
pagan. Porque los imperialistas son tan
repugnantes en su condición moral, que elogian la traición, que elogian el
crimen. Si hay sujetos miserables, como
el Betancourt ese, que sin importarle 60, 80 ó 100 pasajeros, quienes incluso
pudiéndose marchar legalmente, o pudiéndose marchar en cualquiera de los viajes
que hacía al exterior, no vacilan en poner en peligro la vida de casi 100
personas, por presentarse allí ante los imperialistas con un avión robado y con
dos cadáveres, seguros de que allí el crimen es premiado, seguros de que allí
la traición es premiada.
Porque lo que los imperialistas han hecho
es ir tocando en todas las puertas de cuanto funcionario, de cuanto ciudadano
ha salido de este país, para sobornarlo, para corromperlo, para hablarle con
lenguaje amenazante, a la vez que con lenguaje seductor, para decirle por un
lado que la Revolución no tiene porvenir, y para ofrecerle por otro lado, miles
de pesos. Y va tocando en las conciencias,
para probar todos aquellos que tienen flojas las piernas, para sobornar,
instigar a la deserción y a la traición.
Y en esa tarea los imperialistas han
invertido millones de pesos. Cientos de
agentes de la CIA en todo el mundo se dedican a eso. Pues bien: los de piernas flojas ¡que se
larguen! Nuestro deber, desde luego, es
encontrar hombres de piernas fuertes, seleccionar hombres firmes,
revolucionarios; no enviar al exterior, bajo ningún concepto, a ningún
blandengue, a ningún pepillito burgués (APLAUSOS). A esos pepillos blandengues que no saben lo
que es pasar trabajo los compran los imperialistas para desprestigiar a nuestra
patria, para hacer creer en el mundo que los hombres de este país son como los
hombres de esta calaña, para hacer creer que los hombres de este país son como
los invasores de Girón, para ocultar ante el mundo la verdad de nuestra
historia, de nuestro pueblo, de este pueblo que con una entereza ejemplar se
enfrenta al peligro, se enfrenta a las dificultades, vive su mejor hora y
escribe su mejor página (APLAUSOS).
Los imperialistas no han podido ni podrán
derrotarnos, no han podido ni podrán vencernos, por ningún medio, por ningún
camino, pero tratan de encontrar desquite a su resentimiento, a su frustración
y a su odio, tratando de desprestigiar a nuestra patria, de desprestigiar a
nuestro pueblo. Pero nosotros sabemos
que hay dos pueblos —eso lo dijimos cuando el juicio del Moncada. Qué entendíamos nosotros por pueblo, qué era el
pueblo, le dijimos entonces, cuando estábamos allí siendo juzgados en el cuarto
de un hospital, prácticamente de un modo clandestino. Porque sabíamos, desde que comenzamos esta
lucha, que eso de llamar pueblo a todos era una falsedad; que pueblo no podían
llamarse los privilegiados, los explotadores, los que lo tenían todo en este
país; que el verdadero pueblo, el verdadero pueblo capaz de luchar contra
Batista y contra 100 Batistas juntos, eran los hombres humildes del pueblo, los
trabajadores, los obreros, los campesinos, los estudiantes, la gente más sana,
más abnegada y más sacrificada de este país.
¡Y ese es el pueblo que entendió la
Revolución! ¡Ese es el pueblo que nutrió
las filas de la Revolución! ¡Ese es el
pueblo que hizo la Revolución, la lleva adelante y la defiende! ¡Y ese pueblo es la mayoría de la nación!
Los imperialistas cuentan los que se van,
pero no quieren contar los que se quedan (APLAUSOS). Y el hecho de que dejemos irse a los que
quieran no es sino la confirmación de la fe que siempre tuvimos en el pueblo,
desde el primer momento, esa fe que no ha sido nunca defraudada ni lo será, que
nos da la seguridad que dejando marchar a los que quieren salimos ganando, y
que nos da la seguridad de que saliendo de este país los que carezcan de
actitudes para vivir en esta patria en esta hora, aquí permanecerá la inmensa
mayoría del pueblo, los que saben sentir el llamado de la patria, la honra de
la patria, el orgullo de la patria y de la Revolución.
Y cuando decimos patria, no decimos la
patria de los cubanos sino la patria de la Revolución Cubana (APLAUSOS). Y cuando decimos Revolución Cubana hablamos de
la revolución de América Latina (APLAUSOS).
Y cuando hablamos de la revolución de América Latina hablamos de la
revolución en escala universal (APLAUSOS), la revolución de los pueblos de
Asia, de Africa y de Europa (APLAUSOS).
Porque aquí, como un símbolo de lo que esta Revolución representa, y de
lo que representan las revoluciones de otros pueblos heroicos, tenemos una
representación del heroico pueblo de Corea (APLAUSOS), cuyo formidable
dirigente, el camarada Kim Il Sung (APLAUSOS), envió en el día de hoy un
efusivo mensaje de solidaridad con motivo de la victoria de Girón. Kim Il Sung, uno de los más destacados,
brillantes y heroicos dirigentes socialistas del mundo actual (APLAUSOS), cuya
historia —y tal vez porque es dirigente de un país pequeño no sea
suficientemente conocida— es una de las más hermosas que pueda haber escrito un
revolucionario al servicio de la causa del socialismo.
Para nosotros ese mensaje de solidaridad
tiene un valor extraordinario, porque Corea, al igual que el heroico pueblo de
Viet Nam (APLAUSOS), sabe lo que son las garras imperialistas. Y ese pueblo coreano, al igual que hoy Viet
Nam, se enfrentó heroicamente a los ejércitos del imperialismo yanki
propinándoles severas derrotas.
Esos pueblos, Corea y Viet Nam, son dos
países en los cuales nuestra patria tiene buenos ejemplos que imitar; pueblos
heroicos, partidos heroicos, que se han enfrentado, a pesar de su pequeña
dimensión geográfica, contra el monstruo imperialista, y han escrito páginas
extraordinarias de heroísmo.
No es que le neguemos a ningún pueblo su
heroísmo. Muchos son los pueblos
heroicos, grandes y pequeños; pero nosotros tenemos que ver naturalmente con
grandes simpatías a aquellos hombres que en determinada hora enseñaron a los
pueblos del mundo que, independientemente del tamaño, es posible luchar contra
los imperialistas, y es posible resistir las agresiones de los
imperialistas. Los imperialistas son
cobardes, les gusta ensañarse contra los pueblos pequeños, a la vez que
tiemblan ante las posibilidades de chocar con pueblos grandes.
Si en Estados Unidos hay muchos
senadores, muchos dirigentes que hablan todos los días de agresiones a Cuba, de
invasiones a Cuba, es porque se imaginan que aquí se van a “comer un
jamón”. Y en realidad, no nos interesa
persuadirlos de otra cosa. Nosotros
sabemos que las agresiones no se derrotan con palabras sino con hierros
(APLAUSOS). Nosotros sabemos que no
vamos a ahorrarnos peligros de invasión asustando a los imperialistas, y que
los peligros de invasión, o las consecuencias de cualquier invasión, los
afrontamos preparándonos, ¡preparándonos!
Y nosotros no nos dejaremos de preparar un solo minuto.
Decía que no había suficiente cemento,
que son muchos los recursos que necesitamos, pero, sin embargo, el país no
escatima los recursos que dedica a la defensa, no escatima los recursos que
dedica al fortalecimiento de la Revolución.
Y por eso decía que no pretendemos asustar a los imperialistas, porque
sería ridículo, y que no es con el ánimo de asustar si digo que aquí lo que se
van a encontrar es un hueso muy duro de roer (APLAUSOS). Eso lo sabemos, porque tendrán que
enfrentarse a un pueblo entero en todas partes, ¡en todas partes! (APLAUSOS.)
Porque si los imperialistas creen que con
toda la plaga de parásitos que tienen allá van a echar a andar este país,
¡no! Si creen que con eso van a cortar
la caña de este país, y echar a andar sus transportes, sus industrias, sus minas
y su agricultura con esos que nunca sudaron la camisa, ¡no! Cuando traigan toda la plaga esa, suponiendo
que llegaran, suponiendo que entraran, suponiendo que tuvieran una piedra
entera donde sentarse (RISAS), suponiendo eso, después encima les dirían a los
yankis: “Bueno,
mándennos criadas ahora.” Porque el día que los tuvieran aquí instalados en
unas casas que deben ser imaginarias, encima les pedirían unas criadas, porque
nunca han sudado la camisa.
¡Ah!, pero los que cortan caña, los que
trabajan, los que crean con sus manos, los que hacen marchar con su trabajo
este país, todos esos, todos, estarán con un hierro en la mano (APLAUSOS), pero
un hierro no para trabajar para los imperialistas, sino para matar
imperialistas (APLAUSOS). Y aquí, si los
imperialistas ponen un pie en este país, el primer decreto será aquel decreto,
como el de Bolívar, que declaró la guerra a muerte al enemigo. Y no quedará cabeza sana de imperialista al
alcance de nuestras manos (APLAUSOS).
Pilotos que bombardeen aquí, pilotos que tiren una bomba en este país
(EXCLAMACIONES), pilotos que tiren una bomba en este país, que se hagan el
“hara-kiri” en el aire, que se hagan el “hara-kiri” en el aire, porque no van a
durar ni tres minutos en tierra (APLAUSOS).
Si los imperialistas bombardean un día este país, si los imperialistas
ponen un pie en este país, sepan que no habrá imperialista prisionero, sepan
que no quedará títere con cabeza (APLAUSOS); el primer decreto será como el
decreto de Bolívar en la lucha por la independencia: el de guerra a muerte contra todo
enemigo imperialista o títeres imperialistas que pisen esta tierra
(APLAUSOS).
y hoy al cumplirse el V aniversario de
Girón, cuando venimos aquí a recordar la victoria y a rendir tributo de
recordación a nuestros muertos, hoy, ningún día mejor que el de hoy, para
decirles a nuestros enemigos lo que les espera, y que la generosidad de Girón
no se repetirá (APLAUSOS), ni con invasores mercenarios, ni con invasores
imperialistas, porque nosotros no queremos guerra, no queremos la destrucción
de nuestras riquezas, no queremos la destrucción del fruto de nuestro trabajo,
pero que cuando nos toquen un pelo, un solo pelo, tendrán que matar hasta el
último ciudadano revolucionario de este país (APLAUSOS), porque para nuestros
enemigos no habrá seguridad, ni habrá tregua, ni habrá consideración de ninguna
clase (APLAUSOS), porque sabemos que a los piratas hay que tratarlos como
piratas, a los bandidos hay que tratarlos como bandidos.
Y somos un país pequeño, pero contra este
país, contra su dignidad, contra su entereza...
Este país que es el primero en conquistar la verdadera independencia,
vanguardia de América, ejemplo de todos los demás pueblos de este continente;
este país que, desafiando al imperialismo y a todo su poder, avanza hacia
adelante, lo hace porque está dispuesto a hacerlo, porque está dispuesto a
seguir adelante, porque está seguro de que seguirá adelante, porque nadie nos
lo podrá impedir. Y si nos atacan,
contra esa entereza y contra ese heroísmo se estrellarán. ¡Porque antes, mártires como los de Girón;
esclavos de nadie!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)