DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO
COMUNISTA DE CUBA y PRIMER
MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL RESUMEN DE LA VELADA CONMEMORATIVA
DE LOS CIEN AÑOS DE LUCHA, EFECTUADA EN LA DEMAJAGUA, MONUMENTO NACIONAL,
MANZANILLO, ORIENTE, EL 10 DE OCTUBRE DE 1968.
(DEPARTAMENTO DE
VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO
REVOLUCIONARIO)
Familiares aquí presentes de los héroes de nuestras
luchas por la independencia;
Invitados;
Compañeros y compañeras que ostentan aquí esta noche
la representación de todos los rincones del país:
Ninguna otra ocasión revistió la
importancia de la conmemoración del día de hoy.
Y al parecer la naturaleza nos someterá una vez más a una pequeñísima
prueba, si se quiere porque ella se suma a esta misma conmemoración si
recordamos que precisamente después de la proclamación de la independencia de
Cuba, cuando los primeros mambises se dirigían hacia el pueblo de Yara, también
aproximadamente a esta misma hora un copioso aguacero realizó con ellos —simbólicamente—
el primer precedente de sacrificio. Y
que, por cierto, como nuestros primeros mambises en aquellos instantes no
poseían más que unas cuantas escopetas de cartuchos e iban a realizar su primer
combate, el agua mojó los cartuchos y las armas no pudieron disparar aquella
noche; aquella noche en que se derramó también la primera sangre cubana en la
lucha de los cien años, y que se empaparon por primera vez aquellos hombres,
cuya vida a lo largo de diez años fue una vida de increíbles privaciones.
Hoy —les decía— nuestro pueblo conmemora
aquella fecha al cumplirse cien años. Y
este primer centenario del inicio de la lucha revolucionaria en nuestra patria
es para nosotros la más grande conmemoración que ha tenido lugar en la historia
de nuestro país.
¿Qué significa para nuestro pueblo el 10
de Octubre de 1868? ¿Qué significa para
los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien
años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha
habido una revolución:
la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868
(APLAUSOS). Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes.
No hay, desde luego, la menor duda de que
Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la
dignidad y la rebeldía de un pueblo —heterogéneo todavía— que comenzaba a nacer
en la historia.
Fue Céspedes, sin discusión, entre los
conspiradores de 1868 el más decidido a levantarse en armas. Se han elaborado algunas interpretaciones de
su actitud, cuando en la realidad su conducta tuvo una exclusiva motivación. En todas las reuniones de los conspiradores
Céspedes siempre se había manifestado el más decidido. En la reunión efectuada el 3 de agosto de
1868, en los límites de Tunas y Camagüey, Céspedes propuso el levantamiento
inmediato. En reuniones ulteriores con
los revolucionarios de la provincia de Oriente, en los primeros días de
octubre, insistió en la necesidad de pasar inmediatamente a la acción. Hasta que por fin el 5 de octubre de 1868, en
una reunión en el ingenio —si mal no recuerdo— “Rosario”, los más decididos
revolucionarios se reunieron y acordaron el alzamiento para el 14 de
octubre.
Es conocido históricamente que Céspedes
conoció en este lugar de un telegrama cursado el 8 de ese mismo mes por el
Gobernador General de Cuba dando instrucciones a las autoridades de la
provincia de arrestar a Carlos Manuel de Céspedes. Y Carlos Manuel de Céspedes no les dio tiempo
a las autoridades, no les permitió a aquellas tomar la iniciativa, e
inmediatamente, adelantando la fecha, cursó las instrucciones correspondientes
y el 10 de Octubre, en este mismo sitio, proclamó la independencia de Cuba.
Es que la historia de muchos movimientos
revolucionarios terminó, en su inmensa mayoría, en la prisión o en el
cadalso.
Es incuestionable que Céspedes tuvo la
clara idea de que aquel alzamiento no podía esperar demasiado ni podía
arriesgarse a recorrer el largo trámite de una organización perfecta, de un
ejército armado, de grandes cantidades de armas, para iniciar la lucha, porque
en las condiciones de nuestro país en aquellos instantes resultaba sumamente
difícil. Y Céspedes tuvo la
decisión.
De ahí que Martí dijera que “de Céspedes
el ímpetu y de Agramonte la virtud”, aunque hubo también mucho de ímpetu en
Agramonte y mucho de virtud en Céspedes.
Y el propio Martí expresó en una ocasión, explicando la actitud de
Céspedes, sus discrepancias sobre el aplazamiento del movimiento con otros
revolucionarios, diciendo que “aplazar era darles tal vez la oportunidad a las
autoridades coloniales vigilantes para echárseles encima”.
Y los hechos históricos demostraron que aquella
decisión era necesaria, que aquella resolución iba a prender precisamente la
chispa de una heroica guerra que duró diez años; una guerra que se inició sin
recursos de ninguna clase por un pueblo prácticamente desarmado, que desde
entonces adoptó la clásica estrategia y el clásico método para abastecerse de
armas, que era arrebatándoselas al enemigo.
En la historia de estos cien años de
lucha no fue la única ocasión en que nuestro pueblo, igualmente desprovisto de
armas, igualmente impreparado para la guerra, se vio
en la necesidad de lanzarse a la lucha y abastecerse con las armas de los
enemigos. Y la historia de nuestro
pueblo en estos cien años confirma esa verdad axiomática: y es que si para luchar esperamos
primero reunir las condiciones ideales, disponer de todas las armas, asegurar
un abastecimiento, entonces la lucha no habría comenzado nunca; y que si un
pueblo está decidido a luchar, las armas están en los cuarteles de los
enemigos, en los cuarteles de los opresores.
Y esta realidad, este hecho, se demostró
en todas nuestras luchas, en todas nuestras guerras.
Cuando al iniciarse la lucha de 1895
Maceo desembarca por la zona de Baracoa, lo acompañaban un puñado de hombres y
unas pocas armas. Y cuando Martí, con
Máximo Gómez, desembarca en un lugar de la costa sur de Oriente, áspero y duro,
en una noche oscura y tormentosa, venía también acompañado de un exiguo grupo
de combatientes. No llevaba un ejército
detrás. El ejército estaba aquí, en el
pueblo; y las armas estaban aquí, en manos de los dominadores.
Y cuando apenas algunos días más tarde
avanzaron por el interior de la provincia, se encontraron a José Maceo con una
numerosa tropa combatiendo en las inmediaciones de Guantánamo, y más adelante a
Antonio Maceo, que después del desembarco se había quedado absolutamente solo
por las montañas y los bosques de Baracoa —¡absolutamente
solo!—, y que unas cuantas semanas después recibía a Máximo Gómez y a Martí con
un ejército de 3 000 orientales organizados y listos para combatir.
Estos hechos nos brindaron un ejemplo
extraordinario y nos enseñaron en días también difíciles. Cuando no había recursos, cuando no había
armas, pero sí un pueblo en el cual se confiaba, estas circunstancias no fueron
tampoco un obstáculo para iniciar la lucha.
Y este es un ejemplo no solo para los
revolucionarios cubanos, es un ejemplo formidable para los revolucionarios en
cualquier parte del mundo.
Nuestra Revolución, con su estilo, con
sus características esenciales, tiene raíces muy profundas en la historia de
nuestra patria. Por eso decíamos, y por
eso es necesario que lo comprendamos con claridad todos los revolucionarios,
que nuestra Revolución es una Revolución, y que esa Revolución comenzó el 10 de
Octubre de 1868 (APLAUSOS).
Este acto de hoy es como un encuentro del
pueblo con su propia historia, es como un encuentro de la actual generación
revolucionaria con sus propias raíces. Y
nada nos enseñará mejor a comprender lo que es una revolución, nada nos
enseñará mejor a comprender el proceso que constituye una revolución, nada nos
enseñará mejor a entender qué quiere decir revolución, que el análisis de la
historia de nuestro país, que el estudio de la historia de nuestro pueblo y de
las raíces revolucionarias de nuestro pueblo.
Quizás para muchos la nación o la patria
ha sido algo así como un fenómeno natural, quizás para muchos la nación cubana
y la conciencia de nacionalidad existieron siempre, quizás muchos pocas veces
se han detenido a pensar cómo fue precisamente que se gestó la nación cubana y
cómo se gestó nuestra conciencia de pueblo y cómo se gestó nuestra conciencia
revolucionaria.
Hace 100 años no existía esa conciencia,
hace 100 años no existía la nacionalidad cubana, hace 100 años no existía un
pueblo con pleno sentido de un interés común y de un destino común. Nuestro pueblo hace 100 años era una masa
abigarrada constituida, en primer término, por los ciudadanos de la potencia
colonial que nos dominaba; una masa enorme también de ciudadanos nacidos en
este país, algunos descendientes directos de los españoles, otros descendientes
más remotos, de los cuales algunos se inclinaban a favor del poder colonial y
otros eran alérgicos a aquel poder; una masa considerable de esclavos, traídos
de manera criminal a nuestra tierra para explotarlos despiadadamente cuando ya
los explotadores habían aniquilado virtualmente la primitiva población aborigen
de nuestro país.
Y desde luego, los dueños de las riquezas
eran, en primer lugar, los españoles; los dueños de los negocios y los dueños
de las tierras. Pero también había
descendientes de los españoles, llamados criollos, que poseían centrales
azucareros y que poseían grandes plantaciones.
Y por supuesto que en un país en aquellas condiciones en que la
ignorancia era enorme, el acceso a los libros, el acceso a la cultura lo tenían
un número exiguo y reducido de criollos procedentes precisamente de esas
familias acaudaladas.
En aquellas primeras décadas del siglo
pasado, cuando ya el resto de la América Latina se había independizado de la
colonia española, permanecía asentado sobre bases sólidas el poder de España en
nuestra patria, a la que llamaban la última joya y la más preciada joya de la
corona española.
Fue ciertamente escasa la influencia que
tuvo en nuestra tierra la emancipación de América Latina.
Se sabe que en la mente de los
libertadores de América Latina se albergó también la idea de enviar a Cuba un
ejército a liberarnos. Pero ciertamente
aquí todavía no había una nación que liberar sencillamente porque no había
nación, no había un pueblo que liberar porque no existía pueblo con la
conciencia de la necesidad de esa libertad.
Y en aquellos primeros años del siglo
pasado, en la primera mitad del siglo pasado, las ideas que los sectores con
más cultura de la población, los sectores capaces de elaborar algunas
formulaciones políticas, las ideas enarboladas por ellos no eran precisamente
la idea de la independencia de Cuba.
Por aquellos tiempos se discutía
fundamentalmente el problema de la esclavitud.
Y los terratenientes, los ricos, la oligarquía que dominaba en nuestro
país, bien española o bien cubana, estaba poseída de un enorme temor a la
abolición de la esclavitud; es decir que sus intereses como propietarios, sus
intereses como clase, y pensando exclusivamente en función de esos intereses,
la conducía a pensar en la solución de la anexión a Estados Unidos de
Norteamérica.
Así surgió una de las primeras corrientes
políticas, que se dio en llamar la corriente anexionista. Y esa corriente tenía un fundamento de
carácter económico:
era el pensamiento de una clase que consideraba el aseguramiento
de esa institución oprobiosa de la esclavitud por la vía de anexionarse a
Estados Unidos, donde un grupo numeroso de Estados mantenía la misma
institución. Y como ya se suscitaban las
contradicciones entre los estados del sur y del norte por el problema de la
esclavitud, los políticos esclavistas del sur de Estados Unidos alentaron
también la idea de la anexión a Cuba, con el propósito de contar con un Estado
más que ayudase a garantizar su mayoría en el seno de Estados Unidos, su
mayoría parlamentaria.
Esa es la raíz de aquella expedición a
mediados de siglo, dirigida por Narciso López.
Cuando nosotros estudiábamos en las
escuelas, nos presentaban a Narciso López como un patriota, nos presentaban a
Narciso López como un libertador. Tantas
cosas nos presentaron de una manera increíblemente torcida, que se nos hizo
creer en nuestros años de escolares —y ya supuestamente establecida la
República de Cuba—, se nos hacía creer que Narciso López había venido a
libertar a Cuba, cuando ciertamente Narciso López vino alentado por los
políticos esclavistas de Estados Unidos a tratar de conquistar un Estado más
para precisamente servir de apoyo a la más inhumana y retrógrada institución,
que era la institución de la esclavitud.
Martí en una ocasión calificó aquella
expedición de infeliz, organizada precisamente por esos intereses. De manera que en aquel entonces las
corrientes anexionistas adquirieron considerable fuerza en el seno de nuestro
país.
Y es preciso que lo tengamos en cuenta
porque esa corriente, por una u otra causa, con uno u otro matiz, resurgía
periódicamente en el proceso de la historia de Cuba.
En determinados momentos las corrientes
anexionistas fueron perdiendo fuerza, y surgieron entonces otras corrientes
frente a la política española en nuestra patria, que se dio en llamar el
reformismo, que propugnaba no la lucha por la independencia de Cuba, sino por
determinadas reformas dentro de la colonia española.
Todavía realmente no había surgido en la
realidad una corriente independentista, una corriente verdaderamente
independentista. Los engaños y las
burlas reiteradas del régimen colonial español llevaron al ánimo y a la
conciencia de un reducido grupo de cubanos, de criollos pertenecientes por
cierto a sectores acomodados, poseedores de riquezas, poseedores a la vez de
cultura, de amplia información acerca de los procesos que tenían lugar en el
mundo, que concibieron por primera vez la idea de la obtención de sus derechos
por la vía revolucionaria, por la vía de las armas, en lucha abierta contra el
poder colonial.
Mas nadie piense que aquel núcleo de
cubanos estaba obligadamente llamado a contar con el apoyo mayoritario de la
población, que podía contar con un respaldo grande a la hora de la lucha,
porque —como dijimos anteriormente— en aquellos instantes la conciencia de la
nacionalidad no existía.
Y entre los sectores que ostentaban la
riqueza de origen criollo, había un factor que los dividía profundamente. Los españoles lógicamente estaban contra las
reformas y, aún más, contra la independencia.
Pero muchos criollos ricos estaban también contra la idea de la independencia,
puesto que los separaba de las ideas más radicales el problema de la esclavitud. Por lo que puede decirse que el problema de
la esclavitud fue una cuestión fundamental que dividía profundamente a los
elementos más radicales, más progresistas, de los criollos ricos, de aquellos
elementos que, calificándose también de criollos —todavía no se hablaba
propiamente de cubanos— se preocupaban por encima de todo de sus intereses
económicos, como es lógico; se preocupaban por encima de todo por mantener la
institución de la esclavitud. Y de ahí
que apoyaran el anexionismo primero, el reformismo luego, y cualquier cosa
menos la idea de la independencia y la idea de la conquista de los derechos por
la vía de la lucha armada.
Y esto constituye una cuestión muy
importante, porque vemos cómo esta historia se va a repetir periódicamente,
esta contradicción, a lo largo de los 100 años de lucha.
De manera que el reducido núcleo —que
bien podía comenzar a considerarse patriota— del sector acaudalado e ilustrado
de los hombres nacidos en este país, ese núcleo decidido a lanzarse a la conquista
de sus derechos por la vía de las armas, tenía que enfrentarse a esa compleja
situación, a esas hondas contradicciones que necesariamente conducirían su
causa a una lucha dura y larga. Y lo que
vino a darles verdaderamente el título de revolucionarios fue su comprensión,
en primer lugar, de que solo había un camino para conquistar los derechos, su
decisión de adoptar ese camino, su ruptura con las tradiciones, con las ideas
reaccionarias, y su decisión de abolir la esclavitud.
Y hoy tal vez pueda parecer fácil aquella
decisión, pero aquella decisión de abolir la esclavitud constituía la medida
más revolucionaria, la medida más radicalmente revolucionaria que se podía
tomar en el seno de una sociedad que era genuinamente esclavista.
Por eso lo que engrandece a Céspedes es
no solo la decisión adoptada, firme y resuelta de levantarse en armas, sino el
acto con que acompañó aquella decisión —que fue el primer acto después de la
proclamación de la independencia—, que fue concederles la libertad a sus esclavos,
a la vez que proclamar su criterio sobre la esclavitud, su disposición a la
abolición de la esclavitud en nuestro país, aunque si bien condicionando en los
primeros momentos aquellos pronunciamientos a la esperanza de poder captar el
mayor apoyo posible entre el resto de los terratenientes cubanos.
En Camagüey los revolucionarios desde el
primer momento proclamaron la abolición de la esclavitud, y ya la Constitución
de Guáimaro, el 10 de abril de 1869, consagró
definitivamente el derecho a la libertad de todos los cubanos, aboliendo
definitivamente la odiosa y secular institución de la esclavitud.
Esto, desde luego, dio lugar —como ocurre
siempre en muchos de estos procesos— a que muchos de aquellos criollos ricos,
que vacilaban entre apoyar o no apoyar a la revolución, se abstuvieron de
ayudar a la revolución, se apartaron de la lucha, y de hecho comenzaron a
cooperar con la colonia. Es decir que en
la medida en que la revolución se radicalizó se quedó más aislado aquel grupo
de cubanos, aquel grupo de criollos, que, desde luego, ya empezaron a contar
con los únicos capaces de llevar adelante aquella revolución, que eran los
hombres humildes del pueblo y los esclavos recién liberados.
En aquellos primeros momentos del inicio
de la lucha revolucionaria en Cuba, empezaron a cumplirse indefectiblemente las
leyes de todo proceso revolucionario, empezaron a producirse las
contradicciones, y comenzó el proceso de profundización y radicalización de las
ideas revolucionarias que ha llegado hasta nuestros días.
En aquel tiempo, desde luego, no se
discutía el derecho a la propiedad de los medios de producción. Se discutía el derecho a la propiedad de unos
hombres sobre otros. Y al abolir aquel
derecho, aquella revolución —revolución radical desde el instante en que
suprime un privilegio de siglos, desde el momento en que suprime aquel supuesto
derecho consagrado por siglos de existencia— llevó a cabo un acto profundamente
radical en la historia de nuestro país, y a partir de ese momento, por primera
vez, se empezó a crear el concepto y la conciencia de la nacionalidad, y
comenzó a utilizarse por primera vez el calificativo de cubano para comprender
a todos los que levantados en armas luchaban contra la colonia española.
Sabido es cómo se desarrolló aquella
guerra. Sabido es que muy pocos pueblos
en el mundo fueron capaces o tuvieron la posibilidad de afrontar sacrificios
tan grandes, tan increíblemente duros, como los sacrificios que soportó el
pueblo cubano durante aquellos diez años de lucha. E ignorar esos sacrificios es un crimen
contra la justicia, es un crimen contra la cultura, es un crimen para cualquier
revolucionario.
Nuestro país solo, absolutamente solo,
mientras los demás pueblos hermanos de América Latina —que unas cuantas décadas
con anterioridad se habían emancipado de la dominación española— yacían sumidos
en la abyección, sumidos bajo las tiranías de los intereses sociales que
sustituyeron en esos pueblos a la tiranía española; nuestro país solo, y no
todo el país sino una pequeña parte del país, se enfrentó durante diez años a
una potencia europea todavía poderosa que podía contar —y contó— con cientos de
miles de hombres perfectamente armados para combatir a los revolucionarios
cubanos.
Es conocida la falta casi total de
auxilio desde el exterior. Es conocida
la historia de las divisiones en el exterior, que dificultaron y por último
imposibilitaron el apoyo de la emigración a los cubanos levantados en
armas. Y sin embargo, nuestro pueblo
—haciendo increíbles sacrificios, soportando heroicamente el peso de aquella
guerra, rebasando los momentos difíciles— logró ir aprendiendo el arte de la
guerra, fue constituyendo un pequeño pero enérgico ejército que se abastecía de
las armas de sus enemigos.
Y empezaron a surgir del seno del pueblo
más humilde, de entre los combatientes que venían del pueblo, de entre los
campesinos y de entre los esclavos liberados, empezaron a surgir por primera
vez del seno del pueblo oficiales y dirigentes del
movimiento revolucionario. Empezaron a
surgir los patriotas más virtuosos, los combatientes más destacados, y así
surgieron los hermanos Maceo, para citar el ejemplo que simboliza a aquellos
hombres extraordinarios.
Y al cabo de diez años aquella lucha
heroica fue vencida no por las armas españolas sino vencida por uno de los
peores enemigos que tuvo siempre el proceso revolucionario cubano, vencida por
las divisiones de los mismos cubanos, vencida por las discordias, vencida por
el regionalismo, vencida por el caudillismo; es decir, ese enemigo —que también
fue un elemento constante en el proceso revolucionario— dio al traste con
aquella lucha.
Sabido es que, por ejemplo, Máximo Gómez
después de invadir la provincia de Las Villas y obtener grandes éxitos
militares fue prácticamente expulsado de aquella provincia por el regionalismo
y por el localismo. No es esta la
oportunidad de analizar el papel de cada hombre en aquella lucha, interesa
analizar el proceso y dejar constancia de que la discordia, el regionalismo, el
localismo y el caudillismo dieron al traste con aquel heroico esfuerzo de diez
años.
Pero también es forzoso reconocer que no
se les podía pedir a aquellos cubanos —a aquellos primeros cubanos que
comenzaron a fundar nuestra patria— el grado de conocimiento y experiencia
política, el grado de conciencia política; más que conciencia —porque ellos
tenían profunda conciencia patriótica— el grado de desarrollo de las ideas
revolucionarias en la actualidad, porque nosotros no podemos analizar los
hechos de aquella época a la luz de los conceptos de hoy, a la luz de las ideas
de hoy. Porque cosas que hoy son
absolutamente claras, verdades incuestionables, no lo eran ni lo podían ser
todavía en aquella época. Las comunicaciones
eran difíciles, los cubanos tenían que luchar en medio de una gran adversidad,
incesantemente perseguidos y, desde luego, no podía pedírseles que en aquel
entonces no se suscitaran estos problemas —problemas que se volvieron a
suscitar en la lucha de 1895, problemas que se volvieron a suscitar en la
segunda mitad de este siglo a lo largo del proceso revolucionario.
Pero cuando debilitadas las fuerzas
cubanas por la discordia arreció el enemigo su ofensiva, entonces también
empezaron a evidenciarse las vacilaciones de aquellos elementos que habían
tenido menos firmeza revolucionaria. Y
es en esos instantes —en el instante de la Paz del Zanjón, que puso fin a
aquella heroica guerra— cuando emerge, con toda su fuerza y toda su
extraordinaria talla, el personaje más representativo del pueblo, el personaje
más representativo de Cuba en aquella guerra, venido de las filas más humildes
del pueblo, que fue Antonio Maceo (APLAUSOS).
Aquella década dio hombres
extraordinarios, increíblemente meritorios, comenzando por Céspedes,
continuando por Agramonte, Máximo Gómez, Calixto García, e infinidad de figuras
que sería interminable enumerar. Y no se
trata de medir ni mucho menos los méritos de cada cual —que fueron méritos
extraordinarios— sino simplemente de explicar cómo se fue desarrollando aquel
proceso y cómo en el momento en que aquella lucha de diez años iba a terminar
surge aquella figura, surge el espíritu y la conciencia revolucionaria
radicalizada, simbolizada en ese instante en la persona de Antonio Maceo, que
frente al hecho consumado del Zanjón —aquel Pacto que más que un pacto fue
realmente una rendición de las armas cubanas— expresa en la histórica Protesta
de Baraguá su propósito de continuar la lucha, expresa el espíritu más sólido y
más intransigente de nuestro pueblo declarando que no acepta el Pacto del Zanjón. Y efectivamente, continúa la guerra.
Ya incluso después de haberse llegado a
los acuerdos Maceo libra una serie de combates victoriosos y aplastantes contra
las fuerzas españolas. Pero en aquel
momento Maceo, reducido a su condición de jefe de una parte de las tropas de la
provincia de Oriente, Maceo negro
—cuando todavía subsistía mucho el racismo y los prejuicios— no pudo
contar naturalmente con el apoyo de todo el resto de los combatientes
revolucionarios, porque desgraciadamente todavía entre muchos combatientes y
muchos dirigentes de aquellos combatientes subsistía el prejuicio reaccionario
e injusto. Por eso, aunque Maceo en
aquel momento salva la bandera, salva la causa y sitúa el espíritu revolucionario
del pueblo naciente de Cuba en su nivel más alto, no pudo, pese a su enorme
capacidad y heroísmo, seguir manteniendo aquella guerra y se vio en la
necesidad de hacer un receso en espera de las condiciones que le permitiesen
reanudar otra vez el combate.
Pero la derrota de las fuerzas revolucionarias
en 1878 trajo también sus secuelas políticas.
A la sombra de la derrota, a la sombra del desengaño, otra vez de nuevo
aquellos sectores, representantes décadas atrás de la corriente anexionista y
de la corriente reformista, volvieron a la carga para propugnar una nueva
corriente política, que era la corriente del autonomismo, para oponerse,
naturalmente, a las tesis radicales de la independencia y a las tesis radicales
acerca del método y del único camino para obtener aquella independencia, que era
la lucha armada.
De manera que después de la Guerra de los
Diez Años, en el pensamiento político, o en la historia del pensamiento
político cubano, surge de nuevo la corriente pacifista, la corriente
conciliatoria, la corriente que se opone a las tesis radicales que habían
representado los cubanos en armas. De la
misma manera vuelven a surgir las corrientes anexionistas en un grado
determinado, corrientes incluso en los primeros tiempos de la Guerra de los
Diez Años, cuando todavía muchos cubanos ingenuamente veían en la nación
norteamericana el prototipo del país libre, del país democrático, y recordaban
sus luchas por la independencia, la Declaración de la Independencia de
Washington, la política de Lincoln; todavía había cubanos a principios de la guerra
de 1868 que tenían resabios o residuos de aquella corriente anexionista, que
fue desapareciendo en ellos a lo largo de la lucha armada.
Se inicia una etapa de casi 20 años entre
1878 y 1895. Esa etapa tiene también una
importancia muy grande en el desarrollo de la conciencia política del
país. Las banderas revolucionarias no
fueron abandonadas, las tesis radicales no fueron olvidadas. Sobre aquella tradición creada por el pueblo
de Cuba, sobre aquella conciencia engendrada en el heroísmo y en la lucha de
diez años, comenzó a brotar el nuevo y aún más radical y avanzado pensamiento
revolucionario.
Aquella guerra engendró numerosos líderes
de extracción popular, pero también aquella guerra inspiró a quien fue sin duda
el más genial y el más universal de los políticos cubanos, a José Martí
(APLAUSOS).
Martí era muy joven cuando se inició la
Guerra de los Diez Años. Padeció cárcel,
padeció exilio; su salud era muy débil, pero su inteligencia
extraordinariamente poderosa. Fue en
aquellos años de estudiante paladín de la causa de la independencia, y fue
capaz de escribir algunos de los mejores documentos de la historia política de
nuestro país cuando prácticamente no había cumplido todavía 20 años.
Derrotadas las armas cubanas, por las
causas expresadas, en 1878, Martí se convirtió sin duda en el teórico y en el
paladín de las ideas revolucionarias.
Martí recogió las banderas de Céspedes, de Agramonte y de los héroes que
cayeron en aquella lucha de diez años, y llevó las ideas revolucionarias de Cuba
en aquel período a su más alta expresión.
Martí conocía los factores que dieron al traste con la Guerra de los
Diez Años, analizó profundamente las causas, y se dedicó a preparar la nueva
guerra. Y la estuvo preparando durante
casi 20 años, sin desmayar un solo instante, desarrollando la teoría
revolucionaria, juntando voluntades, agrupando a los combatientes de la Guerra
de los Diez Años, combatiendo de nuevo —también en el campo de las ideas— a la
corriente autonomista que se oponía a la corriente revolucionaria, combatiendo
también las corrientes anexionistas que de nuevo volvían a resurgir en la
palestra política de Cuba después de la derrota y a la sombra de la derrota de
la Guerra de los Diez Años.
Martí predica incesantemente sus ideas;
Martí organiza los emigrados; Martí organiza prácticamente el primer partido
revolucionario, es decir, el primer partido para dirigir una revolución, el
primer partido que agrupara a todos los revolucionarios. Y con una tenacidad, una valentía moral y un
heroísmo extraordinarios, sin otros recursos que su inteligencia, su convicción
y su razón, se dedicó a aquella tarea.
Y debemos decir que nuestra patria cuenta
con el privilegio de poder disponer de uno de los más ricos tesoros políticos,
una de las más valiosas fuentes de educación y de conocimientos políticos, en
el pensamiento, en los escritos, en los libros, en los discursos y en toda la
extraordinaria obra de José Martí.
Y a los revolucionarios cubanos más que a
nadie nos hace falta tanto cuanto sea posible ahondar en esas ideas, ahondar en
ese manantial inagotable de sabiduría política, revolucionaria y humana.
No tenemos la menor duda de que Martí ha
sido el más grande pensador político y revolucionario de este continente. No es necesario hacer comparaciones
históricas. Pero si analizamos las
circunstancias extraordinariamente difíciles en que se desenvuelve la acción de
Martí: desde la emigración luchando sin
ningún recurso contra el poder de la colonia después de una derrota militar,
contra aquellos sectores que disponían de la prensa y disponían de los recursos
económicos para combatir las ideas revolucionarias; si tenemos en cuenta que
Martí desarrollaba esa acción para libertar a un país pequeño dominado por
cientos de miles de soldados armados hasta los dientes, país sobre el cual se
cernía no solo aquella dominación sino un peligro mucho mayor todavía; el
peligro de la absorción por un vecino poderoso, cuyas garras imperialistas
comenzaban a desarrollarse visiblemente; y que Martí desde allí, con su pluma,
con su palabra, a la vez que trataba de inspirar a los cubanos y formar su
conciencia para superar las discordias y los errores de dirección y de método
que dieron al traste con la Guerra de los Diez Años, a la vez que unir en un
mismo pensamiento revolucionario a los emigrados, a la vieja generación que
inició la lucha por la independencia y a las nuevas generaciones, unir a
aquellos destacadísimos y prestigiosos héroes militares, se enfrentaba en el
terreno de las ideas a las campañas de España en favor de la colonia, a las
campañas de los autonomistas en favor de procedimientos leguleyescos y
electorales y engañosos que no conducirían a nuestra patria a ningún fin, y se
enfrentaba a las nuevas corrientes anexionistas que surgían de aquella situación,
y se enfrentaba al peligro de la anexión, no ya tanto en virtud de la solicitud
de aquellos sectores acomodados que décadas atrás la habían solicitado para
mantener la institución de la esclavitud sino en virtud del desarrollo del
poderío económico y político de aquel país que ya se insinuaba como la potencia
imperialista que es hoy. Teniendo en
cuenta esas extraordinarias circunstancias, esos extraordinarios obstáculos,
bien podemos decir que el Apóstol de nuestra independencia se enfrentó a dificultades
tan grandes y a problemas tan difíciles como no se tuvo que enfrentar jamás
ningún dirigente revolucionario y político en la historia de este
continente.
Y así surgió en el firmamento de nuestra
patria esa estrella todo patriotismo, todo sensibilidad
humana, todo ejemplo, que junto con los héroes de las batallas, junto con Maceo
y Máximo Gómez, inició de nuevo la guerra por la independencia de Cuba.
¿Y qué se puede parecer más a aquella
lucha de ideas de entonces que la lucha de las ideas hoy? ¿Qué se puede parecer más a aquella incesante
prédica martiana por la guerra necesaria y útil como único camino para obtener
la libertad, aquella tesis martiana en favor de la lucha revolucionaria armada
(APLAUSOS) que las tesis que tuvo que
mantener en la última etapa del proceso el movimiento revolucionario en nuestra
patria, enfrentándose también a los grupos electoralistas, a los politiqueros,
a los leguleyos, que venían a proponerle al país remedios que durante 50 años
no habían sido capaces de solucionar uno solo de sus males, y agitando el temor
a la lucha, el temor al camino revolucionario verdadero, que era el camino de
la lucha armada revolucionaria? ¿Y qué
se puede parecer más a aquella prédica incesante de Martí que la prédica de los
verdaderos revolucionarios que en el ámbito de otros países de América Latina
tienen también la necesidad de defender sus tesis revolucionarias frente a las
tesis leguleyescas, frente a las tesis reformistas, frente a las tesis
politiqueras?
Y es que a lo largo de este proceso las
mismas luchas se han ido repitiendo en un período u otro, aunque —desde luego—
no en las mismas circunstancias ni en el mismo nivel.
Martí se enfrenta a aquellas ideas. Y se inicia la Guerra de 1895, guerra
igualmente llena de páginas extraordinariamente heroicas, llena de increíbles
sacrificios, llena de grandes proezas militares; guerra que, como todos
sabemos, no culminó en los objetivos que perseguían nuestros antepasados, no
culminó en el triunfo definitivo de la causa, aunque ninguna de nuestras luchas
culminó realmente en derrota, porque cada una de ellas fue un paso de avance,
un salto hacia el futuro. Pero es lo
cierto que al final de aquella lucha la colonia española, el dominio español,
es sustituido por el dominio de Estados Unidos en nuestro país, dominio
político y militar, a través de la intervención.
Los cubanos habían luchado 30 años;
decenas y decenas de miles de cubanos habían muerto en los campos de batalla,
cientos de miles perecieron en aquella contienda, mientras los yankis perdieron
apenas unos cuantos cientos de soldados en Santiago de Cuba. Y se apoderaron de Puerto Rico, se apoderaron
de Cuba, aunque con un statu quo diferente; se apoderaron del archipiélago de
Filipinas, a 10 000 kilómetros de distancia de Estados Unidos, y se apoderaron
de otras posesiones. Algo de lo que más
temían Martí y Maceo. Porque ya la
conciencia política y el pensamiento revolucionario se habían desarrollado
tanto, que los dirigentes fundamentales de la Guerra de 1895 tenían ideas
clarísimas, absolutamente claras, acerca de los objetivos, y repudiaban en lo
más profundo de su corazón la idea del anexionismo; y no solo ya el
anexionismo, sino incluso la intervención de Estados Unidos en esa guerra.
Esta noche se leyó aquí uno de los
párrafos más conocidos del pensamiento martiano, aquel que escribió vísperas de
su muerte, que prácticamente es el testamento, en que le dice a un amigo el
fondo de su pensamiento, una de las cosas por las que había luchado, aunque
había tenido que hacerlo discretamente; una de las cosas que había inspirado su
conducta y su vida, una de las cosas que en el fondo le inspiraba más júbilo,
que era estar viviendo ya en el campo de batalla, en la oportunidad de dar su
vida para “con la independencia de Cuba impedir que Estados Unidos se
extendiese, apoderándose de las Antillas, por el resto de América con una
fuerza más”.
Este es uno de los documentos más
reveladores y más profundos y más caracterizadores del pensamiento
profundamente revolucionario y radical de Martí, que ya califica al
imperialismo como lo que es, que ya vislumbra su papel en este continente, y
que con un examen que bien pudiera atribuirse a un marxista, por su profundo
análisis, por su sentido dialéctico, por su capacidad de ver que en las
insolubles contradicciones de aquella sociedad se engendraba su política hacia
el resto del mundo, Martí en fecha tan temprana como en 1895 fue capaz de
escribir aquellas cosas y de ver tan profundamente en el porvenir.
Martí escribió con toda la fuerza de su
elocuencia y fustigó duramente las corrientes anexionistas como las peores en
el seno del pensamiento político de Cuba.
Y no solo Martí, sino Maceo asombra también a nuestra generación por la
clarividencia, por la profundidad con que fue capaz de analizar también el
fenómeno imperialista.
Es conocido que en alguna ocasión, cuando
un joven se acercó a Maceo para hablarle de la posibilidad de que la estrella
de Cuba figurara como una más en la constelación de Estados Unidos, respondió
que aunque lo creía imposible, ese sería tal vez el único caso en que él
estaría al lado de España.
Y también, como Martí, unos días antes de
su muerte escribe con una claridad extraordinaria su oposición decidida a la
intervención de Estados Unidos en la contienda de Cuba, y es cuando dice que
“preferible es subir o caer sin ayuda que contraer deudas de gratitud con un
vecino tan poderoso”. Palabras
proféticas, palabras inspiradas, que uno y otro de nuestros dos más caracterizados
adalides de aquella Guerra de 1895 expresaron unos días antes de su
muerte.
Y todos sabemos cómo sucedieron los
acontecimientos. Cómo cuando el poder de
España estaba virtualmente agotado, movido por ansias puramente imperialistas,
el gobierno de Estados Unidos participa en la guerra, después de 30 años de
lucha. Con la ayuda de los soldados
mambises desembarcan, toman la ciudad de Santiago de Cuba, hunden la escuadra
del almirante Cervera, que no era más que una colección propia de museo, más
que escuadra, y que por puro y tradicional quijotismo la enviaron a que la
hundieran a cañonazos, sirviendo prácticamente de tiro al blanco a los
acorazados americanos, a la salida de Santiago de Cuba. Y entonces a Calixto García ni siquiera lo
dejaron entrar en Santiago de Cuba.
Ignoraron por completo al Gobierno Revolucionario en Armas, ignoraron
por completo a los líderes de la revolución; discutieron con España sin la
participación de Cuba; deciden la intervención militar de sus ejércitos en
nuestro país. Se produce la primera
intervención, y de hecho se apoderaron militar y políticamente de nuestro
país.
Al pueblo no se le hizo verdadera
conciencia de eso. Porque ¿quién podía
estar interesado en hacerle conciencia de esa monstruosidad? ¿Quiénes?
¿Los antiguos autonomistas? ¿Los
antiguos reformistas? ¿Los antiguos
anexionistas? ¿Los antiguos
esclavistas? ¿Quiénes? ¿Los que habían sido aliados de la Colonia
durante las guerras? ¿Quiénes? ¿Los que no querían la independencia de Cuba
sino la anexión con Estados Unidos? Esos
no podían tener ningún interés en enseñarle a nuestro pueblo estas verdades
históricas, amarguísimas.
¿Qué nos dijeron en la escuela? ¿Qué nos decían aquellos inescrupulosos
libros de historia sobre los hechos? Nos
decían que la potencia imperialista no era la potencia imperialista, sino que
lleno de generosidad el gobierno de Estados Unidos, deseoso de darnos la
libertad, había intervenido en aquella guerra y que, como consecuencia de eso,
éramos libres. Pero no éramos libres por
los cientos de miles de cubanos que murieron 30 años en los combates
(APLAUSOS), no éramos libres por el gesto heroico de Carlos Manuel de Céspedes,
el Padre de la Patria (APLAUSOS), que inició aquella lucha, que incluso
prefirió que le fusilaran al hijo antes de hacer una sola concesión; no éramos
libres por el esfuerzo heroico de tantos cubanos, no éramos libres por la
prédica de Martí, no éramos libres por el esfuerzo heroico de Máximo Gómez,
Calixto García y todos aquellos próceres ilustres; no éramos libres por la
sangre derramada por las veinte y tantas heridas de Antonio Maceo y su caída
heroica en Punta Brava (APLAUSOS); éramos libres sencillamente porque Teodoro Roosevelt desembarcó con unos cuantos “rangers”
en Santiago de Cuba para combatir contra un ejército agotado y prácticamente
vencido, o porque los acorazados americanos hundieron a los “cacharros” de
Cervera frente a la bahía de Santiago de Cuba.
Y esas monstruosas mentiras, esas
increíbles falsedades eran las que se enseñaban en nuestras escuelas.
Y tal vez tan pocas cosas nos puedan
ayudar a ser revolucionarios como recordar hasta qué grado de infamia se había
llegado, hasta qué grado de falseamiento de la verdad, hasta qué grado de
cinismo en el propósito de destruir la conciencia de un pueblo, su camino, su
destino; hasta qué grado de ignorancia criminal de los méritos y las virtudes y
la capacidad de este pueblo —pueblo que hizo sacrificios como muy pocos pueblos
hicieron en el mundo— para arrebatarle la confianza en sí mismo, para
arrebatarle la fe en su destino.
Y de esta manera, los que cooperaron con
España en los 30 años, los que lucharon en la colonia, los que hicieron
derramar la sangre de los mambises, aliados ahora con los interventores yankis,
aliados con los imperialistas yankis, pretendieron hacer lo que no habían
podido hacer en 30 años, pretendieron incluso escribir la historia de nuestra
patria amañándola y ajustándola a sus intereses, que eran sus intereses
anexionistas, sus intereses imperialistas, sus intereses anticubanos y
contrarrevolucionarios.
¿Con quiénes se concertaron los
imperialistas en la intervención? Se
concertaron con los comerciantes españoles, con los autonomistas. Hay que decir que en aquel primer gobierno de
la república había varios ministros procedentes de las filas autonomistas que
habían condenado a la revolución. Se
aliaron con los terratenientes, se aliaron con los anexionistas, se aliaron con
lo peor, y al amparo de la intervención militar y al amparo de la Enmienda
Platt empezaron, sin escrúpulos de ninguna índole, a amañar la república y a
preparar las condiciones para apoderarse de nuestra patria.
Es necesario que esta historia se sepa,
es necesario que nuestro pueblo conozca su historia, es necesario que los
hechos de hoy, los méritos de hoy, los triunfos de hoy, no nos hagan caer en el
injusto y criminal olvido de las raíces de nuestra historia; es necesario que
nuestra conciencia de hoy, nuestras ideas de hoy, nuestro desarrollo político y
revolucionario de hoy —instrumentos que poseemos hoy que no podían poseer en aquellos
tiempos los que iniciaron esta lucha— no nos conduzca a subestimar por un
instante ni a olvidar por un instante que lo de hoy, el nivel de hoy, la
conciencia de hoy, los éxitos de hoy más que éxitos de esta generación son, y
debemos decirlo con toda sinceridad, éxitos de los que un día como hoy, hace
100 años, se levantaron aquí en este mismo sitio y libertaron a los esclavos y
proclamaron la independencia e iniciaron el camino del heroísmo e iniciaron el
camino de aquella lucha que sirvió de aliento y de ejemplo a todas las
generaciones subsiguientes (APLAUSOS).
Y en ese ejemplo se inspiró la generación
del 95, en ese ejemplo se inspiraron los combatientes revolucionarios a lo
largo de los 60 años de república amañada; en ese ejemplo de heroísmo, en esa
tradición se inspiraron los combatientes que libraron las últimas batallas en
nuestro país.
Y eso no es algo que se diga hoy como de
ocasión porque conmemoramos un aniversario, sino algo que se ha dicho siempre y
que se ha dicho muchas veces y que se dijo en el Moncada y que se dijo
siempre. Porque allí cuando los jueces
preguntaron quién era el autor intelectual del ataque al cuartel Moncada, sin
vacilación nosotros respondimos: “¡Martí fue el autor intelectual del
ataque al cuartel Moncada!” (APLAUSOS.)
Es posible que la ignorancia de la actual
generación, o el olvido de la actual generación, o la euforia de los éxitos
actuales, puedan llevar a la subestimación de lo mucho que nuestro pueblo les
debe, de todo lo que nuestro pueblo les debe a estos luchadores.
Ellos fueron los que prepararon el
camino, ellos fueron los que crearon las condiciones y ellos fueron los que
tuvieron que apurar los tragos más amargos:
el trago amargo del Zanjón, el cese de la lucha en 1878; el trago
amarguísimo de la intervención yanki, el trago amarguísimo de la conversión de
este país en una factoría y en un pontón estratégico —como temía Martí—; el trago amarguísimo de
ver a los oportunistas, a los politiqueros, a los enemigos de la revolución,
aliados con los imperialistas, gobernando este país. Ellos tuvieron que vivir aquella amarguísima
experiencia de ver cómo a este país lo gobernaba un embajador yanki; o cómo un
funcionario insolente, a bordo de un acorazado, se anclaba en la bahía de La
Habana a dictarle instrucciones a todo el mundo: a los ministros, al Jefe del Ejército, al
Presidente, a la Cámara de Representantes, al Senado.
Y lo que decimos son hechos conocidos,
son hechos históricamente probados. Es
decir, no tanto conocidos como probados, porque realmente las masas durante
mucho tiempo lo ignoraron, durante mucho tiempo las engañaron. Y es necesario revolver los archivos, exhumar
los documentos para que nuestro pueblo, nuestra generación de hoy tenga una clara
idea de cómo gobernaban los imperialistas, qué tipo de memorándums, qué tipo de
papeles y qué tipo de insolencias usaban para gobernar a este país, al que se
pretendía llamar país libre, independiente y soberano; para que nuestro pueblo
conozca qué clase de libertadores eran esos, los procedimientos burdos y
repugnantes que usaban en sus relaciones con este país, que nuestra generación
actual debe conocer. Y si no los conoce,
su conciencia revolucionaria no estará suficientemente desarrollada. Si las raíces y la historia de este país no
se conocen, la cultura política de nuestras masas no estará suficientemente
desarrollada. Porque no podríamos
siquiera entender el marxismo, no podríamos siquiera calificarnos de marxistas
si no empezásemos por comprender el propio proceso de nuestra Revolución, y el
proceso del desarrollo de la conciencia y del pensamiento político y
revolucionario en nuestro país durante cien años (APLAUSOS). Si no entendemos eso, no sabremos nada de
política.
Y desde luego, desgraciadamente, mucho
tiempo hemos vivido ignorantes de muchos hechos de la historia.
Porque si el interés de los que se
aliaron aquí con los imperialistas era ocultar la historia de Cuba, deformar la
historia de Cuba, eclipsar el heroísmo, el mérito extraordinario, el
pensamiento y el ejemplo de nuestros héroes, los que realmente están llamados y
tienen que ser los más interesados en divulgar esa historia, en conocer esa
historia, en conocer esas raíces, en divulgar esas verdades, somos los
revolucionarios.
Ellos tenían tantas razones para ocultar
esa historia e ignorarla, como razones tenemos nosotros para demandar que esa
historia, desde el 10 de octubre de 1868 hasta hoy, se conozca en todas sus
etapas. Y esa historia tiene pasajes muy
duros, muy dolorosos, muy amargos, muy humillantes, desde la Enmienda Platt
hasta 1959.
Y debe también conocer nuestro pueblo
cómo se apoderaron los imperialistas de nuestra economía. Y eso, desde luego, lo sabe nuestro pueblo en
carne propia. No saben cómo fue pero
fue.
Y saben los hombres y mujeres de este
país, sobre todo los de esta provincia donde se inició la lucha, donde siempre
se combatió por la libertad del país, cómo fue aquello que de repente todo pasó
de manos de los españoles a manos de los americanos. Cómo fue aquello y por qué los ferrocarriles,
los servicios eléctricos, las mejores tierras, los centrales azucareros, las
minas y todo fue a parar a manos de ellos.
Y cómo se produjo aquel fenómeno.
Y qué es aquel fenómeno en virtud del cual en este país, donde por los
años 1915 ó 1920 había que traer trabajadores de otras Antillas porque no
alcanzaban los brazos, algunas décadas después —en los años veintitantos, treintitantos, cuarentitantos y cincuentitantos, cada vez peor— había más hombres sin
empleo, había más familias abandonadas, había más ignorancia. Cómo y por qué en este país donde hoy los
brazos no alcanzan —los brazos liberados— para desarrollar las riquezas
infinitas de nuestro suelo, para desarrollar las capacidades ilimitadas de
nuestro pueblo, sin embargo los hombres tenían que cruzarse de brazos meses
enteros y mendigar un trabajo, no ya en tiempo muerto sino en la zafra.
Y cómo era posible que en esas tierras
que regaron con su sangre decenas de miles de nuestros antepasados, decenas de
miles de nuestros mambises; cómo era posible que en esa tierra regada por su
sangre, el cubano en la república mediatizada no tuviera el derecho, no digo ya
de recoger el pan, no tenía siquiera el derecho a derramar su sudor. De manera que donde nuestros luchadores por
la independencia derramaron su sangre por la felicidad de este país, sus
hermanos, sus descendientes, sus hijos, no tenían siquiera el derecho de
derramar el sudor para ganarse el pan.
¿Qué república era aquella que ni
siquiera el derecho al trabajo del hombre estaba garantizado? (APLAUSOS.)
¿Qué república era aquella donde no ya el pan de la cultura, tan
esencial al hombre, sino el pan de la justicia, la posibilidad de la salud
frente a la enfermedad, a la epidemia, no estaban garantizados? ¿Qué república era aquella que no brindaba a
los hijos del pueblo —que dio cientos de miles de vidas, pero que dio cientos
de miles de vidas cuando aquella población de verdaderos cubanos no llegaba a
un millón; pueblo que se inmoló en singular holocausto— la menor oportunidad? ¿Qué república era aquella donde el hombre no
tenía siquiera garantizado el derecho al trabajo, el derecho a ganarse el pan
en aquella tierra tantas veces regada con sangre de patriotas?
Y nos pretendían vender aquello como
república, nos pretendían brindar aquello como Estado justo. Y en pocas regiones del país como en Oriente
estas cosas se vivieron, estas experiencias se vivieron en carne propia; desde
las decenas de miles de campesinos que tuvieron que refugiarse allá en las
montañas hasta las faldas del Pico Turquino para poder vivir, a los hombres, a
los trabajadores azucareros que vivieron o cuyos padres vivieron aquellos años
terribles. ¡Y qué porvenir esperaba a
este país!
Pero el hecho fue que los yankis se
apoderaron de nuestra economía. Y si en
1898 poseían inversiones en Cuba por valor de 50 millones, en 1906 unos 160
millones en inversiones, y 1 450 millones de pesos en inversiones en 1927.
No creo que haya otro país donde se haya
producido en forma tan increíblemente rápida semejante penetración económica,
que condujo a que los imperialistas se apoderaran de nuestras mejores tierras,
de todas nuestras minas, nuestros recursos naturales; que explotaran los
servicios públicos, se apoderaran de la mayor parte de la industria azucarera,
de las industrias más eficientes, de la industria eléctrica, de los teléfonos,
de los ferrocarriles, de los negocios más importantes, y también de los
bancos.
Al apoderarse de los bancos,
prácticamente podían empezar a comprar el país con dinero de los cubanos, porque
en los bancos se deposita el dinero de los que tienen algún dinero y lo
guardan, poco o mucho. Y los dueños de
los bancos manejaban aquel dinero.
De esta forma, en 1927, cuando no habían
transcurrido 30 años, las inversiones imperialistas en Cuba se habían elevado a
1 450 millones de pesos. Se habían
apoderado de todo con el apoyo de los anexionistas o neo-anexionistas, de los
autonomistas, de los que combatieron la independencia de Cuba. Con el apoyo de los gobiernos interventores
se hicieron concesiones increíbles.
Un tal Preston
compró 75 000 hectáreas de tierra en 1901, en la zona de la bahía de Nipe por
400 000 dólares, es decir, a menos de seis dólares la hectárea de esas
tierras. Y los bosques que cubrían todas
esas hectáreas de maderas preciosas, que fueron consumidas en las calderas de
los centrales, valían muchas veces, incomparables veces esa suma de
dinero.
Vinieron con sus bolsillos rebosantes a
un pueblo empobrecido por 30 años de lucha, a comprar de las mejores tierras de
este país a menos de seis dólares la hectárea.
Y un tal McCan
compró 32 000 hectáreas ese mismo año al sur de pinar del Río. Y un tal James —si mal no recuerdo— ese mismo
año compró en Puerto Padre 27 000 hectáreas de tierra.
Es decir que en un solo año adquirieron
mucho más de 10 000 caballerías de las mejores tierras de este país, con sus
bolsillos repletos de billetes, a un pueblo que padecía la miseria de 30 años
de lucha. Y así, sin derramar sangre y
gastando un mínimo de sus riquezas, se fueron apoderando de este país.
Y esa historia debe conocerla nuestro
pueblo.
No sé cómo es posible que habiendo tareas
tan importantes, tan urgentes como la necesidad de la investigación en la
historia de este país, en las raíces de este país, sin embargo, son tan pocos
los que se han dedicado a esas tareas. Y
antes prefieren dedicar sus talentos a otros problemas, muchos de ellos
buscando éxitos baratos mediante lectura efectista, cuando tienen tan increíble
caudal, tan increíble tesoro, tan increíble riqueza para ahondar primero que
nada y para conocer primero que nada las raíces de este país. Nos interesa más que corrientes que por
snobismo puro se trata de introducir en nuestra cultura, la tarea seria, la
tarea necesaria, la tarea imprescindible, la tarea justa de ahondar y de
profundizar en las raíces de este país.
Y nosotros debemos saber, como
revolucionarios, que cuando decimos de nuestro deber de defender esta tierra,
de defender esta patria, de defender esta Revolución, hemos de pensar que no
estamos defendiendo la obra de 10 años, hemos de pensar que no estamos
defendiendo la revolución de una generación:
¡Hemos de pensar que estamos defendiendo la obra de cien años! (APLAUSOS.)
¡Hemos de pensar que no estamos defendiendo aquello por lo cual cayeron
miles de nuestros compañeros, sino aquello por lo cual cayeron cientos de miles
de cubanos a lo largo de cien años!
(APLAUSOS.)
Con el advenimiento de la victoria de
1959, se planteó en nuestro país de nuevo —y en un plano más elevado aún—
problemas fundamentales de la vida de nuestro pueblo. Porque si bien en 1868 se discutía la
abolición o no de la esclavitud, se discutía la abolición o no de la propiedad
del hombre sobre el hombre, ya en nuestra época, ya en nuestro siglo, ya al
advenimiento de nuestra revolución, la cuestión fundamental, la cuestión
esencial, la que habría de definir el carácter revolucionario de esta época y
de esta revolución, ya no era la cuestión de la propiedad del hombre sobre el
hombre, sino de la propiedad del hombre sobre los medios de sustento para el
hombre.
Si entonces se discutía si un hombre
podía tener 10 y 100 y 1 000 esclavos, ahora se discutía si una empresa yanki,
si un monopolio imperialista tenía derecho a poseer 1 000, 5 000, 10 000 ó 15
000 caballerías de tierra; ahora se discutía el derecho que podían tener los
esclavistas de ayer a ser dueños de las mejores tierras de nuestro país. Si entonces se discutía el derecho del hombre
a poseer la propiedad sobre el hombre, ahora se discutía el derecho que podía
tener un monopolio o quien fuera, aquel propietario de un banco donde se reunía
el dinero de todos los que depositaban allí, si un monopolio o un oligarca
tenía derecho a ser dueño de un central azucarero donde trabajaba un millar de
obreros; si era justo que un monopolio o un oligarca fuera dueño de una central
termoeléctrica, de una mina, de una industria cualquiera que valía decenas de
miles o cientos de miles, o millones o decenas de millones de pesos; si era
justo que una minoría explotadora poseyera cadenas de almacenes sin otro
destino que enriquecerse encareciendo todos los bienes que este país
importaba. Si en el siglo pasado se
discutía el derecho del hombre a ser propietario de otros hombres, en este
siglo —en dos palabras— se discutía el derecho de los hombres a ser
propietarios de los medios de los que tiene que vivir el hombre.
Y ciertamente no era más que una libertad
ficticia. Y no podía haber abolición de
esclavitud si formalmente los hombres eran liberados de ser propiedad de otros
hombres y en cambio la tierra y la industria —de la cual tendrían que vivir—
eran y seguían siendo propiedad de otros hombres. Y los que ayer esclavizaron al hombre de
manera directa, en esta época esclavizaban al hombre y lo explotaban de manera
igualmente miserable a través del monopolio de las riquezas del país y de los
medios de sustentación del hombre.
Por eso si una revolución en 1868 para
llamarse revolución tenía que comenzar por dar libertad a los esclavos, una
revolución en 1959, si quería tener el derecho a llamarse revolución, tenía
como cuestión elemental la obligación de liberar las riquezas del monopolio de
una minoría que las explotaba en beneficio de su provecho exclusivo, liberar a
la sociedad del monopolio de una riqueza en virtud de la cual una minoría
explotaba al hombre.
¿Y qué diferencia había entre el barracón
del esclavo en 1868 y el barracón del obrero asalariado en 1958? ¿Qué diferencia, como no fuera que
—supuestamente libre el hombre— los dueños de las plantaciones y de los centrales
en 1958 no se preocupaban si aquel obrero se moría de hambre, porque si aquel
se moría había otros diez obreros esperando para realizar el trabajo? Si se moría, como ya no era una propiedad
suya que compraba y vendía en el mercado, no le importaba siquiera si se moría
o no un trabajador, su mujer o sus hijos.
Estas son verdades que los orientales conocen demasiado bien.
Y así fue suprimida la propiedad directa
del hombre sobre el hombre y perduró la propiedad del hombre sobre el hombre a
través de la propiedad y el monopolio de las riquezas y de los medios de vida
del hombre (APLAUSOS). Y suprimir y
erradicar la explotación del hombre por el hombre era suprimir el derecho de la
propiedad sobre aquellos bienes, suprimir el derecho al monopolio sobre aquellos
medios de vida que pertenecen y deben pertenecer a toda la sociedad.
Si la esclavitud era una institución
salvaje y repugnante, explotadora directa del hombre, el capitalismo era
también igualmente una institución salvaje y repugnante que debía ser abolida. Y si la abolición de la esclavitud era
comprendida totalmente por las generaciones contemporáneas, también algún día
las generaciones venideras, los niños de las escuelas, se asombrarán de que les
digan que un monopolio extranjero —administrándolo a través de un funcionario
insolente— era dueño de 10 000 caballerías de tierra donde allí mandaba como
amo y señor, era dueño de vidas y de haciendas, tanto como nosotros nos
asombramos hoy de que un día un señor fuera propietario de decenas y de cientos
y aun de miles de esclavos (APLAUSOS).
Y tan racional como le parecía a la
generación contemporánea un hombre amarrado a un grillo, igualmente monstruoso
les parecerá a las generaciones venideras, mucho más que a nuestra propia
generación. Porque los pueblos muchas
veces se acostumbran a ver cosas monstruosas sin darse cuenta de su
monstruosidad, y se acostumbran a ver algunos fenómenos sociales con la misma
naturalidad con que se ve aparecer la Luna por la noche o el Sol por la mañana
o la lluvia o la enfermedad, y acaban por adaptarse a ver instituciones
monstruosas como plagas tan naturales como las enfermedades.
Y, claro está, no eran precisamente los
privilegiados que monopolizaban las riquezas de este país quienes iban a educar
al pueblo en estas ideas, en estos conceptos, quienes iban a abrirles los ojos,
quienes iban a mandarles un alfabetizador, quienes iban a abrirles una
escuela. No eran las minorías
privilegiadas y explotadoras las que habrían de reivindicar la historia de
nuestro país, las que habrían de reivindicar el proceso, las que habrían de
honrar dignamente a los que hicieron posible el destino ulterior de la
patria. Porque quienes no estuvieran
interesados en la revolución sino en impedir las revoluciones, quienes no
estuvieran interesados en la justicia sino en medrar y enriquecerse de la
injusticia, no podrían estar jamás interesados en enseñar a un pueblo su
hermosa historia, su justiciera revolución, su heroica lucha en pro de la
dignidad y de la justicia (APLAUSOS).
Y por eso a esta generación le tocó vivir
las experiencias de manera muy directa, y le tocó conocer también de
expediciones organizadas en tierras extranjeras, precedidas de los bombardeos y
de los ataques piratas, organizadas allí por los “prohombres” del imperialismo,
organizadas acá por los que en solo 30 años se habían apoderado de la riqueza
de este país para aplastar la revolución y para establecer de nuevo el
monopolio de las riquezas por minorías privilegiadas explotadoras del hombre.
Le correspondió a esta generación ver
también los anexionistas de hoy, los débiles de todos los tiempos, los
Voluntarios de hoy —es decir, no en el sentido que hoy tiene la palabra, o en
el sentido que hoy tiene la palabra guerrillero sino en el sentido de ayer—,
Voluntarios de ayer, guerrilleros de ayer, que así se llamaban en aquella época
a los que perseguían a los combatientes revolucionarios, a los que asesinaron a
los estudiantes, a los que macheteaban a los mambises heridos cuando trataban
de restablecerse en sus pobres y desvalidos e indefensos hospitales de
sangre.
Esos los vemos en los que hoy tratan de
destruir la riqueza del país, en los que hoy sirven a los imperialistas, en los
que hoy —cobardes e incapaces del trabajo y del sacrificio— se mudan hacia
allá. Cuando llegó aquí la hora del
trabajo, cuando llegó la hora de edificar la patria, cuando llegó la hora de
liberar los recursos naturales y humanos para cumplir el destino de nuestro
pueblo, lo abandonan y se ponen allá de parte de sus amos al servicio de la causa
infamante del imperialismo, enemigo no solo de nuestro pueblo sino enemigo de
todos los pueblos del mundo.
De manera que a esta generación le ha
correspondido conocer las experiencias de la lucha, de las luchas en el campo
de la ideología, la lucha contra los electoralistas defendiendo las legítimas
tesis revolucionarias; le tocó conocer la lucha en sí, le tocó conocer las
grandes batallas ideológicas después del triunfo de la Revolución, le tocó
conocer las experiencias del proceso revolucionario, le tocó enfrentarse al
imperialismo yanki, le tocó enfrentarse a sus bloqueos, a su hostilidad, a sus
campañas difamantes contra la Revolución, y le tocó enfrentarse al tremendo
problema del subdesarrollo.
Debemos decir que la lucha se repite en
diferente escala, pero también en diferentes condiciones. En 1868 y en 1895 y durante 60 años de
república mediatizada —o casi 60 años— los revolucionarios eran una minoría,
los instrumentos del poder estaban en manos de los reaccionarios; los
colonialistas, los autonomistas, tenían la fuerza, tenían el poder, hacían las
leyes contra los revolucionarios. Lo
mismo ocurrió durante toda la lucha de 1895 y lo mismo ocurrió hasta 1959.
Hoy nuestro pueblo se enfrenta a
corrientes similares, a las mismas ideas reaccionarias revividas, a los nuevos
intérpretes del autonomismo, del anexionismo; se enfrenta a los
proimperialistas y a los imperialistas.
Pero se enfrenta en condiciones muy distintas.
En 1868 los cubanos organizaron su
gobierno en la manigua; había divisiones y discordias propias de todo
proceso. También ocurrieron cosas
similares a lo largo de estos cien años.
Los heroicos luchadores proletarios en la república mediatizada —Baliño,
Mella, Guiteras, Jesús Menéndez (APLAUSOS)—, tenían
que enfrentarse a los esbirros, a los explotadores asistidos de sus mayorales y
sus guardias rurales, y caían abatidos por las balas asesinas en el exilio o en
la propia tierra, en México o en El Morrillo o en Manzanillo, o desaparecían
como tantos revolucionarios, como fue desaparecido Paquito Rosales, hijo de
este pueblo (APLAUSOS).
De estos cien años, durante noventa años
la revolución no había podido abarcar todo el país, la revolución no había
podido tomar el poder, la revolución no había podido constituirse en gobierno,
la revolución no había podido desatar las fuerzas formidables del pueblo, la
revolución no había podido echar a andar el país. Y no es que no hubiese podido porque los
revolucionarios de entonces fuesen menos capaces que los de hoy —¡no, de ninguna forma!—, sino porque los revolucionarios de
hoy tuvieron el privilegio de recoger los frutos de las luchas duras y amargas
de los revolucionarios de ayer. Porque
los revolucionarios de hoy encontramos un camino preparado, una nación formada,
un pueblo realmente con conciencia ya de su comunidad de intereses; un pueblo
mucho más homogéneo, un pueblo verdaderamente cubano, un pueblo con una
historia, la historia que ellos escribieron; un pueblo con una tradición de
lucha, de rebeldía, de heroísmo. Y a la
actual generación le correspondió el privilegio de haber llegado a la etapa en
que el pueblo al fin, al cabo de 90 años, se constituye en poder, establece su
poder. Ya no era el poder de los
colonialistas y sus aliados, ya no era el poder de los imperialistas interventores
yankis y sus aliados, los autonomistas, los neo-anexionistas, los enemigos de
la revolución.
Y por eso, en esta ocasión se constituye
el poder del pueblo, el genuino poder del pueblo y por el pueblo; no el poder
frente al pueblo y contra el pueblo, que había sido el poder conocido durante
más de cuatro siglos, desde la época de la colonia, desde que los españoles en
las cercanías de este sitio quemaron vivo al indio Hatuey hasta que los
esbirros de Batista, vísperas de su derrota, asesinaban y quemaban vivos a los
revolucionarios. Era por primera vez el
poder frente a los monopolios, frente a los intereses, frente a los
privilegios, frente a los poderosos sociales.
Era el poder frente al privilegio y contra el privilegio, era el poder
frente a la explotación y contra la explotación, era el poder frente al
colonialismo y contra el colonialismo, el poder frente al imperialismo y contra
el imperialismo. Era por primera vez el
poder con la patria y para la patria, era por primera vez el poder con el pueblo
y para el pueblo (APLAUSOS). Y no eran
las armas de los mercenarios, no eran las armas de los imperialistas, sino las
armas que el pueblo arrebató a sus opresores, las armas que el pueblo arrebató
a los gendarmes y a los guardianes de los intereses del imperialismo, que
pasaron a ser sus armas; pueblo que pasó a ser un ejército. Tuvo esta generación por primera vez la
oportunidad de comenzar a trabajar desde ese poder nuevo, desde ese poder
revolucionario y extendido a todo el país.
Lógicamente, los enemigos de clase, los
explotadores, los oligarcas, los imperialistas, que poseían 1 450 millones, no
podían estar con ese poder, tenían que estar contra ese poder. Los politiqueros, los botelleros, los
parásitos de toda índole, los especuladores, los explotadores del juego, del
vicio, los propagadores de la prostitución, los ladrones, los que se robaban
descaradamente el dinero de los hospitales, de las escuelas, de las carreteras,
los dueños de decenas de miles de caballerías de las mejores tierras, de las
mejores fábricas, los explotadores de nuestros campesinos y de nuestros
obreros, no podían estar con ese poder sino contra ese poder.
Y desde entonces el pueblo en el poder
desarrolla su lucha, no menos difícil, no menos dura, frente al imperialismo
yanki y contra el imperialismo yanki, el más poderoso país imperialista, el
gendarme de la reacción en el mundo.
Poder acostumbrado a destruir gobiernos, a
destruir gobiernos que insinuaban un camino de liberación, derrocarlos mediante
golpes de Estado o invasiones mercenarias, destruir los movimientos políticos
mediante represalias económicas, se ha estrellado toda su técnica, todos sus
recursos, todo su poderío se ha estrellado contra la fortaleza de la
Revolución.
Porque la Revolución es el resultado de
cien años de lucha, es el resultado del desarrollo del movimiento político, de
la conciencia revolucionaria, armada del más moderno pensamiento político,
armada de la más moderna y científica concepción de la sociedad, de la historia
y de la economía, que es el marxismo-leninismo; arma que vino a completar el
acervo, el arsenal de la experiencia revolucionaria y de la historia de nuestro
país.
Y no solo armado de esa experiencia y de
esa conciencia, sino pueblo que ha podido vencer los factores que lo dividían,
las divisiones de grupo, los caudillismos, los regionalismos, para ser una sola
fuerza, para ser un solo pueblo revolucionario.
Porque cuando decimos pueblo hablamos de revolucionarios; cuando decimos
pueblo dispuesto a combatir y a morir, no pensamos en los gusanos ni en los
pocos pusilánimes que quedan (APLAUSOS): pensamos en los que tienen el legítimo
derecho a llamarse cubanos y pueblo cubano, como tenían legítimo derecho de
llamarse nuestros combatientes, nuestros mambises. Un pueblo integrado, unido, dirigido por un
partido revolucionario, partido que es vanguardia militante.
¿Y qué otra cosa hizo Martí para hacer la
revolución sino organizar el partido de la revolución, organizar el partido de
los revolucionarios? ¡Y había un solo partido
de los revolucionarios! Y los que no
estaban en el partido de los revolucionarios estaban en el partido de los
españoles colonialistas o en el partido de los anexionistas o en el partido de
los autonomistas.
Y así también hoy el pueblo, con su partido
que es su vanguardia, armado de las más modernas concepciones, armado de la
experiencia de cien años, habiéndose desarrollado al máximo grado la conciencia
revolucionaria, política y patriótica, ha logrado vencer sobre vicios seculares
y constituir esta unidad y esta fuerza de la Revolución.
La Guerra de los Diez Años, como decía
Martí, no se perdió porque el enemigo nos arrancara la espada de la mano, sino
porque dejamos caer la espada. Después
de diez años de lucha, enfrentados al imperialismo, ¡ni el imperialismo ha
podido arrebatarnos la espada ni nuestro pueblo unido dejará jamás caer la
espada! (APLAUSOS.)
Esta Revolución cuenta con el privilegio
de llevar con ella y contar como parte de ella al pueblo revolucionario, cuya
conciencia se desarrolla y cuya unidad es indestructible. Unido el pueblo revolucionario, armado de las
concepciones más revolucionarias, del patriotismo más profundo —que la
conciencia y el concepto internacionalista no excluye ni mucho menos el
concepto del patriotismo—, patriotismo revolucionario, perfectamente
conciliable con el internacionalismo revolucionario, armado con esos recursos y
con esas circunstancias favorables, será invencible.
Este aniversario llega en el momento de
mayor auge de la conciencia y del espíritu de trabajo del pueblo. Hechos como el del día 8 en que con motivo
del centenario y también como homenaje al Guerrillero Heroico (APLAUSOS
PROLONGADOS) —caído gloriosamente en
fecha que casi coincidió con el 10 de octubre—, decidido a realizar un esfuerzo
digno de esta jornada, llegó a sembrar en un solo día 1 031 caballerías de caña
(APLAUSOS).
Y sirva esto de idea acerca de lo que es
capaz un pueblo cuya inteligencia, cuya energía, cuyas fuerzas potenciales se
despliegan.
Debo decir que esta cifra realmente
rebasa las cifras más optimistas, las cifras más altas que se hubieran podido
concebir. Es necesario un pueblo de
verdad trabajando para lograr esas cosas, y es necesario un pueblo realmente
consciente e inspirado para realizar esas cosas.
Este homenaje, o este aniversario, tiene lugar en el momento de máximo auge de la Revolución en
todos los campos. Pero esto no significa
que cien años de lucha signifique, ni mucho menos, la culminación de la lucha,
el fin de la lucha. Quién sabe cuántos años
más tendremos por delante de lucha. Pero
nunca, jamás, hemos estado en mejores condiciones que hoy; nunca hemos estado
más organizados, nunca hemos estado mejor armados, no solo armados con armas,
armados con hierros, sino armados de pensamientos, armados de ideas. Nunca, jamás, hemos estado mejor armados de
ideas y de hierros, nunca hemos estado mejor organizados. Y seguiremos armándonos en ambas direcciones,
y seguiremos organizándonos, y seguiremos haciéndonos cada vez más
fuertes.
El imperialismo está ahí enfrente, en
plan y actitud insolentes, amenazantes; las fuerzas más reaccionarias levantan
cabeza, los grupos más retrógrados y agresivos se insinúan como factores
preponderantes en la política futura de ese país.
Conmemoramos este aniversario, este
centenario, estos cien años, no en beatífica paz, sino en medio de la lucha, de
amenazas y de peligros. Pero nunca como
hoy hemos estado conscientes, nunca como hoy para nosotros las cosas han sido
tan claras.
Esta generación no solo se ha de concretar
a haber culminado una etapa, a haber llegado a objetivos determinados, a poder
presentar hoy una meta cumplida, una tarea histórica realizada: una patria libre,
verdaderamente libre; una revolución victoriosa, un poder del pueblo y para el
pueblo; sino que esta Revolución tiene que defender ese poder, porque los
enemigos no se resignarán fácilmente, el imperialismo valiéndose de sus
recursos no nos dejará en paz. Y el odio
de los enemigos crece a medida que la Revolución se fortalece, a medida que sus
esfuerzos han sido inútiles.
¿A qué grados llegan? A increíbles grados en todos los
órdenes. Llegan, incluso, a
extraordinarios ridículos.
Recientemente leíamos un cable en que
hablaba de un cura español que organizaba en Miami rezos contra la Revolución;
un cura español que, según decía, rezaba para que la Revolución se destruyera,
incluso daba misas y rogativas para que los dirigentes revolucionarios nos
muriéramos en un accidente o asesinados (RISAS), como requisito para aplastar
la Revolución.
¡Cuán equivocados están si creen que la
Revolución puede ser aplastada por ningún camino! Es innecesario siquiera recalcarlo. ¡Ahora menos que nunca!
Pero llama la atención esta filosofía de
los reaccionarios, esta filosofía de los imperialistas.
Y ellos mismos decían que organizaban un
mitin contrarrevolucionario y apenas iban doscientos, organizaban un rezo
contra la Revolución e iban miles de gusanos.
Eso, desde luego, denota que a la contrarrevolución le va quedando toda
la gusanera beata y ridícula que se reúne a hacer misas. ¡Vaya espíritu religioso el de esos
creyentes! ¡Vaya espíritu religioso el
de ese cura que da misas para que asesinen o para que se muera la gente!
De verdad que si el cura nos dijera que
hay una oración para destruir a los imperialistas, ciertamente nosotros nos
negaríamos rotundamente a rezar semejantes oraciones (APLAUSOS); y si el cura
nos dijera que hay una oración para rechazar a los imperialistas si invaden
este país, nosotros le diríamos a ese cura: ¡Váyase al diablo con su oración que
nosotros nos vamos a encargar de aniquilar aquí a los invasores, a los
imperialistas, a tiro limpio y a cañonazo limpio! (APLAUSOS.)
Los vietnamitas no rezan oraciones contra
los imperialistas, ni el heroico pueblo de Corea rezó oraciones contra los
imperialistas, ni nuestros milicianos rezaron oraciones contra los mercenarios
que venían armados de calaveras, crucifijos y no sé cuántas cosas más; venían
en nombre de Dios, con cura y todo, a asesinar mujeres campesinas, a asesinar
niños y niñas, a destruir las riquezas de este país.
Y ya vemos hasta qué punto han degenerado
los reaccionarios, hasta qué punto han prostituido sus propias concepciones y
sus propias doctrinas, y a qué extremos llegan y qué clase de sentimientos son
esos. Desde luego, cosas de los aliados
de los imperialistas, cosas de la gusanera.
Pero, desde luego, no son los rezos del
cura y su muchedumbre de beatos y beatas las cosas que le preocuparían a esta
Revolución. Es el imperialismo con sus
recursos militares y técnicos. Y es
contra ese imperialismo y contra esas amenazas que nosotros debemos siempre
estar preparados y prepararnos cada vez más.
El estudio de la historia de nuestro país
no solo ilustrará nuestras conciencias, no solo iluminará nuestro pensamiento,
sino que el estudio de la historia de nuestro país ayudará a encontrar también
una fuente inagotable de heroísmo, una fuente inagotable de espíritu de
sacrificio, de espíritu de lucha y de combate.
Lo que hicieron aquellos combatientes,
casi desarmados, ha de ser siempre motivo de inspiración para los
revolucionarios de hoy; ha de ser siempre motivo de confianza en nuestro
pueblo, en su fuerza, en su capacidad de lucha, en su destino; ha de darle
seguridad a nuestro país de que nada ni nadie en este mundo podrá derrotarnos,
nada ni nadie en este mundo podrá aplastarnos, ¡y que a esta Revolución nada
podrá vencerla!
Porque este pueblo, igual que ha luchado
cien años por su destino, es capaz de luchar otros cien años por ese mismo
destino (APLAUSOS). Este pueblo lo mismo
que fue capaz de inmolarse más de una vez, será capaz de inmolarse cuantas
veces sea necesario.
Esas banderas que ondearon en Yara, en La
Demajagua, en Baire, en Baraguá, en Guáimaro; esas
banderas que presidieron el acto sublime de libertar la esclavitud; esas
banderas que han presidido la historia revolucionaria de nuestro país, no serán
jamás arriadas. Esas banderas y lo que
ellas representan serán defendidas por nuestro pueblo hasta la última gota de
su sangre (APLAUSOS).
Nuestro país sabe lo que fue ayer, lo que
es hoy y lo que será mañana. Si hace
cien años no podíamos decir que teníamos una nacionalidad cubana, un pueblo
cubano; si hace cien años éramos los últimos de este continente... Un día la prensa insolente de los
imperialistas, en vida de Martí, calificó al pueblo cubano de pueblo afeminado,
con el más increíble desprecio, argumentando entre otras cosas los años que
había padecido la dominación española, demostrando con ello una increíble
ignorancia acerca de los factores históricos y sociales que hacen a los pueblos
y de las condiciones de Cuba, y que motivaron una respuesta de Martí en
singular artículo llamado “Vindicación de Cuba” .
Bien: podían todavía en 1889 alegar esos
insultos contra la patria, ignorando sus heroísmos, su desigual y solitaria
lucha; podían decirnos que éramos los últimos.
Y es cierto y no por culpa de esta nación. No podía culparse de algo a la nación que no
existía, al pueblo que no existía como tal pueblo. Pero la nación que existe desde que surgió la
vida con la sangre de los que aquí se alzaron el 10 de Octubre de 1868, el
pueblo que se fundó en aquella tradición, el pueblo que inició su ascenso en la
historia, que inició el desarrollo de su pensamiento político y su conciencia,
que tuvo la fortuna de contar con aquellos hombres extraordinarios como
pensadores y como combatientes, ya no podrá decir hoy nadie que es el
último. Ya no somos solo el pueblo que
hace cien años abolió la esclavitud; ya no somos el último en abolir la
esclavitud, es decir, la propiedad del hombre sobre el hombre; ¡somos hoy el
primero en este continente en abolir la explotación del hombre sobre el
hombre! (APLAUSOS.)
Fuimos el último en comenzar, es cierto,
pero hemos llegado tan lejos como nadie.
Hemos erradicado el sistema capitalista de explotación; hemos convertido
al pueblo en dueño verdadero de su destino y de sus riquezas. Fuimos el último en librarnos de la colonia,
pero hemos sido los primeros en librarnos del imperio (APLAUSOS). Fuimos los últimos en librarnos de un modo de
producción esclavista; los primeros en librarnos del modo de producción
capitalista, y con el modo de producción capitalista de su podrida estructura
política e ideológica. Hemos echado
abajo las mentiras con que pretendieron engañarnos durante tantos años. Estamos reivindicando y restableciendo la
verdad de la historia. Hemos recuperado
nuestras riquezas, nuestras minas, nuestras fábricas, nuestros bosques,
nuestras montañas, nuestros ríos, nuestra tierra.
Y en esa tierra que se regó tantas veces
con sangre de patriotas, se riega hoy el sudor honesto de un pueblo; que de esa
tierra, con ese sudor de su frente, con esa tierra conquistada con la sangre de
sus hijos, sabrá ganarse honradamente el pan que nos quitaban de la mano y de
la boca (APLAUSOS).
Somos hoy la comunidad humana de este
continente que ha llegado al grado más alto de conciencia y de nivel político: ¡Somos el primer
Estado socialista! Los últimos ayer;
¡los primeros hoy en el avance hacia la sociedad comunista del futuro! (APLAUSOS), la verdadera sociedad del hombre
para el hombre, del hombre hermano del hombre.
Y ya no solo luchamos por erradicar los
vicios y las instituciones que tienen una relación negativa del hombre con los
medios de producción, sino que tratamos de llevar la conciencia del hombre a su
grado más alto. Ya no solo la lucha
contra las instituciones que esclavizaban al hombre, sino contra los egoísmos
que esclavizan todavía a muchos hombres, contra los individualismos que apartan
a algunos hombres de la fuerza de la colectividad. Es decir, ya no solo pretendemos librar al
hombre de la tiranía que las cosas ejercían sobre el hombre, sino de ideas
seculares que todavía tiranizan al hombre.
Por eso podemos afirmar que desde el 10
de Octubre de 1868 hasta hoy, 1968, el camino de nuestro pueblo ha sido un
camino interrumpido de avance, de grandes saltos, rápidos avances, nuevas
etapas de avance y nuevas etapas de avance.
Tenemos sobrados motivos para contemplar
esta historia con orgullo. Tenemos
sobrados motivos para comprender esa historia con profunda satisfacción. Nuestra historia cumple cien años. No la historia de la colonia, que tiene más;
¡la historia de la nación cubana, la historia de la patria cubana, la historia
del pueblo cubano, de su pensamiento político, de su conciencia
revolucionaria!
Largo es el trecho que hemos avanzado en
estos cien años y larga también la voluntad y la decisión de seguir adelante
ininterrumpidamente. Inconmovible el
propósito de seguir construyendo esa historia hermosa, con más confianza que
nunca, con más trabajo que nunca, con más tareas por delante que nunca: enfrentándonos al
imperialismo yanki, defendiendo la Revolución en el campo que sea necesario;
enfrentándonos al subdesarrollo para llevar adelante todas las posibilidades de
nuestra naturaleza, para desplegar plenamente todas las energías de nuestro
pueblo, todas las posibilidades de su inteligencia.
Y estas serán las tareas: defender la
Revolución frente al imperialismo, profundizar nuestras conciencias en la
marcha hacia el futuro, fortalecer nuestro pensamiento revolucionario en el
estudio de nuestra historia, ir hacia las raíces de ese pensamiento
revolucionario, y llevar adelante la batalla contra el subdesarrollo.
Alguien habló de entre ustedes ahora de
los 10 millones, y los 10 millones es prácticamente una batalla ganada de este
país (APLAUSOS); por el impulso que lleva el trabajo en nuestros campos, por el
tremendo empuje de nuestro pueblo trabajador.
Y los 10 millones forman parte de esa batalla mayor que es la batalla
contra el subdesarrollo, contra la pobreza.
Y esas son nuestras tareas del
futuro.
Muchas veces desde las tribunas de los
politiqueros hipócritas y mentirosos, ladrones contumaces, estafadores del
pueblo, que invocaban los nombres de los patriotas de la independencia, muchas
veces profanaron con solo traerlos a sus labios el nombre de Martí, de Maceo,
el nombre de Céspedes, el nombre de Agramonte, el nombre de todos los
patricios. Hipócritamente mencionaban
aquellos nombres. En el fondo lo
olvidaron todo, lo abandonaron todo.
Este país debiera tener una lápida, un
recuerdo en cada punto donde combatieron los cubanos, en cada punto donde
libraron sus batallas. No se ocuparon de
dejar un recuerdo siquiera dónde fue exactamente la batalla de Peralejo, o de
Las Guásimas, o de Palo Seco, cuáles fueron las batallas de la Invasión. Dejaron que yacieran en el olvido, llenas de
maleza o de polvo, sin un solo recuerdo.
Muchas veces los estafadores pretendieron
usar los nombres de nuestros héroes para servir a sus fines politiqueros.
Por eso hoy nosotros, los revolucionarios
de esta generación, nuestro pueblo revolucionario puede sentir esa íntima y
profunda satisfacción de estarles rindiendo a Céspedes, a los luchadores por
nuestra independencia, el único tributo, el más honesto, el más sincero, el más
profundo: ¡el tributo de un pueblo que
recogió los frutos de sus sacrificios, y al cabo de cien años les rinde este
tributo de un pueblo unido, de un poder del pueblo, de un pueblo consciente, y
de una revolución victoriosa dispuesta a seguir indoblegablemente, firmemente e
invenciblemente la marcha hacia adelante!
Gritemos hoy con legítimo derecho:
¡Que viva Cuba Libre! (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva!”)
¡Que viva el 10 de Octubre! (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva!”)
¡Que viva la Revolución victoriosa! (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva!”)
¡Que vivan los Cien Años de Lucha! (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva!”)
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)