DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO
COMUNISTA DE CUBA y PRIMER
MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN GUAYAQUIL, ECUADOR, EL 4 DE DICIEMBRE
DE 1971
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUÍGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Excelentísimo
Señor Presidente;
Señores
Ministros;
Señores
oficiales de las Fuerzas Armadas;
Señores
dirigentes de las organizaciones políticas:
Con este acto de esta madrugada —digo madrugada porque
el reloj mío está en la hora chilena todavía, y para mí es madrugada puesto que
es la hora que hemos seguido durante estos días— se termina un largo
peregrinar, un trabajo intenso, a lo largo del cual hemos tenido que conversar
y hablar muchas veces.
Nos queda todavía un largo trecho: el regreso a Lima, la toma del avión
que nos conducirá definitivamente después a Cuba, donde pensamos llegar de
día. Claro que puede decirse que estamos
un poco al cabo de nuestras fuerzas, sin dormir antes de ayer, sin dormir ayer,
y con esperanza de dormir un poco en el avión esta madrugada. Pero de todas formas debo hacer un esfuerzo
para responder las palabras del Presidente.
Quiero en primer término expresar nuestro
reconocimiento por este encuentro. El
Presidente habla de hombres valientes y nosotros debemos decir que el gesto del
gobierno, esencialmente el gesto del Presidente, de recibirnos aquí, en
Guayaquil, de trasladarse a esta ciudad, no solo ha sido un gesto honorable, un
gesto caballeroso, un gesto amistoso, sino también un gesto valiente
(APLAUSOS). Son pocos los gobiernos que
en este continente nuestro se atreven a tales gestos, como también se ha
atrevido a otros gestos en la política exterior y que han distinguido al
Ecuador —en unión de otros países latinoamericanos—, política que marcha hacia
la consolidación de su actitud soberana en el campo internacional.
El Presidente ha abordado algunos temas que nosotros
nos consideramos en el deber de abordar también, y abordarlos con la franqueza
que nos ha caracterizado siempre.
Se abordó aquí la cuestión relacionada con los
fusilamientos. Todo esto tiene una
explicación. La historia de nuestros
países la escriben en otros países. La
historia de la Revolución Cubana ha sido escrita por agencias internacionales
al servicio de los monopolios.
No tenemos ni la más remota intención de negar que en
nuestro país los tribunales revolucionarios han
fusilado. No tenemos la menor intención
siquiera de expresar el menor arrepentimiento, ni rehuir el menor átomo de
responsabilidad por lo que nuestro pueblo, en defensa de su soberanía y de su
vida, se vio en la necesidad de hacer.
Se contó la historia de los hombres que fueron pasados
por las armas. Pero no eran humildes
obreros, no eran campesinos sin tierras, no eran limosneros, no eran santos, no
eran sacerdotes, no eran hombres honrados.
Eran sencillamente asesinos, y asesinos además de la peor especie, que
en determinado momento de lucha, durante siete años de combate contra la tiranía
batistiana, cometieron las más incalificables fechorías; asesinatos en
ocasiones masivos, de 60 y 70 personas; asesinatos de hombres, de mujeres, de
niños, de madres; que quemaron decenas y decenas de miles de casas y, en
ocasiones, las quemaron con sus moradores dentro de ellas.
y no solo eso, no solo fue necesario ajustar cuentas
que demandaba el pueblo, porque nosotros dijimos siempre al pueblo: no queremos
venganza, no queremos hombres arrastrados por las calles, no queremos
desórdenes, porque los culpables de los desórdenes, los culpables de las
vindictas populares son los que preconizan el asesinato y el crimen. Y nosotros le decíamos al pueblo: Habrá justicia, por
eso no queremos venganza. Y le pedimos
al pueblo: Cuando
la Revolución triunfe, no queremos una casa saqueada, no queremos un hombre
ajusticiado por la mano popular, sin juicio, sin pruebas.
Y desde la guerra ya se establecieron las leyes
revolucionarias en virtud de las cuales serian sancionados los asesinos.
Pero se fusiló no solo a los esbirros de aquella
guerra. Nuestro país siguió en guerra durante muchos años. Nuestro país todavía está virtualmente en
guerra. Cuando triunfa la Revolución,
comenzó entonces otra forma de guerra —experiencias que ha vivido Cuba—: cientos de infiltraciones de armas y de
agentes y espías organizados, entrenados y armados por la CIA; cientos de
lanzamientos de armas en paracaídas; organización de bandas armadas
contrarrevolucionarias en todas las provincias del país; organización,
entrenamiento y planeamiento de ataques exteriores desde bases en
Centroamérica, Guatemala, Nicaragua; ataque a nuestra patria con aviones
disfrazados con las insignias cubanas, B-26 cargados de bombas que llevaban la
bandera cubana pintada en sus alas y en su cola.
Nosotros presenciamos en un momento determinado cómo
esos aviones lanzaron el ataque sobre una de nuestras bases aéreas. Y no podremos olvidar jamás las
circunstancias de Girón, cuando un batallón avanzaba por una carretera y
algunos de aquellos aviones pasaron por encima de las filas de nuestros
combatientes, incluso movieron las alas y los saludaron y recibieron el saludo
de nuestros soldados, y dieron una vuelta, y en medio de la carretera, sin
ningún lugar de protección, los ametrallaron a mansalva y los bombardearon,
costando decenas de vidas.
No podremos olvidar los casos de tiendas incendiadas,
de mujeres que se quemaron vivas en esas tiendas; de la explosión del vapor
"La Coubre" con armas que venían de
Bélgica. Porque nosotros al principio de
la Revolución intentábamos comprar algunas armas en los países occidentales,
precisamente para que no se tomara de pretexto ningún tipo de relación con
países del campo socialista para justificar las agresiones contra
nosotros. ¡Explotar un barco!
No se nos podrá olvidar aquella tarde que estando
nosotros en las oficinas del INRA (Instituto Nacional de la Reforma Agraria),
escuchamos un estremecedor estampido que hizo temblar aquel edificio, situado a
kilómetros de distancia, y vimos la columna de humo que se levantó desde el
puerto donde se estaba descargando un barco con miles de toneladas de
explosivos, que barrió literalmente a decenas de obreros y soldados de los
muelles. No podremos olvidar la segunda
explosión que barrió también con los que fueron a prestarles los primeros
auxilios.
No podremos olvidar las decenas de campesinos
asesinados por las bandas mercenarias; de estudiantes alfabetizadores
torturados y asesinados; de maestros que estaban enseñando en los campos. No podremos olvidar la cantidad de crímenes y
de fechorías que cometieron.
Recordábamos recientemente, en una exposición del
Ministerio del Interior sobre las distintas tareas realizadas por los hombres
de ese Ministerio, una explosión, por ejemplo, del armamento con que en una
ocasión se preparaba un atentado contra nosotros, una colección de armas
automáticas, bazucas, cañones sin retroceso, granadas de mano, uno de los
tantos planes de atentados organizados por la CIA. ¿De dónde hablan salido esas armas? De la base de Guantánamo, suficientes no para
matar un hombre: ¡Para
matar un elefante, a una docena de elefantes, a un centenar de elefantes!
Esas cosas naturalmente no las publican los
cables: de una base que está ubicada en
un pedazo de nuestra tierra, que por la fuerza se nos la impuso, después que
disminuyeron la independencia de nuestro país, después que le impusieron una
Enmienda Platt con derecho a intervenir.
y nuestro país no ha estado luchando contra un enemigo
pequeño: ha
estado luchando contra un enemigo poderoso, el más poderoso país imperialista
del mundo, que con toda su técnica, todo su dinero, todos sus recursos, hizo lo
indecible por aplastar nuestra Revolución, y no por nacionalizar el cobre o el
petróleo: sencillamente por hacer una
reforma agraria y porque aquellas tierras eran de empresas norteamericanas.
Ese tipo de lucha ha tenido que seguir nuestro
país. Y nosotros teníamos que defender a
nuestro pueblo, a nuestros obreros, a nuestros estudiantes, a nuestros
trabajadores, a nuestra patria contra aquel tipo de traidores, que desde el exterior,
mandados por el exterior, organizados desde el exterior, realizaban todo este
tipo de fechorías contra nuestro pueblo.
Era el más elemental deber ajustar cuentas con tales
criminales, y no hacerlo habría sido una cobardía, no hacerlo habría sido una
responsabilidad muy grande. Por eso, no
eran obreros masacrados, campesinos masacrados, como lo hemos visto tantas
veces en los pueblos. Los que contaron
tales historias de los fusilamientos, no dicen una sola palabra de las
fechorías que cometen por el mundo, de los cientos, de los cientos de miles de
toneladas de bombas lanzadas contra un pequeño pueblo como Viet Nam, de la
matanza de My Lai.
¿Qué se sabe de los cientos de miles, millones de mujeres y niños
asesinados en la guerra contra un pueblo pequeño, por el país más
industrializado del mundo, que ha lanzado sobre esa pequeña nación dos veces
más bombas que las que se lanzaron en la Segunda Guerra Mundial? ¡Ah!, de eso no habla la reacción, de eso no
hablan los fascistas, de eso no hablan los aliados del imperialismo. Y pretenden erigir en mártires prácticamente
a los canallas que contra nuestro pueblo cometieron tales fechorías.
Y por eso digo hoy que nuestro deber se cumple y se
cumplirá. Nuestro pueblo se ha defendido
con valor, con dignidad. Ha pasado
peligros muy grandes, muy grandes; no solo invasiones mercenarias, sino que en
determinado momento nuestro país estuvo amenazado por decenas de cohetes
nucleares. Y yo pregunto, ¿qué país
pequeño como el nuestro se ha visto en situación tan difícil, como la que se
vio en la Crisis de Octubre? Y nuestro
país, puedo decirlo aquí, no estaba dispuesto a ceder un ápice, no cedió un
ápice. Puedo decir más: el 26 de octubre nuestras baterías
antiaéreas abrieron fuego contra los aviones yankis que en vuelo rasante
estaban volando sobre nuestro territorio, en plena crisis. Y puedo decirles algo más, para que se tenga
una idea de la dignidad de nuestro pueblo: que no hubo un solo cubano que
vacilara, no hubo un solo cubano que temblara, porque las motivaciones de
nuestro pueblo han sido muy profundas, la defensa de su causa ha sido algo muy
sentida. Y ese pueblo tiene tal sentido
de la dignidad y de la justicia que habría estado dispuesto a morir, a desaparecer
de la faz de la Tierra. Y los pueblos
solo llegan a tales determinaciones cuando defienden realmente una causa justa,
cuando defienden realmente la patria, cuando tienen motivaciones
profundas. Ese pueblo, y con ese pueblo,
nosotros, los dirigentes, nos responsabilizamos por las medidas de justicia
revolucionaria que se han tomado, y de lo que pudiéramos lamentarnos realmente
es de que hayan quedado en el mundo tantos criminales y tantos asesinos sin
recibir la sanción ejemplar que se merecían.
Esa es nuestra posición y seguirá siendo nuestra
posición. Pero muy lejos de albergar en
el sentimiento de ese pueblo actitudes crueles.
Es preciso que se sepa que en nuestro país, enfrentándose a tales
organizaciones de la CIA, nunca se ha torturado a un hombre, ¡nunca! Pero por eso mismo se han desarrollado la
inteligencia, la capacidad y la moral de los hombres que combaten al
enemigo. Nosotros nos apoyamos en las
masas. Tenemos el pueblo unido, las
masas organizadas, y en nuestro país no se puede mover ni una hormiga
contrarrevolucionaria; y lo que hagan lo
sabemos. Y por eso siempre tenemos las
pruebas en la mano, los argumentos, las razones. Pero jamás en nuestro país se ha torturado a
un hombre. En nuestro país se aplican
las leyes acordadas por el Gobierno Revolucionario y mediante el tribunal
revolucionario, no se asesina a nadie y además no se tortura a nadie, no se
pone jamás la mano sobre un hombre.
Porque una de las cosas que aprendimos en la lucha revolucionaria a
detestar, a repudiar, fueron las torturas, las cobardías. El recuerdo de miles y miles de
revolucionarios torturados de las maneras más atroces, creó en nuestro pueblo
una conciencia tremenda contra tales actos inhumanos, contra tales actos
cobardes.
De Cuba se han dicho muchas cosas. Entre otras, el famoso problema de las
intervenciones. A nosotros nos
expulsaron del seno de la OEA sencillamente porque consideraron que el
marxismo-leninismo era incompatible con la "democracia" de este
continente: no
fue la cuestión de las supuestas intervenciones. Pero vamos a algo más, y con toda la
franqueza que nos ha caracterizado: nosotros hemos ayudado a los
revolucionarios latinoamericanos, no lo hemos negado y lo hemos dicho. Ahora bien, vamos a analizar el problema
moralmente. Estamos expulsados de la
OEA. ¿Y Estados Unidos por qué no fue
expulsado de la OEA? Estados Unidos, que
organizó en Nicaragua y Guatemala la invasión a Cuba.
Váyase a México y averígüese allí cuál ha sido nuestra
conducta con relación a ese país. Porque
cuando los demás cumplen con nosotros las normas, nosotros las cumplimos con
ellos: pero
quienes no cumplen con nosotros las normas internacionales, que no esperen que
nosotros las cumplamos con ellos. Es una
cuestión de elemental sentido de justicia y de equidad. Y lo digo aquí, como lo he dicho siempre,
porque nosotros en nuestras ideas nunca hemos andado con mentiras, ni con
fariseismos, ni con hipocresías, y la verdad siempre la hemos dicho, la verdad
siempre la hemos expuesto clara y diáfanamente.
Esa es la realidad sobre los temas que, por supuesto, se han oído
mucho.
¿Pero qué moral hay, qué fundamento legal, qué
fundamento filosófico? ¿Quiénes han
intervenido a quiénes? ¿Quiénes fueron
los cómplices de las intervenciones?
¿Quiénes llevaron a los gobiernos latinoamericanos al acto cruel y duro
de abandonar a un país pequeño solo frente al coloso del Norte? ¿Qué país de América Latina se ha visto en la
situación nuestra? Y cuando un pueblo
está dispuesto a morir, como ha estado dispuesto el cubano, ¿qué le iban a
pedir: contemplaciones,
consideraciones y respeto, para los que no tenían para nosotros la menor
contemplación, ni la menor consideración, ni el menor respeto?
Esa sencillamente ha sido la política de Cuba; la
defendemos aquí hoy, mañana y siempre, y la historia nos dará la razón. El Presidente recordaba algunos antecedentes
de las luchas por la independencia.
Recordaba las luchas de Bolívar.
Mientras él hablaba, nosotros recordábamos aquel famoso decreto de
guerra a muerte, de guerra total, que llegaba tan lejos como para decir: "Españoles,
contad con la muerte. Venezolanos,
contad con la vida aunque seáis culpable." En aquella lucha dura, a
muerte, por la independencia, los próceres llegaron mucho más lejos: llegaron
prácticamente a sancionar la nacionalidad; era una lucha a muerte.
Cuando se lea la historia de nuestra guerra, de
nuestra guerra dura y difícil, porque nosotros iniciamos una guerra con muy
pocos recursos, con muy pocos hombres: desembarcamos con 82 personas en Cuba
—hace precisamente dos días se cumplieron 15 años—; fue disuelta nuestra fuerza
original y reducida a siete hombres armados, y con aquellos hombres proseguimos
la lucha. Cuando desembarcamos, la
correlación era de 1 000 a 1 del total de las fuerzas de Batista; cuando nos
redujeron a siete hombres armados, era de 10 000 a 1. Ni siquiera aquellas circunstancias nos
desalentaron.
Pasamos por momentos muy difíciles. Poco a poco fuimos aprendiendo el arte de
luchar, de combatir, de operar en situaciones de mucha desventaja; fuimos
desarrollando fuerza, fuimos desarrollando cuadros, fuimos desarrollando la
guerra. Fue una guerra que duró 25
meses, en que se luchó incesantemente, siempre con una correlación de fuerzas
muy desfavorable.
Hubo momentos en que nuestro pequeño ejército se vio
enfrentado a una ofensiva de 10 000 hombres contra 300, correlación de fuerzas
de treinta y tantos a uno, ofensiva que terminó en desastre para el adversario,
que nos permitió a nosotros armarnos, llevar adelante la guerra, y terminarla
cuando la correlación de fuerzas era de 20 a 1 a favor del adversario.
Que se hurgue en la historia de esa guerra y se verá
si hubo un solo prisionero maltratado. Y
yo podría decir aquí, con una absoluta tranquilidad y seguridad, que la guerra
más humana que se libró jamás fue nuestra guerra: el trato más humano que se dio jamás a
ningún enemigo fue el trato que nuestro ejército naciente le dio a ese
enemigo. Y nuestro pueblo se nutrió de
esas tradiciones, se nutrió de ese espíritu de heroísmo por un lado, de ese
estilo de justicia, de valor, por otro.
Y así es como se ha ido escribiendo esa página. Y decía muy bien el Presidente: ¿Cómo se sostiene
ese país? Y hay que preguntarlo. Un país que tenia al triunfo de la Revolución
seis millones y medio de habitantes, seis millones y medio, y Estados Unidos
tenia casi 200 millones, un poderío económico ilimitado, poderío militar
ilimitado, político ilimitado, influía en nuestro país por todos los medios,
porque durante casi 50 años estuvo inculcando sus hábitos. ¿Y cómo nuestro país se ha podido defender,
cómo ha podido resistir, cómo ha podido impedir que un país más estuviera allí
como trinchera del imperialismo para cualquier agresión a otros pueblos de
América Latina?
Nuestro país ha constituido una trinchera, una defensa,
un ejemplo, un aliento. Por algo se le
ha calumniado tanto, por algo se ha mentido tanto. ¿Por quiénes y por qué medios? Por los que han mantenido este continente en
el atraso. Las trece colonias se
unieron, después ocuparon Luisiana, Florida, después
le arrebataron a México la mitad de su territorio, constituyeron una nación
poderosa, después intervinieron en cuantos países les vino en gana, tomaron el
istmo de Panamá: a Cuba le impusieron la
base de Guantánamo y le impusieron la Enmienda Platt: de América Latina se apoderaron de sus
recursos naturales, de su cobre, de su hierro, de su petróleo, de todos sus
recursos: mantuvieron a las naciones
débiles y divididas.
Nosotros creemos que esta historia, de 150 años, nos
enseña a una cosa: a
tomar conciencia de las realidades, a preguntarnos cuál será el porvenir de
mañana. Y nosotros citamos un ejemplo,
un ejemplo: Europa, la Europa de las
guerras centenarias —en ningún continente existió más matanzas entre naciones
que en Europa— y hoy Europa se une, establece vínculos económicos y busca
vínculos políticos para poder sobrevivir.
Inglaterra, la cuna de la revolución industrial, otrora poderosa Albión,
que inventó prácticamente el acero, que descubrió el uso del carbón, los altos
hornos, la maquinaria moderna que produce decenas de millones de toneladas de
acero, y ese país busca desesperadamente la unión económica con Europa y, por
consiguiente, después, los vínculos políticos para poder sobrevivir.
Ahora nosotros nos preguntamos si Cuba, Ecuador,
Chile, Perú, cualesquiera de nuestros pueblos, en las
condiciones actuales, con un abismo tecnológico que existe, con la pobreza
acumulada... ¿Cuál es el porvenir de
nuestros pueblos? ¿Qué papel jugaremos
el día de mañana en medio de las grandes comunidades humanas? Estados Unidos es una gran comunidad de más
de 200 millones de habitantes ya: Europa Occidental una gran
comunidad: URSS y el campo
socialista: China. Será un mundo de grandes comunidades. ¿Por qué, por ejemplo, esas grandes comunidades
pueden marchar? Por el esfuerzo de una
gran masa humana, porque para esas grandes colectividades humanas no hay
industria, no hay escala cuyo desafío no puedan aceptar en cualquier orden. De manera que los propios mercados internos,
las posibilidades de desarrollo son ilimitadas.
Los hombres de armas saben hoy qué son las armas
modernas, cuánto cuestan, qué complejas son.
Cualquier sistema de armamento, de tierra o de aire o de artillería
antiaérea, el armamento a reacción, los equipos todos constituidos por sistemas
de radares y sistemas electrónicos de dirección de fuego; saben que
virtualmente la guerra futura se libraría prácticamente con máquinas, sistemas
costosísimos. Sabemos en el mundo
moderno de algunas potencias que han desarrollado el arma nuclear.
Quiero que se considere cuál es la diferencia entre un
país que posee arma nuclear y el que no la posee. Y verán que es mucho más grande que aquella
diferencia que había entre los españoles que conquistaron este continente con
arcabuces y con culebrinas y con ballestas y las poblaciones aborígenes que se
defendían con palos, con piedras, con lanzas y con flechas; porque entre al
arcabuz y la flecha, entre el arcabuz y la maza, hay infinitamente menos
diferencia que la que hay entre el armamento nuclear y las armas
convencionales.
Afortunadamente hay ya una opinión mundial que pesa en
la humanidad de hoy. De lo contrario, en
Viet Nam habríamos visto posiblemente usada el arma nuclear táctica. Mas no solo la opinión mundial —porque los
agresores, los guerreristas siempre han desafiado la opinión mundial—: existe una
correlación de fuerzas en el mundo de hoy, en que tales crímenes de genocidio
no se pueden cometer tan impunemente.
Ahora nuestros pueblos, que tienen tantas cosas en
común, de idiomas; nuestros pueblos, cuyos libertadores concibieron no como un
continente balcanizado, sino como un continente unido —y fueron los sueños de
Bolívar, de San Martín, de Sucre, de O'Higgins, de Morelos, de Hidalgo, de
todos—, ¿cómo están? ¿Cómo los mantienen? No solo divididos como pueblos, sino en el
interior divididos en mil fragmentos.
¿Para qué ha servido toda esa política colonial, toda
esa política pasada? ¿Para qué han
servido todos esos anacrónicos instrumentos del Estado? ¿Para qué han servido? ¿Para qué han servido los Parlamentos? ¿Para qué han servido las supuestas
libertades burguesas de prensa?
Que, como nosotros decíamos hoy a un periodista: ¿Qué libertad es
esa? ¿Cuántas personas en el campo saben
leer y escribir? Un 50%, un 51%. ¿Y cuántas no saben? Un 49%.
¿Qué libertad de prensa tienen? Y
el otro 51% que viven en los campos, ¿qué libertad de prensa tienen?
Háblenme si se quiere de libertad de propiedad sobre
los medios masivos de divulgación, pero no de libertad de expresión de
pensamiento.
Yo decía: en nuestro pueblo, la prensa y los
medios masivos de divulgación tienen un propietario, que es el pueblo, y están
al servicio del pueblo. Esa es la
realidad de nuestra prensa hoy y el control de nuestros medios masivos de
divulgación.
Ustedes saben los crímenes que se cometen; las
películas que vienen de sociedades desarrolladas, que traen a los pueblos las
ansias de consumo, sus deformaciones, sus frustraciones: los programas muchas veces de
televisión, que se meten en cualquier hogar, a cualquier hora, sin tener en
cuenta la edad del niño o de la niña o la situación de la familia. No existen siquiera programas infantiles
porque todo está inspirado en el mercantilismo.
Han visto ustedes cuánta propaganda mercantilista para
crear en el hombre la ansiedad y la angustia del consumo —ansiedad por consumir
y angustia de no poderlo comprar—, anunciándole al pobre hombre limosnero, al
que anda descalzo, al que gana un sueldo mísero: compre un automóvil, compre esto, compre
lo otro. Y ese hombre está sometido día
y noche a todo esto.
Observen ustedes los datos sobre el promedio de vida
de nuestros pueblos, obsérvese cuántos niños mueren en el primer año de edad en
muchos pueblos de América Latina, qué tremendos porcentajes. Súmenlos y verán que en este continente
mueren en el primer año, por falta de nutrición, de asistencia médica y de
atención, más de un millón de niños, ¡más de un millón!
Y eso sí es crimen.
De eso es de lo que hay que hablar y no de la justicia revolucionaria
que pretende castigar a los que, por defender eso, asesinan y matan sin
piedad. Asesinos despiadados son los
responsables de las muertes de ese millón de niños en nuestros pueblos. Asesinos despiadados son los responsables de
las pérdidas de tantas vidas humanas.
Asesinos despiadados son los que reducen la vida del hombre a la mitad: porque cuando se
compara el promedio de vida del país desarrollado, es de 60, 70, y en los
otros, 30, 35, 40. Esos sí son
sanguinarios. Esos sí son asesinos. Esos sí son desalmados. Y no los hombres que en este mundo quieren un
poco de justicia: no los hombres que en
este mundo luchan para eso: no los
hombres que en este mundo aspiran a una humanidad mejor, aspiran a un lugar en
el mundo para nuestros pueblos, no solo como pueblos individuales, sino como
conjuntos de pueblos hermanos. Este es
el objetivo de todo revolucionario.
No sabemos si nuestra generación lo hará, pero alguna
generación tendrá que hacerlo. Alguna
generación tendrá que vivir en ese mundo.
Porque ya hoy no es un sueño. Si
en la época de Bolívar se podía decir un sueño, una aspiración, hoy hay que
decir necesidad insoslayable si queremos tener un lugar en el mundo.
La técnica moderna requiere enormes centros de
investigación, enormes recursos en todos los campos de la medicina para la
lucha contra las enfermedades y el cáncer, la lucha por la conquista del
espacio, la lucha por la conquista de los recursos naturales, y la
transformación de la naturaleza, la lucha por las tecnologías más modernas, la
lucha por nuevas fuentes de energía y el empleo de la energía nuclear en
actividades pacificas. ¿Qué lugar ocupan
nuestros pueblos y qué lugar van a ocupar en el mundo del mañana, si los
cerebros nos los roban, nos los sustraen, nos los compran y se los llevan?
Las mejores inteligencias que da este continente se
las llevan, las inteligencias en el orden técnico, en el orden científico. ¿Y cómo nos defendemos? ¿Qué sistema defienden?
En el interior de nuestros países, balcanizados con
respecto al continente y balcanizados dentro, divididos en mil fracciones,
haciendo un uso criminal de los medios masivos de divulgación, corrompiendo,
deformando, debilitando a los pueblos...
Y nosotros podemos decirles con plena autoridad
a cualquier hombre de armas, a cualquier militar, en caso de un combate, que
ellos saben que lo que decide es el hombre; que aun en condiciones difíciles,
el hombre es el que decide el combate. Y
el hombre no es un animal, es un ser moral.
Y su conducta, su altruismo, su desprendimiento, su disposición al
sacrificio, dependen de las motivaciones.
Se habla de patria, pero no es lo mismo la patria del
millonario que la del pordiosero, la del rico terrateniente que la del
campesino sin tierra, la de la señorona que tiene muchas joyas que la de la
infeliz mujer que tiene que vender su cuerpo para poder vivir.
Llegue la hora de la lucha, llegue la hora de la
defensa de la patria, búsquese un pueblo unido para defenderla, y dígasenos si
la sociedad de clases y de explotación podrá ser defendida.
Qué es lo que nos hace fuertes. Porque incluso, si los imperialistas intentan
destruirnos, dentro no pueden, porque no tienen los órganos de divulgación de
masas en manos de una oligarquía a su servicio, no tienen los instrumentos de
movilización contra la Revolución. Se
encuentran un pueblo organizado, todos los obreros una sola fuerza, todos los
estudiantes una sola fuerza, todas las mujeres una sola fuerza, todos los
campesinos una sola fuerza. Un pueblo
donde nosotros, que hemos abolido la libertad burguesa de prensa, que hemos
abolido el Parlamento, no hemos abolido en cambio los institutos armados; por
el contrario, los hemos fortalecido en las condiciones de la Revolución, como
instrumento de defensa de la patria revolucionaria, como instrumento de defensa
de la patria unida. Y nosotros hemos
desarrollado poderosas fuerzas armadas, incontables academias, incluso
universidades militares. Hemos adquirido
todas las experiencias posibles, hemos aprendido a manejar esas armas modernas,
y hemos enseñado además a todo el pueblo.
Nuestro país puede poner 600 000 hombres sobre las
armas en 24 horas, y posiblemente en menos.
El límite no está en los hombres.
El límite está en la cantidad total de armas de que disponemos. Por eso nuestro país se puede defender de una
nación tan poderosa como Estados Unidos.
Por eso Estados Unidos ha tenido que pensarlo mucho. Porque sabe, incluso, que en determinadas
direcciones principales nosotros podemos establecer correlaciones de fuerzas
formidables con relación a las divisiones acorazadas y a las tropas
aerotransportadas que pueden lanzar sobre el país. Y un país que está dispuesto a luchar y
dispuesto a morir, tiene un patriotismo elevado, una moral de combate: esa es la explicación
de por qué la Revolución subsiste en Cuba.
Esa es la explicación por la que no han podido aplastarla.
Nosotros hemos recibido una gran solidaridad
exterior. Nosotros hemos recibido el
armamento que de otra manera no hubiéramos podido comprarlo. Nosotros hemos recibido una gran ayuda
económica. Pero somos nosotros los que
defendemos nuestro país. Es esa unidad,
es esa moral de combate. Y nosotros, por
eso, estamos convencidos absolutamente de que todo lo que vemos son viejos y
anacrónicos sistemas, que mantienen a los pueblos débiles y divididos. Todos esos egoísmos, todos esos privilegios,
hacen imposible que nuestros países sean fuertes. Los hacen débiles y los hacen penetrables. Penetrables desde muchos puntos de vista: cultural,
ideológico. Los hacen débiles
militarmente. Esas son las cosas que
nosotros vemos. Esas son las cosas que
nosotros registramos.
Nuestro propósito en el día de hoy realmente estaba
muy lejos de suponer la necesidad de tener que tratar estos temas. Pero, sencillamente, la amabilidad de
ustedes, las atenciones de ustedes, el ambiente amistoso que aquí se
desarrolló, las amables palabras del Presidente, sus argumentos para explicar
los problemas de nuestro país, me movieron a profundizar en estos temas y a
pronunciar estas palabras de hombre sincero, de hombre revolucionario.
La cuestión de las relaciones para nosotros no tiene
mayor significado. Puede haber muchas
relaciones formales. Creo que hay entre
los pueblos y entre los hombres relaciones humanas, no protocolares, que pueden
tener un valor muy superior.
Ayer tuvimos nosotros ocasión de defender a este país,
no obstante las diferencias, contra imputaciones que me parecieron
injustas. Hoy he comprobado aquí la
justicia de nuestros puntos de vista.
Porque lo hemos visto en esta reunión aquí, en esta comida presidida por
el Presidente, hombre de admirable energía, hombre conocido y respetado en
nuestro país por sus actitudes, por su conducta, por su historia. Con los ministros aquí presentes, y presentes
también altos jefes de las Fuerzas Armadas, presentes representantes de las
organizaciones políticas y de masa.
Nos decía el Primer Ministro que había invitado a
todos, que no excluyó a nadie de esta reunión, para que este encuentro fuera un
encuentro de la delegación que por aquí pasaba con los representantes de una
nación. No hubo exclusión de nadie. Asistieron aquellos que se acogieron a la
invitación. No asistieron aquellos que
no quisieron acogerse. De todas maneras,
a nosotros no se nos olvidará nunca este acto de hoy, esta comida de hoy, este
ambiente de hoy y este símbolo de hoy.
¿Y saben por qué? Porque vemos
aquí también el símbolo de fuerzas que unidas —estamos seguros— podrían llevar
adelante muy lejos, pero muy lejos, a Ecuador.
Siguiendo su camino, si, su idiosincrasia, sus métodos. Pero hay algo de lo que no pueden escapar
nuestros pueblos, dos cosas:
la unión interna sobre la base de la justicia: la unión de todos nuestros pueblos en una
gran comunidad, como condición de vida del futuro.
Muchas gracias (APLAUSOS).