DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO
COMUNISTA DE CUBA Y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO
CONMEMORATIVO DEL X ANIVERSARIO DE LA CREACION DEL MININT, CELEBRADO EN EL
TEATRO DE LA CTC, EL 6 DE JUNIO DE 1971.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Compañeras y
compañeros combatientes del Ministerio del Interior:
El cúmulo de tareas y la importancia que constituyen
el contenido de trabajo del Ministerio del Interior es tal, que no resulta
fácil sintetizarlas en pocas palabras.
Nosotros queremos señalar, en primer término, que los
compañeros del Ministerio del Interior libran incesantemente, día a día, hora
por hora, minuto por minuto, una lucha incesante. La vienen librando desde hace 10 años. La vienen librando incluso desde hace más
años, cuando se constituyó el embrión de lo que más adelante sería ya el
Ministerio del Interior. Una lucha
incesante contra un enemigo que no da tregua en ningún sentido, tanto en el
campo de la actividad práctica como en la actividad ideológica: es el imperialismo, es la
contrarrevolución.
Pero los compañeros del Ministerio del Interior no
tienen tan solo esa tarea, que ha ocupado —desde luego— lo fundamental de su
energía en los primeros años de la Revolución.
Tienen además otras importantísimas tareas, como es la de luchar contra
la delincuencia y las actividades antisociales.
Esa es una lucha también sin tregua y sin descanso.
Presta otros muchos servicios adicionales, como fueron
expresados aquí en la noche de hoy, tales como el servicio de protección de
incendios, los servicios de tránsito, y en fin... Por eso decía que las actividades del
Ministerio son muy amplias y se caracterizan por ese aspecto: el de ser una lucha incesante del pasado, del
presente y del futuro.
La lucha contra la contrarrevolución, o frente a la
contrarrevolución —si es que no queremos
caer en una redundancia: dos contra—, es
una lucha que durará mucho tiempo todavía.
Y la lucha contra la delincuencia y las actividades antisociales, durará
también muchos años todavía.
Creo que todos tenemos esperanzas de que sea una lucha
que acabe algún día. Creo que todos
tenemos esperanzas de que algún día no haya contrarrevolución, y tenemos
también esperanzas de que algún día no haya delincuencia.
De todas formas, dejaríamos de ser revolucionarios si
no concibiéramos que entre los objetivos de la sociedad está, desde luego, la
desaparición de las clases y, por lo tanto, todas las manifestaciones de lucha
de clases; de que entre los objetivos de nuestra causa socialista y comunista
está también la desaparición, la erradicación del delito.
Claro está que no se deben confundir los deseos, las
aspiraciones finales de un objetivo social, con las realidades. Nadie podría predecir cuándo esa lucha
concluiría. El imperialismo existe, el
imperialismo es fuerte todavía, el imperialismo alienta la lucha
contrarrevolucionaria, alienta a los antiguos explotadores, trata de sembrar y
de divulgar y de mantener el imperio de las ideas que durante mucho tiempo
sirvieron de base ideológica a esa clase explotadora, y por lo tanto será una
lucha muy larga. Lo mismo que ocurre con
las demás actividades del Ministerio.
Por eso quiero decir que no solo ha sido necesario
luchar durante muchos años, sino que más años todavía tendremos que
luchar.
Desde luego, quedan algunas actividades. Nadie ha dicho todavía que se espera
erradicar los incendios. Parece ser que
eso pertenece al campo de la física y de la química, no propiamente a las
cuestiones sociales. Parece ser,
incluso, que será muy difícil llegar a erradicar los accidentes de tránsito. De todas maneras, los compañeros del
Ministerio del Interior no se deben sentir desanimados de pensar que al final
al Ministerio le quedará la sola tarea de luchar contra los accidentes de
tránsito y contra los incendios. De
ninguna manera. Con las realidades del
proceso social, nuevas y nuevas tareas se van desarrollando. Esto es dejando vagar un poco la imaginación
por el camino del futuro.
Pero decíamos que ustedes tenían tantas y tan diversas
actividades, que van desde esos campos:
desde el campo de la política hasta el campo de la física y de la
química.
Y esa lucha ha sido una lucha, decíamos, sin
tregua. Con razón nosotros podemos
hablar hoy de los veteranos del Ministerio del Interior, con razón podemos
conceder a varios compañeros, ya hoy día a miles de compañeros, ese diploma
distintivo de los 10 años de servicios intachables a la Revolución desde el
Ministerio del Interior, puesto que la actividad que ustedes desempeñan se
realiza incesantemente todos los días.
Pero quiero añadir algo que caracteriza la función del
combatiente del Ministerio del Interior en nuestra sociedad, que la diferencia
radicalmente de las funciones que en el pasado desempeñaban los agentes de
orden y la policía. En el pasado esas
actividades, emanadas de una situación social determinada, en que el orden
significaba el orden de los explotadores, las leyes de los explotadores, los
intereses de los explotadores, y en que las actividades de todo tipo estaban
vinculadas con la represión del pueblo, el pueblo miraba con antipatía al
policía, al agente de orden; en realidad los miraba con temor y con
desprecio. La falta absoluta de
identidad entre la función de unos y los intereses de otros producían esta
insoluble contradicción.
El pueblo, incluso, de una manera instintiva, muchas
veces prestaba colaboración a los individuos que estaban fuera de la ley; y en
ocasiones sin considerar si eran actividades corrientes, comunes, delictivas, o
eran actividades políticas. Las
funciones de los agentes del orden tenían que realizarse a través de métodos
violentos, mediante torturas, mediante confidencias, mediante colaboración
asalariada de personas que incluso se ganaban la vida brindando
información.
Con el triunfo de la Revolución se crean condiciones
enteramente nuevas, con el triunfo de la Revolución se establece una
identificación entre la policía y el pueblo, una identificación entre la
policía y las masas, una identificación de intereses tanto en lo político como
en lo social, una identidad de intereses tanto en la lucha contra el enemigo
imperialista, tanto frente a los enemigos de la Revolución ideológicamente y
prácticamente, como frente a los enemigos de la ley común, los enemigos del
orden, los enemigos de las leyes por motivaciones de cualquier tipo. Esa identificación se produce en todos los
órdenes.
Desde luego, el Estado deja de estar subordinado al
poder de una fuerza armada, el Estado deja de ser una expresión de clase
explotadora; pasa a ser la expresión de los intereses de las clases
explotadas. Y no solo la expresión de
esos intereses, sino que su fuerza ya no es la fuerza de un grupo
especializado, de una minoría armada profesional, sino que su fuerza es ya
desde ese momento la fuerza del propio pueblo, la fuerza de las propias masas
que en este caso asumen ya el poder y constituyen la mayoría que además posee
las armas.
Cuando se organizan las Milicias, cuando se organizan
los Comités de Defensa de la Revolución, cuando se organizan los estudiantes,
cuando se organizan los obreros, cuando se organizan las masas, se organizan ya
para dar la batalla; se organizan como parte del proceso, como médula del
proceso, como fuerza esencial del proceso.
Y se produce ese fenómeno que tanto trabajo les cuesta comprender a los
contrarrevolucionarios, que tanto trabajo les cuesta comprender a los
reaccionarios.
¿En qué consiste el poder de la Revolución? ¿En qué consiste la fuerza avasalladora de la
Revolución? Precisamente en esa
identificación absoluta entre los órganos de poder revolucionario y el pueblo,
entre los órganos de poder revolucionario y las masas revolucionarias. De ahí deriva la fuerza y la solidez de
nuestro Estado socialista, de ahí deriva su fortaleza, su capacidad de acción
frente al enemigo; de ahí deriva prácticamente su invencibilidad.
Hace un rato contemplábamos gráficamente los recuerdos
de las muchas actividades de estos 10 años.
Es bueno tener en cuenta cómo pese a toda la técnica,
a todos los recursos económicos y materiales de nuestros enemigos, la
contrarrevolución, cuantas veces ha intentado levantar cabeza de una forma o de
otra, ha sido aplastada. Debemos tener
presente que en los primeros años nuestros combatientes no tenían la
experiencia de ahora, nuestros combatientes no tenían la técnica de ahora,
nuestros combatientes no tenían la organización de ahora; en los primeros años
nuestras propias organizaciones de masas no tenían la experiencia de
ahora. Y sin embargo, desde el comienzo
mismo de este proceso, en cada una de las batallas la contrarrevolución ha sido
derrotada.
Y en nuestro país ha tenido lugar una verdadera lucha
de clases, porque en nuestro país se afectaron radicalmente, profundamente, los
intereses de los explotadores. Contra
nuestra Revolución luchaban resueltamente y con profundo odio nuestros
enemigos, y apoyados decididamente por el imperialismo yanki con todos sus medios,
con todos su recursos y con toda su ideología.
Son incontables las manifestaciones de esa lucha. Comenzó desde el principio mismo, casi desde
el año 1959. Comenzó con los sabotajes,
los incendios de centros comerciales, de industrias, de almacenes; comenzó
—recordamos perfectamente bien— con la explosión de La Coubre,
que ya fue una de las manifestaciones más caracterizadas de la actividad de la
CIA, porque, como ustedes saben, miles de barcos se descargaron después en este
país, con todo tipo de armas, y nunca llegó a explotar uno de estos
barcos. Sin embargo, cuando ya había
llegado aquí el tercero o el cuarto buque conduciendo armamentos para nuestro
país, procedente de puerto de un país capitalista, estalló aquí, causando la
muerte a decenas de trabajadores y de soldados rebeldes.
Incuestionablemente que fue un sabotaje bien preparado
desde el exterior. Y algún día, algún
día posiblemente se conozca, como se han llegado a conocer otras muchas cosas,
la forma en que se llevó a cabo aquel criminal sabotaje.
Continuó con todo tipo de sabotajes a la economía,
continuó con intentos de tipo terrorista, de hacer estallar bombas. Recordarán ustedes cómo surgieron los Comités
de Defensa de la Revolución a raíz precisamente de tres petardos que explotaron
en 20 minutos. Continuaron con las
conspiraciones de todo tipo, el desarrollo de toda clase de red de espionaje
sobre nuestros dispositivos de defensa y sobre nuestra economía, con la
colaboración —desde luego— de los que tenían afinidades ideológicas con ellos,
muchos de los cuales estaban ocupando distintas funciones en el Estado, porque
era el Estado que habíamos heredado virtualmente del capitalismo, con todos sus
especialistas. Y continuó con los
alzamientos, que tuvieron por escenario principal —aunque no el único— el
Escambray. Porque después continuaron
desarrollando sus actividades subversivas y de alzamiento en Pinar del Río, en
Oriente, en Camagüey, y hasta en la provincia de Matanzas y de La Habana
llegaron a organizar bandas de contrarrevolucionarios. En cierto momento estaban prácticamente en
toda la isla. Y el número no era
reducido: en el Escambray llegaron a
tener más de 1 000 bandidos alzados.
Recordarán ustedes cómo casi todas las noches llegaban
aviones conduciendo cargamentos de armas en paracaídas; recordarán ustedes las
decenas de veces en que por nuestras costas intentaron hacerles llegar
explosivos de los más modernos, y trataron de hacerles llegar todo tipo de
armamento. Los enterramientos de armas,
los desembarcos de armas eran cosas de todos los días en nuestro país durante
aquellos años.
Unido a eso, sinnúmero de planes de atentados
constantemente: atentados contra los
dirigentes de la Revolución, conjuras, planes... En fin, eran tantos que realmente habría que
admirarse —¿cómo se explica?— que los dirigentes de la Revolución estén
vivos. Yo diría que se explica, en
primer lugar, por el trabajo tenaz, inteligente, valiente y capaz de los
combatientes del Ministerio del Interior (APLAUSOS).
De una manera o de otra, con protestas y sin
protestas, los compañeros del Ministerio del Interior protegieron las vidas de
los dirigentes de la Revolución, y virtualmente no sufrieron en ese campo una
sola derrota, a pesar —repito— de que todo ocurrió en medio del aprendizaje. Porque los guerrilleros no teníamos ningún
tipo de experiencia sobre estas cuestiones.
Los guerrilleros no conocíamos estas técnicas de la seguridad, de la
inteligencia y de la contrainteligencia.
Todo ese arte se fue desarrollando en medio de la lucha. Pero debemos decir que ha operado con
admirable eficacia.
También en los primeros tiempos la lucha contra los
bandidos del Escambray y las bandas de mercenarios se desarrollaba en una lucha
frontal, agresiva por parte de los revolucionarios, pero que también se trataba
de un campo nuevo.
Los guerrilleros conocían su oficio y sus tareas como
combatientes, libraban una guerra agresiva.
Porque puede decirse que una característica esencial de nuestro Ejército
Rebelde fue que nunca dio tregua, que nunca cesó de combatir. Es decir, estaba incesantemente al acecho de
la menor oportunidad de atacar al enemigo, de causarle bajas, de quitarle
armas, de acosarlo. Y esa fue una
característica esencial de nuestras guerrillas:
¡La agresividad que se manifestó a lo largo de toda la guerra en cientos
y cientos de combates!, pequeños combates y combates de más envergadura y
combates ya de mayor trascendencia a medida que se desarrollaba nuestra
fuerza.
Las bandas mercenarias estaban imbuidas de una mentalidad
de espera, imbuidas de una mentalidad de supervivencia. No de atacar, no de desarrollar una guerra
con el objetivo de destruir nuestras fuerzas, sino fundamentalmente esperando
siempre el momento en que se produjera una invasión, y que con la participación
de Estados Unidos se resolvería la cuestión.
Y por lo tanto, su mentalidad era de cometer fechorías, cometer
asesinatos de campesinos honrados, asesinatos de maestros, asesinatos de
estudiantes, asesinatos de alfabetizadores.
Todos recordamos todavía con profunda indignación aquel día triste en
que llegó la noticia del asesinato de Manuel Ascunce,
después de habérsele agujereado a punzonazos, junto
con un padre de familia, campesino del Escambray. Meses atrás habían asesinado a Conrado
Benítez. Y hechos de ese tipo se
produjeron decenas y decenas.
Su actividad fundamental era sembrar el terror, matar,
asesinar. No combatir. De manera que desarrollaron incluso técnicas,
y posiblemente recibieron instrucción en técnicas para escabullirse y para
sobrevivir, que como tales técnicas eran bastante desarrolladas y de alguna
eficiencia. En determinado momento se
convirtieron en topos: cavaban túneles,
huecos, se metían por todas partes, en los lugares más inverosímiles, en los
lugares más increíbles. Siempre evitando
el combate, combate que, desde luego, se producía cuando estaban ya cercados y
cuando sabían que el peso de la ley caería inflexible sobre ellos. Porque la Revolución no quiso jamás darle
tregua —e hizo muy bien— a las bandas mercenarias. Nunca se lanzó una proclamita
diciéndoles: “Ríndanse”. Nunca se lanzó una proclamita ofreciéndoles
los beneficios si deponían las armas.
No. Nosotros sabíamos que ese mal
tenía raíces profundas; nosotros sabíamos que ese mal tenía nada menos que por
raíces el imperio yanki. Y esas raíces
eran muy profundas. Era necesario que
nosotros —no importa cuánto trabajo pasáramos— extirpáramos de raíz aquella
manifestación tan socorrida de contrarrevolución.
Había, además, el hecho de que la Revolución había
demostrado una verdad. ¿Qué verdad había
demostrado la Revolución? Que el pueblo
podía luchar, que los revolucionarios podían luchar contra los ejércitos
profesionales. La Revolución dio un
mentís rotundo a aquel apotegma fascista que estaba tan en boga de que se podía
hacer una revolución con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el
ejército. Y nuestra Revolución se hizo
contra aquel ejército profesional, contra aquel ejército que estaba al servicio
de los explotadores. Nuestra Revolución
se desarrolló desde un pequeño núcleo, prácticamente insignificante en número y
en armas; y progresivamente se desarrolló, demolió e hizo trizas aquel
apotegma. Y demostró que sí podía
lucharse contra un ejército profesional al servicio de los explotadores. Y demostró que sí podía lucharse contra un
ejército cuando se enarbolaba la bandera de la causa popular, cuando se
representaba los intereses de las masas, cuando se luchaba con las masas y
contra los explotadores.
Pero aquel hecho histórico, aquella demostración
palmaria de que los revolucionarios podían luchar contra ese ejército,
estableciéndose una verdad, tuvo también su contrapartida: la creencia por parte de los
contrarrevolucionarios y de los imperialistas de que se podía luchar contra un
ejército del pueblo, contra un ejército revolucionario. Y por eso se dieron con entusiasmo a la tarea
de organizar no un pequeño núcleo, sino que trataron de organizar cientos de
bandas, de armar miles de hombres; y creían que serían invulnerables. Y repito que aunque desarrollaron técnicas
bastante avanzadas, aunque estaban imbuidos de una mentalidad de supervivencia
y de evasivas, sin embargo fueron derrotados, fueron liquidados.
Y la Revolución tuvo que establecer la segunda
verdad. Había establecido la primera, de
que el pueblo, los revolucionarios, podían hacer la Revolución contra un
ejército, y ahora nos correspondió establecer la segunda verdad: que no se puede hacer guerrillas, que no se
puede hacer una contrarrevolución, es decir, que no se puede llevar adelante
una lucha armada victoriosa contra un ejército popular, contra el pueblo.
Aquella lucha costó cientos de millones de pesos,
costó también cientos de vidas; costó incluso más vidas que lo que costó la
batalla de Girón, porque día a día, mes tras mes, año tras año, se mantuvo la
lucha. A veces llegaban a ser reducidos
a pequeños núcleos, y después volvían otra vez a tratar de levantar
cabeza.
Y en aquella lucha frente a los enemigos, los
combatientes del Ministerio del Interior jugaron un rol decisivo. Para llegar a exterminar hasta la última
banda, para llegar a capturar hasta el último bandido, fue necesaria la tarea
eficiente de los compañeros del Ministerio del Interior, que realizaron su
trabajo concienzudamente.
Son conocidas ya las anécdotas y las historias de
héroes extraordinarios, muchos de los cuales dieron sus vidas. Incluso combatientes que durante años
permanecieron en el anonimato; héroes anónimos cuya verdadera identidad no
podía ser divulgada, y que arrastraron ese papel, doblemente heroico, de dar su
vida por la Revolución, pero a la vez dar su vida por la Revolución sin que el
pueblo siquiera supiera que quien moría allí no era un mercenario sino un
revolucionario (APLAUSOS) .
No se pueden encontrar ejemplos de mayor
abnegación. Es difícil encontrar méritos
tan relevantes. Recordamos cómo era la
lucha contra la tiranía; recordamos cómo luchaban y cómo morían los
revolucionarios. Pero siempre, cada vez
que un revolucionario caía, le quedaba a sus compañeros, a sus familiares, a
todo el pueblo, la bandera. Siempre
fueron admirados por su conducta los combatientes clandestinos que daban su
vida; ahora ni siquiera eso: ahora se
corrían los riesgos —riesgos
graves—, se iba a la muerte, y sin embargo ni siquiera quedaba aquello de que
ante la opinión, ante todo el pueblo, se supiera qué papel se desempeñaba.
Nosotros creemos que eso da la medida del verdadero
revolucionario: el que lucha por una
causa, el que es capaz de hacerlo tan desinteresadamente que ni siquiera los
honores o las glorias le preocupan a la hora de cumplir el deber.
Así, innumerables compañeros trabajaron, lucharon, se
sacrificaron e hicieron posible capturar hasta la última banda, capturar hasta
el último bandido. Y consta en los
archivos el día y hora exactas en que el último bandido fue capturado
(APLAUSOS).
Algunos de aquellos combatientes tienen en su haber el
mérito de haber hecho posible la captura de series completas de bandas sin que
se disparara un solo tiro. Durante años
se mantuvo el secreto, lógicamente, porque eran especies de técnicas operativas
que había que mantener en reserva.
Ya las posibilidades de que florezcan las bandas lucen
muy remotas.
Cuando con posterioridad se organizaron en todo el
país las Milicias Campesinas en nuestros campos y montañas, ya sí que era
prácticamente imposible que se moviera por esos lares una hormiga
contrarrevolucionaria. Está virtualmente
probado que es imposible escapar a la acción de esa masa organizada que son
nuestras Milicias Campesinas. Y cuando
se han producido en años sucesivos intentos de filtración —como los de Baracoa
y otros— nuestras unidades del ejército con las unidades del Ministerio del
Interior y las Milicias Campesinas han dado rápidamente cuenta de los aventureros,
de los que por algún momento creyeron en la posibilidad real de vulnerar la
invencible resistencia de nuestro pueblo frente a esas actividades.
Todos hemos visto en estos años numerosos ejemplos,
hasta en comparecencias televisadas y de todo tipo, haciendo las historias, de
lo que se imaginaron, de lo que creían y de lo que les pasó. Y desde luego, ya últimamente no hay
televisión: ya últimamente las cuentas
las tienen que ajustar allí sin otra alternativa. Y las comparecencias son delante de los
Tribunales Revolucionarios (APLAUSOS).
Esa identificación de los órganos de poder: de nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias y
nuestro Ministerio del Interior con el resto del pueblo, organizado en sus
organismos de masas, crea esa fuerza indestructible, crea esa fuerza
invencible. De ahí emana el poder de la
Revolución. Esa es la esencia de las
victorias de la Revolución.
Naturalmente que las actividades
contrarrevolucionarias continuaron de una forma y de otra, y continuarán. Son derrotados de una forma y desarrollan
otras formas de lucha, y las desarrollan desde luego cada vez más cuidadosas,
cada vez más sutiles. Siempre que pueden
hacer un sabotaje, lo hacen; siempre que pueden quemar algo, lo queman; siempre
que pueden brindar una información al enemigo, la brindan.
¿Y cuantos espías tenía el enemigo? Cientos de espías. Lo mismo que la Revolución tiene sus aliados,
y tiene por aliados las clases explotadas, el imperialismo tiene por aliados
las clases explotadoras. Y en las filas
de los explotadores tenía sus aliados, tenía sus informantes. Y nadie se llame a engaño: una revolución verdadera es una lucha de
clases profunda, y las luchas de clases tienen sus leyes, leyes históricas, y
el comportamiento de cada clase social tiene sus leyes. Excepciones hay, pero individuales. Las excepciones son individuales: de los hombres que proveniendo
de una clase por ejemplo burguesa pueden apoyar la causa de la Revolución, como
los hay también que procediendo de las propias filas de los explotados pueden
venderse a los explotadores y pueden enarbolar las armas de los
explotadores.
Pero desde luego, el imperialismo ha contado con la
colaboración durante todos estos años.
Desde luego, el imperialismo se llevó a muchos de sus aliados. Durante un tiempo siguió aquella política de
abrir las puertas con determinadas intenciones propagandísticas y determinados
objetivos reales. Pero, todo tiene su
pro y tiene su contra. De todas formas,
se llevaron a muchos de esos aliados que cruzaron los mares y están allá ahora
muchos de ellos haciendo de las suyas.
Pero podía contar con espías en todas partes, con
informantes en todas partes. No son
fantasías. ¡No! Si cualquier cosa se movía y un gusano la
presenciaba no perdía tiempo inmediatamente en tratar de comunicar que vio algo
que se movía por una carretera. Y si
veía un camión cargado de bolos, de pinos, de cedros, de caoba, con una lona
arriba, no tardaba nada en empezar a escribir inmediatamente de una forma o de
otra para decir que había visto un camión cargado de cohetes estratégicos,
etcétera, etcétera. De manera que por
dondequiera que se movía algo, los imperialistas contaban con la colaboración
lógica, natural y espontánea de la gusanera contrarrevolucionaria, que desde
luego han estado en una lucha a muerte y han estado claros, han estado
claros: han comprendido esta batalla
histórica, y han estado siempre tratando de ver qué daño le hacen a la
Revolución, qué información brindan, qué hacen.
Y eso ha sido así.
Pues —decíamos— esta Revolución era una lucha dura,
una lucha de clases, una lucha profunda.
No era ningún juego. No hemos
estado viviendo ningún juego. Hemos
estado viviendo una dramática realidad.
Y decíamos que continuarían de una forma o de otra,
más sutiles y menos sutiles, las actividades del enemigo en todos los
campos: en el campo de la práctica y en
el campo ideológico. Siempre estarán
tratando de aprovechar el menor error, el menor descuido, la menor falla de la
Revolución para convertirla en arma contra la Revolución. Siempre estarán atentos, siempre estarán
alertas. Y en el campo ideológico,
también. Esa trinchera ellos no la han
abandonado ni la abandonarán, y usan todos los medios. En esta lucha, tanto nacional como
internacional, el imperialismo usa todos los medios, todas las armas en la
batalla ideológica.
Y, desde luego, todos recordaremos cómo al principio
de la Revolución la contrarrevolución adoptaba abiertamente las formas
ideológicas burguesas: sencillamente
combatían al socialismo, combatían al comunismo desde posiciones antisocialistas, desde posiciones anticomunistas, desde
posiciones liberales, desde posiciones burguesas. Pero las ideas liberales y burguesas han
quedado tan desprestigiadas que ya ningún contrarrevolucionario usa los argumentos
del liberalismo de la burguesía para combatir ideológicamente a la Revolución,
sino que la modalidad es combatir a la Revolución desde posiciones comunistas,
desde posiciones socialistas, desde posiciones marxistas, desde posiciones de
izquierda. Ya no es el argumento
liberal, ya no es el argumento burgués.
Eso está demasiado desacreditado, eso está demasiado desprestigiado ante
las masas, y por eso las modalidades que adoptan incluso son esas.
Internacionalmente, por ejemplo, se ve claro, y también
no faltarán en el orden nacional, aunque nosotros tenemos unas masas bien
educadas políticamente —es decir, que han avanzado mucho políticamente—,
alertas y, desde luego, ninguna modalidad de esa índole podrá prosperar. Pero lo decimos para expresar cómo van
cambiando los mecanismos, los métodos, los medios de lucha frente a la
Revolución. Y esa lucha, repetimos, será
una lucha larga.
Pero esencialmente podemos decir, podemos afirmar con
absoluta seguridad que frente a los reaccionarios, que frente a los
imperialistas y sus agentes mercenarios, nuestros combatientes del Ministerio
del Interior han rendido una formidable labor, han trabajado con elocuente y
admirable eficacia, han derrotado al enemigo en todos los frentes, han
proporcionado al enemigo incontables derrotas y han escrito brillantes páginas
en todos los órdenes; brillantes páginas en la lucha, en el combate, en el
peligro, frente a la muerte, y han escrito brillantes páginas de la
inteligencia, del trabajo abnegado, del trabajo técnico, es decir, que han sido
victorias del valor y victorias de la inteligencia. Y el mérito que tienen esas victorias es que,
como es sabido, nuestros combatientes se
ciñen a las mejores tradiciones de los combatientes de la Sierra Maestra y
siempre mantienen enarbolados esos principios éticos, esos principios
revolucionarios.
En ningún caso, jamás, ¡jamás!, nuestros combatientes
revolucionarios acudieron a la violencia física; jamás nuestros combatientes
revolucionarios acudieron a la tortura.
Ningún ejército fue más generoso, ningún ejército fue más cuidadoso,
posiblemente, que lo que lo fue nuestro Ejército Rebelde en el tratamiento a
los prisioneros, en los interrogatorios.
Y aquel principio no tuvo nunca una sola excepción. Esa tradición la heredaron nuestros
combatientes revolucionarios, nuestros combatientes del Ministerio del
Interior, esa honrosa y noble tradición de no acudir a la violencia física
jamás, de no acudir a la tortura jamás.
Y podemos así proclamar a plena voz que las victorias frente al enemigo
han sido victorias de la inteligencia, victorias de la capacidad política,
victorias de la capacidad moral de nuestros combatientes. A su lado ha estado presente siempre la
razón, a su lado ha estado presente siempre el valor, a su lado ha estado
presente siempre la moral. Por esa
moral, por esa presencia permanente de la razón y de la moral, nuestros
combatientes han logrado éxitos sensacionales en las investigaciones y en los
procesos frente a elementos que nunca han tenido la moral junto a ellos, que
nunca han tenido la razón junto a ellos, que nunca han tenido aliento
espiritual sólido junto a ellos y que virtualmente se derrumban ante las
pruebas, ante los argumentos y ante las verdades.
Por eso un día como hoy nosotros queremos expresar aquí
nuestro repudio y nuestra indignación al grupo de miserables que
internacionalmente pretendieron hacer creer que una declaración autocrítica de
un escritor que mantenía posiciones contrarrevolucionarias haya sido resultado
de torturas físicas.
Muchas imputaciones calumniosas se le han hecho a esta
Revolución, las ha hecho el enemigo imperialista, pero hay verdades tan claras,
tan universalmente reconocidas que nosotros consideramos uno de los actos de
mayor bajeza, una de las calumnias mas infames que se hayan hecho contra la
Revolución, la afirmación de que un solo ciudadano de este país haya podido ser
víctima de torturas físicas.
De algo tiene que valer la historia de esta
Revolución, de algo tiene que valer la tradición de nuestro Ejército Rebelde,
de algo tiene que valer la conducta noble, ejemplar e intachable con que
nuestros combatientes han librado esta lucha brutal, ¡sí!, brutal por parte del enemigo (APLAUSOS); lucha brutal en que el
enemigo imperialista utilizó todas las armas habidas y por haber contra la
Revolución.
Por ahí, no hace mucho incluso se publicaron las
informaciones brindadas por agentes de la CIA, que siguiendo instrucciones del
gobierno de Estados Unidos organizaron directamente atentados contra
nosotros. Declaraciones prácticamente
oficiales, admitidas.
Todas las armas se usaron.
Recordábamos hace unos momentos el asesinato a punzonazos, y después por ahorcamiento, de Ascunce.
Recordábamos la explosión de la Coubre. ¿Cuántas cosas no puede recordar la
Revolución de las armas empleadas contra nosotros por los enemigos? Y, sin embargo, la Revolución siempre fue
fiel a sus normas, a su ética.
¡No!
Precisamente la inteligencia se desarrolló en nuestros combatientes en
la medida en que no acudían al recurso fácil de hacer hablar a un tipo de todas
maneras. Eso no habría facilitado el
desarrollo de combatientes revolucionarios capaces.
Y en la misma medida en que siguieron una ética, en la
misma medida en que siguieron reglas ejemplares, se desarrolló la capacidad, la
inteligencia, la competencia de nuestros combatientes, con la cual han
propinado al enemigo tantas y tantas derrotas.
¡Y las que faltan!
Por eso, no podrá perdonar jamás esta Revolución a los
miserables que hayan siquiera insinuado que nuestra Revolución podía acudir a
procedimientos de torturas físicas para obtener ningún objetivo.
Creemos que es justo que un día como hoy esto se diga
con toda claridad. Porque tienen que
doler necesariamente, nos tienen que doler, como revolucionarios, semejantes infamias. Desde luego, nadie se imagine que se pueda
confundir la actuación conforme a normas éticas, la actuación acorde a normas
revolucionarias, con debilidad de ninguna índole. La Revolución actúa conforme a normas éticas,
pero no conoce debilidades de ninguna clase.
Y la Revolución ha tenido, tiene y tendrá siempre el valor de saber
afrontar sus responsabilidades (APLAUSOS).
¡La Revolución nunca ha asesinado a nadie! ¡No!
¡Ni jamás acudirá a semejantes procedimientos! Tamaña hipocresía nunca podrá ser atributo de
una Revolución. Como aquellos métodos de
las sociedades explotadoras, en donde sus leyes aparecían muy benignas, muy
buenas, no existía siquiera la pena de muerte, pero los jóvenes aparecían por
decenas en los campos, en las carreteras, en los barrios apartados,
asesinados. Recordamos aquella increíble
cobardía.
La Revolución tiene sus leyes severas. No se anda con hipocresías de ninguna clase y
proclama valientemente sus medidas y sus responsabilidades. Existen los tribunales, y los tribunales son
los que juzgan, y son los que sancionan.
Y cuando es necesario, sancionan con las penas más severas. ¡Pero sin hipocresías de ninguna clase, sin
mentiras de ninguna clase, sin cobardías de ninguna clase! (APLAUSOS)
De modo que el frente de la lucha antimperialista, de
la lucha contra las actividades de los enemigos políticos de la Revolución es
sólido y es fuerte. Y la guardia se
mantendrá siempre levantada, y las pupilas estarán siempre alertas, conscientes
de que la guardia no puede bajarse nunca, conscientes de que la lucha frente a
la contrarrevolución será una lucha larga, de muchos años.
Pero tenemos también las otras obligaciones del
Ministerio del Interior, las otras actividades a que hacíamos referencia, los
otros servicios que presta al país: la
lucha frente a los vicios, a las lacras, la lucha frente a la delincuencia
común, la lucha frente a las violaciones de la ley, la lucha frente a las
violaciones del tránsito, la lucha por la protección de la propiedad
socialista, de los intereses de los ciudadanos, de la tranquilidad y de la paz
de los ciudadanos, la lucha por la seguridad de nuestros ciudadanos. Ese es otro campo en que desenvuelve su
actividad el Ministerio, y en el cual nos queda un largo camino por
recorrer.
En estos primeros años, la atención de las cuestiones
y de las actividades contrarrevolucionarias ocupó el peso principal de la
atención, ocupó el peso principal del esfuerzo.
No quiere decirse que se descuidaran las otras actividades, pero
incuestionablemente que las actividades contrarrevolucionarias ocuparon el peso
principal de la atención y del esfuerzo.
En los años venideros, junto con la lucha frente a la
contrarrevolución, debe ocupar un lugar fundamental, un lugar igualmente
importante, un lugar igualmente decisivo, la lucha frente al delito común, la
lucha frente a las actividades antisociales.
Y que, como les decíamos anteriormente, ocupará también durante mucho
tiempo nuestro esfuerzo.
Hay una serie de actividades que pertenecen
prácticamente al pasado. Digamos que,
por ejemplo, el juego era en nuestro país una actividad legalizada y
compartida: el juego legal y el
ilegal. El legal, por las leyes que lo
permitían; el ilegal, por la tolerancia de los que teóricamente estaban
llamados a hacer prevalecer la ley.
En nuestro país, como en todas las sociedades
capitalistas, la prostitución era también una venerable institución;
institución inseparable de la sociedad de explotadores. Y aquella actividad pues también estaba legalizada
o tolerada. Y esa actividad ni es
legalizada ni tolerada, y esa institución fue virtualmente erradicada de
nuestro país.
El tráfico de drogas también era una actividad muy
común y muy corriente, importada y de producción nacional.
No quiere decir erradicación que no puedan surgir y no
surjan efectivamente algunas manifestaciones individuales de prostitución, de
proxenetismo, de juego, de tráfico de drogas, en mínima escala; es decir que
esas manifestaciones de delito pueden individualmente surgir, aisladamente surgir
o resurgir, pero que desde luego, como tales instituciones, han sido
erradicadas.
Debemos, sin embargo, estar alerta. Y no debemos creernos que simplemente porque
sea justísima la política de la Revolución en este campo, que sea humanísima la
política de la Revolución, ya por esas solas razones de orden moral, y puesto
que no hay legalidad ni hay tolerancia para ninguna de esas actividades, ya de
por sí dejarán de existir ciento por ciento.
Desgraciadamente todavía algunas de esas actividades bochornosas de una
forma o de otra podrán manifestarse.
Subsisten y subsistirán durante muchos años una serie
de actividades delictivas, de viejas actividades delictivas: el homicidio, el asesinato, las violaciones;
es decir, delitos contra las personas.
Subsisten y subsistirán durante mucho tiempo delitos contra la
propiedad, que en este caso es la propiedad del trabajador, la propiedad de
todo el pueblo, puesto que ya hoy cualquier atentado a la propiedad es a la
propiedad de gente que trabaja, que suda su camisa, o contra la propiedad de
todo el pueblo. Manifestaciones de ese
tipo subsisten y subsistirán.
Algunas actividades que no eran delito en el
capitalismo, por ejemplo la vagancia —puesto que la clase explotadora era por
definición la expresión de la vagancia social—, sin embargo en nuestra sociedad
se convierten en una manifestación antisocial y delictiva que atentan contra
los intereses de la colectividad. Son
manifestaciones nuevas de delito.
Existe todavía desgraciadamente la delincuencia juvenil,
o los menores delincuentes, delitos cometidos por jóvenes en minoría de
edad. Hay todavía incluso una serie de
conceptos que corresponden a otras épocas y a otros tiempos, en materia de
definiciones de delitos, que no se ajustan a nuestras realidades de hoy; hay
leyes que tienen más de un siglo de existencia, que regulan otras sociedades,
que regulan otros mundos; hay procedimientos adaptados a otras circunstancias y
hay, además, los nuevos procedimientos.
Una mescolanza de jurisdicciones, de procedimientos, de leyes diversas
que tratan todas estas cuestiones.
En nuestro país era hora de tratar de dar un
ordenamiento a todo el conjunto de leyes que tratan estas cuestiones del delito
común y de las actividades antisociales y también a los procedimientos para
investigar y juzgar esas actividades.
Desde hace muchos meses se viene trabajando por
determinadas comisiones en la elaboración de esas leyes. Desde luego que esas leyes todavía no están
completamente elaboradas; eso lleva tiempo.
Quizás una de las cosas más difíciles de cualquier sociedad es
legislar.
Se habla del Código Napoleónico, del Derecho Civil
Napoleónico. Es famosa todavía Roma por
sus viejas leyes, que dicen que eran las manifestaciones de la sabiduría de
aquella sociedad; sociedad, por supuesto, clasista, sociedad de esclavistas y
esclavos, sociedad de clases, y que regulaba las relaciones de aquella sociedad
de clases.
A lo largo de la historia se han considerado siempre
las expresiones jurídicas de las sociedades como uno de sus frutos más
difíciles y más complejos. De manera que
nadie podrá pretender legislar fácilmente sobre estas complejas materias.
Un código no se hace de la noche a la mañana. Lleva días, lleva meses y lleva años de
trabajo. Pero sin duda que todas las
leyes nuestras deberán ser compendiadas en nuevas legislaciones, los
procedimientos deberán ser unificados, las jurisdicciones deberán ser
unificadas. Es una tarea que corresponde
a la Revolución en este campo, en estos momentos.
Hay actividades que no están definidas como delitos,
hay delitos que no están suficientemente sancionados; hay cosas que tienen hoy
una gravedad mayor por los intereses que afectan, hay cosas que irritan
justificadamente al pueblo. Los delitos
contra la propiedad, los hurtos, los robos a las personas, a las
viviendas: esas manifestaciones atentan
directamente contra los intereses de la población.
y de ahí que en nuestra sociedad no se produzca ningún
género de identificación con el delincuente.
En nuestra sociedad se produce precisamente lo contrario: la identificación con los representantes de
la autoridad, la identificación con la policía.
Sí de algo se queja la ciudadanía no es como
antes: el policía abusador, el policía
corrompido, el policía de la “mordida”, el policía del soborno, el policía en
la vidriera de la esquina, el policía cobrando una gabela a los jugadores, el
policía en la zona de tolerancia cobrando un impuesto particular allí, que
tenía que compartir con sus jefes y superiores.
Aquella sociedad de comercio, inmoral y corrompida,
conoció todas aquellas manifestaciones.
Nuestra policía es la antítesis de aquello, nuestra
policía es el polo opuesto: es el
policía respetuoso, considerado, honesto.
Y la ciudadanía ve eso, comprende eso, se identifica totalmente con
eso.
Muchas veces vemos la protesta de la ciudadanía porque
considera que se debe ser más drástico, más duro. La ciudadanía hoy se indigna cuando cualquier
lumpen, cualquier delincuente le falta el respeto al policía, cuando insulta al
policía, cuando pretende “valientemente” —entre comillas— agredir al
policía. No es el policía que golpea, no
es el policía que abusa, no es el hombre que anda haciendo un uso excesivo de
su autoridad. ¡No!
Nuestros trabajadores y sus familiares, ¿qué pretenden,
qué aspiran de nuestra policía? Aspiran
a que les protejan sus intereses, sus bienes, sus familiares, sus hijos, contra
todas las amenazas que en ese sentido los puedan acechar.
De manera que la actitud de nuestra ciudadanía es
firme, es dura, es exigente: ¡Demanda la
más enérgica acción frente a las actividades delictivas y frente a las
conductas antisociales! (APLAUSOS)
¿Qué mérito puede tener hoy insultar a un
policía? ¿Y qué ocurre cuando algún
delincuente insolente insulta a un policía?
¡La indignación de la ciudadanía, la repulsa de la ciudadanía!
¿Qué mérito puede tener nadie hoy en levantar la voz,
en insultar a un policía? ¿A quién
insulta? ¿Al funcionario corrompido, al
funcionario venal? ¡No! Nosotros podemos decir que podrá haber
policía en otros países tan honrada como nuestra policía, pero que no podrá
haber en ninguna parte un personal más honesto que el personal que integra a
nuestros funcionarios de orden público (APLAUSOS).
Compañeros modestos, humildes, honrados a carta cabal,
con plena conciencia política de sus funciones y de sus trabajos, plenamente
identificados con el pueblo, es el tipo de agente de orden público, es el tipo
de policía que aspiraba nuestra Revolución, y es el tipo de policía que tendrá
siempre nuestra Revolución.
A nosotros nos enorgullece poder decir esto, poder
proclamar esto. A nosotros nos
enorgullece que nuestra Revolución haya desarrollado este tipo de combatientes,
este tipo de trabajadores, este tipo de servidores del pueblo.
De manera que tenemos la base humana óptima y la base
social óptima para cumplir esa función importantísima de proteger a los
trabajadores cubanos y a sus familiares de los inconvenientes, los daños, las
molestias y las consecuencias a veces muy duras de la delincuencia y de las
actividades antisociales.
Desde luego que ello implica —como decíamos
anteriormente— un trabajo de orden legal, ¡un serio trabajo de orden
legal: Decíamos que ese trabajo va a
llevar un poco más de tiempo. Pero se
impone en los próximos meses establecer algunas medidas legales, a fin de no
tener que esperar que ya estén hechas todas las leyes sobre cada una de las
materias, y poder disponer de los elementos jurídicos para abordar aquellas
cuestiones que son más candentes, aquellas cuestiones que son más
urgentes.
De manera que hay que hacer un trabajo de orden legal,
y se ha acordado llevar a cabo ese trabajo de orden legal con el objeto de
disponer de los medios y de los procedimientos para abordar con energía y
combatir con energía toda una serie de actividades que resultan irritantes para
nuestra población. Algunas medidas
transitorias en espera de que las legislaciones más elaboradas sean
establecidas.
Será igualmente necesario —decíamos— unificar las
jurisdicciones, definir, reglamentar, de manera que se sepa qué actividades,
qué delitos le corresponden a cada uno de los órganos del Poder Judicial.
Será necesario realizar una labor educativa,
informativa amplia, a fin de adquirir el máximo de eficacia en la lucha contra
el delito.
Desde luego, hay un principio revolucionario
fundamental: que la lucha contra el
delito en nuestra sociedad no es, ni mucho menos, función o tarea exclusiva de
los funcionarios de orden público. ¡La
lucha contra el delito es, en primer lugar, una tarea de todo el pueblo, una
batalla de todo el pueblo! (APLAUSOS)
¿Se habría podido ganar la batalla frente a la
actividad contrarrevolucionaria si esa hubiese sido una batalla exclusiva de
nuestros funcionarios de Seguridad?
¡No! No se habría podido ganar jamás
esa batalla. La batalla frente a la
contrarrevolución es una batalla de todo el pueblo. Y ha sido con la participación y el apoyo de
todo el pueblo que se ha batido a la contrarrevolución.
La batalla contra las actividades antisociales y
delictivas debe igualmente ser una batalla de todo el pueblo. Por eso es necesario poner el acento en esta
cuestión, es necesario tomar conciencia de este problema. Y por eso decíamos que durante una fase la
otra batalla ocupó el máximo de la atención de todos: del poder revolucionario y del pueblo. Pero que es necesario que comprendamos que
esta otra batalla tiene que ocupar también la atención del poder revolucionario
y de todo el pueblo.
La batalla contra el delito es una batalla de la
educación. Y, desde luego, la batalla
contra la delincuencia, a largo plazo tendrá que ser fundamentalmente una
batalla de los maestros, de los profesores, una batalla de las escuelas, una
batalla de las organizaciones de masa educando, una batalla del Partido
educando, una batalla del Ministerio de Educación educando.
Todavía en muchas de esas manifestaciones de
delincuencia juvenil se revelan muchos de nuestros problemas, se revela mucha
de nuestra pobreza, mucho de nuestra falta de recursos materiales; se revelan
muchos de los problemas sociales, muchos de los problemas de la vivienda; se
revelan nuestros problemas de falta de escuelas, es decir, de escuelas
adecuadas, de escuelas con toda su base material, sus campos deportivos, sus
laboratorios, donde poder desarrollar una educación cabal; se revelan muchos de
los problemas de la doble sesión, o mejor dicho de una sesión, de los lugares
donde los muchachos van a la escuela por la mañana y no van por la tarde, o van
por la tarde y andan completamente libres por la mañana, sin que nadie se pueda
ocupar de ellos.
Todos estos problemas de orden material, nuestras
deficiencias, nuestra falta de recursos, nuestra falta de cuadros, nuestra
falta de instalaciones lógicamente se reflejan todavía en eso. Nuestra pobreza material se refleja en
eso. Desde luego, la pobreza material sí
que no se puede cambiar de la noche a la mañana.
Los problemas de la vivienda influyen en todo esto, la
promiscuidad con que tienen que vivir muchas familias influye en todo
esto. Debemos estar conscientes. El propio desarrollo social y económico del
país será un factor importante en la desaparición de muchas de estas
condiciones que hoy conspiran contra la educación de muchas de estas
condiciones que hoy corrompen, que hoy facilitan y estimulan las actividades
delictivas.
Por eso a largo plazo, en la medida en que nosotros
dominemos estas condiciones, en la medida en que la educación avance, progrese,
entonces nosotros ya iremos estratégicamente ganando a través de la educación
la batalla contra las actividades delictivas y antisociales. Hoy tiene que participar el pueblo, con una
buena información, con una actividad consciente, militante, frente a esas
manifestaciones. Tiene que participar en
esa lucha para prevenir las actividades delictivas y para reprimirlas.
Aun cuando sepamos que determinados factores presentes
hoy día promueven o pueden facilitar el desarrollo de actividades delictivas,
no por eso podemos quedarnos cruzados de brazos, no podemos adoptar esa actitud
filosófica de cruzarnos de brazos.
Existen actividades delictivas.
Hay que prevenirlas al máximo; si se producen, hay que reprimirlas
también al máximo. Es decir, no queda
otro remedio, como un elemental sentido de defensa de la sociedad.
Tenemos otra tarea bastante compleja, bastante ardua,
que es la tarea de la reeducación del delincuente, de la rehabilitación del
delincuente. Desde luego, se han hecho
esfuerzos, no del todo felices, hay que decir que se han hecho esfuerzos meritorios,
positivos, necesarios, pero también han estado condicionados por la falta de
experiencia en este campo y por la falta de recursos materiales, por la falta
de instalaciones adecuadas, por la falta de concepciones más precisas, más
desarrolladas, sobre todo este problema de la reeducación y de la
rehabilitación.
Será necesario definir todos estos problemas de manera
que la reeducación no se convierta, de ninguna forma, en un estímulo al delito;
que la reeducación no se convierta en una forma de impunidad; que la
rehabilitación sea verdaderamente una rehabilitación, una reeducación, una adaptación al individuo
para vivir conforme a los intereses de la colectividad.
Es decir que la Revolución tiene que prevenir,
reprimir y además reeducar. Y esas tres
tareas son tareas del pueblo, en que los funcionarios de orden público son su
cuerpo más preparado, más especializado, su brazo ejecutivo; es decir, el
instrumento del pueblo, que es quien debe librar esa lucha. Estos conceptos son muy importantes.
A todo el pueblo le irrita el robo, un acto de
corrupción de menores, la violencia, todos esos tipos de manifestaciones que
tanto le afectan; pero es necesario que todo el pueblo comprenda, que todos los
trabajadores, todos los campesinos, todas las organizaciones de masas
comprendan el ineludible deber de participar directamente en esta lucha por la
prevención y la represión de las actividades delictivas. Y también la lucha en la reeducación y en la
rehabilitación.
Desde luego que la eficiencia de los funcionarios de
orden público depende también de otros factores: de la preparación de los cuadros, de la
competencia, de los avances que se logren en la técnica, de los medios
auxiliares en la investigación de las actividades delictivas, de especialistas,
de laboratorios y de recursos de muy diversos tipos.
Desgraciadamente nuestro país no tiene una base
material económica que pueda decir que va a equipar a nuestra policía y a todos
nuestros organismos de orden público con todos los métodos técnicos más
modernos. Nosotros sabemos deficiencias,
falta de recursos, que a veces los tenemos en el transporte, en las mismas
patrullas durante años hemos estado careciendo de recursos, hemos estado usando
automóviles que tienen 10, 12, 15 años, que en muchos casos es muy difícil
conseguir una pieza, asegurar un servicio eficiente. El país ha hecho esfuerzos y seguirá haciendo
esfuerzos para dotar al Ministerio de los recursos materiales indispensables en
transporte, en equipos de patrullas, en laboratorio, en personal, los recursos
necesarios para ir desarrollando y elevando la calificación de nuestra policía
y de nuestros cuadros.
En el pasado los capitalistas se defendían contra
ciertas actividades delictivas que les llegaban a preocupar mucho, como el
asesinato, con ciertas leyendas acerca de la infalibilidad de la policía, de la
supereficiencia de la policía, de manera que nadie concibiera la esperanza de
que un asesinato iba a quedar impune, de que un asesinato no se iba a
descubrir, y alardeaba de ciertos métodos investigativos, de ciertas técnicas. Nosotros no debemos desarrollar ninguna
leyenda, nosotros no podemos ni debemos desarrollar ningún mito. Nosotros tenemos que desarrollar la verdadera
eficiencia de nuestras técnicas y métodos investigativos. Nosotros debemos ir adquiriendo los conocimientos
necesarios, de manera que en la investigación de cualquier crimen, de cualquier
asesinato, de cualquier actividad delictiva, tengamos el máximo de
posibilidades de descubrir los autores y aportar inequívocamente las pruebas
pertinentes.
Es nuestro deber desarrollar la capacitación, preparar
el personal calificado en las técnicas criminológicas, ir apropiándonos de las
técnicas más modernas, y emplear la ciencia y la técnica en la lucha contra las
actividades delictivas, no solo contra la investigación y la represión, sino
también en la prevención.
Debemos desarrollar análisis profundos acerca de los
factores que están incidiendo en determinada actividad, debemos hacer
investigaciones sociales, debemos acudir a todos los recursos que nos brinda la
ciencia y la técnica dentro de nuestras posibilidades para elevar la eficiencia
de la lucha contra la delincuencia.
En reciente reunión en el Ministerio del Interior se
analizaban una serie de factores, de controles, de laboratorios, de secciones,
de medios, de procedimientos, que incluía la más amplia información a la
ciudadanía, de manera que ayude, que coopere, cuando se produce un hecho qué se
debe hacer, qué no se debe hacer, qué se debe tocar, qué no se debe tocar. Y en fin, ir preparando a toda la ciudadanía
en la cooperación para esa lucha que es muy diversa, que es muy variada, tan
diversa y tan variada como pueden ser las actividades delictivas que se pueden
cometer.
Pero en fin, como principio, es que debemos elevar la
calidad, elevar el nivel, desarrollar los métodos técnicos y científicos en la
lucha por la prevención y la represión de las actividades delictivas y, a su
vez, en la rehabilitación y en la reeducación de los delincuentes.
Si trabajamos en ese sentido, como es el propósito de
la Revolución, como es el propósito de la dirección del Ministerio, nosotros
creemos que esta nueva década que se inicia hoy será una década de
extraordinarios avances en este campo.
Decíamos que hemos conquistado extraordinarios
laureles en el terreno político. Ahora
tenemos que conquistar esos mismos laureles en este otro terreno, y es una de
las tareas y uno de los trabajos y uno de los servicios que nuestra ciudadanía
espera de nuestro Ministerio del Interior.
Estos principios:
participación del pueblo, elevación de los niveles, dentro del concepto
de que nuestro Ministerio tiene que ser eminentemente técnico.
Ustedes saben los esfuerzos que el país está haciendo
en todos los órdenes para racionalizar los recursos humanos ante las grandes
tareas en el terreno económico, la necesidad del desarrollo de la economía y de
elevar la producción de los bienes y servicios sociales; el trabajo que realiza
a fin de racionalizar los recursos humanos.
Dentro de esas líneas está la política del Ministerio: resolver con eficiencia, resolver con
técnica, resolver con el apoyo de las masas fundamentalmente, lograr un salto
cualitativo en nuestra capacidad de lucha en este campo, de manera que también
nuestro Ministerio del Interior vaya siendo un ministerio de personal
especializado, de personal técnico, de personal con una preparación cada vez
mayor.
Esto es de suma importancia. Por eso nosotros creemos que se abre una
nueva fase para el Ministerio del Interior en esta década.
Hay algunas de las actividades que preocupan, algunos
problemas que preocupan mucho a nuestra ciudadanía por la incidencia que tienen
en la seguridad de la familia.
Hay por ejemplo una cuestión sobre la cual se ha
hablado, se han hecho divulgaciones, y sin embargo las medidas todavía han
resultado insuficientes: son los
problemas del tránsito.
Dentro de una enorme masa de datos y de cuestiones que
podrían ser abordadas hoy aquí —y que
yo realmente he tratado de escoger el mínimo— había esta cuestión del
tránsito. Tomé algunos datos con el
propósito de ilustrar a la ciudadanía de que toda esa campaña que se hace con
relación al tránsito, de que toda esa lucha, no es una especie de manía de
orden público, no es una cuestión de poca importancia; de que esas campañas
tienen una razón de ser y de que, si incluso esas campañas no han bastado, hay
que tomar nuevas medidas, hacer que todo el pueblo tome conciencia de la
importancia que tiene la lucha contra el tránsito, no solo participe de Una
manera pasiva —sufriendo las consecuencias—, sino que participe de una manera
activa y que coopere en esta lucha, cuyas consecuencias —según los datos
estadísticos— se pueden sintetizar en unas pocas palabras.
Analizando el período de 1963 a 1970, accidentes de
tránsito ocurridos. ¿Ustedes tienen alguna
idea? ¿Serán 50 000? ¿Serán
100 000? En ocho años han
ocurrido 209 616 accidentes de tránsito.
Personas lesionadas:
145 928, ¡ciento cuarenta y cinco mil novecientas veintiocho personas
lesionadas en ocho años.
Personas que murieron en esos accidentes: 5 728 personas, los que murieron en los
accidentes, hay que añadir los que murieron después de los accidentes.
Personas que sufrieron lesiones de carácter
grave: 31 664.
Entre 1966 y 1970, en cinco años, el número de menores
de edad lesionados fue de 14 381; el número de menores de edad muertos fue de
705.
Daños materiales en ocho años: 55 millones de pesos.
Según estudios del MINSAP, en La Habana en septiembre
de 1970 —un estudio que hizo en los hospitales de La Habana—, el promedio de
estancia en los hospitales de los lesionados por accidente de tránsito es de 18
días. Considerando los casos de
lesionados graves se calcula que más de 1 600 perecieron y se necesitaron más
de medio millón de días-cama en la atención de los lesionados graves, que
equivale a 195 camas de nuestros hospitales permanentemente ocupadas por los
lesionados graves de accidentes de tránsito, ¡ciento noventa y cinco
camas!
Ahora bien, ¿cuáles son las causas fundamentales?
Nosotros sí que no creemos que los accidentes —ya
decíamos: es un fenómeno prácticamente
físico—, se puedan evitar totalmente.
Siempre tendremos, desgraciadamente, accidentes de tránsito, accidentes
de trabajo. Pero sí tenemos el deber de
luchar hasta reducir a su mínima expresión esos accidentes.
Hay que tener en cuenta cómo se mecanizan todas las
actividades, hay que tener en cuenta cómo se incrementa el movimiento de
vehículos de transportes. Y a medida que
se desarrolla el país habrá más y más maquillas, más y más vehículos, más y más
transportes, más y más millones de toneladas-kilómetro a transportar, más y más
millones de pasajeros diariamente. Y
entonces, si eso es ahora, qué no será en el futuro.
Este es uno de los flagelos de los países
desarrollados: los accidentes de tránsito. Pero, claro, allí las condiciones son
diferentes. Allí puede haber incluso
quienes están interesados que haya choques:
la medicina privada, hospitales privados, los fabricantes de
automóviles, los que se ganan la vida arreglando automóviles, los funerarios,
¡quién sabe! ¡Quién sabe en el
capitalismo cuánta gente está interesada en que haya accidentes! Hasta la
Crónica Roja. No es el caso de nuestro
país.
No hay nadie absolutamente interesado aquí en que haya
accidentes. Nadie vive de los accidentes,
nadie se enriquece con los accidentes, nadie se enriquece cuando se destruye un
ómnibus o un camión, nadie se enriquece cuando hay que ocupar las camas de los
hospitales, invertir las medicinas, miles de horas de médicos que tienen que
luchar contra otros males, contra otras enfermedades. Nadie se enriquece ni cobra seguros, ni hay
ningún tipo de mercantilismo ni negocio de ninguna clase vinculado.
Nuestra sociedad socialista, colectivista, se
afecta. Lejos de que haya nadie
beneficiado, cada uno de los ciudadanos de este país se perjudica cuando hay un
accidente, y el perjuicio puede llegar desde un punto muy cercano que es la
pérdida de la vida —la pérdida de la vida de los seres queridos, de los
compañeros— a las pérdidas —no solo humanas, sino también materiales— que se
ocasionan como consecuencia de esto.
De estos 145 928 lesionados, más de 30 000
graves. No está aquí la cifra de los
mutilados de los accidentes, y deben ser , miles y miles de personas mutiladas,
con capacidad disminuida como consecuencia de los accidentes.
Eso nos afecta a todos, afecta a todo el pueblo. Esa es una de las características de una
sociedad como la nuestra: que estas
barbaridades que en otro tipo de sociedad les importan al afectado y a sus
familiares y pueden servir de negocio para muchos consorcios, no es así en
nuestro país.
Cualquiera comprende el deber de luchar contra este
fenómeno, es un deber elemental para reducirlo a su mínima expresión.
En realidad no se observa que disminuyan los
accidentes, sino más bien cierta tendencia a crecer, ¡cierta tendencia a
crecer! Y la lucha contra los accidentes
debemos medirla por el grado en que tiendan a decrecer.
Ahora, causas fundamentales de los accidentes. Uno puede pensar: bueno, problemas de piezas, problemas
mecánicos. Pero, ¿cuáles son las causas
fundamentales? Son violaciones. Es decir, es el hombre que de manera
consciente o irresponsablemente viola las disposiciones del tránsito.
Aquí se han señalado siete causas fundamentales: exceso de velocidad, esa especie de vértigo
de velocidad que padecen desgraciadamente mucha gente en este país, que padecen
desgraciadamente muchos compañeros revolucionarios en este país, que yo los he
visto a velocidades supersónicas por las carreteras: ¡parecen aviones! Desgraciadamente lo vemos todos los
días. Compañeros incluso con
responsabilidad, a millón por las carreteras.
Eso es verdad.
Nosotros mismos tenemos que ser los primeros que nos
impongamos todos el cumplimiento más estricto de las leyes de tránsito. Dar el ejemplo, el buen ejemplo, por
supuesto, y no que muchas veces se da el mal ejemplo.
Exceso de velocidad, no respetar el derecho de vía, no
dedicar atención al control del vehículo, giros indebidos, cerrar el paso a
otros vehículos, seguir de cerca a otro vehículo, transitar o estar en la vía
sin luces. Estos siete factores, estas
siete infracciones son causantes del 71% de los accidentes ocurridos.
De manera que el 71% de los accidentes son debidos a
estos siete factores de tipo absolutamente humano: el individuo que deja una carreta en el medio
de la carretera, se mete por la carretera sin luz. Y en fin, del 71% de los accidentes.
Luego está en nuestras manos reducir una parte
considerable de estos 145 000 lesionados, de los miles de muertos.
“Los accidentes en las carreteras ocuparon el 29% de
los accidentes del tránsito, con el 51% de los muertos y el 45% de los
lesionados. La Carretera Central
comprendió el 47% del total de accidentes de carreteras ocurridos en el
país”. ¡La Carretera Central! Desde luego que están influyendo algunos
factores: el tamaño de los vehículos, de
las vías, ciertas cuestiones de señalización, ciertas necesarias obras de ingeniería,
muchas de las cuales no se pueden hacer; desde luego, cuando hay un paso a
nivel hay mucho más peligro que cuando hay un elevado, mucho más posibilidades
de accidente. Pero nosotros, aunque
queramos, no podemos en unos pocos años hacer todas las construcciones de
ingeniería que nos ayuden a ahorrar los accidentes. Tenemos que poner un mayor peso a las
responsabilidades de los que conducen, a fin de disminuir el índice de
accidentes.
Progresivamente se irán desarrollando mejores vías,
más anchas, se irán desarrollando más facilidades, que lógicamente se
traducirán en reducciones de accidentes.
Pero eso no basta.
Posiblemente, y sin posiblemente: ninguna epidemia... Si ustedes buscan las epidemias: la poliomielitis era un terror. ¡Pues la poliomielitis posiblemente no mató
tantos niños, ni lesionó tantos niños como los accidentes! Fue una gran victoria de la Revolución haber
erradicado la poliomielitis, que era una amenaza anual. De la misma manera, así se lucha contra la
gastroenteritis, contra el paludismo, contra el tifus, contra la rabia, contra
el tétanos. En definitiva, esas
enfermedades matan menos personas —todas juntas— que las que matan los
accidentes del tránsito.
Yo creo que estos datos, estos elementos de
juicio... Y hay una cifra
impresionante: 209 000 accidentes. ¡Y nuestro país no es un país que se
caracterice porque tenga millones de automóviles! ¡Ciento cuarenta y cinco mil novecientas
veintiocho personas lesionadas! Son
cifras realmente respetables.
Desde luego, los accidentes en su mayor numeró tienen
lugar, como es lógico, en las zonas urbanas; y, dentro de las zonas urbanas, la
ciudad de La Habana.
Los datos estadísticos revelan que el índice de
delincuencia en la capital alcanza casi el 50% del total nacional, lo cual
viene a demostrar algunas de las características típicas de las grandes
ciudades. ¡Casi el 50%! Claro, también en la ciudad se dan muchas
condiciones sociales a veces, como decíamos anteriormente, que no favorecen la
lucha contra el delito.
Hay algunas zonas de la capital en que el índice es,
en algunos delitos, cinco veces, seis veces mas que en otras zonas del país,
incluidos en algunos casos homicidios, asesinatos.
Hubo cierto incremento el año pasado, con motivo de
las fiestas. A veces también el número
de lesionados, con motivo de riñas en lugares de recreación, donde se expenden
bebidas alcohólicas, es alto.
De manera que, bueno, se brindan facilidades. Nosotros hicimos algunas indagaciones, se
hicieron indagaciones sobre el problema de los bares y todo eso, qué opinaban
los trabajadores. Y en general había una
opinión mayoritaria, en aquellos meses de especie de ley seca había opiniones
mayoritarias con relación a los centros de recreación. Pero ahora, el complemento de eso tiene que
ser necesariamente la conducta adecuada, la conciencia de que el lugar de recreación
no es para ir a fajarse, a dar piñazos ni a hacer el papel de guapos. Además, ¿guapos para qué? ¿Para qué, a estas horas, necesita ningún
ciudadano de este país hacer el papel de guapo?
Eso pertenece al pasado, a la época de aquellos complejos de que el
hombre no era nada; había una autoridad exclusivista que lo era todo.
Hoy la autoridad es el pueblo, hoy el combatiente es
el pueblo, el soldado es el trabajador.
En caso de una agresión armada a nuestro país, nutren las filas de
nuestras fuerzas armadas revolucionarias los trabajadores. Unicamente un individuo desequilibrado, un
lumpen, puede encontrar algún mérito en ir a crear tumultos y riñas en los
lugares de recreación.
También el año pasado, con motivo de fiestas
multitudinarias, se produjeron algunos casos, incluso algunos por superchería,
cuestiones de supersticiones, de algunas sectas, de gente que tiene que ver
sangre, cosas extrañas de esas. Si
quieren ver sangre, la mejor manera es ir a dar una donación y contribuir a las
campañas de salud (APLAUSOS).
Ciertamente tenemos que luchar contra esas
bochornosas, increíbles manifestaciones de primitivismo que puedan
subsistir. El individuo que no puede
vivir en paz, que quiere ser boxeador el sábado por la tarde en la cervecería... ¡Con tantas posibilidades como hay,
realmente, de practicar el deporte, y con tan magníficas competencias de boxeo
que tenemos! ... Un individuo mal encaminado,
que va a boxear el sábado por la noche, que no respeta a las mujeres, que
provoca incidentes faltándoles el respeto a otros trabajadores que van con sus
familiares...
Todo el pueblo unánimemente debe condenar y combatir
eso. Cuando haya un repudio unánime,
absoluto, a todo eso, tendremos un instrumento fuerte para llamar al orden,
para hacer vivir dentro del orden a esos elementos que les hacen la vida
imposible a los demás. Llega entonces el
momento en que miles de personas, decenas de miles, cientos de miles de
personas, querrían divertirse y van un poco con el corazón en la boca porque
puede haber un sujeto de esos que les dé un pinchazo con un punzón, un cuchillo
o cosas por el estilo, locuras de esa índole.
No hay derecho ni a tolerarlo, ni a permitirlo. Y el pueblo está de acuerdo en que esas
actividades se repriman drásticamente. Y
es lógico, porque constantemente atentan contra la tranquilidad de los demás,
la seguridad de los demás, la felicidad de los demás.
Y por eso la lucha contra la delincuencia... Desde luego, en la propia capital es más
difícil, es más dura, es más fuerte. Hay
algunos tipos de lacras que se producen casi en las ciudades, y que en el campo
prácticamente no se manifiestan.
Subsisten, desgraciadamente, todavía muchos de esos
tipos de problemas de violaciones.
En esta cuestión del tránsito y en otras cuestiones
relativas a la lucha contra el delito, no solo las organizaciones de masa, los
organismos administrativos deberán dar el máximo apoyo y sobre todo el máximo
ejemplo de respeto a las disposiciones y de respeto a las leyes.
Hay otro fenómeno:
el problema de los incendios, numerosos incendios que se producen por
negligencia, por no acatamiento, no cumplimiento de las disposiciones relativas
a las protecciones contra incendios, en que incurren en responsabilidades
muchas veces personas que tienen tareas, cargos de dirección, que tienen
responsabilidades, que deben ser los encargados de cumplir y hacer cumplir esas
disposiciones. En esto como en todo es
necesario hacer conciencia colectiva también.
Accidentes del tránsito que se producen por violaciones,
por incumplimiento de medidas preventivas; incendios también, sobre lo cual se
podrían dar muchos datos, que se producen por incumplimiento de medidas
preventivas. Y desde luego, esto también
facilita la actividad del contrarrevolucionario que quiere quemar. Delitos contra la propiedad que se cometen
por falta de precaución, por falta de controles, y que es necesario por eso el
apoyo, la máxima participación de los organismos administrativos
inspeccionando, exigiendo controles, exigiendo medidas.
Naturalmente, también que ayudará a la lucha contra
los delitos una mayor eficiencia en la política de reeducación. Se están llevando a cabo determinados planes
que a nuestro juicio van a ser de mucha utilidad para el país, que van a ser de
gran utilidad en las tareas de una verdadera reeducación mediante el trabajo;
pero organizando la participación de los presos en las actividades productivas
de una manera muy racional, con todas las medidas adecuadas, con
clasificaciones idóneas, con evaluaciones correctas, para saber cuáles pueden
trabajar en fase abierta, cuáles no pueden trabajar en fase abierta y solo
pueden participar en actividades productivas en fase cerrada.
Existe el proyecto de construir instalaciones mejores,
puesto que en esto como en todo la cuestión de la base material, la cuestión de
las instalaciones, tiene una gran influencia.
Se están llevando a cabo planes de construcción con
presos de fase abierta, que prometen grandes frutos tanto en el campo de la
rehabilitación como en el campo del desarrollo económico. Están participando en construcción de
instalaciones económicas importantes.
Se han elaborado nuevas fórmulas, nuevas ideas, nuevas
concepciones, con la participación de las familias. Y al parecer las posibilidades son muy prometedoras.
Y también se están desarrollando ya producciones en
fase cerrada.
También habrá que definir muy bien todos aquellos
casos en que por reincidencia, por determinados delitos que se cometen en
determinada fase de la rehabilitación, o qué casos no deben por ningún concepto
recibir los beneficios de la rehabilitación.
Será necesario hacer respetar la ley, que las leyes se
cumplan, que las sanciones se cumplan, que ningún desafío de la ley pueda
quedar impune y que sea desechada toda idea de la impunidad frente al
delito.
En las actividades también con relación a los menores
se están proyectando establecimientos adecuados para el mejor tratamiento
científico, educativo y sicológico a los menores que
delincan; pero también se harán determinadas definiciones en el Código en
relación con la edad en que comienza realmente la responsabilidad penal. Porque no estamos en la Edad Media, vivimos
en un mundo diferente. Y cuando se hacen
los análisis, se observa entre los 16 y los 17 años el porcentaje más alto, más
de un 50% es en estas edades. En general
se producen actividades delictivas, conceptuadas como actividades delictivas de
menores, en casos que están francamente actuando de una manera dolosa y
amparados en la impunidad.
De manera que se va a revisar también lo que se
considera la edad de responsabilidad penal.
Porque, por ejemplo, en nuestras leyes del Servicio Militar a los 16
años un joven puede empuñar las armas para defender el país, y resulta que de
acuerdo con las viejas leyes a los 17 años es irresponsable penalmente. Y esta es una verdadera contradicción.
De los estudios que han hecho en el Ministerio se
deduce que una vez definida la edad racional en la cual se puede considerar la
minoría de edad a los efectos de la responsabilidad penal, el tratamiento de
los problemas de la delincuencia infantil será mucho más viable y mucho más
exitoso en las instalaciones, en los centros educacionales adecuados.
Este es un problema también que preocupa mucho a la
familia, doblemente, tanto por el peligro que puedan tener sus hijos —hijos de
trabajadores que puedan ser arrastrados a actividades delictivas— como por los
inconvenientes que crean las actividades de robo, hurto, de menores.
Ustedes saben que la ley sancionó drásticamente los
casos en que personas mayores pervertían a jóvenes y los llevaban a robar para
aprovecharse de su irresponsabilidad penal.
En el Ministerio están haciendo el primer proyecto de
centros adecuados para los menores que delincan, centros realmente modernos y
sobre bases científicas, y se tienen calculadas las capacidades que hay que
crear, y tan pronto estén esos proyectos se va a trabajar en la construcción de
esos centros. De manera que nosotros
creemos que en un periodo relativamente breve se podrá abordar de una manera
correcta el problema de los menores delincuentes.
Hoy día no existen las instituciones, o no son
suficientes. Realmente llegan a las
estaciones, salen, delinquen, vuelven otra vez, salen otra vez; y se producen
estos fenómenos y estas anécdotas conocidas.
Yo creo que casi todos ustedes conocen algunas de esas anécdotas.
De manera que frente a este problema también tenemos
que tomar, que adoptar, las medidas adecuadas.
He dedicado expresamente una parte importante del
tiempo a estas tareas porque estas tareas van a ocupar parte sustancial de la
actividad del Ministerio en los próximos años.
Aquí se ha hablado de técnicas, de leyes, de
legislaciones, de jurisprudencia, y hasta en cierto sentido se ha puesto de
relieve la importancia de los técnicos en cuestiones jurídicas, que
antiguamente se llamaban abogados.
Porque ahora viene todo el problema de la organización de los
tribunales, sistematizar eso, auxiliar a los tribunales populares, formar parte
de los tribunales que juzguen los delitos, los conocimientos legales que tienen
que ver con nuestras leyes. Y hay en
todo proceso revolucionario esa paradoja:
una sociedad de clases determinada, cuyas leyes son leyes de clase; un
proceso revolucionario que se caracteriza en su primera fase por la iconoclastia con relación a las leyes: hay que destruir el sistema, destruir sus
leyes, destruirlo todo. Pero entonces
crea un cierto hábito de la ilegalidad.
Nuevamente dos verdades: la
primera verdad es que la legalidad capitalista hay que destruirla, y la segunda
verdad es que la legalidad socialista hay que establecerla (APLAUSOS).
Y a los revolucionarios nos corresponde ese doble
papel de destructores de leyes en una fase de la Revolución, y de creadores de
leyes y defensores de leyes en la otra fase de la Revolución. Y esto está muy de acuerdo con otra ley: la dialéctica de la historia. Así a todos nos toca vivir esas dos fases muy
dialécticas: de destruir primero, de
crear luego. Nos viene de atrás, de la
primera fase, cierto espíritu ilegal que menosprecia las leyes, y le aplica ese
menosprecio a las propias leyes de la Revolución.
Aquí se pone en claro que la nueva sociedad necesita
un ordenamiento inteligente, científico.
Aquí se pone en claro el papel de los juristas como creadores de leyes,
como asesores de las leyes, como aplicadores de las leyes. Y aquí se hace evidente también por parte de
todo el pueblo un conocimiento amplio de las leyes. Antes las leyes no le interesaban a nadie
prácticamente. Algo que le tocaba muy de
cerca. Y hoy día no ocurre lo
mismo: que las leyes nos interesan a
todos, nos afectan a todos.
Todas esas medidas que se adoptan, se adoptan por
algo. Las medidas de tránsito se adoptan
por algo. Mucha gente no lo comprende
hasta que no tiene la desgracia de que chocó, de que está inválido. Muchos de los choques son de los que no han
chocado nunca. Y son los más optimistas
corriendo, los más descuidados manejando, con el pretexto de que no han chocado
nunca. Y realmente no hay que
chocar. Sería una desgracia tener que
chocar, y que cada ciudadano tuviera que chocar para que comprendiera la
importancia de las leyes del tránsito, la importancia de las disposiciones
contra los incendios, la importancia de las disposiciones contra los accidentes
del trabajo. Desde luego, este campo le
corresponde más a los compañeros del Ministerio del Trabajo, que tiene por
misión velar el cumplimiento de las legislaciones y de las medidas de
protección de la seguridad física de los trabajadores.
Pero los descuidos en estos campos: tránsito, accidentes de trabajo, incendios,
le cuestan al país muchas vidas, le cuestan al país mucha sangre, le cuestan al
país muchos recursos.
Nuestra sociedad, sin antagonismos de clase, tiene
como función luchar contra esos problemas que afectan a toda la sociedad.
No es que afecten a una minoría, no es que afectan a
una clase, afectan a toda la sociedad.
Y estos ejemplos nos ilustran acerca de lo que es el
socialismo, acerca de lo que es el comunismo, acerca de lo que es la identificación
del pueblo y las leyes, del pueblo y las armas, del pueblo y las organizaciones
de masas, del pueblo y los órganos de poder, que solo pueden tener lugar en un
sistema socialista, en un sistema comunista.
En nuestro país especialmente, que tratamos de crear
una sociedad nueva en medio de la pobreza, que tratamos de crear una sociedad
nueva en medio del subdesarrollo, estas tareas no son fáciles.
Estas tareas son difíciles, son duras. Porque la misma escasez de recursos conspira
contra ese trabajo, la misma falta de base material conspira contra esos
objetivos; la promiscuidad, la falta de viviendas conspira; las escaseces
conspiran contra esos objetivos.
Si viviéramos ya en un país de industrias
desarrolladas, de economía desarrollada, sin duda que la realización de esos
objetivos serían más fáciles, se contarían con muchos más recursos
materiales. Tenemos que aprender a
luchar por estos objetivos en las condiciones actuales, en las condiciones de
ahora, donde la pobreza no ayuda, donde la falta de recursos materiales no
ayuda.
Nosotros tenemos que desarrollar nuestro sistema,
nuestra sociedad, en medio de condiciones materiales adversas, en medio de
condiciones materiales difíciles. Ello
le da más mérito a este trabajo, lo hace más arduo. Pero le da también más importancia al hombre
que tiene que jugar un papel fundamental en esto. Lo que los recursos materiales no nos brinda,
lo que el subdesarrollo económico nos priva, el hombre es el único, con su
conducta, con su moral, con su actitud, quien puede sustituir todo eso.
Creemos sinceramente, compañeros y compañeras, que
ustedes tienen delante un trabajo muy importante socialmente, un trabajo que es
duro y difícil, pero un trabajo muy honroso, un trabajo del cual el pueblo
espera mucho. Ese trabajo en virtud del
cual el pueblo espera mucho. Ese trabajo
en virtud del cual el pueblo les confía ser los instrumentos fundamentales para
preservar su vida, preservar su salud, preservar su tranquilidad, preservar su
felicidad, en esa batalla de todos los días, en los dos campos: en el campo político, en el campo social.
Y creemos realmente que el papel del funcionario del
Ministerio del Interior, del combatiente del Ministerio del Interior, es uno de
los papeles más honrosos y más dignos que pueda tener un revolucionario en este
proceso; uno de los trabajos llenos de estímulos, uno de los trabajos llenos de
honra, llenos de confianza.
Ustedes tienen por delante un ancho campo de avance,
de progreso, de desarrollo, de conquista de nuevas técnicas, de estudio. Ustedes tienen por delante la posibilidad
hermosa de prestarle a nuestro pueblo y a nuestra patria uno de los más
fundamentales y apreciados servicios.
Y la Revolución está segura de que ustedes sabrán
corresponder esa confianza. La Revolución
está segura de que ustedes en esta próxima década sabrán cumplir gloriosamente
su deber.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)