DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO
COMUNISTA DE CUBA y PRIMER
MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, ANTE LOS TRABAJADORES DEL PETROLEO, EN LA
TIERRA DEL FUEGO, MAGALLANES, CHILE, EL 22 DE NOVIEMBRE DE 1971
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Querido Presidente;
Autoridades
civiles y militares;
Trabajadores del
petróleo y familiares;
Niños:
Debo decir algo similar a lo que les razonaba ayer a
los campesinos, a los obreros de Río Verde, que nos habían invitado a una
parrillada y habían preparado una mesa con cordero, un novillo, vino y de
todo. Y les decía que un banquete no es el
mejor lugar para un discurso.
El Presidente —que es médico— sabe perfectamente bien,
y he oído decir que en los momentos en que se está haciendo la digestión en el
plexo intestinal aumenta el caudal de sangre, y en consecuencia, por el cerebro
no circula mucha sangre.
Por eso no se recomiendan discursos ni trabajos
intelectuales serios, ni esfuerzos muy profundos a la hora de un banquete —y
menos a la hora de un banquete chileno, con centolla, empanada de pino, y vino,
y de todo para hacer el resumen.
Pero de todas maneras deseo hacer algunas reflexiones
en torno a este encuentro. En primer
lugar, que es una suerte que la naturaleza por lo menos me haya dado, me haya
proporcionado un buen corazón... Vaya,
no vayan a pensar ustedes que estoy hablando de un noble corazón. Digo de un buen corazón funcionalmente. Porque, de lo contrario, ustedes los chilenos
—y muy especialmente ustedes los de Magallanes— son capaces de matar a
cualquiera del corazón (APLAUSOS).
En cuanto a la nobleza del corazón, yo creo que todos
los hombres nacen con algo de noble.
Todos los hombres nacemos con algo de noble, y todos los hombres nacemos
con algo de innoble.
Y nosotros creemos que es la vida, que es la lucha,
que es la conciencia, que son las ideas, que es la razón, lo que puede hacer
que prevalezca lo que hay de noble sobre lo que pueda haber de innoble en el
corazón humano.
Y nosotros creemos que la nobleza engendra la nobleza,
el amor engendra el amor. ¡La nobleza
engendra la nobleza!
Y nosotros hemos vivido la experiencia de una historia
revolucionaria, y podemos decir que los sentimientos nobles, la capacidad de
sensibilidad de nuestro pueblo, la bondad que siempre hay en el pueblo, es algo
que ha constituido para los revolucionarios siempre un estímulo en su vida. Nosotros hemos visto siempre en el pueblo —en
nuestro pueblo y en los demás pueblos— tanta nobleza y tanta bondad, que es
precisamente el pueblo, son precisamente las masas las que engendran en los
revolucionarios los sentimientos nobles y bondadosos.
Por eso decíamos que nosotros somos sensibles a todas
las amabilidades, a todos los afectos, a todos los reconocimientos, no a
nuestra persona. Nosotros seríamos
imperdonablemente vanidosos, imperdonablemente egoístas y subjetivistas, si
creyéramos que ninguna de esas pruebas son reconocimientos personales. Nosotros hemos visto en cada una de las
manifestaciones del pueblo chileno, en cada una de las muestras de afecto, no
la distinción al hombre. No. Los hombres, en todo caso, en algunas
circunstancias históricas, en determinado momento de la revolución humana,
hemos tenido la necesidad de simbolizar algo.
Nosotros creemos que llegarán los tiempos en que los símbolos
individuales desaparezcan; nosotros creemos que llegarán los tiempos, en fases
superiores de la sociedad humana, en que el papel de los hombres se reduzca, no
sólo en la realidad sino en la simbolización de las realidades, a sus
dimensiones reales.
Los hombres suelen simbolizar el mérito de los
pueblos, el mérito de las comunidades humanas.
Así, hemos visto que han descollado generales, estadistas, han
descollado figuras relevantes en la historia de la humanidad, porque ganaron
grandes batallas, porque realizaron grandes obras. Y, en realidad, las grandes batallas, las
grandes obras, las ganan los soldados en el combate, las ganan los pueblos en
la lucha. Es la suma de los sacrificios
de los que mueren, es la suma de los sacrificios de los que trabajan, es la
suma del sudor de los que se esfuerzan, los que han hecho la historia de la
humanidad y los que han escrito las grandes páginas del progreso y de las
proezas del hombre.
Pero los hombres han sido símbolos porque la mente
humana tiene necesidad de usar símbolos para expresar una idea, para expresar
un sentimiento. Y es por eso, porque
nosotros comprendemos perfectamente bien y hemos comprendido siempre estas
realidades, que vemos en cada una de las manifestaciones de afecto la
manifestación de afecto no al mérito de ningún hombre, sino al mérito de un
pueblo, al esfuerzo y al sacrificio de un pueblo.
Y como nosotros nos sentimos entrañablemente
identificados con ese pueblo y la causa de ese pueblo, que no es sólo su causa
sino que ve en ellos la causa de otros pueblos, y en primer término de los
pueblos hermanos de América Latina y de otros pueblos en otras partes del mundo
—como el pueblo argelino, para citar un ejemplo, representado hoy aquí en su
embajador; o los pueblos de Asia, de Africa, y otros pueblos del mundo
(APLAUSOS)—; y como nos sentimos identificados con esa causa, con ese pueblo y
con esos pueblos, es que sentimos profunda emoción cuando vemos otra comunidad
humana, la comunidad chilena; cuando vemos una parte de esa comunidad chilena,
que es la comunidad de Magallanes. Y aún
más: cuando nos encontramos aquí en esta
tierra con una parte de la comunidad de Magallanes que es la comunidad de los
trabajadores de la Tierra del Fuego, es que nos sentimos real y profundamente
conmovidos con las cosas que vemos, con las impresiones que recibimos
(APLAUSOS).
Y hoy aquí, ¿cómo ha sido este acto? Este acto fraternal, este acto amistoso, este
acto que a la vez es revolucionario, en su contenido, intenso en sus emociones,
pero a la vez alegre, optimista; este acto y este día, desde nuestra
llegada. Porque para llegar aquí, en
primer lugar, hay que transitar por una carretera llena de baches, porque en
ese pequeño avión en que viajábamos el Presidente y nosotros, ese pequeño avión
saltaba como un jeep por la Sierra Maestra (APLAUSOS). Y nosotros decíamos: estas carreteras están mal
pavimentadas, estas carreteras aéreas. Y
el Presidente nos decía que eso no es nada.
Yo le decía: la próxima vez me prestan un
paracaídas (RISAS), ¡porque si esto no es nada!... Pero sí aclaro una cosa, sin pretensiones de
valiente, le decía:
Presidente, pero por lo menos no me asusto. Y es un problema filosófico. El valor es en definitiva un problema
filosófico.
Nosotros veníamos encantados y además habíamos librado
una gran lucha para ver cómo podíamos llegar a Natales, porque habíamos visto a
los vecinos de Natales, a su representante, a los obreros, a todo el mundo, que
han librado una lucha increíble para que visitáramos el lugar. Y el Presidente tenía un gran interés en que
llegáramos allá. Pero empezaron a llegar
los partes meteorológicos de una onda caliente, de una onda fría, de no sé qué
cosa. Y como en aquel lugar están las
montañas y las torres de Paine, pues no se podía
llegar, y no pudimos llegar hasta allí.
Pero bien: les decía que para llegar hasta acá,
en primer lugar, las experiencias de la aviación en estas tierras, que no se
parecen a ninguna... Porque yo decía: bueno, ¿y por qué
este avión salta tanto si está despejado el cielo? Porque nuestros aviones en Cuba saltan cuando
nos metemos en las nubes, en las turbonadas.
Y saltan, ¿no? Y bajan y
suben. Pero aquí estaba despejado. Y parece que esto es siempre así.
Los mares de aquí, las tierras de aquí, los aires de
aquí, son tierras, mares y aires bravíos.
Por eso podemos sacar la conclusión de que los hombres y mujeres de
estos mares y de estos aires y de estas tierras son hombres y mujeres bravíos
(APLAUSOS).
Pero les decíamos nuestra experiencia al llegar, para
llegar: las recepciones, las tropas
marciales formadas, los honores, los trabajadores, las autoridades, la
sinceridad, la comunicación, la espontaneidad, la bondad; pero, a la vez, el
calor, a la vez el afecto, a la vez ese milagro. Porque no se puede llamar de otra forma que
milagro esa actitud, esos sentimientos que concita una idea, que concita una
causa.
Porque aquí nosotros veíamos dos cosas, dos alegrías,
dos solidaridades, dos adhesiones. En
primer lugar, la alegría, la solidaridad, la adhesión, la causa que les toca tan de cerca a ustedes, que es el proceso chileno. Y en segundo lugar, esa solidaridad, esa
alegría, esa efusión, ese sentimiento por algo que está distante en el espacio,
como es Cuba, como es la Revolución Cubana, como es el pueblo cubano.
Y esas son cosas realmente impresionantes, son cosas
realmente admirables; demuestran lo que es el hombre, lo que es la capacidad
del hombre de elevarse sobre sí mismo, la capacidad del hombre de alcanzar
sentimientos superiores, altruistas, desinteresados, nobles.
Es por eso que el hombre merece llamarse hombre. En la misma medida en que el hombre se aleja
de eso, en la misma medida en que el hombre es egoísta, hostil, ambicioso,
ególatra, enemigo del hombre, se aleja de lo que se puede llamar concepto de
hombre.
y al llegar aquí a estas tierras de Fuego, estas
tierras que conocemos por los libros, por las historias, la famosa tierra
magallánica, la famosa Tierra del Fuego, la famosa tierra de los grandes
descubridores, las famosas tierras por donde navegaron los hombres audaces de
siglos pasados, las famosas tierras donde los científicos encontraron la piedra
de toque de sus teorías revolucionarias...
Los libros nos hablan además de la geografía, de los
mares, de los vientos, de los ventisqueros, de los restos prehistóricos, de los
restos arqueológicos de las culturas primitivas. Pero, ¡ah!, ningún libro nos habla de este
Magallanes, de hoy, ningún libro nos habla de este mérito superior a todos
cuantos se han escrito o se han realizado; ningún libro nos habla de esta
comunidad de carne y hueso que en estos lugares apartados, distantes,
solitarios, han creado industrias, han creado poblaciones y durante décadas
enteras, enfrentándose a un clima hostil a una naturaleza dura, han
desarrollado las riquezas para la patria, han desarrollado los rebaños, han
extraído los recursos energéticos de las entrañas de la tierra, y han llegado a
producir nada menos que dos millones de metros cúbicos de petróleo, sin contar
las riquezas todavía potenciales y en desarrollo del gas.
Los libros, que suelen hablar de los acontecimientos
extraordinarios o sensacionales del pasado, muy pocas veces ponen la vista en
el presente, en la obra que el hombre construye hoy con sus brazos, con su
sudor, con su abnegación, con su sentimiento, con su patriotismo.
Pero, además, a nosotros nos impresionaba mucho todo
este acto, nos impresionaba mucho este programa, y en algunos momentos le
decíamos al compañero Presidente, o al querido Presidente... Porque el Presidente es para ustedes
compañero, para ustedes es querido; y para nosotros es viejo amigo, viejo
compañero, querido amigo, querido compañero, admirado y querido Presidente
(APLAUSOS). Y nosotros le decíamos: Presidente, ni en
Versalles organizan un acto más bonito, más agradable, más humano.
Cuando desde el primer instante llegó aquí el grupo
folclórico de Cullen, con sus canciones, y después
fueron llegando los demás grupos folclóricos, los hombres, los trabajadores,
las mujeres, los niños, los profesores, ¿qué estábamos viendo aquí en esa
alegría, en ese júbilo, en esa capacidad de interpretar los mejores
sentimientos del hombre, en esa capacidad de alegrar el alma humana, en esa
capacidad de conquistar un instante, un segundo de felicidad, esa eterna lucha
del hombre por la búsqueda del bien, por la búsqueda de la felicidad? —pero del bien noble, de la felicidad noble,
que se logran con el esfuerzo propio, con la creación, no con la opresión, no
con el crimen, no con la explotación (APLAUSOS). Y veíamos aquí precisamente el símbolo de
todas aquellas cosas por las cuales luchamos, veíamos aquellas cosas por las
cuales luchamos en nuestro país, aquellas cosas en las cuales creemos. Porque creemos precisamente en eso: en la capacidad de
los pueblos, en la capacidad de los trabajadores para desarrollar la educación,
para desarrollar la cultura, para conquistar normas de convivencia humana
superiores.
Y cuando veíamos a esos niños aquí desde tan temprano
recibiendo una instrucción, recibiendo una educación cultural y artística,
cuando veíamos aquí esas manifestaciones en esta tierra, la más austral del
mundo, cuando veíamos esas cosas, necesariamente nos sentíamos conmovidos. Porque nosotros luchamos por eso
(APLAUSOS). Nosotros luchamos para que
cada hombre tenga un lugar decoroso en este mundo, para que cada hombre tenga
derecho a la vida más plena, para que cada hombre tenga derecho a la educación
más completa, para que cada hombre tenga derecho al más amplio desarrollo de su
espíritu, para que cada hombre adquiera el máximo de capacidad para realizar el
bien. Pero antes que nada, no el bien de
sí mismo: el
bien de los demás. Para que cada hombre
alcance el máximo de capacidad, no para sí, sino para los otros. Para que cada hombre sea capaz de sentirse
hermano de cada uno de los demás hombres.
No sólo ese sentimiento de hermandad que surge de nacer de la misma
madre y de crecer bajo el mismo techo, sino ese sentimiento de hermandad
racional que nace de saberse formando parte de la misma comunidad, de saberse
formando parte de la misma especie. Es
ese sentimiento general de hermandad que supera la hermandad biológica, que
supera la hermandad de la familia, y que es la hermandad de los pueblos, la
hermandad de la humanidad. Pero esa
hermandad de los pueblos sólo puede existir en la generosidad, sólo puede
existir en la justicia. En la
explotación y en el crimen, en el abuso y en la opresión, en el privilegio y en
la injusticia, no puede haber hermandad entre los hombres, no puede haber
hermandad entre los pueblos (APLAUSOS).
Y eso sintetiza nuestras ideas, eso sintetiza nuestra
causa.
Y al ver los niños de aquí también participando de
este acto, nosotros recibíamos una gran alegría, porque hay una contradicción
en la realidad de la vida, sobre todo en la realidad de la vida de los
revolucionarios. Nos toca luchar por su
mañana; nos toca luchar por un porvenir.
Y la contradicción es precisamente esa: no podemos luchar por un porvenir y al
mismo tiempo vivir ese porvenir.
Hay una contradicción entre el presente y el
porvenir. Nosotros no llegaremos a vivir
en el mundo en que vivirán ellos, pero nos ha tocado el privilegio de luchar
por el mundo en que vivirán ellos (APLAUSOS).
Otras generaciones pasaron por un mundo en que sólo les tocó sufrir las
limitaciones de esos mundos, las injusticias de esos mundos, y no les tocó
siquiera el placer de saber que estaban luchando por algo, para algo y para el
mañana.
Esta generación de revolucionarios que pretende
construir un mundo, está construyendo un mundo para otros. No viviremos en ese mundo muy superior, pero
nos ha tocado el privilegio de luchar por ese mundo, de luchar por el mañana: nos ha tocado el
privilegio de la esperanza. Esa es la
generación que tiene una gran motivación para vivir y para luchar. Y por eso nos emocionaban las palabras de los
que han hablado aquí:
del gobernador, del representante de los obreros, la claridad con
que veían estos problemas, el optimismo con que miran el futuro, la firmeza con
que dicen que están dispuestos a levantar el país (APLAUSOS).
Y nosotros estamos seguros de que con esos criterios,
con esa actitud, con esa posición, el país marchará adelante. Y marchar el país adelante significa más que
un egoísmo nacional, significa más que velar sólo por nuestros únicos y
exclusivos intereses; significa marchar el país en beneficio de los demás pueblos,
marchar hacia adelante la experiencia del proceso chileno en beneficio de los
demás pueblos de América Latina, nuestros hermanos de hoy, nuestros hermanos de
mañana. Porque en la fuerza unida de
todos nuestros pueblos está el porvenir de todos y cada uno de los hijos de
esta América, que durante 50 años fue saqueada, oprimida y explotada
(APLAUSOS).
Cubanos y chilenos no luchamos sólo por Cuba y por
Chile. Luchamos por lo que Martí llamaba
"Nuestra América", por lo que Bolívar, O'Higgins, San Martín, Sucre,
Morelos y los demás próceres llamaban "Nuestra América"
(APLAUSOS).
Y de esa América nuestra —trabajadores del petróleo
chileno, trabajadores de Magallanes, trabajadores de la Tierra del Fuego—,
ustedes los magallánicos y nosotros los cubanos somos los dos polos. Y por eso, permítasenos aquí, en esta Tierra
del Fuego, decirles que si ustedes son la Tierra del Fuego del sur, se
considere a nuestra patria como la "tierra del fuego" del norte
(APLAUSOS).
Y esas tierras del fuego, esos dos polos, marcan los
límites donde un alma nueva, donde un alma que lleva siglos de formación —y
cuya hora se acerca, se forma, se desarrolla— llegará a constituir la gran
comunidad de nuestros pueblos, que tendrán un derecho a un lugar en el mundo y
a un brillante porvenir en el mañana.
Muchas gracias (APLAUSOS).