DISCURSO
PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL
COMITE CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA y
PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO CENTRAL EN
CONMEMORACION DEL XX ANIVERSARIO DEL ATAQUE AL CUARTEL MONCADA, EFECTUADO EN EL
ANTIGUO CUARTEL CONVERTIDO HOY EN ESCUELA, EN SANTIAGO DE CUBA, ORIENTE, EL 26
DE JULIO DE 1973, "AñO DEL
XX ANIVERSARIO".
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES
TAQUIGRAFICAS
DEL GOBIERNO
REVOLUCIONARIO)
Distinguidos invitados;
Compañeros del Partido, del
Gobierno y de las organizaciones de masa;
Familiares de los mártires
del Moncada y de la Revolución
Héroes del Trabajo;
Obreros de vanguardia;
Estudiantes destacados;
Santiagueros;
Compatriotas:
Con fervor y
con respeto nuestro pueblo generoso ha querido conmemorar este día en que se
cumple el XX Aniversario del ataque al cuartel Moncada.
Con nosotros,
en muchos lugares del mundo, los amigos de la Revolución celebran también con
cariño este 26 de Julio. Nuestro más
profundo agradecimiento a las numerosas y destacadas delegaciones de Estados y
organizaciones amigas que vinieron a compartir con nuestro pueblo los actos de
esta fecha.
El 26 de Julio
ha pasado a ser una fecha histórica en los anales de la larga y heroica lucha
de nuestra patria por su libertad. No
era este alto honor, ciertamente, los propósitos que guiaban ese día a los
hombres que quisimos tomar esta fortaleza.
Ningún revolucionario lucha con la vista puesta en el día en que los
hechos que se deriven de su acción vayan a recibir los honores de la
conmemoración. "El deber debe
cumplirse sencilla y naturalmente", dijo Martí. El cumplimiento de un deber nos condujo a
esta acción sin que nadie pensara en las glorias y los honores de esa lucha.
El deber nos
impone igualmente reunirnos aquí esta noche para rendir tributo, no a los que
aún vivimos y hemos tenido el privilegio de ver el fruto de los sacrificios de
aquel día, sino a los que cayeron gloriosa y heroicamente por una causa, cuyas
insignias triunfantes no tuvieron la dicha de ver desplegadas en el suelo
querido de la patria que ellos regaron con su sangre joven y generosa.
Era necesario
enarbolar otra vez las banderas de Baire, de Baraguá y de Yara. Era necesaria una arremetida final para
culminar la obra de nuestros antecesores, y esta fue el 26 de Julio. Lo que determinó esa arremetida no fue el
entusiasmo o el valor de un puñado de hombres, fue el fruto de profundas
meditaciones sobre el conjunto peculiar de factores objetivos y subjetivos que
imperaban en aquel instante en nuestro país.
Dominada la
nación por una camarilla sangrienta de gobernantes rapaces, al servicio de
poderosos intereses internos y externos, que se apoyaban descarnadamente en la
fuerza, sin ninguna forma o vehículo legal de expresión para las ansias y
aspiraciones del pueblo, había llegado la hora de acudir otra vez a las
armas.
Pero hecha
esta conclusión, ¿cómo llevar a cabo la insurrección armada si la tiranía era
todopoderosa, con sus medios modernos de guerra, el apoyo de Washington, el
movimiento obrero fragmentado y su dirección oficial en manos de gángsters,
vendida en cuerpo y alma a la clase explotadora, los partidos de opinión
democrática y liberal desarticulados y sin guía, el Partido marxista aislado y
reprimido, el maccarthismo en pleno apogeo ideológico, el pueblo sin un arma ni
experiencia militar, las tradiciones de lucha armada distantes más de medio
siglo y casi olvidadas, el mito de que no se podía realizar una revolución
contra el aparato militar constituido, y por último la economía con una
relativa bonanza por los altos precios azucareros de posguerra, sin que se
vislumbrara todavía una crisis aguda como la que en los años 30 de por sí
arrastró a las masas desesperadas y hambrientas a la lucha?
¿Cómo levantar
al pueblo, cómo llevarlo al combate revolucionario, para superar aquella
enervante crisis política, para salvar al país de la postración y el retraso
espantoso que significó el golpe traicionero del 10 de marzo y llevar adelante
la revolución popular y radical que transformara al fin a la república
mediatizada y al pueblo esclavizado y explotado en la patria libre, justa y
digna, por la cual lucharon y murieron varias generaciones de cubanos?
Tal era el
problema que se planteaba el país en los meses que siguieron al nuevo ascenso
de Batista al poder.
Cruzarse de
brazos y esperar o luchar era para nosotros el dilema.
Pero los
hombres que llevábamos en nuestras almas un sueño revolucionario y ningún
propósito de resignarnos a los factores adversos, no teníamos un arma, un
centavo, un aparato político y militar, un renombre público, una ascendencia
popular. Cada uno de nosotros, los que
después organizamos el movimiento que asumió la responsabilidad de atacar el
cuartel Moncada e iniciar la lucha armada, en los primeros meses que sucedieron
al golpe de Estado, esperaba que las fuerzas oposicionistas se unieran todas en
una acción común para combatir a Batista.
En esa lucha estábamos dispuestos a participar como simples soldados,
aunque solo fuese por los objetivos limitados de restaurar el régimen de
derecho barrido por el 10 de marzo.
Los primeros
esfuerzos organizativos del núcleo inicial de nuestro movimiento se concretaron
a crear e instruir los primeros grupos de combate, con la idea de participar en
la lucha común con todas las demás fuerzas oposicionistas, sin ninguna
pretensión de encabezar o dirigir esa lucha.
Como humildes soldados de fila tocábamos a las puertas de los dirigentes
políticos ofreciendo la cooperación modesta de nuestros esfuerzos y de nuestras
vidas y exhortándolos a luchar. Por
aquel entonces, aparentemente, los hombres públicos y los partidos políticos de
oposición se proponían dar la batalla.
Ellos tenían los medios económicos, las relaciones, la ascendencia y los
recursos para emprender la tarea de los cuales nosotros carecíamos por
completo. Dedicados febrilmente al
trabajo revolucionario, un grupo de cuadros, que constituyó después la
dirección política y militar del movimiento, nos consagramos a la tarea de
reclutar, organizar y entrenar a los combatientes. Fue al cabo de un año de intenso trabajo en
la clandestinidad, cuando arribamos a la convicción más absoluta de que los
partidos políticos y los hombres públicos de entonces engañaban miserablemente
al pueblo. Enfrascados en todo tipo de
disputas y querellas intestinas y ambiciones personales de mando, no poseían la
voluntad ni la decisión necesarias para luchar ni estaban en condiciones de
llevar adelante el derrocamiento de Batista.
Un rasgo común de todos aquellos partidos y líderes políticos era que, a
tono con la atmósfera maccarthista y con la vista siempre puesta en la
aprobación de Washington, excluían a los comunistas de todo acuerdo o
participación en la lucha común contra la tiranía.
Entretanto,
nuestra organización había crecido notablemente y disponía de más hombres
entrenados para la acción que el conjunto de todas las demás organizaciones que
se oponían al régimen. Nuestros jóvenes
combatientes habían sido reclutados, además, en las capas más humildes del
pueblo, trabajadores en su casi totalidad, procedentes de la ciudad y del
campo, y algunos estudiantes y profesionales no contaminados por los vicios de
la política tradicional ni el anticomunismo que infestaba el ambiente de la
Cuba de entonces. Esos jóvenes llevaban,
en su corazón de patriotas abnegados y honestos, el espíritu de las clases
humildes y explotadas de las que provenían y sus manos fueron suficientemente
robustas y sus mentes suficientemente sanas y sus pechos suficientemente
valerosos para convertirse más tarde en abanderados de la primera revolución
socialista en América (APLAUSOS).
Fue entonces
cuando, partiendo de nuestra convicción de que nada podía esperarse de los que
hasta entonces tenían la obligación de dirigir al pueblo en su lucha contra la
tiranía, asumimos la responsabilidad de llevar adelante la Revolución.
¿Existían o no
existían las condiciones objetivas para la lucha revolucionaria? A nuestro juicio existían. ¿Existían o no existían las condiciones
subjetivas? Sobre la base del profundo
repudio general que provocó el golpe del 10 de marzo y el regreso de Batista al
poder, el descontento social emanado del régimen de explotación reinante, la
pobreza y el desamparo de las masas desposeídas, se podían crear las condiciones
subjetivas para llevar al pueblo a la revolución.
La historia
después nos ha dado la razón. ¿Pero qué
nos hizo ver con claridad aquel camino por donde nuestra patria ascendería a
una fase superior de su vida política y nuestro pueblo, el último en sacudir el
yugo colonial, sería ahora el primero en romper las cadenas imperialistas e
iniciar el período de la segunda independencia en América Latina?
Ningún grupo
de hombres habría podido por sí mismo encontrar solución teórica y práctica a
este problema. La Revolución Cubana no
es un fenómeno providencial, un milagro político y social divorciado de las
realidades de la sociedad moderna y de las ideas que se debaten en el universo
político. La Revolución Cubana es el
resultado de la acción consciente y consecuente ajustada a las leyes de la
historia de la sociedad humana. Los
hombres no hacen ni pueden hacer la historia a su capricho. Tales parecerían los acontecimientos de Cuba
si prescindimos de la interpretación científica. Pero el curso revolucionario de las
sociedades humanas tampoco es independiente de la acción del hombre; se
estanca, se atrasa o avanza en la medida en que las clases revolucionarias y
sus dirigentes se ajustan a las leyes que rigen sus destinos. Marx, al descubrir las leyes científicas de
ese desarrollo, elevó el factor consciente de los revolucionarios a un primer
plano en los acontecimientos históricos.
La fase actual
de la Revolución Cubana es la continuidad histórica de las luchas heroicas que
inició nuestro pueblo en 1868 y prosiguió después infatigablemente en 1895
contra el colonialismo español; de su batallar constante contra la humillante
condición a que nos sometió Estados Unidos, con la intervención, la Enmienda
Platt y el apoderamiento de nuestras riquezas que redujeron nuestra patria a
una dependencia yanki, un jugoso centro de explotación monopolista, una moderna
Capua para sus turistas, un gran prostíbulo, un inmenso garito. Nuestra Revolución es también el fruto de las
heroicas luchas de nuestros obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales,
durante más de 50 años de corrupción, y explotación burguesa y dominio del
imperialismo que intentó absorbernos culturalmente y destruir los cimientos de
nuestra nacionalidad; es fruto de la ideología revolucionaria de la clase
obrera; del movimiento revolucionario internacional; de las luchas de los
obreros y campesinos rusos que en el glorioso octubre de 1917, dirigidos por
Lenin, derribaron el poder de los zares e iniciaron la primera revolución
socialista; del debilitamiento del poder imperialista y los enormes cambios de
correlación de fuerzas ocurridos en el mundo.
Sin la prédica
luminosa de José Martí, sin el ejemplo vigoroso y la obra inmortal de Céspedes,
Agramonte, Gómez, Maceo y tantos hombres legendarios de las luchas pasadas; sin
los extraordinarios descubrimientos científicos de Marx y Engels; sin la genial
interpretación de Lenin y su portentosa hazaña histórica, no se habría
concebido un 26 de Julio.
Martí nos
enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, la dignidad y
el decoro del hombre, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el
pueblo. En su prédica revolucionaria
estaba el fundamento moral y la legitimidad histórica de nuestra acción
armada. Por eso dijimos que él fue el autor
intelectual del 26 de Julio (APLAUSOS).
Céspedes nos
dio el sublime ejemplo de iniciar con un puñado de hombres, cuando las
condiciones estaban maduras, una guerra que duró 10 años.
Agramonte,
Maceo, Gómez y demás próceres de nuestras luchas por la independencia, nos
mostraron el coraje y el espíritu combativo de nuestro pueblo, la guerra
irregular y las posibilidades de adaptar las formas de lucha armada popular a
la topografía del terreno y a la superioridad numérica y en armas del enemigo.
Era necesario
formar de nuevo el Ejército Mambí. Pero
la Revolución ahora ya no podía tener el mismo contenido que en 1868 y
1895. Había transcurrido más de medio
siglo. A la cuestión de la soberanía
popular y nacional se añadía con toda su fuerza el problema social. Si la Revolución de 1868 fue iniciada por la
clase terrateniente y proseguida en 1895 fundamentalmente por las masas
campesinas, en 1953 ya existía una clase obrera; a ella, portadora de una
ideología revolucionaria, en estrecha alianza con los campesinos y las capas
medias de nuestra población, correspondía el lugar cimero y el carácter de la
nueva Revolución.
¿Qué aportó el
marxismo a nuestro acervo revolucionario en aquel entonces? El concepto clasista de la sociedad dividida
entre explotadores y explotados; la concepción materialista de la historia; las
relaciones burguesas de producción como la última forma antagónica del proceso
de producción social; el advenimiento inevitable de una sociedad sin clases,
como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo y
de la revolución social. Que “el
gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios
comunes de toda la clase burguesa".
Que "los obreros modernos no viven sino a condición de encontrar
trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el
capital". Que "una vez que el
obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en
metálico, se convierte en víctima de los otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista,
etcétera". Que "la burguesía
produce ante todo sus propios sepultureros", que es la clase obrera.
El núcleo
fundamental de dirigentes de nuestro movimiento que, en medio de intensa
actividad, buscábamos tiempo para estudiar a Marx, Engels y Lenin, veía en el
marxismo-leninismo la única concepción racional y científica de la Revolución y
el único medio de comprender con toda claridad la situación de nuestro propio
país.
En el seno de
una sociedad capitalista, contemplando la miseria, el desempleo y la
indefensión material y moral del pueblo, cualquier hombre honesto tenía que
compartir aquellas irrebatibles verdades de Marx, cuando escribió: "Os horrorizáis de que queramos abolir
la propiedad privada. Pero en vuestra
sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes
de sus miembros. Precisamente porque no
existe para esas nueve décimas partes existe para vosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una
forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa
mayoría de la sociedad sea privada de propiedad".
El marxismo
nos enseñó sobre todo la misión histórica de la clase obrera, única
verdaderamente revolucionaria, llamada a transformar hasta los cimientos a la
sociedad capitalista, y el papel de las masas en las revoluciones.
"El
Estado y la Revolución", de Lenin, nos esclareció el papel del Estado como
instrumento de dominación de las clases opresoras y la necesidad de crear un
poder revolucionario capaz de aplastar la resistencia de los explotadores.
Unicamente a
la luz del marxismo es posible comprender no solo el curso actual de los
acontecimientos, sino también toda la evolución de la historia nacional y el
pensamiento político cubano en el siglo pasado.
Cuando las
naciones hermanas de este continente sacudieron el yugo español, Cuba
permaneció uncida al carro colonial hasta casi 100 años después, y en tiempos
en que aquellas se liberaban en enérgica lucha, ella recibió de los reyes
absolutos de España el título dudosamente honroso de "la siempre fiel isla
de Cuba". Las relaciones de
producción basadas en la esclavitud sistema espantoso de explotación, que echó
profundas raíces en la vida colonial de este país, explican con toda nitidez
aquel fenómeno político. La población
criolla blanca poseedora de las riquezas y la cultura, en conflicto permanente
de intereses con España, no estaba, sin embargo, en disposición de arriesgar el
disfrute de los privilegios económicos y las prerrogativas sociales que le daba
su condición de esclavista, a cambio de la independencia. El temor a poner en riesgo el propio régimen
de la esclavitud la opuso sistemáticamente a la idea de luchar por la
emancipación. Le horrorizaba una
sublevación de los esclavos. Necesitaba
el poder militar de España para mantener la sumisión de los explotados. Y España, apoyándose en esta realidad más que
en las armas, mantuvo el dominio de Cuba.
El reformismo,
doctrina política que predominó en el pensamiento político cubano durante más
de medio siglo, tuvo también su origen en los mismos factores. Y la corriente en favor de la anexión a
Estados Unidos, que en instantes cobró fuerza extraordinaria, nació del temor a
la abolición que llevaba, a las clases dirigentes cubanas y a los propios
españoles propietarios de esclavos, a buscar el amparo de sus privilegios por
el camino de convertir a Cuba en un Estado esclavista de Norteamérica.
Arango y parreño, José Antonio Saco y José de la
Luz y Caballero, figuras prominentes en el pensamiento político cubano, durante
la primera mitad del pasado siglo, no obstante su señalada preocupación por los
progresos del país y sus sentimientos nacionales, conformaron totalmente su
doctrina y su conducta a la trágica situación de una clase social que no podía
luchar contra el amo español porque ella, a su vez, era ama de esclavos.
Las guerras de
independencia comenzaron al fin precisamente en aquellos puntos de la isla
donde la esclavitud tenía una base mínima en la vida económica y social, y
continuó siendo a su vez un terrible freno a la lucha en las regiones donde era
la forma absolutamente predominante de producción. Al rememorar que nuestro país fue en este
continente, hasta hace solo decenas de años, escenario de esa forma odiosa de
explotación del hombre por el hombre, sentimos el deber de rendir el tributo
que merecen aquellos abnegados luchadores esclavos que el año 1843, en
numerosos centrales de Matanzas, se sublevaron, lucharon y murieron por
centenares en los combates, en el cadalso, o apelando al suicidio, para romper
las inhumanas cadenas que ataban de por vida sus cuerpos al trabajo.
Poco se
escribiría después sobre el extraordinario valor humano y político de estos
hechos en las historias oficiales de los explotadores, y ningún monumento se
erigiría en memoria de estos oscuros gladiadores, verdaderos héroes anónimos de
las clases explotadas, que fueron como precursores en nuestra patria de la
revolución de los que después de ellos fueron los modernos esclavos, los
obreros (APLAUSOS).
Algunos de
nosotros aun antes del 10 de marzo de 1952, habíamos llegado a la íntima
convicción de que la solución de los problemas de Cuba tenía que ser
revolucionaria, que el poder había que tomarlo en un momento dado con las masas
y con las armas, y que el objetivo tenía que ser el socialismo.
¿Pero cómo
llevar en esa dirección a las masas, que en gran parte no estaban conscientes
de la explotación de que eran víctimas, y creían ver solo en la inmoralidad
administrativa la causa fundamental de los males sociales, y que sometida a un
barraje incesante de anticomunismo, recelaba, tenía prejuicios y no rebasaba el
estrecho horizonte de las ideas democrático-burguesas?
A nuestro
juicio, las masas descontentas de las arbitrariedades, abusos y corrupciones de
los gobernantes, amargadas por la pobreza, el desempleo y el desamparo, aunque
no viesen todavía el camino de las soluciones definitivas y verdaderas, serían,
a pesar de todo, la fuerza motriz de la revolución.
La lucha
revolucionaria misma, con objetivos determinados y concretos, que implicara sus
intereses más vitales y las enfrentara en el terreno de los hechos a sus
explotadores, las educaría políticamente.
Solo la lucha de clases desatada por la propia revolución en marcha,
barrería como castillo de naipes los vulgares prejuicios y la ignorancia atroz
en que la mantenían sometida sus opresores.
El golpe del
10 de marzo, que elevó a su grado más alto la frustración y el descontento
popular, y sobre todo la cobarde vacilación de los partidos burgueses y sus
líderes de más prestigio, que obligó a nuestro movimiento a asumir la
responsabilidad de la lucha, creó la coyuntura propicia para llevar adelante
estas ideas. En ellas se basaba la
estrategia política de la lucha iniciada el 26 de Julio.
Las primeras
leyes revolucionarias se decretarían tan pronto estuviera en nuestro poder la
ciudad de Santiago de Cuba, y serían divulgadas por todos los medios. Se llamaría al pueblo a luchar contra Batista
y a la realización concreta de aquellos objetivos. Se convocaría a los obreros de todo el país a
una huelga general revolucionaria por encima de los sindicatos amarillos y los
líderes vendidos al gobierno. La táctica
de guerra se ajustaría al desarrollo de los acontecimientos. Caso de no poder sostenerse la ciudad con 1
000 armas que debíamos ocupar al enemigo en Santiago de Cuba, iniciaríamos la
lucha guerrillera en la Sierra Maestra.
Lo más difícil
del Moncada no era atacarlo y tomarlo, sino el gigantesco esfuerzo de
organización, preparación, adquisición de recursos y movilización, en plena
clandestinidad, partiendo virtualmente de cero.
Con infinita amargura vimos frustrarse nuestros esfuerzos en el minuto
culminante y sencillo de tomar el cuartel.
Factores absolutamente accidentales desarticularon la acción. La guerra nos enseñó después a tomar
cuarteles y ciudades. Pero si con la
experiencia que adquirimos en ella se hubiese planteado de nuevo la misma
acción, con los mismos medios y los mismos hombres, no habríamos variado en lo
esencial el plan de ataque. Sin los
accidentes fortuitos que infortunadamente ocurrieron, lo habríamos tomado. Con una mayor experiencia operativa lo
habríamos podido tomar por encima de cualquier factor accidental.
Lo más
admirable de aquellos hombres que participaron en la operación, es que habiendo
entrado en combate por primera vez, arremetieron con tremenda fuerza los
objetivos que tenían delante, creyendo que se hallaban ya dentro de las
fortificaciones, cuya configuración exacta ignoraban. Pero la lucha se había entablado por
desgracia en las afueras de la fortaleza.
Con aquel ímpetu con que descendieron de sus carros, ninguna tropa
desprevenida los habría podido resistir.
Pero la
estrategia política, militar y revolucionaria, concebida a raíz del Moncada,
fue en esencia la misma que se aplicó cuando tres años más tarde desembarcamos
en el Granma y ella nos condujo a la victoria (APLAUSOS). Aplicando un método de guerra ajustado al
terreno, a los medios propios y a la superioridad técnica y numérica del enemigo,
los derrotamos en 25 meses de guerra, no sin sufrir inicialmente el durísimo
revés de la Alegría de Pío, que redujo nuestra fuerza a siete hombres armados,
con los que reiniciamos la lucha. Este
increíblemente reducido número de efectivos con que nos vimos obligados a
seguir adelante, demuestra hasta qué punto la concepción revolucionaria del 26
de Julio de 1953 era correcta.
Cinco años y
medio más tarde, el primero de enero de 1959, desde la ciudad de Palma Soriano,
rodeada ya Santiago de Cuba y los 5 000 hombres de su guarnición por nuestras
fuerzas, lanzamos la consigna de huelga general revolucionaria a los
trabajadores. El país entero se paró de
modo absoluto pese al control gubernamental del aparato oficial del movimiento
obrero, y en horas de la tarde las vanguardias rebeldes ocupaban el Moncada sin
disparar un tiro (APLAUSOS). El enemigo
estaba vencido. En 48 horas todas las
instalaciones militares del país fueron dominadas por nuestras tropas, el
pueblo ocupó las armas, y el golpe militar en la capital, instigado por la
embajada yanki, con que pensaban escamotear el triunfo, quedó deshecho. Los asesinos aterrorizados vieron surgir de
los cadáveres heroicos de los hombres asesinados en el Moncada el espectro
victorioso de sus ideas (APLAUSOS). Era
la misma consigna de huelga general que pensábamos lanzar el 26 de Julio de
1953, después de tomada la ciudad de Santiago de Cuba. Es cierto que esta vez ya en posesión del
poder revolucionario, fue que procedimos a aplicar el programa del Moncada,
pero la concepción de que la lucha misma forjaría en las masas la conciencia
política superior que nos llevaría a una revolución socialista, ha demostrado
en las condiciones de nuestra patria su absoluta justeza.
Las leyes
revolucionarias enfrentaron a los explotadores y explotados en todos los
terrenos. Latifundistas, capitalistas,
terratenientes, banqueros, grandes comerciantes, burgueses y oligarcas de todo
tipo y su incontable cohorte de servidores, reaccionaron inmediatamente contra
el poder revolucionario en contubernio con el imperialismo, privilegiado
propietario en Cuba de grandes extensiones de tierra, minas, centrales
azucareros, bancos, servicios públicos, casas comerciales, fábricas, amo y
señor de nuestra economía, que ya no tenía un ejército a su servicio. Comenzaron entonces las conjuras, los
sabotajes, las grandes campañas de prensa, las amenazas exteriores.
Pero el pueblo
no había recibido solo los beneficios de las leyes revolucionarias. Había conquistado ante todo y por primera vez
en la historia de nuestra patria, el sentido pleno de su propia dignidad, la
conciencia de su poder y de su inmensa energía.
Por primera
vez el obrero, el campesino, el estudiante, las capas más humildes del pueblo,
ascendían a lugares cimeros de la vida nacional. El poder revolucionario era su poder, el
Estado era su Estado, el soldado era su soldado porque él mismo se convirtió en
soldado (APLAUSOS); el rifle su rifle, el cañón su cañón, el tanque su tanque,
la autoridad su autoridad, porque él era la autoridad. Ningún ser humano volvería jamás a sufrir
humillación por el color de su piel; ninguna mujer tendría que prostituirse
para ganarse el pan; ningún ciudadano tendría que pedir limosna; ningún anciano
quedaría en el desamparo; ningún hombre sin trabajo; ningún enfermo sin
asistencia; ningún niño sin escuela; ningunos ojos sin saber leer; ninguna mano
sin saber escribir (APLAUSOS) .
Lo que la
Revolución significó desde el primer instante para el decoro del hombre, lo que
significó en el orden moral fue tanto o más que lo que significaron los
beneficios materiales.
La conciencia
de clase se desarrolló en forma inusitada.
Bien pronto los obreros, los campesinos, los estudiantes, los
intelectuales revolucionarios, tuvieron que empuñar las armas para defender sus
conquistas frente al enemigo imperialista y sus cómplices reaccionarios; bien
pronto tuvieron que derramar su sangre generosa luchando contra la CIA y los
bandidos; bien pronto tuvieron que ponerse todos en pie de guerra frente al peligro
exterior; bien pronto tuvieron que combatir en las costas de Girón y de Playa
Larga contra los invasores mercenarios (APLAUSOS).
¡Ah!, pero ya
entonces las clases explotadas habían abierto los ojos a la realidad, habían
encontrado al fin su propia ideología que no era ya la de los burgueses,
terratenientes y demás explotadores, sino la ideología revolucionaria del
proletariado, el marxismo-leninismo (APLAUSOS).
Y el capitalismo desapareció en Cuba.
Haber derramado la sangre del Moncada y de miles de cubanos más para
mantener el capitalismo, habría sido sencillamente un crimen (APLAUSOS).
Así, el 16 de
abril de 1961, nuestra clase obrera, cuando marchaba a enterrar a sus muertos
con los rifles en alto, vísperas de la invasión, proclamó el carácter socialista
de nuestra Revolución y en su nombre combatió y derramó su sangre, y todo un
pueblo estuvo dispuesto a morir (APLAUSOS).
Un decisivo salto en la conciencia política se había producido desde el
26 de Julio de 1953. Ninguna victoria
moral pudiera compararse a esta en el glorioso camino de nuestra
Revolución. Porque ningún pueblo en
América había sido sometido por el imperialismo a un proceso tan intenso de
adoctrinamiento reaccionario, de destrucción de la nacionalidad y sus valores
históricos; a ninguno se le deformó tanto durante medio siglo. Y he aquí que ese pueblo se yergue como un
gigante moral ante sus opresores históricos y barre en unos pocos años toda
aquella lacra ideológica y toda la inmundicia del maccarthismo y el
anticomunismo (APLAUSOS).
En la lucha
aprendió a conocer a sus enemigos de clase internos y externos y en ella
conoció a sus verdaderos aliados externos e internos. Frente al sabotaje de La Coubre y al embargo
de armas de procedencia capitalista cuando más las necesitábamos, al criminal
bloqueo económico de Estados Unidos y el aislamiento decretado por los
gobiernos latinoamericanos a las órdenes del imperialismo yanki, solo del campo
socialista, desde la gran patria de Lenin, se extendió la mano amiga y generosa
(APLAUSOS); de allí nos vinieron armas, petróleo, trigo, maquinaria y materias
primas; allí surgieron los mercados para nuestros productos boicoteados; de
allí, recorriendo 10 000 kilómetros, llegaron las naves surcando los mares; de
allí nos llegó la solidaridad internacionalista y el apoyo fraternal.
Bien poco
quedaba en pie de todas las mentiras, la odiosa hipocresía, la humillante
omnipotencia yanki en nuestra tierra, como no quedaba nada en pie de sus
bancos, sus minas, sus fábricas, sus inmensos latifundios, sus todopoderosas
empresas de servicio público, porque golpe por golpe frente a la agresión y el
bloqueo fueron nacionalizadas todas (APLAUSOS).
En el programa
del Moncada, que con toda claridad expusimos ante el tribunal que nos juzgó,
estaba el germen de todo el desarrollo ulterior de la Revolución. Su lectura cuidadosa evidencia que nos
apartábamos ya por completo de la concepción capitalista del desarrollo
económico y social.
Como hemos
dicho otras veces, aquel programa encerraba el máximo de objetivos
revolucionarios y económicos que en aquel entonces se podía plantear, por el
nivel político de las masas y la correlación nacional e internacional de
fuerzas. Pero su aplicación consecuente
nos conduciría a los caminos que hoy transitamos. Nosotros confiábamos plenamente en las leyes
de la historia y en la energía sin límite de un pueblo liberado.
Ningún
programa económico y social se cumplió jamás en este continente como se ha
cumplido el programa del Moncada. Con el
devenir del tiempo y la propia lucha se han superado con creces todas las
esperanzas de entonces y avanzamos hace rato mucho más allá, por la senda
gloriosa de la revolución socialista.
Martí, Marx,
Engels y Lenin guiaron nuestro pensamiento político. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y demás
patriotas del 1868 y el 1895, inspiraron nuestra acción militar. El pueblo de Cuba, en especial sus clases
humildes, nos acompañaron en esta larga ruta; ellas engendraron nuestras
luchas; ellas fueron los protagonistas verdaderos de la epopeya revolucionaria;
ellas dieron sus mejores hijos que en el Moncada, en el Granma, en la Sierra,
en el llano, en Palacio, en Goicuría, en el “Corynthia”, en Cienfuegos, en
todas las batallas y combates contra la tiranía, en las cámaras de tortura y en
las manos de los verdugos, en el Escambray, en Playa Girón, en la lucha contra
la CIA y sus agentes, en las aulas —como Benítez—, alfabetizando —como
Ascunce—, en los puestos de trabajo produciendo para la sociedad o en otras
tierras donde los llamara el deber internacionalista, entregaron sus vidas
(APLAUSOS). Millones de cubanos humildes
han trabajado abnegadamente en la producción, en la defensa, en la salud, en la
educación, en los servicios, en la administración y en las duras y arduas
responsabilidades del trabajo político y de las organizaciones de masa. A ellos corresponde el honor inmenso de haber
llevado sobre sus hombros al país en la lucha que nos ha conducido a esta
emocionante conmemoración del xx
Aniversario (APLAUSOS).
El Moncada nos
enseñó a convertir los reveses en victorias.
No fue la única amarga prueba de la adversidad, pero ya nada pudo
contener la lucha victoriosa de nuestro pueblo.
Trincheras de ideas fueron más poderosas que trincheras de piedras. Nos mostró el valor de una doctrina, la
fuerza de las ideas, y nos dejó la lección permanente de la perseverancia y el
tesón en los propósitos justos. Nuestros
muertos heroicos no cayeron en vano.
Ellos señalaron el deber de seguir adelante, ellos encendieron en las
almas el aliento inextinguible, ellos nos acompañaron en las cárceles y en el
destierro, ellos combatieron junto a nosotros a lo largo de la guerra. Los vemos renacer en las nuevas generaciones
que crecen al calor fraternal y humano de la Revolución; en nuestros
estudiantes trabajadores que aquí vinieron a recibir su copa, en cada obrero de
vanguardia, en los jóvenes que representan con honor a Cuba en el Festival
Mundial (APLAUSOS), en los Camilitos que se educan para ser soldados como ellos
(APLAUSOS), en los cadetes que juraron la bandera el día 22 (APLAUSOS).
¡Hace ya
veinte años y muchos no tenían veinte años!
Pero en todos los que no habían nacido todavía están ellos: en los niños que estudian en las escuelas
creadas por la Revolución, en cada vida infantil que preservan de la muerte
nuestros médicos revolucionarios; en cada victoria, en cada alegría, en cada
sonrisa, en cada corazón de nuestro pueblo.
Sobre la
sangre generosa que comenzó a derramarse el 26 de Julio, Cuba se levanta para
señalar un camino en este continente y poner fin al dominio del "Norte
revuelto y brutal" sobre los pueblos de nuestra América, marcando un punto
de viraje histórico en el proceso de su ininterrumpido y arrogante avance sobre
nuestras tierras, nuestras riquezas y nuestra soberanía, que duró 150
años.
En el instante
en que tiene lugar la Revolución Cubana, ninguna región del mundo, ningún
continente estaba tan completamente sometido a la política y los dictados de
una potencia extraña como la América Latina.
Estados Unidos
cercenó a México, intervino a Cuba, ocupó a Guantánamo, se apoderó de Puerto
Rico, yuguló a Panamá, deshizo la unión de Centroamérica e intervino con las
armas en sus repúblicas dispersas, envió la infantería de marina a Veracruz,
Haití, Santo Domingo; se apoderó del cobre, del petróleo, del estaño, del
níquel, del hierro del continente;
dominó los bancos, el transporte marítimo, el comercio, los servicios
públicos y las industrias básicas en todos nuestros pueblos; exigió y obtuvo
convenios onerosos de intercambio; forjó por último con el rótulo de OEA un
verdadero instrumento de administración colonial a cuyo amparo impuso el pacto
militar de Río de Janeiro, la Junta Interamericana de Defensa, las maniobras
militares conjuntas con las que trata de influir, adoctrinar y dominar los
cuerpos armados: manejó gobiernos,
fomentó golpes, armó tiranías sangrientas e impuso su ley soberana en todo el
hemisferio, arrastrándonos a la guerra fría en su cruzada reaccionaria contra
el socialismo y el movimiento de liberación de los pueblos.
Como nuestra
patente de la nefasta influencia ejercida por los Estados Unidos en sus
intervenciones militares están las satrapías que dejaron a su paso los marinos,
en Haití, Santo Domingo, Nicaragua, Guatemala y otros países de Centroamérica. De tal modo impusieron el enervamiento, la
corrupción y el atraso en estas repúblicas, que hoy entre sus gobiernos se
encuentran los peones más incondicionales de Estados Unidos en Latinoamérica. Ellos constituyen, junto a los gobiernos de
Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, la punta de lanza contrarrevolucionaria
con que el imperialismo se propone aislar a los pueblos hermanos de Chile,
Perú, Argentina y Panamá, cuyos procesos políticos están en conflicto con la
omnipotencia del imperio.
Detrás del
golpe de Uruguay y como parte de su estrategia continental están inconfundibles
las manos de Estados Unidos y Brasil.
Igual que hizo
en Europa, en Africa y en Asia, los Estados Unidos agrupa en este continente a
los gobiernos más corruptos, impopulares y desprestigiados contra los estados
progresistas y revolucionarios.
La política
imperialista se comporta de la misma forma en todo el mundo frente a los
pueblos que luchan por su liberación. Es
por ello que no entendemos la extraña tesis que hace referencia a dos supuestos
imperialismos, esgrimida por algunos dirigentes que se consideran parte del
Tercer Mundo, pretendiendo semejar a la URSS con Estados Unidos, porque con
ella sirven al único y verdadero imperialismo y aíslan a sus pueblos. Esta tesis reaccionaria en sí misma y fruto
exclusivo de la ideología e intriga de los teóricos burgueses y del
imperialismo tiene por objetivo alentar la división y la desconfianza entre las
fuerzas revolucionarias a nivel internacional y alejar a los movimientos de
liberación de los países socialistas.
Sin la
Revolución de Octubre y sin la inmortal hazaña del pueblo soviético, que
resistió primero la intervención y el bloqueo imperialista y derrotó más tarde
la agresión del fascismo y lo aplastó a un costo de 20 millones de muertos, que
ha desarrollado su técnica y su economía a un costo increíble de sudor y
sacrificio sin explotar el trabajo de un solo obrero en ningún país de la
Tierra, no habría sido en absoluto posible el fin del colonialismo y la
liberación de decenas de pueblos en todos los continentes. No puede ni por un segundo olvidarse que las
armas con que Cuba aplastó a los mercenarios de Girón y se defendió de Estados
Unidos, las que en manos de los pueblos árabes resisten la agresión
imperialista, las que usan los patriotas africanos contra el colonialismo
portugués y las que empuñaron los vietnamitas en su heroica, extraordinaria y
victoriosa lucha (APLAUSOS), llegaron de los países socialistas y esencialmente
de la Unión Soviética (APLAUSOS). Alejar
a los pueblos de sus aliados naturales es desarmarlos, aislarlos y
derrotarlos. Política de avestruz. Ningún servicio peor se puede prestar a la
causa de la liberación nacional.
El camino de
los pueblos de América Latina no es fácil.
El imperialismo yanki defenderá tesoneramente su dominio en esta parte
del mundo. La confusión ideológica es
todavía grande. Los Estados que han
emprendido un curso de acción independiente de Estados Unidos y políticas de
cambios estructurales aumentan en número, pero tienen aún que vencer grandes
dificultades.
Pero el
proceso de liberación nadie podrá de tenerlo a la larga. Los pueblos de Latinoamérica no tienen más
salvación posible que liberarse del dominio imperialista, hacer la revolución y
unirse. Solo esto nos permitirá ocupar
un lugar en el mundo entre las grandes comunidades humanas. Solo esto nos daría las fuerzas para
enfrentar los gigantescos problemas alimenticios, económicos, sociales y
humanos de una población que ascenderá a 600 millones en 25 años más. Solo esto haría posible nuestra participación
en la revolución científico-técnica que conformará la vida del futuro. Solo esto nos hará libres. Sin esto nuestras riquezas naturales se
agotarán en beneficio exclusivo de las sociedades capitalistas de consumo y
seremos los parias del mundo del mañana, ausentes de la civilización.
Luchar por
estos objetivos debiera ser la tarea de una adecuada organización
regional. Por mucho que la OEA se
reforme y hasta cambie de nombre seguirá siendo la OEA. Mientras Estados Unidos permanezca en el seno
de una organización regional de nuestros pueblos manejando los votos de sus
títeres, ejerciendo poderosa influencia económica sobre los gobiernos
individuales, intrigando, conspirando y tomándose la libertad de hacer en cada
caso lo que más convenga a sus intereses, seguiremos teniendo una OEA.
La
organización regional solo tendría razón de existencia como representante de
nuestros pueblos en la defensa de sus intereses frente al imperialismo y luchar
por la unión. Para que la familia en su
conjunto pueda tratar con Estados Unidos no hace falta tener al imperio en el
seno de la familia.
Si es cierto
que en las actuales circunstancias, dada la correlación de fuerzas entre
gobiernos progresistas y gobiernos reaccionarios en el seno de la familia
latinoamericana, no es viable todavía crear esta organización regional propia
porque Estados Unidos aún controla numerosos gobiernos, tampoco es posible
revivir la vieja OEA, ni tiene sentido hacerlo.
Dejémosla que fallezca de muerte natural (APLAUSOS).
Cuba sabrá
esperar pacientemente. La solidez de
nuestra Revolución es hoy mayor que nunca, y será joven todavía cuando ya ella
haya muerto y, con ella, todo lo que significó de humillación y bochorno para
nuestro pueblo. A su tumba llevará la
vergüenza de los crímenes que se cometieron contra el pueblo guatemalteco, cuyo
gobierno popular destruyeron los yankis con su complicidad y beneplácito; el
oprobio de la invasión de Santo Domingo por las tropas de Estados Unidos que con
cinismo aprobó, santificó y apoyó, incluso, unidades militares, para impedir la
liberación de ese heroico pueblo, bajo la dirección de su inmortal paladín
Francisco Caamaño (APLAUSOS); la infamia del ataque mercenario a Playa Girón,
el aislamiento de Cuba, el bloqueo económico, los ataques piratas, las
filtraciones, los lanzamientos de armas para equipar bandidos, los sabotajes y
demás fechorías que con su apoyo realizó el imperialismo contra el pueblo de
Cuba. Frente a todos los augurios
nuestro pueblo con la solidaridad internacional de sus hermanos de clase,
resistió y salió victorioso de todas las pruebas, y hoy las condiciones creadas
para el esfuerzo revolucionario son mejores que nunca.
Los gobiernos
tiránicos y opresores, al servicio de los explotadores, esgrimen siempre el
argumento de la paz y el orden para justificar la violencia contra el pueblo y
combatir la rebelión. Para ellos las
revoluciones son sinónimos siempre de anarquía y caos. La absoluta paz interna y el orden ejemplar
de que hoy disfruta nuestra patria, emanados de la disciplina consciente y el
apoyo pleno a la Revolución de nuestros obreros, campesinos, estudiantes,
profesionales, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, que nos permite
dedicarnos por entero al trabajo creador, no existieron jamás en Cuba, ni han
existido en grado semejante en ninguna otra sociedad latinoamericana.
Nuestras
Fuerzas Armadas Revolucionarias, orgullo de nuestro pueblo, porque ellas, sus
soldados, sus oficiales y sus reservas, igual que los combatientes del
Ministerio del Interior, son el pueblo uniformado, constituyen un modelo de
disciplina, humildad, abnegación y lealtad a la Revolución, al Partido y a la
patria (APLAUSOS).
Cuando
contemplamos el panorama convulso que reina en los países capitalistas y en
casi todos los pueblos de América Latina, no podemos menos que meditar en el
extraordinario avance que significó para nuestro país, en el orden moral, la
abolición radical del sistema capitalista de producción y de toda forma de
explotación del hombre por el hombre, con su secuela de vicios, de corrupción,
injusticia y mezquino egoísmo que aparta a los hombres de todo sentimiento de
solidaridad humana.
La solidez
granítica de la Revolución Cubana surge de su propio carácter socialista, que
ha traído a nuestro pueblo un inmenso caudal de equidad y justicia.
El sueño de
Marx de una sociedad sin explotadores ni explotados, que la concibió como
desenlace natural de los regímenes capitalistas desarrollados, es, incluso en
los pueblos pobres y subdesarrollados, el único camino de avanzar económica y
socialmente sin los horrores y los sufrimientos del desarrollo
capitalista.
Hay algunos
dirigentes de países pobres que, para excusar sus debilidades políticas, han
dicho que no quieren socializar la pobreza.
Pero incluso la pobreza socializada es mucho más justa que mantener las
masas en la miseria y permitir que goce de la riqueza una minoría privilegiada
(APLAUSOS). Capitalizar la pobreza es
peor que socializarla.
Nuestra
Revolución ha tenido que confrontar, y confronta todavía, las dificultades
inevitables para llevar adelante su cometido en las condiciones de un país
pobre y atrasado económicamente. Nuestra
escasa riqueza apenas bastaba para satisfacer un mínimo de las necesidades
inmensas de una población que crece además rápidamente. La provincia de Oriente que en 1953 tenía un
millón y medio de habitantes tiene ahora 3 100 000.
Para
obstruccionar nuestro camino, el imperialismo, que fue precisamente el
responsable principal de nuestras miserias, aparte de que nos obligó a gastos
extraordinarios en los servicios de la defensa nacional, nos impuso, con todo
su poder de influencia mundial, un rígido bloqueo económico, llevándose además
muchos de los pocos técnicos que existían en Cuba al servicio de la
burguesía.
El hecho de
que nuestra economía dependiera de un solo producto de carácter agrícola, con
bajísima productividad por hombre, que se aseguraba con el ejército de los
desempleados sometida a las irregularidades del tiempo y a las más increíbles
oscilaciones del precio, complicaba la tarea.
La ausencia total de fuentes energéticas, de industrias mecánicas y
químicas, de producción de aceros, de maderas y otros productos básicos,
constituían sin duda obstáculos muy serios en nuestro camino. Quizás por ello los imperialistas estaban
completamente seguros de que la Revolución no sobreviviría a sus
agresiones.
A sobrevivir
tuvimos que dedicar el grueso de nuestras energías en los primeros años de la
Revolución. Pero no solo hemos sobrevivido
sino que también, con la generosa cooperación de nuestros hermanos soviéticos,
hemos avanzado considerablemente en múltiples aspectos.
En nuestro
país no existe ya el desempleo, y nuestro estándar de salud, educación y
seguridad social supera al de todos los países de América Latina
(APLAUSOS).
Nuestro pueblo
conmemora este XX Aniversario trabajando intensamente y avanzando en todos los
campos. Y se han creado todas las
condiciones para el avance sostenido de nuestra economía año por año.
Como país
pobre, sin grandes recursos naturales de fácil explotación, que tiene que
trabajar duramente para ganarse el pan, en medio de un mundo donde gran parte
de los pueblos viven en la mayor pobreza, cuya población total, hoy de 3 500
millones, ascenderá a 7 000 millones en las próximas dos décadas y media,
mientras el lujo y el despilfarro de las sociedades capitalistas desarrolladas
agotan recursos naturales no recuperables, como el petróleo, cuyo precio
amenaza con elevarse extraordinariamente, los objetivos de nuestro pueblo en el
orden material no pueden ser muy ambiciosos.
Será nuestro
deber en los próximos años elevar al máximo la eficiencia en la utilización de
nuestros recursos económicos y humanos.
Llevar la cuenta minuciosa de los gastos y los costos (APLAUSOS). Y los errores de idealismos que hayamos
cometido en el manejo de la economía saberlos rectificar valientemente
(APLAUSOS).
Nuestro gran
sueño es avanzar hacia la sociedad comunista en que cada ser humano, con una
conciencia superior y un espíritu pleno de solidaridad, sea capaz de aportar
según su capacidad y recibir según sus necesidades. Pero ese nivel de conciencia y las
posibilidades materiales de distribuir la producción social acorde con esa
hermosa fórmula solo pueden ser fruto de la educación comunista de las nuevas
generaciones y del desarrollo de las fuerzas productivas.
Marx dijo que
el derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica y al
desarrollo cultural por ella condicionada, y que "en la fase superior de
la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora
de los individuos a la división del trabajo y con ella el contraste entre el
trabajador intelectual y el trabajador manual, cuando el trabajo no sea
solamente un medio de vida sino la primera necesidad vital; cuando con el
desarrollo de los individuos en todos sus aspectos crezcan también las fuerzas
productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva,
solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho
burgués, y la sociedad podrá escribir en sus banderas: "¡de cada cual según su capacidad, a
cada cual según sus necesidades!"
Estamos en la
fase socialista de la Revolución en que, por imperativo de las realidades
materiales y del nivel de cultura y conciencia de una sociedad recién emergida
de la sociedad capitalista, la forma de distribución que le corresponde es la
planteada por Marx en "Crítica del programa de Gotha: ¡de cada cual según su capacidad, a cada cual
según su trabajo! (APLAUSOS)
Es cierto que
muchos de nuestros obreros son verdaderos ejemplos de comunistas por su actitud
ante la vida, su conciencia superior y su extraordinaria solidaridad
humana. Ellos son la avanzada de lo que
un día deberá ser toda la sociedad. Pero
pensar y actuar cual si ya esa fuese hoy la conducta de todos sus componentes,
sería un ejemplo de idealismo cuyo resultado se traduciría en que el peso mayor
del esfuerzo social cayera injustamente sobre los mejores sin ningún resultado
moral en la conciencia de los más atrasados, y se traduciría en forma
igualmente adversa a la economía. Junto
al estímulo moral hay que usar también el estímulo material; sin abusar de uno
ni de otro, porque lo primero nos llevaría al idealismo y lo segundo al
desarrollo del egoísmo individual. Hemos
de actuar de modo que los incentivos económicos no se conviertan en la
motivación exclusiva del hombre, ni los incentivos morales en el pretexto para
que unos vivan del trabajo de los demás (APLAUSOS).
Quizás la
tarea más difícil que se impone en un proceso de marcha hacia el comunismo, sea
la ciencia de saber conciliar dialécticamente las fórmulas que nos exige el
presente, con el objetivo final de nuestra causa.
En la
educación está el instrumento fundamental de la sociedad para desarrollar los
individuos integrales capaces de vivir en el comunismo.
Debemos
trabajar en los próximos 10 años para hacer avanzar nuestra economía a un ritmo
anual promedio no menor del 6%, continuar mejorando progresivamente nuestro
nivel de salud pública, llevar el
sistema educacional a un grado óptimo, con cientos de miles de jóvenes
integrados en las magníficas escuelas de estudio y trabajo que estamos ya
construyendo masivamente (APLAUSOS), elevar paulatinamente los niveles en la
alimentación, ropa y calzado de la población, aumentar las construcciones de
viviendas hasta un ritmo que satisfaga las necesidades fundamentales del país,
e incrementar los servicios de transporte y demás atenciones generales al
pueblo. Estas aspiraciones de desarrollo
económico y social, que no son por cierto las de un pueblo movido por espíritu
de consumo, pueden alcanzarse perfectamente.
Desde que el
26 de Julio de 1953 atacamos el Moncada hemos logrado e incluso rebasado los
objetivos que nos propusimos entonces, aunque las tareas eran más difíciles de
lo que en aquel tiempo fuimos capaces de suponer.
Pero si aquel
día éramos un puñado de hombres, hoy somos un pueblo entero conquistando el
porvenir (APLAUSOS).
Si antes
nuestras manos, casi inermes, se enfrentaban al poder que nos tiranizaba, hoy
disponemos de un formidable ejército que nació del esfuerzo tesonero de
aquellos combatientes, equipado con los medios más modernos y del cual todos
los compatriotas capaces de empuñar las armas son soldados.
Si antes
nuestro aparato político era un reducido contingente de cuadros y los hombres
que militaban en nuestras filas eran unos cuantos cientos, hoy tenemos un
Partido de más de 100 000 militantes y miles de cuadros abnegados y firmes
(APLAUSOS). De la unión de todos los
revolucionarios nació ese partido. Unión
que se forjó en el desinterés y el renunciamiento más ejemplar, como símbolo de
que una nueva era surgía en nuestra patria.
Así, de una forma admirable, comenzamos a recorrer el nuevo camino, sin
caudillos, sin personalismos, sin facciones, en un país donde históricamente la
división y el conflicto de personalidades fue la causa de grandes derrotas
políticas. Como el Partido
Revolucionario Cubano de la independencia, hoy dirige nuestro Partido la
Revolución. Militar en él no es fuente
de privilegios sino de sacrificios y de consagración total a la causa
revolucionaria. Por ello en él ingresan
los mejores hijos de la clase obrera y del pueblo, velando siempre por la
calidad y no la cantidad. Sus raíces son
las mejores tradiciones de la historia de nuestro pueblo, su ideología es la de
la clase obrera: el
marxismo-leninismo. El es depositario
del poder político y garantía presente y futura de la pureza, consolidación,
continuidad y avance de la Revolución.
Si en los tiempos inciertos del 26 de Julio y en los primeros años de la
Revolución los hombres jugaron individualmente un rol decisivo, ese papel lo
desempeña hoy el Partido. Los hombres
mueren, el Partido es inmortal (APLAUSOS).
Consolidarlo,
elevar su autoridad, su disciplina, perfeccionar sus métodos de dirección, su
carácter democrático y elevar el nivel cultural y político de sus cuadros y
militantes, es deber ineludible de todos los revolucionarios.
Junto al
Partido, su organización juvenil, la Unión de Jóvenes Comunistas y las
organizaciones de masa (APLAUSOS): los
sindicatos, los Comités de Defensa de la Revolución (APLAUSOS), la Federación
de Mujeres Cubanas (APLAUSOS), la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños
(APLAUSOS), la FEU (APLAUSOS), la FEEM (APLAUSOS), la UPC (APLAUSOS),
constituyen la gigantesca fuerza política y social que lleva adelante la obra
que iniciamos el 26 de Julio.
A los jóvenes
me dirijo especialmente en este instante.
A ellos ha consagrado la Revolución el máximo de su esfuerzo y en ellos
ha puesto sus mayores esperanzas. Para
las nuevas generaciones se trabaja con verdadero amor, para ellas se realiza
fundamentalmente la Revolución; por ellos, por los que no habían nacido todavía
el 26 de Julio, derramaron su sangre generosa y pura los jóvenes que cayeron en
el Moncada (APLAUSOS), para ellos se construyen cientos de excelentes escuelas,
para ellos se desarrolla una economía que no conocerá las limitaciones de hoy;
con ellos trabajarán decenas de miles de técnicos que hoy se forman; ellos
poseerán un nivel de cultura que hoy no somos apenas capaces de imaginar. Nuestra generación, que inició sus luchas
cuando los sueños no podían siquiera expresarse sin riesgos de ser
incomprendidos; cuando la palabra socialismo no podía pronunciarse sin suscitar
temores y prejuicios, en ustedes deposita sus más puros ideales, en la íntima
convicción de que sabrán recogerlos, llevarlos adelante y trasmitirlos a los
que los sucedan, hasta el día en que la sociedad cubana puede inscribir en su
bandera la fórmula fraternal y humana de la vida comunista (APLAUSOS).
Rubén Martínez Villena en
encendidos versos patrióticos escribió un día:
"Hace falta una carga para matar bribones,
para acabar la obra de las revoluciones,
para vengar los muertos que padecen ultraje,
para limpiar la costra tenaz del coloniaje,
para no hacer inútil, en humillante suerte,
el esfuerzo y el hambre, y la herida y la muerte;
para que la República se mantenga de sí,
para cumplir el sueño de mármol de Martí;
para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos,
la patria que los padres le ganaron de pie..." (APLAUSOS).
Desde aquí te decimos,
Rubén: el 26 de Julio fue la carga que
tú pedías.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)