DISCURSO PRONUNCIADO POR FIDEL CASTRO RUZ, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CUBA, EN LA SESION SOLEMNE DE CONSTITUCION DE LA ASAMBLEA NACIONAL DEL PODER POPULAR, CELEBRADA EN EL TEATRO "CARLOS MARX", EL 2 DE DICIEMBRE DE 1976, "AÑO DEL XX ANIVERSARIO DEL GRANMA".

(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS

DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)

Distinguidos invitados;

Queridos compañeros:

Saludamos con calor y fraternidad las delegaciones amistosas que nos visitan con motivo de este acto y esta fecha. A los que no tienen temor de viajar a Cuba, a los que no necesitan permiso de Estados Unidos para mantener relaciones con nosotros (APLAUSOS), a los que no ignoran el derecho irrecusable de cada colectividad humana a construir un porvenir justo, a los que compartiendo o no la ideología política de nuestra Revolución saben que no hay alternativa posible al respeto mutuo, la amistad, la colaboración y la paz entre los pueblos, vaya toda nuestra consideración, nuestra hospitalidad y nuestro respeto.

La máxima escala del pensamiento político se alcanzó cuando algunos hombres tomaron conciencia de que ningún pueblo y ningún hombre, tenían derecho a explotar a otros, y que los frutos del esfuerzo y de la inteligencia de cada ser humano debieran alcanzar a todos los demás; que el hombre, en fin, no tenía por qué ser lobo sino hermano del hombre. Esa es la esencia básica de los postulados del socialismo. Pero el socialismo, elevado a su más alta expresión con las ideas de Marx, Engels y Lenin, nos enseñó también las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad humana y los caminos que conducen al triunfo definitivo de nuestra especie, sobre todas las formas de esclavitud, explotación, discriminación e injusticia entre los hombres.

Saludamos a todos los que han llegado a estas estimulantes convicciones y saludamos también a aquellos que aunque no compartan estas ideas son honestos demócratas y progresistas, porque la honestidad política practicada consecuentemente es un camino que conduce la mente y la voluntad del hombre al ideal socialista, pues si alguien dijo un día que todos los caminos conducían a Roma, hoy se puede afirmar que todos los caminos del pensamiento progresista conducen al socialismo (APLAUSOS).

En este acto trascendental e histórico, del cual todos somos testigos vivientes, cesa el período de provisionalidad del Gobierno Revolucionario y adopta nuestro Estado socialista formas institucionales definitivas. La Asamblea Nacional se constituye en órgano supremo del Estado y asume las funciones que le asigna la Constitución. Era un deber y es a la vez un gran triunfo de nuestra generación arribar a esta meta.

Cuando hablo de nuestra generación no me refiero solo a los que iniciamos la lucha en el Moncada, la continuamos en el Granma y la Sierra Maestra, la proseguimos en los días críticos de Girón y en los años duros de noble, abnegada y altiva lucha que vinieron después. En realidad, aquí se reúnen los frutos del esfuerzo de más de una generación, desde la que combatió enérgicamente contra Machado, simbolizada hoy por Juan Marinello, presidente de edad de esta Asamblea (APLAUSOS), hasta la de nuestra combativa y entusiasta juventud, que representaron las jóvenes de 19 años, obrera una, estudiante la otra, aun no nacidas cuando el desembarco del Granma, que fueron sus secretarias (APLAUSOS). Así, del mismo modo, el próximo día 4, junto a los bizarros combatientes de la Sierra Maestra desfilarán en la brillante revista militar que las condiciones del tiempo nos obligaron a suspender hoy, hijos suyos, que son ya oficiales de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas Revolucionarias o gallardos Camilitos de nuestras escuelas vocacionales militares. Si los hijos de los guerreros de 1868 combatieron en la guerra de 1895, los hijos de los combatientes de 1956 desfilan ya junto a sus padres en 1976. La generación de los abuelos, de los padres y de los hijos que se enfrentaron resueltamente al imperialismo, la tiranía y la injusticia social, se reúnen en esta magna Asamblea (APLAUSOS).

No hay aquí, como en el mundo burgués, diferencias entre militares y civiles, blancos y negros, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, porque todos disfrutamos de iguales deberes y derechos. No hay tampoco, por fortuna, diferencias entre ricos y pobres, explotadores y explotados, poderosos y humildes, porque la Revolución liquidó el poder político de los burgueses y terratenientes para forjar el Estado de los trabajadores. Esos son todos nuestros diputados: trabajadores manuales o intelectuales, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, soldados y civiles, que consagran su vida al servicio de la patria y de la Revolución, o estudian y se preparan para ser herederos de nuestras ideas, nuestros esfuerzos y nuestras luchas.

No existe en nuestra Revolución el oficio de político porque todos somos políticos, desde el pionero hasta el anciano jubilado. Trabajan en el Partido y en el Estado no aquellos que aspiren a un cargo sino a los que los militantes y el pueblo asignen una tarea. En el socialismo los cargos no se aspiran, los ciudadanos no se postulan. Ni las riquezas, ni las relaciones sociales, ni la familia, ni la publicidad o la propaganda, como ocurre en la sociedad burguesa, deciden ni pueden decidir para nada el papel de un hombre en la sociedad. Es el mérito, exclusivamente el mérito, la capacidad, la modestia, la entrega total al trabajo, a la Revolución y la causa del pueblo lo que determina la confianza que la sociedad otorga a cualquiera de sus hijos. Un solo pasquín electoral se exhibe en las elecciones: la vida y el expediente del ciudadano. Y a la hora de escoger no son unos pocos sino muchos los que pueden ser acreedores a tal confianza. No todos los hombres y mujeres con méritos en nuestro país están y es imposible que estén en esta Asamblea; pero todos los que están son hombres y mujeres de incuestionable mérito, dignos representantes de todo el pueblo.

Estos representantes del pueblo no reciben remuneración alguna por su condición de diputados. Tampoco ejercen el cargo sin el control de sus conciudadanos. Su representación es revocable en cualquier instante por los mismos que los eligieron. Ninguno estará por encima de la ley, ni del resto de sus compatriotas. Sus cargos no entrañan privilegios sino deberes y responsabilidades. También en nuestro sistema el gobierno y la administración de justicia dependen directamente de la Asamblea Nacional. Hay división de funciones, pero no hay división de poderes. El poder es uno, el del pueblo trabajador, que se ejerce a través de la Asamblea Nacional y de los organismos del Estado que de ella dependen. Nuestra forma de Estado toma en cuenta la experiencia acumulada por otros pueblos que han transitado el camino del socialismo y nuestra propia práctica. Como corresponde a una verdadera concepción revolucionaria aplicamos a nuestras condiciones concretas los principios esenciales del marxismo-leninismo.

No es que nuestra Revolución adquiera por ello un carácter popular. Nuestro proceso revolucionario fue, desde el principio, profundamente popular y estuvo sólidamente enraizado en las masas. El primer acto soberano del pueblo fue la revolución misma. Nuestra Revolución no nace de un golpe de Estado. Para comenzar no teníamos siquiera un ejército. Nuestra Revolución no la impuso nadie desde fuera, ella se forjó en heroica lucha contra la dominación imperialista y las más enconadas y feroces agresiones exteriores; nuestra Revolución surgió en el seno mismo del pueblo, concebida y realizada por hijos humildes del pueblo. Nuestra Revolución nació así de una pequeña semilla que hoy se ha convertido en gigantesco árbol; es sueño secular de ayer transformado en hermosa realidad de hoy, voluntad de pueblo convertida ya en un pedazo irreversible de la historia (APLAUSOS).

Mas, nuestra Revolución no es fruto exclusivo de nuestras ideas; nuestras ideas mismas son en gran medida hijas del pensamiento revolucionario mundial. Algunos en este hemisferio lanzan contra el socialismo la peregrina acusación de ser una idea extranjerizante, como si el idioma que hablamos no hubiera llegado alguna vez de fuera, como si las ideas liberales burguesas y todos los principios del capitalismo no hubiesen nacido históricamente en Europa, como si el cristianismo hubiese sido la religión primitiva de los naturales de este continente, como si la cultura y la ciencia no fuesen universales. A tal diatriba se reduce muchas veces la argumentación política de gobernantes reaccionarios e ignorantes, frente a masas sometidas al analfabetismo cultural y político y a la más brutal explotación económica.

El marxismo-leninismo es en definitiva profundamente internacionalista, y a la vez, profundamente patriótico. La liberación, el progreso y la paz de la patria están indisolublemente unidas en nuestra concepción a la liberación, el progreso y la paz de toda la humanidad. La anarquía, las guerras, el desarrollo desigual, los fabulosos recursos invertidos en armas y los riesgos que hoy acechan a la humanidad, son frutos naturales del capitalismo. Solo una distribución justa de las fuerzas productivas, la técnica, la ciencia y los medios de vida; solo una utilización cada vez más racional de los recursos naturales; solo la coordinación más estrecha de los esfuerzos de todos los pueblos de la Tierra, es decir, solo el socialismo puede salvar a la humanidad de los peligros espantosos que la amenazan: agotamiento de los recursos naturales que son limitados, contaminación progresiva del medio ambiente, crecimiento descontrolado de la población, hambres desoladoras y guerras catastróficas.

El capitalismo que vino al mundo, como dijera Marx, chorreando sangre y lodo por todos los poros, al lado de sus grandes logros científicos y técnicos y el desarrollo colosal de las fuerzas productivas, pasará a la historia como una de las etapas más crueles, depredadoras, bochornosas y mortíferamente peligrosas en la evolución de la sociedad humana, porque en su seno se combinan hoy las más reaccionarias ideas, el más inconcebible derroche de riquezas, la improvisación, la irresponsabilidad, y armas tan destructoras como jamás fue capaz de concebir el ingenio humano. Solo el poderío, los recursos y el prestigio de la Unión Soviética a la cabeza de las fuerzas progresistas de todo el mundo, con una sabia, enérgica y perseverante política de paz, han sido capaces de frenar las amenazas y peligros que representa todavía el capitalismo para el mundo.

De que las cosas más absurdas pueden ocurrir aún en el seno de la familia socialista y en países que iniciaron ese glorioso y revolucionario camino, si los principios se descuidan, si los conceptos se pierden, si los hombres se hacen dioses, si el internacionalismo se abandona, es la historia reciente de China. Ese país, cuya heroica y abnegada victoria revolucionaria constituyó, después de la gloriosa Revolución de Octubre, una de las más grandes y alentadoras esperanzas para todos los pueblos de la Tierra, ha sido escenario de la más brutal traición al movimiento revolucionario mundial. No es justo culpar de ello a ese noble y abnegado pueblo, ni a los comunistas chinos que tantas pruebas han dado de sus virtudes heroicas y su espíritu revolucionario.

¿Cómo explicar entonces los hechos que allí sucedieron? ¿Cómo explicar que la política internacional china terminara asociada a las fuerzas más retrógradas del imperialismo en todas partes del mundo, su defensa de la OTAN, su amistad con Pinochet, su criminal complicidad con Africa del Sur contra el MPLA, su odio y su campaña repugnante contra la Unión Soviética, sus cobardes ataques a Cuba, al extremo de asociarse a los peores voceros del imperialismo yanki para presentarla como una amenaza para los pueblos de América Latina, que es tanto como hacerse cómplice del bloqueo y de la infame política de agresión imperialista contra nuestra patria?

Todo eso puede ocurrir cuando una camarilla corrompida y endiosada puede hacerse dueña del Partido, destruir, humillar y aplastar a los mejores militantes e imponer su voluntad a toda la nación, apoyada en la fuerza y el prestigio que emana de una profunda revolución social. Siempre he creído que los fundadores de un proceso revolucionario socialista adquieren ante sus conciudadanos tal autoridad y ascendencia, tales y tan poderosos medios de poder, que el uso irrestricto de esa autoridad, ese prestigio y esos medios puede llevar a graves errores e increíbles abusos de poder. Pienso por ello y he pensado siempre, que cualesquiera que sean los méritos individuales de cualquier hombre, toda manifestación de culto a la personalidad debe ser radicalmente evitada; que cualquier hombre, no importa qué aptitudes se le puedan atribuir, nunca será superior a la capacidad colectiva, que la dirección colegiada, el respeto irrestricto a la práctica de la crítica y la autocrítica, la legalidad socialista, la democracia y disciplina partidista y estatal y la inviolabilidad de las normas y las ideas básicas del marxismo-leninismo y el socialismo son los únicos valores sobre los cuales puede sostenerse una verdadera dirección revolucionaria.

Un día, al conmemorarse precisamente el XX Aniversario del Moncada, dije: el hombre muere, el Partido es inmortal (APLAUSOS). Hoy deseo añadir: ningún hombre puede estar por encima del Partido; la voluntad de ningún ciudadano ha de prevalecer jamás sobre la de millones de sus compatriotas; ningún revolucionario es más importante que la Revolución.

El ejercicio del poder debe ser la práctica constante de la autolimitación y la modestia.

Hay hoy una nueva dirección política en China. Aun no es tiempo suficiente para juzgar lo que allí está sucediendo. Se señalan cosas increíbles sobre la forma en que un grupo de aventureros se apoderó virtualmente de la dirección del Partido. Lo que no está claro todavía en las explicaciones oficiales procedentes de China, es mediante qué mecanismos ese grupo pudo dirigir a su antojo la política china durante muchos años, y cómo la viuda de Mao Tsetung pudo en vida de Mao Tsetung, en el seno de un partido comunista y dentro de un Estado socialista, cometer esos crímenes. La experiencia que de ello se derive tiene que ser forzosamente útil al movimiento revolucionario mundial.

El mundo capitalista desarrollado está sumido hoy en una profunda crisis económica. Ello daña a todos los países subdesarrollados, cuyos mercados tradicionales están afectados por una grave depresión, lo que también en cierta medida perjudica a nuestro propio país. Existe, sin embargo, una excepción en el área del mundo subdesarrollado: los grandes exportadores de petróleo. Estos perciben privilegiadamente una gran parte de los ingresos del comercio internacional en esta área, y entre ellos y los países capitalistas desarrollados están triturando como una rueda demoledora a todas las naciones económicamente débiles del mundo, que constituyen la inmensa mayoría.

La cuestión no es sencilla. Los monopolios capitalistas eran dueños de las fuentes petroleras mundiales y ellos imponían los precios del petróleo. La opinión revolucionaria denunció insistentemente los precios monopólicos de las compañías imperialistas y las enormes ganancias extraídas anualmente. La justa causa del derecho de los pueblos a poseer sus recursos naturales, entre ellos el petróleo, fue apoyada por todos los estados progresistas del mundo. Durante largo tiempo los intereses de los países petroleros y el resto de las naciones subdesarrolladas marcharon parejamente. Todos reclamaban con absoluta justicia, la revalorización de sus materias primas y el cese del intercambio desigual con el mundo capitalista desarrollado. Al propio tiempo, en el seno de los países capitalistas industrializados, se iba gestando una profunda crisis derivada fundamentalmente de la naturaleza agresiva, anárquica, explotadora e irresponsable del imperialismo: la guerra de Viet Nam, los inmensos gastos militares, los déficit presupuestarios, la dilapidación y el derroche de las sociedades de consumo y demás taras inseparables de la sociedad capitalista. Los socorridos métodos del capitalismo desarrollado para evitar y posponer las crisis cíclicas del sistema se fueron haciendo cada vez más inoperantes, la inflación se tornó incontrolable. Por otro lado, la creciente resistencia de las masas obreras a aceptar el peso principal de las restricciones hacía más difícil a los gobiernos la aplicación de las fórmulas clásicas del Estado burgués. En esta situación se produce la última guerra en el Cercano Oriente y el subsiguiente embargo petrolero por parte de las naciones árabes contra un grupo numeroso de países industrializados que tradicionalmente apoyaron al agresor israelita. En esta coyuntura el precio del petróleo subió extraordinariamente, beneficiando también a los productores que no se habían sumado al embargo. A partir de ese instante los países de la OPEP, movidos por intereses estrictamente económicos, comprendiendo el poder que les daba el monopolio de la mayor parte del petróleo que se comercializa en el mercado mundial, y la posesión de una materia prima esencial para todas las naciones, establecieron los precios a un nivel que se elevaba en cuatro o cinco veces el que poseía antes del embargo, lo que agudizó y profundizó, aún más, la crisis económica mundial.

El hecho de que entre los países petroleros se encontrasen Argelia, Iraq y otros, que mantienen una política internacional progresista, las simpatías hacia la causa árabe de muchos pueblos, las brutales amenazas del imperialismo yanki y otros factores similares, determinaron que casi todos los países subdesarrollados hicieran causa común con los productores de petróleo. La actitud de aquellos países no podía ser más desinteresada y solidaria por cuanto no estaban en condiciones de soportar la enorme carga económica, que para la simple subsistencia, sin hablar ya de un desarrollo modesto, implicaba el precio exorbitante del combustible. El hecho mismo de que un puñado de países exportadores de petróleo, hasta hace poco colonizados, pudieran imponer tal exigencia sin que fuesen inmediatamente invadidos y ocupados por los imperialistas, solo era posible por la nueva correlación mundial de fuerzas, la lucha denodada de todos los pueblos en los últimos decenios y la solidaridad internacional,

Ello suponía, como contrapartida elemental, que los países petroleros hicieran suya también la causa del mundo subdesarrollado y compartieran con éste, en un grado razonable, las nuevas y cuantiosas posibilidades financieras que caían en sus manos. Así lo planteó públicamente el Gobierno de Cuba en aquella fecha. Era esencial y justo, cuando menos, resolver de algún modo a esos países el abastecimiento adecuado de combustible a un precio accesible. Esta habría sido la única política sensata e inteligente para mantener unidos en un solo frente a los pueblos del llamado Tercer Mundo en la lucha común contra sus explotadores históricos. Salvo aisladas excepciones nada de eso ocurrió. Algunos países petroleros, sobre todo los más grandes productores y de más escasa población, comenzaron a acumular fabulosas cantidades de dinero e invertirlas inmediatamente en bienes inmuebles, acciones e industrias de Estados Unidos, Inglaterra, RFA y otros países industrializados de Europa, de modo tal, que muy pronto nadie podrá diferenciar los intereses de esos estados y los del capital financiero internacional, es decir, los monopolios imperialistas.

Esta actitud egoísta y errónea en nada se conciliaba con la solidaridad ejemplar de los países subdesarrollados y se explica, entre otras razones, por la gran heterogeneidad y diversidad de criterios y sistemas políticos entre los países de la OPEP, que prácticamente solo logran acuerdo unánime en un solo punto: subir los precios.

No todos los países de la OPEP tienen la misma política, algunos sostienen posiciones progresistas en muchos aspectos y albergan sinceras preocupaciones por la situación económica internacional, como Argelia, Iraq, Libia, Kuwait, Nigeria y Venezuela. Pero es indudable el hecho de que los dos más grandes productores: Irán y Arabia Saudita, cuyos volúmenes superan a los de todos los demás miembros de la OPEP juntos, gastan decenas de miles de millones de dólares en adquirir armas sofisticadas en Estados Unidos, facilitando a este país imperialista la renovación y venta de su parque militar excedente y en desuso, y el mantenimiento de su industria de guerra, aparte del empleo de miles de técnicos militares con fabulosos sueldos ubicados en el territorio de esos estados. Los delirios de grandeza del Sha de Irán, las cantidades fantásticas de armas que enmohecen en manos de los ineptos soldados del rey de Arabia, y los lujos fabulosos de los sultanes reaccionarios del Golfo Pérsico, se pagan con el sudor y el hambre de cientos de millones de hombres y mujeres, ancianos y niños del mundo subdesarrollado. Y esto es literalmente así. Porque los países capitalistas desarrollados han cargado el sobreprecio del petróleo a todos los equipos, fertilizantes, alimentos y productos elaborados en general que exportan a los pueblos subdesarrollados, los que por otro lado han visto deprimidos aun más sus mercados, devaluados sus productos de exportación, y tienen que pagar además el petróleo que consumen a casi 100 dólares la tonelada. Los países capitalistas industrializados cuentan con otras fórmulas adicionales para afrontar ese sobreprecio, entre ellas la venta de equipos militares, como los mencionados anteriormente, que tardan menos en convertirse en chatarra inútil, que el tiempo que toman para aprender su manejo los oprimidos súbditos de los sha persas y los reyes sauditas. Es la repetición, en la época moderna, de la clásica leyenda sobre los conquistadores europeos de América, que adquirían el oro de los indios con espejos y cuentas de vidrio.

Nadie cuestiona que el petróleo es un recurso agotable como lo son también los demás minerales que exportan muchos pueblos de Africa, Asia y América Latina, y merecen por ello igualmente precios remunerativos; nadie duda que el petróleo es un producto que ha sido criminalmente despilfarrado por las sociedades de consumo y requiere una política de preservación y un uso racional. Pero, ¿por qué han de ser los países subdesarrollados, más escasos de recursos económicos e incluso muchas veces de recursos naturales, los que han de cargar el peso principal, agobiante e intolerable de la crisis económica capitalista; precios inaccesibles para sus importaciones, depresión para sus mercados y un gasto de divisas en el combustible 10 veces superior al costo de producción de éste? ¿Cuáles son a corto y mediano plazo las consecuencias para el mundo de esta situación? ¿Cómo podrá organizarse ninguna campaña contra el hambre, la desnutrición, la insalubridad, el analfabetismo, la falta de agua potable y vivienda, la pobreza, en fin, en un mundo cuya población rebasa ya la cifra de 4 000 millones de habitantes y donde una de cada tres personas está subalimentada?

Los hechos están demostrando que la sobrevalorización excesiva y abusiva de una materia prima en el comercio mundial, por la acción monopólica y unilateral de unos pocos que la poseen, solo ha podido hacerse a costa de la desvalorización de todas las demás materias primas y productos, de los cuales viven la inmensa mayoría de los países subdesarrollados del mundo. Esa no es forma de superar el intercambio desigual, que ahora es todavía más desfavorable para esta mayoría de países y no implica solidaridad alguna entre pueblos y explotados, sino una manifestación de nacionalismo estrecho y egoísta. No es lo mismo exigirle al rico que robarle al pobre.

Es cierto que entre los países subdesarrollados no petroleros existen también gobiernos retrógrados y sistemas sociales injustos, pero nosotros defendemos posiciones de principio.

Estos candentes problemas demuestran la necesidad, cada vez más apremiante, que tienen todos los pueblos de buscar fórmulas racionales de cooperación, desarrollo, distribución de tecnologías y de recursos. Exactamente lo que previó Marx hace más de 100 años, cuando la población del planeta y las dificultades de la humanidad no eran siquiera la sombra de lo que son hoy. Ningún pueblo estará dispuesto a morir de hambre, y entre las naciones subdesarrolladas del mundo, no solo los países exportadores de petróleo tienen derecho a vivir.

De los problemas que se derivan para Cuba de estos factores hablamos en días recientes. El azúcar, con la excepción de la que nuestro país suministra a la URSS y otros estados socialistas, no solo sufre de bajos precios, sino que incluso sus mercados están deprimidos. Países como Japón, que en los últimos años llegó a adquirir hasta un millón de toneladas de azúcar cubana, no rebasó la cifra de 130 000 en 1976 y así ha ocurrido con otros mercados de moneda convertible. Ello nos trae dificultades y nos obliga a drásticas restricciones en el comercio con dichos mercados, porque para nosotros, antes que la adquisición de nuevas mercancías y plantas industriales, está el principio de cumplir con nuestras obligaciones financieras internacionales. Las restricciones en la economía interna no son nunca agradables. Eso lo sabemos. Siempre serán recibidas con mucha mayor satisfacción las mejoras. Pero la fuerza de un pueblo y de una revolución consiste precisamente en su capacidad de comprender y enfrentar las dificultades. A pesar de todo avanzaremos en numerosos campos y lucharemos denodadamente por elevar la eficiencia de la economía, ahorrar recursos, reducir gastos no esenciales, aumentar las exportaciones y crear en cada ciudadano una conciencia económica. Antes dije que todos somos políticos, ahora añado que todos debemos ser también economistas y, repito, economistas, no economicistas, que no es lo mismo una mentalidad de ahorro y eficiencia que una mentalidad de consumo.

Días atrás fue necesario, por las razones explicadas, reducir el consumo de café. Esto se aplicó por igual al consumo social y al consumo individual. Debo decir que la restricción comenzó por las organizaciones políticas, de masas y la administración. Se respetaron al máximo posible las asignaciones para los cortadores de caña, el personal de trabajos nocturnos y otros. Deseo señalar que el compañero Agostinho Neto y otros dirigentes angolanos, tan pronto conocieron de estas restricciones, comunicaron a nuestros representantes en Angola su disposición a enviar café a Cuba en cualquier condición (APLAUSOS). Este gesto nos conmovió, pero nosotros no podíamos aceptarlo bajo ningún concepto (APLAUSOS). Quince mil toneladas de café valen hoy 40 millones de dólares y Angola, un país destruido por la guerra y enfrentado a enormes dificultades, necesita esos ingresos. No podemos consumir en café recursos que hemos ayudado a defender y crear con nuestro sudor y nuestra sangre (APLAUSOS). Ejemplarmente internacionalista ha sido el gesto de Neto; ejemplarmente internacionalista tiene que ser la actitud de Cuba.

El café hay que producirlo en Cuba cualesquiera que sean las dificultades climáticas. A ello habría que añadir el hecho de que en las nuevas condiciones creadas por la Revolución, muchos campesinos tienden a emigrar de las montañas, que son las regiones productoras de café, adonde los llevó en el pasado el desempleo y el hambre. Sus hijos estudian con magníficas perspectivas de convertirse en técnicos y obreros calificados. Surgen así otras aspiraciones. Por otro lado, la población consumidora es mucho mayor. La ANAP debe hacer el máximo esfuerzo de concientización de los campesinos en esas zonas para impulsar la producción. El Banco Nacional debe estudiar los problemas relacionados con el crédito y los recursos financieros adecuados. El Ministerio de Agricultura debe analizar precios, renovación de plantaciones, insumos materiales y otros factores necesarios. Habrá que proseguir la política de instalar en las montañas escuelas secundarias básicas y preuniversitarios con sus programas de estudio y trabajo. Será necesario en fin, una atención especial a este cultivo en las nuevas condiciones sociales. A las provincias orientales, cuyos representantes se encuentran aquí, les pedimos en nombre de toda la nación un especial esfuerzo técnico y productivo en el cultivo cafetalero. Lo mismo a las provincias de las antiguas Villas, Pinar del Río y La Habana, donde en menor escala existen también plantaciones de café.

Hace un año tuvo lugar el Primer Congreso del Partido. En cumplimiento de sus resoluciones una intensa actividad partidaria y estatal ha sido desplegada durante el tiempo transcurrido. Fue aprobada en ejemplar referéndum la Constitución socialista. Se ejecutaron todos los pasos pertinentes a la nueva División Político-Administrativa.

Se llevó a cabo en forma brillante y entusiasta el proceso de nominación de candidatos y la elección de delegados a las asambleas municipales, que fue la base para los pasos subsiguientes: elección de los delegados provinciales y diputados a la Asamblea Nacional y la constitución de los Poderes Populares en el nivel municipal y provincial. Las nuevas provincias fueron oficialmente establecidas el pasado 7 de noviembre. Simultáneamente, durante meses de intenso trabajo, se elaboró el proyecto de reestructuración del aparato central del Estado, de acuerdo con los principios de la Constitución, la nueva División Político-Administrativa, el establecimiento de los Poderes Populares, el Sistema de Dirección de la Economía en vías de aplicación, y la necesaria búsqueda de un máximo de eficiencia y uniformidad y un mínimo de costo en la administración central. Aunque se trata de un terreno donde todavía se puede y debe continuar avanzando en los años venideros, se lograron definir con adecuada precisión las funciones, estructuras y plantillas de todos los organismos de la administración central del Estado, lo que fue plasmado en una importante legislación denominada Ley de Organización de la Administración Central del Estado, aprobada por el Consejo de Ministros en uno de sus últimos actos como Poder Legislativo. Quedaron establecidos por esta Ley 43 organismos centrales, 34 de ellos con carácter de Comités Estatales o de Ministerios, cuyos titulares tendrán el rango de Ministro y que integrarán, conjuntamente con el Presidente del Gobierno y los vicepresidentes que se designen y su Secretario, el Consejo de Ministros. Con esta estructura y la supresión de las regiones se reduce considerablemente en la administración central, el personal administrativo de la plantilla cubierta en la actualidad. Los trabajadores disponibles deberán ser reubicados en otras actividades de servicios o productivas. Como es lógico no quedarán abandonados a su suerte, pues el Gobierno adoptará, como ha hecho siempre, las medidas pertinentes para la subsistencia y reubicación de los mismos.

Una gran descentralización administrativa se produce paralelamente en las tareas del Estado. Ahora, a los municipios y provincias corresponden importantes funciones. La más estrecha coordinación entre todas las comunidades del país y entre estas y el Gobierno central se impone más que nunca. Toda manifestación de egoísmo local y regionalismo debe ser combatida enérgicamente, pero a la vez, será deber de cada una de las provincias luchar en forma adecuada, justa y racional por su desarrollo y sin perder nunca de vista los intereses del conjunto nacional.

Como se puede apreciar, en breve espacio de tiempo han tenido lugar profundas transformaciones institucionales. Con la constitución de esta Asamblea Nacional, la elección del Consejo de Estado, su Presidente y vicepresidentes, y la designación del Consejo de Ministros, concluye en lo fundamental este histórico proceso de institucionalización de nuestra Revolución.

La Asamblea Nacional aprobará en lo adelante los planes económicos y el presupuesto de la República entre las muchas e importantes funciones que le atribuye la Constitución. No hay que abrigar temor a enfrentarse a las dificultades. Y si la realidad económica internacional y la limitación de nuestros recursos naturales nos imponen planes más modestos, hagámoslo sin vacilación ni desaliento que nuestra divisa es y será siempre hacer el máximo y hacerlo todo por nuestro pueblo. Seamos valientes en el desempeño de nuestros deberes y comportémonos siempre como verdaderos revolucionarios.

¿Quién puede negar que este proceso que hoy culmina constituye un avance capaz de enorgullecernos a todos, un ajuste de cuentas con la historia y con nuestras conciencias revolucionarias, el cumplimiento feliz de un deber sagrado que surgió en el Moncada mismo y prueba inequívoca de la fidelidad de nuestra Revolución a los principios? Ahora nos corresponde a todos adaptar nuestras mentes a los cambios que hemos hecho, trabajar con entusiasmo y confianza en las nuevas condiciones, cumplir estrictamente las normas y luchar incansablemente para que las nuevas instituciones funcionen de modo óptimo.

Hoy se cumplen 20 años del desembarco del Granma. Con el decursar del tiempo el yate Granma nos parece a todos cada vez más pequeño y el trayecto de 1 500 millas recorrido, desde Tuxpan hasta Las Coloradas, infinitamente mayor. A nosotros nos parecía entonces un vehículo maravilloso para trasladar nuestros 82 combatientes y el mar tempestuoso un camino hermoso por donde se regresaba feliz a la patria a cumplir una promesa. Nadie es capaz de calcular la fuerza y la decisión que las ideas justas pueden generar en el espíritu del ser humano. Hechos similares se repitieron después en muchas formas. Un ejército victorioso fue reconstruido a partir de siete fusiles empuñados por los hambrientos y agotados restos de aquella expedición; con un puñado de hombres Raúl y Almeida abrieron el Segundo y Tercer Frente; 300 combatientes derrotaron una ofensiva de 10 000 soldados en la Sierra Maestra; Che y Camilo con 140 y 90 aguerridos veteranos invadieron Las Villas en épica marcha frente a la tenaz persecución de miles de soldados enemigos. Es aquel mismo espíritu del Granma lo que alentó a nuestros hombres casi 20 años después a cruzar 10 000 kilómetros sobre el Atlántico, en aviones que tenían más de 20 años, para apoyar a nuestros hermanos angolanos (APLAUSOS), y los que por mar recorrieron la misma distancia en viaje de hasta 20 días en barcos mercantes que llevaban encima tres veces más personal del que se habría calculado en cualquier operación logística.

Solo unos pocos sobrevivieron al Moncada y al Granma y en nuestras Fuerzas Armadas se cuentan ya con los dedos de la mano los que participaron en aquellos hechos, pero jóvenes obreros, campesinos y estudiantes llenaban el vacío que la muerte abría en nuestras filas. Todo un pueblo se enroló en la causa de la Revolución y nuestra fuerza se multiplicó desde entonces infinitamente. Fue la idea, la convicción de defender una causa justa lo que obró este milagro. Una hermosa tradición de heroísmo se fue creando en la juventud cubana que nutrió de fuerza, de confianza en sí mismos y espíritu de invencible decisión a los nuevos combatientes. Por eso Cuba ha podido resistir altiva, invicta y heroica las embestidas del imperialismo yanki.

En días recientes el Buró Político tomó la decisión de designar la mueva denominación de los grados de nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias, que se ajusta a la práctica internacional. Esto fue profundamente meditado durante mucho tiempo. En nuestra vida de combatientes revolucionarios fuimos siempre sumamente cautelosos en lo que se refiere a los grados. Nuestra máxima jerarquía militar en la Sierra Maestra fue la de Comandante. Realmente teníamos tres grados: Teniente, Capitán y Comandante. Comenzamos como ustedes conocen con 82 hombres, después fuimos menos y más tarde muchos más. Al final de la guerra teníamos aproximadamente 3 000 hombres armados. Los que mandaban columnas y abrieron nuevos frentes: Raúl, Almeida, Camilo, Che y otros llevaban grados de Comandante. Grandes proezas en el terreno militar fueron realizadas con modestos grados. Triunfó la Revolución y mantuvimos nuestros grados. Crecieron extraordinariamente nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias y mantuvimos nuestros grados. Esto se convirtió virtualmente en una pauta para los movimientos revolucionarios que surgieron después de la Revolución Cubana. Siguiendo nuestra tradición nadie ostentaba un grado mayor al de Comandante.

Llegó un día en que nos vimos en la necesidad de organizar y dirigir un enorme ejército con esos grados. En el fondo sentíamos un odio profundo contra determinados títulos de alta jerarquía militar. Era lógico, en quienes crecimos viendo los abusos, injusticias, robos y prebendas de un ejército mercenario que oprimía al pueblo y habíamos luchado contra ellos. Pero también es cierto que la Revolución victoriosa no tenía forma de entenderse en el lenguaje universal de la terminología de los grados militares.

Comenzando pon los países socialistas nuestros grados eran diferentes. Era necesario dirigir regimientos, divisiones y cuerpos de ejército. Ideamos las denominaciones de Primer Capitán, Primer Comandante, etcétera. Después Comandante de Brigada, Comandante de División y así sucesivamente. Seguíamos, no obstante, sin lograr que se entendiera en el mundo nuestras denominaciones militares. Un arraigado pudor nos impedía cambiar el nombre de los grados.

En algún país como China, en los años locos de la llamada Revolución Cultural, habían llegado incluso a suprimir los grados militares. Nosotros, por el contrario, arribamos a la conclusión de que un día podrían suprimirse los ejércitos, cuando en el mundo el socialismo constituya un régimen universal y la paz reine verdaderamente entre los pueblos, pero que mientras existiera el imperialismo los países socialistas necesitaban ejércitos y mientras existieran ejércitos eran necesarios los grados militares.

Si se aplicara el mismo principio de la supresión de las jerarquías en todas las demás instituciones, habría que suprimir las denominaciones de Secretario del Partido, Presidente de la República, Jefe de Estado, administrador de fábrica, etcétera.

Por otro lado, el hecho de que nuestro país hubiese estado ocupado por un ejército mercenario al servicio del imperialismo durante los años de la república mediatizada, no era razón suficiente para dejar de tomar en cuenta a nuestros heroicos mambises que en las dos guerras de independencia, 1868 y 1895, utilizaron los grados de Coronel y General. Máximo Gómez, Antonio Maceo e Ignacio Agramonte eran generales (APLAUSOS). Al propio José Martí, a los pocos días del desembarco en Playitas, le fue conferido por Máximo Gómez el grado de Mayor General del Ejército Libertador y lo recibió con profunda emoción y orgullo.

Nuestro Ejército Revolucionario, partiendo virtualmente de la nada, se enfrentó y derrotó al ejército mercenario de Batista, pulverizó las bandas contrarrevolucionarias, liquidó en menos de 72 horas en Playa Girón al ejército organizado y entrenado por el Pentágono y la CIA; soportó heroicamente y sin vacilaciones el mortal riesgo nuclear de la Crisis de Octubre; ha defendido al país contra el más poderoso imperialismo del mundo y en importante misión internacionalista, junto a los hermanos angolanos, destruyó en unos pocos meses la coalición imperialista racista que intentó apoderarse de Angola. Nuestros oficiales se han estado superando y capacitando incesantemente. Al cabo de 20 años de su fundación creemos que nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias bien merecen ostentar los grados apropiados que en todas partes del mundo se utilizan para organizar y dirigir la defensa del país.

Conocemos bien a nuestros militares, sabemos cuán profundamente vinculados están al pueblo y a la causa del socialismo, su modestia, su abnegación, su austeridad, su disciplina, su patriotismo y su actitud de incondicional acatamiento a nuestro Partido y a nuestro Estado popular.

Ellos son, como dijo Camilo, el pueblo uniformado. Por eso pedimos a la Asamblea Nacional que apoye y ratifique esta decisión de nuestro Partido y nuestro Consejo de Ministros (APLAUSOS PROLONGADOS).

Solo nos resta un acto formal: expresar que en este instante el Gobierno Revolucionario transfiere a la Asamblea Nacional, el poder que desempeñó hasta hoy. Con ello el Consejo de Ministros pone en manos de esta Asamblea las funciones constituyentes y legislativas que ejerció durante casi 18 años, que es el periodo de más radicales y profundas transformaciones políticas y sociales en la vida de nuestra patria. ¡Que la historia juzgue objetivamente esta época!

Por mi parte soy, queridos compañeros, un incansable crítico de nuestra propia obra. Todo pudimos haberlo hecho mejor desde el Moncada hasta hoy. La luz que nos indica cuál pudo haber sido la mejor variante en cada caso es la experiencia, pero ella desgraciadamente no la poseen los jóvenes que se inician en el duro y difícil camino de la Revolución. Sirva esta, sin embargo, para aprender que no somos sabios y que ante cada decisión puede haber tal vez alguna superior.

Ustedes, con cariño extraordinario, atribuyen a sus dirigentes grandes méritos. Yo sé que ningún hombre tiene méritos excepcionales y que cada día podemos recibir de los más humildes compañeros grandes lecciones.

Si tuviera el privilegio de vivir otra vez mi propia vida, muchas cosas las haría diferente de como las hice hasta hoy, pero puedo a la vez asegurarles, que toda mi vida lucharía con idéntica pasión por los mismos objetivos por los que he luchado hasta hoy.

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos! (EXCLAMACIONES DE: "¡Fidel, Fidel!")

(OVACION)