DISCURSO PRONUNCIADO POR FIDEL CASTRO RUZ, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CUBA. EN LA CLAUSURA DEL V CONGRESO DE LA ASOCIACION NACIONAL DE AGRICULTORES PEQUEÑOS (ANAP), EN EL TEATRO DE LA CTC, EL 17 DE MAYO DE 1977, "AÑO DE LA INSTITUCIONALIZACION".
(VERSIONES TAQUIGRAFICAS - CONSEJO DE ESTADO)
Compañeros de la Dirección del Partido y del Gobierno;
Distinguidos invitados;
Compañeros y compañeras de la ANAP:
He asistido a todos los congresos de la ANAP y, como dijo el compañero Pepe Ramírez, en todos se han abordado cuestiones de mucho interés y de importancia histórica; pero, a nuestro juicio, por su preparación, por su importancia, este es sin dudas uno de los mejores.
Del IV Congreso a este, se pueden enumerar muchos éxitos en muchos campos. Y esos éxitos han sido señalados aquí en todos los terrenos: en la educación, en la cultura, en la ideología, etcétera; pero sobre todo se pueden palpar los éxitos en el terreno productivo.
Respondiendo al llamado de la Revolución, los pequeños agricultores han realizado importantes incrementos en numerosos renglones de la agricultura. En el cultivo de la caña han elevado la producción aproximadamente en un 30% en cinco años; en la producción tabacalera la han elevado, desde 1971 a 1976, en un ciento por ciento, y en la producción de viandas y vegetales la han elevado en un 200%.
Hay algunos renglones, como el café, en que hemos tenido descenso de producción por factores que realmente no son imputables a los pequeños agricultores.
Debemos tener en cuenta que estos incrementos se han logrado aun cuando ha disminuido, por retiros y por ventas al Estado, la cantidad total de tierra de los campesinos.
Cuando el compañero Manuel López, jefe de la brigada "Jesús Menéndez", habló aquí, explicó cómo en la provincia de La Habana los rendimientos por caballería en caña se elevaron de 57 000 arrobas a más de 80 000; cómo el número de brigadas millonarias desde esa misma fecha, 1971 a 1976, se elevó de 7 a 50. Y 50 era el total de brigadas con que contaba la ANAP en la provincia. Y que el promedio de rendimiento por hombre se elevó de 160 arrobas diarias en 1971, a más de 500 en la actualidad.
También los compañeros de la provincia de Matanzas explicaron cómo de un rendimiento promedio de 46 000 arrobas por caballería en 1971, en la actualidad ya 1 620 campesinos cañeros tienen más de 80 000 arrobas, y cómo de cinco brigadas millonarias que tenían en 1971 ahora tienen 91.
Creo que esos números explican por sí solos el esfuerzo realizado y los éxitos que van lográndose.
Sin embargo, este importante y progresivo mejoramiento ya no podría avanzar mucho más con las formas actuales de producción campesina. Eso lo han explicado ustedes mismos de manera elocuente en este Congreso. Y este tema reviste la mayor importancia.
Recordando la evolución de las ideas en torno al problema de la agricultura, venían a nuestra mente los primeros meses de la Revolución en 1959. Porque en esta cuestión de las formas superiores de producción, pudiéramos decir que hay dos corrientes de pensamiento y dos formas de integración: la incorporación a planes estatales y la cooperativa.
Nos parece necesario expresar algunas ideas en relación con estos puntos. Y les decía que en aquellos primeros tiempos de la Revolución, discutíamos la Reforma Agraria. Por aquellos días, como ustedes saben, no teníamos el Partido —existían numerosas organizaciones políticas—; teníamos el ejército victorioso, el pueblo armado y el Gobierno Revolucionario. No existían los cuadros que tenemos hoy, ni comisiones de estudios, ni grupos especializados en esta materia. Se reunió un grupo de compañeros para elaborar la primera ley de Reforma Agraria. Ya se había hecho una ley antes del triunfo de la Revolución, cuando luchábamos en las montañas, pero esta era la primera ley de la Revolución en el poder. Y por aquellos días lo que se discutía fundamentalmente era cuál iba a ser el límite máximo de tierra. Prudencio decía hoy que cuando se hizo la primera ley de Reforma Agraria y se habló de 30 caballerías, a él le parecían muchas. Y, claro, en cualquier parte del mundo que se hable de una ley de reforma agraria que admite un límite hasta de 30 caballerías, es decir, 400 hectáreas, puede parecer mucho. Pero si pensamos que en aquellos instantes los propietarios de nuestras mejores tierras poseían miles de caballerías, y que había empresas norteamericanas que tenían hasta 17 000 caballerías, y otras 10 000, en aquellos tiempos un límite máximo de 30 caballerías era una cosa muy seria. Y constituyó un tremendo desafío a los intereses de los terratenientes y, sobre todo, a los monopolios norteamericanos.
Pero recuerdo que alrededor de esta cuestión del límite, se centró, en esencia, la discusión. Y un grupo de compañeros, que no eran ni especialistas en cuestiones agrarias o en cuestiones jurídicas, redactó la ley. Ustedes preguntarán en qué eran especialistas. Pues posiblemente en cuestiones revolucionarias (APLAUSOS). Cómo iba a estar dividido el país, las famosas zonas de desarrollo, la organización, y las 30 caballerías.
Pero no se me olvida que cuando marchábamos hacia la Sierra Maestra, donde se decretó la ley, yo le di la última leída al proyecto, y me encontré con que todo era un gran reparto de tierras, y no se hablaba una palabra de cooperativa.
Entonces consulté con los compañeros, y en el avión redacté un articulito que debe estar en la ley —si nadie se ha olvidado de él— hablando de las cooperativas en aquella ocasión (APLAUSOS). Porque ya cuando el Moncada nosotros hablábamos de las cooperativas, y desde antes del Moncada nosotros habíamos llegado a la convicción de que no era la parcela la solución de los problemas agrícolas y económicos del país, aunque —desde luego— las parcelas podían contribuir a la solución del problema social de una parte importante de nuestro pueblo; pero no resolvería los problemas de todo el pueblo. Entre otras cosas, no había tierras suficientes para repartirles a todos los trabajadores agrícolas del país.
Este tipo de reforma agraria se había hecho ya en algún otro lugar de América Latina, grandes repartos de tierra —claro que no con un criterio socialista, sino con un criterio capitalista—, y hubo más de un gobierno que hizo caudal político con este tipo de reparto de tierras. Y me preguntaba cómo era posible que en nuestra Ley de Reforma Agraria no hubiese siquiera una sola palabra sobre las cooperativas.
Se promulgó la ley. Y más adelante, efectivamente, se hicieron las primeras cooperativas en algunas grandes fincas intervenidas; y posteriormente, cuando entramos en posesión de las tierras cañeras, en las grandes empresas agrícolas cañeras organizamos la producción a base de cooperativas, las primeras cooperativas. Pero en realidad pronto comprendimos que nuestras cooperativas cañeras no eran una solución correcta. Porque nosotros estábamos organizando cooperativas con obreros agrícolas que no tenían tierra, y una cooperativa histórica lógicamente se organiza con campesinos que poseen tierra.
Al organizar aquellas cooperativas en las empresas cañeras, dábamos un paso adelante con relación a lo que habría significado la parcelación de aquellas tierras. Y en realidad no es necesario argumentar mucho para demostrar que la parcelación habría sido una catástrofe económica para el país, puesto que nuestro país depende para su vida económica fundamentalmente de las exportaciones agrícolas, y no se podía jugar con la agricultura en nuestro país.
Ya podrán suponer ustedes lo que habría ocurrido con la parcelación de todas aquellas áreas cañeras que funcionaban con obreros agrícolas. Y si organizar cooperativas con aquellos obreros era mejor que parcelar aquellas tierras, desde el punto de vista social habría sido un retroceso, porque a aquellos obreros los habríamos transfigurado de obreros, de proletarios, en campesinos: les habríamos puesto en sus manos grandes riquezas, para ser propietarios de una producción de la cual dependería el país. Y a tiempo rectificamos aquel paso, en una asamblea con todos los dirigentes de los cooperativistas cañeros que recién se habían organizado.
Aquellas cooperativas cañeras, creadas de una forma artificial —digamos—, pasaron a ser granjas estatales. Y los obreros, aunque en condiciones de vida muy diferentes, por supuesto, sin tiempo muerto y sin desempleo y sin opresión y sin injusticia, continuaron siendo obreros.
Recuerdo que a la Revolución se le atacaba desde el exterior, diciendo que ahora eran esclavos asalariados del Estado: del Estado que, por supuesto, era su Estado.
Sin embargo, la idea de organizar algunas cooperativas se mantuvo. Es cierto que por aquel tiempo la preocupación fundamental era evitar que un llamamiento a los pequeños agricultores para formar cooperativas pudiera no ser comprendido todavía por los campesinos: y puesto que había abundantes tierras donde desarrollar la agricultura, no constituía en aquellos instantes un problema fundamental. Se trataba de evitar dificultades políticas, derivadas del intento de tratar de integrar las tierras de los campesinos, cuyos hábitos ancestrales eran las parcelas.
Por eso, la Revolución suprimió el arrendamiento, la aparcería y aquellas formas de explotación, y entregó la tierra en propiedad a todos los pequeños arrendatarios, aparceros, posesionarios y precaristas que había en nuestro país.
Los grandes latifundios o las grandes empresas agrícolas pasaron a manos del Estado, los propietarios medios conservaron sus tierras después de la primera ley agraria, y los pequeños agricultores se hicieron propietarios de las suyas. En materia de suprimir gravámenes, se suprimió todo, hasta el impuesto.
Pero recuerdo que por aquellos primeros años, Pepe y yo hicimos algunos esfuerzos cooperativos en algunas fincas, y algunas gestiones para organizar algunas cooperativas experimentales. Ese es el origen de esas cooperativas que se han mencionado aquí y que tanto éxito han tenido.
Se realizaron aquellos esfuerzos. Pero también sería correcto decir que nos cabe la responsabilidad de no haber continuado realizando esos modestos esfuerzos cooperativos. ¿Por que? Vino la segunda Ley de Reforma Agraria, que coincidió exactamente —como ustedes recordarán— con el ciclón "Flora". Se juntaron dos ciclones (APLAUSOS): un ciclón natural, y un ciclón social.
Hay que decir que aquella ley fue dura, porque la primera Ley de Reforma Agraria afectó a unos cientos de burgueses y terratenientes. Y el 40% de la tierra, no ocupada por campesinos, pasó al Estado; el 30%, ocupada por los campesinos, pasó a los campesinos; y el otro 30% quedó en manos de los propietarios medios.
Se hizo imprescindible hacer aquella segunda Ley de Reforma Agraria. Pero digo que fue dura, porque esa afectó a 5 000 ó 6 000 propietarios. Y, desde luego, todos los propietarios no eran iguales: algunos las habían obtenido con la especulación; y los había que habían trabajado largos años esas tierras, y esas propiedades tenían diversos orígenes. Pero se hacía imprescindible, en aquellas condiciones, esa segunda ley agraria, que abarcó un 30% de las tierras.
Y fue drástica también en otro sentido; porque, por la experiencia de la primera ley, aprendimos que cuando se nacionaliza, o se expropia, o se confisca el excedente de tierra, en las 30 caballerías se quedaban los talleres, las instalaciones fundamentales, después la explotación de esas tierras excedentes se dificultaba. Y en esta segunda ley, drásticamente, se nacionalizó la totalidad de las tierras de aquellos propietarios que tenían entre 5 y 30 caballerías. Y por lo tanto, fue más dura, porque no le dejó nada a nadie, a fin de no repetir el problema de que las instalaciones y la maquinaria y todo se quedara en aquella extensión reducida de tierra. Por eso, esa segunda ley fue dura.
Es cierto que en este caso se indemnizó a los afectados, y se tomaron en consideración casos particulares que, bien en dependencia de la región —como en zonas montañosas—, o de la intensidad de la producción, del trabajo realizado y de los aportes a acopio, eran dignos de tenerse en cuenta. Y por eso se hicieron en la práctica algunas excepciones.
A la vez, en aquella ocasión y a fin de evitar temores, se declaró categóricamente a todos los campesinos que no se harían nuevas leyes de reforma agraria. Porque de lo contrario, ya sabíamos que la contrarrevolución iba a empezarle a decir al que le quedaban cinco, al que le quedaban cuatro, al que le quedaban tres, que el próximo era él. Y es cierto que todavía quedaron diferencias grandes entre el que tenía media caballería o un tercio de caballería y el que tenía cuatro o el que tenía cinco; y diferencias no solo en la extensión, sino en la calidad de la tierra. Pero se les prometió categóricamente a todos los campesinos: trabajen, que no habrá más reformas agrarias.
De eso han transcurrido 13 años y constituye una prueba de que la Revolución sabe cumplir sus promesas (APLAUSOS).
Pero cuando ese 30% de las tierras pasó a manos del Estado, entonces las empresas estatales alcanzaron el 70% de la superficie total del país. Y eso tuvo sus efectos. El efecto consistió en que la Revolución concentró su atención fundamentalmente en ese 70% de las tierras estatales, y la idea de las empresas estatales adquirió gran fuerza. Y todos pasamos por esa experiencia. Y yo fui uno de los primeros que pasé por esa experiencia, no obstante haber estado pensando en las cooperativas desde antes de la Revolución y después de la Revolución, y de haber redactado un artículo legal sobre las cooperativas. ¿Por qué? Porque ciertamente nos entusiasmó el hecho de que habíamos logrado un extraordinario avance y que teníamos las posibilidades de desarrollar la agricultura estatal al máximo.
Y desde luego, si se habla de formas superiores de producción, la agricultura estatal es teórica y prácticamente la forma más elevada de producción (APLAUSOS).
Sin embargo, no sacamos las conclusiones pertinentes de nuestras realidades. No hicimos ninguna política en favor de la cooperación y mantuvimos las relaciones con los pequeños agricultores, tratando de desarrollar la producción del pequeño agricultor, tratando de aportar algunos recursos; pero, en realidad, la atención seguía concentrada en la agricultura estatal. Y pensábamos que posiblemente al final, progresivamente, por adquisición de nuevas tierras, por incorporación a planes, iría desapareciendo la propiedad individual.
En ese período se hicieron importantes planes estatales, algunos de ellos ya produciendo en alto grado y otros con grandes perspectivas futuras, puesto que se trata de plantaciones que, como las de cítricos, necesitan un número elevado de años para alcanzar sus máximas producciones. Se hicieron planes de una gran extensión, digamos, como el plan arrocero de Sancti Spíritus, que tenía más de 3 000 caballerías; se hicieron allí grandes presas, como la presa del Zaza, que tiene capacidad de 1 000 millones de metros cúbicos, sistema de riego, pueblos; grandes esfuerzos, que solo se podían realizar realmente a través de grandes inversiones en forma de planes estatales.
Se hicieron planes como los de Isla de Pinos; planes como los de Jagüey, en tierras malas, pedregosas, que exigían grandes gastos para ponerlas en producción, tierras que prácticamente los campesinos no explotaban por sus condiciones topográficas y las características de su suelo que, no obstante con grandes inversiones, eran buenas para cítricos. Se hicieron importantes planes en todo el país, y se hicieron importantes planes especialmente en la provincia de La Habana.
Esos planes se hicieron con tierras estatales y con áreas campesinas que, de diversas formas se incorporaron a los planes: o por pensión, o por retiro, o por arrendamiento; no fue en realidad ni siquiera uniforme el método que se aplicó.
Y esos planes han dado resultado. Un ejemplo lo tenemos en la provincia de La Habana, donde en 1970 se producían 160 000 litros diarios de leche, promedio, y donde en el año 1976 —seis años después— se había elevado la producción a 528 000 litros de leche diarios (APLAUSOS); 160 000 frente a 528 000, seis años después. Y esos planes están en pleno desarrollo: se siguen construyendo lecherías, sembrando pastos, recuperando suelos. Hay numerosas brigadas de recuperación de suelos, que es un trabajo que consiste en sacar tierra de los vasos de las presas, de los lugares donde sobre, y echarla sobre áreas pedregosas para sembrarlas de pasto. Así se ha recuperado gran número de caballerías de tierra en la provincia de La Habana. Incluso ese vertedor que está al fondo del puerto de La Habana, que hay que sacarlo de ahí para construir terminales marítimas, se está transportando en camiones hacia el este de La Habana para un área de diente de perro, para sembrar allí pastos: y los compañeros de la provincia de La Habana piensan alcanzar para 1980 cifras de hasta un millón de litros de leche diarios (APLAUSOS).
Igualmente los planes de producción avícola, huevo, pollo, cerdo se han desarrollado considerablemente mediante esos planes estatales. Y la producción cañera también se desarrolla rápidamente, al extremo de que ya toda la provincia de La Habana en las áreas estatales y privadas tiene más de 80 000 arrobas de promedio por caballería, es posible que alcancen unas 85 000 u 86 000 de promedio este año, y el próximo año alcancen 90 000 arrobas por caballería.
En la provincia de Matanzas se organizó, bajo estas formas, el plan lechero de Triunvirato, en aquella meseta ondulada, lomosa, donde había algunas parcelas de caña. Allí no se producía un litro de leche, y ya el pasado año se produjeron 31 millones de litros de leche en aquel plan. Era un área de pequeños agricultores. Yo personalmente conversé con ellos cuando se inició ese plan, les expliqué las ideas y, con la confianza y el entusiasmo que tienen, aceptaron. Se les explicó cómo era, y hoy aquello está transformado, existe un pueblo magnífico allí. Es un salto no de 10 años, sino de 300 años, en el campesinado. Con el seminternado, con sus planes de autoabastecimiento allí, con las viviendas, con el dispensario médico, con las presas, con la secundaria básica a donde van los hijos de aquellas familias. Y, en fin, es un cambio maravilloso, no se puede negar. Y se hizo con pequeños agricultores.
Ese esfuerzo, esos avances, a su vez, generaron en muchos compañeros nuestros una mentalidad pro plan estatal, pro fórmula de incorporación entre los dos caminos posibles.
Claro, que el Estado no puede integrar las tierras a base de levantar bohíos y reunificar bohíos. No hay duda de que el método empleado en Triunvirato y en otros muchos sitios es un camino, pero un camino largo. Es un camino que requiere enormes inversiones, y dondequiera que se pueda hacer, y si se puede hacer, no hay duda de que los campesinos ven con sus propios ojos las ventajas de esas formas de integración. Pero el país no tiene recursos para seguir ese único camino, no lo tiene.
Todavía cuando el IV Congreso se hablaba de planes de integración, se hablaba de todas las ventajas de la integración. Y recuerdo que yo hice el resumen de ese Congreso, y me he vuelto a leer más de una vez todo lo que dije, porque uno tiene que decir, revisar después lo que dijo, arreglar lo que está mal dicho o le han copiado mal (APLAUSOS), y alguna que otra vez rectificar más adelante lo que dijo creyendo que estaba bien dicho (APLAUSOS). Pero es la verdad que nosotros y yo mismo hace seis años estábamos todavía con la idea de un camino. No habíamos visto con toda claridad la realidad y las conveniencias de no usar un solo camino.
Claro que en aquellos momentos no era tan importante, todavía en las tierras estatales había espacio para el desarrollo; sin embargo, en este momento es más importante, porque los campesinos poseen 112 000 caballerías de tierras que son buenas por lo general. Y mediante la fórmula de Triunvirato, Jimaguayú y otros lugares, por mencionar unos pocos —pues son numerosos— en los que hemos hecho estos planes, nosotros tardaríamos 30 años en integrar la tierra, esperando que haya todos los materiales, todos los equipos, todos los recursos, para aplicar fórmulas como la fórmula de Triunvirato. ¡Treinta años! Y el país no puede esperar 30 años.
Y, repito, los campesinos —como nos lo muestra ese magnífico documental "Tierras sin cercas"— pueden organizar sus cooperativas, pueden planear el mudar los bohíos de un lugar aislado para ponerlos en hilera en un pueblito, y hasta sembrar árboles en el pueblito, flores, y hacer cosas bonitas como las que se ven en esos pueblitos de las cooperativas de Cabaiguán; pero el Estado, por razones políticas, prácticas y de todo tipo, podríamos decir que hasta de prestigio de la Revolución, no puede integrar las tierras en planes estatales mudando bohíos aislados para un pueblecito (APLAUSOS). El Estado no puede hacer eso, y el país necesita un proceso de integración de sus tierras y de incremento de su productividad agrícola mucho más acelerado que el que se puede lograr por un solo camino. Esa es una realidad que hay que tener presente ahora.
Y si hay que ir a procesos de quitar cercas y de integración cuando no se dispone de esos recursos abundantes para hacer lo que hemos hecho en estos planes, es mucho más práctico y es mucho más político la cooperativa.
Empezamos a comprender todo eso, y ya en el acto de La Plata en 1974 —en aquel aniversario, el XV aniversario— se planteó la necesidad de ir a formas superiores de producción, utilizando dos vías: la integración a planes estatales y la organización de cooperativas. Y ya en el Primer Congreso del Partido, en una de sus tesis, se oficializó esta política. Por tanto, para marchar hacia formas superiores de producción hay que utilizar estas dos vías: la integración a planes y las cooperativas.
Y nadie tiene que asustarse por las cooperativas. Con motivo de incorporación a planes, o por vejez y jubilación, ha ido pasando una cantidad cada vez mayor de tierras de campesinos al Estado; de modo que hoy el Estado posee casi el 80% de las tierras agrícolas del país, y los campesinos poseen apenas un 20%. Según las estadísticas —aunque siempre las estadísticas hay que mirarlas con cierta reserva—, los campesinos tienen hoy el 21% de la tierra agrícola y el 19% de la superficie total: de modo que el 80% de las tierras de este país —o casi el 80%, el 79% de las tierras agrícolas de este país, según esas estadísticas— están constituidas en granjas estatales, es decir, como propiedad de todo el pueblo, en una forma de producción que se basa en el esfuerzo de los obreros agrícolas. ¿Qué temor podemos tener a organizar cooperativas en esas 112 000 caballerías que tienen los campesinos? Yo estoy absolutamente convencido de que en nuestras condiciones, con los recursos que nosotros tenemos, y tomando en cuenta todos los factores —incluidos los políticos—, debemos promover este movimiento en las áreas campesinas.
Cuando se dice las dos formas, ¿qué quiere decir esto, como lo vemos nosotros? Donde el campesino está aislado, rodeado de tierras estatales, en medio de una granja, estorbando prácticamente, lo más lógico es que esa tierra se incorpore al plan estatal; o donde hay enormes inversiones, o se requieren inversiones muy grandes que no podrían hacer los cooperativistas y solo las podría hacer el Estado, en determinados planes, por excepción, se puede producir ese proceso de integración a planes. Y como regla general, allí donde los campesinos están concentrados, como se ven en el mapa, como se ven desde el avión, desde el helicóptero o desde un automóvil o un jeep o un caballo, que se ve la concentración de campesinos, cultiven lo que cultiven, sea tabaco, sea vianda, sea vegetales, sea caña, lo que sea; en esos lugares lo correcto —a nuestro juicio— es organizar las cooperativas. Por eso hablamos de las dos formas.
Y si hay una finquita rodeada de campesinos, una caballería, una parcela, como el caso que se mencionó hoy por un compañero aquí, en esos casos —porque él preguntaba por las cercas del INRA— se quitan las cercas del INRA y se integra a la cooperativa (APLAUSOS). No se va a acabar el mundo por eso, ni se va a derrumbar la Revolución, ni vamos a retroceder por eso, porque eso es lo más lógico y lo más práctico. Y de la misma manera que en algunas áreas está el campesino en el medio y se busca esa fórmula, aquí hay que buscar esta fórmula e integrarla a la cooperativa. Se tasa, se ve lo que vale, porque ¿qué hace el Estado administrando una parcela aislada? Díganme si eso puede funcionar, entre un montón de campesinos. Sí, ¡se quitan cercas del Estado también, y se integra aquello en lo que decidan los campesinos! ¿Una cooperativa? Una cooperativa.
Lo que, desde luego, ese campesino debe poder optar, si quiere, por integrarse al plan, ese campesino aislado, o si quiere se integra a una cooperativa, a otra cooperativa, a cualquier cooperativa. Y no hay que forzosamente crearle opciones al campesino, que tenga que ser en el plan estatal o la cooperativa. Que decida él, incluso si prefiere permanecer como campesino independiente.
Casi no es necesario hablarles aquí de las ventajas que tienen las cooperativas, es decir, la integración de la tierra, para intensificar la producción y obtener rendimientos muy superiores de los que tenemos hoy día. Eso lo saben ustedes porque se han cansado de repetirlo aquí y en la Comisión de Producción. Y se han traído innumerables ejemplos.
Un compañero explicó que sembraban seis caballerías en su base campesina, que después de un gran esfuerzo han llegado a 13, y que si la integran en cooperativa podrían sembrar 22 caballerías de tabaco y obtener rendimientos superiores por caballería.
El compañero Romelio nos explicó de una cooperativa donde están ellos, allí en Cabaiguán, donde no solo han elevado el área tabacalera, sino que obtuvieron más de 500 quintales de tabaco por caballería, cuando el rendimiento de las otras áreas era de 400 ó menos.
Yo creo que ustedes han hablado con bastante elocuencia acerca de lo que significa la integración de la tierra, y lo han hecho además con un extraordinario espíritu revolucionario. Y desde luego, solo la integración y solo el desarrollo de comunidades rurales en esas tierras unificadas, pueden cambiar radicalmente las condiciones de vida del campo. La educación, la salud pública, la electrificación, el agua corriente, la vivienda, los transportes, las comunicaciones, todas las ventajas de la vida moderna, incluido el televisorcito a colores de que hablaba Prudencia, no se pueden resolver jamás con el minifundio aislado.
Por esa razón, nosotros pudimos observar que sobre todo las mujeres y los niños eran los principales partidarios de la integración, a planes o a lo que fuera; porque están cansadas las mujeres de estar cargando agua desde el río, desde el pozo, o esperando la pipa con el buey o el caballo o el carretoncito, y lavando en el río y sufriendo todas esas calamidades. Porque no hay duda de que sobre la mujer campesina cae una carga tremenda de trabajo; entre la atención de los hijos, el marido, más planchar, lavar y cocinar y todo eso, la carga es tremenda (APLAUSOS).
Estoy convencido de que a pesar de lo valiente que son los hombres, y del machete que carga cada campesino, y de su disposición internacionalista, que es muy real, si se hace una investigación o una estadística, se vería que el promedio de vida de la mujer es inferior a la del hombre, a pesar de los tremendos riesgos que corre el hombre por ahí con su caballo y su machete (RISAS y APLAUSOS). Porque la mujer, encima de eso, tiene que cargar con cinco partos, seis, siete, diez, y hasta más, a pesar de que hemos progresado algo en eso (RISAS). Son realidades.
Y la mujer sabe que agua corriente no va a tener allá en el minifundio, ni va a tener la posibilidad de usar cualquier equipo eléctrico en la casa, o tener un refrigerador, o tener la luz eléctrica; sabe todos esos problemas. Sabe que es muy difícil organizar un círculo infantil en medio del minifundio; es imposible. Y la mujer quiere progresar, quiere incorporarse al trabajo, quiere tener una participación activa; desde luego, las mujeres defienden esa posibilidad, más que los hombres. Con todo lo que nos digan, muchas veces las mujeres demuestran que son más revolucionarias que los hombres (APLAUSOS). Y a los niños les pasa lo mismo: aislados, no tienen entretenimientos, no tienen un campito deportivo donde reunirse con sus compañeros: si llueve, tienen que caminar un montón de kilómetros en el fango, mojarse para llegar a la escuela. Y las condiciones de vida del niño aislado también son diferentes y son duras.
Esto, analizando el aspecto social.
En el aspecto económico, son claras las ventajas de la integración de la tierra. De las 112 000 caballerías que tienen los campesinos, la mitad está cultivada con ciertos niveles técnicos, y la otra mitad, o tiene pastos naturales, o está ociosa. Es un aprovechamiento del 50% de las tierras.
El empleo de la técnica moderna, de la maquinaria, se hace muy difícil. Es imposible hacer pasar un avión por una región de minifundios, porque mata el cítrico, mata el plátano, y hasta las palmas reales, si se descuidan las matan con la fumigación; no se puede usar el avión, envenena a todo el mundo; ni la combinada de caña tiene rendimiento alguno, ni la de arroz, ni la de nada, ni la maquinaria agrícola. Hacer los sistemas de regadíos tiene que ser obra de sabios, de genios, para poder trazar el canal por aquí y por allí; las comunicaciones, todo se complica, sin duda.
Y por supuesto, no se van a llenar de postes eléctricos y de postes de teléfonos todos los campos de Cuba, única forma de tener un teléfono y de tener electricidad en las parcelas. Son realidades.
Y la electricidad cada vez cuesta más cara. No es cuestión de tener una plantica, porque lo más antieconómico que hay en el mundo es una plantica; lo que gasta de combustible, el costo de todo eso no se puede soportar económicamente.
De modo que la vida, la realidad, infinidad de factores determinan eso.
Luego la forma de trabajo, las facilidades para que se incorpore todo el mundo al trabajo, incluidas las mujeres, la posibilidad de multiplicar la productividad y de aplicar la técnica, es realmente imposible en el minifundio. De modo que algún día nuestro país no tendrá minifundios, porque el latifundio es malo y el minifundio también, desde el punto de vista productivo.
Claro, siempre uno tiene un recuerdo de cuando visitó la tía, o la abuela y todo eso. Y yo, entre tanto, tengo también mis recuerdos, y siempre he visto con cierto cariño aquel bohío aislado con unas maticas alrededor, algunas flores y unas gallinas dando vueltas. Y no deja de ser romántico. Pero en esto pasa como con el avión y el barco de vela: hace dos siglos, los viajes a Europa se hacían en barcos de vela. Eran más románticas aquellas despedidas, había más nostalgia, más suspiros (RISAS). Sin embargo, nadie hoy viaja en barcos de vela.
Para ir a Moscú antes, desde Cuba, había que ir en un barco de vela a Europa, después al Báltico y cuando llegaba a Leningrado, agarrar unos caballos con unos coches, para recorrer cientos de kilómetros hasta Moscú, en invierno o en primavera. ¡Calculen los suspiros en aquella época! (RISAS) Hoy día, cualquiera desde Moscú envía un telegrama, y dice: "Llego mañana". La vida ha impuesto eso, lo ha impuesto. La humanidad de hoy no puede pensar en cosas que son de los siglos pasados. La vida, la historia, impone cambios.
En la época de los indios no había ni propietarios de tierra. Después llegaron los españoles y conquistaron la isla, y se repartieron la isla. Un poste en el centro, no sé cuántas leguas alrededor: los corrales, los hatos, y lo que quedaba entre círculo y círculo era del Rey. De ahí nació el realengo ese famoso, del que tanto habló Pablo de la Torriente Brau. Esclavizaron a los indios, se hicieron propietarios. Surgió la propiedad parcelada. Después esclavizaron a los africanos, y siguió la propiedad durante siglos, pero la población creció.
Si nosotros fuéramos 200 000, ni valdría la pena estar hablando tanto estos temas de que estamos hablando aquí. Pero somos casi 10 millones, que tenemos que producir alimentos para nosotros y además exportar millones de toneladas de productos agrícolas. ¡Somos casi diez millones!
Después de los españoles vinieron los yankis, y los grandes latifundios, los grandes centrales y los terratenientes criollos, cobrando aparcería, renta, etcétera, todo aquel caos y toda aquella calamidad que conocimos antes de la Revolución. Y después vino la Revolución, y empezó a rectificar todo eso. Y ya hoy casi un 80% de las tierras del país funcionan como empresas estatales, y queda el 21% en manos de los campesinos. Tenemos que seguir avanzando.
Nuestro país hoy, con un 80% de las tierras en empresas estatales, es el país del mundo que tiene un porcentaje más alto de tierras explotadas por empresas que son propiedad de todo el pueblo. Y nos queda este 21% parcelado; es lo que queda. Es un cambio tremendo, que responde a nuestras realidades y a nuestras necesidades.
La Revolución no es tan vieja, aunque algunos de nosotros nos vayamos poniendo viejos, a excepción de Pepe (RISAS), el eterno joven (APLAUSOS). Dieciocho años es un período relativamente corto de tiempo; sin embargo, al triunfo de la Revolución —como explicábamos en el Congreso del Partido—, por cada habitante del país había 1,1 hectárea de tierra agrícola; y ahora, después de estos añitos que han pasado, tenemos 0,7 hectáreas por habitante. Hemos perdido bastante per cápita en pocos años. Es bastante dramática la cifra de pasar en dieciocho años de 1,1 hectárea por habitante a 0,7 hectárea por habitante. Y esto no es porque el mar invadiera la isla y se tragara una parte, o porque los yankis nos hayan arrebatado las tierras: es que sencillamente hemos crecido y nos hemos multiplicado, y de 6 millones y un poquito más —no sé lo que dirán las estadísticas y el censo— para mis cálculos debemos estar alrededor de 9,5 millones o un poquito más. Y el crecimiento todavía es regularcito. Y esas son realidades.
¿Y qué tenemos que buscar en esa 0,7 hectárea? ¿Qué es 0,7 hectárea? Apenas dos tercios de manzana, menos de tres cuartos de manzana de tierra por habitante, ¡siete mil metros cuadrados por habitante! Y en esos 7 000 metros, a la vez que vamos creciendo, hay que producir en el futuro cercano una tonelada de azúcar para exportar. Y después los demás productos necesarios.
Vean ustedes si tiene importancia o no en este momento histórico de nuestro país, buscar el máximo de productividad por hectárea y por hombre. Porque no podemos crecer horizontalmente: porque no tenemos donde extendernos: hay que crecer verticalmente. Es decir, solo podemos crecer en nuestra producción de artículos agrícolas y de alimentos elevando la productividad por hectárea. Y no hay otro camino, ¡no hay otro camino! Y nuestra población seguirá creciendo.
Claro, pienso que a medida que el país se desarrolle más, los niveles de cultura sean más altos, la tasa de nacimiento, lógicamente, disminuirá. Es una esperanza (APLAUSOS). Pero dicen que ahora entran en la fase reproductiva todos esos muchachos que nacieron en cantidades industriales después de 1959, en los primeros años de la Revolución (RISAS).
En todos esos problemas hay que pensar y hay que meditar, para que nuestro país eduque a su pueblo en estas realidades, para que nuestro Partido tenga su política de población. Porque la isla no crece, decrece. Dondequiera que usted pone una fábrica, una escuela, un nuevo ferrocarril, un tendido de alto voltaje, se pierde superficie agrícola. Hay que ver esa línea de 220 y todos los requisitos que exige: no se puede sembrar esto, ni lo otro, ni lo otro. Y entonces cuando tengamos la planta atómica de producción de energía eléctrica habrá que hacer otro tendido de alto voltaje, y siempre habrá que estar construyendo más torres y más voltaje, y más caminos y más instalaciones. El país no crece. Por eso dondequiera que haya un pantano que puede recuperarse, hay que recuperarlo, y dondequiera que haya diente de perro hay que echar la tierra que sobre en el vaso de una presa y sembrar pastos allí. Y esas son realidades, no podemos olvidarnos de eso.
Ya nosotros somos un país con una población relativa tan alta como China, de unos 85 habitantes por kilómetro cuadrado, con una circunstancia especial: que nuestro país no vive de la industria, nuestro país vive de la agricultura, porque no tiene otros grandes recursos naturales que le permitan apoyarse en esos recursos; y tiene que apoyarse fundamentalmente en la tierra mientras promueve su desarrollo industrial.
Es de vital importancia para el país la elevación de la productividad por hectárea y cultivar hasta la última pulgada de tierra. Y allí en las montañas que no sirvan para áreas agrícolas, sembrar árboles y producir madera, que bien que la necesitamos para infinidad de cosas.
El problema de la vivienda de los campesinos se podría resolver mucho mejor mediante esta forma superior de producción. Es imposible mediante brigadas estatales construir las casas que necesitan los campesinos, o que dediquemos las brigadas estatales en el campo solo a construir en nuevos planes estatales. Porque, ¿qué hacemos entonces para resolver los problemas de vivienda para esos cientos de miles de trabajadores de las granjas actuales? Porque si construimos solo en los nuevos planes, ¿cómo construimos para aquellos obreros que llevan muchos años trabajando y no tienen todavía esas condiciones de vivienda?
¡Ah, qué formidable fuerza constructiva serían esos mismos campesinos cooperativistas! Los campesinos pueden hacer cosas que el Estado no puede hacer, como es eso de mudar los bohíos. Y no lo digo peyorativamente. Vale la pena que ese documental lo vean en muchos lugares, porque aquellos bohíos que quitaron y aquellas casas que construyeron con recursos elementales es un pueblecito que es bonito: y han creado allí condiciones de vida. Pero eso lo puede hacer el campesino con sus casas; eso no lo puede hacer el Estado. También hay cooperativas que han quitado las cercas y mantienen los bohíos aislados mientras no puedan o no necesiten hacer el pueblo.
Pero estoy seguro de que esas cooperativas, cuando dispongan de cemento, piedra y arena y por el método de las microbrigadas, que serían microbrigadas de las cooperativas, pueden construir las viviendas y los pueblos y las escuelas y todo lo que necesiten, de una forma mucho más económica de lo que le costaría hacerlo al Estado; esos campesinos con plustrabajo y teniendo los materiales podrían hacer una importante contribución a la solución del problema.
Y es cierto que no tenemos todos los materiales de construcción: pero vamos a tener cemento. Estamos construyendo dos plantas que van a tener una capacidad de más de dos millones y medio de toneladas. El país para el año 1980 si quiere puede producir 5 millones de toneladas de cemento. Esas plantas estarán terminadas en 1979. De modo que contaremos con mucho más cemento que el que hemos tenido hasta ahora, instalaciones para producir piedra, arena, etcétera. Y por diversos métodos constructivos. No voy a decir que la microbrigada de una cooperativa de producción agrícola busque una grúa, un camión-grúa y todo eso para hacer las casas: pero se pueden hacer edificios muy buenos con métodos tradicionales de construcción. Y los organismos de construcción los pueden ayudar en hacer diseños de pueblos, distintos diseños para que el campesino escoja, y ejecutarlos con métodos tradicionales de construcción. En esos campesinos estaría la fuerza de trabajo para resolver una gran parte de los problemas del campo, y el Estado podría ir suministrándole materiales en la medida que disponga.
Hay otro problema que no he mencionado y que aquí se dijo, se señaló: el envejecimiento de nuestra población campesina. Y por dondequiera hemos oído decir del cafetalero que se puso viejo, o de la señora que enviudó y quedó con equis hijos que no puede atender la plantación tal, o el café, o la caña, o lo otro. Se ha hablado mucho y esa es una realidad.
Hay el problema del éxodo del campo hacia las ciudades. Estoy seguro de que la organización de cooperativas y el mejoramiento de las condiciones sociales en esas cooperativas ayudaría a la retención de la población campesina y a frenar ese proceso, que es preocupante para cualquier país, del éxodo del campo hacia la ciudad. Y luego todos esos casos. Si tenemos una base campesina de 52 campesinos y un campesino se jubila, ¿con esa tierra qué hacemos? ¿Se la das al vecino? Aumenta la tierra que tiene el vecino. ¿Se queda el Estado con ella y adquiere un minifundio en una base campesina? Hoy por hoy prácticamente no existe otra solución que recibir el Estado esa tierra, o comprar la tierra a aquel campesino que ya no la puede trabajar, que no es lo mejor cuando esa tierra está en una base campesina.
Si se organizan las cooperativas no habrá ninguno de esos problemas, porque se retira un cooperativista y sigue el colectivo, o pueden ingresar nuevos cooperativistas y pueden continuar con aquella producción. Estoy seguro de que la integración de las cooperativas resolvería infinidad de problemas.
Claro está, indiscutiblemente que con las posibilidades técnicas y de empleo de maquinarias que existen, el nivel de vida de los campesinos cooperativistas estará por encima del promedio de los obreros. No hay duda. Basta analizar lo que se puede lograr en una caballería de caña, de vegetales, de viandas, con una buena técnica. Y con la elevación de la productividad, el nivel de vida del campesino cooperativista, a mi juicio, estará generalmente por encima del nivel del obrero.
Claro está, aquí se ha hablado de los impuestos. Como decía anteriormente, hasta los impuestos se suprimieron en el país. No se puede resolver el problema de las inversiones imprimiendo dinero. Esa es la esencia de la cuestión: hay que recaudar dinero. Y claro que todo ciudadano tiene la obligación de contribuir a los gastos del país, que son muchos en muchos sentidos.
Los obreros hacen el máximo de contribución: ellos trabajan en las fábricas, en todas las industrias, en la agricultura y reciben sus salarios. La cuestión de los impuestos no solo sería un principio de justicia contributiva de todos los ciudadanos al país, sino que incluso puede contribuir a que las diferencias entre el ingreso del campesino cooperativista y el del obrero, no fuera excesivamente diferente, o irritantemente diferente. Pero parto del supuesto —desde luego— de que las condiciones de vida del campesino cooperativista, en las actuales condiciones de Cuba, estarán por encima del salario del obrero, o del ingreso del obrero. En la cooperativa la producción es de los cooperativistas.
Con respecto a la cuestión de los impuestos a los productores campesinos, tenemos que estudiarla bien, porque eso tiene que ser una cosa de verdad bien analizada para que no se convierta en un desaliento a la producción, por un lado; y para que sea equitativo, para que sea justo, para que tenga en cuenta todos esos factores. Por lo tanto, no vemos como una cuestión inmediata que pueda aplicarse la política relacionada con los impuestos contenida en la tesis aprobada por ustedes. Sí creo que a partir de este congreso se va a empezar a avanzar en la cuestión de las cooperativas.
Hasta aquí he hablado de algunas de las muchas ventajas que tienen las cooperativas. Pero, ¿cómo hacer esto? ¿Cómo hacerlo? Ya tenemos experiencia: nada se puede hacer precipitadamente, ¡nada! Este debe ser un principio fundamental. He visto en el Congreso el entusiasmo de ustedes, el espíritu de ustedes en favor de las cooperativas, ustedes han reflejado aquí también el avance de la conciencia de nuestros campesinos. Aquí no solo hablamos para ustedes, que son una vanguardia; hablamos para el resto de los campesinos. Pero ustedes reflejan el hecho incuestionable de que la idea gana terreno por algunas de las cosas que han expresado aquí y los numerosos ejemplo que pusieron de bases donde hay 52 campesinos y 48 quieren organizar la cooperativa, y así por el estilo; o por compañeros que hemos oído hablar en la Comisión de Producción, como el compañero Elías, de Ciego de Avila, que es uno de los mejores y más destacados productores de esa región, que tiene dos caballerías o alrededor de dos caballerías de tierra, y es uno de los más decididos partidarios de las cooperativas, porque comprende las ventajas que tienen para la elevación de la producción y de la productividad. Ustedes han referido aquí incontables ejemplos que demuestran cómo ha avanzado nuestro campesinado. Es cierto que dejamos de hacer años atrás aquello de un esfuerzo mayor en favor de la cooperación, que no hicimos; pero también es cierto —a mi juicio— que en estos instantes el campesinado nuestro está más preparado que nunca para entender estos problemas.
Algunos aquí señalaron cómo ya hay un cambio en el nivel cultural del campesino; que los años de analfabetización quedaron atrás, y de alfabetización también, y que ya muchos campesinos están luchando por el 6to grado. Y una compañera de Oriente habló de cómo en su base campesina ya el ciento por ciento de los campesinos tiene el 6to grado. Hay más nivel cultural, más nivel ideológico, más nivel político, más comprensión, más patriotismo, más de todo en nuestros campesinos. Digamos que ciertos fenómenos de especulación que se presentaron en los primeros tiempos han ido reduciéndose considerablemente. Y cuando estén integrados en cooperativas, desaparece toda posibilidad de especulación en nuestros campos. Es decir, hay más cultura, hay más conciencia, hay más comprensión para todo esto. Pero eso no significa que tengamos derecho a cometer ningún error en esta política.
Hay que estudiar, en primer lugar, quiénes autorizan a que se haga una cooperativa. Y a nuestro juicio deben estar en esto perfectamente coordinados el ANAP a nivel de provincia —controlado por el ejecutivo nacional— y el Ministerio de Agricultura a nivel también de la provincia. Debe existir la autorización de esas dos representaciones: la del Ministerio de la Agricultura y la de la ANAP. Porque creo que debe estudiarse caso por caso y comprobar si se han cumplido todos los requisitos. Y, sobre todo, hay que resolver muy casuísticamente: aquí, si hay un pedacito de tierra del Ministerio de la Agricultura y es razonable —y por qué— que pase a la cooperativa; y allá, si está el campesino aislado, si es razonable. Con tiempo, cuando se necesite aquella tierra. Y qué alternativa, y si quiere —por supuesto. Estoy dejando para el final ese punto. Es necesario un control, porque se puede desatar mañana un movimiento fuerte e incontrolado de organización de cooperativas.
De modo que si una base campesina se quiere constituir en cooperativa tiene que meditarlo bien, analizarlo, fundamentarlo, seguir el proceso más democrático y el respeto más absoluto a la voluntariedad de los campesinos. Yo creo que esto es esencial.
Y hay un puntico que deseo añadir a lo que expresó el compañero Pepe. El compañero Pepe dice que la voluntariedad no es espontaneidad. Muy correcto. Que hay que convencer al campesino. Muy correcto. Pero hay que añadir algo: si no lo convencen, respetarlo, ¡respetarlo! Y dejarlo allí (APLAUSOS).
Algunos delegados en algunas reuniones estaban tan convencidos de que es tan lógico y tan conveniente para el país y para el campesinado, y que es un deber tan alto el marchar en esa dirección, que decían: ¿Y por qué la voluntariedad? Y estaban incluso en contra del principio de la voluntariedad. Porque ellos llegaron a pensar: bueno, ¿y por qué un individuo puede estar causando un daño por una actitud? ¿Por qué aceptar eso? Desde luego, el Estado tiene situaciones que ustedes conocen: si hay que hacer un ferrocarril, si hay que construir una fábrica, si hay que hacer una presa, y fuera imprescindible expropiar una parcela de tierra, se expropia; porque eso está en todas las constituciones del mundo, hasta en las burguesas. Son los únicos casos, y según nuestra Constitución se puede hacer.
Ha habido muchas discusiones con mucha gente, no con campesinos. A veces hay personas que tienen una casita de madera, y allí hay que hacer una fábrica o una cosa importante. Y sé por experiencia —porque he oído infinidad de casos— que se ponen a discutir, y lo menos que piden es un palacio. Bueno, la casa esta o la otra: no, esa no me gusta, esa tiene tres cuartos nada más y yo necesito una de cuatro cuartos. Y el otro: no, esa no me gusta porque no tiene balconcito. Hay gente que abusa a veces de la Revolución, quiero decirles; en las ciudades se da eso. Y a veces obras muy importantes no se empiezan porque no se ha podido persuadir a un individuo de que se mude para una casa que está tres veces mejor que la de él, y en mejor lugar y todo; pero a veces hay gente que adopta esas posiciones. Pero ni siquiera en esos casos se ha usado nunca la coacción con esa gente.
Pienso que las leyes deben propiciar fórmulas, ¿no?, y las propician, para resolver esos problemas; pero ustedes saben que nuestra gente todavía no tiene mucha experiencia en materia de leyes y manejo de leyes, y no tenemos ni siquiera muchos abogados.
Hay gente que adopta esas posiciones; pero no suele ser esa nunca la actitud del campesinado, ¡no suele ser!, por el espíritu sano en que en general se ha criado, por la rectitud de carácter, principios y todo. No quiere decir que no haya excepciones.
Cuando se presenta un interés de utilidad social importante, las leyes permiten en esos casos la expropiación forzosa. Ese no es el caso del individuo que no quiere entrar en una cooperativa.
Es preferible saber tener paciencia todo el tiempo que sea necesario, a que el día de mañana de nuestra Revolución se pueda decir que obligó a un campesino a cooperativizarse, o a integrarse. Eso sería una mancha para nuestra Revolución. Y hay que saber tener paciencia. Si hemos estado con los hatos, los corrales, los latifundios y los minifundios durante siglos, qué importa que esperemos 10, 15, 20, 30, ó 50 años para casos aislados; y si se quiere quedar para el museo un minifundio, que se quede toda la vida el minifundio para el museo (APLAUSOS).
Es necesario que cada campesino se sienta absolutamente seguro y tranquilo de que su voluntad será respetada. Este debe ser el principio número uno. No considerarlo un enemigo, ni mucho menos. Al contrario, pedirle que produzca, que trabaje.
El progreso se impone. Si el problema que tenemos hoy no es de un campesino que se quiera quedar en un minifundio 30 años, ó 40 ó 100; el problema que tenemos hoy es que muchos no quieren estar en el minifundio, y están dispuestos a vender a toda velocidad, si les ofrecen vender al Estado: y si les ofrecen una casita, nada más que una casita en un pueblo, van rápido para allá. Desde luego, en algunos lugares es peor.
El non plus ultra de este problema está en las montañas; ahí es donde está el problema más serio. Esa es otra cosa.
Otro problema: los hijos de los campesinos se van para las ciudades, van a estudiar, aunque estudien en una secundaria básica en el campo, en un politécnico, en un tecnológico, o en la universidad, no resulta fácil después que vuelvan al minifundio. Pero no solo eso: los egresados del Servicio Militar, cuando aprendieron a manejar un tanque, un camión, se hicieron mecánicos, expertos en comunicaciones y en veinte cosas más, no quieren volver al minifundio.
Nosotros tenemos esperanzas de que quieran volver cuando las condiciones sean diferentes y no se trate de minifundio. Pero este es un problema que se nos plantea: el éxodo del campo hacia la ciudad, y de la gente nueva, y cómo lo resolvemos; por qué vías políticas de la Juventud, del Partido, de mejoramiento de las condiciones de vida en el campo, de acercamiento de las condiciones del campo a las de la ciudad, para evitar ese éxodo. De manera que ese es el problema. Por tanto, no debe preocuparnos en absoluto que un campesino aislado no quiera integrarse.
En la historia de las cooperativas de la región central del país, hay casos de campesinos que al principio no quisieron entrar en la cooperativa, y después quisieron entrar y no los admitían, y lloraban porque no los dejaban entrar en las cooperativas.
El progreso se impone. No hay que hacer fuerza en absoluto sobre nadie no hay que precipitar este movimiento. Tenemos tiempo. Hay que cumplir esta fase de explicación de los acuerdos del Congreso, y sobre este acuerdo, que es el más trascendental de todos. Si el movimiento se desarrolla, no desalentarlo; pero sí establecer condiciones muy rigurosas para que no se cometan errores de ningún tipo. Establecer los métodos mediante los cuales se autoriza la formación de una cooperativa de producción.
Ya existe un reglamento. No podemos esperar a que se apruebe la ley de cooperativas, porque eso puede hacer perder tiempo, y quitarle impulso al movimiento. Existe el reglamento, y en virtud de ese reglamento se crearon las primeras sociedades agrícolas. Y partiendo de ese reglamento, y sobre todo partiendo de las experiencias de las cooperativas que tienen varios años de trabajo, es que hay que ir, sobre bases sólidas, marchando en esa dirección.
Por otro lado, del total de recursos del país, habrá que asignar un porcentaje para apoyar ese movimiento con tractores, con maquinarias, con los recursos de que se pueda ir disponiendo; hay que apoyar ese movimiento, el Ministerio de Agricultura tiene que apoyarlo.
Y para que ustedes vean cómo cambian las cosas: antes del Congreso, Mestre le había dicho a Pepe que podía disponer como de unos 80 tractores por año; durante el Congreso, habló de 200 a 300; y esta noche, estoy hablando con el compañero Diocles, y me dice: "Yo creo que hasta un 10% de los tractores que ingresen al país podemos dedicar a eso, aproximadamente 500 tractores." (APLAUSOS) De modo que ha ido subiendo la oferta.
Hay que hacer lo mismo con los regadíos, desde luego, teniendo en cuenta los cultivos priorizados; y uno de los priorizados es la caña, después todos los demás.
Muy importante es el tamaño de estas cooperativas; no caer en el gigantismo. Todo eso hay que meditarlo bien.
No tenemos cuadros hoy que dirijan una cooperativa de 300 caballerías. Claro, puede haber necesidades determinadas en algunos lugares, donde se van a hacer los centrales nuevos; y un central se hace en tres años, que requiere un trabajo fuerte en un área nueva, de siembras de caña, la integración, de las tierras —siempre y cuando estén de acuerdo los campesinos—, en que incluso el Estado puede apoyar la construcción del pueblo. Pero eso, por una razón especial y por excepción, ya que se puede requerir trabajar con mucha premura.
Y mientras tanto, el campesino tendría que estar atendiendo el área cañera, etcétera.
En todas estas cooperativas, por supuesto, debe garantizarse, además del cultivo principal, el autoconsumo, utilizando las tierras adecuadas para ello, como lo tienen estas cooperativas de Las Villas. Garantizar el autoconsumo.
Es mucho lo que puede hacerse en ese sentido. Porque hasta ahora una hectárea de café, dos hectáreas de café bien atendidas, y hasta más se pueden tener en una cooperativa, ir resolviendo algunos de esos problemas, con lo cual podrían ayudar también al abastecimiento del país, resolviendo el autoconsumo del café y esas cosas, donde haya condiciones de terreno; porque basta dejar dos o tres hectáreas, en dependencia del tamaño que pueda tener la cooperativa. Hay variedades buenas de café, buenas semillas.
El café se puede cultivar también en el llano, solo que no tenemos tierras disponibles en el llano para eso, las tierras ideales para las siembras comerciales de café, porque ya están plantadas de caña o de viandas y vegetales, y donde hay un central azucarero usted no puede utilizar 1 000 caballerías para café. Posiblemente 3 000 caballerías de tierra roja de La Habana, con regadío, puedan producir más café que el que producen todas las montañas de Cuba, con un poco de técnica. Pero esas 3 000 caballerías realmente no existen. Por eso el suministro nuestro de café tiene que venir de las montañas.
Pero quiero decir que en esas cooperativas el autoconsumo hay que asegurarlo. Y, desde luego, tiene que planificarse cuál va a ser el cultivo principal y por qué: hay que trabajar acorde con los planes del país y los intereses del país. Eso está, desde luego, supuesto.
Puede llegar el día incluso, en dependencia del tamaño, que una cooperativa cañera tenga su propia combinada. Como ustedes saben, en el mes de julio se termina en Holguín la fábrica de combinadas, que puede producir 600 por año.
Nos parece, realmente, que hay en este momento un camino muy claro sobre estas cuestiones.
Tenemos que trabajar en la revolución de los rendimientos, en la aplicación de la técnica; tenemos que seguir la marcha vertiginosa que estamos llevando adelante desde el año 1970, época en que teníamos que emplear más de 350 000 hombres para hacer la zafra. Ahora estamos empleando alrededor de 130 000, ¡calculen qué avance en estos siete años! Y en 1980 emplearemos muchos menos. Yo creo que es uno de los más extraordinarios avances del país en la mecanización. Porque el dolor de cabeza de este país eran las zafras después de la Revolución, porque —como ustedes saben—, la zafra la hacían los desempleados, la zafra la hacían el hambre y la calamidad de nuestro país; cuando surgieron otras posibilidades los hombres no estaban dispuestos a cortar y cargar caña, preferían otras opciones. Vino la alzadora y ayudó algo, vinieron después técnicas de corte que nos obligaron a quemar caña, y vinieron después las combinadas. Hay que proseguir con ese avance. Nos queda mucho por hacer en el terreno de la productividad de la tierra y aquí se demostró.
Tenemos el caso del compañero Redel Navarro de Corralillo: las 167 000 arrobas por caballería que obtuvo el año pasado. Después viene un tiempo muy malo, y produjo el equivalente a 142 000. Y no usó 10 toneladas como dijo él. Tan pronto él dijo la cifra aquí, yo sospeché que podía haber un error, porque no he oído decir que a ningún pequeño agricultor le den 10 toneladas de fertilizantes por caballería de caña; sabía que debían ser cinco. El dice que a algunos, luchando mucho, les dan un poco más. En definitiva fue el equivalente de 6,6 toneladas por caballería, porque eran tres cuartos de caballería, en caña de varios cortes. Claro, su tierra tiene que tener excepcionales condiciones. Pero él dice: en otro tipo de tierra siempre más de 100 000 se pueden lograr, por caballería. La compañera de Cacocún dijo que en su base había 10 ó 12 campesinos que tienen más de 80 000 y cinco de ellos tienen más de 100 000, de secano, ¡de secano! Estamos hablando de secano. Una campesina tiene 159 000 por caballería. Yo pienso que esos casos hay que estudiarlos, el Ministerio de la Agricultura y la Academia de Ciencias, tienen que ir allí donde se produjeron las 142 000 en determinadas condiciones. Tienen que estudiarlo. Claro, hay muchas granjas que tienen estos éxitos. ¿Pero por qué ese campesino lo logra? ¿Qué características tienen aquellas tierras? ¿Qué técnicas usan? ¿Cuáles son los factores fundamentales? Pero no es solo fertilizante; estoy casi convencido de que la limpieza influye más que el fertilizante, ¡influye más que el fertilizante! (APLAUSOS)
En Ciego han obtenido rendimientos muy altos en plátano, en vegetales, en Las Villas. Ya hay en todo el país 300 caballerías de la malanga esa que llaman "japonesa", que puede producir perfectamente 10 000 quintales, con regadío, y en algunos casos ha producido 12 000, 14 000, 15 000. Bueno, esa es una esperanza realmente. Eso es crecer hacia arriba: producir más plátano por hectárea, más malanga, más arroz, más vegetales de todo tipo, incluido el ají; que por poco el ají sale mal parado en este Congreso (RISAS). Si nos quitan el ají, ¿qué le echamos al potaje? (RISAS) Lo que claro, yo sí quiero decir que el compañero tenía razón en lo que planteó de que debe haber una equivalencia en los precios, a lo que puedo añadir también cierta flexibilidad; no nos queda más remedio que cierta flexibilidad en los precios, tanto al público como al propio campesino. No puede haber precios rígidos en esos productos vegetales. A veces ha habido años de mucha escasez, otros de mucha abundancia; por eso pienso que hace falta cierta flexibilidad en los precios de algunos productos, tanto al público como al productor. Porque el que lo recibe alto no quiere que se lo toquen más nunca, y al que se lo venden barato no le gusta que se lo toquen tampoco más nunca. No podemos actuar con esa rigidez, debe haber cierta flexibilidad en determinados productos. Pero tiene que haber precios realmente bien fundados. Hay veces que el precio tiene que servir para estimular la producción en una región, como puede tratarse de algún producto de las montañas, el café; por ejemplo, que tenga interés el país en estimular los precios de ese producto. Puede haber de todo eso. Eso tendrá que tener una base de análisis profunda.
Pero les quiero decir que hay que crecer hacia arriba, con la productividad. Y las posibilidades son muchas realmente, afortunadamente, porque si no, ¿qué nos haríamos cuando fuéramos 15 millones ó 20 millones? Tenemos que apoyarnos en la técnica y en la ciencia y trabajar incesantemente en la productividad.
Pero en lo que se refiere a la caña, esto es de suma importancia, ¡de suma importancia!
El país tiene algo más de 100 000 caballerías de caña, se aproxima a las 120 000. Hemos estado analizando y calculando las necesidades de incremento cañero. Se supone que para 1990 se disponga de unas 150 000 caballerías de caña. Claro, cuando se dispone de 150 000, una parte es de semilla, otra parte está en proceso de preparación para siembra; nunca se corta, por supuesto, el total de la superficie cañera existente. ¿Qué significa tener 90 000 arrobas en vez de 60 000? Si usted tiene 100 000 caballerías con 60 000 arrobas y eleva el rendimiento de 60 000 a 90 000, es como si tuviera 50 000 caballerías más de tierra. En 100 000 caballerías, elevar el rendimiento promedio de 60 000 a 90 000 por caballería, es como aumentar la superficie del país en 50 000 caballerías de tierra (APLAUSOS).
Vean la importancia que tienen los rendimientos. Si se elevan de 80 000 a 120 000, mucho mejor. Y las posibilidades existen. ¿Por qué? Porque ya no tenemos la P.O.J 2878 famosa. Ya no queda casi ni un plantón en todo el país. No sé si en el Jardín Botánico queda alguna mata.
Tenemos nuevas variedades como la Jaronú 60-5, Cuba 57-81, Barbados 43-62, y se siguen desarrollando nuevas variedades de mayor rendimiento en caña y en azúcar. Unas son buenas para lugares húmedos, otras son buenas para lugares secos, donde no solo producen más caña por hectárea sino que producen mucha más azúcar por tonelada de caña. En estos años de Revolución han desaparecido todas las viejas variedades, están las nuevas.
Se emplean cantidades de fertilizantes que nunca se emplearon antes de la Revolución. Es verdad que hemos tenido algunos períodos, incluso, continuados de sequías como en los últimos años. Pero las variedades nuevas y los recursos para la agricultura permiten perfectamente alcanzar rendimientos más altos. Vean cómo ya la provincia de La Habana entera está alcanzando esos rendimientos, y en varias provincias están trabajando intensamente en estas cuestiones.
La provincia de Villa Clara aspira a tener en el próximo año la caña del plan de 1980; la provincia de Matanzas piensa tener para el año que viene la caña de 1979. Se está trabajando y se va progresando en los rendimientos, pero nos queda mucho en ese terreno.
Los planes para el año 1990 se están haciendo conservadoramente, basados en un rendimiento de 80 000 por caballería. Y estamos absolutamente seguros —salvo en años excepcionales y en lugares excepcionales del país, como puede ser esa zona norte de Oriente, donde cayeron 450 milímetros el año pasado— que estos rendimientos se pueden obtener con cañas de secano.
Se está trabajando intensamente en los planes de regadío, para tratar de incrementar el riego en las áreas cañeras. Hay numerosas brigadas de presas trabajando para las áreas cañeras y de sistemas de riego. Hay también 42 brigadas de micropresas trabajando para las áreas cañeras. Debemos tener en 1980, 50 000 caballerías de caña con riego, y aspiramos a disponer para 1990 de 100 000 caballerías de caña con riego.
Esto persigue muchos objetivos. Primero, estabilizar la producción. Que no se nos produzcan grandes diferencias de un año para otro, porque eso ocasiona muchos problemas al comercio del país, a la economía del país.
Segundo, optimizar la técnica. No tener que estar sembrando caña en el peor mes, que es el de junio, cuando puede estar lloviendo a cántaros, sino poder sembrar en enero, febrero, marzo, abril, mayo, julio, agosto, septiembre, noviembre y diciembre —en los mejores meses de siembra—, para poder distribuir a lo largo del año la fuerza de trabajo, la maquinaria, utilizar bien los herbicidas, utilizar bien los fertilizantes.
Piensen ustedes que una hectárea con riego significa casi duplicar también cualquier superficie. ¿Por qué? Porque una hectárea sin riego, durante los meses de seca, no produce caña. Si usted tiene la caña creciendo seis meses, y puede hacer que crezca todo el año, usted convierte una hectárea en dos hectáreas. La ventaja que tiene el riego no es solo lo que ayuda a crecer a la planta —que es muy importante— y a los rendimientos; ayuda, repito, a distribuir el trabajo todo el año y a optimizar la técnica. Y se está trabajando seriamente para tener en el año 1990 dos de cada tres hectáreas con riego, idos de cada tres!
¿Es ambicioso el plan de alcanzar las 80 000 arrobas promedio nacional para el año 1990? No lo es. Estoy absolutamente seguro de que estos planes son conservadores. Para esa fecha el país tendrá unas 150 000 caballerías de caña, y tendrá unas 300 000 caballerías de pasto y del resto de los cultivos.
De modo que, a pesar de que incrementaremos la caña, no significa eso que vayamos a abandonar los otros cultivos. Se han desarrollado importantes plantaciones de cítricos, que en el próximo decenio alcanzarán producciones considerables.
Este año ustedes saben que la zafra ha sido una batalla épica. Porque por esas cosas extrañas de la naturaleza, cuando terminó la primavera las presas estaban vacías. En "Gilbert" no había ni 2 millones de metros cúbicos; en la "Carlos Manuel de Céspedes" había 30 millones; Charco Mono hacía como cuatro años —no sé si ustedes habrán oído hablar de Charco Mono, es casi una micropresa de 6 millones de metros cúbicos, que abastecía a Santiago antes de la Revolución— no corría el agua por allí. La primavera terminó con las presas vacías, y la seca está terminando con las presas casi llenas. "Carlos Manuel de Céspedes" tiene 170 millones: es decir, que lo que tenía que tener en noviembre, no lo tenía y lo tiene en mayo. Por esos caprichos de la naturaleza, tuvimos una primavera seca y una seca lluviosa. Y ha habido que hacer la zafra en esas condiciones. Pero no ha marchado mal la zafra, se lo advierto. Se ha hecho un esfuerzo extraordinario. Y en muchos lugares bajo estas lluvias tremendas ha continuado la zafra. No cumpliremos la meta exactamente, pero nos acercaremos bastante. Nos acercaremos satisfactoriamente a la meta de azúcar que se había planeado para este año. No doy más datos, porque, como ustedes saben, hay discreción azucarera (APLAUSOS).
Si estas lluvias nos estorbaron en la seca, vamos a sacarles el máximo de provecho para la próxima zafra. Se está haciendo una gran movilización, y creo que este año se limpiarán y se cultivarán las cañas como nunca antes se hizo. Y si se mantiene una primavera con estas características, si en junio, julio y agosto, que es cuando tiene que llover, llueve, vamos a disponer de abundante materia prima para el próximo año. Pero como sabemos lo que significará en caña la limpia, hay que hacer un especial esfuerzo.
Hablo de caña, porque la caña es uno de los cultivos más beneficiosos para el país actualmente. Y el país tiene necesidad de incrementar sus producciones azucareras hasta 1980 y de 1980 a 1990.
Nuestras exportaciones de azúcar a la URSS aumentan unas 200 000 toneladas por año. Con los precios que nosotros recibimos de la URSS por nuestra azúcar, cada 200 000 toneladas significan 100 millones de rublos más por año. Y el rublo vale más que el peso. Es decir, el incremento de nuestras exportaciones de azúcar a la URSS es de más de 100 millones de pesos por año. Y de la URSS recibimos el combustible y las materias primas fundamentales, muchos equipos, plantas completas, alimentos, etcétera. Esa es la importancia que tiene. Y con los precios que recibimos de la URSS, el cultivo de la caña es de gran atracción para nuestra economía.
También recibimos buenos precios —inferiores al de la URSS, pero por encima de los mercados mundiales— de otros países socialistas. Y, por último, nos vemos en la necesidad imperiosa de vender también azúcar en los mercados mundiales. Pero el incremento fundamental de nuestras exportaciones es hacia la URSS y el campo socialista. Por eso el cultivo de la caña resulta uno de los más económicos para el país, aunque una parte del azúcar tengamos que venderla en los mercados mundiales.
Habrá que analizar, tanto para las granjas como para los campesinos, la cuestión del precio de la caña, de modo que resulte estimulante el cultivo de la caña. Es importante. Y creemos que, en realidad, la agricultura cañera tiene grandes perspectivas.
Hay un cultivo con el que tenemos dificultades: el café. Y se deriva no solo de las sequías que hemos tenido, sino también del éxodo del campesino de las montañas. Habrá que meditar qué hacemos, porque también en las montañas los caminos cuestan cuatro veces más caros y son tres veces menos útiles. ¿En qué sentido? Si en el llano un camino pasa a cinco kilómetros de un lugar, ese camino es útil; en las montañas, si el camino entra a una de las zonas campesinas, rompiendo montañas, a cinco kilómetros de allí, en la otra vertiente de la cordillera, ese camino no tiene ninguna utilidad.
La Revolución ha trabajado duramente construyendo caminos en las montañas. Un gran número de brigadas en la Sierra Maestra y el Segundo Frente han estado construyendo caminos, y a pesar de eso hay todavía dificultades con los caminos.
Las mejoras sociales se hacen más difíciles en las montañas. Hay que estudiar las proposiciones que se hicieron aquí. No todas las áreas cafetaleras son iguales; unas están en regiones muy abruptas y otras están en zonas más onduladas, pero hay que recoger experiencias y meditar dónde está la solución de la producción del café en las montañas, y qué combinación de factores hay que emplear para resolver ese problema, sin descontar, por supuesto, las escuelas que están dando resultados. Escuelas, cooperativas, estímulos en el precio al café, un salario diferente en el trabajo cafetalero, etcétera, etcétera.
La Comisión de Producción se preguntó si había experiencias sobre cooperativas en montañas en Cuba, y se respondió que no había ninguna. Eso está por experimentar y por elaborar.
Se habló aquí de los cambios que se han introducido en el campo con la Revolución. Se han enumerado muchos: educacionales, comunicaciones, presas, riegos, escuelas, hospitales, etcétera; pero sabemos cómo son las condiciones de vida en el campo y cuántos bohíos hay todavía en el campo. Es duro lo que tenemos que trabajar, pero creo que tenemos un camino claro.
Olvidaba señalar anteriormente el hecho de que la mayor parte de las escuelas que se están construyendo en el campo servirán para asegurar las posibilidades de educación de los hijos de los campesinos y de los obreros agrícolas. Aunque construimos gran número de escuelas secundarias básicas en el campo anualmente, el número de graduados de sexto grado es muy alto. Ello nos ha obligado incluso a hacer algunas escuelas secundarias en las ciudades, porque no dábamos abasto y no teníamos recursos suficientes para resolver el problema a base de escuelas secundarias en el campo. Fue necesario hacer un número de ese tipo y construir escuelas secundarias urbanas. Pero se reservan las capacidades en las escuelas secundarias en el campo, principalmente para la población rural. Eso asegura las posibilidades de estudio de los hijos de ustedes y de los obreros agrícolas. Veremos cómo aseguramos las posibilidades de que regresen.
Se habló aquí de impuestos. Quiero expresarles que el costo de un estudiante becado en una secundaria básica rural es de 659 pesos al año; el costo de un estudiante becado en la enseñanza técnica es de 1 177 pesos anuales; el costo de un becado universitario es de 1 303 pesos anuales. Hay familias que tienen tres hijos becados, cuatro y cinco. Eso es posible nada más que con la Revolución (APLAUSOS). Ustedes saben que sus hijos tienen garantizadas todas esas oportunidades, que la vida realmente ha cambiado y que la seguridad realmente llegó a nuestros campesinos. Y la seguridad llegó con la dignidad y con la libertad, con el derecho al respeto y a la consideración de toda la sociedad.
En este Congreso se dijeron muchas cosas interesantes. Y algunos de ustedes, los que vivieron los tiempos pasados, como el compañero Mamerto, recordaron cosas realmente dramáticas de ese pasado. Es una lástima que todo el pueblo no hubiese estado escuchándolos por televisión, y las diferencias entre el presente y el pasado.
Prudencio también nos recordaba realidades emocionantes, cuando dijo que antes llegaban los ingenieros, pero era para ver cómo les quitaban la tierra, midiendo por allí. Y hoy llegan los ingenieros al campo para resolver sus problemas, enseñarlos a producir, ayudarlos. Cómo antes las leyes venían del Capitolio, y nunca llegaban leyes de reforma agraria a los campos. Y ahora, dijo una cosa verdaderamente elocuente: las leyes llegan desde abajo (APLAUSOS).
Y ustedes han sentido esto: cómo se ha organizado este Congreso, cómo se ha discutido todo desde la base, y cómo llegaron ya las ideas y las tesis elaboradas y discutidas por todas las masas: tesis que fueron perfeccionadas por las masas y fueron aún más perfeccionadas en el Congreso. Creemos realmente que es una magnífica prueba de democracia.
El Congreso ha tenido calidad. El Partido, el Estado, el país, se han interesado en el Congreso.
Numerosos compañeros, dirigentes de las organizaciones de masas y juveniles, y dirigentes del gobierno, han hecho aquí brillantes exposiciones. El Congreso ha gozado de una gran libertad, y han podido hablar los compañeros sobre todas las cuestiones fundamentales: unos más extensamente y otros menos; algunos allá y otros acá, como Prudencia, que no vacila en subir a este podio rápidamente cuando le dan la palabra, y para hablar bien.
Han elegido el ejecutivo. Han incluido a tres mujeres. ¡Algo es algo! Y han ratificado al compañero Pepe Ramírez en la dirección de la ANAP (APLAUSOS). Y eso nos parece sabio. No es que Pepe tenga un derecho de por vida a ser dirigente de la ANAP, o un derecho histórico; es que consideramos realmente al compañero Pepe Ramírez el más capacitado para dirigir la ANAP (APLAUSOS).
Lo conozco bien desde el principio de la Revolución, y lo he visto trabajar. El tenía una tarea entre los campesinos: ayudar a levantar su conciencia política y revolucionaria. Pero él tenía además otra tarea: luchar por los campesinos y por los intereses de los campesinos en el seno del Partido y en el seno del Gobierno. Y así lo ha hecho invariablemente durante estos 18 años, y ha trabajado para el Partido y para ustedes (APLAUSOS). ¿Y por qué ha podido hacerlo sin contradicciones?, porque los intereses de ustedes, los de los trabajadores, los de la Revolución y los del Partido, son exactamente los mismos (APLAUSOS). El trabaja lealmente para la clase obrera y para los campesinos; trabaja lealmente para el Partido.
Y el compañero Pepe Ramírez ha adquirido además una gran experiencia en estos años, y sabe lo que trae entre manos (APLAUSOS), y conoce a los cuadros, y conoce a los campesinos más avanzados, a los mejores productores, y conoce a todo el mundo en todas partes, y no está en una oficina, y viaja por todo el país (APLAUSOS).
Junto a Pepe, se ha desarrollado un contingente de cuadros valiosos y experimentados: a nivel nacional, a nivel provincial y a nivel municipal (APLAUSOS). ¡Y qué gran falta nos hacen! ¡Qué alentador y qué importante disponer de esa aguerrida organización que es la ANAP, aguerrida y combativa, en los años futuros! Y sobre todo, su sentido de responsabilidad, y la confianza que inspira a la Revolución para llevar adelante esas tareas acordadas en el Congreso.
Alguien dijo que los campesinos tenían que aprender muchas cosas de los obreros. Y es verdad. No hay duda de que el obrero es el ejemplo del ciudadano abnegado; suele ser disciplinado, y lo da todo por su patria y por su pueblo. Pero el obrero puede aprender también muchas cosas del trabajador campesino, de su experiencia, de su sabiduría, de esa sabiduría campesina tan necesaria y tan útil, de su sentido de responsabilidad.
Y sería bueno que en el futuro se estableciera una emulación entre cooperativas y granjas, muy bueno (APLAUSOS).
Creemos realmente que algunos obreros todavía no tienen una conciencia totalmente proletaria, a la vez que creo que muchos campesinos han ido adquiriendo una conciencia proletaria.
El conductor de un equipo estatal que vaya por una carretera a 50 kilómetros, en un tractor, por ejemplo, o el que en un camión corre 100 ó 120 kilómetros, o el que en un carro de alquiler viola las normas de tránsito, es un trabajador que no tiene todavía conciencia proletaria. El que no utiliza correctamente los recursos, el que dilapida los recursos, es un trabajador sin verdadera conciencia proletaria todavía. Tener conciencia de la importancia del trabajo, los recursos emplearlos bien, utilizar bien la tierra, producir el máximo para el país, a la vez que se beneficia a sí mismo y a su familia, es tener una conciencia proletaria. Y realmente nuestros obreros han avanzado extraordinariamente y nuestros campesinos también (APLAUSOS). Lo vemos y lo palpamos de año en año y de congreso en congreso.
Con esa imagen en nuestras mentes se clausura este Congreso esta noche. Realmente ha dado gusto haber estado aquí el mayor tiempo posible junto a ustedes. Produce verdadera satisfacción haber participado en este Congreso junto a esta representación de nuestro campesinado (APLAUSOS). Nos impresiona la seriedad y la conciencia de ustedes.
Siempre se menciona a los mártires. Niceto se convirtió en el símbolo de los campesinos. Pero esa sí es una manera de honrar a los mártires: no con las palabras, sino con los hechos (APLAUSOS).
Siempre se recuerda con cariño a todos esos compañeros que cayeron en la lucha, o que murieron en el trabajo. Porque aquí ya se menciona a los mártires de la lucha clandestina, a los mártires de la época del capitalismo y a los mártires de la Revolución. Porque los que, como Regalado, entregaron su vida al trabajo, son también héroes y mártires de la Revolución (APLAUSOS).
Siempre para ellos es el mejor de los recuerdos; y siempre, cuando pensamos en ellos, ver la obra de estos años entre los campesinos, ver lo que es hoy nuestro campesinado y nuestra ANAP, es el mejor de los consuelos y el mejor de los estímulos.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)