DISCURSO PRONUNCIADO POR FIDEL CASTRO RUZ, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CUBA, EN LA SESION INAUGURAL DE LA XVI CONFERENCIA REGIONAL DE LA FAO PARA AMERICA LATINA, EFECTUADA EN LA HABANA, EL 1º DE SEPTIEMBRE DE 1980, "AÑO DEL SEGUNDO CONGRESO".
(VERSIONES TAQUIGRAFICAS - CONSEJO DE ESTADO)
Apreciado amigo Edouard Saouma;
Distinguidos delegados;
Invitados:
El pueblo de Cuba y su Gobierno les agradecen la oportunidad de realizar en nuestra isla esta XVI Conferencia Regional de la FAO para la América Latina, y al extenderles la bienvenida saluda su presencia entre nosotros.
Nada podría complacer más a Cuba que ser la sede de este cónclave en que se asocia la América Latina y el Caribe con las actividades de la FAO. El sentido latinoamericano de nuestra proyección es bien conocido. Creemos firmemente que más allá de las divisiones que ocasionalmente nos contraponen, y por encima de los sistemas sociales que cada país escoja, la historia que nos dio una raíz común, un enclave geográfico propio, y nos ha situado frente a los mismos enemigos, llama a los pueblos de América Latina y el Caribe a realizar, conjuntamente, la tarea de la liberación, el progreso y la justicia. Y en ese camino, uno de los requerimientos inmediatos es el de realizar, en la mayor parte de nuestras tierras, por no decir que en todas, las grandes transformaciones sociales y técnicas de que la agricultura está urgida. La FAO ha sido, y esperamos que continúe siendo, una ayuda estimable en esa gran tarea.
La Conferencia Regional nos permite hacer un reconocimiento público de lo mucho que nuestros países y todos los que con nosotros, en las diversas partes del mundo, comparten las tareas del desarrollo, deben a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
La FAO ha prestado un concurso sistemático para contribuir a resolver con su ayuda técnica, su asistencia directa, sus programas y sus informaciones científico-técnicas, tan actuales y completas, el desarrollo de la agricultura. Habría que decir que la asistencia de la FAO ha resultado también valiosa para países económicamente desarrollados, que se valen de su concurso y sus investigaciones. La FAO ha sabido también ser el escenario para los análisis mundiales y regionales de los problemas de la agricultura, que han propiciado la promoción de la Reforma Agraria como un cambio social indispensable, sin el cual las meras transformaciones tecnológicas solo darán resultados circunstanciales y efímeros.
Consideramos importante que en un momento tan decisivo de la lucha por el desarrollo, en que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación se esfuerza por realizar las obligaciones que en ese terreno le competen, al frente de la FAO esté un hombre del Tercer Mundo, nuestro estimado amigo Edouard Saouma.
La XVI Conferencia Regional se reúne en momentos en que sus trabajos contribuirán a demostrar, una vez más, la enorme importancia que el progreso agrícola tiene para la humanidad en las actuales condiciones. Hace ya un quinquenio que todos los países del mundo se reunieron en Roma para celebrar allí la Conferencia Mundial sobre Alimentación. La urgencia de resolver los problemas alimentarios de la humanidad quedó enfatizada entonces de modo dramático, y aunque ya en aquella oportunidad no dejó de experimentarse un sentimiento de frustración ante la mezquindad de los compromisos que ciertos grandes países desarrollados, y en primer término los Estados Unidos de América, presentaron a aquella reunión mundial, se trazaron sin embargo planes organizativos, políticos y técnicos que si hubieran sido puestos en práctica, con la participación colectiva sobre todo de aquellos que deben contribuir con su riqueza excedentaria a mitigar el hambre en el mundo, se habría avanzado en la solución del grave problema de subalimentación que la mayor parte de los pueblos del llamado Tercer Mundo experimenta.
Desgraciadamente, el hambre subsiste. No adquiere la forma devastadora y espectacular con que azotó, en épocas pasadas, a diversas partes del mundo, sin excluir a Europa, pero presenta, sin embargo, un carácter más sistemático y sutil, que golpea persistentemente a cientos de millones de hombres y mujeres.
En el momento de la Conferencia Mundial, la FAO estimaba en 450 millones el número de personas que padecían desnutrición, la forma moderna del hambre. Desnutrición que significa, en numerosos casos, una muerte prematura, pero que —lo que es todavía más amargo—condena a cientos de millones de jóvenes y niños que la padecen a ser durante toda la vida seres humanos lastrados por todo tipo de deformaciones y padecimientos físicos.
No podría decirse que han faltado en los últimos años progresos técnicos en la agricultura. La Revolución Verde abrió un paréntesis de esperanza; el descubrimiento de nuevas variedades, de plaguicidas más eficientes, el modo científico en que utilizar la fertilización, el riego y el drenaje, abrieron una perspectiva esperanzadora. Pero el hambre persiste porque, como se ha dicho, el hambre es un fenómeno de la pobreza, y debemos añadir que la pobreza y el hambre van asociadas al subdesarrollo.
De este modo, cada vez que nos reunimos para examinar los problemas mundiales de la alimentación y de la agricultura las tareas del desarrollo se presentan ante nosotros como indeclinables y urgentes.
Latinoamérica no es una excepción en ese apremio histórico. El Banco Mundial reconocía, en los inicios del quinquenio, que casi el 40% de la población rural latinoamericana se encontraba en situación de pobreza, Habría que añadir a esa cifra algunas otras decenas de millones de latinoamericanos a quienes la pobreza rural ha lanzado al entorno de las ciudades, a vivir allí en las "favelas", en las "villas-miseria" bien conocidas del continente, una vida de semindigencia. La gran tragedia, el desempleo rural, no puede ser resuelta por las raquíticas economías urbanas de la América Latina.
El retraso agrícola no solo representa miseria y padecimientos para esas centenas de millones que no tienen acceso a la necesaria alimentación sino que están imponiendo todavía a nuestros países, para mantenerse dentro de los escasos márgenes de la subalimentación, la necesidad de importaciones que, como ha dicho la FAO, resultan inmanejables por sus proporciones y que se convierten en un nuevo factor agravante del balance de pagos negativos que los sitúa en condiciones de ruina.
Todo eso, naturalmente, se agrava con el intercambio desigual, que somete a los países productores de materias primas agrícolas a condiciones inequivalentes e inestables de precios que hacen a veces inútiles los esfuerzos de productividad.
Para hablar con entera franqueza: en estos momentos, el cuadro de las perspectivas futuras para la inmensa mayoría de la humanidad es sombrío. Esto lo admiten prácticamente todos los estudios realizados por investigadores, analistas y científicos de los propios países occidentales desarrollados, que son los que más se han beneficiado con la explotación de nuestras riquezas naturales y tienen en todos los sentidos la mayor responsabilidad moral con la gravedad de la situación presente y futura del mundo.
Cada cinco días más de un millón de nuevas personas se incorporan a la población mundial. De este incremento, el 90% tiene lugar precisamente en los países subdesarrollados que son los más deficitarios, técnicamente atrasados y con menos disponibilidad de insumos materiales en la producción de alimentos. Esta población mundial, que actualmente se eleva a 4 300 millones de personas, ascenderá en los próximos 20 años a 6 400 millones aproximadamente. De este total el 80%, es decir más de 5 000 millones, corresponderá a los países que actualmente integran el llamado Tercer Mundo. Se comprende la magnitud del esfuerzo que pesa sobre la comunidad mundial cuando se piense en la necesidad y el deber moral ineludible de alimentar, alojar adecuadamente, vestir, calzar, atender la salud, educar y emplear en el término de un brevísimo período histórico a esos miles de millones de seres humanos. Por mucho que avanzaran los países en los años futuros en la aplicación de una correcta política de población, este crecimiento es ya inevitable. Hay en la actualidad decenas de países donde uno de cada cuatro niños muere antes de alcanzar el primer año de vida. Se calcula que cada año mueren en los países subdesarrollados alrededor de 25 millones de niños menores de cinco años, la inmensa mayoría por enfermedades curables y por hambre. Según estimado de la Oficina Mundial de Salud, tres dólares sería el gasto necesario para inmunizar a cada recién nacido en el mundo subdesarrollado contra las enfermedades infantiles más comunes. Y en el conjunto de estos países, por otro lado, en más de 30 de ellos, el 80% de la población es analfabeta.
Los países en desarrollo que en el año 1960 importaron alrededor de 20 millones de toneladas de cereales, en 1978 tuvieron que importar 80 millones. Y se calcula que en los próximos 10 años la cifra se duplicará.
El número de personas que no tienen recursos para adquirir la dieta alimenticia adecuada, asciende a 800 millones de personas. ¿Mejorará en las próximas dos décadas este cuadro dramático? Todo indica lo contrario, la actual tendencia de la realidad mundial se encamina a un empeoramiento de la situación. Me refiero a los países subdesarrollados, en los países desarrollados ya de por sí en general bien alimentados la producción de alimentos crecerá a ritmo mucho mayor que en el resto del mundo. Ellos disponen y dispondrán de los recursos: inversiones, tecnologías, maquinarias, combustible, variedades de alto rendimiento, fertilizantes, pesticidas.
Con solo la cuarta parte de la población mundial, los países industrializados consumen las tres cuartas partes de los minerales que se producen en el mundo y son en esencia los grandes consumidores de energía.
El encarecimiento de los precios del petróleo y el gas que son la base fundamental para la producción de combustibles, fertilizantes y pesticidas, aumentará los costos de la producción de alimentos. Se hará mucho más difícil a los países subdesarrollados no petroleros el acceso a estos recursos y los precios reales de los alimentos casi se duplicará en los próximos 20 años.
En momentos en que los bosques se reducen a un ritmo de casi 20 millones de hectáreas por año, proceso que tiene lugar fundamentalmente en el área de los países subdesarrollados, la posibilidad de sustituir la leña por otros combustibles se reduce para cientos de millones de familias que no disponen hoy de otro medio para preparar sus magros alimentos u obtener un poco de calor. Nada permite asegurar hoy que en el futuro dispongan de leña o de combustible. Los bosques de estos países se reducirán a casi la mitad en los próximos 20 años.
En los momentos en que disponen de menos tierra per cápita, menos fertilidad en la tierra y son más inaccesibles los fertilizantes minerales, cientos de millones de toneladas de estiércol, fertilizante natural e histórico de los suelos, tienen que usarse como combustible cada año.
Los desiertos y las áreas áridas a causa de la erosión, la pérdida de materia orgánica, la salinización y otros factores, avanzan a un ritmo de millones de hectáreas cada año que equivalen a una superficie igual a todo el suelo agrícola de Cuba. Con el aumento de la población, las pérdidas de suelo por las causas mencionadas y la creciente utilización de tierras fértiles para usos urbanos e industriales, el per cápita por habitante del mundo de suelo agrícola que era hace 10 años de casi 0,5 hectárea, en los próximos 20 años se habrán reducido a 0,25 hectárea. De esa fracción de hectárea tendrá que vivir cada ser humano en el año 2000. Dudosamente podrán producirse en ese período incrementos del per cápita de productos marinos y de ríos, por el contrario tiende ya a disminuir. Pero ni las hectáreas de tierra fértil, ni los mares, ni las aguas, ni los recursos materiales están al alcance por igual de todos los países. Es decir, los per cápitas no serán siquiera tales per cápitas para la inmensa mayoría de la humanidad.
No hablo, para no ser extenso, de otros factores como necesidades crecientes de agua, cuyos requerimientos habrán de elevarse en un 200% en ese período; contaminación del medio ambiente por el uso cada vez mayor de pesticidas y productos químicos; los peligros potenciales de las plagas; sequías prolongadas; cambios ecológicos y otras preocupantes dificultades a las que tendrá que enfrentarse el hombre. Estas preocupaciones alcanzan por igual a todos los estadistas del mundo, pero pocas inquietudes tendrán con relación al medio ambiente los que mueren de hambre, porque no tienen un pedazo de pan que llevarse a la boca.
La irritante y bochornosa brecha entre los países desarrollados y subdesarrollados crece cada año. No es posible resignarse.
Ser realista no es ser pesimista.
La realidad nos debe llevar a todos a luchar con más tesón y más sentido de responsabilidad histórica.
La reforma agraria en cada uno de nuestros países es por cierto esencial e indispensable. Con métodos oligárquicos y agricultura extensiva no se puede siquiera pensar en soluciones. Sin justicia social no se ganará jamás la batalla contra el hambre y la pobreza. Pienso también que el minifundio y la simple agricultura de subsistencia son improductivos. Hacen falta extensiones adecuadas con formas de producción y distribución socialmente justas y eficientes.
Pero la experiencia ha demostrado que la reforma agraria no es más que el primer paso. Sin un cierto grado de mecanización y de quimificación no hay agricultura productiva y, por consiguiente, no hay producción agrícola que satisfaga las necesidades locales e internacionales de este mundo cada vez más amenazado por el hambre.
Es aquí donde empalma el problema agrícola con el problema general del desarrollo y donde se presenta la urgencia de que el mundo resuelva las tareas que impone la marcha hacia un nuevo orden económico internacional.
Al hablar, hace un año, en Naciones Unidas, a nombre del Movimiento de los No Alineados y presentar allí las conclusiones de la VI Conferencia Cumbre de los Jefes de Estado y de Gobierno del Movimiento, tuve la ocasión de plantear problemas que no han perdido su vigencia y que se relacionan con el desarrollo, y particularmente con la agricultura. Recordaba cifras, muchas de ellas provenientes de la FAO, que indicaban que en los próximos 10 años será necesario cultivar alrededor de 76 millones de nuevas hectáreas en los países en desarrollo e irrigar más de 10 millones de hectáreas adicionales, mientras que los sistemas de irrigación para otros 45 millones de hectáreas de tierras necesitan ser reparados. De ahí deducíamos, en base a estimaciones internacionales que parecen más bien modestas, que solo para obtener tasas de crecimiento agrícola reducidas, del 3 ½ al 4%, los países en desarrollo debían invertir anualmente en su agricultura de 8 000 a 9 000 millones de dólares.
Pocos meses después de aquel discurso, el Informe de la Comisión Brandt presentó cifras que en ese y en otros aspectos vienen a confirmar los pronunciamientos que entonces formuláramos.
¿Cómo resolver este problema dramático, que es sin duda uno de los más urgentes que tiene la humanidad ante sí, pues, como dijera en aquella ocasión, está íntimamente vinculado con el problema mayor de nuestro tiempo, el problema de la paz, ya que si no hay desarrollo tampoco habrá paz?
Sostuve entonces que si los problemas del intercambio desigual quedaran resueltos, si los productos agrícolas y otras materias primas que suministran los países en vías de desarrollo a los países industrializados quedaran justamente valorados, con ello se contribuiría decisivamente al autofinanciamiento del desarrollo por nuestros países.
Señalé además entonces y vuelvo a repetir hoy con relación a los gigantescos gastos militares que se realizan en el mundo: "Con 300 000 millones de dólares se podrían construir en un año 600 000 escuelas con capacidad para 400 millones de niños; ó 60 millones de viviendas confortables con capacidad para 300 millones de personas; ó 30 000 hospitales con 18 millones de camas; ó 20 000 fábricas capaces de generar empleo a más de 20 millones de trabajadores; o habilitar para el regadío 150 millones de hectáreas de tierra, que con un nivel técnico adecuado pueden alimentar a 1 000 millones de personas".
Planteé, por último, y quiero reafirmarlo ahora, puesto que esa proposición ha recibido el respaldo de la 34 Asamblea de las Naciones Unidas y ha sido confirmada en La Habana y en Nueva Delhi por el Grupo de los 77, que representa, con el Movimiento de los No Alineados, al mundo en desarrollo, que en la estrategia para la nueva Década Internacional del Desarrollo era necesario garantizar, como parte de la misma, que los países que se desarrollan recibieran un flujo adicional de recursos no inferior a los 300 000 millones de dólares en esos 10 años, con contribuciones anuales que podían comenzar con cifras no inferiores a los 25 000 millones.
En los momentos en que se reúne esta XVI Conferencia Regional de la FAO para la América Latina, acaban de iniciarse, en la Asamblea Especial de Naciones Unidas, los trabajos dirigidos a la formulación de esa Tercera Década. No son, desgraciadamente, las circunstancias internacionales las más propicias para que de esa reunión surjan los resultados necesarios. Al aumentar las tensiones internacionales, al asomarse de nuevo el sombrío panorama de la "guerra fría", al incrementarse el armamentismo, es difícil que se modifique la falta de voluntad política que los países capitalistas desarrollados han mostrado al discutir en diversos foros internacionales, entre ellos el de las Naciones Unidas, las relaciones de lo que impropiamente se ha llamado "el Norte" y "el Sur".
En un reciente y bien fundado informe elaborado a instancias del Gobierno de Estados Unidos por una comisión de especialistas de ese país sobre los serios problemas que se avecinan a la humanidad en las próximas décadas, estos, después de profundizar en las aterrorizantes perspectivas, afirman: "los cambios que se requieren van más allá de la capacidad y responsabilidad de esta o aquella nación por separado. Es indispensable que surja una era de cooperación y compromisos sin precedentes".
Yo me pregunto, si hace falta una era de cooperación y compromisos sin precedentes para salvar a la humanidad de un desastre seguro, ¿qué sentido tiene la carrera armamentista, la guerra fría, la política de fuerza y la agudización de las tensiones internacionales? ¿No es acaso una descomunal locura? Como dije en una ocasión, las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los analfabetos; pero no podrán matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia.
Pero las dificultades de la atmósfera política internacional no pueden detener esta batalla por nuevas relaciones económicas internacionales más justas. Esta es una lucha a la que nos obliga, en primer término, la necesidad de nuestros pueblos y las condiciones intolerables de existencia de esos cientos de millones de hombres y mujeres hambreados y retrasados, que constituyen un gravamen para la comunidad internacional. Pero es una lucha también esencialmente vinculada a los afanes de paz y de colaboración internacional. Como he reiterado, el desarrollo de los países en retraso es la única vía por la cual la crisis de la economía mundial capitalista pudiera encontrar un camino de solución.
Señor Presidente, señores miembros de las delegaciones a la Conferencia:
Cuba continuará cumpliendo sus deberes y estará en la primera línea de combate por el desarrollo. La delegación cubana a esta XVI Conferencia colaborará con espíritu constructivo en la discusión del importante Orden del Día que tienen ustedes a su consideración.
Nuestro país pone además a disposición de ustedes su modesta experiencia en el campo de las transformaciones sociales y técnicas realizadas en un perseverante, irrenunciable y prometedor esfuerzo por desarrollar una agricultura altamente productiva y moderna sobre bases sociales justas. Con una exportación anual de más de 6 millones de toneladas de azúcar, una población de menos de 10 millones y alrededor de media hectárea de suelo agrícola por habitante, Cuba es quizás el país de más alta exportación de alimento per cápita del mundo. Cada nación tiene el deber de hacer el máximo por sí misma y colaborar al máximo con las demás. Solo así nuestros pueblos podrán ganar esta difícil, decisiva y vital batalla que tenemos delante.
Muchas gracias (APLAUSOS).