DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA Y PRESIDENTE DE LOS CONSEJOS DE ESTADO Y DE MINISTROS, EN LA DESPEDIDA DE DUELO DEL COMBATIENTE ROLANDO PEREZ QUINTOSA, EFECTUADA EN EL CEMENTERIO COLON, EL 17 DE FEBRERO DE 1992, "AÑO 34 DE LA REVOLUCION".
(VERSIONES TAQUIGRAFICAS - CONSEJO DE ESTADO)
Familiares;
Combatientes;
Compatriotas:
No he querido traer un discurso escrito, como suele hacerse en estas ocasiones; prefiero reflexionar unos minutos sobre lo que significa el hecho que nos trae a este sitio.
Muchas veces nos hemos reunido en este o en otros cementerios: una vez —recordamos bien—, cuando la explosión de "La Coubre", en que más de 100 trabajadores y soldados murieron en un criminal sabotaje; otra, al venir a enterrar a un maestro asesinado mientras ejercía sus funciones, o a un alfabetizador, como Manuel Ascunce, asesinado mientras enseñaba a leer y a escribir a los campesinos; otra, a causa del traicionero ataque aéreo contra nuestras bases aéreas el 15 de abril de 1961, cuando tuvimos que venir al día siguiente a enterrar a los que perecieron en aquel hecho, ocasión en que, por cierto, se proclamó el carácter socialista de nuestra Revolución; o hemos tenido que reunirnos multitudinariamente para despedir los restos de los compatriotas vilmente asesinados en el sabotaje al avión de Barbados. No menciono aquí, porque corresponden a otras circunstancias, las veces en que nos hemos reunido, bien para rendir tributo a nuestros gloriosos combatientes internacionalistas o para dar sepultura a algún compañero querido; me refería a las veces en que nos hemos tenido que reunir como consecuencia de actos criminales, traicioneros, alevosos, repugnantes.
Es larga la historia de villanías y de crímenes de la reacción y de la contrarrevolución. Recordamos cómo fueron salvajemente asesinados los numerosos compañeros que en la acción del Moncada, el 26 de julio de 1953, cayeron prisioneros, o cómo fueron asesinados también decenas y decenas de compañeros de los que vinieron en el "Granma".
No solo estos hechos los practican la reacción y la contrarrevolución en el interior de nuestro país, sino en todas partes. Recordamos hoy a los maestros asesinados mientras cumplían su noble misión de enseñar al pueblo de Nicaragua; recordamos cómo el Che fue hecho prisionero ya herido y lejos de brindarle asistencia lo asesinaron; recordamos que en el cumplimiento de las misiones internacionalistas, por ejemplo, en Angola, soldado herido o no que cayera prisionero —que no fueron muchos— era inexorablemente asesinado.
¡Qué distinta ha sido, en cambio, la conducta de la Revolución a lo largo de toda su historia y sin excepción! En el Moncada, la primera acción de guerra, los prisioneros que se hicieron en los primeros momentos fueron absolutamente respetados. En la Sierra Maestra, miles de soldados enemigos fueron prisioneros nuestros y ni uno solo fue maltratado ni asesinado; cientos de esos soldados adversarios heridos debieron su vida a las atenciones médicas y a los medicamentos que les proporcionaban nuestras tropas. En Girón hicimos más de 1 000 prisioneros y a pesar del calor, la pasión y la vibrante emoción de los combates, ni uno solo fue maltratado ni ejecutado; los combatientes revolucionarios demostraron en su sangre fría, en su serenidad, toda la grandeza moral de nuestra Revolución. Decenas de ellos fueron atendidos y salvados por nuestros médicos en nuestros hospitales. Recuerdo que, personalmente, ayudé a salvar la vida de uno de aquellos mercenarios que, gravemente enfermo, hicimos prisionero y lo enviamos inmediatamente, a toda velocidad, al hospital, donde pudo salvarse. Y no es el único caso, por cierto, en que nosotros, personalmente, nos hemos visto envueltos en actos de este tipo.
En Bolivia, el Che respetó a todos los prisioneros y los atendía personalmente como médico, si había algún herido.
En el cumplimiento de nuestras misiones internacionalistas en Africa, jamás se dio el caso de un solo prisionero asesinado o maltratado, o de un solo adversario herido abandonado.
Ahora, a la larga lista de hechos oprobiosos se suma el que nos convoca en esta ocasión: el repugnante asesinato de cuatro combatientes jóvenes. Los hechos tal como ocurrieron son bastante conocidos.
Intentaban marchar al "paraíso del Norte", trataron de secuestrar una embarcación; pero ya tenían el deliberado propósito de matar, si fuera necesario, para conseguirlo.
Rolando no estaba allí, había solo un guardafronteras y un CVP. A estos los engañan. El jefe de los bandidos y otro secuaz se ponen a conversar con ellos —era conocido de algunos allí, por trabajos que había realizado anteriormente en aquella zona—, y es el momento que aprovechan para agredirlos por sorpresa y desarmarlos. Todo a traición.
Rolando se traslada al lugar cuando se reciben noticias en su unidad de que hay algo anormal, se mueve rápidamente. Llega con otro compañero —Yuri— al local de los custodios y encuentran al CVP y al guardafronteras acostados y amarrados. Comienzan a tratar de desamarrarlos, de liberarlos, y al parecer los malhechores se dieron cuenta de que habían llegado algunos allí, y el cabecilla de la banda se dirige hacia aquel punto con el AKA que le había ocupado al guardafronteras.
Es de noche, después de las 12:00 de la noche, nadie puede precisar qué visibilidad habría allí, pero se acerca. Se ha podido saber que Rolando lo conmina a entregarse y la respuesta fue un rafagazo, a muy poca distancia, de manera que hieren a Rolando y a Yuri, quienes al parecer caen a causa de los disparos. Penetra en el pequeño local el jefe de la banda y allí asesina, dispara a boca de jarro contra Orosmán y Rafael y remata a los otros que estaban ya heridos; al retirarse se percatan de que hay alguien todavía quejándose, y otro de los del grupo contrarrevolucionario penetra con una pistola y al que está quejándose le dispara sobre el corazón.
Rolando observa todo aquello, está gravísimamente herido pero consciente, y tan pronto llegan otros compañeros informa inmediatamente, da noticias, brinda un indicio que facilitó la captura de los asesinos, pues declara rápidamente que se trataba del violador, "¡es el violador!"; hasta el nombre del violador me informan que dijo. Gracias a esa pista que él, en un esfuerzo postrero, antes de caer en shock puede ofrecer, es que se logra el rápido esclarecimiento de los hechos. Es decir que ya gravemente herido, podemos decir que mortalmente herido, el último servicio que presta es el de ayudar al descubrimiento de los que habían perpetrado aquellos hechos atroces.
Es que se trataba, además de enemigos ideológicos, de delincuentes comunes, de individuos que habían participado en tres violaciones —según se pudo conocer en el juicio—, y, claro, al percatarse de que eran conocidos, ya no para irse por aquel punto sino para que nadie los identificara, asesinan y rematan a los compañeros.
Asesinar es repugnante, asesinar a hombres desarmados y amarrados es, sencillamente, monstruoso, y da idea de lo que podría esperar nuestro pueblo, de lo que podrían esperar nuestros jóvenes, nuestros estudiantes, nuestras madres, nuestros combatientes, de la contrarrevolución, de la reacción y del imperialismo, si lograran imponer sus designios en esta tierra, si lograran aplastar la heroica resistencia de nuestro pueblo.
Casi está de más decir —porque todos ustedes lo saben— que estos señores si logran escapar, a pesar del cuádruple asesinato y de la triple violación, habrían sido recibidos en Estados Unidos como héroes, como tantos otros; como recibieron a los principales asesinos que mataron a miles y miles de cubanos durante la tiranía de Batista, con todo su dinero, con toda su fortuna robada al pueblo y con absoluta impunidad; como han recibido a lo largo de estos años a tantos delincuentes que buscaron amparo en Estados Unidos.
Se han dado casos, y los conocemos, en que han secuestrado embarcaciones y después han lanzado a la tripulación o a parte de la tripulación al mar, en alta mar; conocemos ejemplos de tripulantes que solo milagrosamente se salvaron. Hemos denunciado esos hechos a las autoridades norteamericanas y tales individuos no reciben ni siquiera el menor reproche por esas monstruosidades; de modo que cualquier delincuente, cualquiera de estos bandidos sabe que tiene allí un refugio seguro.
Si se trata de haitianos, los devuelven a su país; si se trata de delincuentes, de gusanos, de lumpen, de asesinos que les prestan la materia prima para su propaganda contra Cuba, entonces son recibidos con los brazos abiertos, ¿por qué?
Si nosotros no le prohibimos la salida definitiva del país con su familia a nadie, excepto, como es lógico, si tiene alguna causa de gravedad pendiente, o si pudiera disponer de una información sensible para el país, y es un mínimo de casos, ¿por qué no les dan las visas para emigrar al "paraíso del Norte"? Si nosotros en los últimos tiempos hemos ido llevando a cabo una política todavía más amplia en este terreno y autorizamos la salida y el regreso de los que quieren viajar al extranjero o visitar cualquier país, viajar y regresar a todo el que haya cumplido 20 años y sea, por tanto, mayor de edad, tal como está dispuesto hoy, con esas poquísimas excepciones a que me he referido, a pesar de los riesgos de sabotaje y de otras acciones contra la Revolución ordenadas desde el exterior, ¿por qué estimular las salidas ilegales del país? Se ve claramente que tal política ha sido un instrumento para desestabilizar, para crear dificultades, para amparar a esta clase de gente, para hacer campañas contra Cuba, hostigar a la Revolución, ofender a la Revolución y lesionar los intereses de nuestro pueblo.
Nunca se dio una batalla, me atrevería a decir, tan intensa por salvar una vida, y soy testigo de eso. Un presidente de Estados Unidos no habría recibido jamás la atención que recibió Rolando; por un presidente de Estados Unidos, con todo y la enorme riqueza de ese país, no se hubiera hecho lo que aquí hicieron nuestros médicos y nuestros científicos por la vida de Rolando, porque una medicina inspirada en los principios del mercantilismo no sería capaz de hacer lo que hicieron nuestros médicos, técnicos, enfermeros y científicos por salvar la vida de este joven
En una ocasión pregunté allí cuántas personas estaban trabajando directamente con él y me dijeron que 70. El número de médicos y científicos que luchó por la vida de Rolando, muchos de los cuales estuvieron permanentemente allí, ascendía a alrededor de 50. Todos los recursos de la ciencia fueron aplicados, ¡todos!: numerosos equipos médicos de tecnología avanzada desarrollados y fabricados en nuestro país, medicamentos nuevos y muy eficientes elaborados en nuestra patria; pero no solo lo mejor de nuestra ciencia y de nuestra medicina, sino lo mejor de la ciencia y de la medicina internacional.
Un equipo nuestro en cuatro horas podía precisar cuál era el antibiótico más eficiente para determinadas bacterias, a fin de combatir la infección, período de tiempo que por los procedimientos tradicionales se alargaba 50, 60, 70 horas. Este equipo estaba permanentemente allí y otros tipos de equipos para auxiliar a los médicos en la atención del paciente; equipos también de otros países, con los que cuentan nuestros hospitales, de los más modernos; medicamentos.
Les voy a revelar un detalle: en cierto momento los antibióticos controlaban las bacterias, controlaban la infección, pero el nivel de toxinas era ya muy elevado. Una transnacional norteamericana ha desarrollado un anticuerpo monoclonal para combatir las toxinas; producto o alguno similar que no estamos muy distantes de elaborar también nosotros; se dirigieron nuestros médicos a una sucursal o filial —como le llamen— en Europa, lo cual no era nada violatorio de las leyes de Estados Unidos, según tenemos entendido, y de la filial respondieron que no podían vender ese producto a Cuba para el paciente grave porque violaba las normas, principios o no sé qué cosa del embargo. Obtuvimos, de todas formas, el medicamento a través de amigos a quienes les suministramos los recursos y les solicitamos adquirirlos; más de 20 000 dólares se invirtieron en ese producto para tratar de combatir las toxinas cuando ya se había casi vencido la infección.
Desde luego, no se trataba de una sola complicación, sino que había numerosas complicaciones, pero una de las más graves era la infección. Fueron cuatro impactos, uno de los cuales le hizo estallar prácticamente el colon, creando las condiciones más propicias, precisamente, para la peritonitis, que no tardó en presentarse; pero también fue herido en los pulmones, fue herido en la pierna, y todo eso trajo serios problemas a los distintos órganos: cardíacos, renales, pulmonares, de todo tipo.
Como consecuencia del shock en que estuvo durante horas surgieron también problemas circulatorios, en la cicatrización, necrosis de una parte del intestino delgado que exigía intervenciones y más intervenciones, sangramientos en el estómago; respiraba artificialmente, porque el paciente estaba entubado desde los primeros momentos, se le podía mantener la vida con la respiración artificial. Pero había una esperanza de salvarlo a pesar de tan adversos factores, porque contribuía mucho su espíritu, podemos decir, su capacidad de resistir, su fortaleza no solo moral, sino también física, su juventud de 23 años, de lo contrario un organismo no habría podido soportar durante tanto tiempo aquel deterioro, como consecuencia de tantas complicaciones.
Recuerdo que en una de las visitas que realicé a ese hospital, pregunté si estaba despierto, si estaba consciente, y ese día estaba consciente, estaba despierto, pude verlo, saludarlo; otras veces estaba semidormido. Me reconoció inmediatamente, quería hablar —en ese momento no estaba entubado por la boca, sino que recibía respiración artificial a través de la tráquea, quería decirme algo, comunicarse, me miraba; pero le fue difícil articular palabra, fue difícil comprender qué quería decir. Sí puedo decirles que lo vi sufrir terriblemente, porque hubo un momento en que los sedantes y los analgésicos entraban en contradicción con los otros medicamentos que se estaban utilizando para salvarle la vida y, por lo tanto, no podían ni siquiera aliviarlo.
¡Cómo sufrió! Se dice fácil 37 días, pero hay que ver en qué condiciones vivió esos 37 días, cuánto tiene que haberse acordado del hijo, de la esposa, de la hermana, de los padres, de los familiares, de los compañeros. ¿Qué pasaría por su mente? Me pregunto a veces si habría podido percatarse del enorme interés que mostró nuestro pueblo por su salud y por su vida.
¿Qué pasará por la mente y cuáles serán los sufrimientos que en esas condiciones una persona padece?, con tantas transfusiones, cambios de sangre, plasmaféresis, cambios de suero sanguíneo, etcétera, etcétera. Y pensaba en eso, aún con la esperanza que teníamos todos de que se salvara, esperanza que no se perdió ni un minuto; porque cuando las posibilidades eran, según los médicos, de 0,5%, es decir, de menos del 1% de salvarlo, ellos seguían luchando por salvarlo. Y ellos derramaron tantas lágrimas como los familiares, como todo el pueblo, cuando al final no fue posible obtener el objetivo.
Realmente, tanto ellos como Rolando, como sus familiares, que no se apartaron un minuto de allí, merecían la victoria. Estos médicos y estos científicos y demás trabajadores de la salud que lo atendieron, merecen nuestro más profundo reconocimiento.
Se ha perdido una batalla, pero no se ha perdido la guerra, nuestra ciencia y nuestra medicina no han perdido esta lucha; ni nuestro pueblo ni nuestra Revolución la han perdido.
En general, cuando se viene a dar sepultura a una persona querida, se hace una historia de su vida. Yo me limito a decir que la historia de Rolando es la historia de nuestra magnífica juventud, es la historia de nuestra Revolución. Un muchacho noble, bueno, patriota, revolucionario, abnegado, valiente, trabajador, disciplinado; pudo ser cualquiera de nuestros estudiantes, como se ha dicho, pudo ser cualquiera de nuestros jóvenes, pudo ser cualquiera de nuestros combatientes.
Se dice que Cristo estuvo agonizando seis horas en la cruz; Rolando estuvo ciento cincuenta veces aproximadamente esas seis horas en la cruz erigida por los heraldos del crimen y de la muerte.
Se dice también que Occidente ha creado una civilización inspirada en los valores cristianos. Sí, se dice esto del Occidente que ha sido responsable de tantas guerras y de tantas tragedias para la humanidad, de tanta miseria y de tanta pobreza en el mundo, de tantas conquistas y de tantas colonias, de tanto subdesarrollo, del cual está plagada hoy la Tierra.
Pero ese Occidente que tanto criticó y que tan enorme campaña hizo contra Cuba y contra la Revolución, por el hecho de que el Consejo de Estado no ejerciera clemencia respecto a las sanciones aplicadas justamente por los tribunales, y que en uno de ellos, el jefe de ese comando, se aplicaran; ese Occidente cristiano no envió un solo mensaje de conmiseración por los combatientes vilmente asesinados por unos inmorales, por unos violadores; no tuvo una sola palabra de amabilidad con respecto a Rolando Pérez Quintosa, ese joven que padeció en la cruz ciento cincuenta veces las horas que padeció Cristo. Se condolía, en cambio, por quienes desembarcaron aquí a matar, a incendiar, a poner bombas; nadie se encargó siquiera de decir, como un ejemplo más de la generosidad de esta Revolución, que el propio cabecilla contrarrevolucionario que desde Miami envió el comando, una vez, llevando a cabo un ataque pirata, cayó prisionero gravísimamente herido, casi totalmente ciego por la explosión de una granada, y la Revolución le salvó la vida y le salvó lo que pudo salvarle de la vista. De eso ni una palabra, como si nuestro pueblo no tuviera derecho a defenderse de tales canallas y de tales criminales.
Occidente si exige con toda energía y se indigna hasta lo infinito cuando ciudadanos de sus países son víctimas de cualquier hecho terrorista, entonces exigen castigo y castigo ejemplar; pero cuando los saboteadores del avión de Barbados cometieron aquel horrendo crimen, Occidente no protestó, ni protestó cuando los asesinos fueron increíblemente absueltos por los tribunales de Venezuela, ¡ni una palabra de protesta! Pero esta vez fueron los tribunales del pueblo, los tribunales del Estado socialista los que los juzgaron y, ateniéndose estrictamente a las leyes, aplicaron las sanciones adecuadas.
Todo esto sirve para demostrar cuánta hipocresía existe en el mundo cuando se reclama clemencia para los que una vez más venían aquí a matar.
Debo decir, en justicia, que algunos de los que se oponían o pedían clemencia, eran también amigos nuestros y la pedían por una razón especial, porque por convicciones personales, o filosóficas, o religiosas, son contrarios a la aplicación de la pena capital. Desde luego, donde más protestaron fue en Estados Unidos, en que la pena capital está establecida en casi todos los estados de esa unión y donde casi cada día se cumple una sentencia de este tipo; pero nosotros respetamos los criterios de aquellos que pedían clemencia por otras razones, y que a la vez fueron capaces de condenar los hechos, de condenar los crímenes, gente que está contra la agresión a Cuba y contra el bloqueo a Cuba.
Ya que he hablado del Occidente y de su extraño y paradójico comportamiento, era un deber aclarar que no todos los que de alguna forma pidieron clemencia caen dentro de aquel concepto.
Ayer una estudiante me decía lo que dice mucha gente del pueblo: "Oigame, ¿por qué gente que comete crímenes como esos, necesitan a alguien que los defienda?" No estaba de acuerdo ni siquiera con que tuvieran abogados defensores, y, desde luego, muchos decían que todos tenían que haber sido sancionados a la máxima pena. Yo le decía a la joven: Es la ley y nosotros no podemos ponernos fuera de la ley; tenemos que respetar la ley, la ley establece procedimientos, establece abogados, y si el acusado no tiene un abogado se le pone un abogado de oficio, es lo que establece la ley. Claro, ya sabemos que la ley no es pareja en todas partes, pero nosotros no podemos salirnos de la ley y tenemos el deber de ser consecuentes con las leyes.
Muchas veces la ley se violó o se utilizó contra gente progresista, contra gente democrática, contra gente revolucionaria en este mundo. Este mundo está lleno de leyes incumplidas y nosotros, desde luego, tenemos que atenernos al principio que hemos aplicado siempre, a lo largo de la historia de la Revolución. Tenemos leyes, y leyes que son severas, que castigan ejemplarmente determinados delitos, y hay que atenerse a las leyes; mas sé que aquel es el sentimiento, la reacción que despiertan hechos de esta naturaleza.
Con Pérez Quintosa y los compañeros muertos no ocurre como decía Hemingway en su novela "Por quién doblan las campanas", que cada vez que un hombre moría disminuía la humanidad. En este caso no nos sentimos disminuidos, nos sentimos crecidos, multiplicados e inspirados en su ejemplo.
Ellos supieron morir; Rolando, igual que ellos, supo entregar valientemente su vida por la Revolución y por la patria. Es decir, estuvieron dispuestos a dar hasta la vida por defenderlas.
¿Y qué podemos decir en este triste momento de despedida? Debemos decir, sencillamente, ¡que todos nosotros nos sentimos capaces de hacer lo mismo!
¡Gloria eterna a los héroes de la patria! EXCLAMACIONES DE: ¡Gloria!)
¡Socialismo o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)