Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en la clausura del evento internacional Economía'98, efectuada en el Palacio de las Convenciones, el día 3 de julio de 1998, “Año del aniversario 40 de las batallas decisivas de la guerra de liberación”.
(Versiones Taquigráficas - Consejo de Estado)
(Fidel, que había intervenido varias veces desde la Presidencia, al terminar José Luis, Ministro de Economía y Finanzas, se acerca al podio y les habla)
Nadie se asuste (Risas). Tenía que pasar por aquí y quería despedirme, un saludo de despedida, y expresarles, especialmente, nuestro agradecimiento por la presencia de todos ustedes en nuestro país. Me refiero en este caso, principalmente, a quienes tuvieron que viajar muchos kilómetros para llegar a Cuba, en muchos casos haciendo sacrificios personales, puesto que no pertenecen a aquellos sectores que disponen de muchos recursos, para participar en este encuentro.
Así se han reunido, a veces, miles de maestros latinoamericanos en nuestro país; algunos de ellos, en ocasiones, han comprometido el salario de muchos meses o hasta de un año; igualmente médicos, pedagogos y otros profesionales.
Hemos tenido muchas reuniones internacionales. Recientemente, incluso, más de 10 000, entre 10 000 y 15 000 jóvenes de todo el mundo participaron en un festival en nuestro país.
Sabemos los sacrificios que significa muchas veces viajar a Cuba; además, el gesto valiente de hacerlo, puesto que hay a quienes no les gusta que visiten a Cuba.
Hemos escuchado magníficas intervenciones, hemos aprendido mucho, tanto de los que expusieron sus ponencias como de los que expresaron sus ideas en torno a los temas que aquí se debatieron. Considero que ha sido realmente muy útil la reunión.
Todos hemos escuchado con reconocimiento, con respeto y con gratitud al Secretario Permanente del SELA, nuestro ilustre amigo Moneta. Es de admirar la claridad y valentía con que habló.
Cuando aquel amigo boliviano le hizo una pregunta, yo me alarmé, porque si todos nos ponemos a hacerle preguntas... A mí me habría gustado hacerle algunas; pero no, eso es cuando nos encontremos y podamos conversar discretamente. No obstante, él explicó, dijo con toda honradez cosas claras, y lo dijo con arte, experto en relaciones internacionales, no porque lo hayan presentado así entre los títulos mencionados cuando lo honraron hoy con un diploma, sino porque lo demostró en la forma en que se expresó y dijo lo que debía decir, con el tacto y el cuidado que debía decirlo, quien dirige una organización que tiene que trabajar con los gobiernos de nuestra región.
Aunque puedo hablar con un poco más de libertad desde una tribuna pública, tengo igualmente el deber de ser discreto, atenerme lo más posible a los principios y a las reglas de la diplomacia, y, especialmente, a los principios de la estrategia y de la táctica política. Nunca me verá nadie, por ejemplo, decir una mentira, o decir algo que no sienta; pero no se puede estar diciendo todas las verdades, todos los días, a todas horas. Si alguien lo hiciera estaría descalificado para determinadas responsabilidades.
A veces cuando algunos periodistas me hacen determinadas preguntas, les he dicho: “Francamente, ¿no te das cuenta que no soy enteramente libre para decir todo lo que me gustaría decir?” Tenemos responsabilidades, y muchas veces es necesario limitarse en cosas que desearíamos expresar. Es un deber.
En mi caso, incluso, si me ordenan irme para la casa y fuera libre en cuanto a tiempo, no sería libre para decir lo que quisiera decir, o lo que me gustaría decir, o lo que se podría decir, porque aun así, por la participación junto a nuestro pueblo durante muchos años, en una lucha tan larga, tan dura, tan difícil, que aun no ha concluido, hay cosas que no tenemos derecho a contar todavía, como si la historia de lo que hemos realizado entre muchos fuera propiedad personal de cualquiera de nosotros.
Unos periodistas que siempre me pescaban aquí al pasar --de tal modo que incluso ayer ustedes se fueron a almorzar y conversando con ellos pasó el tiempo sin que me diera cuenta, de modo tal que llegó un compañero y me dice que ya teníamos que irnos porque se iniciaba de nuevo la sesión, sin darme cuenta había estado no sé si hora y media o dos horas hablando con ellos-- me provocaron con algunos temas; me preguntaron por el Che, y les empecé a contar algunas cosas del Che. Hasta dije que a veces siento deseos de escribir algo sobre el Che, una especie de biografía del Che, o tan siquiera las impresiones desde que lo conocí hasta hoy, porque lo sigo conociendo, ayer como combatiente, con el fusil al hombro, entre montañas, cumpliendo misiones muy difíciles; hoy como combatiente presente, con sus ideas, con su ejemplo, como símbolo que es: símbolo de nuestra América, hijo de nuestra América, símbolo de nuestras aspiraciones, símbolo de nuestra Revolución, hermano entrañable al que realmente pude conocer muy, muy bien.
Esos sentimientos los expresé con una frase cuando me preguntaron por los libros que se habían escrito sobre él, especialmente en el exterior, a veces por gente que lo ignora todo, por personas que ya, claro, no se atreverían a hablar contra él y sus ideas, salvo alguno que otro miserable; no se atreverían siquiera a tratar de reducir su imagen. Y hasta en ocasiones lo tratan de emplear contra la Revolución, contra Cuba, e incluso contra los que fuimos sus entrañables compañeros y hermanos de lucha. La respuesta a aquella pregunta sobre los libros fue: “El Che es mucho más que todo lo que se ha escrito sobre él.”
Hoy mismo, en la nueva emboscada, me estaban pidiendo unos minutos, y me estaban pidiendo una entrevista para hablar sobre algunas de estas cosas. Digo: “Sí, y les recomiendo que se lean esto y esto” --algunas de las cosas escritas por él para que puedan prepararse mejor; eran de la televisión--, “y yo con mucho gusto les puedo hablar, aunque no podré decirles todo ni podré hacer toda la historia”, porque todavía, ni siquiera ahora, y aun después de treinta y tantos años de su muerte, se pueden revelar todos los detalles, todas las ideas, todas las tácticas, porque estamos envueltos en la misma batalla, frente al mismo adversario, y hay cosas que no se pueden divulgar todavía. Mucho, sin embargo, puede ya contarse, y más cuanto más el tiempo pasa.
Si no hay tiempo para escribir memorias, al menos habrá que dejar la mayor cantidad de testimonios posibles, o relatos, o cosas que le permita a alguien hacerlo. Ni siquiera ese lujo tal vez podamos darnos.
A ustedes les expresé a lo largo de las sesiones, con un poco más de libertad, lo que pienso, lo que siento, mis más profundas convicciones; a grandes rasgos, muy brevemente: algunas ideas esenciales, nuestra percepción de lo que está ocurriendo ahora en el mundo y nuestra percepción de lo que ocurrirá en un futuro, a partir no de utopías ni de magia, ni tratando de convertirnos en agoreros, sino consultando únicamente la experiencia, analizando y meditando sobre los hechos y sobre los acontecimientos.
Tengo convicciones profundas sobre este desarrollo que lleva el mundo, sobre esa globalización de que hemos hablado y a la cual hemos bautizado; para dar una idea nada más y para sintetizar en una frase lo que nosotros calificamos como globalización neoliberal, que no niega el proceso de globalización, que es inevitable, que es inexorable, y sobre lo cual hay que estudiar mucho.
Yo los exhortaba a ustedes a meditar sobre este tema, investigar, profundizar, ayudar, asesorar, divulgar, como cosa esencial, con la verdad en la mano, sin dogmas; lo repito, sin dogmas de ninguna clase, y con espíritu amplio, muy amplio, y escuchando a todos, sin creernos poseedores de verdades absolutas. Por el contrario, si creemos algo, nos interesa enriquecer y fundamentar lo que creemos. Si tenemos una convicción, nos interesa profundizar más en esa convicción, e incluso rectificar cualquier idea, corregirla, perfeccionarla, y eso solo se puede hacer, realmente, con espíritu muy amplio, recogiendo y sintetizando ideas, conocimientos e informaciones.
Si algo en lo cual creemos o pensamos es compartido por otros; es decir, si eso fuese cierto, solo el esfuerzo y la inteligencia de muchos sería capaz de comprobarlo, de sacar conclusiones que no podría rebatir nadie y determinar el papel que el hombre puede desempeñar en los acontecimientos históricos.
Ya no habrá un solo pensador; cientos de miles, millones de pensadores pueden hacer el pensador que nuestra época necesita. No importan los nombres. Hubo tiempos en que la humanidad estaba reducida a la décima parte de lo que es hoy, y hombres que escribieron para algunos millones que sabían leer y escribir, de los cuales solo una parte pudo conocer su pensamiento.
Nuestra humanidad hoy alcanza 6 000 millones de habitantes, donde, como decía esta mañana, millones y millones saben leer y escribir, y existen muchos medios para divulgar las ideas. Planteada la lucha de ideas a nivel mundial, muchas veces no se tiene acceso a los medios de divulgación masiva controlados por las grandes transnacionales, o no se tiene acceso a las grandes cadenas de televisión o de información; pero siempre hay alguna forma de hacer llegar el mensaje al mundo, siempre hay alguna posibilidad, y mientras más se desarrollen las comunicaciones, ello es más posible.
Bien, un equipito de tan pequeño volumen y tan relativamente poco costoso, o de mínimo costo --cuando digo relativamente estoy pensando ya en alguien que tenga muy pocos recursos--, una computadora conectada a la red de Internet es ya una posibilidad de hacer llegar un mensaje, un pensamiento a millones de personas en el mundo.
Como se dice, y es cierto, y se calcula ya cuántas lo tienen ahora, tengo entendido que se están incorporando unos 100 millones de personas que se inscriben o que pueden conectarse con la red de Internet, y ese proceso seguirá; hay que hablarles a los pueblos, hay que hablarle a todo el mundo, hay que hablarles especialmente a los que pueden influir en los demás, y si en vez de uno son 100 trasmitiendo por esa vía, y si en vez de 100 son 1 000, y si en vez de 1 000 son un millón, entonces, si las ideas son justas y son sólidas, siempre existirá, incluso para los más modestos economistas o científicos, la posibilidad de trasmitir su mensaje, ese mensaje que tiene que ser fruto de la inteligencia de tantos. Si hay que ganar opinión, es indispensable.
Con motivo de uno de los intercambios, en esta reunión se mencionó a Cristo. Yo dije que buscó a 12 pescadores que no sabían leer ni escribir y les inculcó sus ideas para que las divulgaran por el mundo; después aparecieron escritas, de forma muy coherente. A veces me preguntaba: ¿Cómo si aquellos pescadores no sabían leer ni escribir, se pudo escribir todo lo que aparece en los evangelios? Es que después vinieron otros y las escribieron, y otros que se fueron impregnando de esas ideas. Por su contenido humano, y en el seno de un imperio dominante con sus clases opresoras y explotadoras, pronto se convirtieron en la religión de los esclavos, los oprimidos y pobres de aquella sociedad. El propio Cristo había expulsado a latigazos de los templos a los ricos mercaderes de la época.
No es el cristianismo, desde luego, la única religión que se ha extendido por el mundo donde el hombre busca explicaciones a su existencia y consuelo a los sufrimientos a que lo han sometido, más que la naturaleza, los sistemas sociales imperantes hasta hoy.
Están los judíos, los islámicos, los hindúes, los budistas, los animistas y otras religiones. Yo lo recordaba en mi discurso a raíz de la visita del Papa, cuando precisamente elogiaba el espíritu ecuménico de sus prédicas surgidas en el famoso Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, y que introdujo cambios realmente hasta en la liturgia, un pensamiento nuevo y la preocupación por los problemas de los pobres y explotados que fueron olvidados por la alta jerarquía durante siglos a lo largo de la historia.
Siento un gran respeto por todas las religiones. La que más conocí fue la cristiana porque estuve 12 años interno --como algunos de ustedes también, seguramente-- en colegios religiosos católicos, en una especie de apartheid, como le llamo yo, a la separación a que estábamos sometidos por no existir la coeducación. Nosotros estábamos para allá, recluidos, no salíamos ni a la calle, y las muchachas estaban también recluidas en otras escuelas similares para nuestra clase privilegiada, no salían ni a la calle.
En realidad, aquellas escuelas parecían más un convento que una escuela, porque ese era el tipo de vida que llevábamos, de lo cual, incluso, hoy me alegro, porque adquirí disciplina, estoicismo, espíritu de sacrificio, muchas cosas positivas que me sirvieron después a lo largo de la vida.
En nuestra cultura como parte del llamado mundo occidental, hay, incuestionablemente, componentes de los valores cristianos; pienso que entre esos valores hay principios éticos y humanos que son aplicables a cualquier época.
Si en vez de la época en que nació y elaboró sus ideas, Cristo hubiese nacido en esta época, tengan la seguridad --o al menos la tengo yo-- de que sus prédicas no se habrían diferenciado mucho de las ideas, o de las prédicas que los revolucionarios de hoy tratamos de hacer llegar al mundo. Con las posibilidades de comunicación que nos da la ciencia, no tendrían que pasar más de tres siglos para que hasta los emperadores fuesen capaces de comprender la falsedad de sus insostenibles concepciones. No será, en realidad, por el camino de la persuasión que los emperadores de estos tiempos vayan a acoger con los brazos abiertos nuestras demandas y nuestra aspiración de justicia y de equidad en este mundo, ni este mundo puede esperar 300 años. Tendrá que esperar mucho menos para que se produzcan los cambios que deben producirse.
Como les dije a ustedes, hacen falta las ideas que preparen a los pueblos para el futuro, pero luchando desde hoy. Desde hoy hay que ir formando conciencias, diríamos que nuevas conciencias. No es que hoy el mundo carezca de conciencia; pero una época tan nueva y tan compleja como esta requiere más que nunca de principios y requiere de mucha más conciencia, y esa conciencia se irá formando con la suma, digamos, de la conciencia de lo que está ocurriendo y de la conciencia de lo que va a ocurrir. Tiene que formarse con la suma de más de un pensamiento revolucionario y la suma de las mejores ideas éticas y humanas de más de una religión, yo diría que de todas las religiones auténticas --no pienso en sectas, que existen, desde luego, creadas con fines políticos y con el fin de crear la confusión y la división por parte de aquellos que no vacilan en utilizar, incluso, la religión para determinados objetivos políticos--; la suma de las prédicas de muchos pensadores políticos,de muchas escuelas y de muchas religiones.
Aquí se habló, incluso, de algunos de los eminentes teóricos de este siglo que han desempeñado un papel y cuyas ideas pueden tener una vigencia determinada; pero hay que unir el sentido ético y humano de muchas ideas, que parten algunas desde lejanos tiempos en la historia del hombre: las ideas de Cristo, con las ideas socialistas, científicamente fundadas, tan justas y tan profundamente humanas, de Carlos Marx, las ideas de Engels (Aplausos), las ideas de Lenin, las ideas de Martí las de los enciclopedistas europeos que precedieron a la Revolución Francesa y las de los próceres de la independencia de este hemisferio, cuyo más destacado símbolo fue Simón Bolívar, que fue capaz, hace dos siglos, de soñar incluso con una América Latina unida, cuando no existía otro medio de transporte terrestre más rápido que el caballo, en el que podía tardar perfectamente tres meses para llegar el mensajero desde Caracas hasta Lima, o hasta Ayacucho, o hasta Bolivia. ¡Con qué medios lucharon! No había teléfonos, ni comunicaciones, ni radio, y tuvieron el empuje y el vigor de recorrer un continente y soñar con una América Latina unida. Sí, aquellos sentimientos, aquella proyección, aquellas ideas hay que recogerlas también en nuestras ideas de hoy.
Bolívar, cuando hablaba de la unidad del continente, lo que hoy constituye Estados Unidos era una nación ubicada cerca de las costas del Atlántico, muy al este del Mississippi, que más tarde se extendería hacia el oeste a costa de las tierras de los indígenas y de las tierras de los descendientes de indios y españoles que las poblaban --esa historia es bien conocida--, y por eso él hablaba del hemisferio. No excluía a Estados Unidos, desde luego; pero Estados Unidos no era entonces los Estados Unidos que hoy conocemos, eran las 13 colonias que recién se habían liberado del colonialismo inglés.
Hoy a esa América que conoció Bolívar le falta una parte importante de su territorio. En Canadá apenas vivía nadie, y si hoy tiene equis millones --no recuerdo exactamente, son veintitantos--, la mitad son inmigrantes de otros países.
El pensó en la unión de aquella América, vean con cuánto tiempo de anticipación; pero otros después de él pensaron en un mundo unido, y nosotros también tendremos que pensar en un mundo unido, porque la humanidad marcha inexorablemente en esa dirección. La globalización va creando todas las condiciones para ese mundo unido.
Aquello fue en Bolívar una idea, una premonición muy grande; pero, realmente, cuando uno analiza las condiciones, se ve que era imposible en aquella época una América unida con la que él soñaba. No existían las condiciones materiales y culturales mínimas para que se produjera aquella unión que él logró en parte, y de la cual solo pudo ver a la hora de su muerte los fragmentos de aquella Gran Colombia. Pero pensó en eso, fue visionario, como lo fue Miranda también un día, de la independencia.
Les decía que este mundo marcha hacia la unidad hoy. Hoy se puede concebir pero no como un sueño, sino como una realidad objetiva que se va produciendo y empieza a perfilarse como una necesidad de supervivencia de la especie humana.
Yo fui más lejos esta mañana --y muy consciente de ello--, tuve la osadía de decir algo más atrevido sobre los recursos naturales de este planeta que algunas potencias, egoístamente, quieren preservar para el sostén de sus llamadas sociedades de bienestar.
En un mundo globalizado, esos recursos deben estar al servicio de la humanidad. Muchos pueblos del Tercer Mundo fueron obligados a edificar sus economías sobre la base de recursos que se están agotando en beneficio exclusivo de las sociedades desarrolladas. ¿Qué quedará para ellos después?
Realmente cuando uno observa que, por ejemplo, solo en el perfeccionamiento y desarrollo de armas nucleares Estados Unidos gasta 5 000 millones de dólares cada año; cuando uno lee que en tareas de espionaje e inteligencia gasta 27 000 millones de dólares cada año, y en la fabricación de nuevas y modernas armas --llamadas armas inteligentes-- y aviones invisibles a los radares, tiene millones de hombres sobre las armas, cientos de naves de guerra de las más modernas, montones de portaaviones y de submarinos y bases en todo el mundo, uno se pregunta por qué y para qué. Tiene que haber un pensamiento elaborado para eso, una cultura de la dominación y un instinto de apropiación.
No le preocupa por ello gran cosa el medio ambiente y otras cosas, emanar menos gases que los que emanan sus industrias; siempre objeta cuanto acuerdo internacional tiene lugar para preservar la naturaleza con sentido universal como patrimonio común de la humanidad, pone objeciones de todo tipo, porque no quiere comprometerse a nada que limite sus ansias de dominio y disfrute de los recursos naturales del mundo.
También podríamos hacernos otra pregunta: ¿Para qué le servirán todas esas armas, cuando los pueblos mucho más cultos y conscientes conozcan las realidades? ¿Para qué le servirán esas armas, cuando tenga que sufrir una profunda crisis económica? Esa crisis vendrá inevitablemente cuando ese gigantesco globo de las bolsas que han multiplicado hasta el absurdo sus valores reales se desinfle. Son valores imaginarios, sin sustento material, creados artificialmente a partir de las condiciones privilegiadas que disfruta un Estado que a partir de circunstancias históricas peculiares se ha convertido en impresor de la principal moneda de reserva que se acepta y circula en el mundo, convirtiendo el papel en oro, algo que ya desde la edad media soñaron los alquimistas alcanzar.
Compran cuanto pueden en el mundo, las principales industrias y servicios, y hasta tierras prometedoras y fértiles de Latinoamérica, porque hay países, lo sabemos, como Argentina, donde lo han privatizado todo, hasta importantes carreteras e incluso calles --porque hay calles privatizadas, no solo electricidad, petróleo, gas, aeropuertos, líneas aéreas, ferrocarriles--, se hace propaganda exterior para que grandes transnacionales de Estados Unidos y Europa adquieran inmensas extensiones de tierra en la fértil llanura argentina.
Allí hay algunos inversionistas extranjeros que poseen 200 000, 300 000 ó 400 000 hectáreas de tierra. Se entrega al capital extranjero no solo industrias y servicios, se entregan recursos como las tierras, tierras de nuestros pueblos que tendrán que producir para los pueblos, a cambio de un plato de lentejas; papeles que se imprimen y valores que se inflan. Por eso sostenemos, a partir de hechos que son matemáticos, que tal globalización neoliberal es insostenible; que la crisis es inevitable. Y estas crisis, por el carácter cada vez más globalizado de la economía mundial, serán también globales, serán universales.
Por un momento trato de imaginarme qué ocurriría en el propio Estados Unidos con las decenas de millones de poseedores de acciones de valor inflado, con aquellas familias que depositaron sus ahorros en esas acciones, si de repente se derrumbaran las bolsas y con ello aquellos valores multiplicados hasta el absurdo.
Ellos no pueden evitar eso, es congénito; está en los genes del sistema que lo engendró, en las leyes que rigen su desarrollo. No podrían evitarlo de ninguna forma, a menos que hicieran lo que no van a hacer jamás, renunciar a tal sistema. Por mucho que lo prediquen y lo propaguen, y propaguen su ideología, sus mentiras y sus engaños, no pueden evitarlo. Es de ese punto que partimos para afirmar lo que estábamos afirmando, sobre lo cual no tenemos la más remota duda. Los factores de cambio son objetivos y se presentarán como hechos objetivos; los factores que hay que preparar son los factores subjetivos. A eso, precisamente, los invitaba el primer día.
No vine aquí, realmente, a elaborar un plan ni a asignarle tareas a nadie; vine aquí tan invitado como ustedes, entre tantos congresos y actividades a los que me invitan todos los años, de carácter nacional e internacional, de manera que solo puedo asistir a unos pocos congresos, a determinados actos o eventos; no puedo estar en todas partes y, además, realizar las demás tareas que debemos realizar, y sobre todo meditar y estudiar. Cuando no tengo días como estos, de tan intensa actividad, dedico muchas horas a informarme y estudiar. Es una obligación de todos nosotros, en circunstancias como estas, estudiar hasta el último día, hasta el último minuto, hasta el último segundo, y eso es posible solo gracias al trabajo compartido entre muchos compañeros.
Los imperialistas en su propaganda contra Cuba no hacen más que hablar de Castro: “Castro hizo y deshizo, tal y más cual cosa.” Individualizan la política, individualizan los procesos: “La Revolución de Castro, el comunismo de Castro.” Todo es tarea de Castro, acción de Castro, lo que corresponde realmente a millones de ciudadanos en este país, en primer lugar, a los que están realizando los trabajos más duros.
Mientras hablamos aquí, ya de noche, están los hospitales atendiendo a los pacientes, los médicos de guardia, y están los médicos de la familia a unos metros de la casa de quien pueda necesitarlos como lo ha hecho posible nuestro sistema de medicina familiar; y a esta hora muchos compatriotas hasta pueden estar trabajando, preparando tierra para las siembras de caña, o preparándose para el trabajo que van a comenzar a las 2:00 ó las 3:00 de la mañana en los campos, y al amanecer bajo el Sol del trópico, y un Sol que se siente cada vez más, en un clima que cambia.
Nosotros no trabajamos en aire acondicionado como se trabaja en los privilegiados climas templados, allá donde muchas veces no hay ni mosquitos; trabajamos en esa franja del mundo, la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta, donde hay más hongos, más bacterias, más vectores, más insectos, más mosquitos, más humedad, más calamidades naturales, ciclones, inundaciones o prolongadas sequías, fenómenos que hemos visto agravarse día por día; en tales condiciones trabajan nuestros pueblos y trabaja hoy nuestro pueblo.
Si nosotros aquí estamos ante un micrófono y hay unas luces encendidas, es porque a lo largo y ancho del país, a esta misma hora, hay miles de hombres allí atendiendo las líneas eléctricas, las calderas de las termoeléctricas y produciendo la electricidad para brindarnos la luz que nos alumbra. Y así, otros están en los ferrocarriles, otros en los transportes que no pueden detenerse, otros cargando y descargando en los muelles, algunos incluso construyendo, otros en los barcos mercantes. Son millones de personas trabajando o descansando para volver a trabajar mañana, que, en esta ocasión, por ser sábado, lo tendrán libre, pero no todos, porque para que una parte lo tenga libre, hay cientos de miles trabajando y atendiendo los servicios que necesitan todos los demás, las familias, los niños y el resto de los trabajadores.
Sí, esta no es la Revolución de Castro, es la Revolución de un pueblo, es la Revolución de millones de trabajadores. No es una revolución de burgueses, ni de oligarcas, ni de transnacionales; es una Revolución de trabajadores y de un pueblo de trabajadores que ha sido capaz de mantenerse unido, de enfrentar al gigante, de enfrentar al coloso. Y cuando un cubano lo dice, jamás debe decirlo por vanidad, y nuestros compañeros revolucionarios no lo dirán jamás por vanidad, o por chovinismo, o por orgullo.
Cuando lo decimos, lo decimos, sí, con satisfacción, desde luego; pero la satisfacción que emana del sentido de la responsabilidad y del deber, la idea de que resistiendo aquí estamos ayudando a los pueblos hermanos, en este hemisferio y en otras partes. Demostrando que se puede resistir y resistir aun en las más increíbles circunstancias, estamos dando una prueba de lo que el hombre puede ser capaz, de lo que los valores pueden ser capaces y de lo que las ideas pueden ser capaces.
Nuestros enemigos tratan de golpear nuestras verdades, y contra esa obra de todo un pueblo calumnian por todos los medios posibles, intrigan y tratan de subvertir, tratan de matar la esperanza, de sembrar el pesimismo, si no, ¿para qué quieren ese indecente bloqueo? Para quebrar la moral de nuestro pueblo que, con carácter casi exclusivo en el mundo, está sufriendo el hostigamiento, la guerra económica y no económica también, la guerra política y la guerra ideológica de la más poderosa potencia que ha existido jamás en la historia; y, por primera vez, una potencia hegemónica a nivel mundial.
Estados Unidos constituye hoy la base del imperialismo globalizado y también la lucha contra esa forma de dominio tiene que ser globalizada.
Ese imperio tiene sus teóricos y sus ideólogos formados en universidades, aunque justo es decir que allí también hay hombres inteligentes y sensibles, no todos piensan exactamente igual; hombres que no comparten los métodos del imperio, ni las políticas del imperio o el criminal procedimiento de bloquear a un país pequeño, de tratar de rendirlo por hambre y por enfermedad. Tiene sus teorías, sus teóricos y sus medios de divulgarlas, y los pueblos dominados por ese imperio global deben tener también sus teóricos que han de salir de las filas de los intelectuales; en primer lugar, de los economistas. De los economistas con un sentido político, no economistas para servir a las transnacionales, o economistas para ejercer el simple papel de asesores. Hay que asesorar desde luego todo lo que se pueda, economistas que desarrollen ideas y las trasmitan a su pueblo a partir de fundamentos profundamente científicos, a partir de la ciencia y de la experiencia humana acumulada durante tanto tiempo.
Economistas del pueblo, y hoy para ser economistas del pueblo --repito-- deben ser economistas políticos (Aplausos); y los políticos deben ser políticos, con un mínimo de conocimientos económicos y si es posible con un máximo de conocimientos en ese campo, que hoy es la base realmente sobre la cual se está jugando el destino la humanidad, la base sobre la cual se desarrollan nuestras luchas. Y los políticos que no entiendan, o no quieran entender, o que no se esmeren en conocer la economía, no son dignos de ejercer las funciones que ejerzan como tales políticos.
No es cuestión de estar diciendo cosas que agraden porque las elecciones se aproximan, o porque se quiere que su partido gane un poco más de votos, repartiéndose una multitud de electores divididos en mil pedazos. No se trata de estar expresando cosas para obtener apoyo y con una multitud de periodistas detrás; si pasan dos horas sin una conferencia de prensa para trasmitir sus palabras y divulgar su presencia, es como si pasaran 10 días sin beber agua. Es todo un estilo político, incluso.
Hemos seguido de cerca las llamadas Cumbres de las Américas que convoca Estados Unidos.
No quiero ofender a ninguno --vuelvo a repetir que no es mi propósito lastimar a nadie--, pero observo a los políticos en esas cumbres, bajo la presencia avasallante y la presión de los jefes del imperio. En esas cumbres hemisféricas suele haber dos tipos de reuniones, unas públicas y otras privadas; los políticos son unos en las públicas y otros en las privadas, cuando ya no está la prensa, y entonces pueden expresar humildemente algunas preocupaciones y las expresan.
Como regla, hay mucho teatro en todas esas reuniones, no voy a decir que por parte de todos. Hay políticos serios, aun en esas condiciones; algunos incluso valientes, debo reconocerlo; pero puede apreciarse cómo predomina la demagogia, la sumisión que a veces llega hasta la adulonería babosa y la debilidad en muchos políticos latinoamericanos. Predomina menos, o prácticamente es diferente el estilo de los líderes caribeños, del grupo de países que fueron colonias hasta después del triunfo de la Revolución Cubana, ya he señalado más de una vez la seriedad con que se expresan, la forma en que lo hacen, y le dicen la verdad en puro inglés al mismísimo Presidente de Estados Unidos. Sentimos mucho respeto por todos ellos y hemos estado junto a ellos que forman parte ya inseparable de la vida política de nuestra América.
A Cuba, como ustedes saben, le prohíben participar en esas llamadas reuniones cumbres. En realidad, no se imaginan el honor que nos hacen, porque allá van los demagógicos amos a trazar pautas a demagógicos siervos, o aquellos que, aunque no son demagogos ni siervos, ni aceptan pautas, no les queda otra alternativa que soportar la humillación.
Frente al hábito occidental que es un engendro de la concepción individualista del imperialismo y de muchos de sus intelectuales, a partir del supuesto papel del individuo en la historia, al que atribuyen y acreditan todo, consideramos que los individuos pueden desempeñar algún papel; pero el principal papel --si se le quiere atribuir a cualquiera de los que iniciamos esta Revolución y lo quieran atribuir a uno de nosotros-- fue haber elaborado y trasmitido ideas; sin ello habría sido imposible nuestra Revolución, la victoria de nuestro pueblo contra unas fuerzas armadas que tenían alrededor de 80 000 hombres, suministradas por Estados Unidos con tanques, aviones, comunicaciones, uniformes, municiones, todo el asesoramiento, y, afortunadamente, junto a eso, una gran subestimación por el pueblo de Cuba.
Ellos imaginaron que aquí jamás podría haber una revolución, que aquí jamás podría haber organizaciones o partidos u hombres que no se vendieran, que no se doblegaran, que no se corrompieran. Nos sirvió de mucho esa subestimación, porque cuando vinieron a darse cuenta realmente, habíamos puesto su ejército fuera de combate, habíamos desarmado sus 80 000 hombres y habíamos entregado las armas al pueblo.
No pudo Arbenz hacer eso en Guatemala, ni lo pudieron hacer otros hombres progresistas, revolucionarios, como Allende, que también llegó al poder deseando transformar su país. ¿Cuánto duró su noble esfuerzo, por las vías electorales más pulcras? ¿Sirvió acaso para evitar que la CIA conspirara con los elementos más reaccionarios y más conservadores, para derrocarlo? Todo eso está escrito, está ahí a la vista de todos, mucho se ha publicado, y ya es delito confeso de aquellos que pueden darse el lujo de delinquir en todas partes y hasta de publicar, al cabo de algunos años, los crímenes que han cometido.
Subestimaron a Cuba. La consideraban su más fiel colonia, su más seguro dominio y se descuidaron; cuando vinieron a darse cuenta, estaba ya el pueblo en el poder, y estaban las leyes revolucionarias, un pueblo con ideas, un pueblo con tradiciones combativas que por primera vez disfrutó de justicia, de verdadera libertad e igualdad, que por primera vez conoció el respeto a su dignidad y a su condición de hombres, y cuando el hombre alcanza a percatarse, o a empaparse, o a vivir esos valores, es capaz de todo. Es capaz de hacer lo que mencionaba de enviar 500 000 hijos a lo largo de unos pocos años a muchas partes en el mundo, incluso, a derramar su sangre. Más que todos los Cuerpos de Paz que el gran imperio organizó y, por cierto, después del triunfo de la Revolución, no olviden, ¡después del triunfo de la Revolución Cubana!
Antes no había Cuerpos de Paz; pero los crearon al ver la Revolución triunfante, después de la derrota de Girón cuando, subestimando una vez más a nuestro pueblo, creyeron que en cuestión de horas la derrocarían con una invasión mercenaria y la escuadra norteamericana detrás, a tres millas de nuestras costas, para darle ánimo y apoyo si se requería, con portaaviones, naves de combate, fuerzas y medios listos para desembarcar. No tuvieron tiempo ni de usarlos, porque el plan era ocupar un pedazo del territorio y crear un gobierno provisional que apelara a la famosísima OEA, para que restableciera en Cuba “los derechos” del pueblo.
Les hablaron a los mercenarios y le hicieron creer a todo el mundo que el pueblo se sublevaría, y puede ser que algunos de ellos hasta lo creyeran. Sus aviones vinieron a bombardearnos traicioneramente dos días antes de la invasión, con pintura, insignias y la bandera de nuestra Fuerza Aérea Cubana, todos los símbolos de los pocos aviones que nos quedaban; pero con esos pocos aviones que nos quedaban y unos cuantos pilotos decididos y valientes, que contribuyeron decisivamente a la rápida derrota de la invasión, a las pocas horas todos los barcos de los mercenarios estaban hundidos o en retirada, y había miles de hombres decididos moviéndose en aquella dirección, y cientos de miles movilizados en el resto del país. Si envían 10 expediciones como aquella, por distintos puntos de la isla, habrían sido derrotadas simultáneamente, porque ya había todo un pueblo armado y listo para el combate. Habían transcurrido dos años y varios meses desde el triunfo de la Revolución.
La derrota de Playa Girón, o, digamos, la victoria cubana de Playa Girón fue la madre de la Alianza para el Progreso.
En el primer año de la Revolución, habíamos estado en Argentina, en una reunión de la OEA --en los primeros meses, todavía no habíamos sido expulsados--, y planteamos que América Latina --entonces no se debía un solo centavo-- tenía que desarrollarse; su población era mucho menor que ahora, y planteamos la necesidad de 20 000 millones de dólares para impulsar ese desarrollo.
Quién nos iba a decir que poco más tarde, inmediatamente después de Girón, asustados ya de que el fuego se propagara por todo el hemisferio, elaborarían la Alianza para el Progreso, ofrecerían 20 000 millones y exhortarían a realizar reformas agrarias y de otro tipo. ¡Vean lo que son las cosas! Antes de eso, por una reforma agraria derrocaban a cualquier gobierno en América Latina, afirmando que tal medida era comunista; y, después de eso, ellos mismos estaban preconizando la reforma agraria, reformas fiscales, dinero abundante, como ayuda a todos esos programas económicos, sociales, Cuerpos de Paz, etcétera.
Nuestra cuota azucarera fue repartida, la mayor parte, entre países latinoamericanos; era una cuota de más de cuatro millones de toneladas.
Así que la existencia misma de la Revolución los obligó a preocuparse por la situación en América Latina y a proponer reformas que sirvieran para amortiguar, para aliviar las condiciones en que estaba. Todo eso nace después de la Revolución Cubana.
Apenas un año y medio después de aquella invasión mercenaria, hubo casi hasta una guerra nuclear, por el empeño de destruir a la Revolución y los planes de invadir a Cuba, ya no con mercenarios, sino con el empleo de sus propias fuerzas.
No habrían derrotado al pueblo, lo puedo asegurar. Seguro, es absolutamente seguro que no habrían derrotado al país si se toman en cuenta los medios que ya disponía, la experiencia, y, sobre todo, la decisión del pueblo; pero nos habría costado muchas vidas.
A Viet Nam una agresión de ese tipo le costó 4 millones de vidas, millones de mutilados y una destrucción tremenda. ¿Para qué? Para tener ahora que darles las gracias a los vietnamitas, cuando noble, humana y muy justamente ayudan a encontrar y devuelven los restos de algún soldado norteamericano y se lo entregan al gobierno de ese país, para que le den sepultura en algún cementerio próximo al lugar donde residen los familiares que perdieron a sus hijos o sus hermanos.
Pero no habría sido Viet Nam el invadido, habría sido Cuba. En una situación como aquella, después de una crisis tan aguda en que hicieron determinados compromisos verbales de no invadir nuestro país, no tuvieron más que resignarse. ¿Qué hicieron? Ataques piratas, planes de sabotajes que duraron años, sabotajes a la economía, a la industria, a la agricultura, empleando incluso medios biológicos, planes de asesinato contra los dirigentes de la Revolución a montones, y también comprobados y confesados por ellos en el informe de aquella famosa comisión creada en el Senado.
Por eso está Cuba aquí. No hay que buscar muchas explicaciones, porque esta Revolución apostó por el hombre, apostó por el pueblo.
Podemos hablar, sí, de satisfacción: nos satisface que nuestro pueblo pueda no solo haber ayudado a otros pueblos de una forma o de otra, sino que pueda con su lucha seguir siendo ejemplo y seguir cooperando con la causa de la humanidad.
No somos nacionalistas, no es el nacionalismo nuestra idea esencial, aunque sí amamos profundamente a nuestra patria. Nos consideramos internacionalistas y el internacionalismo no está reñido con el amor a la patria, a la tierra que ve nacer a un ser humano o a millones de seres humanos.
Hablaba por eso de la identidad. Ni el amor a la tierra en que se nació es incompatible con un mundo unido y con una globalización de otro carácter que yo la llamé socialista. No es incompatible la cultura y la identidad de cada país con un mundo unido, completamente globalizado.
Más temible que ese mundo, para la cultura de cada uno de nuestros países, es el veneno ideológico que riegan todos los días; el veneno ideológico que divulgan a través de sus poderosísimos recursos de comunicación, sus cadenas de televisión, sus cadenas de cine. Son los dueños, las controlan todas; las películas son elaboradas allá; la cultura enlatada con la cual se pretende alimentar nuestros espíritus todos los días. Pan, no; cultura enlatada, sí. Alimento para el espíritu, en forma de veneno cultural.
Con lo que invierten solo en espionaje o con lo que invierten en los recursos que utilizan para envenenar a los pueblos, sería suficiente para que los niveles de salud del Tercer Mundo fueran similares a los de los países desarrollados; los niveles de mortalidad infantil, de madres que mueren en el parto, de personas que mueren de enfermedades infecciosas que podrían salvarse. Basta con una vacuna, que puede llegar a costar centavos. Esas son realidades.
Ahí es donde está el peligro: contra nuestras culturas, nuestras identidades y nuestras aspiraciones de que cada uno de nuestros hermanos viva de una manera decorosa y tenga todo lo esencial para una vida digna, y que, como decíamos, sea inmensamente rico en su esfera espiritual.
Un mundo justo y globalizado, globalizado bajo otra concepción, no solo salvaría el espacio físico donde tenemos que vivir, sino que, entonces, sí habría millones, cientos de millones, miles de millones de millonarios. No podrían serlo porque es imposible, tal como se concibe vulgarmente hoy, en bienes materiales que deben ser distribuidos de una manera equitativa y justa; lo serían en su espíritu de hombre, que solo bajo otro sistema y bajo otras concepciones pudiera llegar a enriquecerse hasta el infinito.
¿Por qué tiene que haber desempleados? ¿Por qué tienen que haber crisis de superproducción? ¿Por qué no trabajan las máquinas y las tecnologías al servicio del hombre y que todo el mundo tenga oportunidad de trabajar?, y no 70 u 80 horas, como cuando comenzó la Revolución Industrial en Inglaterra, y no 60 ó 70, como trabajan muchos todavía, con dos o tres empleos para poder vivir, sino trabajando tal vez 20 horas a la semana, tal vez 15, utilizando esa productividad, para que dispongan de los bienes materiales necesarios todos los ciudadanos de este planeta: vivienda, alimentación, salud, recreación, cultura; cultura verdadera que eleve al hombre y no lo rebaje; cultura que no convierta a los niños en asesinos, y esa cultura solo podríamos alcanzarla por otros caminos.
Hay muchos compañeros --unos cuantos están aquí junto a nosotros hoy-- trabajando y empleando incontables horas del día y de la noche no solo trabajando todo lo que sea necesario, sino también estudiando y superándose. Por mi parte, disfruto el privilegio de disponer de un poco más de tiempo del que disponía hace 20 ó 30 años, a partir de la necesidad que tenemos todos de profundizar y conocer los complejos problemas de hoy. Nuestra Revolución es la obra de un pueblo y de miles de cuadros y dirigentes, no es ni podría ser jamás la obra de un hombre.
El mejor fruto de esta reunión, a mi juicio, es la idea de una reunión internacional para analizar los problemas de la globalización neoliberal, como le hemos dado en llamar; es decir, concentrarnos en ese problema.
Esto surge, realmente, el primer día de la reunión. Yo vine aquí como un invitado; pedí el programa. ¿Cómo es el programa? ¿Dónde están las comisiones? Pensaba ir a la 1, que era donde se iba a discutir estos problemas, y digo: “Bueno, va a terminar esa reunión discutiendo estos temas y muchos otros. Correcto, está muy bien; discutir la formación de los profesionales, excelentemente bien. Todos los temas son importantes.” Pero yo pensaba: “Ahora” --como lo dije-- “el tema de los temas es el de la globalización.”
Me doy cuenta entonces, realmente no me di cuenta antes, solo viendo el programa, y, a partir de todas las preocupaciones que venimos teniendo con relación a la situación actual del mundo, fue que me animé a conversar familiarmente con ustedes; no estaba dirigiéndoles un discurso, ni mucho menos, sino conversando con ustedes, reflexionando junto a ustedes.
Dije eso y los exhortaba a estudiar; hay que profundizar, divulgar. Ya cuando terminó aquella sesión --estaba yo ahí a la entrada de la emboscada--, vino el compañero Roberto --ya se había reunido con unos cuantos dirigentes de los economistas latinoamericanos aquí presentes, cuya asociación preside--, y me dijo: “Estamos pensando” --esas fueron las palabras-- “en una reunión internacional.”
Yo había hablado de la institucionalización de estas reuniones, hacerlas con la frecuencia necesaria y profundizar en el análisis de la globalización que se estaba desarrollando aceleradamente en el mundo, su carácter y sus consecuencias; ellos proponen la idea de convocar una reunión consagrada al análisis de ese tema. Por supuesto, me pareció una gran idea, estuve absolutamente de acuerdo y dispuesto a apoyarla.
Desde ese momento se ha ido desarrollando la idea: cómo hacerla, cómo organizarla, cuándo. Ellos querían para el año que viene, y les digo: “Miren, los problemas que se están desatando no dan tanto tiempo, hay que adelantar eso. ¿Por qué no la adelantan para noviembre?” Me dijeron más tarde: “Noviembre es un mes difícil para los que han estado aquí, por las obligaciones, tareas; no es el momento mejor.” Digo: “Enero entonces.” Sí, el otro año, pero en enero. Hay un poco más de tiempo para organizarla, prepararla bien. Se fueron desarrollando las ideas a medida que debatíamos.
Qué bueno sería que algunos de los que defienden la teoría neoliberal, honestamente, o comoquiera, que la defiendan, que creen en las otras concepciones, nos expusieran sus puntos de vista, debatieran, se les pudiera preguntar y se pudiera discutir con ellos.
Así se fue completando la idea de la mayor amplitud posible. Ya se habló, incluso, de cómo hacerlo: la participación de los delegados procedentes del exterior que están aquí como derecho prioritario; análisis del número --porque si fueran 1 000 los que quisieran venir no podríamos-- de economistas latinoamericanos que no están aquí y desearan participar que pudiesen ser invitados; por último, invitaciones directas de economistas capaces, reconocidos, de cualquier otro país, incluido, por supuesto, Estados Unidos, y también Europa o cualquier otra región, aunque ya hemos tenido el privilegio de tener aquí una pequeña representación española, y de otros países, como Italia por ejemplo, incluso de Rusia, que participaron en esta.
Aparte de los que expongan su deseo de venir, los que invitemos expresamente, a partir de su prestigio, su autoridad como economista, como investigador; y aquellos que invitemos de corrientes opuestas a los criterios y puntos de vista que nosotros sostenemos, incluso de los países desarrollados de Europa para que nos hablen de sus ideas.
Después pensamos que algunos de los más importantes analistas de los problemas económicos y de la economía internacional que escriben en reconocidas y prestigiosas revistas sean invitados también, los que opinan de una forma y los que opinan de otra.
No estaría mal, aunque ya va llegando el momento en que tengamos que ponerles freno a nuestras ambiciones, que a esa reunión pudieran asistir algunos líderes políticos; no cualquier líder político, sino algunos líderes políticos.
Pienso en Europa, en aquellos que han expresado sus criterios sobre el modelo de desarrollo; y en los que no están de acuerdo con la integración a partir del Tratado de Maastricht, porque sobre ese punto se pueden producir ciertas contradicciones. Ellos, a partir de la situación concreta en sus países, no están de acuerdo, porque se sienten obligados a defender los intereses populares; nosotros, a partir de los intereses de los países que no son desarrollados y del criterio de que el surgimiento de una poderosa fuerza económica y de una nueva moneda es conveniente para nuestros países, igual que si surgen otras que puedan enfrentar los privilegios y el poder de la moneda hegemónica como probable y quizás como deseable curso de los acontecimientos.
Puede haber cierta contradicción entre aquellos al exponer sus puntos de vista si se oponen a la integración europea y nosotros al exponer los nuestros. Ellos nos pueden ilustrar sobre lo que no les gusta de una integración neoliberal en sus países desarrollados y aquellas cuestiones de las cuales, con razón, se quejan. Tampoco nosotros deseamos ese tipo de integración para el mundo. Pero cualquiera que fuese el signo que presida esa integración, sería preferible para el resto del mundo en esta etapa de la globalización, al dominio total y absoluto del dólar en la economía mundial.
Sin duda que surgirán algunas otras ideas, pero pienso que no deben participar más de 500 personas, máximo 600, para preservar una atmósfera de intercambio directo y franco, y por el número de asientos que se disponen en el salón donde sesiona la Asamblea Nacional, un local ideal para la reunión por sus facilidades técnicas. Hay unos laterales, puede haber invitados, puede haber prensa, puede haber de todo y transparencia sobre todo, transparencia total y traducción simultánea de lo que se diga al número de idiomas necesarios --como hacen en las Naciones Unidas-- y discutir, buscar el método, cómo se organiza el trabajo, si todo en plenaria o en parte por comisiones.
Realmente a mí los debates en plenaria me gustan, pero habría que establecer un cierto orden, ver el número de exposiciones que se propongan. En algunas de las grandes reuniones, he visto que han ido a la tribuna más de 150 exponentes, lo que hace interminable y a veces caótico y poco productivo un evento. Tenemos que ver cómo nos las arreglamos para que haya un número racional de ponencias con tiempo adecuado para fundamentarlas, y alrededor de ellas debatir con preguntas e intervenciones breves. De modo que las tesis esenciales puedan ser debidamente expuestas y a la vez pueda intervenir el mayor número posible de participantes.
El número de expositores tendrá que ser inevitablemente limitado, dependerá del número de días, de la resistencia de los que estemos allí y dispuestos a trabajar en tres sesiones, mañana, tarde y noche. Bueno, es lo que estamos haciendo ahora más o menos, serían tres, cuatro o cinco días. Si vamos a hacer el esfuerzo, debemos hacerlo bien y organizarlo de una forma que muchos puedan exponer ideas, y no tanto por la vía de limitar demasiado el tiempo al que debe exponer una teoría, porque yo sé que en cinco o diez minutos lo que se puede exponer es un telegrama. Yo he elaborado unos cuantos telegramas en reuniones internacionales.
El método, incluso, de hablar en telegrama no es malo, pero exponer hechos y argumentos muy sintetizados, al estilo telegráfico, no es fácil, obliga demasiado a simples afirmaciones: “Papá llegó, salud buena, necesitamos dinero” (Risas), y nada más, ni besos, ni abrazos, ni queridísimo amigo.
No, el que venga a hacer una exposición de la tesis que defienda que disponga por lo menos de media hora. ¿Qué habríamos hecho nosotros si ayer le hubiéramos dicho al Secretario del SELA que su magnífica intervención se limitara a 10 minutos? Entonces, sí, hablan todos, pero ninguno dice nada. Es un tiempo que no tiene que ser rígidamente controlado. Pueden escribir, utilizar apuntes, como lo deseen hacer; responder preguntas, eso sí, y que se den opiniones. Si sobre el punto que se aborda se quiere opinar que se opine. Son formas de exposición y debate que debemos concebir y organizar bien, para sacar el mayor provecho; que participe el mayor número de personas, se debatan lo más ampliamente posible las ideas y que todo aquello lo recojamos después, en un material, en un volumen, y se les haga llegar a muchas otras personas, economistas, políticos y estudiosos de estos temas.
Si alguna de las lumbreras puede venir, debemos estar dispuestos a darle, incluso, hasta 10 minutos más y después, un tiempo para debatir; pero sobre todo en las tesis esenciales preguntar, responder, opinar, debatir, realmente. Grabar todo eso y tomarlo en video es una forma de escuchar y divulgar cosas, realmente; en esta propia reunión, nosotros hemos oído muchísimas cosas interesantes sobre globalización, a pesar de que muchos de ustedes vinieron preparados para temas muy diversos. Ya con tiempo para prepararse bien, nos va a dar muchos frutos la futura reunión sobre la cuestión fundamental de nuestro tiempo.
Por eso decía que era, a mi juicio, el mejor fruto que íbamos a sacar de este encuentro.
Ya vimos el ejemplo de que pueden venir de Europa. Nos agradó escuchar aquí a Fernando y lo que nos contó de que hace relativamente poco tiempo España tenía muy pocos economistas y que ahora cuentan con decenas de miles, gran parte de ellos asociados a su organización. No sé hasta qué punto, como Presidente de los economistas españoles, tiene que ser cuidadoso al exponer sus criterios. El propio Presidente del SELA tiene que hablar con cierto cuidado, digamos; pero creo que en una reunión como la que se ha concebido, incluso los economistas europeos --los de los organismos internacionales tendrían que cuidarse un poquito más-- podrán hablar con plena libertad.
Fernando, atendiendo a la hora, fue breve, quiso relajar un poco nuestra tensión y ansiedad por el tiempo con palabras amistosas, agradables, de un magnífico humor, y si vamos a tener reuniones extensas, trabajo intenso, el humor no debe estar ausente, se lo agradecemos y nos alegramos mucho de que haya estado representada aquí la Asociación de Economistas de España.
Ya se lo dije: “Ve pensando quiénes ustedes proponen que vengan al encuentro.” Y como él da la casualidad que habló un 3 de julio en que, como recordó, se conmemora el centenario del hundimiento de la escuadra de Cervera, me permito rectificarlo en un detalle.
Nos habló del combate de la escuadra española contra las cañoneras norteamericanas que bloqueaban la bahía de Santiago de Cuba; cañonera es una nave de guerra relativamente pequeña y con cañones de reducido calibre. Se trataba de acorazados con un blindaje tres veces superior y cañones de mucho más alcance que los de los barcos de Cervera, más velocidad, más combustible, completamente abastecidos, frente a una escuadra que envió aquí algún estúpido gobernante, que no recuerdo siquiera su nombre, pero sí recuerdo, porque he leído y meditado bastante sobre la estupidez de enviar aquella escuadra, que no vino a luchar contra los cubanos, vino a luchar contra Estados Unidos, porque se había declarado ya la guerra.
Algunos de sus buques estaban en mantenimiento, a determinadas unidades les faltaban piezas que estaban por montar y los enviaron sin esas piezas, les dieron además la orden de zarpar sin un solo barco auxiliar que los abasteciera de carbón. Es indiscutible que el que la dio nunca se montó en un barco de combate, no tenía la menor idea ni de la política ni de la guerra.
Aquella escuadra llega, tiene que ir casi a las proximidades de Venezuela, para abastecerse de carbón, y después hace su entrada en la bahía de Santiago de Cuba, cuando ya se aproximaba una poderosísima escuadra norteamericana. Estaban en Santiago de Cuba cuando ya la escuadra enemiga quedó bloqueada. Aquella escuadra española pudo ser útil desde el punto de vista militar; podía haber apoyado a la guarnición española en sus combates contra las tropas norteamericanas que atacaban la ciudad. Estoy analizando esto desde un punto de vista exclusivamente militar.
Debo tener en cuenta que nuestros compatriotas, engañados por aquella Resolución Conjunta del Congreso de Estados Unidos que decía que Cuba de derecho era y debía ser independiente --la más noble, la más generosa declaración para entrar en guerra--, recibieron la participación norteamericana en la contienda como acción amistosa; solo la realidad ulterior enseñó a los cubanos la triste verdad.
Al jefe de aquellas tropas patrióticas que ayudaron a los soldados norteamericanos en los combates contra los españoles no lo dejaron entrar en la ciudad de Santiago de Cuba; no dejaron entrar a los patriotas cubanos que cooperaron decisivamente a su liberación.
Por eso, viendo esa situación particular y analizando el hecho desde el punto de vista exclusivamente militar, la escuadra española pudo haber apoyado a los defensores de la ciudad con sus cañones y su infantería de marina de un modo realmente eficaz.
Aquellos que le habían dado la orden de marchar hacia Cuba en esas condiciones, le dan entonces otra orden: “¡Que salga la escuadra!” Aquellos marinos, disciplinadamente, en forma heroica, desde su almirante Cervera marchando a la cabeza hasta el más modesto tripulante, cumplieron la orden y salieron. Una bahía pequeña, una entrada muy estrecha por donde la escuadra tenía que salir ahora barco por barco, uno a uno, y así lo hicieron: uno a uno, frente a aquella poderosa escuadra que disparaba con todos sus cañones contra cada navío de guerra español que salía. No estaban en condiciones ni de ocasionarles siquiera una baja a las tripulaciones de aquellas naves de guerra norteamericanas; sin embargo, salieron uno a uno, no se rindió uno solo de aquellos barcos, tuvieron que hundirlos, o ya heridos de muerte sus propios marinos los lanzaron sobre la costa --todavía quedan los restos de alguno de esos barcos.
Yo lo dije públicamente, en fecha reciente, que es una de las más grandes proezas, uno de los hechos más heroicos que se conocen en la historia de las batallas navales. A los norteamericanos debiera darles vergüenza hablar de tal victoria. Ese tipo de victoria no constituye una gloria, porque fue alcanzada en condiciones muy desiguales, con una superioridad total y contra cada barco español aisladamente; no fue el combate de una escuadra contra otra escuadra, combate que no habría estado en condiciones de ganar la escuadra española, aun estando desplegada la habrían hundido irremediablemente. En este caso la hunden barco a barco, uno por uno y todos contra uno.
Creo que fue realmente una victoria moral de aquellos marinos españoles, un acto heroico, al que un pueblo como el nuestro, que admira el heroísmo, ha sido capaz de rendirle tributo.
Incluso se les rindió tributo en el 100 aniversario a los marinos norteamericanos que murieron en el Maine, que explotó en la bahía de La Habana, a donde había llegado prácticamente sin permiso --las relaciones eran relativamente tensas--, da la casualidad que estalla y muere un gran número de sus tripulantes. Ese fue el pretexto para la guerra.
Después se demostró absolutamente que la explosión no vino del exterior, que la explosión ocurrió dentro del barco. ¿Cómo fue? ¿Fue accidental? Si se considerase accidental uno no deja de sospechar de la casualidad de que en ese preciso momento haya estallado. Puede haber sido intencional, que alguien lo hiciera porque individualmente decidió hacerlo, una gente que pudiera estar enajenada, enloquecida; o un racista fanático que quisiera exterminar una tripulación que era en su inmensa mayoría negra, o porque alguien preparó al autor de los hechos y dio las instrucciones adecuadas para hacerlo con un fin político. Pero los españoles no fueron realmente culpables del hundimiento del Maine, pretexto de guerra que dio lugar a la intervención, cuando ya los españoles estaban derrotados realmente; no podían resistir aquella guerra a tanta distancia, con tantas bajas, producto de los combates y de las enfermedades, y por agotamiento de sus recursos económicos y humanos, no podían. Es ese el momento en que los norteamericanos intervienen, ocupan el país, estuvieron cuatro años ocupándolo, se apoderan del territorio de la base de Guantánamo; todavía está ahí al cabo de 100 años, están allí a la fuerza.
Nosotros hemos sabido tener toda la paciencia, calma, ecuanimidad; es un pedazo de Cuba. A nosotros nos interesa mucho más un mundo liberado, y si les da por quedarse allí indefinidamente porque les viene en ganas, y a base de su poderío militar, ese territorio, cuando ya no exista el imperio y en su lugar surja un mundo unido, globalizado y justo, formará parte de ese mundo, junto al resto de la isla que hoy constituye el territorio de nuestra querida patria. Es lo que pensamos.
La intervención nos costó cuatro años de ocupación, de humillación. Fue desarmado el Ejército Libertador. Es como si a nuestro Ejército Rebelde lo hubieran desarmado después de la victoria el primero de enero. Disolvieron el Partido Revolucionario creado por José Martí, donde militaban todos los patriotas, un partido realmente unitario de donde surgen las raíces de nuestro actual Partido.
Quedó el país a merced de ellos, se apoderaron de todo: las minas, las mejores tierras, los bosques de caoba y maderas preciosas se quemaban, se convirtieron en combustible de las calderas de los centrales azucareros; la despoblación forestal del país se llevó a cabo de manera terrible, cuando la Revolución triunfa no había prácticamente bosques.
Cuando en 1902 otorgaron una independencia meramente simbólica y formal a nuestro pueblo, la acompañan de una enmienda, llamada Enmienda Platt, que le daba derecho constitucional a Estados Unidos a intervenir en nuestro país. Eso fue lo que significó la participación de Estados Unidos en la guerra de independencia cubana.
El economista español nos recordó esos marinos, y aprovecho la fecha para expresar nuestro homenaje a tan heroicos marinos españoles.
Me falta nada más pedirles que me perdonen por las veces que ocupé la atención de ustedes, por las veces que les hablé, e incluso por haberme tomado un poco más de tiempo del que había calculado, cuando pensaba despedirme al pasar por aquí (Risas y Aplausos).
Y permítanme despedirme con una frase muy conocida de quien ha sido uno de los más ilustres hijos de este hemisferio y símbolo que hoy recorre el mundo por su ejemplo heroico de solidaridad, sus ideas revolucionarias y extraordinarias cualidades humanas:
¡Hasta la victoria siempre!
(Ovación)