Discurso pronunciado por el Comandante
en Jefe Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido
Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, ante
el Parlamento de Sudáfrica, en Ciudad del Cabo, el día 4 de septiembre de 1998.
(Versiones Taquigráficas-Consejo de Estado)
Honorable
señora Frene Ginwala, presidenta de la Asamblea Nacional;
Honorable
señor P. Lekota, presidente del Consejo Nacional de Provincias;
Señores
miembros del Parlamento sudafricano;
Distinguidos
invitados:
Mientras volaba hacia Sudáfrica, me dijeron que este
discurso debía ser escrito por la necesidad de traducirlo e imprimirlo para
aquellos invitados que no tendrían acceso a la traducción simultánea. Trataba de imaginarme cuál sería la impresión
que recibiría al llegar a este Parlamento, qué podía y qué debía decir que
mereciera el interés y la atención de ustedes, que tan amablemente se reunieron
para escuchar mis palabras.
Lo que traigo aquí con la ayuda de algunos datos que
llevo conmigo es, pues, solo fruto de la imaginación, como una carta de amor
que se dirige desde miles de millas de distancia a una novia que no se sabe
cómo piensa, qué desea escuchar y ni siquiera qué rostro tiene (Aplausos).
Para mí un discurso es una conversación franca e
íntima. Me acostumbré por eso siempre a
conversar y a dialogar con mis interlocutores mirándoles el rostro y tratando
de persuadirlos de lo que les estoy diciendo (Risas y aplausos).
Si en algún momento me salgo de este papel para añadir
algunas cosas que aquí se me ocurran al calor de las ideas, espero que los que
no tienen audífono me perdonen, y los organizadores y garantes de la eficacia y
la solemnidad de este acto me comprendan (Aplausos).
Como ustedes han podido apreciar, todo ha salido diferente. No hay audífono para nadie, será una
traducción directa (Señala a la traductora).
Tenemos que hacerlo párrafo por párrafo e idea por idea. Será mínima la interrupción. Esto demuestra una vez más que no hay que
desanimarse por las dificultades, que todo tiene solución (Risas y aplausos).
Pienso en este país y en su historia. Pasan por mi mente toda clase de
acontecimientos, hechos, datos, realidades que reflejan la enorme
responsabilidad y la colosal tarea histórica que significa crear la nueva Sudáfrica
que ustedes se proponen.
Ojalá mi presencia aquí deje como único recuerdo
esencial el ferviente y sincero deseo de apoyar el enorme esfuerzo que ustedes
realizan para restañar las profundas heridas que fueron abiertas durante
siglos.
Este prometedor país, que fue ayer objeto de
aislamiento y de condena universal, puede ser mañana ejemplo de hermandad y de
justicia. La presencia oportuna, en el
minuto exacto, de un conductor de
excepcionales condiciones humanas y políticas lo hacen
posible. Ese hombre estaba allí en los
oscuros rincones de una cárcel. Era algo
más que un prisionero político condenado de por vida; era un profeta de la
política (Aplausos), que hoy reconocen hasta los que ayer lo odiaron y castigaron
sin piedad (Aplausos).
Nelson Mandela no pasará a la historia por
los 27 años consecutivos que allí vivió encarcelado sin ceder jamás en sus
ideas (Aplausos); pasará porque fue
capaz de arrancar de su alma todo el veneno que pudo crear tan injusto castigo
(Exclamaciones de: “¡Sí!” y Aplausos); por la generosidad y la sabiduría con que en
la hora de la victoria ya incontenible supo dirigir tan brillantemente a su
abnegado y heroico pueblo, conociendo que la nueva Sudáfrica no podría jamás
construirse sobre cimientos de odio y de venganza (Aplausos).
Hay todavía hoy dos Sudáfricas, que no debo
llamar la blanca y la negra, esa terminología debiera desterrarse para siempre
si se quiere crear un país multirracial y unido (Aplausos). Yo prefiero decirlo de otra forma: dos Sudáfricas: la rica y la pobre (Aplausos), la una y la
otra; una donde la familia promedio recibe doce veces el ingreso de la otra;
una donde los niños que mueren antes de cumplir el primer año de vida son 13
por cada mil, otra donde los que mueren
son 57; una donde las perspectivas de
vida son 73 años, otra donde solo alcanza 56; una donde el ciento por ciento
sabe leer y escribir, otra donde el analfabetismo supera el 50 por ciento; una donde el empleo es amplio y casi pleno, otra
donde el 45 por ciento está sin trabajo; una donde el 12 por ciento de la
población posee casi el 90 por ciento de la tierra, otra donde casi el 80 por
ciento de los habitantes posee menos del 10 por ciento (Exclamaciones de: “¡Sí!” y Aplausos); una que acumuló y posee casi todos los conocimientos
técnicos y administrativos, otra que fue condenada a la inexperiencia y a la ignorancia; una que disfruta del bienestar y
la libertad, otra que solo ha podido conquistar libertad sin bienestar
(Aplausos).
No se cambia de la noche a la mañana esta
horrible herencia (Aplausos). No se gana
en absoluto nada con desorganizar el aparato productivo o desaprovechar la
considerable riqueza material y técnica, y la eficiencia productiva creada con
las nobles manos de los trabajadores bajo un sistema cruel e injusto,
virtualmente esclavista. Llevar el
cambio social en forma ordenada, gradual y pacífica, para que esa riqueza
aporte al pueblo sudafricano el máximo de beneficio, es quizás una de las
tareas más difíciles de alcanzar en la sociedad humana (Aplausos). Es, a juicio de este visitante atrevido que
ustedes han invitado aquí a pronunciar unas palabras, el desafío más grande que
tiene hoy Sudáfrica (Exclamaciones de: “¡Sí!”).
Repudio la demagogia. No pronunciaría jamás una palabra para atizar
descontentos, menos aún para ganar aplausos y agradar los oídos de millones de
sudafricanos que se duelen con razón de que el paraíso de igualdad de
oportunidades para todos, y de justicia, soñado en largos años de lucha, no se
haya alcanzado todavía en su país (Exclamaciones de: “¡Sí!” y Aplausos).
Hay muchas naciones donde existen problemas
económicos y sociales similares producto de la conquista, la colonización y una
insoportable desigualdad en la distribución de las riquezas; pero en ninguna
como esta la lucha por el respeto a la dignidad humana despertó tantas
esperanzas. La contradicción entre
esperanzas, posibilidades y prioridades, no es solo un asunto interno de
Sudáfrica; es algo que se debate y seguirá debatiéndose entre los teóricos
honrados de muchos países.
El sistema de conquista, colonización, esclavización, exterminio de las poblaciones
aborígenes y el saqueo de sus recursos naturales a lo largo de los últimos
siglos, dejó secuelas terribles en la inmensa mayoría de los pueblos de Asia,
Africa y América Latina (Aplausos).
Setenta millones de indios fueron
exterminados en el hemisferio americano por explotación despiadada, trabajo
esclavo, enfermedades importadas, o el filo de la espada de los conquistadores.
Doce millones de africanos fueron arrancados
de sus aldeas, de sus hogares y trasladados al nuevo
continente repletos de cadenas para trabajar como esclavos en las
plantaciones, sin contar con los millones que se ahogaron o murieron en las
travesías.
El apartheid, en realidad, fue universal y
duró siglos (Aplausos). En nuestro
hemisferio, los esclavos fueron los primeros en sublevarse de una forma o de
otra contra la dominación colonial desde épocas tan tempranas como el propio
siglo 16. Grandes sublevaciones en
Jamaica, Barbados y otros países tuvieron lugar en las primeras décadas del
siglo 18, mucho antes de la sublevación de los colonos norteamericanos a fines
de ese propio siglo. La primera
república en América Latina fue creada por los esclavos de Haití. En Cuba, años después, heroicas
y masivas sublevaciones de esclavos tuvieron lugar. Los esclavos de origen africano señalaron el
camino de la libertad en aquel continente.
Sobre la conciencia del Occidente civilizado
y cristiano, como gusta de calificarse a sí mismo, pesan muchos crímenes en la
historia (Aplausos prolongados). No
solo aquellos que en Sudáfrica idearon y aplicaron el sistema del apartheid,
tienen que sentir sobre ellos todo el peso de la culpa.
El milagro político de unidad, reconciliación
y paz, bajo la dirección de Nelson Mandela, quizás llegue a ser un ejemplo sin
precedentes en la historia (Aplausos).
Rememorando en parte el sentido de una famosa
frase, pudiera decirse que nunca tantos desearon tanto a tan pocos. Ustedes, los ciudadanos y los líderes
sudafricanos de todos los partidos, de todos los orígenes étnicos, son esos
pocos a los que tanto deseamos y de los que tanto esperamos desde el punto de
vista político y humano todos los habitantes del planeta.
De una idea puede surgir otra: de la nueva
Sudáfrica, la esperanza de una nueva Africa (Aplausos). Sudáfrica, económicamente, desde el punto de
vista industrial, agrícola, tecnológico y científico, es el país más
desarrollado del continente africano.
Sus riquezas minerales y energéticas son incontables y en muchas de
ellas ocupan los primeros lugares en el mundo.
Sudáfrica produce hoy el 50 por ciento de la electricidad del
continente, el 85 por ciento del acero y el 97 por ciento del carbón,
transporta el 69 por ciento de toda la carga ferroviaria, posee el 32 por
ciento de todos los vehículos motorizados y el 45 por ciento de los caminos
pavimentados. El resto de Africa es
también inmensamente rica en recursos naturales. El enorme talento potencial y virgen de sus
hijos, su extraordinario valor e inteligencia, su capacidad de asimilar los más
complejos conocimientos de la ciencia y la técnica, los conocemos muy bien
aquellos que hemos tenido el privilegio de luchar junto a ellos, combatiendo
por la libertad o en la construcción pacífica (Aplausos prolongados).
Cuba es una pequeña isla al lado de un vecino
muy poderoso, pero a pesar de eso en los centros de enseñanza de nuestro país
se han graduado ya 26 294 profesionales y técnicos africanos (Aplausos), y se
han adiestrado 5 850. Al mismo tiempo,
80 524 colaboradores civiles cubanos, de ellos 24 714 médicos, estomatólogos,
enfermeras y técnicos de la salud, los que unidos a decenas de miles de profesores, maestros, ingenieros y otros
profesionales y trabajadores calificados, han prestado servicios internacionalistas
en Africa (Aplausos); y 381 432 soldados y oficiales han montado guardia o han
combatido junto a soldados y oficiales africanos en este continente, por la
independencia nacional o contra la agresión exterior a lo largo de más de 30
años (Aplausos prolongados). Una cifra
que en total se eleva a 461 956, en un breve período histórico. De las tierras africanas, en las cuales
trabajaron y lucharon voluntaria y desinteresadamente, solo llevaron de regreso
a Cuba los restos de sus compañeros caídos y el honor del deber cumplido
(Aplausos). Conocemos y valoramos por
ello las cualidades humanas de los hijos de Africa, mucho más que aquellos que
colonizaron y explotaron durante siglos este continente (Aplausos).
Con profundo y desgarrador dolor contemplamos
hoy sus guerras fratricidas, el subdesarrollo económico, sus pobrezas, sus
hambrunas, su falta de hospitales y escuelas, su carencia de
comunicaciones. Con asombro constatamos
que Manhattan o Tokio cuentan con más teléfonos que toda Africa.
Crecen los desiertos, desaparecen los
bosques, se erosionan los suelos. Y algo
terrible: viejas
y nuevas enfermedades, paludismo,
tuberculosis, lepra, cólera, ébola, parásitos, enfermedades infecciosas
curables, diezman su población. La mortalidad infantil alcanza índices récord
en relación con el resto del mundo;
también el de madres que mueren en el parto; en algunos de sus países se empieza a reducir
la perspectiva de vida.
El terrible
virus del HIV se expande en proporciones geométricas. No exagero, y ustedes lo saben, si digo que
naciones enteras de Africa están en riesgo de desaparecer. Cada persona infestada tendría que pagar 10
mil dólares cada año en medicamentos solo para sobrevivir, cuando los presupuestos
de salud apenas pueden asignarle 10 dólares para gastar en la salud de cada
persona. A los precios actuales, 250 mil
millones de dólares harían falta invertir cada año en Africa, solo para
combatir el SIDA. Africa registra por
ello 9 de cada 10 personas que mueren por SIDA en el planeta.
¿Es que el mundo puede contemplar indiferente
esta catástrofe? ¿Puede o no puede el
hombre con los asombrosos adelantos de la ciencia enfrentar esta
situación? ¿Para qué hablarnos de
índices macroeconómicos y otros eternos engaños, recetas y más recetas del
Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, de las
virtudes milagrosas de las leyes ciegas del mercado y los prodigios de la
globalización neoliberal? (Aplausos.) ¿Por qué no se admiten estas realidades? ¿Por qué no se buscan otras fórmulas y se
reconoce que el hombre puede ser capaz de organizar su vida y su destino de
forma más racional y humana? (Aplausos.)
Una crisis económica inevitable y profunda, tal vez la
peor de la historia, nos amenaza hoy a todos.
En el mundo, convertido en un casino,
se realizan cada día operaciones especulativas por valor de un millón y
medio de millones de dólares que no tienen relación alguna con la economía real
(Exclamaciones de: “¡Sí!”
y Aplausos). Jamás en la historia
económica del mundo ocurrió semejante fenómeno.
Los precios de las acciones de las bolsas de valores
de Estados Unidos se multiplicaron hasta el absurdo. Solo un privilegio histórico, asociado a un
conjunto de factores, hizo posible que una rica nación se convirtiera en la
emisora mundial de las monedas de reserva de los bancos centrales de todos los
países. Sus bonos del Tesoro son el
último refugio para atemorizados inversores ante cualquier crisis financiera. El dólar dejó de tener respaldo en oro cuando
unilateralmente aquel país suprimió la conversión establecida en Bretton
Woods. Como tanto soñaron los
alquimistas de la edad media, el papel fue convertido en oro, el valor de la
moneda mundial de reserva consistió desde entonces en una simple cuestión de
confianza. Guerras como la de Viet Nam,
a un costo de 500 mil millones de dólares, dieron lugar a ese enorme
engaño. A ello se sumó el colosal rearme sin impuestos, que elevó la
deuda pública de Estados Unidos de 700 mil millones a dos millones y medio de
millones en solo ocho años.
El dinero se convirtió en una ficción, los
valores dejaron de tener una base real y material, 9 millones de millones de
dólares adquirieron los inversionistas norteamericanos en los años recientes,
por el simple mecanismo de la multiplicación desenfrenada del precio de las acciones de sus bolsas. Con ello, un gigantesco crecimiento de las
inversiones de sus transnacionales en el mundo o en el propio país, y a la vez
un crecimiento desmedido del consumo interno, que alimentaba así artificialmente
una economía que pareciera crecer y crecer sin inflación y sin crisis. Más tarde o más temprano el mundo tendría que
pagar el precio.
Las más prósperas naciones del Sudeste
Asiático se han visto arruinadas. Japón,
la segunda economía mundial, no puede ya detener la recesión; el yen no deja de
perder valor; el yuan lo mantiene a fuerza de sacrificio por la parte china,
cuyo elevado crecimiento se reduce este año a menos del 8 por ciento, cifra
que se acerca peligrosamente al límite
tolerable en un país que realiza aceleradamente una radical reforma y una
extraordinaria racionalización de los trabajadores de sus empresas
productivas. Recurva la crisis asiática,
surge la catástrofe económica en Rusia,
el más grande fracaso económico y social
de la historia al intentar construir el capitalismo en ese país
(Aplausos), a pesar de una inmensa ayuda económica y las recomendaciones y
recetas de las mejores inteligencias de Occidente (Risas). Y quizás, en este instante, el mayor riesgo
político derivado de la situación creada en un estado que posee miles de armas
nucleares, donde los operadores de los
cohetes estratégicos llevan cinco meses sin cobrar salario (Risas y aplausos).
Las bolsas de valores de América Latina han
perdido ya en unos meses más del 40 por ciento del valor de sus acciones; las de Rusia, el 75 por ciento. El fenómeno tiende a generalizarse en todas
partes. Los productos básicos de
numerosos países, cobre, níquel, aluminio, petróleo y otros muchos, han perdido
en los últimos tiempos un 50 por ciento de sus precios.
Vacilan ya las propias bolsas de Estados
Unidos. Como ustedes saben, acaban de
tener un lunes negro. No sé por qué lo
llaman negro (Aplausos); realmente, ha sido un lunes blanco (Aplausos). No se sabe cuándo y cómo el pánico general se
desate. ¿Alguien podría asegurar a
estas alturas que no se repita un colapso como el de 1929? Ni Rubin, ni Greenspan, ni Camdessus, ni
nadie podría asegurarlo. La duda los
asalta a todos, incluidos los más eminentes analistas económicos. Solo que hay de entonces a hoy una enorme
diferencia. En 1929 no había un millón y
medio de millones de operaciones especulativas, y únicamente un 3 por ciento de
los norteamericanos poseían acciones en las bolsas. Hoy un 50 por ciento de la población de
Estados Unidos tiene invertidos sus ahorros y sus fondos de retiro en las
acciones de esas bolsas de valores. No
es un invento mío, no es una fantasía, lean las noticias. Unan a ello, si lo desean, que el nuevo orden
mundial está destruyendo más que nunca la naturaleza de la cual vivimos los 6
mil millones de habitantes que ya somos hoy, y de la que en solo 50 años más
tendrán que vivir 10 mil millones.
He cumplido mi tarea. Acabo de exponerles todo lo que a 10 mil
metros de altura me ha pasado por la mente (Risas y aplausos). No me pregunten por soluciones. No soy profeta. Solo sé que de las grandes crisis han surgido
siempre las grandes soluciones (Aplausos).
Confío en la inteligencia de los pueblos y
los hombres. Confío en la necesidad de
que la humanidad sobreviva. Confío en
que ustedes, distinguidos y pacientes miembros de este Parlamento, mediten
sobre el tema. Confío en que comprendan
que no es cuestión de ideologías, de razas, de colores, de ingresos personales,
de categorías sociales, es para todos los que navegamos en un mismo barco una
cuestión de vida o muerte (Aplausos).
Seamos, por tanto, más generosos, más solidarios, más
humanos. Conviértase Sudáfrica en modelo
de un mundo futuro más justo y más humano (Aplausos). Si ustedes pueden, todos podremos (Aplausos y
exclamaciones de: “¡Fidel
, Fidel, Fidel!”).
Muchas gracias.
(Ovación)