Discurso
pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de
Estado y de Ministros, en el Memorial
“Héctor Peterson”, por la matanza de Soweto, Sudáfrica,
el día 5 de septiembre de 1998, “Año del aniversario 40 de las batallas
decisivas de la guerra de liberación”.
(Versiones Taquigráficas-Consejo de Estado)
Legendario combatiente Sisulu;
Muy estimado Primer Ministro de la provincia de Gauteng --como ustedes comprenden, al no hablar el mismo
idioma, tenemos que buscar una forma de comunicarnos;
Distinguidos invitados:
No voy a
pronunciar un discurso, vengo a conversar unos minutos con ustedes; un discurso
tendría que ser muy largo, tan largo como la historia de ustedes, tan largo
como la resistencia gloriosa que estos pueblos de Africa ofrecieron a los
conquistadores, colonizadores y esclavizadores; un discurso tendría que ser tan largo, como
larga es la lista de problemas que tenemos en este mundo de hoy, y tendría que
ser tan largo como la lista de todos los que han caído en este continente y en
otras partes del mundo por la libertad y la justicia, sin que podamos decir que
todavía exista la verdadera libertad y la justicia en este mundo. Por eso, hablaré
de algunas cosas breves que puedan ayudar a formar nuestra propia conciencia
acerca de la idea de que la libertad y la justicia en nuestro mundo quizás
puedan estar más cerca que nunca.
La victoria no se alcanza solamente con las
armas; muchas veces, incluso, se alcanza sin armas. Y yo no soy un practicante de la filosofía de
Mahatma Gandhi, pero la historia ha demostrado que
muchas y grandes batallas se han ganado fundamentalmente con las ideas
(Aplausos y exclamaciones). Por eso
siempre digo que lo primero es la idea; lo segundo, luchar por las ideas; y lo
tercero es vencer con el sudor y la sangre, si es necesario, por esas ideas
(Aplausos).
Pienso en
esto cuando llego aquí, cuando llego a Sudáfrica y cuando visito ese modesto
monumento en memoria de aquellos que merecerían un monumento con la altura del
monte Everest, del que se dice que es el más alto del
mundo.
Ese niño
merece un Himalaya como monumento, ese niño y los
niños que lucharon y murieron como él (Aplausos). ¿Quién era ese niño? ¿Qué edad tenía? ¿Por qué lo matan? ¿Qué crimen cometió ese niño para que fuera
asesinado? ¿Qué ideas defendía? Es que más que una idea, el pequeño Héctor
defendía un sentimiento, ese sentimiento con el que nacemos todos, todos sin
excepción, que es el sentido de la dignidad humana (Aplausos). Por esa dignidad
fue sacrificado ese niño y han sido sacrificados millones de niños y cientos de
millones, pudiera decirse miles de millones, a lo largo de la historia, de
niños, de ancianos, de hombres y de mujeres, aquellos que sufrieron como
resultado de la explotación, de la injusticia, los que murieron de hambre, los
que murieron de manos de otros hombres, porque desde que el hombre alcanzó
algunos avances productivos y empezó a organizarse, prácticamente comenzó la
explotación de unos hombres por otros, la esclavitud de unos hombres por otros:
los más fuertes contra los más débiles.
Así comenzó la historia antes de que
existiera siquiera la escritura, cuando los seres humanos, en comunidades
relativamente más numerosas, entraron en relaciones diferentes, después de vagar por las selvas en pequeños
grupos familiares o en pequeños clanes, hasta este mundo de hoy, en que todos
sabemos que vivimos en un planeta que durante mucho tiempo imaginaron plano y
que un día descubrieron que era redondo.
Ya los griegos lo sabían, pero los griegos fueron olvidados, muchos
libros se quemaron en la biblioteca de Alejandría.
Otros hombres, hace algunos siglos,
queriendo llegar a la India por el camino más breve, como se decía, y
suponiendo que la Tierra podía ser redonda, se embarcaron y tuvieron la suerte
de no llegar a China, porque si llegan a China la historia habría sido
diferente (Risas y aplausos). Nuestro hemisferio, según dice la geología, un
tiempo estuvo unido al Africa --parece que formábamos una sola masa de tierra y
por una serie de fenómenos naturales y físicos se fue separando, mucho antes de
que el hombre existiera--; ignoraban que había un continente por el medio. Por eso los conquistadores, con 12 caballos,
desembarcaron y sembraron el pánico con una tecnología superior. El arcabuz --que era una especie de arma
nuclear de aquella época, porque hacía mucho ruido--, la pólvora, las ballestas
y, fundamentalmente, los caballos, fueron suficientes para tomar posesión de
aquella tierra en nombre de un rey.
¿Quién le regaló al rey aquellas tierras? (Risas.) ¿Por qué llegaron allí poniendo una bandera
en nombre de un rey que estaba a miles de millas, que ni siquiera desembarcó
nunca? Yo no recuerdo que ningún rey de
aquellos, durante siglos, haya visitado siquiera nuestro hemisferio.
Pero allá llegaron los soldados con sus
armas superiores a países que estaban muy atrasados técnicamente, no
culturalmente, porque ya en aquel hemisferio había culturas que eran más
antiguas que la europea: obras de arte, de arquitectura, tenían conocimientos
suficientes. La ciudad de México, por
ejemplo, era mayor que cualquier ciudad de Europa, pero fue conquistada con
aquellas armas y con aquellos caballos.
Muchas veces me he sonreído al pensar que
si Cristóbal Colón no se equivoca y desembarca en China, que por esa época,
según cuenta Marco Polo, y parece que es verdad, lo ha comprobado la historia,
tenía ejércitos de caballería de cientos de miles de soldados, los 12 caballos
españoles habrían desaparecido en cuestión de segundos (Aplausos). Pero encontraron allí a los que llamaron
indios, por eso hay dos indios: los indios de la India y los indios que
bautizaron como indios en el hemisferio que después se llamó América. Allí vivían muchos millones de personas; sin
embargo, murieron a lo largo de la conquista y la colonización 70 millones.
El hombre descubrió que la Tierra era
redonda, que había un planeta redondo, que los barcos no caían en el abismo;
los que cayeron en el abismo fueron los que vivían pacíficamente allí en aquel
territorio cuando descubrieron a los europeos.
Es decir que con el descubrimiento de que habitábamos un planeta redondo
se inició una de las etapas históricas más crueles y más injustas en la historia
de la humanidad, y si en la edad media había desaparecido ya la esclavitud, con
el descubrimiento surgió de nuevo la esclavitud, hace alrededor de 500
años.
Esa historia tiene que ver mucho con
nosotros y tiene que ver mucho con todos ustedes. Desde entonces avanzó mucho la ciencia y los
conocimientos, la mecánica, la física, las ciencias exactas. El hombre alcanzó descubrimientos
tecnológicos extraordinarios, fabricó telescopios que descubrieron y, además,
exploraron a distancia los planetas, descubrieron millones y millones de
millones de estrellas, descubrieron el universo y muchas cosas más; llegó,
incluso, a lanzar vehículos al espacio, a la Luna, no la conquistó porque en la
Luna no había ni oxígeno ni hombres, si no toma posesión de la Luna en nombre
del rey de Washington (Risas y aplausos) y quizás el ilustre visitante que me
precedió hace algún tiempo en vez de viajar a Sudáfrica, habría viajado a la
Luna (Risas y aplausos). El hombre
exploró los planetas y descubrió que no tenían habitantes. Llegó a Marte, siempre se dijo que en Marte
había seres pensantes, no los han encontrado, solo rocas y ausencia de los
elementos vitales para vivir.
Otros
planetas han sido explorados. Hay
algunos en que la temperatura, creo que es Venus --aquel que llamaron la Diosa
del Amor, convirtiéndolo en una deidad
allá en Grecia--, cualquiera llegó a imaginarse un paraíso dulce y lo que han
encontrado los vehículos automáticos es que hay una atmósfera pesada con 400
grados de calor que no es realmente una temperatura a la que se pueda hacer el
amor (Risas); pero los griegos, al menos, despertaron la ilusión de que aquel
planeta, que no estaba tan distante, podían verlo a simple vista, era la Diosa
del Amor. Lo que sabemos ahora, que es
lo importante, es que tenemos un solo planeta habitable en nuestro sistema
solar, que es este, donde todavía queda atmósfera, un poco de oxígeno, un poco
de agua dulce de vez en cuando, un poco de naturaleza, la que ha ido
sobreviviendo a la destrucción provocada por sociedades que se llaman
civilizadas.
Sí, quizás en Marte hubo habitantes, quizás
hubo seres pensantes, quizás llegaron a desarrollar una civilización y
destruyeron aquel planeta, como van a destruir este planeta si no se lo
prohibimos a los destructores de la naturaleza
--no solo de los hombres--, porque al paso que van pueden llegar,
efectivamente, a convertir este en un planeta inhabitable. Eso no es una fantasía, eso lo demuestra la ciencia,
lo demuestran las matemáticas, lo demuestra todo.
De modo que este relativamente largo
recorrido por el universo me lleva a la idea de que los seres humanos, ustedes
y nosotros, todos, tenemos que salvar dos cosas: tenemos que salvar la naturaleza en la cual
vivimos y tenemos que salvar la especie humana a la cual pertenecemos.
Comprendo que los que tienen que vivir en
una gran pobreza y tienen todos los días el problema de buscar un trabajo y de
ganarse el pan, no tengan tiempo ni posibilidad siquiera de meditar mucho sobre
estos problemas del medio ambiente, porque antes de que llegue el momento en que no se pueda vivir, puede llegar para
ellos la hora próxima en que tengan que morir de enfermedad, de pobreza y de
hambre.
¡Qué mundo este en que tenemos que
persuadir incluso a los que pasan hambre de que debemos salvar esta naturaleza
para salvar al hombre, para que viva en un mundo donde no haya injusticia,
donde no haya pobreza, donde no haya hambre, y que no tengan que morir niños
como estos por falta de dignidad, de libertad y de justicia!
Sí, tenemos que conquistar la justicia,
toda la justicia, toda la libertad para el hombre; pero hay que conquistar un
mundo no de enemigos, un mundo donde unos no pisoteen a otros, un mundo donde
unos pocos no lo tengan todo mientras la inmensa mayoría carece absolutamente
de todo (Aplausos).
Hoy sabemos que hay un planeta habitable y
que en ese planeta vivimos 6 000 millones de habitantes, ¡seis mil millones!, y
antes de que ese niño (Señala para un niño del público) tenga 17 años menos de
la edad que puedo tener yo y aproximadamente 30 años menos de la edad de Sisulu, sobre este planeta redondo tendrán que vivir y
tendremos que hacer que vivan con dignidad y justicia, con libertad y pan,
libertad y ropa, calzado y techo, con libertad y escuelas, con libertad y
hospitales, con libertad y asistencia médica, con libertad y recreación, con libertad y cultura, esos 10 000 millones de habitantes que tendrá
la Tierra dentro de 50 años.
Si les hablo de esto es porque pienso que
los hombres y mujeres heroicos de este pueblo famoso y legendario que visitamos
hoy no murieron solo por el bienestar de Soweto; murieron por el bienestar, la
dignidad y la libertad de todos los
habitantes de Sudáfrica (Aplausos), y murieron por la independencia, la
libertad y el bienestar de todos los pueblos de Africa, y murieron por la
dignidad, la libertad, la igualdad y el bienestar de todos los hombres y
mujeres del mundo (Aplausos).
Así los veo, y por eso digo que su
monumento debe ser tan alto como la más alta de las montañas (Aplausos y
exclamaciones). Pero los altos
monumentos no se hacen solo de piedra; se hacen de ideas y se hacen de
justicia.
Muchos como ellos han muerto en otras
partes y tendrán un día ese monumento de justicia, ese monumento de hermandad,
ese monumento de paz, por el cual luchamos para todos los seres humanos de la
Tierra (Aplausos).
Eso es lo que veo aquí en Soweto, porque
por un minuto pienso que ustedes, orgullosos con razón del heroísmo y el valor
de los hijos de este pueblo, no se den cuenta todavía de toda su grandeza y de
todo el mérito de su sacrificio. Temo
que ustedes no comprendan toda la magnitud del papel histórico de Soweto y de
aquellos niños y jóvenes que murieron el 16 de junio de 1976, cuyas imágenes
acabamos de observar en ese humilde museo que ustedes han creado, para que los
que vengamos aquí podamos vivir, aunque sea por un segundo, aquel día 16 de
junio, cuando se sublevó no Soweto, sino cuando se sublevó la libertad de los
oprimidos, la dignidad de los oprimidos.
Fue una sublevación de la dignidad contra todas las injusticias de
Soweto y contra todas las injusticias del mundo. Y así como hoy, 22 años después, nadie los
olvida, sino que todos los recuerdan y los aman cada vez más, así también, a lo
largo de los años, el mundo recordará que hubo un Soweto y hubo jóvenes como
aquellos que se sacrificaron por la dignidad de todos los seres humanos.
Esta pudiera
decirse, con razón, que fue la cuna de la liberación de Sudáfrica (Aplausos);
pero un día será como la cuna de la dignidad de toda Africa. Y no es que el Africa no haya luchado, no es
que el Africa no cuente con miles y decenas de miles de actos heroicos, pero
aquí quedaba el más doloroso recinto de un sistema de esclavización y de
injusticia que ha durado miles de años, pero que en especial para el Africa, América
Latina y el Tercer Mundo duró cientos de años.
El apartheid no comenzó en 1948, el
apartheid comenzó desde el mismo siglo aquel, hace 500 años, en que los
habitantes de estas tierras, como América o como una gran parte de Asia, fueron
conquistados y colonizados; cuando Africa fue conquistada y colonizada, desde
hace siglos, porque no puede olvidarse jamás que de este continente arrancaron
de sus aldeas y de sus hogares a millones y millones de africanos; se dice que
12 millones, sin contar los que murieron de enfermedades en las travesías o
naufragaron por aquellos mares. Doce
millones de africanos fueron encadenados, vendidos en subasta por unas
miserables pesetas para trabajar como esclavos en un tiempo que duró
siglos. Así que allá en América no solo
hubo exterminio y esclavización de los que allí vivían, sino que allí llevaron
a muchos africanos como esclavos, que hoy forman parte de nuestra sangre, de
nuestra identidad y de nuestros pueblos.
No le llame a nadie por eso la atención el
hecho de que un día hijos de un pueblo como el de Cuba, en gesto hermoso de
solidaridad, viajaran a cooperar y combatir a este continente que tanto aportó
a nuestras luchas, porque los que primero se sublevaron contra el coloniaje en
América, mucho antes que los colonos británicos en Norteamérica, fueron los
esclavos africanos, desde el siglo XVI, los primeros, y después, cuando ya
había millones, a mediados del siglo XVIII, en Jamaica, en Barbados y en otros
países se sublevaron contra el coloniaje y fueron reprimidos salvajemente, por
la fuerza. Algunos fueron libres,
escaparon a las montañas y vivieron en libertad durante mucho tiempo, porque no
se resignaron a la esclavitud. Ninguno
se resignó, pero no todos podían escapar de los grilletes, escapar de la persecución,
escapar de los perros que los perseguían como animales por entre las selvas.
Todos esos sufrimientos padecieron los
hijos y descendientes de Africa durante siglos.
Allá se levantaron; como aquí, hubo en aquel hemisferio muchos Soweto, y
sembraron la semilla y señalaron el camino de la libertad de nuestros pueblos
(Aplausos), el camino de la independencia de nuestros países, independencia que
todavía, desgraciadamente, no ha sido plenamente alcanzada, porque tenemos un
vecino sumamente poderoso, a quien le gusta dar órdenes, imponer condiciones y
explotar a aquellos pueblos.
Nosotros no
tenemos que hablar --ni una sola palabra
prácticamente he dicho-- sobre algunas cosas que ustedes han mencionado aquí;
sí dije algo ayer en el Parlamento, y simplemente para expresar nuestro
sentimiento de solidaridad con Africa, el esfuerzo que nuestro pequeño país,
nuestro pequeño y bloqueado país, fue capaz de hacer para cumplir un deber con
Africa (Aplausos) y consecuente con nuestras ideas, consecuente con nuestros
deberes, consecuente con nuestras conciencias.
Hoy vienen
muchos a Sudáfrica y al Africa, no piensen que vienen a interesarse por la
pobreza del Africa, no piensen que vienen a interesarse por los hambrientos en
Africa, por los enfermos que no tienen medicina o por los niños que no tienen
escuelas; sabemos muy bien, y lo saben ustedes, que vienen a interesarse por el
oro de Africa (Exclamaciones), por los diamantes de Africa, por el níquel de
Africa, por el aluminio de Africa, por el platino de Africa, por el uranio de
Africa, por el manganeso de Africa, por el hierro de Africa, por el cromo de
Africa, etcétera, etcétera, etcétera; por la madera de Africa, hasta que no
quede un solo árbol y sea el continente un inmenso desierto, e interesarse por
la mano de obra barata de los trabajadores de Africa (Exclamaciones).
Ellos dicen
que traen capitales, pero, ¿qué es el capital? (Exclamaciones.) Antes el
capital era el oro; si usted tenía un billete verde que decía 10 dólares, usted
tenía derecho a ir a la tesorería de Estados Unidos y que le entregaran tantos
gramos de oro, porque por cada billete había un respaldo en oro. Hoy no traen oro, no, no, hoy traen billetes
y se llevan el oro (Exclamaciones). Hoy
traen papeles, una ficción, una mentira, un engaño (Aplausos).
No voy a tratar aquí de dar una clase de
economía, no (Risas); conozco algunas cosas de la economía y, sobre todo, todas
aquellas que tienen que ver con la forma en que se explota y se engaña a los
pueblos. Quiero así, simbólicamente nada
más, decir que aquellos que hoy hegemonizan en el
mundo compran la riqueza del mundo con papeles; pero son sus papeles, y a
partir de las riquezas acumuladas con el saqueo de nuestros pueblos y el
desarrollo alcanzado a costa de nuestro subdesarrollo, esos papeles constituyen
un mecanismo peculiar de esas economías, un instrumento de dominación; con
ellos compran y se apoderan de las riquezas del mundo, sí, y ¿con qué
pagan? Muchas veces con baratijas,
muchas veces con productos que podríamos producir aquí en Africa, con nuestro
algodón. ¿Por qué tenemos que comprar un
traje en Nueva York, si todo lo que
fabrican lo hacen con la materia prima de nuestros países? (Risas y aplausos.) Todas esas telas finas de poliéster se
elaboran del petróleo que sale de Africa, que sale de América Latina, que sale
de Asia.
De nuestras materias primas sale la energía
que consumen, y la inmensa mayoría de los países del Tercer Mundo no tienen luz
eléctrica en muchos lugares, ni teléfono, ni efectos electrodomésticos. Todo eso se produce con nuestras materias
primas, extraídas de nuestras minas, sobre la base de salarios muy pobres y
para exportarnos mercancías que producen con máquinas muy sofisticadas en que
muchas veces, apretando un botón, empiezan a salir en serie zapatos plásticos o
de piel artificial, objetos, piezas, automóviles, aviones y de todo, apretando
con un dedo, y el dedo lo aprieta un tipo que fue a una escuela y estudió
secundaria, preuniversitario, aunque no hace falta tanto conocimiento para
apretar un botón (Risas); también ingenieros, ya los que aprietan botones son a
veces ingenieros. Y aprietan también
botones cuando lanzan cohetes en cualquier dirección, con cualquier pretexto, y
aprietan botones cuando inician sus viajes espaciales.
Yo me pregunto: ¿Nosotros no tenemos
inteligencia? ¿Ese niño que murió ahí no
tenía inteligencia, no tenía dedos, no tenía brazos, no tenía corazón? ¿Y quién ha demostrado que sean más inteligentes
unos que otros? Antes de que existiera
una cultura, por ejemplo, en Estados Unidos, ya en Centroamérica los mayas
tenían una cultura desarrollada y
conocían de astronomía. Mucho antes de
que ellos tuvieran una civilización, hace miles de años, allá en el Oriente
Medio y allá en la Mesopotamia, aun antes de Grecia y
de Roma, ya sabían construir grandes edificios, ya tenían una escritura, ya
tenían bibliotecas, ya tenían una civilización.
Y en Egipto, por ejemplo, ya construían pirámides, que llevan miles de
años existiendo, y para construir una pirámide hace falta inteligencia; para
que la pirámide sea recta y sea perfecta hace falta conocer mucho de geometría,
de arquitectura y de matemática. Esos
conocimientos existían cuando en Europa no había más que tribus salvajes, que
venían en oleadas del Asia Central; no eran más civilizados que nosotros ni
sabían más que nosotros.
Todo el
mundo ha oído hablar de las siete maravillas del mundo, cualquiera de esas siete maravillas existió 2
000 años --quizás me equivoco, quizás 2
500 años, o 3 000-- antes de que existieran París y Nueva York.
¿Quién dice
que la civilización y la inteligencia son patrimonio de un grupo de seres
humanos? Lo digo con toda sinceridad, y
lo pienso, y lo dije ayer porque lo sé.
No voy a decir que una raza humana sea más inteligente que otra; pero sí
puedo decirles a aquellos que con un concepto racista miraban a los pueblos de
Asia y de Africa y a los indios de América Latina como seres inferiores que,
por nuestras estrechas relaciones con esos pueblos a lo largo de muchos años en
este siglo, somos testigos de la inteligencia, la extraordinaria capacidad y el
talento de los pueblos de Africa, de los pueblos de América Latina y de los
pueblos de Asia.
Mas no solo
talento, ideas, heroísmo, porque para estar 27 ó 30 años en una cárcel, como
estuvo Sisulu,
y decenas de años en una celda solitaria de 3 x 2 metros, donde no había ni
baño ni cama, sino el simple suelo, el maltrato, la humillación, el aislamiento
de la familia, cosas tan terribles como las que me contaba Mandela
ayer, para explicarme la experiencia con una de sus hijas, a quien no había
visto desde que tenía 18 meses y no pudo
verla hasta que ya era una mujer, porque no podía recibir en aquella celda
solitaria ni siquiera el consuelo de una hija después que tenía dos años. Me pregunto: ¿Y por qué tanta crueldad?
Entonces,
cuando he visto con mis propios ojos y he tenido el honor y el privilegio de
conocer a hombres como ellos, que no renunciaron jamás a sus ideas, me pregunto
cuántos héroes tuvieron Europa o Estados Unidos, cuántos héroes tuvieron
aquellos que nos desprecian capaces de pasarse 27 ó 30 años en tan terribles y
dolorosas condiciones sin renunciar a sus ideas.
¡Qué monumento a la dignidad del
hombre! ¡Qué monumento al honor de
Africa y al honor de todos los pueblos del Tercer Mundo! ¡Qué monumento a la conciencia humana!
¿Es que
acaso los hombres que son capaces de eso no serían capaces de crear un mundo
mejor, un mundo verdaderamente humano, un mundo verdaderamente capaz de la
igualdad, un mundo verdaderamente digno del hombre?
No quiero
decir palabras que a cualquiera de ustedes pudieran lucir simples halagos,
aunque sé que no lo verían nunca así; pero por ese pudor que cualquier hombre
siente me abstengo de decir palabras que pudieran parecer un elogio o pudieran
parecer un halago. Los estaría
ofendiendo a ustedes si los elogiara, si los halagara. Los aprecio demasiado para ser capaz de usar
la demagogia o la mentira. Solo quiero
expresar, con toda la modestia del mundo, mi criterio de que en nuestros
pueblos está la capacidad para alcanzar civilizaciones tan altas como aquellas
y aún más altas, pero civilizaciones al servicio del hombre y mil veces más
humanas. No podemos resignarnos al
derecho de unos a poseerlo todo y que otros no posean nada.
Y me hago una pregunta, recordando, por
ejemplo, a una eminencia como Einstein, el famoso
físico, creador de la doctrina de la relatividad. Entonces se me ocurre pensar que si Einstein, en vez de haber nacido en la Europa ya culta y
llamada civilizada --llamada civilizada, lo repito--, solo unos años antes de
los campos de concentración y el holocausto de millones y millones de seres
humanos, demostrando cuán cuestionable es esa civilización mecánica, esa
civilización tecnológica desprovista de corazón humano, hubiese nacido en
Soweto, donde nació Héctor Peterson, ¿Einstein hubiese
sido Einstein?
Tal vez le habrían puesto el nombre de Héctor. Pero, ¿habría podido descubrir la teoría de
la relatividad? ¿Habría podido llegar al
sexto grado, o a la secundaria básica?
¿Habría llegado a ser bachiller?
Entonces, ¿cómo quieren que todo ese
talento potencial se desarrolle, si en Africa, por ejemplo, más de la mitad de
la población no sabe leer ni escribir, no tiene una escuela donde aprender, no
tiene universidades, no tiene centros de investigación, no tiene las máquinas?
¿Cómo va a tener las máquinas, cómo va a
formar los médicos y los ingenieros que Africa necesita? Por eso pueden albergar la esperanza de que van a disponer de miles de millones de seres humanos
únicamente como mano de obra barata, en medio de la pobreza, la humillación y
el abandono. Eso es lo que sueñan, se lo
puedo asegurar.
Ya les dije, cuando viajaban, qué
buscaban. Ahora mismo hay conflictos en
la República del Congo. ¿Por qué? ¿Y por qué murió un día Lumumba? (Exclamaciones.) ¿Por qué fue asesinado? Porque quiso defender los derechos del Congo,
y porque el Congo tenía mucho oro también, y mucho diamante, y mucho platino, y
mucho uranio. Es quizás una de las
regiones del mundo con más recursos naturales.
Esa ha sido la manzana de la discordia.
¿Y qué ha llevado Occidente durante 40 años al Congo? Más pobreza, más atraso que cuando vivía Lumumba. De allí se
robaron miles y miles de millones de dólares, ¿y a dónde fueron a parar? A los bancos de Occidente. ¿Y quiénes se lo robaron? Los que servían a los intereses de Occidente.
En esos 40 años, que son casi los años de
la Revolución Cubana, nuestro país bloqueado y pobre, que no tiene siquiera
petróleo, ha sido capaz de formar más de 70 000 médicos (Aplausos), de los
cuales --porque algunos de
ellos se retiran, algunos de ellos mueren-- cuenta hoy con 63 000, 1 médico por
cada 174 habitantes (Aplausos).
Hay muchos países del Tercer Mundo que
tienen 1 médico cada 10 000. En Africa, por ejemplo, hay países con 1 cada
15 000; 1 cada 20 000. ¿Es eso lo que nos trajo la civilización
occidental? ¿Es eso lo que prometen a los
pueblos de Africa?
¡Ah!, en nuestro país había también un 30%
de analfabetismo cuando triunfa la Revolución, cuando nos liberamos del imperio
que era dueño de todas nuestras riquezas, y hoy tenemos entre 250 000 y 300 000
profesores y maestros (Aplausos), y ya los maestros salen con el título de
graduados universitarios. No lo digo
para jactarnos absolutamente de nada, lo digo, simplemente, para citar una
experiencia de lo diferente que ha sido para aquellos que no pudieron liberarse
del dominio imperial y del dominio colonial.
He mencionado solo dos cosas.
Cuba, un país del Tercer Mundo, cuenta
además ya con decenas de miles de científicos.
Por eso sabemos lo que nuestros países pueden hacer, y por eso hemos
tenido la posibilidad de enviar médicos y maestros. En un período de aproximadamente 30 años, en
Africa han estado –como decía ayer-- más
de 80 000 colaboradores civiles (Exclamaciones y aplausos), y 381 000 soldados
y oficiales que lucharon junto a soldados y oficiales africanos. El número es tan alto, porque en un país como
Angola estuvimos durante 15 años (Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Cuba!”), con la paciencia de Sisulu, sin ceder, sin retroceder, sin renunciar a nuestros
deberes de solidaridad (Aplausos).
Hemos vivido en las trincheras, y hemos
trabajado en los hospitales y en las escuelas con nuestros hermanos y hermanas
africanos. ¿Quién puede conocer mejor
sus corazones y su talento que sus hermanos cubanos? ¿Y quiénes pueden tener más derecho a hablar
con honradez, sin una sola palabra demagógica, de lo que valen y de lo que
pueden los pueblos de Africa y de lo que pueden otros pueblos con los cuales
hemos colaborado durante estos años?
Personal médico, incluido enfermeras y
otros técnicos, solo en Africa han estado más de 26 000; y si Africa necesita
más médicos, tenemos más médicos, porque nuestras universidades siguen
graduando médicos (Aplausos), y buenos médicos, porque son capaces de trabajar
no solo en las ciudades, sino que van a los campos, van a las montañas; mas no
solo a los campos y montañas de Cuba, a cualquier campo y a cualquier montaña
de cualquier país del mundo (Aplausos), porque eso es conciencia política, eso
es conciencia internacionalista (Aplausos),
En eso hemos tratado de educar a nuestro
pueblo, porque no se puede pensar en un mañana mejor, no se puede pensar en ese
mundo justo en este planeta para todos los seres humanos, sin una profunda idea
y una profunda conciencia solidaria, fraternal e internacionalista. Eduquemos al hombre en ese sentimiento. La sociedad que nos explota no inculca ese sentimiento
en el hombre, sino el odio, el egoísmo, la ambición.
Y cuando recorren el mundo, lo recorren
acompañados de un gran séquito. Traen
sus aviones cargados de hombres de negocios, porque viajan para buscar
negocios, para garantizar los recursos naturales: los minerales y las ganancias.
Con la delegación cubana no vino un solo
hombre de negocios, y cuando hemos viajado a cualquier país de Africa, no ha
ido ni un solo hombre de negocios.
Nos cabe la satisfacción de poder sentirnos
siempre, en cualquier país que visitamos, como amigos desinteresados que no
andamos buscando recursos materiales (Aplausos).
Creemos en ese mundo del cual hablamos y
creemos que los habitantes de ese mundo deben ser un día los dueños del
planeta. No podemos concebir un mundo en
que un puñado de transnacionales sean dueños absolutos del mundo. Es por eso que hablo de los problemas de la
globalización.
La globalización es inevitable, pero no
esta que nos quieren imponer, no esta globalización neoliberal (Aplausos). La globalización es un producto de la
ciencia, la técnica y el desarrollo de las fuerzas productivas que debe estar
al servicio del hombre.
La idea que defendemos, por encima de todo,
es el derecho de cada ser humano a desarrollar su talento, su inteligencia, sus
cualidades, sus mejores cualidades. Es
el derecho de todos los seres humanos a la libertad, a la justicia, a la
dignidad, al respeto. El derecho de
todos los seres humanos a disponer de aquellas cosas que son indispensables
para la vida.
No se trata de pensar que cada ciudadano
tenga un yate o un avión, no se trata del modelo de consumo de las sociedades
capitalistas desarrolladas que nos siembran ese veneno todos los días a través
de la televisión, la radio, el cine, destruyendo incluso nuestras
culturas: “Tome Coca-Cola” (Risas), y no
pienso cobrarle nada en absoluto por la publicidad; “tomen Pepsi-Cola”,
“coman hamburguesas McDonald’s” (Risas), y ya ustedes
se encuentran con que hasta China y la India consumen Coca-Cola, Pepsi-Cola y hamburguesas McDonald’s
(Risas).
Lo que aspiramos para el hombre es que
tenga los alimentos necesarios para desarrollar su naturaleza, para conservar
su salud; que tenga la posibilidad de educarse --como dije antes--, de adquirir
una cultura; que tenga un techo, la
seguridad del trabajo. Sí, la seguridad
del trabajo. ¿A quién culpan del desempleo? A la productividad de las máquinas. Muy bien, aceptado, felices de que las
máquinas produzcan mucho apretando un botón.
Correcto. ¿Pero por qué apretar
el botón 40 ó 50 horas a la semana?
(Risas.) Mejor apretarlo 10 horas
(Risas).
En dos palabras: la inteligencia y los avances
científicos y tecnológicos no deben estar al servicio de una minoría exigua de
transnacionales, deben estar al servicio del hombre; y las máquinas no deben
desplazar al hombre con la computación y la automatización (Aplausos). A lo que aspiramos es a que haya trabajo para
todos los seres humanos, hombres y mujeres, en unos trabajos y en otros.
Hay hoy
todos esos recursos para salvar la naturaleza, para alimentar, educar y
proporcionar bienestar a todos los seres humanos, para organizarse
racionalmente, para aplicar, incluso, la planificación familiar; pero tenemos
que adquirir conciencia de ello.
¿Qué ocurre
en realidad? Los ricos no se
multiplican, tienen un hijo, dos hijos a lo máximo, o ninguno, mantienen
equilibrada la población. Los pobres no
han podido ir a la escuela, no han podido adquirir conciencia de estos
problemas. En muchos países del Tercer
Mundo quieren tener más hijos, porque ven en ello una garantía para la vejez,
pero no es necesario eso si universalizamos la cultura, el bienestar. Y todos podríamos tener electricidad sin
contaminar la atmósfera, y podríamos tener comunicaciones, y podríamos tener,
incluso, objetos electrodomésticos, y podríamos tener un techo, y podríamos
tener medicina, atención médica, y podríamos tener salud todos, por ejemplo, y
una vida más larga, ¿comprenden? Eso
está al alcance del hombre.
Si las máquinas producen mucho, repito, que
el hombre trabaje menos, que los viejos vivan más años y hagan lo que quieran,
que no tengan ni que estar apretando botones.
Si pocos podemos producir mucho para muchos, produzcamos todos mucho
para muchos, con el mínimo del esfuerzo físico, porque estar aunque sea
apretando un botón ocho horas cada día es una tensión; que tenga más tiempo para
el deporte, más tiempo para caminar, para pasear y para todo.
En dos palabras: Creo que el hombre puede, creo que ese mundo
es posible, creo que podemos alcanzarlo si lo comprendemos, si ganamos la
batalla de las ideas y de la conciencia.
Así ganaron ustedes, fundamentalmente, la
dificilísima batalla del apartheid, y en el mundo hay mucho apartheid. Ha desaparecido el símbolo, pero quedan miles
de formas de apartheid en todo el mundo, disfrazadas de muy distintos
modos. Hay apartheid en un mundo de
ricos y de pobres, hay apartheid en un mundo donde algunos países tienen un
Producto Interno Bruto de 30 000 dólares por año y otros que no tienen ni 200
ni 300, si acaso 400 ó 500. ¿Y quiénes
son aquellos que tienen decenas de miles de dólares de Producto Interno
Bruto? Los que nos conquistaron cuando
éramos libres, aunque no tuviéramos algunos objetos de la llamada
civilización. Los que nos colonizaron,
nos explotaron y nos esclavizaron, esos son los que poseen las grandes
riquezas. ¿Y quienes poseemos las
grandes pobrezas? Aquellos que fuimos conquistados, colonizados y esclavizados.
Pongamos a
prueba nuestras voluntades heroicas, nuestras extraordinarias inteligencias
para ganar esa batalla. Esa batalla
--vuelvo a repetir-- cuenta con un arma
tremenda en las ideas. No pueden
imaginarse ustedes cuánta simpatía y cuánto apoyo surgió en el mundo cuando en
toda la Tierra se divulgó la noticia de la sublevación de Soweto contra el
apartheid. La solidaridad con el pueblo
de Sudáfrica se multiplicó por diez, por cien, y fue un factor decisivo en esa
batalla, en esa victoria que, al fin y al cabo, ustedes obtuvieron.
Es de eso
que quería hablarles hoy, aunque me haya extendido, y decirles que en mi mente
y en mi corazón llevaré siempre el recuerdo de esta tierra, de este pueblo y de
los que se sacrificaron por esa causa tan justa y por esa causa tan humana, por
la cual estamos en el deber de luchar y lucharemos todos.
¡Muchas
gracias! ¡Un millón de gracias heroicos
ciudadanos de Soweto! (Aplausos y exclamaciones
de: “¡Fidel, Fidel!, y de:
“¡Viva Cuba!”)