Discurso
pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de
Estado y de Ministros, en la Clausura del VII Congreso de la Unión de Jóvenes
Comunistas, efectuada en el Palacio de las Convenciones, el día 10 de diciembre
de 1998, “Año del aniversario 40 de las batallas decisivas de la guerra de
liberación”.
(Versiones Taquigráficas - Consejo de
Estado)
Compañeras y
compañeros:
Esta vez hemos cambiado de táctica,
ya les había explicado las razones, pero debo expresárselo a nuestro
pueblo. Y hemos cambiado de táctica,
porque no se trata de una reunión internacional o de un evento, como tenemos
muchos, una reunión de maestros o médicos latinoamericanos, o de organizaciones
de masa, sino se trata de una reunión con los representantes de la tropa elite
de la Revolución y del Partido en un momento de gran importancia y
trascendencia para nuestro país y cuando estamos librando una gran batalla, y
no solo la estamos librando, sino que la estamos ganando. Cuando hay que reunirse, en medio de esa
batalla, con la tropa elite para debatir, analizar, profundizar, trazar planes,
estrategias, se abordan temas y se elaboran ideas, como cuando se reúne el
estado mayor de esa tropa elite.
Hemos dedicado casi 30 horas a los
debates: no hubo muchas veces receso, se redujo el tiempo para el almuerzo a
una hora y media; estuvimos participando ayer hasta aproximadamente las 10:00
de la noche; analizamos que si era necesario estábamos un día más o dos días
más en este congreso, y ahora lo estamos concluyendo después de las 12:00 de la
noche.
Este cambio de táctica nos ha
permitido dos cosas: hablar aquí con el
máximo de profundidad y de claridad y abordar todas las cuestiones esenciales.
Cuando
digo que hemos podido hablar con entera libertad, ello significa que la
información que se podía manejar era una información amplia, y nosotros
llegamos a la conclusión de que no estábamos hablando para Estados Unidos, ni
para Europa, ni para el exterior; estábamos hablando para el congreso,
estábamos analizando todas las cuestiones esenciales para el congreso,
estábamos elaborando la táctica y la estrategia en el congreso.
Nos
gustaría que muchos de nuestros compatriotas o todos nuestros compatriotas, o,
digamos, todos nuestros buenos compatriotas, hubiesen podido participar aquí de
estos debates junto a nosotros; pero no hay forma de utilizar la radio, la
televisión y los medios masivos de divulgación, sin estar, al mismo tiempo, revelando
al enemigo las tácticas, las estrategias, los conceptos, los planes y los
programas. Ello fue lo que nos indujo a
la idea de hacer las cosas diferentes a como las hemos hecho otras veces en que
nos vemos obligados a hablar con toda la discreción y cuidado necesarios sobre
temas que necesariamente requieren abordarlos con argumentos muy importantes y
con la mayor profundidad; desgraciadamente, eso no se puede hacer desde esa
tribuna para el conocimiento del pueblo, sin revelar nuestro pensamiento a los
enemigos.
Por
eso les dije desde el primer momento: No
me propongo hacer una intervención larga, porque lo que obliga a las
intervenciones largas —se lo dije a ustedes, se lo digo ahora al pueblo—, es la
necesidad de razonar, de argumentar, muchas veces de repetir y de reiterar.
A ustedes no tengo que repetirles absolutamente nada, todo lo que deseaba
decirles se lo pude decir, y al pueblo le estaríamos dando un pálido reflejo de
lo que ha sido este congreso.
No
siempre tiene que ser el mismo estilo de trabajo. ¿Quién nos impone un estilo
de trabajo, acaso la tradición? ¿Hay que hacer las cosas siempre del mismo
modo?
Como
más de una vez expresé, queríamos hablarles a los 1 591 delegados del VII
Congreso de la UJC, y es lo que hemos hecho, es lo que nos importaba: hablar
con ustedes con la libertad con que se puede hablar con ustedes y con todos los
invitados a este congreso. Del mismo
modo ustedes les hablarán a las organizaciones de tipo provincial, a los comités,
primero a los comités provinciales, a los municipales, a los destacamentos y a
los 50 000 ó 60 000 cuadros de la organización, cada uno en su correspondiente
nivel; ustedes, a partir de la experiencia que hemos adquirido en este
congreso, irán expresando en cada reunión lo que ustedes saben que deben
expresar.
Pienso,
realmente, que casi todo lo que hemos hablado lo pueden llevar hasta nivel de
cuadros, porque van a enriquecer la información y van a enriquecer los
argumentos de decenas de miles de cuadros de la organización, que tendrán, a su
vez, que orientar y conversar con cientos de miles, y no sería exagerado decir,
incluso, con millones de jóvenes; argumentos para hablar con los militantes y
con los que no son militantes; argumentos para hablar con los puedan estar
confundidos o incluso para discutir y polemizar con aquellos que tengan
posiciones contrarias a las posiciones de la Revolución, o porque estén
influidos por la ideología del imperialismo, en esta lucha tremenda de ideas
que llevamos años librando precisamente para llevar a cabo la proeza de poder
resistir al más poderoso imperio que ha existido jamás en el terreno político,
militar, económico, tecnológico y cultural.
Es decir que los cuadros de la juventud tienen que estar bien preparados
para esa tarea.
Aquí
podemos ver sobre cuántas cosas debemos trabajar y sobre qué materiales debemos
elaborar para nuestros cuadros. En esta
lucha de tipo ideológico, las armas fundamentales son las ideas, las municiones
fundamentales son las ideas, y nosotros tenemos que pertrechar de ideas a
nuestros cuadros, para que ellos, a su vez, las vayan trasmitiendo a toda la
juventud y a todo el pueblo.
Ya
tenemos un programa en ese sentido, no hay por qué adelantarlo; como tenemos
una serie de ideas que se elaboraron aquí, se acordaron o se decidió analizar
la posibilidad de aplicarlas en los meses venideros, no tenemos por qué
revelarlas aquí.
Este
ejército conoce su plan, conoce su estrategia, y los enemigos que se vayan
enterando sobre la marcha; porque vuelvo a asociar la idea de esta lucha a una
gran batalla, a un ejército, si se quiere, a un cuerpo de ejército de
vanguardia, a una tropa elite —repito— de la Revolución, y pongo en primer
lugar la Revolución y el Partido, que son al fin y al cabo la misma cosa.
En la breve reunión con los compañeros
del Comité Nacional pude hablarles todavía con un poquito más de libertad, a un
nivel más reducido todavía, y en una reunión con el Buró Nacional podríamos
hablar todavía con más libertad, con más elementos de juicio.
Esto
se lo estoy explicando principalmente a nuestra población. Los resultados de este congreso los podrá
apreciar nuestra población por la actividad y la calidad del esfuerzo de la UJC en los
próximos meses y años.
Desde
nuestro punto de vista, el mío personal y el de todos los compañeros con los
que hemos estado intercambiando impresiones, este ha sido un excelente congreso
(Aplausos). Es uno de los congresos en
que se ha discutido con más amplitud, en que bajo ningún concepto se trató de
rehuir uno solo de los temas; al contrario, hubo una exhortación constante a
que se abordaran todos los temas por espinosos que fuesen, por complejos que
fuesen, precisamente para sacarle a esta reunión todo el provecho posible, y me
parece que lo hemos logrado. Lo percibo
no solo por las expresiones de los compañeros, sino también lo percibo por
ustedes.
Tengo
el hábito de observar el comportamiento individual, el comportamiento
colectivo, los rostros, los estados de ánimo, es algo que uno va aprendiendo a
lo largo de los años, y esta tarde, sobre todo, hubo un momento, después que
habló el compañero de Santiago de Cuba, después que los orientales pidieron
retratarse y después que acordamos cómo iba a ser el programita final —porque
siempre pueden surgir imprevistos, puede prolongarse un debate, pueden surgir
cuestiones nuevas, y uno no podía decir, bueno, cuándo hacemos un receso, o
cuándo se hace la comida, o cuándo se presenta al Comité Nacional y cuándo se
hacen por fin las conclusiones—, en que pude percibir el espíritu de lucha,
pude percibir el entusiasmo, pude percibir la disposición de ustedes, pude
percibir incluso la satisfacción de ustedes por la forma en que se desarrolló
el congreso y por los frutos que la Revolución va a sacar de este
congreso. Es lo que queremos decirle a
nuestro pueblo, fundamentalmente, esta idea trasmitírsela.
Esto ha sido posible, es necesario
expresarlo categóricamente, gracias a un trabajo extraordinario que se ha
realizado a lo largo de un año, bajo la dirección del Buró Nacional de la
UJC. Realmente aquí donde se han hecho
reconocimientos, hay que hacerle un reconocimiento muy sincero, muy sentido a
los compañeros del buró y a los numerosos cuadros que, bajo la dirección de
Otto, trabajaron desde la convocatoria hasta este mismo minuto (Aplausos).
Han
trabajado sin descanso y sin tregua; han recorrido quién sabe cuántos
kilómetros. Si los sumamos, entre los
que recorrieron unos y otros, se podría llegar a la Luna y tal vez más allá de
la Luna con los kilómetros recorridos a lo largo de toda la isla, con las visitas
realizadas a todas las provincias y a todos los municipios; con las miles de
reuniones que han sostenido a lo largo de este año, en condiciones difíciles,
en un trabajo difícil, con nuevas generaciones de jóvenes, muchos de los cuales
—como vimos aquí— tenían solo ocho años cuando comenzó el período especial;
nacidos todos después del triunfo de la Revolución, y una gran parte de ellos,
sobre todo los estudiantes de nivel medio, de los tecnológicos y
universitarios, incluso los universitarios con que ustedes han trabajado, eran
prácticamente adolescentes, estaban terminando la secundaria, o estaban,
incluso, empezando la secundaria muchos de ellos cuando comenzó el período
especial.
No he mencionado a los niños con los
que ustedes trabajan; no hemos mencionado a los pioneros de secundaria básica,
y que tan extraordinario ejemplo nos dieron cuando aquí hablaron dos de ellos
que ingresaron en las filas de la juventud comunista en noveno grado. Y de ahí surgió, incluso, la idea
demostrativa de que no podemos subestimar en lo más mínimo el talento de
nuestros jóvenes y de nuestros adolescentes de que ese proceso se iniciara al
final del octavo grado, para que ya en el noveno grado existiese un núcleo de
militantes de la juventud comunista. Ese
fue uno de los problemas que se debatieron aquí bastante, asociados al hecho de
que por unas razones o por otras no había comités de base en esos centros que
son tan importantes: las secundarias básicas.
La población creo que pudo ver por
televisión la intervención de la pionera recién ingresada, y de la otra
pionera, y créanme que yo he escuchado comentarios de que la impresión recibida
por los que pudieron verla fue realmente profunda.
Es para citar solo, de lo mucho que
hemos aprendido —fíjense bien—, de lo mucho que hemos aprendido en este
congreso, no solo ustedes, sino todos nosotros.
Y lo importante no es que solo los dirigentes de la Unión de Jóvenes
Comunistas sepan muchas cosas y tengan mucha información importante, sino que
todo eso también lo sepamos nosotros que tenemos posibilidades de cooperar con
ustedes en la tarea que están realizando.
Nos vamos de aquí, después de tres
días, con mucho más conocimiento y mucha más conciencia de este importantísimo
aspecto, esta importantísima tarea de la Revolución, esta decisiva tarea de la
Revolución que están realizando ustedes.
Eso fue posible, desde luego, porque se hizo una magnífica selección y
elección de los delegados, representativos —como decíamos hoy al mediodía a los
miembros del Comité Nacional— de decenas y decenas de miles con cualidades
reales o potenciales similares a las de ustedes, que han sido electos con esa
impresionante votación, casi unánime, por parte de todos los delegados del
congreso. La selección fue posible como
resultado de todo el proceso que mencionábamos anteriormente.
Ya cuando nosotros leímos el
informe, nos dimos cuenta y tuvimos una idea no solo del trabajo, sino de la
calidad del trabajo durante ese proceso que duró un año. Fueron valientes en la elaboración del
informe, no ocultaron una sola palabra.
Yo leí el informe la víspera de la
reunión, quería traer más frescas las ideas de su contenido, y, curiosamente,
como este venía discutiéndose y hasta se había publicado, ya era de
conocimiento de algunas agencias de cables, me enteré de algunas de las cosas
del informe; claro, como regla, no de aquellos éxitos, sino de aquellos puntos
en que ustedes reflejaban debilidades en el trabajo, deficiencias, índices
menores de militantes de la juventud que aceptaban o tenían interés en ingresar
en el Partido, índices menores de militantes en algunos sectores, en algunas
ramas. Es decir, todas aquellas cosas
que aparentemente pudieran dar idea de una pérdida de la fuerza de la UJC, muy
lejos de imaginarse posiblemente que lo que este informe refleja, pero, sobre
todo, lo que este congreso refleja es un creciente fortalecimiento de la UJC
para llegar a ser y a disponer de experiencia y organización de fuerza superior
a la que haya tenido nunca, de un prestigio y una influencia superior a la que
haya tenido nunca, y en sectores claves, verdaderamente estratégicos de la
sociedad de hoy y, aun mayor, de la sociedad futura, del país futuro; de una
organización como la que se requiere en estos tiempos, en estos tiempos
históricos.
Si para muchos es historia, porque
eran muy pequeños o no habían nacido, grandes y extraordinarios episodios
ocurridos desde el triunfo de la Revolución, yo no tengo la menor duda de que
esto es historia.
Ustedes les llaman historia a todos
aquellos acontecimientos, porque tienen que leerlos en los libros de la
historia pasada, y nosotros decimos que será histórico este congreso, porque
estamos leyendo la historia futura, o estamos leyendo en la historia futura lo
que estamos haciendo (Aplausos).
Los
felicito, realmente, por la valentía con que señalaron todos los índices
desfavorables, hicieron hincapié y plantearon las dificultades, que las
conozcan nuestros enemigos; incluso, sería bueno que se ilusionaran y creyeran
que la Revolución pierde fuerzas, y que la juventud gana fuerzas. Ganar fuerza es aprender, ganar fuerza es
batallar; poseer fuerza es acumular experiencias y más experiencias, poseer
fuerza es ser ya veteranos.
Al
decirles esto recordaba nuestros inicios en la Sierra Maestra, nuestros reveses
producto de nuestras inexperiencias; nuestro terrible revés inicial, y no era
el primero, ya habíamos tenido un serio revés unos pocos años antes. ¿Cuántos?
Tres años y tanto, porque entre el primer revés el 26 de julio de 1953,
y el segundo revés en 1956, el 2 de diciembre, habían pasado tres años y cuatro
meses, aproximadamente. Después del
primero no hubo ni el más mínimo desaliento.
Y
vean ustedes cuántas cosas ocurrieron en aquellos tres años y cuatro meses:
fuimos juzgados, fuimos encarcelados; tuvieron que liberarnos. Aquello no fue casual, fue resultado de la
lucha de nuestro pueblo y fue resultado de la lucha de aquellos que estábamos
allí presos y que en aquellas prisiones libramos una batalla ideológica, una verdadera
batalla ideológica y de denuncias que fueron levantando el espíritu, fueron
sembrando la verdad en la mente y en el corazón de nuestro pueblo, las ideas
revolucionarias en el corazón y en la mente de nuestro pueblo, a partir de un
diluvio fabuloso de calumnias que pudiéramos decir que era, incluso, superior
al diluvio de calumnias a que está sometida la Revolución a nivel mundial, sin
que logren por ello, ni mucho menos, engañar a decenas de millones, o a cientos
de millones, y tal vez, incluso, a miles de millones, porque los pueblos, los
seres humanos de ese inmenso Tercer Mundo, aun cuando puedan ser analfabetos,
tienen algo que se llama instinto político.
Hay
un instinto político —y nosotros lo conocemos bien—, porque sin ese instinto
político no habríamos logrado obtener el apoyo de millones de nuestros
compatriotas, cuando incluso había ignorancia política muy grande, no solo
ignorancia escolar, sino ignorancia política.
La revolución que triunfa es la revolución de un pueblo sin una cultura
política, pero con un gran instinto político.
No
convencimos nosotros —como hemos dicho en otras ocasiones— a los campesinos con
los que nos encontrábamos hablándoles de socialismo, o hablándoles de teorías
revolucionarias, sino con el trato, con el comportamiento hacia ellos, el
respeto, la forma en que adivinaron que éramos amigos de ellos, en que
compartíamos los sufrimientos de ellos, e incluso el odio de ellos a la
injusticia, a esa opresión que veían todos los días, a esos desalojos que
habían visto en muchos lugares y que sabían que más tarde o más temprano les
tocaría también a ellos, a aquella Guardia Rural, a aquellos soldados que con
arrogancia y prepotencia se paseaban por caminos y guardarrayas, en los llanos
y las montañas, al servicio de los poderosos, de los terratenientes, de los
explotadores. Lo veían por instinto; y
cuando vieron, aunque fuese a un puñado de hombres, raídas sus ropas, con sacos
en las espaldas en vez de mochilas de lona o correas, y con unos fusilitos y
pocas balas, veían por lo menos en aquellos a alguien que se estaba enfrentando
a todo aquello y a todo aquel poder, frente a lo cual, por su imaginación no
pasaba ni siquiera la idea de que fuera posible combatir.
Les
he citado este recuerdo, entre otras cosas, para señalar que hoy este grupo —y
pienso en el Partido, y pienso en la juventud comunista— no somos siete, como
fueron los primeros que nos reagrupamos después de ese segundo revés. No éramos 12 cuando ya habíamos recogido
algunas armas dispersas y elevado el número a 12. No éramos alrededor de 17; aunque por ahí en
los datos se habla de unos 20, eran 17 armas de guerra con las que contábamos
cuando la primera pequeña y gran victoria, porque fue la lucha contra una
pequeña guarnición de 10 soldados y marinos, pero fue la primera victoria
contra aquel invencible ejército y fuerzas armadas que contaban con 80 000
hombres, organizados, adiestrados y armados y, además, asesorados por Estados
Unidos.
Bien
sabíamos lo que vendría detrás de nosotros después de aquel primer golpe. Pero nosotros pensábamos, hacía mucho tiempo,
que no se obtenía una victoria contra aquellas fuerzas. No habíamos tardado ni cinco días y les
emboscamos un batallón de sus mejores tropas, de los paracaidistas del
ejército, y esa vez fue un pelotón completo que fue derrotado cinco días
después.
Vean
el ritmo que llevábamos, y lo hubiéramos llevado mucho más rápido. No es necesario decir nada más que tuvimos
dificultades y tuvimos traiciones que retrasaron aquel desarrollo, incluso
durante meses, y estuvimos a punto de ser exterminados. Pero bien, las
dificultades eran inmensas y éramos 7, 12, 17, 30, porque las armas que le
ocupamos en el primer combate sumadas a las que llevábamos elevaron a 30 las
que disponíamos.
La guerra en la Sierra, si
hubiéramos tenido al desembarcar la experiencia que adquirimos en un año o en
14 ó 15 meses, habría durado como máximo, máximo, máximo, con nuestros 82
hombres, que desgraciadamente desembarcaron en un pantano y no donde debíamos haber desembarcado, prácticamente
ya de día y prácticamente sin combustible. En la idea estaba tomar el cuartel,
de Niquero, para seguir hacia la montaña —es decir, la idea ambiciosa de
comenzar tomándole un cuartel; si fuera ahora, tal vez habríamos hecho
solamente un pequeño cambio de táctica nada más—, les puedo asegurar que
aquella guerra, con nuestros 82 hombres, nuestras 55 mirillas telescópicas,
aproximadamente, me parece que no exagero si digo que habría durado alrededor
de seis meses. Es lo que habríamos
necesitado, porque la reacción del pueblo era automática y cada victoria
multiplicaba su aliento, su decisión. En
el pueblo aquel de Cuba, que tenía más que una cultura política, instinto
político, ideas nobles, ansia de justicia y tradiciones históricas que no
habían podido ser todavía borradas por los 60 años de ocupación directa o
indirecta de las fuerzas del imperialismo y no necesitaban su ejército cuando
crearon aquí uno para que hiciera su tarea, no habían aplastado esas
tradiciones todavía, y todo eso ardió como pólvora.
Si el 26 de julio tomamos el Moncada
y ocupamos las armas que íbamos a trasladar inmediatamente hacia otros
edificios de la ciudad para armar al pueblo de Santiago de Cuba y las
estaciones de radio para comunicarnos con el resto del pueblo, estoy seguro de
que habría triunfado la Revolución; un poco prematuramente, y digo
prematuramente, porque triunfó seis años después —quizás el tiempo necesario
para que se estableciera un cierto equilibrio entre dos grandes polos de poder
en el mundo—, tal vez un triunfo el 26 de julio no habría encontrado las
condiciones internacionales para la supervivencia de la Revolución. Así que aquel tiempo, a mi juicio, cambió, en
cierta forma, o mejoró mucho la correlación de fuerzas que tenía entonces la
Unión Soviética.
En 1953, si se analiza incluso los
dirigentes que en ese momento estaban y otros factores que no voy a enumerar,
no habríamos tenido el apoyo que se hizo tan imprescindible cuando se quisieron
lanzar contra nosotros para destruirnos, apenas unas semanas después del
triunfo de la Revolución, cuando vieron que aquellos hombres no eran hombres
que podían ser comprados con unos cuantos millones de dólares, ni con miles de
millones de dólares.
Yo
creo que pronto lo aprendieron, pronto vieron que había un pueblo en
Revolución, pronto vieron que había un ejército nuevo con el cual no se podía
conspirar para dar golpe de Estado y un pueblo armado, ya eso era mucho, y
mucho menos tolerable.
Cometieron
el error de imaginarse que lo de Cuba era lo de Guatemala, en la época de
Arbenz, y que con una expedición mercenaria lo resolverían; pero no crean nunca
que en el pensamiento de ellos estaba que se produjera una sublevación. Lo de ellos era establecer una cabeza de
playa, sencillamente, que justificara una intervención de la OEA, y para eso
traían un gobierno provisional para aterrizar en la Ciénaga de Zapata, donde habíamos hecho tres carreteras
asfaltadas prácticamente en unos meses después del triunfo de la Revolución y
hasta una pista de aterrizaje, y allí
iban a aterrizar con el gobierno para que convocara a la OEA. Ese era el pensamiento íntimo, no está en los
analistas de ellos ni en los materiales que han revelado; pero nosotros sí
comprendimos inmediatamente cuáles eran los propósitos.
Del 26 de Julio de 1953 al Primero
de Enero de 1959 habían transcurrido cinco años, cinco meses y cinco días. En cinco años pasamos del gran revés del
ataque al Moncada a la victoria del Primero de Enero. La derrota total de aquel ejército, aquella
fuerza armada, fue derrota militar, fue derrota psicológica, fue derrota moral,
porque no en balde hubo de nuestra parte una política de guerra que se
caracterizó por el más absoluto respeto a los prisioneros, a los que poníamos
en libertad en 24 ó 48 horas, los que se convirtieron en los mejores
propagandistas de los revolucionarios en las filas de aquel ejército. Los trasladaban de región y meses después de
la última ofensiva ya estaban las tropas rebeldes allí o en otros lugares, y
hubo soldados que se rindieron tres veces; al principio luchaban prácticamente
hasta la muerte, creyendo las leyendas de que los íbamos a asesinar, a
matar.
No
hubo un solo prisionero golpeado o asesinado en nuestra guerra de liberación; y
fue lo mismo que hicimos en Girón: no hubo un solo prisionero golpeado o
asesinado en los combates contra aquella invasión mercenaria, y ya no eran las
ideas de un puñado de hombres o de unos cientos de hombres, sino de las decenas
de miles de milicianos, de los cientos de miles de milicianos, porque fueron
milicianos fundamentalmente los que combatieron allí, y ya ese principio,
férreamente establecido, de no golpear un prisionero, se cumplió, y se ha
mantenido hasta hoy intocable e incólume, porque nos educamos en el odio al
crimen, nos educamos en el odio a la tortura, nos educamos en el odio a los abusos
de poder y todo eso. Lo que no implica,
desde luego, que la Revolución no fuese capaz de sancionar ejemplarmente, o
todo lo ejemplarmente posible, a los criminales de guerra que no lograron
refugiarse en Estados Unidos con su botín y sus millones y millones de dólares.
Les he hecho esta historia nada más,
y por ello me he obligado a extenderme un poquito más de lo que pensaba, porque
la asocio a esta lucha que estamos librando ahora, y hasta incluso contra los
errores y debilidades en que hayamos incurrido.
Es la lucha de cientos de miles de militantes del Partido y de la
juventud, estrechamente vinculados a las organizaciones de masa, entre ellas el
CDR, que abarca el 90% de nuestra población.
Desde luego, de más estaría decir que comprendemos perfectamente que
señalar esa cifra no significa la idea de que el ciento por ciento de ese 90%
sea revolucionario; pero sí sabemos y hemos tenido muchas pruebas, cada vez que
llega un momento de prueba, de que la inmensa mayoría de ese 90% reacciona
revolucionariamente, y sabemos cómo reaccionan los obreros, cómo reaccionan los
campesinos, cómo reaccionan las mujeres y cómo reaccionan los estudiantes.
Una
de las cosas extraordinarias de nuestra Revolución es que desde que vino al
mundo —y pudiera decirse que las ideas de nuestra Revolución se engendraron en
aquella colina universitaria— hubo esa estrecha vinculación de hermanos
gemelos, y casi casi podría decirse de hermanos siameses, entre Revolución y
juventud, entre Revolución y estudiantes (Aplausos). Vayan a buscarla en algún otro país del mundo
en un grado tan alto como el que existió, existe y existirá siempre en este
proceso que tiene que llamarse Revolución (Aplausos). Sí, no es una manía, porque esta Revolución está
recién nacida, esta Revolución nace; si acaso, es adolescente esta Revolución,
porque las ideas que nosotros representamos, la justicia que nosotros
defendemos, la causa que nosotros defendemos es hoy la causa, y no puede haber
otra que la causa de miles de millones de personas en este planeta.
Cuba
tiene voz que se escucha, y esto no se dice a partir de teorías, sino de
hechos, y son tantos que no vale la pena enumerarlos; pero en Naciones Unidas,
en el Caribe —y hoy podemos decir que en todas partes—, en Africa, allá donde
está el Tercer Mundo, las votaciones suelen ser unánimes, ¡unánimes!, con Cuba,
y las ideas reaccionarias, de bloqueo contra el país, vean ustedes qué derrota
sufren, porque no tienen ya ni el apoyo de muchos de sus más estrechos aliados,
como ocurrió en Naciones Unidas, en que se alcanzaron 157 votos contra dos, y
si se excluye el de Estados Unidos, contra uno; quítennos un voto a nosotros,
el de Cuba, y serían 156 contra uno, el de Estados Unidos.
Por ello a esta Revolución sí hay
que llamarla Revolución, no está vieja, como creen algunos idiotas en el mundo
que no son capaces de darse cuenta de que es cuando más adolescente es esta
Revolución, que anda por la secundaria básica, cuando se analiza todo lo que
tenemos que aprender y todas las ideas que tenemos que desarrollar. Y digo ideas porque esta lucha de la que
estamos hablando va a ser fundamentalmente una lucha de ideas, no serán
guerras; los problemas del mundo no se resolverán con armas nucleares, es
imposible, ni se resolverán mediante guerras, e incluso digo más, no se
resolverán mediante revoluciones aisladas que, en este orden implantado con la
globalización neoliberal, pueden ser aplastadas sencillamente en cuestión de
días o, cuando más, de semanas.
Esta
Revolución no puede ser aplastada ni en días, ni en semanas, ni en meses, ni en
años, ni en decenas de años, ¡ni jamás! (Aplausos.) Y no lo estoy diciendo recién desaparecida la
URSS; lo estoy diciendo ahora, cuando hace unos cuantos años desapareció la
URSS y tuvo nuestro pueblo la presencia de ánimo, a 90 millas del más poderoso
imperio, que quedó como potencia unipolar, y tomó la decisión de luchar y de
resistir, y de resistir defendiendo la Revolución, la patria y las conquistas
del socialismo (Aplausos). Fíjense bien
que dijimos conquistas, y dijimos conquistas porque teníamos que salvar la
patria, la Revolución y las conquistas, porque venía un período de resistencia
en esos años de período especial: doblemente bloqueados en determinados
momentos, todos los mercados perdidos, recrudecido el bloqueo con dos brutales
leyes, la Torricelli y la Helms-Burton, durísima en lo económico una, pero
acompañada de la idea de envenenarnos, de corroernos, de influirnos,
aprovechándose de las condiciones tan difíciles que cualquiera comprendía que
podía soportar el país.
Pero
no hicieron esa Ley Torricelli de modo inmediato. No, cuando vieron que pasaron varias semanas
y la Revolución se mantenía, y pasaron varios meses y la Revolución se
mantenía, y pasó ya un año y la Revolución se mantenía, cuando se acercaban los
dos años y la Revolución doblemente bloqueada se mantenía, inventaron esa ley y
la aprobaron. Pero como vieron que la
Revolución resistía y se mantenía, inventaron la otra con la idea de extenderla
a todo el mundo, y ahora ven que, con todo eso, la Revolución se mantiene,
entonces empiezan, incluso, muchos allí, a cuestionarse si no resulta
disparatada esa política, y es creciente el número de personas y de personas
inteligentes, incluso de muchos periódicos, que dicen que todo eso ha sido
inútil. Incluso algunos de los que
protestan dicen: No, la mejor arma es
esta: influir, influir, influir, ganarle
mediante la ideología, las ilusiones de la sociedad de consumo, la mentira, los
medios masivos de divulgación. Esa es la
idea, hoy están pensando en eso más que en nada.
No
por ello, sin embargo, podemos descuidar la defensa ni un minuto, porque con
las desilusiones y un cambio de administración por un grupo fascistoide o una
extrema derecha se puede hacer de suficiente poder como para volver a las
viejas andanzas. Los peligros de agresiones militares no pueden descartarse
totalmente; pero hoy, hoy eso es lo importante:
la batalla es batalla de ideas.
La Revolución pudo resistir porque sembró
ideas. No creció la isla, y hace años
que no recibimos ni una bala de ninguna parte; hay con las que tenemos y con
las tácticas de la guerra de todo el pueblo, y con lo que hemos visto: casos de
muy pequeños países que no han podido ser vencidos —casos recientes, no hace
falta mencionar nombres— ni siquiera en lucha contra el inmenso poderío
militar. Es decir, no podemos
descartarlo, el hecho de que no lo descartemos no significa que no tengamos la
absoluta convicción de que esta Revolución no se puede aplastar de ninguna forma,
y resistió porque sembró ideas.
A
medida que transcurre el tiempo y aceleradamente se globaliza el mundo,
aceleradamente se establece un orden económico mundial insostenible e
insoportable, las ideas, que son la materia prima con la que se forman
conciencias, son la materia prima por excelencia de la ideología; pero prefiero
llamarlas materia prima de la conciencia para decir que no es con ideología
estricta, sino con una conciencia avanzada, es decir, con una convicción a la
que van a ir arribando inevitablemente cientos de millones y miles de millones
de personas en este planeta, y que será sin duda la mejor alternativa para que
esas ideas lleguen a triunfar en todo el mundo.
Es decir, hoy estamos armados con
ideas los muchachos de la “secundaria básica”, y ya tenemos un determinado
arsenal de ideas que es resultado del desarrollo de las ideas de las cuales
partimos, de la experiencia acumulada y de la aplicación de esas ideas a las
nuevas realidades del mundo.
No
son las armas, son las ideas las que van a decidir esta lucha, digamos que universal. Y no son las ideas por sus valores
intrínsecos, sino por lo que tan estrictamente se ajusta a las realidades
objetivas del mundo de hoy. Son ideas a
partir de la convicción de que matemáticamente el mundo no tiene otra salida,
de que el imperialismo no puede sostenerse, de que el sistema que han impuesto
al mundo no puede sostenerse y que lo conduce así mismo a un desastre, a una
crisis insalvable, y me atrevería a decir que más temprano que tarde.
Esto
que les estoy diciendo aquí públicamente es un elemento de juicio más, quizás
uno de los más importantes, para valorar lo que estamos haciendo, para valorar
las tareas de nuestra juventud, de nuestros estudiantes. Es a partir de esas premisas y de esas convicciones
que valoro lo que hemos analizado y lo que estamos haciendo en estos días; no
es lo único ni mucho menos, pero tiene el valor de lo esencial.
Esta
pelea que ustedes están librando no puede perderse. Sin las tareas que ustedes tienen que
cumplir, sin el trabajo que ustedes van a realizar —y lo van a realizar, no
tengo la menor duda, de forma absolutamente exitosa—, no se podría hablar de lo
que soñamos, no solo para nuestros compatriotas sino para todos los habitantes
de este planeta.
Al
principio estábamos haciendo nuestras luchas, unidos estrechamente a todas las
fuerzas revolucionarias y progresistas, hasta el momento en que nos quedamos
prácticamente solos. Es grande el mérito
de nuestro país y de nuestro pueblo al haber tenido la decisión, la convicción
y el valor de seguir esa lucha en esas condiciones, es muy grande, y por eso no
es tan difícil leer en la historia futura el valor y la importancia de lo que
estamos haciendo en este momento.
Hoy
lo digo aquí en este congreso, es el mejor lugar para decirlo, más aún que en
una reunión del Comité Central de nuestro Partido; más aún, incluso yo diría,
que en un congreso de nuestro Partido, no porque tenga menos jerarquía el
Partido o tenga menos importancia el Partido, sino porque son ustedes los que
tienen que continuar esta lucha, ustedes los que están aquí en este congreso
(Aplausos); ustedes que son la segunda de las tres generaciones que mencionan
ustedes en este informe. ¿A cuál llaman
a ustedes la tercera, desde qué edad?
¿Estos que están aquí delante...? (Otto le dice que hay una mezcla de la
tercera y la cuarta.) ¡Ah!, ustedes
están hablando de cuatro, no está mal, podemos hablar de cuatro generaciones.
¿Y nosotros a cuál pertenecemos? (Otto
le dice que esa es la primera de la Revolución.) No, pero, espérate, es que aquí yo veo a un
montón de gente que está casi empatada; yo no sé si Abel pertenece a la primera
(Otto le dice que Abel pertenece a la segunda).
Digamos, ya somos una mezcla de dos generaciones: esta que dirige el Partido, es decir, una
parte de esa generación está aquí, la que está, digamos, ya en la universidad
(Otto le dice que en la Universidad tenemos de la cuarta). No, haciendo un símil, ya nosotros estamos en
la universidad y ustedes están, digamos, en la secundaria (Risas); ustedes,
estoy hablando de los cuadros. Sí, ya a
los niños de secundaria hacia abajo y hasta de pre hacia abajo —porque ustedes son desde los 30, ¿eh?, no se
olviden—, si quieren les ponen la tercera o la cuarta, pero es tres más o
menos.
Entonces,
las legiones de la vanguardia de los jóvenes comunistas irán pasando al
Partido, e ingresarán jóvenes en la dirección del Partido y en relativamente
poco tiempo. Ya serán ustedes —y
depende, ¿no?—, creo que los más jóvenes de aquí, de los que estamos por acá,
puede ser que logren ver, aún en su condición de dirigentes, la debacle del
imperialismo; ya otros no podemos hacernos ilusiones, ni nos importa, ni nos
preocupa, porque ya lo estamos viendo con tanta claridad como si estuviera
ocurriendo en estos momentos. Quiero decir que nosotros también seremos
testigos, porque lo somos desde ahora, aunque no estemos aquí participando en
la dirección del Partido. No me refiero a mí, no; me refiero a esa generación
del Moncada, mezclada, y bastante mezclada, creo que estamos en minoría ya, o
hace rato estamos en minoría. ¿Cuál es
la proporción, Machadito, más o menos?
(Machado le dice que están en minoría.)
Estamos en franca minoría, pero nosotros nos acogemos a la consigna de
ellos.
¿Cómo
decían por ahí? (Otto le dice que
“eternos jóvenes rebeldes”.) ¡Ah!,
eternos jóvenes rebeldes. Qué buen nombre, ¿verdad? Espero que a nosotros nos apliquen también el
título, aunque no hayamos tenido el privilegio ese de poder legar imágenes tan
extraordinarias como las de ellos.
Póngannos ya viejos, incluso, a algunos de nosotros por allá en alguna
esquina, pero llámennos eternamente jóvenes (Aplausos); y, al igual que ellos
están combatiendo con ustedes, nosotros estaremos también combatiendo con
ustedes.
No,
no tienen ni que acordarse mucho de nosotros. Eso no importa, serían vanidades,
sueños ridículos de gloria, olvidarnos de aquello que dijo Martí sobre el grano
de maíz y la gloria. No, es una
satisfacción que tenemos ahora; es la convicción que tenemos, la confianza que
tenemos en ustedes.
Ya
decíamos que especial atención y meditación debemos tener para que esto sea
así, para que aquí nunca pasen cosas que ocurrieron en otros sitios; y tenemos
derecho a pensar que pasen cosas que no ocurrieron en otros sitios, porque
nunca, en ningún sitio, ningún pueblo hizo lo que el pueblo de Cuba está
haciendo hoy (Aplausos). Y lo que está haciendo hoy con ideas y sembrando ideas
y cultivando ideas y desarrollando ideas, será imposible que pueda terminar de
otra forma sino con la victoria de las ideas, con la confianza de que esta
Revolución no desaparecerá ni se derrumbará, porque está sedimentada
sólidamente sobre ideas que se profundizan y se desarrollan.
Las
ideas son invencibles, y Martí dijo dos cosas sobre las ideas: Trincheras de
ideas valen más que trincheras de piedras, una causa justa desde el fondo de
una cueva puede más que un ejército.
Estoy
recordando en este momento los días posteriores al 26 de julio, cuando nosotros
estábamos en el fondo de una cueva, y bien en el fondo de la cueva, y después
por allá por la Isla de Pinos. Teníamos
convicciones, teníamos confianza. Me
viene a la memoria constantemente esa idea y la quiero trasmitir. No tengan la menor duda de que con el mismo
espíritu, en este momento, estamos pensando en el futuro; con la misma seguridad
de entonces estamos luchando por el futuro, y si desde el fondo de una cueva se
tiene confianza, se tiene convicción y se lucha, y después de cada revés se
lucha, se está demostrando realmente aquella tan extraordinaria idea martiana,
porque Martí fue maestro de todos nosotros, fue el primer maestro.
Después
también tuvimos otros maestros, otros grandes maestros a los que tenemos mucho
que agradecerles; pero, de todas formas, Martí fue, es y seguirá siendo nuestro
primer maestro, porque a partir de sus ideas y de la conciencia que pudimos ir
adquiriendo a partir de sus ideas, fue que fuimos capaces de asimilar
rápidamente las ideas del marxismo y del leninismo.
Ahora
nos toca a todos seguir desarrollando esas ideas, porque más que nunca son los
factores decisivos; no me atrevería, desde luego, de ninguna manera a asegurar
que el mundo esté exento de los riesgos de catástrofes. Cuando hablé de que la conciencia iba a ser
el factor fundamental, que la crisis venía inevitablemente, estaba hablando de
la mejor variante, porque una crisis catastrófica va a significar mucho
sufrimiento para miles de millones de personas en el mundo, y ojalá las ideas y
la conciencia lleguen a adquirir tanta fuerza en la inmensa mayoría de los
pueblos de la Tierra, de modo que no se produzca una catástrofe, que
matemáticamente tendría lugar si ese orden injusto, indigno de la especie
humana se mantiene. No estoy hablando
del hombre de la edad de piedra, sino de este hombre que ha podido desarrollar
sus millones de inteligencias, sus colosales avances científicos, su cultura,
su conciencia, los medios de comunicación; tal orden sería incompatible con la
existencia de la especie humana.
Desde
luego, en la edad de piedra, ni los más geniales hombres de la edad de piedra
habrían podido soñar con nada parecido; incluso hace 100 años nadie habría
podido soñar con nada parecido. Voy a
decir más, hace 50 años nadie habría podido soñar con nada parecido. Voy a decir más, hace 10 ó 12 años nadie
habría podido soñar con nada parecido. Precisamente la desaparición del campo
socialista, el establecimiento de una única potencia hegemónica, que fue
precisamente la potencia imperialista, la implantación cruda y brutal de sus
principios, de sus leyes, de sus instituciones económicas, es lo que ha creado
esta situación que permite ver con absoluta claridad la rapidez con que el
mundo se encamina hacia una sociedad distinta y hacia un mundo distinto, que no
soportaría, ni puede soportar; ni el propio imperialismo sería capaz de
soportar la situación creada. La
conjunción de factores y hechos es lo que permite hablar así.
Hace 30 años era más incierto el
desenlace final, hace 30 años se temían guerras nucleares mundiales y el
peligro ese estuvo influyendo en la Tierra, determinando prácticamente el curso
y el desarrollo de los acontecimientos; pero en su victoria sobre el campo
socialista y la URSS, construyeron los cimientos de su derrota final como
sistema y como concepción económica y política. En ese momento aceleraron ese
proceso, se quedaron como los únicos dueños del mundo y lo implantaron.
Ya
habían implantado un gran dominio cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial,
pero existían dos potencias; ya dominaban económicamente todas las
instituciones financieras internacionales: Fondo Monetario, Banco Mundial, y
otras similares. Ahora, cuando se constituyeron en la única potencia
hegemónica, aceleraron y le impusieron al mundo este proceso de globalización
neoliberal, y no podía ser de otra forma porque, por definición y por
naturaleza, era absolutamente imposible que el imperialismo y las teorías en
que se apoya el imperialismo fuesen capaces de concerbirla de forma
diferente. Aplicaron lo único que podían
aplicar, crearon aceleradamente lo único que podían crear, y en estos procesos,
desde luego, digo que las ideas tienen mucha importancia, porque la falta de
ideas puede prolongar el resultado final de los acontecimientos; la presencia
de las ideas puede en cambio acelerar los procesos históricos.
Las ideas en este momento valen más
que en el siglo pasado, las ideas en este momento valen más que cuando Marx
escribió el Manifiesto del Partido Comunista
y El Capital, porque estaba
sembrando ideas para ir creando conciencia y formando un pensamiento que
condujera a los pueblos a las revoluciones, y a los cambios, apoyándose en las
leyes del desarrollo histórico; pero las ideas en este momento tienen la
importancia de un mundo que está ya cambiando, de un mundo global que fue el
que él soñó y a partir del cual desarrolló sus concepciones, puesto que no
concebía ni podía concebir el socialismo en un solo país o en una sola región.
El
veía a través del desarrollo de las fuerzas productivas la creación de las
condiciones y de las circunstancias que harían posible la sociedad con la que
soñó; pero esta sociedad de hoy, en tiempos de él era un sueño lejano. La de hoy es una realidad: un mundo
globalizado bajo la égida de una potencia unipolar, capitalista, imperialista y
en medio de un desarrollo aceleradísimo de la técnica, de la ciencia y de las
fuerzas productivas.
Nunca
estuvo más cerca la humanidad de poder crear bienes suficientes para todos los
seres humanos, y estoy seguro de que cuando se concibió aquella sociedad, por
la mente de Marx no debe haber pasado siquiera la idea de que cuando se dieran
aquellas condiciones de tal desarrollo de las fuerzas productivas, en vez de 1
500 millones de habitantes, este planeta tendría 6 000 millones, lo cual lo
hace todavía más extraordinario, puesto que se pueden resolver los problemas
esenciales y vitales de 6 000 millones
de habitantes con el desarrollo que ha alcanzado la ciencia, la técnica y con
ella las fuerzas productivas, y aun para más, porque hay otro problema: es que no son solo 6 000 millones, como hemos
dicho; pronto, pronto, en unas decenas de años, serán 10 000.
El
problema tendrá que resolverse antes de que eso llegue, porque para los 6 000
millones de ahora, en su inmensa mayoría pobres, el mundo de ahora ya hace
insostenible ese sistema. Es decir que
nunca se estuvo más cerca de esa posibilidad objetiva, por eso hemos dicho a
veces que los acontecimientos en este momento se están adelantando a la
conciencia de los pueblos.
Marcha este proceso hacia una crisis
mucho más rápidamente de lo que se está desarrollando la conciencia de los pueblos
acerca de estas realidades. Claro que
los mismos problemas ayudan a acelerar.
Es interesante hablar con una serie
de personalidades sobre estos problemas, entre ellas una que va a venir a la
reunión aquí, ¡qué convicción tienen acerca de los problemas! No digo que todos hayan profundizado mucho
sobre lo que va a ocurrir, pero sí han profundizado mucho sobre lo que está
ocurriendo.
Las ideas no solo son un instrumento
para crear conciencia para que los pueblos luchen, sino que las ideas se han
convertido en el principal instrumento de lucha en este momento; no en una
inspiración, no en una guía, no en una orientación, sino en el principal
instrumento de lucha, y son ustedes los que tienen, primero, que profundizar
todo cuanto se pueda.
Yo les decía hoy a los del comité
que debía haber un grupo de compañeros del comité que estén permanentemente,
los cinco días en que vamos a estar debatiendo mañana, tarde y noche —y lo que
hemos hecho en estos días demuestra que se puede, ¿verdad?— entre distintas corrientes
y distintas ideas políticas; los defensores de esa globalización neoliberal y
los que se oponen. Debate de ideas.
Allí van a estar nuestros
economistas que, por cierto, se sienten muy estimulados, porque han visto qué
batalla tienen delante. Hace 30 años no
tenían tan excelente campo de batalla. Ahora están más felices que nunca como
economistas, porque están en la batalla muy directamente, y están preparándose
para ese debate; vamos a escuchar, sobre todo, y van a participar algunos; pero
queremos que participen representantes de las distintas corrientes que se
debaten en el mundo, los más capaces posibles que podamos reunir, para sacar
todo el jugo que se le pueda sacar a ese debate de ideas.
¿Entonces estamos de acuerdo con
estas cosas? (Le dicen que sí.) He ido
añadiendo una y la otra, he mezclado.
Incluso, cuando recuerdo lo de atrás y hablo de este momento, no es para
recordarles a ustedes, sino para recordarles dentro y fuera de Cuba, a todos
los que les pueda interesar el tema, que no somos ni 12, ni 15, ni 17, sino
cientos de miles de combatientes portadores de las mismas ideas.
Cuando nosotros creíamos en las
posibilidades de la Revolución y en la victoria de la Revolución, en esos
momentos superdifíciles, ¿cuántos tenían, defendían o enarbolaban nuestras
ideas, y cuántos son hoy los que enarbolan las ideas revolucionarias mucho más
desarrolladas?
Dije que la experiencia era muy
importante. Los alentaba con ello a
aprender rápido, a meditar mucho, porque cuando ya se adquiere una experiencia,
entonces se puede hacer en mucho menos tiempo lo que hay que hacer a veces en
años.
Yo cité nuestro ejemplo, porque dije
que realmente nuestra guerra habría durado nunca más de seis meses; pero no
teníamos la experiencia. Hoy ustedes
pueden avanzar mucho más rápidamente que nosotros porque tienen no solo las
ideas, sino también la experiencia, y la experiencia de todos los demás.
Me acuerdo de un sentimiento que
tuve el día Primero de Enero cuando se ganó la guerra. Es que antes había tenido uno que se me
parecía un poco, al del final de la última ofensiva contra nosotros en la
Sierra Maestra. Si uno de los batallones
aquellos que teníamos cercados cae, el desastre ya habría sido de tal magnitud
que se podía haber acabado la guerra en el mes de agosto, al final de la
ofensiva.
Estuvimos
cerquita de lograr esos objetivos después de 70 días de combate. No se perdía un minuto, un segundo; incluso a
veces no anunciábamos un combate importante, sino 24 ó 48 horas después para
dar tiempo, movilizar las armas, armar a los hombres que estaban esperando las
armas y mover las tropas para caerles a otros batallones y cercarlos, no
dejarlos escapar, mientras ellos estaban todavía con cierta inseguridad de lo
que había pasado con su batallón, y ganábamos 24 horas, ganábamos 48 horas, y
ya estábamos cercando a otros. Es decir,
cuando se aprende todo es diferente...
En ese momento, en agosto, recuerdo que era de lo que estaba pensando,
cuando los combates finales de Santo Domingo. Una guerra se gana donde se
derrotan las tropas de operaciones adversarias. Las tropas elites de Batista
estaban allá en la Sierra Maestra y fueron derrotadas, de forma
aplastantemente. Comenzamos los combates
con menos de 300 armas, y, al final de la ofensiva, teníamos 900 hombres sobre
las armas. Con esas armas organizamos
las columnas del Che y Camilo que llegaron hasta Santa Clara; es decir, con las
armas que ocupamos en esa ofensiva, invadimos el resto de oriente y llegamos
hasta el centro del país.
Hay un momento en que a mí me
parecía que hacía falta un poco más de tiempo, un poco más de desarrollo de
nuestras fuerzas.
De Carlos Rafael recuerdo una frase
—yo mismo ni me acordaba—, pero él la recordaba siempre, es muy gráfica, pero
no la voy a decir textualmente, voy a emplear otra palabra —en esa época éramos
bastante malhablados, hasta llegamos aquí a Ciudad Libertad pronunciando
algunas de las palabras que nos habíamos habituado a pronunciar y siempre
protestando por algo, por un detalle— y le dije: “¿No se nos irán a rendir
estos sinvergüenzas?” Lo de
sinvergüenzas es la palabra que sustituye otra que no la quiero pronunciar
aquí, pero ustedes deben saber exactamente.
Eso se dice por ahí en la literatura.
Creo que es una palabra que se puede decir: el macho cabrío. Le recordaba a Carlos: “¿No se nos irán a
rendir estos machos cabríos?” Creo que
con las dos que he dicho, ya ustedes pueden deducir la tercera, ¿verdad? (Risas.)
Y yo no pronuncio una palabra aquí grosera, ni mucho menos, o que pueda
parecer grosera, por respeto a ustedes, al público y a todos.
Bueno, sí, transcurrieron alrededor
de cuatro meses desde ese momento. Ya
estábamos a las puertas de Santiago de Cuba; ya
habíamos combatido contra el ejército —a la fuerza más poderosa que
tenían, con tanques y todo— en las proximidades de Bayamo. Llegamos a las
proximidades de Santiago de Cuba, montones de unidades cercadas, cuando llega
el jefe de las tropas de operaciones del ejército a decirnos que habían perdido
la guerra. Eso ya fue entre el 25 y el
30 de diciembre, que estábamos discutiendo cómo la íbamos a terminar.
Se
haría larga esta historia, no hay que repetirla, aunque estamos casi en este
momento. Fue por estos días, hace 40
años, que llegó el comandante en jefe de las tropas de operaciones enemigas,
que tenía bastante autoridad, no era un esbirro, tenía bastante moral entre las
tropas. Pide una entrevista, llega en un
helicóptero y se reúne conmigo, plantea, estamos discutiendo ya la rendición;
pero le dije: Vamos a seguir las operaciones en que estamos enfrascados; el
batallón de Maffo estaba cercado sin escape posible; en ese momento habría que
precisar si habíamos tomado Palma, donde se les ocuparon en esa sola acción 350
armas; él me había dicho: “Hemos perdido la guerra.”
Ellos
no solo la habían perdido militarmente; la habían perdido psicológicamente, la
habían perdido moralmente. Los combates
que se libraron, como uno que se recordó recientemente, el de Guisa, fue contra
el grueso de las tropas elites del ejército de Batista, que estaban en Bayamo y
tenían tanques Sherman y todo eso; podían llegar a Guisa en cuestión de
minutos, y la batalla fue allí: teníamos una compañía cercada, pero la lucha
nuestra fue contra los refuerzos que era nuestro principal objetivo y luego se
sucedieron combates importantes; él reconoce que perdió la guerra. Y con todo y
eso: “Sí, pero vamos a ver cuándo y cómo la terminamos”.
Cuando,
incumpliendo la palabra, dieron el golpe de Estado en la capital y obligaron al
contragolpe nuestro que los puso fuera de combate en 48 horas, porque ya fue no
solo militar, sino político, todas las tropas recibieron la orden de seguir
avanzando, que no se produjera alto al fuego bajo ningún concepto, que había
que destruir ese golpe, y se llamó a una huelga general revolucionaria, no hubo
que disparar un tiro más, realmente. A
las 72 horas estaban ocupados todos los cuarteles, todas las posiciones y todas
las armas: a lo largo y ancho del país había desaparecido el ejército enemigo.
Pero esa mañana del 1º de Enero,
cuando llega esa noticia y se da cuenta uno de que se ha acabado la guerra, y
que empezaba otra tarea muy difícil, les confieso que de repente sentí algo por
dentro, una cosa extraña: Caramba, si lo
que nosotros hemos aprendido a hacer es esto, es de lo que más sabemos, y ahora
tenemos que empezar a hacer otra cosa que es de la que menos sabemos, tenemos
que aprender a hacer lo que tenemos que hacer en lo adelante: la Revolución.
Ahora no podríamos pensar así, ahora no se trata de un grupo de dirigentes, ni
mucho menos, se trata de una legión enorme de personas, de cuadros que tenían
por delante esa tarea.
Todos nosotros hoy sabemos bastante
lo que hay que hacer, debemos añadir solo que tenemos que aprender cada día
mejor lo que hay que hacer, y esto somos nosotros hoy: veteranos, aun siendo
jóvenes. Ahí está ese compañero, que
nos narró algo de Cuito Cuanavale, a esa
edad, con esa experiencia, 11 condecoraciones, una carrera militar.
Nosotros en la Sierra Maestra no
teníamos ni uno solo como ese, digamos, con los conocimientos y la experiencia
que tiene él; ni uno solo como aquella compañera que habló de la brigada, nada;
ni un solo oficial de academia, y ahora nos encontramos con 600 000
—quítale 100 000 si quieres—, con medio millón de graduados universitarios,
entre ellos 64 000 médicos y ni se sabe cuántos profesores y maestros con
títulos universitarios. Vean, lo que
tenemos, un desarrollo cultural impresionante.
Vale
la pena mencionarlo, porque otro gran acontecimiento que ocurrió en días
recientes, algo realmente extraordinario, fue el congreso de escritores y
artistas cubanos, de la UNEAC, ¡realmente extraordinario!, porque la batalla en
ese campo es dura, es difícil, y los intentos, la invasión imperialista es
universal en ese campo. Allí pudimos
percibir cómo esa invasión cultural que viene del imperio es lo que más ofendía
y lo que ofendía de manera prácticamente unánime a nuestros escritores,
artistas e intelectuales. Es de otro
carácter, pero una importante batalla.
También
tuvimos un excelente congreso de los CDR; pero yo he tratado de enmarcar la
importancia de este y el porqué, es esa la idea. Es por eso que he ido poniendo ejemplos y he
vuelto hacia atrás y hacia adelante, lo he hecho deliberadamente y tratando de
recordar si algo más tuviera que decir; pero les he dicho todo, lo tienen todo,
lo tenemos todo. ¿Qué nos puede
desalentar? ¿Qué nos puede
desanimar? ¿Quién puede detener la
marcha victoriosa de este proceso y de estas ideas? Tendremos bajas en el camino, y las vamos
teniendo, claro, bajas ideológicas, bajas políticas; perdemos algunas y ganamos
otras, y podemos enraizar más las ideas en esas nuevas generaciones, en esos
jóvenes que ahí están representados por la niña que ya mencioné; le digo niña,
pero es la adolescente que ya mencioné, la mujer que ya mencioné, porque es un
cuadro.
Tenemos
bajas en nuestro frente interno y ganamos muchas altas en el frente
externo. No se olviden de que ya esta no
es nuestra batallita, que se convirtió en colosal batalla a partir de aquel
momento en que nos quedamos solos, sin vacilar un solo instante en seguir
adelante. Puede haber habido muchos
escépticos, pero después el número de los escépticos fue disminuyendo, se
fueron polarizando más los incorregibles y los que tenían más potencial.
Aquí hablábamos del índice de tantos
que quieren entrar al Partido y tantos no.
Yo creo que es importante como índice de trabajo de ustedes, y aunque es
deber tratar de que todos sean vanguardias, pasará tiempo antes de que todos
seamos vanguardias.
Ser
vanguardia todos los días, que es lo que requiere un verdadero militante
comunista, es posible y hasta relativamente fácil para muchos, y debemos tratar
de que el número crezca; pero que todos sean vanguardias todos los días no lo
considero posible por ahora, hay muchas influencias de ese mundo occidental y
de esa sociedad de consumo y muchas cosas enajenantes, y son realidades que
están ahí. Ahora, ser vanguardias todos
un día sí lo he visto, y lo vi cuando la Crisis de Octubre; se puede decir,
todos, hay algunas excepciones, pero se puede decir que era un pueblo
entero. Es decir que nuestro pueblo es
capaz de ser vanguardia en determinado momento y en determinadas
circunstancias, todo. Digamos, todos,
qué sé yo, el 90%, más del 90%; pero ser vanguardias todavía no es posible,
pensando en todos.
De
modo que ese índice que puede ser bueno ahora, puede ser una elevación al
absurdo si la meta es convertir a todos absolutamente en vanguardias. No olvidarse de que el Partido es un partido
de vanguardia, no olvidarse de eso. A mí
no me preocuparía, te lo digo sinceramente, que me dijeran: Mira, ha disminuido
el número de militantes del Partido. No,
no ha disminuido, sino por el contrario, aun en período especial ha seguido
creciendo; pero pudiera ser posible. Ahora,
de lo que no tendría duda es de que los que fueran quedando serían más
sólidamente revolucionarios. Una
reducción, en determinadas circunstancias, puede significar un cambio de
cantidad por calidad. Y no, yo deseo que
sigamos creciendo, pero siempre con calidad.
Estoy seguro de que un buen trabajo conduciría a eso, como está
trabajando ahora nuestro Partido. Los
índices hay que analizarlos así como yo los miro siempre. No dejen de luchar por eso.
Es más bien un buen resultado si, de
los que llegan a la universidad, uno de cada dos lo son. Pero no hay que desesperarse, en algunos hay
más, en otros menos. Hay que trabajar
como ustedes lo han planteado aquí en este congreso. Pero esos índices tienen un valor
relativo. Pienso que debemos aumentar ahora,
a partir de este congreso; porque la reducción del número no se reduce solo
porque ha disminuido la masa total de jóvenes entre esas edades, se ha reducido
también como consecuencia de deficiencias, de errores, debilidades en nuestro
propio trabajo, como ha pasado en muchos sectores, con muchas cosas. Al mejorar la calidad del trabajo de ustedes,
aumentará el número de militantes; más bien aumentará, en la medida que se
apliquen todos los principios, pero sin dejar de ser exigentes. Que aumente y que aumente sobre la base de
una mayor conciencia, de un mejor trabajo.
Además,
por la mente me pasó una idea en la reunión del Comité Nacional —primer fruto
de ese cambio de estructura—, porque vi algo muy importante y es la presencia
de 120 compañeros en este Comité Nacional (Aplausos), entonces hablé de una
etapa ulterior a este congreso, en que tenemos que llevar a cabo, con relativa
frecuencia, un encuentro entre nosotros y ese comité. Tal vez no se me habría
ocurrido esa idea, si es un encuentro con 20 ó 30 compañeros —la estructura
anterior que ustedes tenían—; pero de
repente me pasó por la imaginación la idea de que este congreso no podía
terminar hoy y que este congreso no termina hoy (Aplausos).
Por
lo pronto, realmente, tú me has invitado a clausurar, y yo he venido a
pronunciar no las conclusiones del congreso, sino la inconclusión del congreso
(Aplausos), porque este congreso tiene que seguir, y, por lo menos yo propuse,
y me propongo, y anhelo la posibilidad de que este congreso continúe por lo
menos un año, de la cantidad de cosas que vimos aquí, de aquellas que por
cuestión de espacio no fue posible analizarlas, de aquellas nuevas que van a ir
surgiendo sobre la marcha. La
apreciación y el análisis de la marcha
de todo lo que hemos acordado aquí, requiere de que, por lo menos —porque es
que hay que seguir desarrollando ideas, y creo que en un año podemos
desarrollar bastantes ideas, siempre habrá que seguir— en este primer año,
después de este congreso, hay que seguir analizando, profundizando y
desarrollando ideas, y rápido.
Como
yo les explicaba, muchas de las preguntas que hacía estaban asociadas con ideas
que estaban en la mente, pero ahora todos vamos a estar pensando, pero todos,
no ustedes solos, nosotros también; y, por lo menos, que se prolongue este
congreso un año. Esto hay que seguirlo
de cerca, esta tarea tiene que ser algo así como un gardeo, no por zonas, sino
un gardeo a presión, como llaman en el básquet;
una lucha cuerpo a cuerpo con los problemas, una fila cerrada como la de
un ejército, y mucho análisis, mucha discusión y mucha transparencia: ¡Frente a
la doble moral, la doble conciencia, la triple conciencia!
En
algunas ocasiones he dicho que la virtud se desarrolla en la lucha contra el
vicio. Necesitamos esos vicios adversarios,
necesitamos todas esas cosas para desarrollar más nuestras conciencias y
nuestras virtudes, y esa tiene que ser una lucha nuestra. Ahora todo nuestro
trabajo se tiene que encaminar a eso, no solo en el Partido, en las
organizaciones de masa; todo nuestro
trabajo se encamina en la administración central, en los órganos nacionales,
cada vez a un perfeccionamiento mayor, y en las provincias, en los poderes
populares, cada vez a un perfeccionamiento mayor, y se lucha por una eficiencia
mayor. También hemos ido adquiriendo experiencia y muchos compañeros han ido
adquiriendo una gran experiencia.
¿Qué
le ha dado al país esta experiencia de ahora, esta capacidad de obrar
milagros? Lo difícil que fue la lucha
que tuvimos que afrontar, lo terriblemente dura y difícil; ha ayudado al
desarrollo la experiencia de las cualidades y de las ideas que hoy se están
aplicando.
Cuando
teníamos todos aquellos recursos, que eran casi infinitos se puede decir,
hicimos muchas cosas; no, esos no se botaron, se llenó de escuelas el país y se
llenó de todas las cosas que se llenó, de presas, de carreteras, de caminos, y
de artistas, escritores e intelectuales, y de científicos por decenas de miles,
y de maestros por cientos de miles, y de graduados y titulados y médicos por
decenas de miles, y miles de economistas, y sin manuales, porque no somos ni
podemos ser dogmáticos; sin dogma de ninguna clase, con una mentalidad
verdaderamente dialéctica y flexible, lo cual no admite, ni en lo más mínimo,
el oportunismo o el pragmatismo.
Nosotros
somos flexibles y somos dialécticos a partir del más rígido apego a los
principios y a los objetivos de nuestro proceso revolucionario, y a las nuevas
metas que no le pedimos a nadie, que no ambicionábamos, que no pretendíamos,
sino a las nuevas metas que la vida y la historia de lo ocurrido en estas
décadas hizo recaer sobre nuestro país y sobre nuestros revolucionarios; y si
así ha sido no nos queda otra alternativa que luchar ya con todo el entusiasmo,
todo el aliento, toda la magnitud, toda la nobleza y todo el bienestar que
puedan significar para tantas personas en el mundo, este mundo que es
insostenible y que marcha irremisiblemente hacia una crisis.
En cualquier otro momento de la
historia, en que podía pasar que una crisis y una revolución se adelantara o se
atrasara —por ejemplo la Revolución Francesa, o la primera revolución
socialista—, podían atrasarse o adelantarse 50 años ó 100 años y no pasaba
nada; seguían muchos millones de personas sufriendo el régimen, unos como
esclavos y otros como amos; recordemos que la esclavitud se prolongó cuatro
siglos; en otra época de la historia, más tarde o más temprano ocurrirían los
acontecimientos.
Pero hay un factor que convierte al
tiempo en un elemento de suma importancia, y es que si es cierto que se han
creado todas las condiciones para un mundo que pueda ser alimentado, ser
suministrado y ser capaz de producir lo que necesita, no con el concepto, desde
luego, de sociedad consumista, porque eso es una inconcebible locura, —y he
conversado esto con algunas personas muy capaces—, hay que elaborar conceptos
acerca de los patrones de consumo y de las necesidades universales que hay que
satisfacer y que podrían ser mucho menos en lo material, mucho menos que ese
derroche inconcebible de decenas y de cientos de millones de automóviles que ya
no caben en las calles, que ya producen paros que duran hasta horas; ya en
muchas ciudades se tardan dos horas o tres en llegar de un lugar a otro.
Claro,
yo no concibo, lo he dicho más de una vez, 1 500 millones de chinos y cada
familia con un automóvil en la puerta de su casa, un garaje, los parqueos, todo
eso. Graficando esa situación he dicho que los millones de hectáreas con que se
alimentan hoy, y bien alimentados, 1 250 millones de chinos, que están produciendo
ya casi 500 millones de toneladas de alimentos por año, se convertirían en
parqueos de automóviles, carreteras, autopistas y cosas por el estilo, para no
hablar ya de contaminaciones ni hablar de todos esos fenómenos que están
ocurriendo. No es concebible eso.
Como revolucionarios tenemos que
concebir y elaborar ideas de cuáles son las necesidades del hombre que debemos
aspirar a satisfacer: si el hombre tiene alimentos, si el hombre tiene
educación, si el hombre tiene salud, si tiene medicamentos, los necesarios, los
mínimos indispensables, porque debe ser preventiva más que nada la medicina del
futuro; si el hombre tiene ropa, si el hombre tiene recreación, si el hombre
tiene todo el tiempo necesario para estudiar y profundizar en sus conocimientos,
puede haber un placer mayor que aprender. ¿Puede haber un placer mayor que
leer?, para citar solo un ejemplo.
Hay
que concebir otro mundo, porque el de hoy es insostenible.
El
gran peligro en el tiempo es que este orden, esta sociedad liquide la naturaleza.
Esa es otra cuestión que se puede demostrar matemáticamente, no a base de
lógica, sino matemáticamente: liquida la naturaleza la globalización
neoliberal.
Entonces,
hay un peligro que es el más terrible de todos: sencillamente que este orden
económico mundial tarde tanto en desaparecer que desaparezcan primero las
condiciones naturales de vida para la especie humana; y no estoy exagerando ni
un átomo, eso es algo que científica y matemáticamente se puede probar. Quizás sea en ese sentido en que pueda urgir
acelerar la marcha, cuando todavía es tiempo, apretadamente, de que la
naturaleza pueda ser salvada.
Ni
una palabra más. He concluido el
discurso del congreso inconcluso de la Unión de Jóvenes Comunistas (Aplausos).
Les
voy a dar las gracias y les voy a decir: ¡Socialismo o Muerte! ¡Patria o Muerte! (Exclamaciones de: “¡Venceremos!”) No, antes de eso:
Sin
un mundo socialista, la especie humana no podría sobrevivir, y tenemos la más
firme esperanza de que sobreviva, y nos satisface, nos alienta pensar que
nuestro pequeño granito de arena está contribuyendo a que sobreviva, y es por
eso que podemos decir: “¡Venceremos!”
(Ovación.)