Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la
República de Cuba, al recibir la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en
el grado Gran Cruz Placa de Oro e
imponer al Presidente de la República Dominicana, Dr. Leonel Fernández, la
Orden José Martí. Santo Domingo, 22 de
agosto de 1998.
(Versiones
Taquigráficas-Consejo de Estado)
Excelentísimo Señor Presidente de la República Dominicana;
Distinguidas autoridades presentes;
Señores miembros del Cuerpo Diplomático;
Hermanas y hermanos dominicanos:
Hace ya más de cien años, José Martí habló de “las
tres Antillas que han de salvarse juntas, o juntas han de perecer, las tres
vigías de la América hospitalaria y
durable, las tres hermanas que de siglos atrás se vienen cambiando los hijos y
enviándose los libertadores, las tres islas abrazadas de Cuba, Puerto Rico y
Santo Domingo”.
En testimonio de esa historia compartida, de esas
raíces comunes, de esos idénticos destinos a los que se refería Martí, acepto
con orgullo y gratitud, en nombre del pueblo cubano, esta honrosa condecoración
que el gobierno de la República Dominicana, y usted, distinguido amigo y
Presidente, han querido otorgarme en la noche de hoy. La recibo como prenda de la honda amistad que
estrecha a nuestros dos pueblos, y como reafirmación de los lazos
indestructibles de hermandad que nos han unido y nos seguirán uniendo a lo
largo de la historia, pese a todos los avatares e intereses de los que siempre
han querido desunirnos.
Hay un nombre que sintetiza esa hermandad: Máximo Gómez. Hijo humilde de este pueblo, supo convertirse
en hijo insigne y entrañable del pueblo cubano por derecho ganado en su lucha
por la independencia de Cuba, a la que aportó su brazo y su machete, su genio
militar y su coraje, un notable talento político y un profundo pensamiento
revolucionario. Su diario de campaña,
sus arengas y sus conmovedores relatos desafortunadamente escasos, dada su
azarosa vida de combatiente infatigable por la libertad, sugieren que de aquel
humilde campesino pudo surgir también un genio de las letras.
Son conocidas las circunstancias en que culminó, hace
ahora exactamente un siglo, aquella lucha heroica de más de treinta años,
cuando la intervención de un vecino poderoso frustró el ideal de independencia
al que consagró Gómez su vida. Entonces
el guerrero invencible sintió el cariño y el reconocimiento de todo un pueblo
que agradecía infinitamente su noble, abnegado e inolvidable aporte a nuestra
libertad; pero en aquellas circunstancias en que nuestro país no era todavía
verdaderamente independiente al pasar a ser una neocolonia de Estados Unidos
que le impuso a nuestra ley constitucional hasta el derecho a intervenir
militarmente en sus asuntos internos, no pudo concederle los honores de una
Revolución triunfante y una nación libre a lo que era tan merecedor. Hoy Cuba quiere de alguna manera, aunque solo
sea simbólicamente, reparar esa injusticia.
Por eso, estimado Presidente, por lo que significó
Máximo Gómez en la historia de luchas del pueblo cubano; por lo que aportaron tantos hijos e hijas de
esta tierra quisqueyana que dieron a Cuba su esfuerzo, su sacrificio y no pocas
veces su sangre; por la sangre cubana
derramada también en defensa de la libertad dominicana, cuando sufría todavía
varias décadas después la sombría herencia de opresión y tiranía que dejó sobre
esta tierra la humillante e injustificable intervención de Estados Unidos entre
1916 y 1924; por el amor que sintió José
Martí hacia esta tierra hermosa que fue también su patria, y hacia sus hijos
admirables, que igual que los cubanos y todos los hijos de Nuestra América
fueron para él como hijos suyos, el Consejo de Estado de la República de Cuba
me ha encomendado poner sobre su pecho la Orden «José Martí», por haber sido el
Jefe de Estado que, en tiempos difíciles y de grandes presiones exteriores,
restableció las relaciones diplomáticas entre nuestros dos países, que tan
dolorosamente y durante tan largos años fueron interrumpidas; y rogar a la vez
que se nos permita expresar y se nos permita soñar que en este mismo acto, en
este mismo instante, desde lo más íntimo de nuestros corazones, nuestro pueblo
agradecido concede y coloca sobre el pecho inmortal de Máximo Gómez y sobre el
pecho heroico del pueblo de Duarte, de Sánchez, de Mella, de Luperón y de
Caamaño, esta insignia máxima que puede otorgar el Estado cubano. De pueblo a pueblo; de hermano a hermano;
pequeños como David, capaces de luchar y de vencer contra gigantes.
Muchas gracias.