DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO DE LA REPUBLICA DE CUBA, FIDEL CASTRO RUZ, EN LA CENA OFICIAL OFRECIDA A LOS JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO CON MOTIVO DE LA IX CUMBRE IBEROAMERICANA, EN EL PALACIO DE LA REVOLUCION, EL 15 DE NOVIEMBRE DE 1999.
(Versiones Taquigráficas - Consejo de Estado)
Majestad;
Excelencias;
Ilustres invitados:
Adivino sus preocupaciones. No hay razón para inquietarse. Seré muy breve.
Hay veces que con muchas palabras no se dice nada y otras que con muy pocas se puede decir algo.
No hemos entrado ni vamos a entrar hoy en temas de la Cumbre. No es posible ocultar la emoción de verlos a todos reunidos en este salón. Constituye realmente un privilegio. Baste recordar que mañana se cumplen 480 años de fundada la Ciudad de La Habana.
Más aún, hace cinco siglos nos visitó el Gran Almirante que, en nombre de la monarquía española, tomó posesión de esta isla. No nos pidió permiso, desde luego, pero legó para los que seríamos después celosos defensores de esta nación una frase amable e imperecedera: "Es la tierra más hermosa que ojos humanos vieran". Tal vez entonces la tierra fuera mucho más hermosa que hoy, repleta de bellezas naturales, variadísima flora y bosques vírgenes de maderas preciosas con que más tarde se construyó El Escorial.
No hablaría hoy de la tierra más hermosa; hablaría del pueblo más heroico y digno que ojos humanos han visto en este siglo.
El más grande gigante que también ojos humanos presenciaron a lo largo de la historia no ha podido vencerlo ni mediante guerras sucias, invasiones mercenarias, amenazas de guerra nuclear, bloqueos y medios masivos para divulgar mentiras y calumnias, que son hoy sus más poderosas y sofisticadas armas.
No es un gobierno de corruptos, ni de cobardes y lacayos, ni un pueblo analfabeto, desunido e inculto quienes hoy los reciben. Si aquí estamos esta noche reunidos con ustedes es porque, bajo la inspiradora evocación de Martí, que junto a Bolívar fue el más grande integracionista de los pueblos a los que llamó Nuestra América, hemos luchado y hemos vencido.
Hemos demostrado que los iberoamericanos no somos inferiores a nadie ni en talento ni en valor.
Si hoy compartimos con ustedes las caricias de una bandera que ostenta honrosa, sobre un triángulo evocador y orgullosamente rojo, una estrella que quiso y ha sabido mantenerse sola hasta el día en que se una definitivamente a los símbolos de quienes compartimos la misma cultura, la misma historia, la misma sangre y la misma lengua, es porque quisimos ser lo que somos y queremos ser lo que seremos.
Gracias a usted, Majestad, por haber privilegiado a esta generación de cubanos con su presencia amistosa y solidaria, cuando por primera vez en más de quinientos años, aunque sea con motivo de una cumbre, un Rey de España pisa esta tierra a la que sus antepasados quisieron calificar como la más hermosa que ojos humanos hayan visto.
Por tantos simbolismos, por tantos vínculos y recuerdos históricos; por usted, Majestad; por ustedes, los representantes de los pueblos hermanos de Iberoamérica, por nuestro actual espíritu de cooperación y unión, por el éxito de nuestra Cumbre, levanto mi copa y brindo.
Muchas gracias.