Estimados televidentes;
Distinguidos invitados:
El 9 de agosto, al finalizar los Juegos Panamericanos de Winnipeg, el gobierno de Cuba a través del INDER se comprometió a realizar una investigación profunda sobre la imputación de dopaje a dos atletas del Equipo Nacional de Pesas que habían sido sancionados y despojados de las medallas de oro obtenidas, a fin de esclarecer si se trataba de una canallada más contra nuestro país o efectivamente existía la presencia de una sustancia anabólica en el organismo de los mencionados deportistas, la causa de esa presencia y la responsabilidad que podía corresponder al entrenador, al médico o a los propios atletas. Que tal como había sido siempre nuestra invariable línea de conducta, los resultados de una investigación que estábamos ya realizando sobre los atletas de pesas a los que se les retiró la medalla, serían informados oportunamente a la opinión pública nacional e internacional.
Esa investigación, después de intensos esfuerzos, ha concluido y procederemos de inmediato a cumplir la promesa que hicimos.
Como las imputaciones y sanciones a nuestros atletas estaban estrechamente relacionadas y sirvieron de base a una colosal campaña contra ellos y contra el deporte revolucionario, hablaré con toda claridad y franqueza no solo de los integrantes de nuestro equipo de pesas, sino también de Javier Sotomayor, recordista mundial, campeón olímpico y varias veces campeón mundial, figura insigne de nuestro deporte, y lo ocurrido con estos atletas en las competencias panamericanas de Winnipeg.
Todo comenzó de la siguiente forma:
El 2 de agosto de 1999, diez días después de iniciados los Juegos Panamericanos, a las 5:25 de la tarde, desde mi oficina me informan que Christian Jiménez, vicepresidente del INDER, comunicaba lo que a continuación se expresa textualmente:
"Llamó Humberto (Presidente del INDER y jefe de la delegación cubana en Winnipeg), para que trasladara con urgencia un mensaje para el Comandante.
"Todo parece indicar que como parte de la maniobra quieren vincular a Javier Sotomayor con un problema de dopaje. Todavía no se ha hecho público.
"Por tal motivo, mañana salen para Montreal, donde está el laboratorio que se encarga de estos análisis, el Director del Instituto de Medicina Deportiva (Mario Granda), el doctor Álvarez Cambras y el doctor Quintero (médico de atletismo).
"Dice Humberto que la propuesta que él tiene es que si logramos demostrar que es una maniobra más, mañana haríamos pública esta información como una condena.
"En opinión de Humberto, esta es la más grande y desesperada maniobra de todas cuantas nos han hecho.
"De todas formas, él considera que hay que esperar el contacto de mañana para conocer los resultados y en consecuencia hacerlos públicos."
Según todas las normas, una información de esta índole no se anuncia oficialmente hasta después de ser analizadas, en el laboratorio destinado a esos fines, las muestras de orina contenidas en dos frascos, A y B, con el código del atleta. En el caso de Sotomayor, casi de inmediato la noticia, evidentemente filtrada desde el propio laboratorio, corrió como pólvora por todas partes apenas analizada la primera muestra.
El 3 de agosto un despacho cablegráfico de la agencia AFP informaba desde Winnipeg:
"El presidente de la ODEPA, Mario Vázquez Raña, se negó a confirmar el martes si el plusmarquista cubano Javier Sotomayor dio positivo en un primer control antidopaje, pero reconoció la existencia de un caso pendiente y pidió 'paciencia' a 'nuestros amigos los cubanos'.
"La bomba estalló en la misma rueda de prensa en que Vázquez Raña anunció el retiro de la medalla de oro a la atleta dominicana Juana Arrendel, campeona panamericana de salto de altura femenino.
"Interrogado directamente si 'Javier Sotomayor había dado positivo' en el primer test, el presidente de la organización Deportiva Panamericana Vázquez Raña respondió: 'hay un atleta en estudio. Le salió positivo a un atleta. No puedo decir nombres, pero usted lo dijo'".
A partir de ese instante se desató el pandemónium a través de todos los medios de prensa escrita, radial y televisiva. El Departamento de Versiones Taquigráficas del Consejo de Estado recogió un volumen de 277 páginas de noticias, despachos cablegráficos, artículos y comentarios relacionados con la presencia de altas dosis de cocaína, según el laboratorio de Montreal, en la orina de Javier Sotomayor, publicados en solo 6 días, entre el 3 y el 9 de agosto. El volumen contenía una insignificante parte de lo emitido por escrito en el mundo.
Si exceptuamos las declaraciones de sus compañeros y de personas que a lo largo de muchos años conocían a fondo la vida deportiva, los hábitos, normas y comportamiento del atleta, cuya insuperable cadena de triunfos y su imponente récord eran objeto de admiración entre niños, jóvenes y aficionados de todo el mundo, ningún despacho cablegráfico o noticia emitida por cualquier medio expresaba la menor duda sobre la transparencia del proceso antidoping, la objetividad e infalibilidad de la prueba y la justeza absoluta de un juicio sumarísimo, implacable e inapelable, que en cuestión de horas convertía en polvo la vida, el honor y la gloria de un extraordinario deportista.
A Sotomayor, atleta humilde que despreció ofertas millonarias, su esposa, su madre y sus hijos no les quedaría más que cargar por el resto de su vida el estigma de "vicioso incorregible", "consumidor habitual de cocaína", como lo calificaran con cinismo algunos de sus verdugos.
En Winnipeg, nuestra propia gente, es decir dirigentes y técnicos principales de la Delegación cubana, realmente se desconcertaron. En medio de un ambiente de hostilidad, difamación y acoso desatado contra ella desde el primer día —como no había ocurrido nunca en una competencia deportiva de alto rango internacional, y en vísperas del Campeonato Mundial de Atletismo en Sevilla y de los próximos Juegos Olímpicos en Sidney—, y que con firmeza y valentía soportaron hasta el final, no imaginaban siquiera semejante golpe contra su más prestigioso atleta.
Aunque todos estaban absolutamente seguros de que era imposible que Sotomayor hubiese incurrido en semejante falta, el proceso de toma, codificación, transporte y análisis de las muestras, el secreto total de la identidad del atleta donante, la honradez cabal e incorruptible honestidad de los que dirigían y participaban en el mismo, era algo intocable y sagrado que a nadie se le ocurría poner en duda. Existía además un reglamento riguroso, inviolable, aunque a los compañeros les constaban las incesantes violaciones de todas las normas establecidas, y que con lo indicado por el reglamento muchas veces ocurría lo mismo que con las señales de tránsito. Lo que dijera el laboratorio había sido siempre la última palabra como un dogma o una verdad revelada. Allí estaban simplemente los sofisticados equipos mostrando la presencia de cocaína en las muestras de la real o supuesta orina de Javier Sotomayor en el análisis del frasco B, un segundo, infalible y definitivo testimonio de la verdad absoluta.
Nunca nadie había cuestionado el sacrosanto testimonio de un laboratorio; no era siquiera concebible, aun cuando todo el mundo conociera la creciente corrupción y la deshonestidad que la comercialización y el mercantilismo han traído al deporte; y como si no existieran variadas posibilidades de predeterminar el contenido de esas muestras desde que el propio atleta se instala en la villa olímpica, donde ingiere alimentos y líquidos que otros le preparan y suministran, hasta el momento mismo en que su orina es recogida, manipulada, envasada, codificada y transportada hasta el laboratorio, donde incluso a juzgar por las irregularidades que en el de Montreal se vieron, puede ser contaminada por un funcionario venal que conozca la identidad del atleta que la suministró, revelada por cualquier otro tan venal como él, de los varios que la conocen, incluido el que toma la muestra y llena la primera planilla con los datos del atleta y el número de las muestras para después remitirla a sus jefes superiores.
Me contaron que en Canadá esta tarea era realizada por voluntarios. Basta un poco de memoria para guardar en la mente una cifra de seis dígitos, más fácil de recordar que el teléfono, en la Ciudad de La Habana, de una joven simpática. Con un nombre tan conocido como el de Javier Sotomayor, si alguien sobornara a un tomador de muestras, éste no tendría que realizar gran esfuerzo para recordarlo. En cuestión de minutos, nombre y clave estarían en manos de quien estuviera dispuesto a pagar ese servicio. Sería más justo afirmar que lo más posible es que la información pudiera ser suministrada por alguien de más jerarquía, que recibe las claves pertinentes, entre quienes hay gente conocidamente corrupta.
Había desorden. Todos los atletas de pesas refieren textualmente que "durante la notificación del control doping, posterior a la competencia, en Winnipeg, les entregaron agua, refresco dirigido en el área de calentamiento. No lo hicieron en el área de control de doping ni les dieron a escoger la bebida refrescante al azar de un refrigerador," como está establecido.
También refieren que "las pruebas de doping de los cubanos se las hacían siempre en un cuarto específico, diferente al lugar del resto de los atletas extranjeros."
Carlos Hernández, pesista de la categoría de 94 kilogramos, ganador de la medalla de oro, cuenta que "con posterioridad a la ingestión de la bebida refrescante que le entregaron, le dio un descenso de la presión arterial."
Todos los entrenadores de esta disciplina relatan que "a los atletas cubanos les hacían las pruebas en un cuarto aparte y además eran obligados a tomar la bebida refrescante en un lugar determinado y dirigido, en ocasiones caliente."
A pesar de la manifiesta hostilidad, arbitrariedades, irregularidades y trampas que nuestra delegación tenía que soportar cada día, nuestra gente no analizó las hipótesis mencionadas anteriormente. El equipo señalaba que había cocaína. Por tanto, aunque Sotomayor jamás hubiese ingerido de modo consciente la fatídica y deshonrosa sustancia, había que buscar cómo justificarlo. Había salido ya para Cuba tan pronto terminó la competencia, no podía siquiera tomársele de inmediato otra muestra de orina; la cocaína desaparece en cuestión de días, casi de horas. La competencia había sido el día 30 de julio. Era ya el 3 de agosto en la noche. Los "expertos" del laboratorio y de la Comisión Médica de la ODEPA afirmaban con presuntuosa y autosuficiente seguridad que el atleta había ingerido una buena dosis de cocaína dos días antes. Algunos me aseguran que si tal dosis fuese cierta, Sotomayor no habría podido levantarse de la cama, mucho menos saltar dos metros 30 centímetros sin rozar la varilla en el primer intento.
Cualquiera puede comprender la amargura y la angustia de los responsables y los técnicos de nuestra delegación. Estaban convencidos de la inocencia del noble y prestigioso atleta. Tenía que haber consumido alguna infusión o té. ¿Cómo saberlo? No había tiempo siquiera para averiguarlo. La Comisión se reuniría para tomar una decisión en la mañana siguiente. Si no había otra alternativa, estaban dispuestos a sacrificar su honor e incluso su propia vida para salvar el honor de Sotomayor y su derecho a seguir compitiendo, a participar en el Mundial de Atletismo y culminar invicto su colosal carrera deportiva en Sidney. Recordaron que en Atlanta u otro lugar las autoridades habían sido benévolas con atletas distinguidos juzgados por dopaje, si aparecía una explicación banal y piadosa como la de una medicina o una bolsita de té.
Esa misma noche del día 3 de agosto, a las 10:30 p.m., le comunicaron sus puntos de vista al ilustre Presidente de la Comisión Médica de la ODEPA, el doctor Eduardo de Rose, quien se mostraba aparentemente consternado, comprensivo y amistoso. No fueron pocos los groseros insultos y las sarcásticas burlas con que más tarde, ante los medios masivos de difusión, atacó a Sotomayor y a nuestro personal técnico. El gesto y el móvil de nuestro equipo técnico, cuya influencia y prestigio resultaron determinantes en la decisión tomada, eran altruistas, desinteresados y generosos. Por ello me duele tener que hacerles esta crítica; pero en ese instante olvidaron que allí en Winnipeg no se estaba lidiando con gente honrada, que contra nuestros atletas y nuestro país se libraba una sucia y mezquina guerra política y que no podíamos enfrentar esa batalla con tales tácticas, que no era cuestión de argumentos y justificaciones de carácter técnico. De nada valdría lo que voy a exponer más adelante si no tenemos el valor de reconocer nuestros propios errores y exponerlos públicamente.
El día 4 de agosto, aproximadamente a las 11 de la mañana, llega a la oficina de la Secretaría del Consejo de Estado la información siguiente:
"En la reunión que acaba de finalizar de la Comisión de Doping de la ODEPA y del Comité Ejecutivo de la ODEPA se decidió retirar la medalla de oro a Sotomayor asumiendo la responsabilidad los médicos por haber ingerido té peruano (té digestivo). Es decir, asumirlo como una responsabilidad médica por haber ingerido té peruano.
"A las 4:00 p.m. (hora de Winnipeg, 5:00 p.m. hora de Cuba) habrá una conferencia de prensa donde se hará pública esta medida por la ODEPA.
"Que con posterioridad, el Dr. Granda, Director del Instituto de Medicina Deportiva, y el Dr. Álvarez Cambras, Director del Complejo Ortopédico "Frank País", darán también una conferencia de prensa para limpiar la imagen de Sotomayor y dejar claro que no es responsabilidad de él.
"La discusión en la reunión fue muy fuerte.
"Como Canadá obtuvo dos medallas de plata en ese deporte (por empate), ahora se convertirían en dos de oro.
"Humberto insiste en que esto tiene que ser una maniobra del enemigo, considerando la experiencia de Sotomayor y el hecho de que en estos ocho meses ha sido objeto de más de quince pruebas de este tipo.
"Humberto quiere que le traslademos estos elementos al Comandante."
Esta decisión se toma sin consultar con nosotros la noche del día 3. Es cierto que a las 6 de la tarde de ese día habíamos salido hacia Matanzas para el acto conmemorativo del asalto al Cuartel Moncada, celebrado en esa ciudad a las 8:00 de la noche y concluido en horas de la madrugada. Ese día, revisando desde por la mañana los materiales del discurso, no tuve un minuto libre siquiera para desayunar. No hubo durante el día posibilidad alguna de comunicación.
¿Qué había ocurrido en Winnipeg? Nuestra delegación recibió la confirmación de la muestra B a las 7:30 de la noche (hora de Canadá), y cuando se reúnen con el famoso Dr. De Rose a las 10:00 de la noche (hora de Canadá), faltaban horas para concluir nuestro acto en Matanzas. Al amanecer del día 4 nos aproximábamos de regreso a la ciudad de La Habana. Había que seleccionar rápidamente un material del discurso de Matanzas para ser entregado de inmediato a la prensa extranjera. No fue sino por la tarde cuando pudimos ocuparnos de las noticias que nos llegaban de Canadá.
Además del mensaje del día 4 ya mencionado, se nos informa que a las 5:00 de la tarde, hora de Canadá (6:00 p.m., hora de Cuba), el equipo técnico tendría una conferencia de prensa. Se consultaba si debía mantenerse la línea adoptada por la mañana en la reunión con la Comisión de Doping de la ODEPA. No fue sino hasta casi las 5:00 de la tarde (hora de Cuba) que pudimos ocuparnos de las noticias procedentes de los Panamericanos. A esa hora leo rápidamente el mensaje referido a la reunión de la mañana con el Comité de la ODEPA y la línea seguida. Yo debía además responder con urgencia la consulta sobre la línea a seguir en esa conferencia.
Para comprender mejor las instrucciones que le trasmití, debo referir lo siguiente:
A solicitud de los compañeros de Winnipeg, a las 2:30 de la madrugada del día 3 Christian visitó la casa de Sotomayor, ubicada en el municipio Playa de la ciudad de La Habana. En las proximidades de la misma había ya varios periodistas de la prensa extranjera acreditada en Cuba, cámaras y equipos de televisión, montando guardia frente a la vivienda del atleta. Llevaban allí horas —obsérvese con qué prontitud—, desde antes de finalizar el día 2, mucho antes del encuentro del Presidente de la ODEPA con la prensa, donde le preguntaron si la muestra A de Javier Sotomayor había dado positivo. Era vox populi en Winnipeg, pero también en los medios extranjeros de prensa en La Habana. Sotomayor conocía ya sobre rumores de que se le imputaba dopaje, pero estaba lejos de imaginar que se le acusaba de haber consumido cocaína en el momento en que con solo un salto cruzó amplio sobre la varilla de 2,30 metros, algo que había hecho más de 300 veces a lo largo de su brillante carrera. Cuando Christian le informa que la prueba de laboratorio arrojaba la presencia de esa droga, la situación se tornó dramática: Sotomayor, con profunda indignación y rabia, rompió a llorar. Al preguntarle Christian si había consumido alguna infusión caliente o té, Sotomayor, una de cuyas características según todos los que lo conocen es la humildad y a quien siempre que se le hizo alguna crítica o señalamiento no vacilaba un segundo en reconocer cualquier falta, error o indisciplina en su entrenamiento por pequeño que fuese, obsesivo en su proverbial cuidado con relación a cualquier cosa que ingiriera, al extremo de rechazar sistemáticamente el uso de vitaminas o de medicamentos, respondió categóricamente que no había consumido esa sustancia ni tampoco algún tipo de infusión o té al que pudiera atribuírsele ese resultado. No estaba dispuesto a aceptarlo, cualesquiera que fuesen las consecuencias.
Mientras en Winnipeg los compañeros, sin haber podido consultar con él, buscaban alguna explicación, ideaban e incluso admitían alguna fórmula que lo beneficiara dentro de la situación creada, al parecer irreversible, por el fulminante resultado del laboratorio canadiense, Sotomayor rechazaba con dignidad que hubiese consumido infusión o té de cualquier tipo. Christian, testigo excepcional de ese duro, traumático y amargo minuto, y que no dudaba de la integridad del popular y admirado atleta, quedó con una impresión profunda de la sinceridad y dignidad con que reaccionó.
Era más que evidente la errónea táctica seguida en la reunión de la mañana con la Comisión de Doping de la ODEPA.
A las 5:23 de la tarde del día 4 de agosto logré comunicarme con Humberto, que esperaba impaciente la respuesta, cuando solo faltaban 37 minutos para la reunión del equipo técnico con la prensa. A continuación los criterios esenciales que le transmití:
No se pueden elaborar teorías que van a herir su honor.
No podemos buscar soluciones técnicas al problema.
Hay que explicar que él se niega terminantemente, que es un hombre honesto y toda su vida lo ha sido, que creemos en él. En dos palabras: hay que darle la razón, porque es un hombre que no ha cometido jamás una falta ni una indisciplina grave y su característica es la honestidad.
Ustedes no se pueden dejar llevar por el deseo de que él pueda seguir compitiendo. Lo que ha hecho es llorar y llorar de indignación.
Nosotros no podemos endilgarle lo del té, porque lo que vamos a estar cuestionando es su honestidad y dando la razón a una imputación injusta.
Con todo lo que ha pasado ahí, vaya usted a saber cómo se logró ese resultado, que es también un golpe al prestigio del país.
Negarlo, apoyándonos en el hecho real de que es un hombre honesto, es un hombre honrado, al que jamás se le conoció una grave indisciplina.
No debemos vacilar en eso. Hay que impugnar semejante resultado. No vacilen ni un segundo.
No se puede confiar en tales pruebas sabiendo todas las basuras que han hecho, mucho menos cuando han inventado la cocaína, algo para desprestigiar no solo al atleta, sino también a Cuba.
Hay que defenderlo, este es el momento en que más hay que defenderlo y confiar en él. No admitan ni la más remota posibilidad de que haya hecho eso. Nosotros tenemos que confiar en él porque lo conocemos bien. Tenemos mil razones para confiar en él.
Humberto coincidió plenamente con esta posición.
Minutos después logré comunicarme con Fernández. Hablé con él breves minutos y le expuse similares criterios:
Eso es arbitrario. Entre tantas cosas que han ocurrido, vemos esto como una de las mayores injusticias que se han cometido ahí.
Hablar de cocaína es infame.
Nosotros hemos confiado en él toda la vida por su comportamiento. No podemos ahora dudar de él o cuestionarlo. Si nosotros lo cuestionamos buscando una solución técnica para contrarrestar la decisión tomada, lo que vamos es a cuestionar su prestigio, su honor. Yo creo en él, Fernández.
A esto Fernández me responde: creo en él, hay que plantear que creemos en su palabra, lo creemos inocente.
Lo más indignante en el caso de Javier Sotomayor era que le arrebataban la medalla imputándole el consumo de una droga que, por su volátil presencia, no había posibilidad alguna de acudir a medios científicos para demostrar de forma irrebatible el fraude. Solo quedaba la alternativa de librar la batalla moral en torno a la vida, la historia y el conocimiento profundo e íntimo de las características del atleta y de su comportamiento a lo largo de una extraordinaria carrera deportiva.
Teníamos el más legítimo derecho a confiar en él, hombre de humilde origen, desinteresado, admirado y querido por nuestro pueblo y por todos los que lo han conocido y tratado en el exterior.
Decenas de miles de dólares que recibió por el Premio "Príncipe de Asturias" en el año 1993, en lo más duro del período especial, los donó íntegros al país. Lo sé muy bien porque personalmente me entregó la donación. Tenía entonces solo 26 años y era ya recordista mundial. Rechazarlo para que ayudara con ese dinero, que no robó a nadie, a su modesto hogar, a su familia pobre y abnegada, lo habría ofendido. Trabajo costó retribuirlo con parte de esos fondos sin lastimarlo ni ofenderlo y sin que apenas se percatara de ello. No podíamos abandonarlo ahora a la infame maquinaria mercantilista y publicitaria, devoradora de hombres, que ha prostituido y ultrajado el deporte.
¿Por qué confiar más en el laboratorio desorganizado e indiscreto del país sede? Una sede que esperaba desplazar a Cuba del segundo lugar que ocupábamos ya de forma definitiva e irremplazable, sin olvidar que con la medalla ganada por él, sumada a las de otros 10 héroes de aquella proeza, desplazamos a Estados Unidos del primer lugar en uno de sus deportes más fuertes.
Al arrebatarnos la medalla de Sotomayor, nos despojaron también de ese honor.
¿Por qué confiar más en los organizadores que no fueron capaces de garantizar el respeto y la seguridad física de los miembros de nuestra delegación?
¿Por qué confiar más en una comisión médica cuyo representante colmó de insultos a nuestro glorioso atleta y en forma burlona y cínica ultrajó a través de la prensa a nuestra delegación?
Pero hay una diferencia esencial entre lo que significó el despojo a Sotomayor de su medalla y el despojo de las medallas de oro a dos de nuestros atletas de pesas.
El despojo a Sotomayor estuvo acompañado de una imputación destructiva e infamante. Se le acusaba ante el mundo de ser un drogadicto, sin tener para nada en cuenta que más de cien pruebas antidoping, muchas de ellas sorpresivas, sin que se le encontrara jamás un solo rastro de droga o anabólico, avalan su limpia e intachable vida deportiva.
A los pesistas les imputaban un anabólico: la nandrolona, sustancia utilizada habitualmente en el deporte profesional, censurable, inadmisible y digna de ejemplar sanción en un deportista amateur. Aunque el daño moral es grande, no destruye de por vida a un atleta joven, su honor y el honor de su familia, con una imborrable mancha social que siempre aparecería acompañando sus hazañas deportivas.
En el caso de Javier Sotomayor, no podían ignorar que su récord, hasta hoy imbatible, estaría unido hoy, mañana y siempre a la infame reiteración de que era un drogadicto.
Pero a la vez, en el caso de los pesistas, se les imputa la presencia en su orina de una sustancia que solo puede surtir el efecto buscado inyectándose muscularmente, y que puede durar en el organismo del atleta y ser detectada hasta 6 meses después. Así lo afirmaron los conocidos "expertos" de Winnipeg al anatematizar a los pesistas.
Al recibirse el 6 de agosto la noticia de que a William Vargas, pesista de los 62 kilogramos, en los análisis de laboratorio le habían encontrado nandrolona, pensé de inmediato en un nuevo fraude que apoyaría la infame imputación contra Sotomayor y serviría para potenciar la credibilidad de la denuncia contra el insuperable atleta de salto alto y el prestigio del deporte cubano.
Indiqué a Christian que ese mismo día localizara y citara en su oficina del INDER al pesista y conversara con él, escuchara sus puntos de vista y le comunicara con el mayor tacto posible la necesidad de tomar de inmediato muestras de orina para preservarlo de una posible injusticia. Que localizara también de inmediato al médico del equipo de pesas y al entrenador del atleta.
El pesista, que no había regresado todavía en ese instante, arribó en las primeras horas de la mañana del día 7. Residente en el municipio de Caimito, provincia de La Habana, su esposa trajo al mundo un hijo el mismo día en que ganaba su medalla de oro. No fue obstáculo sin embargo para que, después de ser localizado, acudiera a la Dirección del INDER para suministrar las muestras ya tarde en la noche, concluyendo su tarea en horas de la madrugada siguiente. Habían transcurrido solo 4 días desde el momento en que le tomaron las muestras en Winnipeg.
No había concluido el diluvio de noticias y comentarios con relación a Sotomayor, cuando empezaba a desatarse el escándalo de los pesistas cubanos. No había tregua para nuestra delegación en Winnipeg.
El día 8, en horas de la noche, cables de distintas agencias informaban que otro pesista cubano, Rolando Delgado Núñez, ganador de la medalla de oro en los 69 kilogramos, había sido privado de su medalla por dopaje con nandrolona.
Residente en Pinar del Río, esa misma noche se procedió de inmediato a localizarlo y trasladarlo a La Habana, logrando tomarle muestras de orina a las 12 de la noche del día 9, cinco días después de que se le tomaran las muestras en Winnipeg.
En ambos casos la diferencia de tiempo fue mínima. Era absolutamente imposible que tal sustancia inyectable, que dura meses en el organismo, no apareciera en la orina de los atletas a los que se les arrebataron las medallas por doping con nandrolona.
No se trataba ya de la volátil e inatrapable cocaína imputada a Sotomayor. Si se demostraba que sus muestras estaban absolutamente limpias de ese anabólico, se hacía insostenible la supuesta presencia de la pecaminosa sustancia que los mismos autores y el mismo sacrosanto laboratorio canadiense encontraron en la orina de Sotomayor. Pero esto parecía un sueño, prácticamente un imposible.
Como continuaban las insinuaciones en las noticias trasmitidas por las agencias cablegráficas de nuevos casos de doping en pesistas cubanos, se citó inmediatamente para los días 8 y 9 a los restantes pesistas ganadores de medallas de oro o plata. Fue necesario localizarlos con urgencia y también a sus entrenadores. Al médico del equipo, de vacaciones en Holguín, costó mucho más trabajo ubicarlo. Al cabo de tres días había sido localizado y trasladado por avión a la capital.
Las muestras de estos últimos atletas se tomaron aquí apenas 4 días después de que les fueran tomadas en Winnipeg, y ninguno de ellos había sido señalado en ese instante como dopado con nandrolona.
Simultáneamente, esa misma noche se dieron las instrucciones correspondientes para decidir dónde se harían los análisis de las muestras tomadas, quién y cómo las transportaría, cómo se obtendrían de inmediato las visas pertinentes y se adoptarían las medidas de compartimentación y secreto totales.
Pasadas las 12 de la noche, faltaba solo una breve pero importante declaración que debía publicarse al amanecer del día 9, informando los dos últimos casos comunicados ya oficialmente, y fijando de forma precisa y categórica la posición del gobierno de Cuba respecto a cualquier caso comprobado de doping.
A las 5 de la mañana recibimos el último avión en que venían 93 miembros de la delegación cubana, y con ellos José Ramón Fernández, Presidente del Comité Olímpico Cubano; Humberto Rodríguez, Presidente del INDER; el Dr. Mario Granda, Director del Instituto de Medicina Deportiva, llamado a desempeñar de inmediato importantes tareas relacionadas con la investigación en curso, y otros destacados especialistas.
Concluido el recibimiento, en el propio aeropuerto nos reunimos con los principales responsables y los técnicos de la delegación. Les informé los pasos que habíamos dado y elaboramos de conjunto, con todos los datos disponibles, la Declaración del Gobierno a través del INDER, en la que informábamos al pueblo que se realizaría una profunda investigación sobre las imputaciones a los pesistas, a fin de esclarecer, como ya mencionamos al iniciar nuestra intervención, si se trataba de una canallada más contra nuestro país o efectivamente existía la presencia de la sustancia anabólica en los mencionados deportistas, y la decisión de informar públicamente los resultados de la investigación a la opinión pública nacional e internacional.
A las 8 y 20 de la mañana del día 9 ya estaba siendo divulgada la nota por la televisión.
Podíamos hablar así porque esta vez sí teníamos posibilidades de acudir a métodos científicos para comprobar o rechazar los resultados de laboratorio que considerábamos imputaciones fraudulentas e injustas.
¿Por qué hablábamos de la posibilidad de desenmascarar totalmente la conjura contra Cuba de forma irrebatible? Aunque, como ustedes verán, es posible demostrar con argumentos sólidos e igualmente irrebatibles la falsedad de las imputaciones mediante razonamientos, análisis y procedimientos médicos y de otro carácter, en este caso otros laboratorios muy prestigiosos iban a decir la última palabra.
Cuatro razones, sin embargo, me inducían a ser más bien escéptico:
Primero: era prácticamente imposible que los que trataban de golpear y desacreditar a nuestro deporte y a nuestro país fuesen tan estúpidos que utilizaran un anabólico de larga duración cuya presencia podía fácilmente ser desmentida por medios técnicos, explicable únicamente si nos subestimaban hasta el infinito.
Segundo: en el deporte de las pesas internacionalmente se desarrollaron inclinaciones, casi generalizadas en algunos países, al uso de anabólicos. Aunque muy escasos, nosotros también tuvimos casos de indisciplinas en instructores y atletas de pesas.
Tercero: uno de los atletas imputados ahora, años atrás había sido sancionado por uso de anabólicos. Para dar lugar a un cuadro todavía más preocupante, su instructor también había sido sancionado por la misma causa, algo realmente sorprendente.
Si se trataba de una conjura contra nosotros, como pensamos, el enemigo había escogido con gran habilidad el blanco.
Cuarto: Bastaba con que uno solo de los varios excelentes y prestigiosos laboratorios seleccionados encontrase la menor cantidad de nandrolona en la orina de los atletas sancionados, coincidente con el laboratorio de Montreal, y habría que admitir y divulgar de inmediato la validez y justeza de los resultados presentados por esa institución.
Ninguno de los laboratorios escogidos por nosotros tendría la menor idea de las claves de cada atleta, y el compañero que transportó las muestras no sabía una palabra de la identidad de las mismas. En tales circunstancias, el resultado de la investigación debilitaría considerablemente la credibilidad internacional de algo sobre lo que no albergamos la menor duda: la inocencia de Javier Sotomayor.
Había otros inconvenientes. Con los señalados basta para comprender los riesgos de nuestra investigación, pero había que correrlos. Era nuestro más elemental deber moral.
Había dos aspectos positivos que pudimos valorar en el curso de la investigación:
Primero: en vista de los riesgos que asediaban a esa disciplina deportiva, el 4 de enero de 1995 había sido nombrado un nuevo comisionado, teniente coronel retirado de las FAR, que durante doce años trabajó como jefe de la Sección de Preparación Física y Deportes del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Con anterioridad había sido combatiente internacionalista. Este comisionado realizó desde que ocupó el cargo un excelente trabajo de organización, disciplina, elevación de la conciencia técnica y el fortalecimiento de la ética y del espíritu patriótico en el deporte de las pesas. El equipo que nos representó en Winnipeg era imbatible, y en Cuba quedaba una reserva capaz de obtener grandes laureles.
Segundo: por su parte, el Instituto de Medicina Deportiva y un joven e inteligente médico encargado de la salud de los atletas del Equipo Nacional de Pesas, cada uno desde la esfera de sus actividades, perfeccionaron un sistema de atención integral a los mismos.
El control y chequeo sistemáticos en lo relativo al empleo de anabólicos hacía casi imposible que surgiera cualquier caso de dopaje.
Conversando conmigo, el médico del equipo nacional me dijo que él, apenas recién graduado, podía percibir a simple vista si una persona estaba o no dopada.
Al surgir las imputaciones de dopaje contra dos de nuestros medallistas de oro, pude percibir que todos los que tenían que ver directamente con los atletas rechazaban la posibilidad de que fuese cierto. No aprecié la menor duda en ninguno de ellos. Por mi parte, cuando meditaba sobre los primeros factores mencionados, me parecía imposible que, sin excepción alguna, todos los datos que fundamentaron el despojo de las medallas de nuestros atletas pudiesen ser desmentidos. Como en el boxeo, se necesitaba un punto de coincidencia en que la mayoría de jueces votasen a favor, pero en este especial caso era necesario que todos lo hicieran, sin ningún voto en contra.
Los resultados de los laboratorios dirían la última palabra.
Concebimos la idea de utilizar tres laboratorios diferentes. El Director de Medicina Deportiva se dirigió a cinco laboratorios europeos y solicitó sus servicios expresándoles la necesidad de realizar determinadas pruebas a deportistas de pesas: Barcelona, Madrid, Portugal, Londres y Bélgica.
Londres respondió que no era posible por encontrarse en reparaciones; los demás respondieron positivamente.
Tomando en cuenta la urgencia y las distancias de los otros laboratorios, optamos por los tres de la Península Ibérica. La realización del campeonato mundial de atletismo en Sevilla añadió dificultades adicionales. Barcelona, que había sido centro principal de las pruebas antidoping de los Juegos Olímpicos que allí se celebraron en 1992, y Madrid, trabajaban para el evento. El laboratorio de esta última estaba virtualmente atestado de trabajo. Recibía de Sevilla casi 50 muestras diarias. La mayor discreción era indispensable.
Solo tres personas conocerían las claves que identificaban las muestras y a sus respectivos donantes. Christian, Vicepresidente del INDER, al que responsabilicé con todas las medidas a tomar de inmediato en ausencia de Humberto; Mario Granda, Director del Instituto de Medicina Deportiva, y yo que me quedaría con un ejemplar en sobre lacrado.
El doctor Palacios, bioquímico del Instituto, que trasladó las muestras y ejecutó el programa en el exterior, no conocía la clave. Se llevaron tres muestras duplicadas por cada atleta que adquirió medalla de oro y una duplicada por cada atleta con medalla de plata. En total, 40 muestras. Seis en Madrid, 7 en Lisboa y 7 en Barcelona. El miércoles 11 de agosto a las 5:25 de la tarde partió rumbo a Madrid el especialista en bioquímica con su preciosa carga a bordo.
No diré más nada sobre esta fascinante etapa del proceso de investigaciones. Que hablen los mensajes de Palacios, informando cada paso fundamental que daba.
Christian:
Fue entregado el primer envío en Madrid a las 12:50. Posible adelanto en la respuesta, aún no confirmado. Ratifico en la semana próxima, si hubo cambios. Posible entrega mañana en Lisboa, pendiente de llamada.
Saludos,
Miguel.
Madrid, 17 de agosto de 1999.
Christian:
Hasta ahora las gestiones han sido:
–Entregué las muestras en Lisboa el viernes 13, fueron analizadas y recibí los resultados el domingo 15. Todo negativo (-).
–El domingo regresé a Madrid, el lunes en la mañana viajé a Barcelona y entregué. Los resultados estarán a principios de la semana próxima, pues tienen poco personal (vacaciones).
–No fue posible hospedarse en Barcelona. Solo había capacidades en hoteles de muy alto precio, por lo que regresé ayer lunes por la noche a Madrid, al mismo hotel.
–Aquí esperaré respuesta de Barcelona y trataré de acelerar la respuesta de Madrid, que tiene como fecha mínima el 31 de agosto.
–En Barcelona sostuve una conversación muy interesante con el director. Esperen un informe completo con el correo del viernes.
Saludos,
Miguel.
Lic. Humberto Rodríguez
Jefe de Misión de Cuba
Comité Olímpico Cubano
Calle 13 n. 601
Vedado, La Habana
Cuba
Estimado Lic. Rodríguez:
El propósito de esta carta es informarle que fueron detectados metabolitos de nandrolona en la muestra de orina de su atleta Modesto Sánchez, participante de los Juegos Panamericanos en la modalidad de pesas, en la categoría de +105kg. Este control fue efectuado en la fecha de 7 de agosto de 1999, en el Centennial Concert Hall.
La muestra B será realizada en la fecha de 30 de agosto, a las 09:00 horas, en el Laboratorio de Doping del INRS-Santé, situado en el 245, boul. Hymus, Point Claire, Montreal. De acuerdo con las normas de ODEPA, su delegación podrá enviar un máximo de tres delegados al laboratorio. Le pido la amabilidad de informar sus nombres para la Directora del Servicio, Prof. Christianne Ayotte, por el fax (1.514) 630-8850 o por el teléfono (1.514) 630-8806.
Si el resultado de la muestra A se confirmara, una reunión de la Comisión Médica de ODEPA será realizada en la fecha de 4 de septiembre de 1999, a las 22:00 hs (10:00 p.m.) en la Sala de la Presidencia del Comité Olímpico Guatemalteco, situado en el Palacio de los Deportes, 24 Calle 9-31, zona 5, 3er Nivel, en Ciudad de Guatemala, a la cual el competidor y no más de tres miembros de su delegación están invitados.
Atentamente,
Prof. Dr. Eduardo Henrique De Rose
Dieciséis días después del 7 de agosto en que se tomó la muestra, se comunicó a Cuba la noticia.
La orina de Modesto Sánchez hacía rato ya estaba en la Península Ibérica. ¡Excelente! Ahora son tres los casos de atletas sancionados por nandrolona y no dos. Peor para los culpables si la palabra final de cualquiera de los tres prestigiosos laboratorios es adversa para ellos. ¿Queda por casualidad algún otro atleta cubano de pesas por sancionar? ¿Hasta cuándo se pensaba seguir arrebatando medallas de oro o de plata a Cuba? Si devolvemos las tres de oro en pesas que restan, sin contar las 10 que habríamos ganado fácilmente de no haberse reducido arbitrariamente, y en vísperas de la competencia, el número de medallas que tradicionalmente le correspondían a este deporte —esto para reducir las posibilidades de Cuba—, aún seguiríamos ocupando el segundo lugar. Si lo desean, les devolvemos todas las que ganamos en tan dura lid y con tantos factores adversos en los Panamericanos de Winnipeg, y ni aun así podrían arrebatarnos el título de campeones mundiales de la defensa del deporte sano, del honor, la dignidad y la pureza de nuestros atletas.
Hay por ahí un documento que no puede ser más anómalo: una carta del señor De Rose a la Delegación cubana, con su firma, de puño y letra, de fecha 2 de agosto, anunciando la presencia de nandrolona en la orina del atleta William Vargas, que no había competido todavía ni se le había hecho prueba alguna. ¿Error mecanográfico? ¿Error de la computadora? ¿Documento elaborado previamente que se traspapeló? ¿Crónica de una muerte anunciada, como la novela de García Márquez?
Ese mismo día, horas después, llegan de nuevo noticias de Palacios.
Christian:
Hace rato hablé con los directores de los dos centros pendientes. El de aquí no ha hecho gran cosa, pues está enfrascado en la otra actividad que para ellos resulta priorizada. Me dicen que llame el próximo miércoles 25 a ver si tienen algo. El otro centro está bastante adelantado, debe haber terminado mañana por la mañana. Quedé en llamarlos a las 9:30 a.m.
Ya todos saben que hemos realizado un envío múltiple. (Recuerda que existe muy buena comunicación y cooperación, pues se entregan reportes periódicos al organismo rector de ellos.) [Se refiere al COI].
Me manifestaron que esta es una situación extraña y poco convencional, con diferentes grados de extrañeza, siendo el de aquí el más belicoso. Les expliqué: que estábamos estudiando la relación entre precio y rapidez en la entrega de respuestas, y por tanto dividimos el total en lotes diferentes para verlo en la práctica. Se aceptó como válido, con cierta reserva por el de aquí.
Saludos a todos. Un abrazo,
Miguel.
Posdata: mañana informo de nuevo.
Quizás el caso de los pesistas no lo conocieran, estaban sobrecargados con el trabajo que les imponía el mundial de atletismo en Sevilla; pero no podían ignorar que Sotomayor, tan conocido en España, donde implantó su extraordinario récord, había sido sancionado por una supuesta y cuantiosa ingestión de cocaína dos días antes de la competencia, según las teorías metafísicas del Presidente de la Comisión Médica de la ODEPA y los laboratorios de Montreal.
Le pedimos excusas a la Dirección del laboratorio de Madrid. Hoy estamos respondiendo sus interrogantes.
Nosotros contratamos los servicios de análisis con los laboratorios y aportamos los datos fundamentales, no estábamos obligados a nada más. Los servicios solicitados no podían tener una finalidad más legítima. En los tres laboratorios fueron amables, serios, eficientes, comprensivos. Por ello, junto a las excusas, les expresamos nuestro más profundo agradecimiento.
El 24 de agosto de 1999, Palacios envía desde Madrid su último
mensaje. Esta vez con noticias más alentadoras.
Recibidos los resultados pendientes del otro centro [Se refiere a Barcelona], todo negativo, según se adjunta.
Lo de aquí sigue pendiente hasta mañana por la tarde. Cabe esperar lo mismo.
Regreso el jueves, según lo previsto.
Saludos,
Miguel.
Posdata: La llamada que me hiciste ¿fue a pagar aquí? Puedes responder sí o no a este fax. Gracias.
El sábado 28 de agosto, a las 12 del día aproximadamente, Christian estaba llamando al hotel de Madrid preguntando por Palacios: "No está en el hotel". "Se marchó hace dos días". Llamó a la Embajada, nadie respondía. Por unas horas estuvimos preocupados. "¿Lo habrán secuestrado?" "¿Lo habrán desaparecido?" "Lo que traía era gordo".
A las 8:30 p.m., reunión sobre la Mesa Redonda que tendría lugar al día siguiente por los dos canales de televisión entre periodistas, boxeadores e instructores recién llegados de Texas. Estábamos de pie diez o doce personas en una antesala. Veo a Christian situado a varios pasos de mí. Lo miro interrogante. Está sonriente. Me acerco a él y me dice en voz baja: "Palacios llegó el jueves. Trae todos los documentos". ¡Asombroso!
Domingo 29 de agosto, 3:50 p.m.: concluye la Mesa Redonda sobre Houston. Solo entonces pudimos ocuparnos de Palacios. Reunión a las 5 en el otro Palacio, el de la Revolución. Estuvimos 9 horas analizando los materiales inflamables que teníamos en la mano con los principales autores de esta historia.
Lunes 30 de agosto. Mensaje de reconocimiento a los laboratorios ibéricos. Estamos ahora envueltos en un gran tema. No podemos ser más explícitos, puede haber polémicas, y no es conveniente suministrar al adversario informaciones de las cuales en este momento podría estar desesperadamente sediento. No podemos poner todas las cartas sobre la mesa, ni emplear todas las municiones. Tampoco desclasificaremos las claves. Hay frascos con 75 cc de orina que valen en este momento más que una tonelada de oro. Tenemos, además, reservas. Los atletas de nuestro Equipo Nacional de Pesas, fuertes, saludables y moralmente reivindicados, pueden suministrar cuantas muestras sean necesarias si las circunstancias lo requieren.
Si la presencia de nandrolona, que fue lo que alegaron para arrebatarnos las medallas, hubiese sido inyectada semanas e incluso meses antes de las competencias de los Juegos Panamericanos, estaría circulando todavía por el cuerpo de esos atletas con tiempo más que suficiente para hacer cuantas pruebas sean necesarias.
En la sonrisa de Christian la noche en que se descifró el misterio de la desaparición de Palacios, adiviné lo que pasaba: el resultado de los análisis del laboratorio de Madrid que Palacios traía en su jugoso maletín de documentos y que durmió con él los dos días en que nadie supo en qué lugar del mundo se encontraba. Fue de su parte una crueldad prolongar durante 48 horas el final de tan angustiosa y tensa espera. Todo también negativo. En las 20 muestras analizadas por tres laboratorios no apareció un solo reporte de presencia de nandrolona o sus metabolitos, ni un solo atleta de nuestro equipo de pesas se había dopado. Todo era una mentira colosal, un fraude infame y vergonzoso, un despojo criminal de méritos ganados con abnegación, tenacidad, consagración y sacrificios.
Lo que parecía increíble, un sueño, un imposible, un milagro, se había cumplido. Pude por eso anunciar el domingo, después de la Mesa Redonda, noticias de interés.
Hablando deportivamente, en pelota se llamaría un no hit, no run; en boxeo se diría que todos los puntos fueron de coincidencia, ningún juez votó en contra. El ganador, en la esquina roja: Cuba, veinte a cero.
Sabemos por dónde tratarán de replicar, pero estamos tranquilos porque todas las avenidas están tomadas.
Me restan solo las demandas finales, sintéticas y breves que vendrán después. Cedo ahora la palabra a quienes aportarán el testimonio, igualmente irrebatible, más allá de los análisis bioquímicos que complementarán lo que aquí se ha dicho.