Cuando les daba instrucciones al Jefe de nuestra delegación deportiva en Winnipeg y al presidente del Comité Olímpico cubano de confiar en el honor y la palabra de una de las más grandes figuras del deporte mundial, no estaba defendiendo una medalla de oro o la proeza de haber alcanzado el primer lugar en atletismo venciendo a Estados Unidos, victoria que se nos arrebataba ignominiosamente al privarlo de su medalla; estaba tratando de salvar la vida moral de un hombre.
Un atleta olímpico no es un vulgar instrumento de prestigio internacional, un objeto que se compre y se venda en el mercado, una mercancía que se usa y después se tira a la basura, es ante todo un ser humano que tiene padre y madre, esposa e hijo, hermanos, amigos, admiradores, orgullo por el reconocimiento que ganó con su esfuerzo y sus sobresalientes méritos. Tiene honor, sobre todo honor. Quien no compitió jamás por dinero, compitió y venció solo por honor. El honor vale más que la vida, la vida sin honor no tiene sentido.
Hay un crimen más condenable que el crimen físico. El crimen moral de acusar a Sotomayor de drogadicto, consumidor empedernido de cocaína, un producto que hoy aterroriza al mundo, es manchar para siempre la vida de un hombre sin prueba real, sin garantía alguna, sin la más mínima oportunidad de defenderse, sin apelación posible. Se destruyen así en 48 horas 21 años de consagración total y desinteresada al deporte aficionado que comenzó a los 10 años.
No se puede ignorar de forma arbitraria y brutal que más de 100 veces pasó pruebas programadas o sorpresivas de antidoping y que más de 300 veces rebasó la altura con la que en un solo salto obtuvo ese día su medalla. Hasta el más mediocre de los tribunales y de los jueces que aplican la justicia penal en el mundo habría tomado en cuenta la historia y los antecedentes de la persona que pretenden juzgar.
Si el movimiento deportivo mundial no puede brindar ese mínimo de garantías a los atletas que compiten en eventos internacionales, es evidente la necesidad de erradicar tales procedimientos y sustituirlos por otros más humanos, racionales y justos. Los atletas aficionados que no compiten por dinero no pueden seguir viviendo bajo semejante régimen de terror.
Todos mirarán lo que ocurra con Sotomayor, contra el que se está cometiendo un atroz crimen, un repugnante y oprobioso asesinato moral, como ocurrió hace algo más de un siglo con el famoso caso Dreyfus, aquel oficial del Estado Mayor francés que por prejuicios y odios raciales fue injustamente acusado de espía, severamente sancionado y enviado a la Guayana, donde eran remitidos los peores críminales, hasta que no quedó otra alternativa que reivindicarlo. Si no se rectifica cuanto antes la infame, arbitraria e injusta sanción a este glorioso, humilde y desinteresado atleta, Javier Sotomayor se convertirá en el Dreyfus de este siglo que finaliza.
Cuando a partir de esta convicción no vacilamos en plantear su inocencia, estábamos lejos de imaginar que dos días después una ola de sanciones injustas trataría de barrer al equipo de pesas cubano de la faz del movimiento olímpico, que al imputar dopaje con nandrolona a tres pesistas cubanos nos permitió descubrir y desenmascarar totalmente el infame complot instrumentado en Winnipeg contra los deportistas que representaban a Cuba.
Nuestras pruebas son irrebatibles. Todo cuanto aquí se ha expuesto, desde los sólidos argumentos científicos, teóricos y prácticos del Director del Instituto de Medicina Deportiva, los del joven brillante y talentoso médico del equipo nacional de pesas y los del experimentado Comisionado de esta disciplina deportiva -que agrupados y presentados con todos los detalles y documentos pertinentes constituyen pruebas tan irrefutables que lo expuesto por cualquiera de ellos sería suficiente para persuadir a un tribunal imparcial-, hasta el aplastante e irrebatible resultado de tres prestigiosos laboratorios asociados al movimiento olímpico, dos de ellos responsables en los últimos 8 años de analizar las muestras de una olimpiada y de un campeonato mundial de atletismo, demuestra las groseras injusticias cometidas contra los atletas cubanos. Lo ocurrido días después en el Campeonato Mundial de Boxeo vino a colmar la copa.
Solicitamos, en nombre del pueblo de Cuba, al Presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, que es la máxima autoridad en el movimiento deportivo mundial, y en el cual confiamos, que proceda a crear una comisión de investigación por los hechos ocurridos en Winnipeg y en Houston.
Hemos reclamado ya de la Asociación Internacional de Boxeo Amateur la revisión del veredicto que arrebató las medallas de oro a cinco atletas cubanos, igual que se hizo la misma noche con la decisión escandalosa de árbitros corruptos en el combate de Juan Hernández Sierra y el boxeador ruso Timor Gaidalov.
Demandamos que se devuelvan las medallas de oro ganadas limpiamente y arrebatadas mediante procedimiento criminal y cínico al recordista mundial de salto alto, 6 veces campeón mundial, Javier Sotomayor, y a los pesistas William Vargas, de la categoría de 62 kgs y Rolando Delgado, de los 69 kgs; y la de plata, a Modesto Sánchez, de más de 105 kgs. Y lo que es mucho más importante: devolver el honor a los atletas ultrajados. No descansaremos hasta lograrlo. Acudiremos incluso a las leyes, si es necesario, para exigir responsabilidades penales por delito de difamación y calumnia contra nuestros atletas.
Apoyaremos a los mismos en cualquier demanda de indemnización que decidieran establecer por perjuicio humano y daño moral.
Están más que probadas las injusticias que sufren y las desigualdades que impiden el desarrollo del deporte y los triunfos a los que tienen derecho los países del Tercer Mundo.
Crearemos, con toda urgencia, un moderno y eficiente laboratorio antidoping que cooperará con los países de nuestra área que lo requieran, y al igual que hacemos en el campo de la medicina, en la que también somos ya una potencia, no solo contribuiremos al desarrollo del deporte con la cooperación de especialistas cubanos, sino que estamos considerando seriamente la creación de una facultad latinoamericana y caribeña de educación física y deportes para formar sus propios especialistas que impulsen esta noble y sana actividad en sus países de origen.
Algún día los indios con levita demostraremos lo que somos y lo que podemos hacer.
Muchas gracias.