DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO DE LA REPUBLICA DE CUBA, FIDEL CASTRO RUZ, AL CONDECORAR A JUAN MIGUEL GONZÁLEZ CON LA ORDEN "CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES", EN EL TEATRO "CARLOS MARX", EL 5 DE JULIO DEL 2000.
(Versiones Taquigráficas - Consejo de Estado)
Queridos compatriotas:
Conocí a Juan Miguel el 2 de diciembre del pasado año a las 5 de la tarde. Era casualmente el día en que se conmemoraba un aniversario más del desembarco del "Granma", 43 años atrás.
Cinco días antes, se había recibido su carta del 27 de noviembre en la que solicitaba al Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba que se tramitara ante las autoridades de Estados Unidos el regreso de su hijo Elián, sobreviviente del naufragio de una embarcación rústica que había salido ilegalmente de Cuba. Al día siguiente, solicitó lo mismo en otra carta la abuela materna del niño. Ni ellos perdieron un minuto en hacer la petición, ni nuestro Ministro en tramitarla de inmediato.
Yo no pude ocuparme del problema hasta el día indicado. Había solicitado al padre que viajara a La Habana. De antemano sabía que nunca en más de 41 años el gobierno de Estados Unidos había accedido a una reclamación legal de ese tipo. Este, como el caso de los pescadores y otros, tenía que ser resuelto mediante una batalla moral y de opinión pública con la participación del pueblo.
Pero, ¿sobre qué bases? ¿Quién era el padre y qué clase de padre era? ¿Cuánto se ocupaba de su hijo? ¿Cuáles eran sus relaciones con los abuelos paternos y maternos del niño? Aunque conocía ya que se trataba de un humilde y joven trabajador, serio y cumplidor de sus obligaciones, militante revolucionario desde temprana edad, era decisivo conocer éstos y otros aspectos de su conducta y los rasgos de su carácter.
Con cuidado y respeto, pero a la vez con toda claridad y franqueza, abordé con él estos temas. Estaba hablando con un integrante de las filas de nuestro Partido.
Le hice numerosas preguntas que él, en medio de su visible dolor y tristeza, respondía con argumentos persuasivos e incuestionables pruebas sobre su relación afectuosa, intachable y constante con el niño.
En ningún instante dejé de percibir en su rostro los rasgos de un hombre noble, sincero y serio.
Le expresé mi convicción de que a través de trámites judiciales jamás devolverían al niño. Se trataba de un caso en que los tribunales de Estados Unidos no tenían jurisdicción alguna, y que sólo correspondía a las autoridades de Inmigración de Estados Unidos el deber de proceder a la inmediata devolución de su hijo; pero conocía suficientemente bien cuán arrogantes, arbitrarias, parcializadas y cómplices se comportaban las autoridades de Estados Unidos en todo lo relacionado con las fechorías y crímenes que se cometían contra nuestro pueblo. La devolución de ese niño sólo podría lograrse mediante una intensa batalla política y de opinión pública nacional e internacional. Le advertí a Juan Miguel que no sería cuestión de días ni semanas, sino de meses. Tal vez para no desanimarlo demasiado, le dije que no sería nunca menos de tres meses. También le expresé que el país sólo podía lanzarse a una batalla de ese carácter sobre bases legales y éticas absolutamente sólidas.
Después de tres horas de conversación, yo no tenía ya la menor duda de que Juan Miguel era un joven serio y honesto que estaba siendo víctima de una atroz injusticia. Comprendió y aceptó los argumentos que le expuse.
Había transcurrido casi una semana de la entrega de la nota presentada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba transmitiendo a las autoridades de Estados Unidos la solicitud del padre reclamando la devolución del niño, y no se había recibido la menor respuesta sobre lo que harían con el niño secuestrado. Todo lo que conocíamos procedía de lo que publicaba la prensa norteamericana. No era poca la orgía de propaganda y euforia desatada por la mafia cubano-americana y los políticos más reaccionarios de Estados Unidos, con motivo de una tragedia donde perdieron la vida 11 ciudadanos cubanos y arribó a las costas de ese país un niño que aún no había cumplido los 6 años de edad. ¡Un fruto más de 41 años de hostilidad y agresiones de los gobiernos de Estados Unidos contra Cuba!
Era inútil continuar enviando notas diplomáticas a las autoridades de un gobierno sordo que ni siquiera por cortesía respondía.
Al día siguiente intercambié con los compañeros de nuestra Dirección, y sin perder un minuto me comuniqué con los dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas y de la Federación Estudiantil Universitaria. Los jóvenes y los estudiantes serían la vanguardia en esa lucha con el pleno apoyo de todas las fuerzas revolucionarias.
Cuarenta y ocho horas más tarde, un domingo por la noche, se produjo la primera protesta ante la Oficina de Intereses de los Estados Unidos, en la que participaron mil jóvenes de las Brigadas Técnicas que concluían una conferencia nacional, los que realmente adelantaron 24 horas la fecha prevista para iniciar las acciones públicas.
Así comenzó la épica lucha por la liberación de Elián hace hoy, 5 de julio, exactamente 7 meses.
El sábado 4 de diciembre declaramos públicamente que si en 72 horas el niño no era devuelto, se desataría una gran batalla de opinión nacional y mundial. Se tomaron aquellas palabras por algunos medios de prensa como un ultimátum a Estados Unidos. No era más que una sincera advertencia sobre lo que inevitablemente ocurriría.
Sólo después del tercer día de protesta popular, que crecía exponencialmente, se recibió la primera respuesta. El día antes, el vocero de la Casa Blanca había declarado que la cuestión estaba en manos del Servicio de Inmigración y Naturalización, que no existía una posición oficial sobre el asunto y que el caso podría terminar en las Cortes.
Muchas notas se intercambiaron en las semanas subsiguientes. Los documentos demuestran que nuestro gobierno advirtió y reiteró sus puntos de vista sobre las consecuencias de la errónea e ilegal decisión del gobierno norteamericano de someter el caso a la jurisdicción de sus tribunales, a los cuales no correspondía ese derecho.
Algo que debió y pudo ser resuelto en cuestión de días cayó efectivamente en un interminable laberinto de procedimientos, juicios y recursos amañados, mientras el niño cubano sufría meses de tortura psíquica y era objeto de la más brutal explotación con fines publicitarios y políticos. Su salud mental e incluso su vida peligraron seriamente durante meses. Asombrosamente sobrevivió de riesgos tan grandes como el del primer naufragio, que esta vez ocurrió en un pantano inmundo de inmoralidad, histeria, repugnante politiquería y mezquinos intereses de la mafia cubano-americana y sus aliados de la extrema derecha. No fue el azar sino la lucha admirable de nuestro pueblo lo que lo preservó de la muerte o de un terrible destino.
Hoy hacemos justicia a quien tan ejemplarmente cumplió sus deberes de padre y de patriota. Todo un pueblo lo jugó todo y estuvo dispuesto a hacer lo que fuese necesario hacer por su hijo. Pero en la fase final, de él dependió el éxito o el fracaso de nuestro colosal esfuerzo.
El mayor acierto de la Revolución fue confiar plenamente en Juan Miguel. El mayor error de la mafia y del imperio fue creer que Juan Miguel podía ser sobornado y conducido a la traición.
Si bien hubo diferencias entre el gobierno de Estados Unidos y la mafia, apoyada por la extrema derecha, en cuanto a las posiciones de cada cual ante los tribunales, llegando al litigio entre ambas partes, hay un grave pecado moral del cual no está exento ninguno de ellos: la creencia de que Juan Miguel podría ser comprado, e incluso la exhortación abierta a desertar y quedarse en Estados Unidos. Sobre esto, ninguno, de uno o de otro bando en el seno del imperio, dejó de albergar la esperanza de que Elián se quedara en Estados Unidos con su padre. Por ello la táctica de dilación del proceso sistemáticamente aplicada por los abogados de la mafia, mientras los candidatos de ambos partidos a la Presidencia, y la propia esposa del Presidente, le hacían llamamientos públicos a Juan Miguel para que desertara.
Altos funcionarios de la Administración y hasta la Fiscal General afirmaban que ellos no luchaban por el regreso de Elián a Cuba, sino por la unión del hijo y del padre. Soñaban que la batalla que ya tenían perdida se resolviera con un golpe de este tipo. Sólo cuando todos se convencieron de que el honor y la firmeza de Juan Miguel eran inconmovibles y que todo el oro del mundo no hubiera bastado para hacerlo vacilar un segundo en su lealtad a la patria, se resignaron a su regreso con el niño.
Cuando Juan Miguel, al que tantas veces acusaron de cobardía y le echaban en cara con cinismo que no se interesaba por su hijo, pues no había viajado a Estados Unidos donde tantas trampas le tenían tendidas, llegada la hora y el minuto exactos en que debía presentarse en aquel campo hostil y riesgoso, partió con la decisión y la valentía que lo caracterizan hacia el corazón del imperio, llevando con él a su esposa y su hijo de 6 meses, la batalla entraba en la etapa decisiva. Con su rostro noble, su determinación, su palabra directa, sincera y limpia, y la constancia irrebatible de su libertad al llevar consigo a su esposa y su hijo más pequeño, completó la obra iniciada meses antes por las abuelas de Elián, Mariela y Raquel; se ganó totalmente el apoyo mayoritario del pueblo norteamericano que, mucho más informado de la verdad por cinco meses de intenso batallar de millones de hombres y mujeres, jóvenes y niños cubanos, se puso de su lado.
A ello contribuyeron, es justo reconocerlo, las propias cadenas de televisión norteamericanas y los órganos principales de prensa, que trasmitieron a Estados Unidos las imágenes y noticias de lo que estaba ocurriendo en Cuba.
Durante la estancia de Juan Miguel en Estados Unidos, en momentos críticos, su decisión de marchar solo a la propia madriguera de la mafia en Miami, acompañado de su esposa Nersy y del pequeño Hianny, determinó que el INS enviara a los hombres que con audacia y destreza arrebataron al niño de las manos criminales que lo retenían para ser trasladado a Washington y enviado casi de inmediato con su familia al destierro de Wye Plantation. Allí comenzó la larga espera de la etapa final.
De inmediato, Águeda, su abnegada maestra de preescolar, con el apoyo de cuatro compañeritos de primer grado, acompañados de un primo de 10 años, sin perder un minuto reanudaban el curso escolar de Elián, interrumpido cinco meses antes. Cuando éste concluya dentro de una semana y media, será un día de honor y gloria para la educación cubana y la proeza de nuestro pueblo quedará consagrada para siempre.
Juan Miguel, por salvar la vida de Elián, estuvo dispuesto a entregar su propia vida y arriesgar la de su esposa y su otro hijo. Mas, nunca estuvo dispuesto a comprar la entrega de aquel niño que tanto amaba al precio de la traición a la patria. Su conducta lo llenó de gloria y le ganó para siempre la admiración de su pueblo.
Por eso lo condecoramos con la Orden que lleva el nombre de Carlos Manuel de Céspedes, quien con heroica conducta, ante la alternativa de salvar a su hijo o traicionar a su pueblo, escogió sin vacilar la muerte de su hijo y ganó el honroso título de Padre de la Patria (Aplausos).
He vivido momentos emocionantes a lo largo de mi vida revolucionaria. Puedo recordar el día inolvidable cuando me encontré con Raúl en Cinco Palmas, el 18 de diciembre de 1956, y reunimos siete armas para reanudar la lucha; cuando el 5 de enero de 1957, ya con un pequeño destacamento y 17 armas, al coronar una altura contemplé por primera vez, a pocos kilómetros de distancia, una elevada e inexpugnable montaña boscosa donde se iniciaba el corazón de la Sierra Maestra, que sería nuestro teatro de operaciones, y tuve la seguridad absoluta de que la victoria sería nuestra; cuando el primer combate victorioso de nuestras armas en la madrugada del 17 de enero; cuando derrotamos totalmente con una pequeña pero aguerrida fuerza la ofensiva de 10 mil soldados de la tiranía, que concluyó el 5 de agosto de 1958 después de 70 días ininterrumpidos de combate; cuando supe a finales de septiembre que el Che y Camilo habían llegado a Las Villas, después de recorrer más de 350 kilómetros por terreno llano, hostil e inhóspito; cuando el Primero de Enero de 1959 entramos en Santiago de Cuba, donde en el Moncada se iniciara nuestra primera acción armada revolucionaria; o cuando llegamos a Girón al anochecer del 19 de abril de 1961. Dejando de mencionar otros muchos acontecimientos inolvidables, en ninguna de las ocasiones mencionadas de nuestras luchas experimenté tan intensa emoción como cuando al abrirse la puerta del pequeño avión que los trajo de Estados Unidos, después de tantos meses de batallar sin tregua, vi emerger a las 7:53 de la tarde del 28 de junio las figuras de Juan Miguel y Elián. Un pequeño niño y un humilde padre cubano a quienes muy pocas personas conocían hace apenas unos meses, volvían convertidos en gigantes símbolos morales de nuestra patria.
En ese minuto pensé: ¡cuán grande es nuestro pueblo, cuán invencible es una idea justa, cuán importante es creer en el hombre, cuán hermoso es luchar por grandes ideales, cuánta luz y felicidad puede emanar de un pequeño niño inocente para obsequiar al pueblo que estuvo dispuesto a morir por uno de sus más tiernos hijos!
Juan Miguel, ¡la Patria te agradece la firmeza y el coraje con que defendiste su honor y su justa victoria! Tú demostraste que, en momentos decisivos de la historia de un pueblo, la conducta de un hombre puede compensar la deshonra que le hayan ocasionado todos los traidores juntos, como aquellos que quisieron arrebatarnos a tu hijo.
Nuestro deber revolucionario más sagrado es luchar para que nada semejante ocurra en el futuro, y por otros derechos que hemos jurado defender.
Seguiremos luchando, ¡y venceremos!
(Ovación.)