Discurso pronunciado en la inauguración de la X Cumbre Iberoamericana, efectuada en el Centro de Convenciones Atlapa de Ciudad de Panamá, el 17 de noviembre del 2000.
Excelentísima Señora Mireya Moscoso;
Majestad;
Excelencias;
Distinguidos invitados:
Ha sido feliz la iniciativa de adoptar como lema central de esta Cumbre "Unidos por la Niñez y la Adolescencia, Base de la Justicia y la Equidad en el Nuevo Milenio". La idea por sí sola justifica esta importante reunión. Felicito por ello a la señora Mireya Moscoso, Presidenta del país anfitrión.
La situación de la infancia no es igual en cada uno de nuestros países. A pesar de los avances alcanzados en las últimas décadas, gracias en parte a las iniciativas promovidas sobre el tema y los tenaces esfuerzos de la UNICEF, la OMS y otras instituciones de Naciones Unidas, con mayor o menor receptividad y apoyo de los gobiernos nacionales y sin olvidar el desigual desarrollo y los recursos de cada nación, la realidad que en su conjunto están viviendo los niños de América Latina es evidentemente dramática.
El número de pobres en América Latina y el Caribe alcanza ya un 45% de la población total, suman 224 millones de personas, y de ellas 90 millones son indigentes. Más de la mitad del total de pobres e indigentes son niños y adolescentes.
Como afirma el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia: "Los niños son los más golpeados por la pobreza. Ningún otro grupo de edades es tan vulnerable. Causa en ellos daños físicos y psicológicos que duran toda la vida."
Según datos de la Organización Panamericana de la Salud, las infecciones respiratorias agudas, las enfermedades diarreicas y las deficiencias nutricionales permanecen como tres de las principales causas de muerte en los menores de 5 años.
La tasa promedio de mortalidad en menores de 5 años en América Latina y el Caribe en el año 1998 fue de 39 por cada 1 000 nacidos vivos, con una cifra de fallecidos cercana al medio millón de niños.
Las infecciones respiratorias agudas, tales como la influenza y la neumonía, producen un tercio de todas las muertes de niños y niñas menores de 5 años en la región; cerca del 60% de las consultas pediátricas están relacionadas con ellas, y la mayor parte de las muertes que resultan de esas infecciones son evitables mediante el diagnóstico oportuno y el tratamiento adecuado.
Entre el 20% y el 50% de las poblaciones urbanas de la región viven en condiciones desastrosas de hacinamiento masivo, pobreza extrema, violencia y marginalidad; no tienen acceso a servicios básicos de atención primaria de salud ni de saneamiento; en las áreas rurales más del 60% no dispone de ellos y el 50% carece de suministro de agua potable. La ausencia de sistemas adecuados de servicios de saneamiento, agua potable y asistencia médica eleva en más del 40% los riesgos de muerte por diarrea, cólera, fiebre tifoidea y otras enfermedades transmisibles por diversas vías.
Las deficiencias alimentarias y nutricionales deprimen los mecanismos de defensa de los niños y niñas haciéndolos muy vulnerables a enfermedades crónicas no transmisibles. La CEPAL estima que en este año 2000 aproximadamente el 36% del total de niños menores de dos años está en situación de alto riesgo alimentario. En las zonas rurales esta amenaza afecta a una proporción aún mayor, alrededor del 46%, debido a la generalizada precariedad de las condiciones sanitarias y a las mayores dificultades de la población para acceder a los servicios públicos de salud.
Están presentes en sectores pobres de la población enfermedades carenciales; algunas, como la deficiencia de vitamina A, que es una de las principales causas de la ceguera, afecta a millones de niños y niñas menores de 5 años en la región.
El costo directo de las vacunas para inmunizar a un niño menor de un año contra seis enfermedades prevenibles de la infancia, tales como difteria, sarampión, tos ferina, poliomielitis, tuberculosis y tétanos, no excede de 80 centavos de dólar. A pesar de eso la Organización Mundial de la Salud avala que en toda el área de las Américas, incluyendo a Estados Unidos y a Canadá, la cobertura de inmunización de niños menores de un año contra esas enfermedades oscila entre un 85% y un 90%, por lo cual se calcula que más de 15 millones de niños de 0 a 5 años no son inmunizados contra esas seis enfermedades en todo el hemisferio.
El promedio de mortalidad materna en la América Latina y el Caribe es cercano a 200 muertes por cada 100 000 nacimientos. En los países desarrollados las cifras oscilan alrededor de 15. Como resultado de esto, en nuestra región no menos de 50 000 niños y niñas quedan huérfanos de madre por esta sola causa. Adicionalmente, por cada madre que muere, centenares de las que sobreviven sufren problemas crónicos que son consecuencia de la desnutrición y de la asistencia inadecuada durante el embarazo y el parto. Millones de madres padecen algún problema crónico de salud derivado de la falta de asistencia adecuada durante el embarazo y el parto.
En dos índices fundamentales, mortalidad infantil y mortalidad materna, en los países de América Latina y el Caribe mueren cada año 6,5 veces más niños y 12,6 veces más madres que en los países desarrollados, por cada 1 000 nacidos vivos.
Adicionalmente, de los 12 millones de niños que nacen cada año, casi dos millones son de madres adolescentes.
El VIH/SIDA crece a peligrosos ritmos en la región y alcanza ya, de acuerdo con los datos de ONUSIDA, la cifra de 1 700 000 personas infectadas. Según UNICEF, 65 000 niños se infectan cada año, el 90% transmitido por sus madres. Los huérfanos por esta sola causa ascienden ya a 195 000. Las defunciones por SIDA en América Latina y el Caribe en 1999 fueron más de 78 000.
En la educación, se estima que un 20% de los niños y niñas se matriculan tarde en el sistema escolar, el 42% repite el primer grado y el 30% repite el segundo grado. Solo el 80% de los niños y niñas en la región alcanza el cuarto grado y solo el 73% alcanza el quinto. Ocho de cada diez alumnos permanecen siete años en la escuela, pero el promedio de escolaridad es aproximadamente de cuatro grados.
La cobertura en educación preescolar en la región alcanza solo, como promedio, un 17%.
Como una verdadera plaga prolifera el trabajo infantil. Cerca de 20 millones de niños menores de 15 años están trabajando. Más de la mitad de estos trabajadores infantiles son niñas, y la gran mayoría realiza labores que ni siquiera son reconocidas ni se toman en cuenta en las estadísticas oficiales.
Según la Organización Panamericana de la Salud, la violencia es una de las principales causas de muerte entre los niños y niñas de 5 a 14 años. Aunque no existen cifras exactas del maltrato, diversos estudios de la UNICEF señalan que no menos de 6 millones de niños y niñas adolescentes son objeto de agresiones severas y que, de estos, alrededor de 80 000 mueren cada año víctimas de la violencia ejercida en sus propios hogares.
Un estudio realizado en 1996 por la Conferencia Mundial contra la Explotación Sexual reveló que en el año anterior el 47% de las niñas que fueron explotadas sexualmente en siete países de la región fueron víctimas del abuso y la violación en sus hogares; casi la mitad habían comenzado la actividad sexual comercial entre los 9 y los 13 años de edad, y entre el 50% y el 80% de ellas usaban drogas.
Son cientos de miles los niños y niñas que trabajan y viven en las calles, y en algunas capitales el 46% de las mujeres dedicadas a la prostitución son menores de 16 años.
No deseo incluir en estas palabras las causas políticas y económicas, bien conocidas por ustedes, que dan lugar a esta tragedia.
Para concluir, solo deseo añadir —y tengo el deber de hacerlo— que si la tasa de mortalidad infantil de América Latina y el Caribe fuera similar a 6,4 por cada 1 000 nacidos vivos en el primer año de vida, y a 8,3 de 0 a 5 años, alcanzada por la Cuba aislada, hostigada y sometida a una implacable guerra económica durante más de 40 años, casi 400 000 niños habrían sobrevivido cada año; el 99,2% tendría cobertura de educación preescolar; el 99,9% estaría matriculado en las escuelas a los seis años de edad; la retención de primero a sexto grado sería de 99,7%; se habría graduado el 98,9% del total ingresado en primer grado; de ellos se habrían matriculado en el nivel secundario el 99,9%; en el nivel medio superior el 99,5% de los graduados de secundaria; habrían obtenido primeros premios en las Olimpiadas de conocimientos; no habría alumnos requeridos de enseñanza especializada sin escuelas; no existirían analfabetos; el nivel educacional promedio de la población adulta estaría por encima de nueve grados escolares; no se vería un solo niño de menos de 16 años trabajando para sobrevivir.
Nuestra dura experiencia ha demostrado que con poco se puede hacer mucho.
Por último, deseo expresar mi agradecimiento a todos los Jefes de Estado y Gobierno aquí presentes que, con excepción de dos, votaron a favor de la Resolución contra el bloqueo a Cuba el pasado día 9 de noviembre, en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Gracias.