Discurso pronunciado en la Tribuna Abierta de la Revolución en San Antonio de los Baños, La Habana, el 22 de septiembre del 2001.

Compatriotas:

Cualesquiera que fuesen las causas profundas, los factores de orden económico y político y los grandes culpables que lo trajeron al mundo, nadie podría negar que el terrorismo constituye hoy un peligroso fenómeno, indefendible desde el punto de vista ético, que debe ser erradicado.

Es comprensible el estado de irritación unánime por el daño humano y psicológico causado al pueblo norteamericano por la muerte sorpresiva e insólita de miles de inocentes ciudadanos, cuyas imágenes estremecieron al mundo. ¿En beneficio de quiénes? De la extrema derecha, de las fuerzas más retrógradas y derechistas, de los partidarios de aplastar la creciente rebeldía mundial y arrasar con todo lo que quede de progresista en el mundo. Fue un enorme error, una colosal injusticia y un gran crimen, sean quienes fueren los organizadores y los responsables de tal acción.

Pero en nombre de la justicia y bajo el singular y extraño título de «Justicia Infinita», no se debe utilizar la tragedia para iniciar irresponsablemente una guerra que en realidad podría convertirse en una matanza infinita de personas también inocentes.

Las bases, la concepción, los propósitos verdaderos, los ánimos y las condiciones para tal guerra se han ido estableciendo precipitadamente en los últimos días. Nadie podría afirmar que era algo no pensado desde hace rato, que esperaba una oportunidad. Aquellos que después del llamado fin de la guerra fría continuaron armándose hasta los dientes y desarrollando los más sofisticados medios para matar y exterminar seres humanos, eran conscientes de que la inversión de fabulosas sumas en gastos militares les daría el privilegio de imponer un dominio completo y total sobre los demás pueblos del mundo. Los ideólogos del sistema imperialista sabían bien lo que hacían y para qué lo hacían.

Tras la conmoción y el dolor sincero de todos los pueblos de la Tierra ante el atroz y demencial ataque terrorista contra el pueblo de Estados Unidos, los ideólogos más extremistas y los halcones más belicosos, ya ubicados en posiciones privilegiadas de poder, han tomado el mando del país más poderoso del planeta, cuyas posibilidades militares y tecnológicas parecieran ser infinitas. Su capacidad para destruir y matar es enorme; sus hábitos de ecuanimidad, serenidad, reflexión y contención son, en cambio, mínimos.

La conjunción de factores —donde no están excluidos la complicidad y el disfrute común de privilegios de otros países poderosos y ricos—, el oportunismo, la confusión y el pánico reinantes, hacen ya casi inevitable un desenlace sangriento e imprevisible.

Sean cuales fueren las acciones militares que se desaten, las primeras víctimas serán los miles de millones de habitantes del mundo pobre y subdesarrollado con sus increíbles problemas económicos y sociales, sus deudas impagables y el precio ruinoso de sus productos básicos; sus crecientes catástrofes naturales y ecológicas, sus hambres y miserias, su desnutrición masiva de niños, adolescentes y adultos; su terrible epidemia de SIDA, su paludismo, su tuberculosis, sus enfermedades infecciosas, que amenazan con el exterminio de naciones enteras.

La grave crisis económica mundial era ya un hecho real e irrebatible que afectaba sin excepción alguna a todos los grandes polos de poder económico. Tal crisis se ahondará irremisiblemente en las nuevas circunstancias y, al hacerse insoportable para la inmensa mayoría de los pueblos, traerá caos, rebelión e ingobernabilidad por todas partes.

El precio será también impagable para los países ricos. Durante años no podría hablarse con toda la fuerza necesaria de medio ambiente y ecología, ni de las ideas, investigaciones realizadas y comprobadas, ni de los proyectos para proteger la naturaleza, porque su espacio y posibilidades los ocuparían acciones militares, guerras y crímenes tan infinitos como la «Justicia Infinita» con cuyo título se pretende desatar la operación bélica.

¿Puede quedar alguna esperanza después de escuchar, hace apenas 36 horas, el discurso del Presidente ante el Congreso de Estados Unidos?

No usaré adjetivos, enjuiciamientos ni palabras ofensivas para el autor del discurso, que serían totalmente innecesarias e inoportunas en instantes tensos y graves como estos que requieren reflexión y ecuanimidad. Me limitaré a subrayar unas breves frases que lo expresan todo:

«Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea necesaria.»

«El país no debe esperar una sola batalla, sino una campaña prolongada, una campaña sin paralelo en nuestra historia.»

«Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo.»

«Les he pedido a las Fuerzas Armadas que estén en alerta, y hay una razón para ello: se acerca la hora de que entremos en acción, y ustedes nos van a hacer sentir orgullosos.»

«Esta es una lucha de todo el mundo, esta es una lucha de la civilización.»

«Les pido que tengan paciencia [...] en lo que va a ser una campaña larga.»

«Los logros de nuestros tiempos y la esperanza de todos los tiempos dependen de nosotros.»

«No sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace [...] Y sabemos que Dios no es neutral.»

Pido a todos nuestros compatriotas que reflexionen con profundidad y serenidad sobre las ideas contenidas en varias de las frases mencionadas:

Ninguna nación del mundo ha sido excluida del dilema, ni siquiera grandes y poderosos Estados; ninguna ha dejado de ser amenazada con guerras o con ataques.

Ningún procedimiento, sin importar cuál desde el punto de vista ético, ninguna amenaza por mortífera que sea —nuclear, química, biológica u otras— han sido excluidos.

Por último, una confesión jamás escuchada en un discurso político, vísperas de una guerra, nada menos que en época de riesgos apocalípticos: No sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace. Y sabemos que Dios no es neutral.

La afirmación es asombrosa. Al meditar sobre las partes reales o imaginarias de esa extraña guerra santa que está a punto de iniciarse, pienso que es imposible distinguir de qué lado hay más fanatismo.

El jueves, ante el Congreso de Estados Unidos, se diseñó la idea de una dictadura militar mundial bajo la égida exclusiva de la fuerza, sin leyes ni instituciones internacionales de ninguna índole. La Organización de Naciones Unidas, absolutamente desconocida en la actual crisis, no tendría autoridad ni prerrogativa alguna; habría un solo jefe, un solo juez, una sola ley.

Todos hemos recibido la orden de aliarnos con el gobierno de Estados Unidos o con el terrorismo.

Cuba, con la moral que le otorga haber sido el país que más ataques terroristas ha recibido durante más tiempo, cuyo pueblo no tiembla ante nada, ni hay amenaza o poder en el mundo capaz de intimidarlo, proclama que está contra el terrorismo y está contra la guerra. Aunque las posibilidades son ya remotas, reitera la necesidad de evitar una guerra de imprevisibles consecuencias, cuyos autores han confesado que no tienen siquiera idea de cómo se desenvolverán los acontecimientos. Reitera igualmente su disposición a cooperar con todos los demás países en la erradicación total del terrorismo.

Algún amigo objetivo y sereno debiera aconsejar al gobierno de Estados Unidos que no lance a los jóvenes soldados norteamericanos a una guerra incierta en remotos, recónditos e inaccesibles lugares, como una lucha contra fantasmas, de los cuales no saben dónde se encuentran, ni siquiera si existen o no, y si las personas que maten tienen o no responsabilidad alguna con la muerte de sus compatriotas inocentes caídos en Estados Unidos.

Cuba no se declarará nunca enemiga del pueblo norteamericano, sometido hoy a una campaña sin precedentes para sembrar odio y espíritu de venganza, a tal extremo que se llega a impedir hasta la música que se inspira en la paz. Cuba, en cambio, hará suya esa música, y sus canciones por la paz las cantarán hasta sus niños mientras dure la cruenta guerra que se anuncia.

Pase lo que pase, no se permitirá jamás que nuestro territorio sea utilizado para acciones terroristas contra el pueblo de Estados Unidos. Y todo cuanto esté a nuestro alcance lo haremos para evitar acciones de ese tipo contra él. Hoy le expresamos nuestra solidaridad con nuestra exhortación a la calma y a la paz. Algún día nos darán la razón.

¡Nuestra independencia, nuestros principios y nuestras conquistas sociales los defenderemos con honor hasta la última gota de sangre, si somos agredidos!

No será fácil instrumentar pretextos para hacerlo. Y ya que se habla de guerra con empleo de todas las armas, es bueno recordar que ni siquiera eso sería una experiencia nueva. Hace casi cuarenta años, cientos de armas nucleares, tácticas o estratégicas apuntaban contra Cuba, y nadie recuerda haber visto a un solo compatriota perder por ello el sueño.

Somos los mismos hijos de ese pueblo heroico, con una conciencia patriótica y revolucionaria más elevada que nunca. Es la hora de la serenidad y el coraje.

El mundo tomará conciencia y hará escuchar su voz ante el drama terrible que lo amenaza y está a punto de sufrir.

Para los cubanos, es el instante preciso de proclamar, con más orgullo y decisión que nunca:

¡Socialismo o Muerte!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!