Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto de conmemoración por el Día Internacional de los Trabajadores, celebrado en la Plaza de la Revolución, el Primero de Mayo del 2002.
(Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado)
Distinguidos invitados;
Queridos compatriotas:
Fuimos condenados en Ginebra por quienes consideran que ese mar de pueblo aquí reunido, cuya imagen puede observarse desde cualquier rincón del mundo, ha sido privado de sus derechos humanos. Con toda seguridad que ninguno de los que en América Latina promovieron, coauspiciaron o apoyaron ese proyecto, podría reunir en la capital de sus respectivos países el 5% de los ciudadanos aquí reunidos (Aplausos).
¿Acaso se trata de fanáticos, personas ignorantes e incultas, carentes de conocimientos históricos y políticos? A esta enorme masa se le podría preguntar si hay entre ellos uno solo que no sepa leer y escribir, (Exclamaciones de: ¡No!"), o un analfabeto funcional con menos de sexto grado (Exclamaciones de: "¡No!"); ninguno podría levantar la mano. Si la pregunta fuera cuántos poseen los conocimientos de un graduado de noveno grado, o por encima de ese nivel de educación, más del 90 por ciento, excepto los escolares que no han cumplido todavía los 15 años, levantarían la mano.
Las gloriosas tradiciones de rebeldía y lucha patriótica de nuestro pueblo, a las que se unen hoy un cabal y profundo concepto de la libertad, la igualdad y la dignidad del ser humano, los sentimientos de solidaridad, espíritu internacionalista, confianza en sí mismo, conducta heroica, 43 años de lucha tenaz e infatigable contra el poderoso imperio, amplia y sólida cultura política y extraordinario humanismo - obra de la Revolución en su conjunto- , han hecho de Cuba un país diferente.
Triste destino el de cientos de millones de personas en esta área del mundo que desde un punto de vista realmente humano no han podido salir todavía de la prehistoria de la humanidad, y no saldrán de ella mientras el sistema de saqueo que ayer exterminó a decenas de millones de sus habitantes nativos y los convirtió después sucesivamente en colonias, neocolonias y países dependientes económicamente subdesarrollados, rija el destino de estos pueblos.
Lo ocurrido antes de Ginebra, en Ginebra y después de Ginebra, apenas se distingue de la bochornosa historia que ya conoció nuestro pueblo desde los primeros días del triunfo revolucionario del Primero de Enero de 1959.
Cuba, que fue el último país latinoamericano en independizarse del colonialismo español tras heroica y solitaria lucha, sin llegar a conocer un minuto de independencia al caer de inmediato en manos del naciente imperio norteamericano, del que con igual determinación y heroísmo logró liberarse 61 años después, fue vilmente abandonada y traicionada por los demás gobiernos de América Latina.
Ningún libro de Marx y Lenin podría ilustrar tanto sobre el carácter antinacional, entreguista y traidor de las oligarquías latinoamericanas, y lo que significaba el papel del imperialismo en el destino de nuestros pueblos, como los 43 años de la experiencia vivida por nuestra Revolución. Todos los gobiernos oligárquicos y burgueses se unieron al aislamiento y el bloqueo, a la agresión imperialista contra Cuba, con excepción de un país donde décadas atrás tuvo lugar una gran revolución social, que trajo justicia y notables avances para el pueblo de una nación mutilada por el insaciable expansionismo de su vecino del Norte, y más de una vez mártir de la intervención y conquista extranjera a lo largo de su azarosa y sufrida historia. Esta vez, tristemente, la excepción se convirtió en regla.
Pero Cuba no es ya el país analfabeto, inculto e inexperto de aquellos primeros años. Hoy los pueblos latinoamericanos, que entonces eran 208 millones de habitantes, son en la actualidad, incluidos los pueblos anglófonos del Caribe, 526 millones; también han tenido la posibilidad de aprender lo que es el dominio imperialista, la explotación, la injusticia y el saqueo. A pesar del diluvio de calumnias y mentiras contra nuestro pueblo ejemplar y su lucha admirable, comprenden cada vez más y saben que frente a tantas claudicaciones que han tenido lugar en el mundo, Cuba constituye una poderosa fuerza moral, defensora de la verdad y solidaria con los demás pueblos del mundo.
A los hermanos de América Latina les han hecho un gran cuento de Las mil y una noches, en el cual cada día que pasa creen cada vez menos. Llevan medio siglo tratando de hacerles creer que los cientos de miles de niños que mueren cada año por desatención y hambre, los millones que no van a la escuela y trabajan por míseros salarios, limpian parabrisas y zapatos, o son objeto de comercio y explotación sexual, es democracia y respeto a los derechos humanos. Que los cientos de millones de seres humanos que viven en la pobreza, a pesar del inmenso potencial de la riqueza y los recursos naturales que los rodean; el enorme número de desempleados, subempleados o trabajadores informales que viven sin la menor ayuda, seguridad social o protección alguna; la desatención médica a las madres, niños, ancianos y población pobre en general; la marginación, las drogas, la inseguridad y el delito, se llaman democracia y respeto a los derechos humanos. Que los escuadrones de la muerte, las ejecuciones extrajudiciales, torturas, desapariciones y asesinatos; que el soborno, la malversación y el desvío y robo descarado de los bienes públicos - mientras escuelas y hospitales se cierran, los bienes y recursos de las naciones se privatizan y muchas veces se regalan a amigos y asociados en la corrupción, tanto internos como externos- , constituyen la más cabal expresión de la democracia y de los derechos humanos. No les pasa por la mente que el sistema económico, político y social que defienden es la negación total de toda posibilidad de igualdad, libertad, democracia, dignidad humana y justicia.
Una persona que es analfabeta, o cuyos conocimientos apenas rebasan el tercero o el cuarto grado, o que vive en estado de pobreza o de pobreza extrema, o carece de empleo, o radica en barrios marginales donde las más inconcebibles condiciones de vida tienen lugar, o deambulan por las calles y reciben el veneno constante de la publicidad comercial, sembrando sueños, ilusiones y ansias de consumos imposibles, las que suman enormes masas de ciudadanos en lucha desesperada por la vida, pueden ser víctimas de todo tipo de abusos, chantajes, presiones y engaños, sus organizaciones son reprimidas o carecen de ellas, difícilmente están en condiciones de comprender los problemas complejos del mundo y de la sociedad en que viven. No están en condiciones reales de ejercer la democracia, ni decidir cuál es el más honesto o el más demagógico e hipócrita de los candidatos, en medio de un diluvio de propagandas y mentiras, donde los que más recursos poseen son los que más mentiras y engaños siembran.
No puede haber libertad alguna de expresión donde los principales y más eficaces medios de comunicación constituyen un monopolio exclusivo en manos de los sectores más privilegiados y ricos, enemigos juramentados de cualquier tipo de cambio económico, político y social. El disfrute de las riquezas, la educación, los conocimientos y la cultura queda en manos de los que, constituyendo apenas una ínfima parte de la población, reciben la mayor proporción de los bienes que produce el país. No es casual el hecho de que América Latina sea la región del mundo donde existe la mayor diferencia entre los más ricos y los más pobres. ¿Cuál democracia y cuáles derechos humanos pueden existir en esas condiciones? Sería como cultivar flores en pleno desierto del Sahara.
Cuando por otro lado se presenta el saqueo total de los recursos naturales y la apropiación del esfuerzo humano como modelo ideal de sociedad y desarrollo, y al ALCA, es decir, la anexión y absorción de América Latina por Estados Unidos y la dolarización, como único camino, es síntoma de que el sistema político y económico imperante está llegando a una crisis total.
Lo ocurrido en Argentina, que envuelta hoy en un increíble caos económico y político se ha convertido en un país hambriento, con más del 20 por ciento de la población activa desempleada, y los depósitos de los ciudadanos en los bancos - especialmente de las capas medias o de modestos ingresos de la población- son prácticamente confiscados, no puede significar otra cosa que el canto de cisne de la globalización neoliberal. Tal crisis genera una falta total de ética y de valores.
Es repugnante el comportamiento de muchos gobernantes al ver derrumbarse como castillos de naipes sus modelos económicos.
Las protestas populares son reprimidas con inusitada violencia. Los gases lacrimógenos, los hombres arrastrados por las calles, la brutalidad con que golpean al pueblo los agentes del orden, armados con escudos, encapuchados con extrañas escafandras y vestiduras que parecen recién desembarcados de un lejano planeta, constituyen los métodos con que defienden la democracia y los derechos humanos de los ciudadanos.
En nuestro país jamás se han visto semejantes escenas. Nunca, a lo largo de más de cuatro décadas, ha sido empleada la fuerza contra la población. El proceso revolucionario se basa en la más estrecha unidad y cooperación de todo el pueblo, un consenso sin precedente en ningún otro lugar, imposible de concebirse y ni siquiera imaginarse en una sociedad de explotadores y explotados. Un pueblo culto, rebelde, de valientes y héroes, como el pueblo cubano, no podría ser gobernado por la fuerza ni habría fuerza con que gobernarlo, porque él es la fuerza. Jamás se sublevaría contra sí mismo, porque él es la revolución, él es el gobierno, él es el poder, que con su valor, su inteligencia y sus ideas ha sabido defenderse de las agresiones del más poderoso imperio que jamás existió.
Tal fenómeno político no había ocurrido jamás en nuestro hemisferio. La fuerza fue usada siempre por la oligarquía y el imperio contra el pueblo.
Todos y cada uno de los países de América Latina que nos condenaron en Ginebra o coauspiciaron el proyecto de resolución contra Cuba, están bien distantes de los índices educacionales, culturales y sociales que son fundamentales para una vida sana, decorosa y justa de los ciudadanos. Ninguno de ellos alcanza a Cuba en uno solo de esos índices. En aras del tiempo me limitaré a señalar algunos del conjunto de América Latina comparados con los de Cuba.
En cuanto a estos índices, de los siete países de América Latina que votaron contra Cuba, cuatro de ellos, Costa Rica, Chile, Argentina y Uruguay, que en el pasado alardeaban de ser los más avanzados en la región, están a considerable distancia de los índices de nuestro país. En algunos de ellos alcanzan o sobrepasan ligeramente la mitad, y en otros están varias veces por debajo, como en el caso de la educación preescolar entre cero y cinco años, en que Chile alcanza solo un 15,8% de los niños en esa edad, y Cuba, el 99,2%.
Hay que ser cínicos para atreverse a esa aventura mafiosa, embarcados por sus amos imperiales.
Al surgir la Revolución bolivariana, en que pueblo y fuerza militar estrechamente unidos desataron un proceso revolucionario y democrático también sin precedentes, la respuesta fue el golpe fascista. La oligarquía privilegiada, que disfruta del grueso de los ingresos del país y es dueña de los más poderosos medios masivos, con el aliento y el apoyo del imperialismo lanzó a sus seguidores contra el pueblo bolivariano y la propia sede del Presidente del país, en busca de un choque sangriento que justificara la acción coordinada de una reducida pero bien ubicada fuerza militar. Milagrosamente se evitó una sangrienta guerra civil, gracias a la actuación razonable y serena del presidente Chávez, el apoyo del pueblo bolivariano y la lealtad de la inmensa mayoría de los oficiales y soldados de las Fuerzas Armadas de ese hermano país. Una nueva página de la historia de América, compleja y difícil, se abre para el pueblo que inició la independencia de las colonias de España en este hemisferio.
El despojo de los derechos de la representación de Cuba en Monterrey, el golpe fascista en Venezuela y la infamia de Ginebra en el mismo orden en que se produjeron, pusieron a prueba y también en evidencia la sucia e hipócrita política de los lacayos del imperio.
Debo señalar que los Presidentes de Brasil, Ecuador, República Dominicana, Haití, y los países anglófonos del Caribe no se sumaron al júbilo golpista, del mismo modo que los países mencionados, Bolivia y Colombia no se sumaron a la infamia de Ginebra.
Ninguno condenó el golpe fascista, con excepción del Presidente argentino, tal vez temeroso, dada su crítica situación política, de que un sargento de la policía lo derroque.
Cuando después del vergonzoso episodio de Monterrey - un mes más tarde- estalló el escándalo, algunos guardaron decoroso silencio; pero el ilustre secretario general de la desprestigiada y repugnante OEA, lanzó dardos venenosos apoyando el despojo sufrido por Cuba, cual si esa organización realmente existiera.
¡Qué clase de basura son muchos de los que aparentan ser gobernantes soberanos!
La honrosa historia de nuestra Patria, que un día se batió sola contra casi todos los antecesores similares a los gobiernos actuales que votaron contra Cuba, aliados entonces con Estados Unidos a raíz del ataque por Bahía de Cochinos, y resistió heroica sin un segundo de vacilación cuando estuvo a punto de ser borrada de la faz de la Tierra en la Crisis de Octubre de 1962, debiera constituir una vergüenza para los conjurados con Estados Unidos en Ginebra si conservaran siquiera la libertad de avergonzarse. No podrán tampoco ignorar sin sonrojo que cuando se desplomó el campo socialista, se desintegró la URSS y arreció el bloqueo yanqui, que incluía cualquier venta de medicinas y alimentos, calificado como delito de genocidio por las Convenciones de 1948 y 1949, y todos creían que la Revolución cubana se desplomaría en cuestión de semanas, nuestro pueblo resistió con heroísmo y tenacidad que no tienen precedente (Aplausos).
Cuba, después de soportar las más inconcebibles dificultades y amenazas, ataques terroristas y riesgos de todo tipo, no inclinó ni inclinará sus banderas ante la superpotencia hegemónica que hoy dicta órdenes a sus lacayos y lamebotas en este infortunado hemisferio a través de un terrorista convertido en Secretario Asistente de Estado para América Latina, sin respeto alguno por parte del gobierno de Estados Unidos y sin pudor alguno por parte de aquellos (Aplausos).
Cuando el honor, la moral y la credibilidad de Cuba fueron puestos en entredicho por el diferendo ocurrido con el gobierno del país anfitrión, se hizo evidente que la hipocresía y la mentira son instrumentos inseparables, casi únicos, del sistema político y económico prevaleciente en América Latina.
Se quiso cuestionar mi decencia y mi ética cuando, puesto en la disyuntiva de ser leal a la mentira o leal a la verdad, leal al engaño y la manipulación calumniosa de los hechos o leal a nuestro pueblo y a todos los pueblos del mundo, fui leal a la verdad y a los pueblos (Aplausos). Las vírgenes vestales del templo de la hipocresía se rasgaron las vestiduras en nombre de la privacidad. Incluso hombres honestos que en el pasado fueron testigos indignados de episodios electorales y trampas desleales con adversarios políticos, eran inducidos a pensar que mi conducta era incorrecta. Yo no inventé nada, ni llamé a nadie, ni tendí trampa alguna contra alguien. Advertí cuantas veces pude a los que durante más de un mes me desafiaron constantemente y exigieron pruebas y más pruebas. Aunque en nada me sentía atado con lo que después, por la evolución de los acontecimientos, resultó ser engañoso ardid para obligarme al silencio y a la confidencialidad en asunto de tanta trascendencia, con toda claridad demandé el cese de las ofensas; al continuar las mentiras, las calumnias y la exigencia de pruebas durante varias semanas, cumplí la advertencia que había hecho.
Se me acusó también de ser vengativo por la promesa incumplida con relación a Ginebra. Toda mi vida he sido caballeroso con mis adversarios, aun en la guerra donde los hombres mueren. Jamás humillé, ni ofendí, ni tomé venganza contra un prisionero, aun cuando, como ocurrió en Girón, alrededor agonizaban compañeros mortalmente heridos o habían muerto. Pero sé distinguir muy bien lo que es o no es ético. Me tardé en presentar las pruebas exigidas motivado solo por el deseo de no hacer daño a un país hermano que admiro y respeto. Representantes de algunos gobiernos amigos en el mundo que participaron en la Cumbre, me reprochan no haber hecho la denuncia en la propia conferencia.
La mentira es y será injustificable desde el punto de vista político, ético y religioso; viola, por lo que recuerdo de las clases de catecismo que recibí en una escuela católica desde que estaba en primer grado, el octavo mandamiento de la ley de Dios.
Hay que ser honrado. No busqué pretextos. No vacilé en expresar la necesidad y el deber de dejar constancia histórica de aquella conversación que ya iniciada me pidieron que fuese privada. También lo era mi carta personal al Presidente, publicada 48 horas después sin consultármelo, el mismo día que salí de Monterrey.
Lamento mucho la necesidad de incluir este punto en mi discurso, pero era un deber hacerlo. Todavía altos funcionarios de aquel país nos atacan diariamente sobre el tema, que está demasiado fresco para lanzarlo al cesto del olvido.
A los que tontamente hablan y repiten las consignas imperialistas de que no existe democracia ni respeto a los derechos humanos en Cuba, les respondo: nadie puede cuestionar que, a pesar de ser muy pequeño, nuestro país es hoy el más independiente del planeta, el más justo y solidario. Es también por largo trecho el más democrático. Existe un Partido, pero este no postula ni elige. Le está vedado hacerlo: son los ciudadanos, desde la propia base, quienes proponen candidatos, postulan y eligen. Nuestro país goza de una envidiable y cada vez más sólida e indestructible unidad. Los medios masivos son de carácter público y no pertenecen ni pueden pertenecer a particulares, no realizan publicidad comercial alguna, no promueven el consumismo; recrean e informan, educan y no enajenan.
Cuba ocupa ya lugares cimeros en el mundo muy difíciles de superar en un creciente número de esferas fundamentales para garantizar la vida y los más esenciales derechos políticos, civiles, sociales y humanos, a fin de asegurar el bienestar y el porvenir de nuestro pueblo (Aplausos). Los conocimientos políticos masivos del pueblo cubano no son superados por ningún otro país. Sus programas y logros culturales y sociales marchan a ritmos nunca antes alcanzados.
Nuestros sueños se hacen realidades. Una sociedad más humana es posible. No importan mentiras y calumnias. La historia lo reconocerá (Aplausos).
¡Viva el socialismo! (Exclamaciones de: "¡Viva!")
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)