Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en el acto de graduación de las Escuelas Emergentes de Maestros de la Enseñanza Primaria. Teatro «Karl Marx», Ciudad de La Habana, 2 de septiembre del 2002.

Queridos graduados como Maestros Emergentes de la Enseñanza Primaria;

Compatriotas:

En la historia de la formación de personal docente en nuestro país nunca ocurrió nada tan trascendente como esta graduación.

Hoy reciben sus diplomas como Maestros Emergentes de la Enseñanza Primaria 5,329 jóvenes. Son ellos: 3,526 alumnos de Ciudad de La Habana, formados para la capital del país en los cursos de la escuela "Salvador Allende" y una similar en "Melena del Sur"; 513 para la provincia de La Habana, formados en la escuela "Vicente Pérez Noa", de Caimito; 240 para la de Matanzas, formados en la "Salvador Allende"; 513 para Cienfuegos, formados en la Escuela "Manuel Hernández Osorio" de esa provincia; y 537 para la de Ciego de Ávila, formados en la Escuela "Cándido González", de dicha provincia.

Han sido invitados a esta graduación mil maestros emergentes de la capital y de Matanzas que se prepararon en los primeros cursos de la prestigiosa escuela mencionada, ubicada en Melena del Sur y que cuentan ya con un año o más de experiencia como educadores.

A estas cifras, correspondientes a escuelas especialmente creadas para tal objetivo en varias provincias, se añaden 2,607 graduados como maestros primarios emergentes en los Institutos Pedagógicos Superiores de las demás provincias del país, para el propósito de alcanzar la misma meta de no más de 20 alumnos por aula. Cien de ellos los representan en este acto.

Al mismo tiempo, en la Escuela "Eduardo García Delgado", del municipio Boyeros, compartiendo el amplio espacio de aquella edificación con otra escuela, se formaron 1,218 maestros emergentes de computación para la enseñanza de esta materia en las primarias de la capital.

Con el mismo propósito de impartir la enseñanza de la computación en todas las escuelas primarias del resto del país, se formaron 10,856 maestros emergentes.

Y por último, para el experimento relacionado con la enseñanza secundaria, se graduaron 89 profesores emergentes en Cojímar.

En total se han incorporado a la docencia por esta vía, en menos de dos años, 21,099 jóvenes entusiastas y bien preparados para prestar sus servicios dentro de la revolución educacional en toda la Isla. Equivale, como puede apreciarse, a la creación de más de 20 mil nuevos empleos decorosos y prometedores para jóvenes cubanos.

No se incluyen los que normalmente se van graduando en los Institutos Superiores Pedagógicos, que en el pasado curso ascendieron a 3,141 Licenciados.

La idea de los Maestros Emergentes para la Enseñanza Primaria, extendida más tarde a otras actividades educativas, surge en septiembre del 2000. A pesar de que Cuba ocupaba ampliamente el primer lugar en ese nivel escolar entre todos los países de América Latina de acuerdo con investigaciones de la UNESCO y de otras instituciones, casi duplicando el conocimiento promedio de los alumnos del resto de esos países, en la Ciudad de La Habana, capital de la República, el conocimiento de los niños de primaria apenas alcanzaba la mitad del de las provincias más avanzadas del país.

Había en esta ciudad una verdadera crisis vocacional con relación al personal docente de la enseñanza primaria. Las razones podían ser varias: El estado de las instalaciones, agravado por las escaseces del período especial, era crítico. El número de alumnos promedio por aula era de casi 40, y en cientos de ellas entre 40 y 50.

Un ambicioso programa de construcciones escolares en la capital, ideado a fines de la década del 80 —ya que la Revolución con toda justicia había construido prioritariamente miles de instalaciones escolares en el resto de la nación—, se hizo imposible al derrumbarse el campo socialista y arreciar Estados Unidos el bloqueo económico.

En la gran ciudad de la capital siempre hubo más opciones de estudio y empleo que en otras áreas. Los padres, que son los que más se quejan cuando faltan maestros en la escuela, aconsejaban a sus hijos no estudiar para maestros.

A esto podría añadirse los niveles salariales sin aumento alguno durante la mayor parte de la década del 90, no sólo por las dificultades económicas mencionadas, sino por la elevadísima cifra de trabajadores del sector educacional en el país, ascendente a varios cientos de miles, por lo que cualquier incremento salarial demandaba cuantiosas sumas del presupuesto nacional, y sólo pudo mejorarse, en la medida de lo posible, el salario de ese sector en años recientes.

Los servicios educacionales de las escuelas primarias de la capital se mantenían gracias al heroísmo, la abnegación y el sacrificio de varios miles de maestros primarios, casi todos licenciados universitarios, la mayor parte con muchos años de servicios, que soportando todas las dificultades se mantuvieron en sus puestos cumpliendo el sagrado deber de impartir conocimientos y educar en las circunstancias especialmente difíciles de nuestra capital.

Parecía un problema insoluble y constituía un gran reto para la Revolución, que enfrentaba a la vez grandes riesgos para la independencia, la identidad nacional, las conquistas alcanzadas y el porvenir de la Patria.

Como siempre, las circunstancias adversas multiplicaron el coraje, la tenacidad, el patriotismo y los sueños de nuestro valeroso pueblo.

En medio de la batalla de ideas, los programas sociales, educacionales y culturales surgían y avanzaban a ritmo acelerado. Decenas de ellos están en marcha.

Desde antes de la intensa batalla iniciada por el pérfido y cruel secuestro de un niño cubano de apenas cinco años, en los sectores culturales y de comunicación social del país una enorme inquietud se adueñaba de esa masa defensora de la identidad y la cultura nacionales ante la continua, creciente y arrasadora invasión cultural imperialista de que eran víctimas nuestro país y el mundo. Estos factores, unidos al bloqueo y las demás agresiones políticas y económicas, fueron elementos decisivos en la lucha desatada, donde la revolución educacional es hoy baluarte fundamental.

La educación también fue, desde el triunfo mismo de la Revolución, y lo será siempre, uno de los objetivos fundamentales de nuestra épica lucha por una sociedad verdaderamente justa, libre y humana. La experiencia vivida y los resultados alcanzados hacen innecesario argumentarlo. Lo que comenzó por la alfabetización de un pueblo cuya inmensa mayoría era analfabeta total o funcional, en la que menos del diez por ciento de los adolescentes y adultos alcanzaba el sexto grado y cuya cultura política no rebasaba los límites impuestos por el embrutecedor sistema de explotación económica, la mentira y las ideas enajenantes impuestas a nuestro pueblo, se va transformando en la más extraordinaria experiencia de desarrollo educativo y cultural que ha conocido sociedad alguna en la historia.

En menos de dos años, la respuesta revolucionaria y el esfuerzo de los jóvenes maestros emergentes de primaria que aquí se gradúan, los graduados antes y sus brillantes profesores, unido a la hazaña de los constructores y de todo el pueblo, fue convertir con un mínimo de recursos económicos a la capital de Cuba, una ciudad de más de dos millones de habitantes, en la primera del mundo, a partir de mañana 3 de septiembre del 2002, donde todas las escuelas de la enseñanza primaria tengan un máximo de 20 alumnos por aula; sueño anhelado y no alcanzado jamás ni siquiera por los países más desarrollados del mundo. Tal logro en muy breve tiempo llegará a la totalidad del país, aunque la inmensa mayoría de las escuelas de las demás provincias cuentan ya con 20 o menos alumnos por aula gracias a los esfuerzos realizados anteriormente.

Veamos esta hazaña como la primera gran victoria y simple inicio del largo, pero acelerado y fructífero camino que nuestra educación recorrerá en los años futuros.

Hay mucho que innovar en la educación. A partir de mi propia experiencia desde que tuve uso de razón, he meditado ya como adulto cuántas cosas me habría gustado aprender y no me enseñaron, cuánto tiempo perdido, cuántos métodos formales y dogmáticos, cuánto simplismo, cuánto atraso en las formas de impartir conocimientos.

Han pasado años. Pienso que hoy nuestros maestros conocen métodos nuevos y más eficientes. Lo demuestra el talento y los conocimientos de nuestros niños en las tribunas abiertas y en sus expresiones a través de los diversos medios de comunicación que a ellos se acercan.

El mundo ha cambiado mucho en las últimas décadas y han surgido fabulosos medios de transmitir información y conocimientos, casi siempre usados, por razones mercantiles, en deformar y enajenar las mentes, destruir incluso lo mejor que en niños y adultos siembran maestros, profesores y los propios padres, que son o deben ser los primeros educadores.

Anhelamos utilizar esos medios, todo cuanto sea posible, como instrumentos de la ciencia y el arte de instruir y educar. Tales medios, sin embargo, no pueden sustituir, y menos aún superar, a la madre, al padre, al educador o la educadora. Educar es la palabra clave.

José de la Luz y Caballero, gran filósofo cubano de la pedagogía, inscribió ese concepto con letras de oro hace más de siglo y medio cuando señaló que no era lo mismo instruir que educar y que educar podía sólo quien fuera un evangelio vivo.

Para mí educar es sembrar valores, inculcar y desarrollar sentimientos, transformar a las criaturas que vienen al mundo con imperativos de la naturaleza, muchas veces contradictorios con las virtudes que más apreciamos, como solidaridad, desprendimiento, valentía, fraternidad y otras.

Educar es hacer prevalecer en la especie humana la conciencia por encima de los instintos. A veces lo expreso con frase muy cruda: convertir el animalito en ser humano.

Los padres deben ser los primeros que eduquen a sus hijos. Y para garantizar la educación de los niños hay que garantizar la educación de sus padres.

Ustedes, jóvenes graduados de Maestros Emergentes, tienen en sus manos la tarea más importante de una sociedad humana. Las familias ponen en las manos de ustedes lo más querido, su mayor tesoro, sus más legítimas esperanzas. La Revolución les ofrece el más grande privilegio, la más alta responsabilidad social, la más noble y humana de todas las tareas; pone y pondrá en sus manos todos los recursos necesarios. Del esfuerzo individual y colectivo dependerá el máximo reconocimiento social.

La falsa creencia de que en nuestra juventud había desaparecido la vocación de educar ha quedado destruida, y sin que ninguno haya renunciado a un átomo de la libertad de escoger entre otras muchas opciones dignas y nobles en la esfera de las carreras de Pedagogía y de Humanidades y dentro de las reglas y compromisos establecidos.

Jamás se borrarán de la memoria de ustedes la sonrisa y el cariño de los niños que van a educar, la gratitud de sus padres y demás familiares y el reconocimiento profundo de toda la sociedad.

En una etapa bien temprana de sus vidas adquieren un trabajo decoroso y prometedor. Vivirán de los propios ingresos ganados con el sudor de su frente y de las creaciones de sus inteligencias. Todos podrán alcanzar, si se lo proponen, los más altos sitiales en las instituciones de la enseñanza superior, llegar a ser masters o doctores; sus padres dejarán atrás las grandes inquietudes sobre el futuro y el destino de cada uno de sus hijos aquí presentes; la Patria se lo agradecerá y el mundo se lo reconocerá con admiración.

Mañana, 3 de septiembre, sólo en la capital de la República, más de 170 mil niños, de preescolar a sexto grado, los recibirán con los brazos abiertos en sus nuevas y radiantes escuelas de la capital de la República; y cientos de miles de niños avileños, cienfuegueros, matanceros, habaneros y de las demás provincias de Cuba, abrirán los suyos para abrazar a los maestros emergentes formados en las escuelas creadas con este propósito o formados en los centros pedagógicos superiores del Ministerio de Educación.

¡Sean, como educadores, el evangelio vivo con que soñó José de la Luz y Caballero!

¡Viva el Socialismo!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!