Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba Fidel Castro Ruz, en la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Palacio de las Convenciones, 26 de junio del 2002.
Compañeras y compañeros:
Todo está dicho y mucho mejor de lo que pueda yo decirlo. Un resumen y la consideración de algunos aspectos es lo más que puedo hacer.
En los días en que tomó posesión, no deseábamos intercambios retóricos con el nuevo Presidente de Estados Unidos. Aunque no albergábamos la menor duda sobre su política hacia Cuba, no veíamos la utilidad de lanzar la primera piedra. Seríamos pacientes.
Un grupo de extrema derecha había tomado el poder en Estados Unidos, y sabíamos de sus acuerdos y compromisos contraídos desde antes de las elecciones con los grupos mafiosos de Miami para liquidar la Revolución Cubana, que no excluían mi propia eliminación física. El azar añadió la peculiar circunstancia de que aquellos decidieron, mediante fraude electoral, la elección presidencial de Bush.
En la primera etapa tuvieron lugar las habituales maniobras anticubanas de Ginebra. Nada nuevo, sólo que los métodos de presión contra las delegaciones ante la Comisión de Derechos Humanos fueron más brutales que de costumbre.
Casi un primer año había transcurrido sin especial novedad: los tradicionales ataques retóricos contra Cuba, la reunión del ALCA en Québec y la desacertada referencia por parte de Bush en ese evento al pensamiento de Martí, que originó una lluvia de cartas de los niños y adolescentes cubanos explicándole al Presidente de Estados Unidos, con la mayor cortesía posible, quién era y cómo pensaba nuestro Apóstol y Héroe Nacional, fueron los hechos de más relevancia en las relaciones bilaterales.
En la esfera internacional, la decisión de construir un escudo nuclear antimisiles, el desprecio a los compromisos contraídos en Kyoto y el anuncio de grandes gastos militares en el desarrollo de nuevas y sofisticadas armas cuando ya ni siquiera existía la guerra fría, dieron temprana señal al mundo del pensamiento, el estilo y los métodos de la nueva Administración de la superpotencia hegemónica.
La economía internacional comenzaba a mostrar síntomas preocupantes por doquier: todos los índices y pronósticos se tornaron pesimistas. El mundo entraba en una incierta y desconcertante recesión. Los productos básicos, de los que vive la inmensa mayoría de las naciones del Tercer Mundo, estaban por el suelo, mientras la globalización neoliberal, la privatización forzosa, la deuda externa y los precios del petróleo alcanzaban su cenit.
Tienen lugar en medio de tales circunstancias los hechos trágicos, absurdos e injustificables del 11 de septiembre. El mundo prestó apoyo unánime y solidaridad al pueblo de Estados Unidos. Cualesquiera que fuesen los errores y las incongruencias de la política exterior de las Administraciones de ese país, nadie dejó de conmoverse ante la atroz matanza de miles de norteamericanos inocentes, nacidos allí o procedentes de los más variados países.
Era la hora del examen de conciencia y no de atizar, multiplicar y capitalizar los odios absurdos acumulados durante décadas enteras. La nación superpoderosa debía ser ecuánime; el resto del mundo estaba en el deber de ser valiente. Lo primero dependía de sus líderes; lo segundo, de un elemental sentido común y dignidad. Tales virtudes no abundan. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. El más poderoso decretó un golpe de estado mundial el 20 de septiembre, 9 días después del repudiable acto terrorista, al declarar en son de guerra que todos los países debían escoger entre ser sus aliados o ser sus enemigos. Las Naciones Unidas perdieron la poca autoridad que les otorgaba una Carta viciada por el más antidemocrático de los procedimientos: el veto. Los demás estados, alrededor de 184, que suelen entretenerse votando acuerdos casi siempre nobles, pero que jamás se aplican, esta vez perdieron incluso su derecho a la voz.
Desde entonces se escucha sólo el ruido estridente de la irracionalidad, las amenazas y las armas.
Las crisis económicas, con su secuela de pobreza y hambre, se multiplican; el egoísmo crece, la solidaridad se debilita; las enfermedades, peores a veces que las propias guerras, amenazan con exterminar regiones enteras. Las ciencias económicas se encuentran ante problemas que ni siquiera habían imaginado nunca, atadas a conceptos y categorías que, como pesado lastre, las hunden en un mar de incertidumbre e impotencia. Es lo que han aprendido en las grandes y prestigiosas universidades de un sistema económico y social devenido hoy anacrónico imperio mundial. La política ha dejado de ser la ilusión de arte noble y útil con el que siempre soñó justificarse, para convertirse en entretenimiento banal y desprestigiado. Es una tragedia grande, pero no insoluble. La propia insostenibilidad del sistema conducirá a la especie humana a la búsqueda de soluciones.
Volviendo a poner los pies sobre la tierra, en el limitado espacio del planeta donde se encuentra nuestro país, los cubanos tenemos derecho a disfrutar el modesto privilegio del deber cumplido. Somos fruto de grandes acontecimientos y corrientes históricas que han tenido lugar a lo largo de muchos siglos. Sociedad colonial y esclavista, con fuertes sentimientos anexionistas y antindependentistas en las capas criollas más ricas hasta hace poco más de un siglo; lucha titánica del creciente sector patriótico durante 30 años, próxima ya al logro de sus objetivos; intervenida por tropas de Estados Unidos la nación forjada con la tenacidad y el heroísmo de sus mejores hijos, traicionada y vendida, llevada y traída por fuerzas infinitamente superiores, nos vemos hoy, país pequeño, independiente y absolutamente libre, erguido ante la potencia imperial más poderosa que ha existido, nada proclive a la paz y al respeto del derecho de los pueblos.
Tan singular caso no estaba escrito en ningún libro. Del profundo abismo del pasado habían surgido las ideas, los sentimientos y las fuerzas que nos llevaron, nos mantienen y nos mantendrán aquí.
Después de la bochornosa maniobra de Ginebra, en que el gobierno de Estados Unidos tras brutales presiones logra por mínimo margen una pírrica victoria, surgen en mayo pasado peligrosos hechos: el día 6 el gobierno de Estados Unidos nos acusa de realizar investigaciones sobre armas biológicas; el 20, los discursos de Bush en Washington y Miami; el 21, se reitera la inclusión de Cuba en su lista de países que propician el terrorismo; el día 1ro. de junio, los insólitos pronunciamientos de Bush en West Point.
El 20 de mayo el Presidente de Estados Unidos dedicó todo un día a Cuba y la Revolución. ¡Qué gran honor! ¡Nos recuerda, luego existimos!
Ignoro cuándo el Presidente de Estados Unidos escribe sus discursos, cuándo encomienda esa labor a uno de sus íntimos asesores, o son un híbrido de ambas cosas. En cualesquiera de las circunstancias, la arrogancia, la demagogia, y la mentira suelen ser compañeras inseparables de tales discursos. Ese día pronunció dos: uno en la Casa Blanca y otro en Miami. Se mostró despectivo, insultante y poco respetuoso hacia el adversario. Lo más importante no fueron ofensas e insultos. Quienes carecen de argumentos no tienen otras armas que la mentira y los adjetivos. Lo que debe considerarse como esencial son sus macabras intenciones, sus planes insensatos y sus ilusiones.
Un ejemplo de inconcebible falsedad y falta de respeto a la opinión pública internacional tiene lugar cuando, en el discurso de la Casa Blanca, el señor Bush afirmó tranquilamente que Estados Unidos, sus aliados y amigos lograron la libertad en países como Sudáfrica.
El mundo entero conoce, y las nuevas generaciones deben conocer, que fue en Cuito Cuanavale y al sureste de Angola donde se decidió el fin del apartheid, con la participación de más de 40 mil combatientes cubanos en ese frente junto a soldados angolanos y namibios. Las administraciones de Estados Unidos armaron a Savimbi, que sembró millones de minas y mató a cientos de miles de civiles. Guardaron silencio cómplice sobre la posesión de siete armas nucleares por parte de Sudáfrica, con la idea de que fuesen usadas contra las tropas cubanas.
Bush confunde sus deseos con las más extrañas fantasías.
"Hace 100 años," —dijo en Miami— "el pueblo orgulloso de Cuba declaró su independencia y situó a Cuba en el camino de la democracia. Estamos aquí hoy para celebrar este importante aniversario."
Para él no existió en absoluto la Enmienda Platt, el engaño, la traición, el derecho de intervenir, el ultraje a la soberanía de Cuba que esta constituyó. No existió siquiera la historia.
Habla de un "peter pan", hoy ministro suyo. Y no dijo que en aquella monstruosa operación que llevó tal nombre, organizada por las autoridades de Estados Unidos sobre la base de una cínica y repugnante mentira, fueron sustraídos clandestinamente del país 14 mil niños cubanos.
Acto seguido acude a la melodramática historieta de un niño cubano que llegó a Estados Unidos en 1995 cuando tenía diez años de edad, que dentro de unas semanas se graduaría en una Escuela Senior High School de Miami y sería el primer graduado de ese plantel que ingresaría en la Universidad de Harvard. No tuvo ni podía tener siquiera la mínima honestidad requerida para reconocer que sólo un niño procedente de Cuba —único país del hemisferio donde desde el preescolar están matriculados todos y el ciento por ciento se gradúa de sexto grado con el doble de conocimientos promedio en lenguaje y matemática, según testimonia la UNESCO— puede entrar en Harvard con unos pocos años de estudio posteriores; no se trataba de un inmigrante del resto de América Latina, educado en una escuela pública, ni de un niño indio o negro norteamericano.
De inmediato añade que nada se ha proporcionado en Cuba a nadie, "nada a los trabajadores, los campesinos y las familias cubanas; sólo miseria y aislamiento."
No intenta siquiera explicar por qué entonces cuatro décadas de agresiones, terrorismo, bloqueo y guerra económica por parte de Estados Unidos, que para enfrentarlos se requería de una gran dosis de conciencia política, cultura, heroísmo y apoyo popular, no han podido sin embargo destruir o debilitar absolutamente nada a una Revolución que nada haya hecho por el pueblo.
El señor Bush añade, entre otras superficialidades, que cuando todas las naciones del hemisferio han escogido el camino de la democracia, yo escogí "la cárcel, la tortura y el exilio para los cubanos que dicen lo que piensan". Esta calumniosa referencia al empleo de la tortura en nuestro país la hace precisamente el jefe del Estado que formó en escuelas especiales a decenas de miles de latinoamericanos que en casi todos los países de nuestro hemisferio fueron responsables de cientos de miles de torturados, desaparecidos y muertos. Nuestro personal de seguridad nunca recibió lecciones de tan experimentados maestros. Si el señor Bush fuera capaz de demostrar un solo caso de tortura en Cuba a lo largo de más de cuatro décadas de Revolución, estaríamos dispuestos a erigir una estatua de oro, aunque sea fundiendo la colección de nuestro museo numismático, para honrar su memoria, como el menos mentiroso de todos los mentirosos del mundo.
Los que conocen a fondo nuestra Patria y su larga y azarosa historia saben que los principios éticos de la Revolución, algo que explica su extraordinaria fuerza y capacidad de resistencia, no son en absoluto los principios del señor Bush.
En los incongruentes discursos que pronunció el 20 de mayo anunció:
"Mi Administración también trabajará en busca de vías para la modernización de radio y televisión ‘Martí’".
Como puede apreciarse, mientras Cuba dedica un mayor número de horas cada día en la televisión a los programas escolares y de Universidad para Todos e invierte recursos en la ampliación a todo el país de un Canal Educativo que cuenta con creciente prestigio y apoyo en el pueblo, el gobierno de Estados Unidos, aparte de la ofensa de utilizar el nombre de nuestra más sagrada figura histórica, promete invertir más dinero en la modernización de emisoras radiales y televisivas para agredir nuestra cultura y sembrar desinformación, mentiras, veneno y subversión en nuestro país.
En un rapto que pareciera delirante, se confiesa atónito por haber leído —sin que nadie sepa dónde lo leyó— que en esta era moderna el régimen cubano prohíbe la venta de computadoras al público. Nos trata como si fuésemos un país desarrollado y rico. A nadie se le ha ocurrido decirle que, sin embargo, Cuba es en este momento el único país de este hemisferio, incluido posiblemente Estados Unidos, en que el ciento por ciento de las escuelas y centros de enseñanza, desde preescolar hasta el último curso universitario, cuentan con laboratorios y profesores de computación, a pesar del férreo y cruel bloqueo económico y tecnológico impuesto a nuestro pueblo para impedirle cualquier tipo de avance en cualquier terreno.
El señor Bush podría quedar justificadamente atónito si fuese capaz de creer que nuestro país es hoy posiblemente el único del planeta que lucha por una cultura general integral, donde quien posea sólo los conocimientos de una carrera universitaria será considerado dentro de breves años analfabeto funcional. Entonces podremos competir con los ciudadanos de Estados Unidos y otros países desarrollados no sólo en posibilidades de comunicarse por Internet en varios idiomas, sino también en niveles de educación y cultura. Más le valdría preparar a los niños y jóvenes de su país para ese futuro no lejano, y sobre todo protegerlos del efecto destructor y enajenante de la publicidad comercial y consumista.
Algo más vergonzoso e inadmisible: el señor Bush afirmó que "si Cuba comienza a adoptar reformas básicas importantes orientadas al mercado" ¾ es decir, al capitalismo¾ , "entonces y sólo entonces trabajaría con el Congreso de Estados Unidos para flexibilizar las restricciones a los viajes y al comercio entre nuestros dos países."
"Seguiremos prohibiendo el financiamiento norteamericano a las compras cubanas de productos agrícolas norteamericanos porque eso no sería más que un programa de ayuda extranjera disfrazada, que beneficiaría sólo al régimen actual."
"Si el señor Castro rechaza nuestro ofrecimiento, estará protegiendo a sus secuaces a expensas de su pueblo y al final pese a todos esos instrumentos de opresión, tendrá que responder ante su pueblo." Eso es precisamente lo que estoy haciendo, señor Bush: respondiendo ante el pueblo, dándole cuenta de mi vida y mi conducta revolucionaria, para elaborar junto a él la respuesta que debemos dar a las exigencias y amenazas que usted no debió ni tiene derecho a plantear a un pueblo con la dignidad y el decoro del pueblo cubano.
Con ingenua o insolente osadía, el presidente Bush declara que "ofrecerá becas en ese país a estudiantes y profesionales cubanos que intentan crear instituciones civiles independientes dentro de Cuba, y a los familiares de los presos políticos".
En Cuba nuestros adolescentes y jóvenes disfrutan de casi medio millón de becas para todas las enseñanzas. Esas becas se otorgan por rendimiento académico o por necesidades de nuestros estudiantes, de acuerdo a las instituciones de que se trate. Ninguno de los niños y jóvenes es discriminado. La idea de que tal cosa pueda hacerse por razones de carácter político es insultante e inadmisible.
El señor Bush ofrece becas que el país no necesita en absoluto, y lo hace con otros fines. No debe imaginarse que vamos a cooperar con un plan tendiente a crear algo parecido a un tipo de Escuela de las Américas para formar agentes subversivos y desestabilizadores al servicio de sus planes injerencistas e imperiales.
En Cuba, adicionalmente, se otorgan cada año miles de becas a jóvenes extranjeros y no discriminamos a nadie por razones étnicas o ideológicas. Sería preferible que el señor Bush concediera esas becas a jóvenes negros, indios o de origen latinoamericano en Estados Unidos que no pueden estudiar.
Comete igualmente un error el Gobierno de Estados Unidos si cuenta de antemano con la impunidad de ciudadanos que trabajen a sueldo de una potencia extranjera ¾ un delito que es castigado severamente por las leyes norteamericanas¾ , o cree que recibirán facilidades los que visiten Cuba disfrazados de cualquier forma para transportar fondos y conspirar abiertamente contra la Revolución, o que los funcionarios de su Oficina de Intereses tengan derecho a recorrer el país a su antojo organizando redes y conspiraciones, violando normas que rigen la conducta de los diplomáticos, con el pretexto de verificar la situación de los emigrantes ilegales que son devueltos a Cuba. No estamos dispuestos a permitir violaciones de nuestra soberanía, ni humillantes desacatos a las normas que rigen las conductas de los diplomáticos. Tampoco es admisible el contrabando de mercancías a través de las valijas diplomáticas. Será responsabilidad del Gobierno de Estados Unidos si la insistencia en tales prácticas conduce a la anulación del acuerdo migratorio, e incluso la retirada de la Oficina de Intereses en La Habana. Es algo que no deseamos, ya que significaría un lamentable retroceso en las pocas cosas en que se han logrado avances en las relaciones entre ambos países.
Pero estamos dispuestos a prescindir de cualquier cosa, incluso la vida, menos la dignidad y la soberanía de nuestro país. No somos nosotros los que agredimos, hostilizamos o bloqueamos a Estados Unidos. No exigimos que su constitución y su sistema económico y político sean cambiados. Respetamos rigurosamente los derechos de los demás países. Los nuestros deben ser también respetados.
Hemos dado sobradas pruebas de un sincero espíritu de cooperación en cuestiones de interés común. De nuestra parte surgieron tres proyectos de acuerdos bilaterales para la lucha contra el tráfico de drogas, el tráfico de personas y el terrorismo.
Otro ejemplo: frente a la ilegal utilización de la Base Naval de Guantánamo para convertirla en campamento de prisioneros extranjeros, adoptamos las medidas pertinentes y ofrecimos facilidades en aquel terreno irregular y montañoso para evitar accidentes que afectaran tanto al personal militar norteamericano como a los prisioneros.
En su discurso el señor Bush habla de presos políticos en Cuba, pero no menciona para nada a los héroes cubanos prisioneros del imperio condenados injustamente en Estados Unidos a decenas de años de cárcel y varias cadenas perpetuas. De este modo, ellos hablan de espías allá y de presos políticos aquí; nosotros hablamos de presos políticos allá y de presos contrarrevolucionarios y espías aquí.
Finalmente, un punto que no podemos omitir: el insulto y la ofensa cuando afirmó en Miami que "el comercio con Cuba no haría otra cosa que llenar los bolsillos de Fidel Castro y sus secuaces".
Señor Bush, yo no me parezco absolutamente en nada a los corruptos personajes que usted honra con su amistad en el mundo, o a aquellos que, siguiendo recetas capitalistas y neoliberales, confiscaron al Estado y trasladaron al exterior cientos de miles de millones de dólares, lavados gran parte de ellos por prestigiosos e influyentes bancos norteamericanos. Usted, tan apegado a las grandes fortunas como millonario e hijo de millonario, tal vez no pueda comprender jamás que existan personas insobornables e indiferentes al dinero.
No nací totalmente pobre. Mi padre poseía miles de hectáreas de tierra. Al triunfo de la Revolución, esas tierras fueron entregadas a obreros y campesinos. Tengo el honor de poder decir que no poseo ni cuento en mi haber con un solo dólar. Toda mi fortuna, señor Bush, cabe en el bolsillo de su camisa. Si algún día lo necesitara para guardarla en un lugar bien protegido de ataques preventivos y sorpresivos, le rogaría que me lo prestase, y si es mucha se la dono de antemano como pago de alquiler.
Es curioso observar que en el ambidiestro discurso del Presidente Bush el 20 de mayo, pronunciado dos veces el mismo día, hay una sutil diferencia. El de la Casa Blanca no menciona la palabra tortura ni la frase grosera sobre los bolsillos de Castro y sus secuaces. Estas las incluyó en el del Centro "James L. Knight" para el pleno disfrute de sus amiguitos de Miami, los mismos que, al regreso de Elián a su hogar y su familia, pisotearon con furia e incendiaron banderas norteamericanas, algo que jamás ha ocurrido en Cuba desde el triunfo de la Revolución.
De su discurso en West Point ya hablé en Santiago de Cuba. Hoy no son pocos en el mundo, e incluso en su propio país, los que comparten la preocupación por la filosofía que usted expresó allí. No añadiré más en esta ocasión. Sólo me complace informarle que en este oscuro rincón del mundo nadie teme a sus amenazas de ataque repentino y sorpresivo.
Todo hombre o mujer vive una cuenta regresiva. Hace mucho tiempo que hemos entregado a nuestra causa cada minuto de vida que nos reste.
Usted, por su parte, pierde autoridad. En teoría posee el poder de ordenar la muerte de una gran parte del mundo, pero no puede hacerlo solo. Para matar al resto del mundo, necesita mucha gente que lo ayude. Entre los jefes militares y civiles que manejan las estructuras de poder en su país, hay muchas personas capacitadas y cultas. No basta una orden. Necesitan ser persuadidas y lo estarán cada vez menos en la medida en que asesores políticos suyos sin capacidad y experiencia militar, y ni siquiera política, cometan errores tras errores. No bastan mentiras truculentas o inventos de ocasión para lanzar ataques preventivos y sorpresivos contra cualquiera entre 60 o más países, o contra varios de ellos, o contra todos.
En su país hay igualmente millones de científicos, intelectuales, profesionales de las más variadas disciplinas que saben distinguir entre el bien y el mal, conocen de historia y de las terribles realidades del mundo actual, tienen opiniones y forman opiniones. Existe también el resto del mundo que no olvida fácilmente las tragedias a que pueden conducir las ideas y los conceptos que usted está sosteniendo.
Se lo dice, sin agravio personal ni propósito de ofenderlo, quien sólo posee el modesto poder de meditar fríamente y ha perdido hace mucho rato, junto a todo un pueblo valiente y heroico, la noción del miedo.
¡Viva el Socialismo!