Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba Fidel Castro, sobre la actual crisis mundial, al tomar posesión de su cargo. La Habana, 6 de marzo del 2003.
Compañeros diputados;
Distinguidos invitados;
Queridos compatriotas:
Acabamos de dar la vuelta al mundo en un viaje que no conoció un minuto de tregua ni descanso. Era necesario hacerlo. Los días 24 y 25 estaba convocada en Kuala Lumpur, Malasia, una importante reunión cumbre en medio de los riesgos de una casi segura guerra en Iraq, la agravación de la crisis económica internacional, la necesidad de realizar visitas a entrañables amigos como Viet Nam y China concertadas para los días previos y posteriores a la Cumbre, la necesidad de hacer inevitable escala en Japón, de donde había recibido invitaciones de importantes y apreciados amigos.
Lo más fundamental: para el 5 de marzo había sido convocado un acto de trascendente importancia, la constitución de la nueva Asamblea Nacional, la elección de su presidencia y la del Consejo de Estado, su Presidente y Vicepresidentes.
Por complicaciones del clima, no pudimos salir de Hiroshima hacia nuestro país el día 3. La delegación, previendo algún retraso, tuvo que rogar a los compañeros en Cuba que aplazaran la reunión para el día 6.
Durante el vuelo de regreso tuve que redactar estas líneas.
En estos tiempos viajar por el mundo no es fácil. Hacerlo con discreción esperando el máximo de tiempo para informar y solicitar permisos de vuelo, etc., es más difícil todavía. Viajar en IL-62, sus años, sus equipos de vuelo, su gasto en combustible y su ruido, todo lo complican con o sin razón. Hace ruido mientras rueda por la pista, que necesita bien larga, y también al despegar, pero siempre despega, y siempre que despega llega.
Volé por primera vez en uno de ellos hace 32 años para visitar al Presidente Salvador Allende en Chile, y desde entonces nunca he dejado de hacerlo. El equipo es fuerte como los tractores agrícolas soviéticos de su tiempo, construidos a prueba de tractoristas cubanos. Sus pilotos son campeones olímpicos. Los técnicos y mecánicos que lo reparan, los mejores del mundo. Por segunda vez acabamos de darle la vuelta al mundo en él. Eso espero, aunque todavía nos faltan algunas horas. Hablando con toda seriedad, aprecio estos magníficos equipos de la vieja URSS, les agradezco mucho y los recomiendo a compatriotas y turistas. Es lo más seguro que hay en el mundo. Yo soy una prueba.
No todo debe tomarse con excesiva seriedad en los asuntos de este mundo. Se correría riesgo de infarto o de locura.
Crónica obligada de un viaje
Nuestra delegación salió el 19 de febrero, minutos antes de medianoche. Breve escala en París, no había otro lugar. Se suponía descansar unas horas en un hotel de la ciudad. Inútil intento. No había sueño. Desde un elevado piso me dediqué a observar parte de la bella y famosa ciudad. Miraba los techos de edificios de tres a seis plantas que parecían obras de arte. Quise saber de qué estaban hechos hacía 150 años.
Recordaba La Habana y sus problemas. Eran de color ceniza plateada. Nadie supo responderme.
A pocos kilómetros, una enorme mole que rompía la armonía. Más a la derecha altos edificios de oficinas o residencias que afeaban también el panorama. Recordé el helipuerto que hicieron en la Habana Vieja, detrás del que fuera Palacio del Gobierno colonial, meses antes de la Revolución. Por primera vez la Torre Eiffel y el Arco de Triunfo, tan admirados por todos, me parecieron dos objetos humillados y empequeñecidos. Me había convertido de repente en un frustrado urbanista. En París no molesté ni hablé con nadie. Me marché guardando el recuerdo de todo cuanto leí, y soñé en mis años juveniles sobre su gloriosa revolución y la heroica y grandiosa historia de Francia. Admiré la valiente actitud que asume hoy frente al humillante hegemonismo unilateral del gobierno de Estados Unidos.
En Ürümqi, extremo occidental de China, hicimos escala. Aeropuerto de bella arquitectura. Actitud amistosa y hospitalaria. Cultura refinada. Diez horas después, ya de noche, aterrizamos en Hanoi, capital de nuestra querida y heroica Viet Nam, pero otra muy distinta de la que visitara por última vez en 1995, hacía ocho años. Sus calles, llenas de actividad y luz. No se veía una bicicleta de pedales, todas eran de motor. Los autos inundaban las calles. Pensando en el futuro, el combustible, la contaminación y otras tragedias, fue lo único que me causó cierta inquietud.
Lujosos hoteles se erigían por doquier. Las fábricas se habían multiplicado. Sus dueños, extranjeros como regla y de rígidas normas de administración capitalista, pero en un país comunista, que cobra impuestos, distribuye ingresos, crea empleos, desarrolla la educación y la salud, mantiene incólume glorias y tradiciones. Petróleo, termoeléctricas, hidroeléctricas, industrias básicas en manos del Estado. Una revolución humana por excelencia. Todos los que han sido y son forjadores de la revolución reciben esmerado respeto y trato. Ho Chi Minh fue, es y será eterno ejemplo.
Con Nguyen Giap, el genial estratega, conversé mucho rato. Memoria excelente. Recordé con tristeza y a la vez con cariño entrañable, a muchos, como Pham Van Dong y otros que ya murieron. Son personas que siembran eterno cariño. Los antiguos y nuevos dirigentes expresaron afecto y amistad sin límites. Los lazos en todos los sentidos se multiplicaron. Las diferencias de situaciones con Cuba son grandes. Nosotros estamos rodeados de un conjunto de vecinos que no tienen nada que invertir y el más rico del mundo nos bloquea con rigor. A esto se une nuestro especial celo por preservar el máximo de riquezas y beneficios para las presentes y futuras generaciones, lo cual no empañan en absoluto nuestra gloriosa y eterna amistad.
De Viet Nam a Malasia. Este es un país maravilloso. Sus grandiosos recursos naturales y un líder extraordinario, de especial lucidez, que no propició el desarrollo de un capitalismo salvaje, explican su progreso. Unió las tres etnias principales: malaya, india y china. Atrajo inversiones, que desde el Japón industrializado y otras áreas del mundo llovieron. Estableció normas y reglas estrictas. Distribuyó riquezas con la mayor equidad posible. Creció el país a buen ritmo durante 30 años. La educación y la salud fueron atendidas. Disfrutó de larga paz, al revés de Viet Nam, Lao y Cambodia, agredidas por el colonialismo primero y el imperialismo después, y cuando llegó la gran crisis que asoló el sudeste asiático, desacató normas del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y otros organismos similares, hizo intervenir al Estado, estableció control de cambio, impidió la fuga de capitales y salvó al país y sus riquezas. A mil leguas de lo que ocurre en nuestro sufrido hemisferio, allí se desarrolló un verdadero capitalismo nacional que, pese a grandes diferencias de ingresos, llevó bienestar a las masas. Goza de gran prestigio y respeto. Para los occidentales y el nuevo orden económico, es un dolor de cabeza y un mal ejemplo.
China. A ella llegamos en horas del mediodía. Al igual que en Viet Nam, jamás una delegación cubana recibió tantas atenciones y honores. Cena oficial de bienvenida el día 26. Las reuniones con los anteriores y nuevos dirigentes del Partido y del Estado, algunos de ellos todavía en funciones ―Jiang Zemin, H
u Jintao, Li Peng, Zhu Rongji, Wen Jiabao, cada uno con sus respectivos equipos― se sucedieron unas tras otras desde la primera tarde hasta el dνa 27. El 28 en la mañana, visita al Parque Tecnológico de Beijing y salida con el presidente Jiang Zemin hacia Nanjing para visitar la fábrica de televisores Panda. Por primera vez en la vida viajé en un Jumbo. Cena y encuentro con el Primer Secretario de la provincia de Jiangsu, junto al ilustre Presidente de China. Salida con él hacia Shanghai y sus colosales obras. Despedida de inseparables hermanos.Las atenciones recibidas en Viet Nam y China por la delegación cubana no tienen precedente en toda la historia de la Revolución. Fue la oportunidad de conversar con amplitud y profundidad con hombres realmente excepcionales, verdaderos amigos que han sellado para siempre la amistad entre nuestros pueblos. Ellos, China y Viet Nam, fueron los mejores amigos en los días increíblemente difíciles del período especial, cuando nadie en absoluto creía que la Revolución Cubana podría sobrevivir. Hoy sus pueblos y gobiernos respetan y admiran a un país pequeño que supo resistir en las vecindades de la única superpotencia que con su inmenso poderío hegemonizó al mundo.
Este mérito no corresponde a ninguno de nosotros que recibimos aquellos honores, sino al pueblo heroico y glorioso que supo cumplir con dignidad su deber.
No se limitaron nuestras conversaciones a temas bilaterales y al desarrollo ulterior de nuestros vínculos económicos, científicos y culturales. Fueron abordados con sumo interés, confianza y comprensión mutua los más importantes temas internacionales.
De China volamos a Japón. Allí fuimos recibidos con hospitalidad y respeto. Aunque el vuelo era sólo de tránsito, viejos y firmes amigos nos recibieron. Celebramos amplias reuniones con Tomoyoshi Kondo, Presidente de la Conferencia Económica Cuba-Japón; con Watanuki, Presidente de la Dieta japonesa; con Mitsuzuka, Presidente de la Liga Parlamentaria de Amistad; encuentro de cortesía con el ex premier R. Hashimoto; encuentro con el premier Junishiro Koizumi.
A iniciativa japonesa, abordamos temas relacionados con la tensa situación en la península coreana que a todos interesa, sobre lo cual informaremos detalladamente al gobierno de la República Democrática de Corea, con la cual hemos mantenido amistosas relaciones diplomáticas desde el triunfo de la Revolución.
Viajamos a Hiroshima el día 2 de marzo. Realizamos allí una visita al Museo Memorial de la Paz de dicha ciudad, donde colocamos una ofrenda floral. Participamos en un almuerzo privado con el Gobernador de esa ciudad.
No alcanzarían las palabras y el tiempo para expresar cuán profunda impresión nos causó el genocidio cometido con la población civil de Hiroshima. La fuerza de la imaginación no puede concebir lo allí ocurrido.
Aquel ataque no era en absoluto necesario, ni será jamás moralmente justificable. Japón estaba militarmente derrotado. Todo el territorio ocupado en la parte de Oceanía, en el sudeste asiático e incluso posesiones soberanas japonesas estaban recuperadas. En Manchuria avanzaba incontenible el Ejército Rojo. La guerra podría finalizar en cuestión de días sin una sola pérdida adicional de vidas norteamericanas. Bastaba un ultimátum y en último lugar el empleo de aquel arma en un campo de batalla o en una o dos bases japonesas estrictamente militares y la guerra habría concluido de inmediato, cualquiera que fuese la presión e intransigencia de los jefes más extremistas.
Desde mi punto de vista, y aunque Japón inició la guerra con un ataque sorpresivo e injustificable sobre Pearl Harbor, no existía excusa alguna para aquella terrible matanza de niños, mujeres, ancianos y ciudadanos inocentes de cualquier edad.
El pueblo japonés, noble y generoso, no expresó una sola palabra de odio contra los autores. Por el contrario, han levantado allí un monumento a la paz para que jamás se repita un hecho semejante.
Millones de personas debieran visitar aquel punto para tratar de que la humanidad conozca realmente lo que allí ocurrió.
En aquel lugar tuve la emoción de ver una foto del Che, cuando depositó una corona de flores ante el modesto, pero inmortal recuerdo de uno de los mayores crímenes cometidos contra la humanidad.
A esta generación de nuestra especie le correspondió vivir situaciones enteramente inéditas, nada ideales ni deseables. Esperamos que la humanidad pueda vencer. Si antes dentro de nuestra propia época los hombres parecían ser dueños de los acontecimientos, hoy los acontecimientos parecen ser dueños de los hombres.
Este viaje nuestro ha estado asociado a un conjunto de sucesos que siembran por doquier incertidumbre e inseguridad. Los pilares y valores de toda una civilización están en crisis. Ideas como soberanía e independencia son ya apenas una ficción. La verdad, la ética, que debieran ser el primer derecho o atributo del ser humano, tienen cada vez menos espacio. Los cables, los medios de prensa, la radio y la televisión, los teléfonos celulares y las páginas webs aportan un torrente de noticias que llegan de todas partes cada minuto. Seguir el curso de los acontecimientos no es nada fácil.
En el maremagnum de noticias, la inteligencia humana apenas puede orientarse. Muchas veces por fortuna el instinto de supervivencia la hace reaccionar.
Nunca todas las naciones del mundo se vieron sometidas al poder y los caprichos de quienes dirigen una superpotencia con un poder al parecer sin límites, de cuya filosofía e ideas políticas y nociones de ética nadie tiene la más mínima idea. Sus decisiones son prácticamente impredecibles e inapelables. La fuerza y la capacidad de destruir y matar parecen estar presentes en cada uno de sus pronunciamientos. Esto lógicamente trae temor e intranquilidad a muchos hombres de Estado, de modo especial si se tiene en cuenta que al inmenso poder militar se unen el poder político, económico y tecnológico de los que no desean ser desobedecidos.
El sueño de un mundo regido por normas y de una organización que expresara la voluntad y el deseo de todos los pueblos se esfuma.
A muchos metros de altura leía un cable cuyo contenido decía textualmente: "El Presidente Bush en su alocución radial semanal expresó su irrespeto por la ONU y reveló que consultó a esa organización más ’por compromiso con nuestros aliados y amigos’ que por que le importe el resultado de sus deliberaciones".
Un número creciente de personas en el mundo se rebelan cada vez más contra la idea de la globalización de una tiranía universal.
Las Naciones Unidas, organización surgida de una guerra que costó 50 millones de vidas, entre ellas la de cientos de miles de jóvenes norteamericanos, tiene que importarle mucho a todos los pueblos y gobiernos del mundo. Padece grandes defectos, es anacrónica en muchos aspectos; su Asamblea General, donde están presentes todos los estados del mundo es una simple asamblea deliberativa sin ningún poder, donde solo se emiten opiniones; el Consejo de Seguridad, un supuesto órgano ejecutivo, donde sólo cuenta el voto de cinco estados privilegiados, uno solo de los cuales puede echar por tierra la voluntad del resto de las naciones del mundo, y uno de ellos, el más poderoso, lo ha usado a su antojo infinidad de veces. Pero aún así, no se dispone de otra cosa.
Su no existencia conduciría a la peor época que precedió al nazismo y nos llevaría a la catástrofe. Algunos de nosotros hemos sido testigos de lo que ha ocurrido durante los últimos dos tercios del siglo XX. Hemos visto en toda su pujanza el nacimiento de una nueva forma de imperialismo, abarcador y total, mil veces más poderoso que el famoso imperio romano y cien veces el de su actual aliado incondicional, la sombra del que fuera el imperio británico. Sólo el miedo, la ceguera o la ignorancia impedirían verlo con toda claridad.
Este es el lado oscuro del problema. Pero la realidad puede ser otra. Jamás en tan breve tiempo se han desarrollado tan gigantescas manifestaciones en todas partes del mundo y en tiempo verdaderamente récord, como ha ocurrido con la anunciada guerra contra Iraq.
Los gobiernos de los dos más importantes aliados de Estados Unidos, Gran Bretaña y España, han sido puestos en crisis; sus respectivas opiniones públicas, en abrumadora mayoría, están contra esa guerra. Si bien es cierto que Iraq cometió dos graves e injustificables hechos, como la invasión de Irán y la ocupación de Kuwait, también lo es que ese país fue sometido a durísimas acciones; cientos de miles de sus niños han muerto de hambre y enfermedades, durante años han sido sometidos a constantes bombardeos, y no está en capacidad militar de constituir el menor riesgo para la seguridad de Estados Unidos y sus aliados en la zona. Se trataría de una guerra absolutamente innecesaria, de oscuros propósitos, a la que el mundo se opone, incluida una parte importante del propio pueblo de Estados Unidos si no se realiza con la aprobación de la ONU.
La economía mundial, sometida a profunda crisis de la cual no ha podido recuperarse, sufrirá inevitables consecuencias y no habrá después seguridad ni tranquilidad para ningún país del planeta.
La opinión mundial protesta también y hasta puede afirmarse que por su propia seguridad y la de los demás pueblos del mundo. Estados Unidos no puede hacer la guerra para amedrentar al mundo con su poderío, probar nuevas armas y entrenar a sus tropas. Esa atmósfera se palpa en todas partes. De modo especial pude apreciarla en la reunión cumbre del Movimiento de Países No Alineados celebrada en Malasia.
Fue un evento serio, donde los jefes de Estado y Gobierno expresaron sus criterios con respeto en el lenguaje, sinceridad en sus señalamientos y gran sentido de responsabilidad. Mahathir dirigió los debates con orden, profundidad y eficiencia.
Y como es natural, con toda la prudencia que exige la dependencia casi total de los países del Tercer Mundo con relación a Estados Unidos y sus organismos financieros, ya que un disgusto suyo puede ser el fin de un gobierno o la desestabilización de su economía.
Varias cosas fueron casi unánimes en los discursos de la conferencia.
Uno: no debía desatarse una guerra contra Iraq, mucho menos sin la aprobación de las Naciones Unidas.
Dos: Iraq debía cumplir estrictamente las regulaciones aprobadas por el Consejo de Seguridad.
Tres: prácticamente nadie tenía esperanza de que la guerra podía evitarse.
Cuatro: como es de suponer, el subdesarrollo, la pobreza, el hambre, la ignorancia, las enfermedades, la impagable deuda externa acumulada, la funesta labor desestabilizadora de los organismos financieros internacionales y otras incontables calamidades que azotan al Tercer Mundo, fueron objeto de análisis y denuncia.
Nuestra delegación asistió a las sesiones de la Cumbre y sostuvo además decenas de encuentros con otras delegaciones. Se nos solicitaba información, intercambios de experiencias, y en ocasiones colaboración en determinados campos.
Allí pudimos observar que personalidades de las más variadas culturas, creencias religiosas e ideas políticas nos trataban con familiaridad y confianza. Pudimos constatar que a nuestro pueblo se le admira y reconoce por su solidaridad y su firme adhesión a los principios.
A muchos de ellos les explicamos y ofrecimos información documentada del golpe fascista en Venezuela, el daño ocasionado al mundo con el sabotaje a la producción de tres millones de barriles diarios de petróleo, virtualmente paralizada, y que ya se recupera gracias a la aplastante victoria del pueblo bolivariano. Les explicamos también los riesgos de una guerra en la zona crítica del Medio Oriente, tanto para países ricos como pobres. Nuestro criterio de que aún no era imposible evitar esa guerra si Iraq lograba demostrar no sólo en el Consejo de Seguridad sino también ante los parlamentarios del mundo, sin excluir a los de Estados Unidos —donde muchos tienen duda—, Gran Bretaña, España e Italia, que son los aliados más incondicionales y donde muchos están en contra; demostrar ante los parlamentos y líderes de los países no alineados y los dirigentes de las organizaciones sociales que se han cumplido y se están cumpliendo todos y cada uno de los requisitos, incluidos en la Resolución de la ONU.
La batalla por la paz y la integridad de Iraq es una batalla política y no militar. Si la verdad puede ser asegurada, si la mentira puede ser vencida, la paz en la región aún puede salvarse, con beneficio incluso para el propio pueblo de Estados Unidos. En esa guerra sólo ganarían los productores de armas o los que albergan el imposible sueño de que 6.300 millones de seres humanos, hambrientos y pobres en su inmensa mayoría, puedan gobernarse por la fuerza.
Apoyamos la decisión del gobierno iraquí de destruir los cohetes Al Samoud, y exhortamos a Iraq a destruir hasta un centímetro cúbico de cualquier arma química o biológica que pueda quedar, si es que todavía existen o puedan haberse producido.
El gobierno de Estados Unidos no tendría pretexto legal o moral alguno para atacar a Iraq, mucho menos si a la luz del mundo se está cometiendo un verdadero genocidio contra el pueblo palestino, y el estado de Israel posee un arsenal de cientos de armas nucleares y los medios con que transportarlas suministrados por Estados Unidos.
Sólo la plena verdad demostrada irrefutablemente ante el mundo, daría al pueblo iraquí la fuerza moral y un apoyo internacional total para defender su patria y su integridad hasta la última gota de su sangre.
Sin una visión clara de la época que estamos viviendo, este gran evento político que nos reúne hoy tendría solo una relativa importancia. Cuba ostenta el honor de ser en la actualidad uno de los pocos países que gozan de privilegios excepcionales. Corremos, desde luego, los mismos riesgos globales que el resto de la humanidad, pero ninguno está mejor preparado políticamente para enfrentar problemas que hoy azotan a gran parte del mundo y forjar planes y sueños que nos convertirán, sin dudas, en una de las sociedades más humanas y justas de la Tierra, mientras nuestra especie sea capaz de sobrevivir. Ninguno está más unido ni es más firme y fuerte para enfrentar peligros externos e internos.
Al referirme a peligros de carácter interno, no estoy pensando en riesgos políticos. Tal es la fuerza y la conciencia acumulada en estos 44 años de heroica lucha que todos los intrigantes y pérfidos teóricos de la subversión y la desestabilización en el mundo juntos, al servicio del imperialismo, no podrían subvertir el orden interno y el rumbo socialista de nuestra Revolución.
Cuando alguien sumamente poderoso nos exigió desde el exterior cambiarlo, la respuesta de nuestro pueblo fue declarar en la Constitución de la República el carácter irrevocable del socialismo en Cuba. No les queda otra alternativa que inventar trucos y mentiras para alimentar sus magras y ridículas esperanzas.
Como peligros internos, pienso fundamentalmente en riesgos de tipo social o moral que afecten a nuestra población y ocasionen daños a su seguridad, a su educación o a su salud. Bien es conocido cuánto hemos luchado contra el hábito de fumar y cuánto hemos reducido su consumo. Del mismo modo luchamos contra los excesos en el consumo de alcohol o contra el hecho doloroso de que sea consumido en estado de gestación, lo que puede provocar el nacimiento de niños con retraso mental u otras graves limitaciones físicas.
Ante la incipiente aparición del consumo de drogas, que llegan fundamentalmente a nuestras costas como recalos procedentes del tráfico internacional, no hemos vacilado un minuto en adoptar todas las medidas pertinentes para prevenir y vencer ese terrible azote que afecta a la inmensa mayoría de las sociedades de la Tierra. Habíamos pensado de antemano que cualquier referencia al asunto traería una lluvia de publicidad cual si fuésemos el peor y no el mejor, sin comparación alguna por la pureza de nuestra sociedad, en este tema. Pero no dudamos en hacerlo. Todas las batallas las hemos librado siempre y las hemos ganado con el apoyo del pueblo. Hay todavía otras luchas por librar, algunas requieren de bastante tiempo, porque están vinculadas a viejos hábitos y costumbres, o dependen de factores materiales que no están totalmente a nuestro alcance. Poseemos sin embargo invencibles armas. La principal es la educación. Aunque a ella hemos dedicado uno de los mayores esfuerzos que haya realizado pueblo alguno, cuán lejos estábamos todavía de comprender su enorme potencial, pero sobre todo el uso óptimo del inmenso capital humano que habíamos creado. Todo lo transformará y seremos pronto el pueblo más educado y culto del mundo. Ya nadie lo duda dentro y fuera de Cuba.
Con igual ímpetu se avanza en el campo de la salud, donde ya ocupamos uno de los primeros lugares del mundo. También en este sector el capital y la experiencia acumulados serán factores decisivos.
Avanzarán la cultura, las artes y la ciencia.
Llevaremos el deporte a las más altas cumbres.
Solo cito ejemplos aislados de las grandes tareas que nos esperan. Ninguna será olvidada. Será preferible, como siempre, que los hechos hablen en lugar de las palabras.
El decadente sistema capitalista imperialista en su etapa de globalización neoliberal carece ya en absoluto de soluciones para los grandes problemas de la humanidad, cuya cifra de habitantes se ha cuadruplicado en apenas un siglo. No tiene porvenir posible. Destruye la naturaleza y multiplica el hambre. Nuestra experiencia noble y humana en numerosos campos será útil a muchos pueblos del mundo.
Frente a los cambios de clima, las afectaciones al medio ambiente ocasionadas por otros, las crisis económicas, las epidemias y los ciclones, nuestros recursos materiales, científicos y técnicos son cada vez más abundantes. La protección de nuestros ciudadanos ocupará siempre el primer lugar en nuestros esfuerzos. Nada tendrá prioridad sobre esto.
Frente a peligros políticos y agresiones procedentes del exterior, jamás se debilitará un átomo nuestra disposición de defender la patria y el socialismo. Por el contrario, meditamos con profundidad y perfeccionamos cada vez más nuestros conceptos sobre la guerra de todo el pueblo, sabiendo que ninguna técnica, por sofisticada que sea podrá vencer jamás al hombre. Unido a esto, la convicción y la conciencia serán cada vez más fuertes.
La batalla de ideas, nuestra arma política más poderosa, proseguirá sin tregua.
El pasado 24 de febrero, nada menos que el día que se conmemora el inicio de la última guerra de independencia al llamado de Martí, un señor nombrado James Cason, jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba, se reunió en un apartamento de La Habana con un grupo de contrarrevolucionarios pagados por el gobierno de Estados Unidos, nada menos que para conmemorar el Grito de Baire, fecha patriótica y sagrada para nuestro pueblo. Otros diplomáticos recibieron invitación, pero tan solo este ilustre personaje estuvo presente en el evento.
Mas el hecho no se limitó a una discreta asistencia. Preguntado por un periodista si su presencia en el acto no confirmaba la acusación del gobierno cubano, Cason afirmó: "No, porque yo creo que han invitado a todo el cuerpo diplomático y nosotros como país siempre apoyamos la democracia y a las personas que luchan por tener una vida mejor. Yo estoy aquí como invitado."
"No tengo miedo", respondió escuetamente a otra pregunta de los informadores sobre si su presencia en la actividad opositora no podría ser asumida como un gesto inamistoso hacia el gobierno cubano, que denuncia a los disidentes como grupos subversivos.
Luego, grosero e insultante, añadió en perfecto español: "Infelizmente, el gobierno cubano sí tiene miedo, miedo a la libertad de conciencia, miedo a la libertad de expresión, miedo a los derechos humanos. Este grupo está demostrando que hay cubanos que no tienen miedo. Ellos saben que la transición hacia la democracia ya está en marcha. Queremos que sepan que no están solos, que el mundo entero los apoya. Nosotros como país apoyamos la democracia, a las personas que luchan por tener una vida mejor y por tener justicia."
La nota de prensa dice: "Aunque diplomáticos extranjeros suelen reunirse con disidentes, no es usual que aparezcan en actos públicos o expresen opiniones sobre el gobierno a los medios de prensa.
"Estoy como invitado y voy a ir a todo el país visitando a todas las personas que sí quieren libertad y justicia."
Cualquier ciudadano comprende que se trata de una provocación desvergonzada y desafiante. Al parecer, él y los que le ordenaron esa grosería de guapetón con inmunidad diplomática estaban revelando precisamente miedo. De lo contrario, resulta tan extraño, que cualquiera tendría derecho a preguntarse qué cantidad de bebidas se consumió en ese "patriótico" acto.
Como Cuba realmente tiene muchísimo miedo, se tomará toda la calma necesaria para decidir la conducta a seguir con este extraño funcionario. Tal vez los numerosos miembros de la Inteligencia norteamericana que trabajan en esa Oficina de Intereses le expliquen que Cuba puede prescindir tranquilamente de tal oficina, incubadora de contrarrevolucionarios y puesto de mando de las acciones subversivas más groseras contra nuestro país. Los funcionarios suizos que los representaron largo tiempo realizaron durante años un excelente trabajo y no hacían labores de espionaje ni organizaban la subversión. Si eso es realmente lo que desean provocar con tan insolentes declaraciones, es mejor que tengan la vergüenza y el valor de decirlo. Algún día, no importa cuándo, el propio pueblo de Estados Unidos enviará a un verdadero embajador de su país "sin miedo y sin tacha", como solía decirse de los caballeros españoles.
En el terreno de la economía aplicaremos nuevas experiencias que hemos adquirido en los últimos tiempos. La producción y el ahorro de petróleo continuarán aumentando.
Estamos en mejores condiciones que nunca para incrementar la eficiencia y establecer mucha más disciplina en nuestras empresas, que priorizando el autofinanciamiento en divisas cometen a veces errores que en definitiva gravitan sobre los recursos centrales del país.
Mucho hemos aprendido y mucho más seguiremos aprendiendo. Nuevas fuentes de ingreso surgen y el rigor en la administración de los recursos deberá incrementarse. Viejos y nuevos malos hábitos deberán ser erradicados. La eterna vigilancia es el precio de la honradez y la eficiencia.
La anterior Asamblea Nacional cumplió una importante etapa histórica. Esta no deberá ni podrá quedarse atrás. Las pasadas elecciones generales fueron las mejores de nuestra historia. No lo digo por los índices, todos los cuales mejoraron, pero apenas pueden dar una idea de calidad porque son ya muy altos. Lo digo por el extraordinario entusiasmo de los electores, que pude ver con mis propios ojos, y la experiencia de muchos años. En eso es difícil equivocarse. Nunca vi nada semejante. En ese entusiasmo estaba de lleno el fruto de la batalla de ideas y el vertiginoso crecimiento de nuestra cultura política.
A todos ustedes, compañeros diputados, y a nuestro entrañable pueblo agradezco, en nombre del Consejo de Estado, la nueva confianza depositada en nosotros, y en mi caso particular después de más de 50 años de lucha revolucionaria, que no comenzó precisamente el día del primer combate. Sabemos que el tiempo pasa y las energías se agotan.
Quizás la incesante lucha nos entrenó para tan larga batalla. Pienso que el secreto puede estar en la fuerza de una gran ilusión, de un entusiasmo inagotable y de un amor a nuestra noble causa que creció cada día de la vida; pero esta tiene sus leyes inexorables.
Les prometo que estaré con ustedes si así lo desean mientras tenga conciencia de que pueda ser útil y si antes no lo decide la propia naturaleza, ni un minuto menos, ni un segundo más. Ahora comprendo que mi destino no era venir al mundo para descansar al final de la vida.
¡Viva el socialismo!
¡Viva la independencia!
¡Viva la paz!