Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba, Fidel Castro, en la inauguración del Convento de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida. La Habana, 8 de marzo del 2003.
Eminencia, Cardenal Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación Pontificia para la Evangelización de los Pueblos y enviado del Vaticano para este evento;
Eminencia, Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, Arzobispo de Guadalajara;
Monseñor Luis Robles, Nuncio Apostólico en Cuba;
Estimadísima Madre Tekla Famiglietti, Abadesa General de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida;
Distinguidas personalidades eclesiásticas y seglares aquí presentes;
Mujeres cubanas y de todo el mundo que hoy conmemoran su día internacional. A ellas dedicamos también este hermoso y singular acto:
Era el año 1956. Estábamos en México. Habíamos dicho con audacia que antes de finales del mismo seríamos libres o seríamos mártires.
Han pasado casi 47 años desde entonces. Allí comenzó la historia de la madre Tekla.
Una tarde del mes de junio de ese año fui arrestado con algunos compañeros por agentes de una importante institución de seguridad mexicana. Su jefe era un joven oficial del ejército mexicano que nadie conocía entonces, Fernando Gutiérrez Barrios.
Las medidas de precaución que nos hicieron sospechosos y originaron la captura se debían al peligro real de nuestra eliminación física por parte de otro organismo del Estado con el que Batista, mediante agentes pagados, intentaba descabezar nuestro movimiento.
De la forma en que se produjo el arresto y dada nuestra disposición a defendernos, pensando en un posible secuestro, sólo por insólita casualidad salimos con vida. Nos ayudó la suerte. Habíamos caído en manos de una fuerza dirigida por un jefe caballeroso. Inicialmente nos creía un grupo de contrabandistas. Era lo que estaba en boga. La droga no existía entonces como el grave problema de hoy. De Cuba no había información. Pronto, sin embargo, aquel jefe descubrió a firmes y decididos patriotas. Cumplió con rigor su deber en todo instante. Aunque no dejó de buscar cuanta pista fue posible sobre armas y encontró unas cuantas, lo hizo ya por otras motivaciones de tipo legal. Esto incluso despertó en él y sus hombres cierta admiración. El General Lázaro Cárdenas, verdadero ídolo de su pueblo, se interesó por nuestro caso y ello ayudó a reducir el tiempo de prisión y limitó las peores consecuencias del incidente, aunque las medidas de control y vigilancia hasta nuestra partida clandestina de México siguieron siendo rigurosas. Sin embargo, de aquel imprevisto encuentro con el oficial de seguridad surgió una amistad que duró hasta su reciente muerte. Transcurridos los años, el oficial llegó a ocupar destacadas responsabilidades en el país. Sin él, tal vez no habría sido necesario contar esta historia.
En septiembre del 2000, Gutiérrez Barrios, como en otras ocasiones, realizó una visita a Cuba. Con él venía esta vez un distinguido grupo de religiosos católicos mexicanos. El interés de ellos era realizar un especial esfuerzo para tratar de poner fin al cruel bloqueo contra Cuba. En aquella visita nos presentó a una personalidad religiosa mexicana hacia la que guardamos especial respeto: el prestigioso Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, Arzobispo de Guadalajara, quien recientemente invitó allí a la numerosa delegación cubana a la Feria del Libro a una cordial recepción. Con él venían también los representantes de la Conferencia Episcopal de México, Luis Morales Reyes, Presidente; Monseñor Abelardo Alvarado, Secretario, y Monseñor Luis Barrera, Secretario Adjunto, así como el empresario mexicano José María Guardia.
En su noble y amistoso anhelo de poner fin a una injusticia que duraba más de 40 años, aspiraban a contar con el apoyo de numerosas instituciones religiosas, incluidas norteamericanas.
Aparece entonces la madre Tekla, actual Abadesa de una Orden fundada en 1370 por Santa Brígida, procedente de una familia sueca de origen noble y rico, que murió en 1373 después de renunciar a su condición social y a toda su riqueza.
La madre Tekla visitó Cuba cuatro veces entre mayo del 2001 y noviembre del 2002. Por su dinamismo, consagración, carácter bondadoso, y muy activa, pronto ganó simpatía y amistad entre todos los que la conocimos. Su Orden religiosa tiene hoy 46 casas en 15 países. Expresó, como era lógico, el ferviente deseo de que la institución estuviera presente también en Cuba. Lo mismo había hecho años antes la famosa madre Teresa de Calcuta mundialmente conocida, que como otras Órdenes de ese carácter recibieron permiso para realizar en Cuba sus actividades, generalmente consagradas a prestar servicios de gran valor humano en asilos, centros hospitalarios, de asistencia social y otras instituciones similares; trabajos, como regla, muy duros y abnegados, que jamás dejaron de recibir reconocimiento, gratitud y apoyo en nuestro país.
La madre Tekla deseaba particularmente inaugurar el Convento de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida al cumplirse el quinto aniversario de la visita del Papa a Cuba. Como toda actividad noble y no contrarrevolucionaria relacionada con nuestro país, recibió determinada oposición en el exterior, pero logró a su vez apoyo de numerosas instituciones religiosas, de modo especial por parte de las personalidades de la Iglesia mexicana que la promovieron, y el aliento del Vaticano, donde la madre Tekla es muy apreciada por su obra en la Orden, la que ha dirigido con éxito por más de veinte años.
La institución religiosa aportó importantes sumas al proyecto. Por su parte Cuba, a través de los planes de reconstrucción de la Habana Vieja, que ya hoy gozan de reconocimiento mundial, facilitó local adecuado y ayuda constructiva para esta obra.
Hoy aquí, por tanto, inauguramos no una escuela, un policlínico, una fábrica, un hotel u otras de las miles de obras sociales o económicas realizadas por la Revolución, sino la sede de una noble, simbólica y prestigiosa institución religiosa.
Me complace, en este sencillo acto, que tiene lugar en un instante crucial para la humanidad, expresar el reconocimiento al esfuerzo humanitario que realizan las madres y hermanas de numerosas Órdenes de distintas denominaciones religiosas, que consagran su vida a aliviar los sufrimientos y el dolor de muchas personas que lo necesitan, lo cual más de una vez hemos elogiado con toda sinceridad. Rendir también tributo de respeto a todas las iglesias y dirigentes religiosos que en cualquier lugar del mundo se oponen hoy a la guerra y luchan por la paz.
Deseo que este lugar sea ejemplo de espíritu ecuménico. Las creencias y motivaciones religiosas de miles de millones de personas no necesitan ni podrían ser cambiadas; las intransigencias y los odios entre hombres y pueblos sí pueden y deben ser erradicados. Los que rechacen tal alternativa estarían negando la condición humana de nuestra especie.
Especial respeto, seguramente aceptado por muchos creyentes de otras religiones, merece el esfuerzo denodado e incansable por la paz que está realizando el Papa Juan Pablo Segundo, pese a dificultades físicas y de salud, en su especial esmero por evitar una guerra en el Medio Oriente, cuyas consecuencias humanas, políticas y económicas para el mundo pueden ser desastrosas.
De modo muy particular deseo expresar nuestra profunda gratitud a la madre Tekla y a los amigos de la Iglesia mexicana, que solicitaron y lograron la presencia de su prestigiosa Orden en Cuba y que hoy pueda inaugurarse este bello símbolo de fraternidad y paz.
Un mundo de paz y justicia es posible. Eso estamos tratando de demostrar hoy.
¡Muchas gracias!